En este tiempo de recogimiento de las vacaciones he experimentado la necesidad de hacer una excursión a cierta zona del tesoro literario inglés y francés (frase en latín ininteligible). Qué enseñarles y cómo, sobre un tema hacia el cual rumbeamos a través de esta forma, este titulo de la ética del psicoanálisis, con respecto al cual seguro sienten que debe llevarnos a un punto problemático, no solamente de la doctrina de Freud, sino de algún modo, de aquello que se puede llamar nuestra responsabilidad de analistas.
Este tema, si ustedes no lo han visto aparecer ya en el horizonte, Dios mío, no hay razón, porque también yo hasta aquí este año he evitado el términos es aquél tan problemático para los teóricos del análisis —como podrán ver su testimonio en las citas que les haré aquél sin embargo tan esencial de lo que Freud llama Sublimierung, la sublimación.
Es la otra cara en efecto, de esta exploración que Freud hace como pionero, de lo que se puede llamar las raíces del sentimiento ético, en tanto se impone bajo la forma de interdicciónes, de algo que en nosotros es Conciencia Moral. Es ésta su cara, aquélla temerte tan impropia, es menester decirlo, tan cómica para toda oreja un poco sensible, que es aportada en el siglo —hablo del siglo para designar lo que es externo a nuestro campo analítico— como filosofía de los valores.
Es que para nosotros que nos encontramos con Freud, siendo portadores, en cuanto a las fuentes, en cuanto a la incidencia real de la reflexión ética, que nos hallamos en suma sobre este terreno a punto de dar una crítica tan nueva, ya que estamos en la misma feliz postura concerniente a la cara positiva del camino de la elevación moras y espiritual que se llama escala de valores… Seguramente el problema aparece aquí mucho más móvil y delicado.
Y sin embargo, no se puede decir que podamos desinteresarnos del beneficio de las preocupaciones más inmediatas de una acción simplemente terapéutica. En alguna parte Freud, en los «Tres ensayos sobre la sexualidad» emplea, concerniendo los efectos de la aventura libidinal individual, dos términos correlativos Fixierbarkeit, es nuestra fijación con la cual hacemos el registro de explicación de lo que es, en suma, inexplicable y luego otra cosa que él llama Haftbarkeit, que se traduce como se puede por perseveración, perseverar, que tiene de todos modos una curiosa resonancia en alemán, pues uno se percata que eso quiere decir más bien responsabilidad, compromiso. Y es justa mente de esto que se trata, es justamente de nuestra historia, colectiva, de analistas.
Estamos tomados también por una aventura que ha tenido un cierto sentido, una cierta contingencia, en sus etapas. No fue de un sólo rasgo, ni de un sólo golpe que Freud ha continuado el camino cuyos jalones nos ha legado. Y puede suceder también, que por los efectos de los rodeos de Freud, estemos aferrados a un cierto punto de la evolución de su pensamiento, sin habernos podido dar cuenta muy bien del carácter de contingencia que debe presentar, como todo efecto de la historia humana.
Tratemos pues, según un método que si no es el nuestro, es en todo caso un movimiento que ustedes deben conocer pues me es familiar, de hacer algunos pasos, dos por ejemplo, hacia atrás antes de hacer tres hacia adelante, en la espera de haber ganado uno.
Paso para atrás: recordemos lo que en un primer abordaje podría parecer que es el análisis en el orden ético. Podría parecer en suma —y Dios mío, cierto canto de sirena, podría sobre esto sostener un malentendido— la búsqueda de lo que se podría llamar en términos simples, una moral natural. Y tal es efectivamente, como por todos una cara de su acción misma, de su doctrina, que se presenta: algo que tiende a simplificarnos algunos problemas, algunos obstáculos que serían, en suma, de origen externo y del orden del desconocimiento, incluso del malentendido, a llevarnos a ese plano que podría suponer la idea de que algo en la maduración de los instintos conduciría a este equilibrio normativo con el mundo, cuyo evangelio, después de todo se puede de vez en cuando ver predicar bajo la forma de esa relación genital, de la cual más de una vez aquí he evocado el tema, como ustedes lo saben con más que reserva, hasta con escepticismo.
Seguramente hay bastantes cosas para oponerse y mostrarnos en todo caso que no es de una manera tan simple como el análisis nos compromete en lo que se podría llamar, con un término que no creo que sea simplemente traído aquí por razones de ser pintoresco, la dimensión de la pastoral. Tendremos seguramente que tenerlo en cuenta. Esta dimensión de la Pastoral, no está jamás ausente de la civilización, ni dejó jamás de ofrecerse como recurso a su malestar. Si la llamo así, es porque a través de los años se ha hasta presentado a cara descubierta bajo esta forma, bajo este tema. Y si en nuestros días puede aparecer de manera más oculta, más severa, digamos, más pedante, bajo la forma de la infalibilidad, por ejemplo, del conocimiento proletario que nos ha ocupado largo tiempo aunque haya tomado desde hace algunos anos algunas distancias, o bajo la forma también de esta noción un poco mítica, que yo evocaba hace un rato, de las esperanzas que había podido dar en efecto, en un cierto contexto, la revolución freudiana, no es en tanto eso no sea siempre, después de todo ustedes lo verán, de la misma y de una muy seria dimensión de la que se trata.
