Agrupando los difíciles pensamientos a los que somos llevados y sobre los cuales los dejé la última vez, abordando por la privación lo que concierne al punto más central de la estructura de la identificación del sujeto, pensaba recomenzar a partir de algunas observaciones introductorias.
No es mi costumbre retomar ex-abrupto el hilo interrumpido estas observaciones hacían eco a algunos de esos extraños personajes de los que les hablaba la última vez, que se llaman los filósofos, grandes o pequeños, observación que consistía aproximadamente en que en lo que nos concierne, el sujeto se engaña; esta ahí seguramente para nosotros, analistas tanto como filósofos, la experiencia inaugural.
Pero ella nos interesa manifiesta y exclusivamente en la medida en que puede decirse, y este decir se demuestra, infinitamente fecundo y más especialmente fecundo en el análisis que en otras partes, al menos gusta suponerlo.
Sin embargo, no olvidemos que eminentes pensadores han hecho la observación de que respecto del asunto de lo real, la llamada vía de la rectificación de los medios del saber podría —es lo menos que puede decirse- alejarnos indefinidamente de lo que es cuestión de alcanzar, es decir, el absoluto. Pues se trata ni más ni menos que de lo real, se trata de eso. Se trata de alcanzar lo que se pretende independiente de todas nuestras amarras; en esta búsqueda está lo que se llama absoluto: larguen todo al fin. Entonces, toda sobrecarga es siempre una manera más sobrecargada que tienden a establecer los criterios de la ciencia, en la perspectiva filosófica. No hablo de esos sabios que, lejos de lo que se cree, casi no dudan.
Es en esa medida que estamos más seguros de que al menos se acercan a lo real.
En la perspectiva filosófica de la crítica de la ciencia, nosotros debemos hacer algunas observaciones; y particularmente, para avanzar en esta crítica, debemos desconfiar del término de apariencia, ya que la apariencia está lejos de ser nuestra enemiga, cuando se trata de lo real. No soy yo el que ha hecho encarnar lo que les digo en esta simple imagen: Es en la apariencia de esta figura que me es dada la realidad del cubo, que me salta la vista como realidad. Al reducir esta imagen a la función de ilusión óptica, simplemente me desvío del cubo, de la realidad que este artificio está destinado a mostrarles.
Es igual en relación a una mujer, por ejemplo. Toda profundización científica de esta relación conducirá al fin de cuentas a fórmulas, como la célebre del coronel Bramble, al que seguramente ustedes conocen, quien reduce el objeto del que se trata, la mujer en cuestión, a lo que es correcto desde el punto de vista científico: un aglomerado de albuminoides, lo que evidentemente no está muy de acuerdo con el mundo de sentimientos que se ligan a dicho objeto.
Es de todas maneras absolutamente claro que lo que denominaría, si ustedes lo permiten, el vértigo de objeto en el deseo, esta especie de ídolo, de adoración que puede prosternarnos o al menos doblegarnos ante una mano como tal. Digamos incluso, para hacernos entender mejor sobre el sujeto que nos da la experiencia que no es porque sea su mano ya que en un lugar menos terminal, incluso un poco más arriba, algún vello en el antebrazo puede tomar para nosotros repentinamente ese sabor único que nos hace temblar de alguna manera ante esta aprehensión pura de su existencia.
Es evidente que esto tiene mayor relación con la realidad de la mujer que cualquier otra elucidación de lo que se llama el atractivo sexual, en la medida en que por supuesto elucidar el atractivo sexual supone en principio que se trata de cuestionar su señuelo, cuando ese señuelo es su realidad misma.
Entonces, si el sujeto se engaña, puede tener razón desde el punto de vista del absoluto. De todas maneras, y aún para nosotros que nos ocupamos del deseo, la palabra error conserva su sentido.
Permítanme aquí, con lo que concluyo en cuanto a mi, darles como acabado el fruto de una reflexión cuya continuación es precisamente lo que voy a adelantar hoy. Voy a intentar mostrarles su fundamento: no es posible dar un sentido a ese término de error, en todos los dominios y no solamente en el nuestro —es una afirmación osada, pero supone que considero que, para emplear una expresión sobre la que tendré que volver en el curso de mi lección de hoy, ya he recorrido esta cuestión— no puede tratarse, si este término de error tiene un sentido para el sujeto, sino de un error en su cuenta sujeto, sino de un error en su cuenta.
Dicho de otro modo, para todo sujeto que no cuente, no podría haber error. Lo que no es una evidencia. Hay que haber explorado en un cierto número de direcciónes para percibir que se cree —es aquí que me encuentro y les ruego me sigan— que no es más que esto lo que abre los impasses, los divertículos en los que se han comprometido en torno a esta cuestión.
