El cuadro de Zucchi (Milán): Psiykhé sorprende a Eros, quien desde algún tiempo es su amante nocturno y nunca percibido. Favorecida por este extraño amor, el de Eros, ella gozaría de una felicidad completa, si no hubiese tenido la curiosidad de ver de quién se trataba. En ese momento comienzan sus infortunios. Lo que me impresionó: yo no había visto nunca a Psikhé armada con una cimitarra, con un trinchador. Lo que está proyectado bajo la forma de la flor y del florero —la flor en el centro visual y mental está en primer plano, y se ve a contraluz, es tratada a forma manierista y refinada; detrás del ramillete de flores, una luz intensa se irradia sobre las nalgas de Eros: es imposible dejar de ver designado en forma precisa el órgano que se disimula detrás de las flores, el falo de Eros. Esta amenaza del trinchador está ligada a lo que está presisamente designado; no es frecuente, o lo que es por desplazamientos: Judith y Holofernes.
Es una gota de aceite volcada de la lámpara, lo que despierta a Eros, causándole una herida, de la cual sufre mucho tiempo. Un trazo luminoso parte de la lámpara para dirigirse al hombro de Eros, no se trata de esa gota de aceite, sino de esa luz. Hay de parte del artista una innovación y una intención, no ambigüa, de representar la amenaza de castración implicada en la conjunción amorosa. Y si avanzáramos en este sentido, tendríamos que volver rápidamente. Ya que esta historia nos es conocida sólo por un texto, el «Asno de oro» de Apuleyo. Si, bajo una forma mítica e ilustrada, son revelados secretos iniciáticos en este libro, es una verdad empaquetada bajo los aspectos más cosquillantes, titilantes, puesto que es algo que no ha sido superado en el género erótico. Es en medio de una horrible historia de rapto en compahía del asno que habla en primera persona, que una vieja cuenta la historia de Eros y de Psikhé. A instancias de sus hermanas, Psikhé sucumbe. Se le dice que su amante es horrible y que ella se expone a un peligro. A pesar de las interdicciónes de Eros, Psikhé franquea el paso fatal. Para franquearlo, ella se arma, de acuerdo a lo que supone que deberá encontrar. Zucchi ha extraído esta escena del texto de Apuleyo.
¿Qué decir? Ya en la época en que Zucchi nos representa esta escena, la historia era muy difundida por diversas razones. Si bien sólo tenemos un testimonio literario del mito, tenemos muchas representaciones plásticas. En Florencia, Eros y Psykhé, esta vez los dos alados en forma diferente; Psykhé tiene alas de mariposa, no así en Zucchi. Las alas de mariposa son signos de la inmortalidad del alma. La mariposa, dada la metamorfosis que sufre, nace en estado de oruga, se envuelve en un sarcófago, reaparece en una forma glorificada. Es muy difícil negar que no se trate de metamorfosis del alma en esta historia. En el texto de Apuleyo, a pesar de lo que piensen los autores, hay riqueza extrema de sentido, ya que lo que es representado aquí por el pintor, no es sino el comienzo de la historia.
En el comienzo, Psykhé es considerada tan bella como Venus. Por una persecución de los dioses, ella es expuesta a un monstruo en la cima de una roca —otro aspecto del mito de Andrómeda—, Eros, seducido por ella, la rapta y la instala en un lugar de profundo ocultamiento, donde ella goza de la felicidad de los dioses. La historia terminaría allí, si Psykhé no mostrara los más terribles sentimientos familiares. Eros la autoriza a recibir a sus hermanas, y aquí la historia se encadena. Como para que ustedes no duden de que Psykhé no es una mujer, sino el alma, va a recurrir a Démeter. Se trata de la iniciación en los misterios de Eleusis. Ella es rechazada. Démeter no quiere ponerse en contra de Venus. El alma desdichada ha dado un paso en falso del cual no es culpable, ya que ella es considerada por Venus, desde el comienzo, como una rival, y es excluída de todos los socorros, incluidos los socorros divinos.