Quizás se trata para nosotros de redescubrirla, de descubrir su sentido y de darnos cuenta que incluso bajo esta forma arcaica, histórica, esta forma que llamamos la dimensión de la pastoral, de cierto retorno o de cierta esperanza puesta en una naturaleza, que no es menester creer después de todo, que nuestros ancestros hayan concebido simplemente que ella se ofrece a nosotros…
Hay tal vez ocasión de volver sobre esta exploración de esta dimensión, sobre las invenciones que (falta palabra) nuestros ancestros han intentado ya en esta vía, ver si eso no nos enseña algo que tal vez también demande ser elucidado, de ser explorado por nosotros.
Seguramente desde el primer abordaje, desde que hacemos con la mirada el rodeo de lo que nos aporta la meditación freudiana, vemos bien que algo desde el principio resiste, que es precisamente aquello por lo cual he comenzado a abordar con ustedes este año el problema de la ética del análisis; y que si hay algo de entrada que Freud nos permite medir es el carácter resistente, el carácter paradójico, la aporía práctica, que no está del todo en el orden de las dificultades, paradojas de la unión con esta naturaleza mejorada (o este mejoramiento natural), es algo que se presenta enseguida con un carácter de malignidad, de mala incidencia — es el sentido de la palabra maligno muy particular— , y es aquélla que Freud en el curso de su obra desprende cada vez más hasta el punto en que la lleva a su máximo de articulación en el «Malestar en la Cultura», o aún cuando estudia los mecanismos de un fenómeno como la melancolía.
Es esta paradoja por la cuál la conciencia moral, nos dice, se manifiesta para nosotros tanto más exigente cuanto más afinada, tanto más cruel cuanto menos la ofendemos, tanto más puntillosa cuanto es en la intimidad misma de nuestros impulsos y nuestros deseos que la forzamos por nuestra abstención en los actos a ir a buscarnos. Brevemente, se trata del carácter dé alguna forma inextinguible de esta conciencia moral, de su crueldad paradójica, de algo que nos la presenta en el individuo como una suerte de parásito, nutrido de satisfacciónes que se le acuerdan. »La ética, en suma, persigue al individuo mucho menos en función proporcionalmente a sus desméritos que a sus desdichas» esta paradoja de la conciencia moral, en su forma, si se puede decir, espontánea.
Es menester aquí que cambie el término investigación de la conciencia moral funcionando en el estado natural, ya que no nos encontraremos más allí. Tomemos la otra cara donde el uso del término natural sirve para recubrir la significación. Llamémosle la exploración por el análisis, la critica por el análisis, de lo que uno puede llamar la ética salvaje. La ética tal como la encontramos no cultivada, funcionando sola, especialmente en el caso de aquéllos con quienes tenemos relación, en tanto avanzamos en el plano del pathos, de la patología.
Es aquí donde el análisis aporta luces y al fin de cuentas, en último término, es en el sentido de ese algo que podemos llamar en el fondo del hombre, este odio de sí, que se halla regularmente hallada, reencontrada. Lo que extrae el cómico antiguo de la nueva comedia tomada de Grecia a la latinidad, de Meandro a Terencio, llamada Aquél que se castiga a sí mismo. Pequeña comedia cuya lectura no les aconsejo especialmente pues si bien después de ese buen título, al ir a su texto sólo podrán quedar decepcionados. Encontrarán allí, como en todas partes, lo que se presenta ante todo como sátira concreta, como rasgo de carácter, como sujeción a lo ridículo.
No olviden sin embargo que detrás de esta sujeción a lo ridículo, que detrás de esta función en apariencia ligera de la comedia, por el sólo hecho del juego del significante, hallaremos que alcanzamos algo que al menos en su título, en la fórmula de aquél que se castiga a sí mismo, se encuentra más allá de lo que aparece simplemente como pintura, descripción contingente, por la simple fuerza de la articulación significante, que va al develamiento de fondo, y por intermediación del no sentido, a hacernos reencontrarlo que Freud nos ha mostrado ser en el ejercicio del no sentido.
Lo que vemos surgir es el fondo, ese algo que se perfila más allá del ejercicio del inconsciente. Es allí donde nos invita la exploración freudiana, nos incita a reconocer el punto por donde se desenmascara la Trieb y no el instinto, el algo. Pues la Trieb no está lejos de ese campo de das ding donde los incito este año a recentrar el modo en que se plantea para nosotros el problema.
Las Triebe han sido exploradas, descubiertas por Freud en el interior de toda una experiencia fundada sobre la confianza en el juego de los significantes, en su juego de sustitución, ese algo que hace que no podamos de ningún modo confundir el dominio de las Triebe con una suerte de reclasificación, por nueva que se la suponga, de las relaciones del ser humano con su medio natural. Las Triebe que deben ser traducidas como nos plazca algunas veces, tan cerca como posible del equívoco, deben ser concebidas como ese, punto que motiva esta deriva, como me gustaría traducirla. El drive, que traduce en inglés la Trieb alemana; esta deriva en la cual se motiva todo el juego, toda la acción del principio del placer y que nos dirige hacia ese punto mítico que ha sido más o menos felizmente articulado en los términos de la relación de objeto, pero con respecto a la cual debemos rever, asir de más cerca, el sentido, para criticarlo, la función de las confusiones que se han introducido por el uso mismo de esos términos, las confusiones que pueden haberse introducido por las ambigüedades mucho más graves que todo equivoco significante, las ambigüedades significativas introducidas alrededor de la noción de objeto y de la relación de objeto en el análisis.