Por supuesto, esto quiere decir que esa actividad de contar comienza pronto para el sujeto. Hice una amplia relectura de alguien por el que todos saben no tengo inclinaciones especiales a pesar de la gran estima y el respeto que merece su obra, además del encanto incontestable que emana de su persona, he nombrado a Piaget, no lo hago para desaconsejar a nadie leerlo.
Hice, entonces, la relectura de «La Génesis del número en el niño». Confunde que se pueda creer poder detectar el momento en que aparece en un sujeto la función del número haciéndole preguntas que de alguna manera implican sus respuestas, aún si estas preguntas se realizan por intermedio de un material que tal vez se considera excluye el carácter orientado de la pregunta. Sólo se puede decir una cosa: al fín de cuentas es más bien de un señuelo de lo que se trata en esta manera de proceder. Lo que el niño parece desconocer , no es del todo seguro que no se deba a las condiciones mismas de la expreriencia: para la fuerza de este terreno es tal que no se puede decir que hay mucho que instruir, no tanto en lo poco que se ha recogido finalmente de los pretendidos estadios de la adquisición del número en el niño, sino de las profundas reflexiones de Piaget que es ciertamente mucho mejor lógico que psicólogo, en lo que concierne a las relaciones de la psicología y de la lógica, y particularmente es lo que vuelve muy instructiva una obra desafortunadamente inhallable, editada por Vrin en 1942, denominada: «Clase, relación y números», porque allí se ponen en valor las relaciones estructurales, lógicas entre clase, relación y números, es decir todo lo que se pretende a continuación o de antemano encontrar en el niño que está manifiestamente construido a priori; y a muy justo título la experiencia nos muestra que se lo ha organizado para encontrarlo al comienzo.
Es un paréntesis que confirma lo siguiente: el sujeto cuenta mucho antes de aplicar sus talentos a una colección cualquiera, aún cuando por supuesto ésa sea una de sus primeras actividades concretas, psicológicas, constituir colecciónes. Pero está implicado como sujeto en la llamada relación de cómputo, de manera mucho más radicalmente constituyente de lo que se lo quiere imaginar, a partir del funcionamiento de su sensorium y de su motricidad.
Una vez más el genio de Freud supera la sordera, si puedo decir, de aquéllos a los que se dirige con la exacta amplitud de las advertencias que les da, y que entran por una oreja y salen por la otra, justificando esto sin duda el llamado a la tercera oreja mística de Teodoro Reik que no estaba ese día demasiado inspirado, pues para que sirve una tercera oreja si no se oye nada con las dos que ya se tienen.
El sensorium en cuestión, por lo que Freud nos enseña, ¿para qué sirve? No quiere acaso decirnos que no sirve sino para eso, para mostrarnos que lo que está ya ahí en el cálculo del sujeto es bien real, existe; en todo caso es lo que Freud dice: es con él que comienza el juicio de existencia, lo que sirve para verificar las cuentas, lo que es de todas maneras una posición rara para alguien a quien se vincula a la corriente positivista del siglo
Retomemos entonces las cosas donde las habíamos dejado, puesto que se trata de cálculo, y de la base y fundamento del cálculo para el sujeto: pues seguramente si el rasgo unario comienza tan pronto como la función de la cuenta, no vayamos demasiado rápido en cuanto a lo que el sujeto puede saber de un número más elevado. Parece poco pensable que dos y tres no vengan bastante rápido. Pero cuando se nos dice que ciertas tribus de la desembocadura del Amazonas consideradas primitivas no han podido descubrir más que recientemente la virtud del numero cuatro y le han erigido altares, no es el lado pintoresco de esta historia de salvajes lo que me sorprende: esto me parece incluso ir de suyo, pues si el rasgo unario es lo que les digo, es decir la diferencia y la diferencia que no sólo soporta sino que supone la subsistencia a su lado de uno más uno y uno más, el más no está allí sino para marcar la subsistencia radical de esta diferencia, justamente es allí donde comienza el problema de que se los pueda adicionar, dicho de otro modo, que dos, que tres, tengan un sentido. Tomarlo por este extremo es demasiado complicado; pero no hay que asombrarse. Si toman las cosas en sentido contrario, a saber, si parten de tres, como lo hace John Stuart Mill, no llegarán nunca a reencontrar uno, la dificultad es la misma.
Para nosotros —se los señalo al pasar— con nuestra manera de interrogar los hechos del lenguaje en términos de efectos de significante, en tanto estamos habituados a reconocer este efecto de significante en el nivel de la metonimia, nos será más fácil que a un matemático rogar a nuestro alumno reconocer en toda significación de número un efecto de metonimia virtualmente surgido de nada más, y, como de su punto electivo, de la sucesión de un número igual de significantes. Es en la medida en que algo sucede que produce sentido por la sola sucesión de extensión x de un cierto numero de rasgos unarios, que por ejemplo el número tres puede tener sentido, a saber que escribir la palabra «end» en inglés —tenga o no sentido—: es tal vez esa la mejor manera que tenemos de mostrar el surgimiento del número tres, porque hay tres letras.