La temática de la cual se trata, no es aquella de la pareja hombre – mujer: se trata de las relaciones entre el alma y el deseo. En esto, la composición de ese cuadro puede considerarse como aislada, de manera ejemplar. En Levi Strauss, se hacen análisis estructurales de mitos norteamericanos. Pero aquí tenemos sólo una versión de ese mito, la de Apuleyo. Sin la ayuda del pintor, pasaría desapercibido el carácter fundamental y original del momento más conocido, ya que lo que queda en la memoria colectiva acerca del sentido del mito, es esto: que Eros huye y desaparece porque la pequeña Psykhé ha sido demasiado curiosa, y más aún, desobediente. Lo que está oculto detrás de ese momento del mito, no sería nada más que ese momento decisivo. Freud lo puso en el centro de la temática psíquica. Se encuentra ilustrado como el punto de unión de dos registros: el registro de la dinámica instintual, en tanto les he enseñado a considerarlo como marcado por los efectos del significante, y a acentuar en este nivel, cómo el complejo de castración sólo puede articularse considerando esta dinámica instintual como estructurada por esta marca del significante. El valor de la imagen reside en mostrar una sobreimposición, un centro común con este punto inicial del complejo de castración donde los dejé la última vez, repitiendo esta divergencia entre la demanda y el deseo, que marca la evolución libidinal por esta retroacción nachträglich proveniente del estado genital, donde deseo y demanda están marcados por esta división, por este estalido, que debe ser todavía problema, enigma para los psicoanalistas, más evitado que resuelto, y que se llama complejo de castración. Este problema en su estructura, en la dinámica instintual, está centrado en el punto del nacimiento del alma. Ya que si el mito de Psykhé tiene un sentido, es este: Psykhé no comienza a vivir como Psykhé (no sólo simplemente como dotada de un don inicial —ser igual a Venus— como marcada por una dicha insondable, sino como pathos, que es aquél del alma , más que en el momento en que el deseo que la colmaba huye de ella. Entonces comienzan las aventuras de Psykhé. Siempre es el nacimiento de Venus y la concepción de Eros, pero el nacimiento del alma es para cada uno un momento histórico a partir del cual entra en la historia la dramática de la cual tenemos que ocuparnos, en todas sus consecuencias. Si el mensaje freudiano terminó en esas articulaciones, es que hay en último término, (Análisis terminable e interminable, unendliche) cuando hemos reducido en el sujeto todas las avenidas de sus repeticiones inconscientes, cuando hemos llegado a hacerle contornear la roca del complejo de castración, o del Penis-Neid. Es alrededor de ese complejo de castración, partiendo nuevamente de ese punto divergente, que debemos volver a someter a prueba lo que ha sido descubierto a partir de ese punto de tope. Ya que alrededor de la del significante oral, del sadismo primordial o de la reseña del objeto (descomposición y profundización destacando los buenos y los malos objetos primordiales), todo esto puede ser restituido solamente si volvemos a ese punto insostenible por su paradoja, que es el complejo de castración, a partir del cual todo ha podido diverger. En efecto, si toda la divergencia que nos ha podido parecer motivada por la discordancia, la distinción de aquello que hace el objeto de la demanda —oral del sujeto, anal del otro— con lo que en el otro está en el lugar del deseo (enmascarado, velado en Psykhé, aunque percibido por el sujeto arcaico infantil). ¿No se puede acaso percibir en esta tercera fase genital, esta conjunción del deseo más interesada en la demanda del sujeto, que debe encontrar su garante, su idéntico en ese deseo del deseo? Si hay un punto donde debe encontrarse el deseo, es a nivel del deseo sexual, no más metafórico, no más sexualización de alguna otra función, sino función sexual misma.
Para hacerles dimensional la paradoja de la cual se trata, basta con encarnar el aprieta de los psicoanalistas. Ver Demonchy, «Castration complex» Int Jour, ¿Adónde es llevado un analista que se interese en explicar el complejo de castración? A algo que no adivinarían nunca: la revelación de la pulsión genital está necesariamente marcada por ese splitting que consiste en el complejo de castración. El Trieb (pulsión) es algo instintual, dice Demonchy, quien evoca los mecanismos innatos (IRL); en los pájaros sin experiencia, basta con hacer proyectar sobre ellos la sombra de un halcón, para provocar el terror.