Seguramente aquí, en este campo donde nos acercamos a lo más profundo que Freud ha dicho sobre la naturaleza de las Triebe y especialmente en la forma en que las concibe, como pudiendo dar al sujeto materia de satisfacción de más de una manera, debemos especialmente dejar abierta esta puerta este campo, esta vía, esta carrera de la sublimación, que ha quedado casi hasta aquí en el pensamiento analítico, como un dominio reservado, un dominio al cual los más audaces han osado tocar, y aún no sin manifestar toda la insatisfacción, toda la sed, en que puede dejar la formulación freudiana. Vamos a referirnos aquí a algunos textos tomados de Freud en más de un punto de su obra desde los «Tres ensayos sobre la sexualidad» hasta el Einführung, los Vorlesungen, Las «Lecciónes de introducción al Psicoanálisis», aún en el «Malestar en la Cultura» y justo en el final en «Moisés y el Monoteísmo».
Freud nos incita a reflexionar sobre la sublimación o más exactamente, nos propone, en la forma en la cual él mismo intenta definir el campo, toda suerte de dificultades que son aquéllas que merecen hoy día que nos detengamos.
Quisiera primeramente, ya que es en el campo de la Trieb, del instinto, que se plantea para nosotros el problema que se llama de la sublimación, detenernos un momento en un texto tomado a las Vorlesungen, es decir a lo que se traduce en francés por «Introducción al Psicoanálisis», página 358 de las Vorlesungen en el texto alemán, en las Gesammeltewerke, tomo I.
«Así — nos dice— debemos tomar en consideración que muy precisamente las pulsiones, las emociones pulsionales son, si puedo decirlo, extraordinariamente plásticas. Pueden entrar en juego unas en lugar de las otras. Una puede tomar sobre sí la intensidad de las otras. Cuando la satisfacción de una es rechazada por la realidad, la satisfacción de otra puede ofrecerle una compensación complementaria. Se comportan las unas frente a las otras como una red, como canales comunicantes llenos de una ola».
Exactamente vemos aparecer aquí la metáfora, que sin ninguna duda, está en el origen de esta obra surrealista que se llama «Los vasos comunicantes».
«Se comportan entonces de esta forma y esto pese a que pueden caer bajo la dominación bajo la supremacía del genital primado, el cual, ciertamente no debe pues ser considerado como tan cómodo de reunir en una sola Vorstellung, representación.»
Si hay algo sobre lo cual Freud nos advierte en este pasaje — hay otros más aparte de éste— es que incluso cuando el conjunto del Netz des Triebes cae bajo la supremacía genital, este mismo en su estructura no debe ser considerado como algo tan cómodo, concebible como una Vorstellung unitaria, como una resolución de las contradicciónes.
Sabemos demasiado bien que esto no elimina en nada el carácter comunicante, el carácter por lo tanto huidizo, plástico, como él mismo se expresa, de la economía de los Instinkte. Brevemente, esta estructura que hace la libido humana, carácterizada como se los enseño aquí, desde hace largos años, por lo que se expresa en esta fórmula que está esencialmente consagrada al signo y a deslizarse en el juego de los signos a ser algo que es el único universal y dominante primado, el de ser subyugado por la estructura del mundo de los signos, es decir los términos empleados por Pierce, el signo es lo que está en lugar de algo para alguien.
Es justamente así como Freud, desde el principio — y es menester que lo tengamos firmemente articulado, y lo que es más aún, articulado en la continuación del pasaje— plantea la articulación como la de las posibilidades de la Verschiebbarkpt, es decir del desplazamiento, de la preparación natural a admitir subrogados.
Esto está articulado ampliamente para culminar, en este pasaje, en la dilucidación del Partis Lust en la misma libido genital. Brevemente para recordar que para comenzar a abordar el problema de la Sublimierung, el de la plasticidad de los instintos como tales, debe ser articulado en un primer abordaje, debiéndose decir a continuación que en el individuo y en tanto se trata del individuo, y planteando entonces a propósito de esto la cuestión de las disposiciones internas como de las acciones externas, nos encontramos ante límites, ante algo que no puede ser sublimado, ante esta exigencia libidinal que exige cierta dosis, cierta tasa de satisfacción directa, a falta de lo cual sobrevienen daños y perturbaciones graves.
Partimos de esta ligazón de la libido con este Netz, con esta fluidez, con esta Verschiebbarkeitde los signos como tales. Por otra parte, es siempre allí donde somos conducidos cada vez que podemos leer a Freud con un ojo atento.
¿A qué nos ha llevado esto?. Planteemos aún aquí un punto de articulación esencial, necesario, antes de que podamos seguir adelante. Es claro que en la doctrina freudiana esta relación que estructura la libido con sus carácterísticas paradójicas, sus carácteres arcaicos, llamados pregenitales, para decirlo todo, con su polimorfismo eterno, con ese algo que es también la originalidad del descubrimiento, de la dimensión freudiana, ese algo que se desarrolla, en suma bajo la forma de todo ese microcosmos de las imagenes ligadas a los modos pulsionales de los diferentes estadíos, orales, anales y genitales, este microcosmos, no tiene absolutamente nada que ver —contrariamente a la vía en que tal de sus discípulos, Jung para nombrarlo, trata de arrastrar (este punto de bifurcación que se ubica hacia 1910 del grupo freudiano) el pensamiento de los discípulos de Freud— con ese algo que podemos llamar atípico, no tiene nada que ver con el macrocosmos, y sólo engrendra un mundo en la fantasía.