En cuanto a nosotros, no tenemos necesidad de pedirle tanto nuestro rasgo unario, pues sabemos que en el nivel de la sucesión freudiana, si me permiten esta fórmula, el riesgo unario designa algo radical para esta experiencia originaria: es la unicidad como tal del rodeo en la repeticion.
Creo haber enfatizado suficientemente ante ustedes que la noción de función de la repetición en el inconsciente se distingue absolutamente de todo ciclo natural, en el sentido de lo que se acentúa no es su retorno, es que lo que es buscado por el sujeto, es su unicidad significante y en tanto uno de los rodeos de la repetición, si se puede decir, ha marcado al sujeto que pone a repetir lo que no podría seguramente más que repetir ya que esto no será nunca sino una repetición, pero con el objetivo, con el propósito de hacer resurgir lo unario primitivo de una de sus vueltas.
Con lo que acabo de decirles no tengo necesidad de acentuar lo que sigue: es que esto ya está en juego antes que el sujeto sepa contar. En todo caso, nada implica que tenga necesidad de contar muy lejos las vueltas de lo que repite, ya que repite sin saberlo. No es menos cierto que el hecho de la repetición está enraizado en este unario original, unario que como tal esta estrechamente pegado y es coextensivo a la estructura misma del sujeto en tanto éste es pensado como repitiendo en el sentido freudiano.
Lo que con un ejemplo voy a mostrarles hoy, y con un modelo que voy a introducir, es lo siguiente: no hay ninguna necesidad de que sepa contar para que pueda decirse y demostrar con qué necesidad constituyente de su función de sujeto va a hacer un error de cuenta. Ninguna necesidad de que sepa, ni siquiera de que busque contar para que este error de cuenta sea constituyente de él, sujeto: en tanto tal es error.
Si las cosas son como se las digo, ustedes deben decir que este error puede durar mucho tiempo sobre bases semejantes, y es cierto. Es tan cierto que no es sólo en el individuo lo que esto alcanza en su efecto. Lleva sus efectos en los carácteres más radicales de lo que se denomina el Pensamiento.
Tomemos por un momento el tema del Pensamiento, con el cual es preciso utilizar cierta prudencia; ustedes saben que ella no me falta, no es tan seguro que uno pueda validamente referirse a él de una manera que sea considerada como una dimensión genérica, hablando con propiedad. Tomémoslo como tal: el pensamiento de la especie humana.
Es claro que no es por nada que más de una vez me adelanté de manera inevitable, para cuestionar aquí, desde el comienzo de mi discurso de este año, la función de la clase y su relación con lo universal, en el punto mismo en que es de alguna manera el reverso y lo opuesto de todo este discurso que trato de conducir a buen puerto ante ustedes.
Recuerden solamente lo que intentaba mostrarles en este lugar respecto del pequeño cuadrante ejemplar en el que intenté articular ante ustedes la relación de lo universal a lo particular y las proposiciones respectivamente afirmativas y negativas. Unidad y totalidad aparecen en la tradición como solidarias, y no es por casualidad que vuelvo siempre sobre esto para hacer estallar la categoría fundamental: unidad y totalidad a la vez solidarias, ligadas una a otra en esta relación que se puede denominar relación de inclusión, siendo totalidad la totalidad en relación a las unidades y la unidad lo que funda la totalidad como tal, llevando la unidad hacia este otro sentido, opuesto a aquel que distingo por ser la unidad de un todo. Es en torno a esto que se prosigue ese malentendido en la llamada lógica de clases, este malentendido secular de la extensión y de la comprehensión que la tradición parece efectivamente constatar cada año, tomando las cosas por ejemplo en la perspectiva de mediados de siglo XIX, bajo la pluma de un Hamilton, si es verdad que no se lo ha articulado francamente más que a partir de Descartes y que la lógica de Port-Royal, ustedes lo saben está calcada de la enseñanza de Descartes. Además no es cierto, pues esta oposición de la extensión y la comprehensión existe desde hace muchísimo tiempo, desde Aristóteles mismo. Lo que se puede decir es que en lo que concierne al manejo de las clases, ella nos plantea dificultades nunca resueltas, de donde todos los esfuerzos que la lógica realizó para llevar el nervio del problema a otra parte: a la cuantificación proporcional, por ejemplo.
¿Pero por qué no ver que en la estructura de la clase misma como tal, se nos ofrece un nuevo punto de partida si sustituimos a la relación de inclusión una relación de exclusión como relación radical? Dicho de otro modo, si consideramos como lógicamente original en cuanto al sujeto que no descubro aquí, lo que está lo que está al alcance de un lógico de clase media, es que el verdadero fundamento de la clase no es ni su extensión ni su comprehensión, sino que la clase supone siempre la clasificación. Dicho de otro modo: los mamíferos, por ejemplo, para ir a lo esencial, es lo que se excluye de los vertebrados por el rasgo unario «mama».