La trampa primitiva debe ser buscada en la fase oral, en el reflejo de la mordida. Debido a que el niño puede tener estos fantasmas sádicos, que desembocaran en la sección del pezón de la madre, debe ir a buscar en la fase genital, en los fantasmas de fellatio, el privar al partenaire sexual de su órgano. ¡He aquí por qué la fase genital está marcada por el complejo de castración!
Un vuelco se operó, poniendo bajo el registro pulsión primaria (cada vez más hipotética, a medida que se remonta en la temática constitutiva de una agresividad innata), la temática de la pulsión.
Nos detenemos en esto: en lo que nos propone Jones a propósito de aphanisis = desaparición (del deseo). Eso de lo cual se trataría en el complejo de castración, sería el temor provocado por la desaparición del deseo. Hay allí un singular vuelco en la articulación del problema. Es por esto que critiqué el famoso sueño relatado por Ella Sharpe, que gira alrededor de la temática del falo. Lejos de que el temor de la aphanisis se proyecte sobre las imagenes del complejo de castración, es por el contrario la determinación del mecanismo significante que está en el complejo de castración, lo que empuja al sujeto, no a temer la aphanisis, sino a refugiarse en ella, a poner su deseo en el bolsillo. va que algo es más precioso que el deseo mismo, y es el guardar su símbolo, el falo.
Esas flores que están delante del sexo de Eros, no son tan abundantes como para que no pueda verse que detrás no hay nada: ni el más mínimo sitio del más mínimo sexo. De manera que lo que Psykhé está por trinchar, ya ha desaparecido de lo real. Esa figura de Eros es de niño, pero el cuerpo es más musculoso y comienza a marcarse, a deformarse, sin hablar de las alas. Si se ha discutido tanto tiempo sobre el sexo de los ángeles, es que no se sabía dónde detenerse. Sea cual fuere el júbilo de la resurrección de los cuerpos, nunca más será hecho en el cielo algo que sea sexual, ni activo ni pasivo lo que está concentrado en este señalamiento, es ese algo que constituye el centro de la paradoja del complejo de castración: lejos de que el deseo del otro, abordado en el curso de la fase genital, sea aceptado en su ritmo, que es al mismo tiempo la huida —en el niño es un deseo frágil, prematuro, anticipado, que nos marca eso de lo cual se trata— esa es la realidad del deseo sexual a la que no esta adaptada la organizacion psíquica, en tanto que ella es psíquica. El órgano sólo es admitido como siendo transformado en significante, y si es cortado, es en tanto que amovible. En Juanito, el órgano es desatornillable, y pueden ponerse otros allí. Resultado de esta elisión: no es más que el signo mismo de la ausencia. Si el falo, el falo como significante, tiene un lugar, es para suplir en ese nivel preciso donde en el Otro desaparece el significante, donde el otro esta constituido por esto: que hay en alguna parte un significante que falta —S(A)—. De allí el valor privilegiado de ese significante, que sólo puede describirse entre paréntesis, ya que es el significante del punto donde el significante falta.
Es por eso que puede volverse idéntico al sujeto mismo, al punto que podemos escribirlo como S barrado, al punto que nosotros, psicoanalistas, podemos ubicar un sujeto como tal, por más que estemos ligados a los efectos del significante cuando un ser se hace su agente y su soporte; a partir de ese momento, el sujeto no tiene otra eficacia posible más que la del significante que lo escamotea, y es por eso que el sujeto es inconsciente.