Esto es importante e importante en particular en un momento del mundo donde está enteramente claro que si jamás se los ha hecho habitar allí, ya no hay de ninguna manera más que buscar ni el falo; ni puedo decirlo, el anillo anal, bajo la bóveda estrellada, el cual ha sido definitivamente expulsado y echado y esto es un punto esencial. Si durante mucho tiempo, han podido habitar en el pensamiento científico mismo de los hombres sus proyecciónes cosmológicas, si ha habido durante largo tiempo un eje del mundo y si durante largo tiempo, en efecto, el pensamiento ha podido ilusionarse con alguna relación profunda de nuestras imagenes con el mundo que nos rodea, parece que no nos damos cuenta en cuanto a su importancia, de la investigación freudiana, de haber hecho entrar en nosotros todo un mundo que, para captar su importancia, me permitiría recordarles, que ese mundo tenía, en el pensamiento que inmediatamente ha precedido, lo que se puede llamar su rasgo esencial la liberación del hombre moderno… (la importancia) de colocar definitivamente en su lugar, a saber en nuestro cuerpo, y no en otra parte, lo que durante largo tiempo ha habitado el pensamiento teológico bajo la forma de lo cual, pese a Freud, pese a que él no haya dudado para nada en hablar de ello, en llamarlo por su nombre, no hablamos nunca más, es a saber aquél que durante mucho tiempo el pensamiento teológico del cual hablo ha llamado el Príncipe de este mundo, dicho de otra manera, Diablo. Simbólico, aquí, se complementa con diabólico.
El diablo, con todas las formas que la predicación teológica ha articulado tan poderosamente, lean un poco no solamente el índice, sino los sermones de Lutero, para darse cuenta hasta qué punto y hasta dónde puede afirmarse en cierto dominio la potencia de las imagenes que son simplemente aquéllas que nos son más familiares, aquéllas que estuvieron investidas para nosotros del carácter de autentificación científica que da nuestra experiencia analítica cotidiana. Es justamente a aquéllas que se refiere el pensamiento de un profeta tan potente en su incidencia, que renueva el fondo de la experiencia cristiana como tal, en Lutero, cuando se sirve de términos que, debo decirlo, para expresar nuestro desamparo, nuestra caída en un mundo donde caemos en el abandono, infinitamente más analíticos, al fin de cuentas, que todo lo que una fenomenología moderna puede articular bajo las formas, en suma, relativamente tiernas de la huida, del abandono del seno materno. ¿Cuál es esta negligencia que deja agotar su leche? Lutero dice literalmente: «Ustedes son el desecho que cae al mundo por el ano del Diablo».
He aquí exactamente la función, el esquema esencialmente digestivo y excrementicio que se forja un pensamiento que empuja a sus últimas consecuencias el modo de exilio en que el hombre se halla en relación a cualquier bien en el mundo. Es allí donde nos conduce Lutero. Y no crean que estas cosas no hayan tenido su efecto sobre el pensamiento y los modos de vivir de la gente de ese tiempo. Es justamente el giro esencial de cierta crisis de donde ha salido toda nuestra instalación moderna en el mundo que aquí se articula. Es justamente a eso a lo cual Freud viene a dar, de alguna forma, su última sanción, su última estampilla, haciendo entrar, de una vez por todas, esta imagen del mundo, estos falsos arquetipos, tan falsos en cuanto al mundo allí donde deben estar, es decir, en nuestro cuerpo.
Esto no es menos importante, pues la experiencia nos prueba que tenemos de aquí en adelante, relación con ese mundo allí donde él está. ¿Es que después de todo es eso evidente, algo que tenga para nosotros una perspectiva muy simple, muy rosa y de alguna forma, abierta al optimismo pastoral, que esas zonas erógenas, es decir, esos puntos de fijación fundamentales, puedan hasta un cierto grado, hasta una más amplia explicitación del pensamiento de Freud, ser considerados como específicos, como genéricos.
Es que es algo que en sí no se nos propone del todo como una vía abierta a la liberación, sino literalmente, como la más severa servidumbre, esas zonas erógenas que en suma se limitan a puntos elegidos, a puntos de abertura, a un número limitado de bocas en la superficie del cuerpo, los puntos de donde Eros habrá de sacar su fuente. Basta para darse cuenta de lo que Freud introduce aquí de esencial, de original, al referirse ? estas aberturas que dan al pensamiento el ejercicio del canto poético e imaginar después de tal poeta, después de un Whitman, por ejemplo, lo que se podría desear como hombre de su propio cuerpo, ese sueño de contacto epidérmico con el mundo, esta esperanza de un mundo abierto, trémulo, de un contacto completo, total, entre el cuerpo y el mundo, donde aparece, en el horizonte de cierto estilo de vida cuya dirección y cuya vía el poeta nos muestra, que podríamos hallar la revelación de una armonía que seguramente sería de una naturaleza muy otra, que trastocaría nuestro contacto con el mundo y que parecería abrirle el fin de algunos muy singulares, demasiado generales, demasiado presentes, demasiado oprimentes para nosotros, como la presencia insinuante, perpetua de alguna maldición original.
Hay algo ya. Nos parece que al nivel de lo que podemos llamar la fuente de las Triebe, Freud nos señala el punto de inserción, el punto límite, el punto irreductible. Y es esto justamente lo que la experiencia luego halla en el carácter, aquí encontramos una vez más la ambigüedad irreductible de estos residuos de las formas arcaicas de la libido. Aquélla nos dicen por un lado, no son susceptibles de Befriedigung. Las aspiraciones más arcaicas del niño son de algún modo el punto de partida, el núcleo nunca enteramente resuelto bajo un primado cualquiera de una genitalidad cualquiera, de una pura y simple Vershrung del hombre bajo la forma humana, tan total como uno lo suponga, de una fusión andrógina. Existen siempre los sueños de esas formas primarias, arcaicas, de la libido.
Es este un primer punto que siempre la experiencia, el discurso freudiano, articula y acentúa. Por otro lado lo que Freud nos dice, nos muestra, es que la abertura aparece ¡mi Dios! en un primer abordaje, casi sin límites de sustituciones que pueden ser hechas al otro a nivel del fin y si digo aquí el Ziel, es porque evito la palabra objeto y sin embargo esa palabra objeto aparece en todo momento, cuando se trata de diferenciar eso de lo que se trata concerniendo a la sublimación, bajo su pluma. Pues cuando se trata de calificar lo que es la forma sublimada del instinto, es en referencia, pese a todo, haga lo que haga, al objeto. Voy a leerles enseguida pasajes que les van a mostrar en qué consiste, dónde está el resorte aquí de la dificultad encontrada.
Seguramente se trata de objeto. ¿Qué quiere decir el objeto a este nivel?. Pero primeramente, cuando Freud comienza, al principio de los modos de acentuación de su doctrina, en su primera tópica, a articular lo que concierne a la sublimación y notablemente en los «Tres ensayos sobre la sexualidad», tenemos la noción de que la sublimación se carácteriza por este cambio en los objetos o la libido no por intermedio directo de un retorno de lo reprimido, no indirecta mente, no sintomáticamente, sino de una forma directamente satisfactoria, la libido sexual halla su satisfacción en los objetos. ¿Qué es lo que distingue primeramente, tontamente, masivamente y a decir verdad, no sin abrir un campo de perplejidad infinita, a los objetos?. La única distinción que da primeramente, es que están socialmente valorizados en tanto el grupo puede dar su aprobación a estos objetos, que son objetos de utilidad pública. Es así que se define la posibilidad de la sublimación. Nos encontramos allí entonces en posibilidad de tener firmemente las dos puntas de una cadena.
Por una parte, hay posibilidad de satisfacción, aunque sea sustitutiva, subrogada y por intermedio de lo que el texto llama subrogodo, y por otra parte, se trata del objeto que tiende a tomar un valor social colectivo. En definitiva nos encontramos ante esta suerte de trampa donde bien entendido, naturalmente ya que se trata de una pendiente de facilidad, el pensamiento no demanda más que precipitarse, encontrar una oposición fácil, y una conciliación fácil. Oposición fácil si quieren, del individuo colectivo.
Si después de todo, parecía no plantear problemas que lo colectivo pudiera encontrar una satisfacción allí donde el individuo debería volver a cambiar sus baterías, su fusil al hombro, y donde, por otra parte, se trataría en esta ocasión de una satisfacción individual dual, que caería de alguna manera por su propio peso, mientras nos ha sido dicho originalmente cuán problemático es este dominio de la satisfacción de la libido, cómo en el horizonte de todo lo que es del orden de la Trieb, la cuestión de su plasticidad y de sus límites se plantea como un problema fundamental. También esta formulación está lejos de ser de aquellas a las cuales Freud pudiera atenerse.
Lejos de esto, podemos ver que en los «Tres ensayos sobre la sexualidad», pone en relación la sublimación con sus efectos justamente sociales más evidentes, con lo que él llama el Reaktionsbildung, es decir, desde ahora, y en una etapa donde las cosas no pueden ser articuladas más fuertemente, a falta del complemento tópico que aportará después, hace intervenir aquí la noción de formación reactiva, dicho de otro modo ilustra tal trazo de carácter o tal trazo adquirido de la regulación social, como algo que lejos de hacerse en la prolongación, en el hilo directo de una satisfacción instintual, necesita ‘la construcción de un sistema de defensa hacia el antagonismo de la pulsión anal. Es decir, hace intervenir una contradicción, una oposición, una antinomia como fundamental en lo que puede llamarse sublimación de un instinto, introduciendo entonces el problema de una contradicción, una antinomia en su propia formulación.
Lo que se propone como construcción opuesta a la tendencia instintual no puede de ninguna forma, en ningún término, ser reducido de un mismo golpe a una satisfacción directa, a algo donde la pulsión misma se satura de un modo que tendría como carácterística no poder recibir la estampilla la aprobación colectiva.
En verdad, los problemas que Freud plantea en el orden de la sublimación sólo se ponen completamente en juego con su segunda tópica es decir, en el momento donde en el Einführung zum Narzissismus que ha sido traducido al uso de la sociedad por nuestro amigo J. Laplanche, que es por lo tanto de fácil acceso para todos, al cual les ruega remitirse (en las Gesammelte Werke, Tomo VI, páginas 161, 162)… encuentran la siguiente articulación «lo que se nos propone ahora con respecto a las relaciones de esta formación del ideal a la sublimación, es lo que tenemos que buscar La sublimación es un proceso que concierne a la libido de objeto».