Si puede hablarse de doble significación, es que la naturaleza del símbolo es tal, que dos registros se derivan de allí, aquel que esta ligado a la cadena simbólica, aquel que está ligado al trastorno que el sujeto aporta. Allí es donde el sujeto afirma su dimensión original, en el momento en el que se sirve del significante para mentir. La relación del falo con el efecto del significante, el hecho de que el falo como significante —diferente de su función orgánica—, centro de toda función coherente de la cual se trata en el complejo de castración, es sobre esto que quería atraer vuestra atención, y aún más, abrir lo que generalmente es representado, gracias inclusive al manierismo de Zucchi: poner ante ese falo como faltante, un mayor significante, ubicando delante de ese florero y esas flores, lo que ha anticipado la imagen que use con la forma de la ilusión del florero invertido, para articular las relaciones del Yo Ideal y del Ideal del Yo.
Esa relación con el objeto como objeto parcial, objeto del deseo, con toda la acomodación que se hace sobre él, es esto cuyas diversas piezas traté de articular en ese sistema donde me serví de la temática de la ilusión del florero invertido.
El problema de la castración, en tanto es el centro de la economía del deseo, está estrechamente ligado a ese otro problema que es el siguiente: cómo el Otro utilizado en tanto que lugar de la palabra, sujeto de pleno derecho, aquél con el que tenemos —al fin y al cabo— relaciones de buena y mala fe, puede y debe transformarse en algo análogo a eso que puede encontrarse en el objeto más inerte, a saber, el objeto del deseo /a / .
De esta tensión, de esta desnivelación, de esta caída de nivel, deviene la regulación esencial de aquello que en el hombre es problemática del deseo, de lo cual se trata en el psicoanálisis.
Terminé lo que les enseñé a propósito del sueño de Ella Sharpe por: «Ese falo, —decía yo, hablando de un sujeto tomado en la situación más neurótica, ejemplar de aphanisis determinada por el complejo de castración — lo es y no lo es. A este intervalo, ser y no serlo, la lengua permite percibirlo en una fórmula donde se desliza el verbo ser: El no es sin tenerte (Il n’ est pus sans l’ avoir). Es alrededor de esa asunción subjetiva entre el ser y el tener que juega la realidad de la castración. En efecto, el falo tiene una función de equivalencia en la relación con el objeto: sólo en proporción a un cierto renunciamiento al falo, el sujeto entra en posesión de la pluralidad del mundo de los objetos que carácteriza al mundo humano. En una formula análoga podría decirse: que la mujer es sin tenerlo (la femme est sans l’ avoir), lo que puede ser vivido penosamente en razón del Penis-neid. Sin embargo, agregaremos: pero es una gran fuerza. De lo que el paciente de Ella Sharpe no parece darse cuenta, es que pone a resguardo el significante falo. Sin duda, hay algo más neurotizante que perder el falo, es no querer que el otro sea castrado».
Les propondré hay otra formulación si ese deseo del otro es separado de nosotros por esa marca del significante, ¿comprenden ahora por qué Alcibíades, habiendo percibido que en Sócrates está el secreto del deseo, demanda en una forma necesariamente impulsiva, con una impulsión que está en el origen de todas las falsas vías de la neurosis y de la perversión, percibir ese deseo como signo?
Es por eso que Sócrates lo rehusa. Ya que no es más que un cortocircuito. Ver el deseo producido como signo no es acceder al encaminamiento por donde ese deseo es capturado en una cierta dependencia, que es lo que se trata de saber. Para que el psicoanalista tenga eso que al otro le falta, es necesario que él tenga su nesciencia en tanto que nesciencia, es necesario que él la sea bajo el modo de tenerla, es necesario que él no la sea sin tenerla.
En efecto, él no es sin tener un inconsciente (il n’ est pus sans avoir un inconscient). Sin dada, él esta siempre más allá de lo que el sujeto sabe, sin tener que decírselo. Sólo puede hacerle signo: ser lo que puede ser algo para alguien. No teniendo otra cosa que le impida ser ese deseo del sujeto: es saberlo.
El psicoanalista no puede dar más que un signo, pues el signo que hay que dar es el signo de la falta de significante; es el único que no se soporta, porque provoca angustia. Sin embargo, es el único que hace acceder al otro a lo que es la naturaleza del inconsciente: a la ciencia sin consciencia, de la cual ustedes comprenderán que Rabeleis dijera que es la «ruina del alma».