Les hago notar que la oposición Ich Libido-Objekt Libido, comienza a ser articulada como tal, es decir en el plano analítico, con el Einführune. Este, no es solamente la «Introducción al Narcisismo», es la introducción a la segunda tópica, es decir que aporta el complemento gracias al cual la posición, digamos profundamente conflictual, donde el hombre ha estado primeramente, denunciado por Freud, en cuanto a su satisfacción como tal —y es por ello que es esencial hacer intervenir en el comienzo das ding—. Das ding, en tanto el hombre, para seguir el camino de su placer, debe literalmente girar a su alrededor. El tiempo en que uno se reconoce, en que uno se reencuentro, el tiempo mismo en que uno percibe que lo que Freud nos dice era lo que yo les dije la última vez, a saber, la misma cosa que San Pablo , que lo que nos gobierna sobre el camino de nuestro placer, no es ningún soberano bien, que más allá de un cierto límite estamos, concerniente a lo que entraña este das ding, en una posición enteramente enigmática: que no hay regla ética que medie entre nuestro placer y su regla real.
Y detrás de San Pablo tienen la enseñanza de Cristo cuando uno lo interroga poco antes de la última Pascua. La cuestión que uno le plantea, y que es aquélla a propósito de la cual él recuerda uno de los que los mandamientos del Decálogo, sobre los que he hablado la última vez, es que uno le dice que hay dos formas, la forma del Evangelio de San Mateo y la forma de los dos Evangelios de Marcos y Lucas. En el Evangelio de San Mateo donde está más claro, se le dice: «¿Qué debemos hacer de bueno para acceder a la vida eterna? El responde, en el texto griego, ¿qué vienen a hablarme de bueno: quién sabe lo que es bueno? Sólo El, el que está más allá, nuestro Padre sabe lo que es bueno y El les ha dicho, hagan esto y hagan aquello, no vayan más allá». Hay simplemente que seguir sus mandamientos y más allá está el enunciado: «Amarás a tu prójimo como a tí mismo», que debía a justo título y con cierta pertinencia —pues Freud no ha jamás retrocedido ante cualquier cosa que se presentase a su examen— ser el punto de tensión del Malestar en la Cultura, del término ideal de algún modo donde lo conduce la necesidad de su propia interrogación.
Pero lo esencial de la respuesta de Cristo, y no será en esta ocasión incitarlos demasiado, si ustedes son capaces de percibir esa cierta cosa que evidentemente fuera de las orejas advertidas sólo está desde hace mucho tiempo cerrada a todo tipo de percepción auricular; quiero decir que si tienen orejas para no entender nada, el Evangelio es el ejemplo. Traten un poco de leer las palabras del que se dice que no ha reído jamás. Y en efecto, hay allí algo bastante sorprendente. Traten de leerlas por lo que son, a saber, que de tanto en tanto esto no dejará de sorprenderlos como de un humor que sobrepasa todo. La palabra del intendente infiel, naturalmente uno está acostumbrado desde hace tiempo, por poco que uno haya frecuentado las iglesias, a ver desplegar eso por encima de su cabeza, pero nadie sueña con sorprenderse de que el puro entre los puros, el Hijo del Hombre, nos diga en suma, que la mejor manera de llegar a la salvación de su alma es de hacer negocios sucios con los fondos que uno tiene a cargo, porque también eso puede traerles, sino ciertos méritos, al menos algún reconocimiento por parte de los niños de la luz.
Existe allí cierta contradicción, aparentemente sobre el plano de una moral homogénea, uniforme y plana, pero quizás también podría uno recortarse tal percepción de este especie, sin contar los otros, ese formidable joke, dadle a César lo que es de César, y ahora desenróllenlo.
Es, igualmente en este estilo de paradojas, donde por otra parte se entrega en la ocasión, a todas las evasiones, a todas las rupturas, a todas las aperturas del no sentido, a tal o tal giro de esos diálogos insidiosos en los cuales el interlocutor sabe siempre deslizarse tan magistralmente fuera de las trampas que se le tiendan. Para decirlo todo, para volver a lo que es por el momento nuestro objeto, esta entera negación de este bien como tal, que ha sido el objeto eterno de búsqueda del pensamiento filosófico concerniente a la ética, esta piedra filosofal de todos los moralistas, es ese algo que está volcado en el origen en la noción misma del placer, del principio del placer como tal, en tanto regla de la tendencia más profunda, el orden de las pulsiones en el pensamiento de Freud. Como se los decía, eso que es revelable, recortable de miles de otras maneras, y en particular, que es plenamente coherente con la interrogación central de Freud, que como lo sabemos concierne al Padre.
Es menester concebir que lo que quiere decir esta posición de Freud concerniente al padre, es menester buscarla allí donde se articula el pensamiento de un Lutero, del cual les hablaba recién, cuando evidentemente excitado, cosquillado a nivel de las narices por Erasmo, quien en ese momento, Dios sabe, no sin haberse hacho durante largos años tirar de la oreja, había sacado su De Libero Arbitrio para re cardar que alguno puede ser apoyado en suma por toda la autoridad cristiana, desde las palabras de Cristo hasta aquéllas de San Pablo, de Agustín y toda la tradición de los Padres, ese loco furioso, excitado, de Wittenberg que se llama Lutero, que era menester justamente pensar que las obras, las buenas obras, debían aún valer algo y, para decirlo todo, que la tradición de los filósofos, aquélla del Soberano Bien, no era absolutamente para echar a las ortigas.
Y Lutero, hasta allí muy reservado en cuanto a la persona de Erasmo; guardando a su respecto alguna ironía, publica el De Servo Arbitrio para acentuar el carácter de relación radicalmente mala en que el hombre está en cuanto a lo que está en el corazón de su destino, esta Ding, esta causa que el otro día designaba como análoga a lo que es — es por otra parte la madre— designado por Kant en el horizonte de su «Razón Práctica». Excepto que es su pendiente, que si puedo decirlos y para inventar un término del cual les ruego perdonar el griego aproximativo, es esta causa pathonienos, esta causa de la pasión humana más fundamental.
Lutero, rearticulando las cosas a ese nivel escribe estos «El odio eterno de Dios contra los hombres», no solamente contra sus desfallecimientos y contra las obras de una libre voluntad, sino un odio que existía incluso antes que el mundo fuese creado. Ven, que tengo algunas razones para aconsejarles que lean de tanto en tanto a los autores religiosos. Entiendo por esto tos buenos, no aquellos que escriben al agua de rosas —incluso aquellos son algunas veces muy fructíferos—. San Francisco do Sales sobre el matrimonio, les asegura que bien vale el libro de Vander Velde sobre el matrimonio perfecto. Pero Lutero, lo es a mi criterio mucho más. Pienso que no se les escapa que este odio existía incluso antes que el mundo fuese creado, y que por tanto es estrictamente correlativo de esa relación que hay entre cierto estilo, cierta concepción, cierta incidencia de la Ley como tal, y por otra parte, una cierta concepción de das ding como problema radical, y para decirlo todo, el problema del mal que es exactamente con lo cual Freud tiene que vérselas desde el origen cuando la cuestión que plantea sobre el Padre lo conduce a mostrarnos en el padre el personaje que es el tirano de la horda, aquél también contra el cual el crimen primitivo, está dirigido a introducir por allí mismo, todo el orden, la esencia y el fundamento del dominio de la Ley.
No conocer esta filiación y estructuración, y para decirlo todo, esta paternidad cultural necesaria que hay entre cierto giro del pensamiento que se ha producido en este punto sensible, en ese punto de fractura que se sitúa hacia el comienzo del siglo XVI y prolonga sus ondas poderosamente, de una forma visible hasta el medio y hasta el fin del siglo XVII, es algo que equivale a desconocer enteramente a qué tipo de problema se dirige la interrogación freudiana.
Vengo de hacer un paréntesis de 25 minutos, pues todo esto era para decirles a ustedes, antes que hayamos tenido tiempo de volver nos, nos damos cuenta, que es de eso que se trata. Freud con el Einfuhrung, cerca de 1914, nos introduce en alguna cosa que es presisamente lo que va a reescamotear el problema. ¿En qué?. Articulando allí cosas que naturalmente son esenciales para articular, pero con respecto a las cuales es menester ver que es con relación a eso, en ese contexto donde ellas vienen a insertarse, a saber, muy precisamente, el problema de la relación con el objeto.
Este problema de la relación con el objeto debe ser leído freudianamente, tal como lo ven de hacho emerger, es decir, en esa relación que es una relación narcisista, que es una relación imaginaria. El objeto aquí, en este nivel, se introduce en tanto es perpetuamente intercambiable con el amor que tiene el sujeto por su propia imagen. Ich Libido y Objekt Libido (libido del yo y libido del objeto) son introducidos en Freud en tanto desde esta primera articulación, a saber, desde la Einführung, es alrededor del Ich Ideal y del ideal Ich, del espejismo del yo y de la formación de un ideal que se aleja para comprender mejor completamente solo, que se vuelve preferible, que al menos en el interior del sujeto viene a dar una forma a algo a lo cual va de acá en adelante a someterse. Es en tanto el problema de la identificación está ligado a ese desdoblamiento psicológico, que va a hacer de acá en adelante que el sujeto, esté en esta dependencia en relación a esta imagen idealizada, forzada, de sí mismo, de la cual Freud a continuación se valdrá siempre. Es en esta relación pues de espejismo, que la noción de objeto es introducida.
Este objeto no es pues la misma cosa que el que se apunta en el horizonte de la tendencia. Entre el objeto, tal como está así estructurado por la relación narcisista y das ding, existe una diferencia y es justamente en el campo, en la pendiente de esta diferencia donde se sitúa para nosotros el problema de la sublimación. Freud, en una pequeña nota de los «Tres ensayos…» ha hecho en efecto una especie de flash que es ciertamente del estilo del ensayo. En la página 48 dice: «La diferencia que nos engancha entre la vida amorosa, des Altertums (se trata de los antiguos, de los pro-cristianos) y la nuestra, reside en que los antiguos ponían el acento sobre la tendencia misma, mientras nosotros, por el contrario, la colocamos sobre su objeto. Los antiguos rodeaban de fiestas la tendencia y estaban listos también para hacer honor, por intermedio de la tendencia, a un objeto de menor valor, de valor común, mientras nosotros reducimos el valor de la manifestación de la tendencia, exigimos el soporte del objeto por los rasgos prevalentes del objeto.»
Cuando titulo eso, una excursión excesiva, les planteo la preguntas, ¿Qué es lo que es? Freud ha escrito largas páginas para hablarnos de ciertos hundimientos de la vida amorosa. ¿Estos rebajamientos son en nombre de qué?. En nombre de un ideal que es incuestionable. No tengo más que citar un nombre entre estas notas, en este espíritu del autor inglés Galsworthy, cuyo valor es reconocido universalmente hoy día. Una novela me había gustado mucho antaño, se llama el (…falta palabra…) y muestra cómo no hay más lugar en nuestra vida civilizada hoy, para el amor simple y natural (eco pastoral) de dos seres humanos.
Todo se expresa de alguna forma espontáneamente y corriendo como una fuente. ¿Por qué Freud sabe que colocamos el acento sobre el objeto y los antiguos lo colocaban sobre la tendencia? Ustedes dirán, no hay exaltación ideal en ninguna tragedia antigua como en nuestras tragedias clásicas; pero al fin Freud no lo motiva casi nada. No estoy seguro además que eso no llame a muchas observaciones. Si ¿amparamos aquí nuestras tragedias, nuestro ideal del amor, con el de los antiguos, a lo que tendremos que referirnos es a obras históricas, es un cierto momento que debe también ser situado. Hablaremos de ello la próxima vez, porque es allí donde entraremos la próxima. Se trata en efecto completamente de una estructuración, de una modificación histórica del Eros.
Decir por lo tanto, que somos nosotros quienes hemos inventado el amor cortés’ la exaltación de la mujer, que un cierto estilo cristiano del amor del cual habla Freud es algo que deja huellas, en efecto tiene toda su importancia y es ciertamente sobre ese terreno que entiendo que los llevo.
Sin embargo mostraré que en los autores antiguos, y cosa curiosa, más en los latinos que en los griegos, hay ya ciertos elementos, quizás todos los elementos de lo que carácteriza ese culto del objeta en cierta referencia, digamos idealizada, que ha sido determinante en cuanto a la elaboración que es menester ciertamente llamar sublimada, de una cierta relación; y que también lo que Freud expresa aquí de una manera temprana, probablemente invertida, es algo que se relacióna en efecto con una noción de degradación que apunta quizás menos, cuando se mira de cerca, a lo que se puede llamar la vida amorosa, que a cierta cuerda perdida, oscilación, crisis, concerniente justamente al objeto.
Que sea en efecto en la vía de reencontrar la tendencia en una cierta pérdida, cultural, del objeto; que pueda haber un problema como este último en el centro de la crisis mental de donde sale el freudismo, es la cuestión que tendremos que plantear. Dicho de otra manera, esta nostalgia que se expresa en la idea de que los antiguos estaban más cerca que nosotros de la tendencia, no quiere tal vez decir nada más, como todo sueño de edad de oro, del dorado, sino que 60 más justamente llevados a replantear las cuestiones a nivel de la tendencia, a falta de saber mejor cómo conducirnos en el lugar del objeto.
En efecto, si es que el objeto es inseparable de elaboraciones imaginarias, y muy especialmente culturales, comenzamos a entre verlo a nivel de la sublimación, y no en tanto la colectividad los re conoce como objetos útiles pura y simplemente, pero encuentra allí la dirección, el campo de escape por donde puede de alguna manera engañar se sobre das ding, por donde puede colonizar con sus formaciones imaginarias, ese campo de das ding. Es en ese sentido que las sublimaciones colectivas, las sublimaciones socialmente recibidas, dirigen y se ejercen. Pero no es pura y simplemente, en razón de la aceptación de la felicidad hallada por la sociedad en los espejismos que le proveen, cualesquiera sean, moralistas, artistas y muchas otras cosas aún, arte sanos, hacedores de ropa o de sombreros, aquellos que crean un cierto número de formas imaginarias.
No es simplemente por la sanción que aporta allí contentándose con que debamos buscar el resorte de la sublimación Es en la relación de una función imaginaria, y muy especialmente aquélla a propósito de la cual puede servirnos la simbolización del fantasma, $ à a, la forma en la cual se apoya el deseo del sujeto.
Es en tanto socialmente, en formas especificadas histórica mente, se encuentra que los elementos a, elementos imaginarios del fantasma llegan a ser puestos en el lugar, a recubrir, a engañar al sujeto en el punto mismo de das ding, que debemos declarar la cuestión de la sublimación. Y es por esto que la próxima vez les hablaré un poco del amor cortés en la Edad Media, y sobre todo del Minnesang. Es por esto también que este año, de una forma aniversaria, como el año último les he hablado de Hamlet, les hablaré del teatro isabelino para mostrarles cómo en ese teatro encontramos el punto girante del erotismo europeo y al mismo tiempo civilizado, en tanto en ese momento se produce, si se puede decir, este giro, esta eliminación, esta promoción del objeto idealizado con respecto al cual nos habla Freud en su nota — y nos ha dejado frente a un problema de una apertura renovada concerniente al das ding, que es el das ding de los religiosos y de los místicos, en el momento en que no podíamos más colocarlo en nada bajo la garantía del padre— .