¿Que quiere decir esto? Quiere decir que el hecho primitivo consiste en que el rasgo unario puede faltar, que hay en primer lugar ausencia de mama y que se dice: no puede ser que la mama falta, es esto lo que constituye la clase mamífera.
Miren las cosas con rigor , es decir , abran los tratados para recorrer las mil pequeñas aporías que les ofrece la lógica formal para percibir que la única definición posible de una clase, si quieren verdaderamente asegurarle su estatuto universal en tanto constituye a la vez por un lado la posibilidad de su inexistencia, su inexistencia posible con esta clase. Puesto que ustedes pueden también válidamente, faltando a lo universal, definir la clase que no comporta ningún individuo, lo que no será menos una clase constituida universalmente con la conciliación, digo, de esta posibilidad extrema con el valor normativo de todo juicio universal en tanto que no puede más que trascender toda inferencia inductiva proveniente de la experiencia.
Es ese el sentido del pequeño cuadrante que les había representado a propósito de la clase a constituir entre las otras, a saber el trazo vertical.
El sujeto constituye en primer lugar la ausencia de trazo, como tal el minino es el cuarto de cuadrante superior derecho. El zoólogo, si me permiten ir tan lejos, no talla la clase de los mamíferos en la totalidad asumida de la mama materna; como desprende la mama, puede identificar la ausencia de mama. El sujeto cono tal es menos uno. A partir del rasgo unario como excluido, él decreta que hay una clase donde universalmente no quede haber ausencia de mama: menos menos uno : – ( -1 ) .
A partir de allí todo se ordena, particularmente en los casos particulares: en el todo, hay o no hay. Una oposición contradictoria se establece en diagonal, y es la única verdadera contradicción que subsiste en el nivel del establecimiento de la dialéctica universal- particular, negativa- afirmativa, por el rasgo unario.
Entonces todo se ordena en el montón , el nivel inferior, hay o no hay, y esto no puede existir sino en la medida en que está constituido por la exclusión del trazo en estado de todo o de lo que vale como todo en el piso superior.
Es entonces el sujeto, como se podía esperar, el que introduce la privación y por el acto de enunciación qué se formula esencialmente así: «¿podría ser que (no) haya mama?» («se pourrait-il qu’ il n’ y ait mamme ?») – ne (no) que no es negativo, ne que es estrictamente de la misma naturaleza de lo que se llama expletivo en la gramática francesa – «se pourrait-il qu’ il n’ y ait mamme? Pas possible, rien peut-être» («¿podría ser que (no) haya mama? No es posible, nada quizás» ). Está allí el comienzo de toda enunciación del sujeto concerniente a lo real.
En el primer blanco del círculo se trata de preservar los derechos de la nada, arriba, porque; es él el que crea, abajo, el quizás, es decir la posibilidad. Lejos de que se pueda decir como un axioma que todo real es posible —y está ahí el error asombroso de toda la deducción abstracta de lo trascendental—, no es sino a partir de lo no posible que lo real toma lugar.
Lo que el sujeto busca, es ese real en tanto justamente no posible; es la excepción, y ese real existe seguramente. Lo que se puede decir es que no hay justamente sino el no posible en el origen de toda enunciación. Pero se ve que es del enunciado de la nada que parte. Para decirlo todo, esto está ya reasegurado, esclarecido, en mi triple enuneración: privación: frustración, castración, tal como anuncié que lo desarrollaríamos el otro día, y algunos se inquietan de que no den lugar a la Verwerfung: está allí antes, pero es imposible partir de allí de una manera deducible. Decir que el sujeto se constituye primeramente como menos uno es algo en lo que pueden ver que efectivamente , como se puede esperar, es como verworfwen que vamos a encontrarlo, pero, para percibir que esto es verdad va a ser necesario hacer un gran rodeo. Es lo que voy a intentar esbozar ahora.
Para hacerlo, es necesario que devele la batería anunciada —lo que no se hace siempre sin temblor, imagínenlo- y que saque una de mis rodeos preparado sin duda largamente. Quiero decir que si buscan en el Informe de Roma encontrarán ya su lugar puntualizado en alguna parte. Hablo de la estructura del sujeto como la de un anillo. Más tarde, quiero decir el año pasado, y a propósito de Platón —y lo ven siempre, no sin relación con lo que agito por el momento, a saber la clase inclusiva— han visto todas las reservas que creí deber introducir a propósito de los diferentes mitos del Banquete, tan íntimamente ligados en el pensamiento platónico concerniente a la función de la esfera.
La esfera, este objeto obtuso, si puedo decir: basta mirarla para verlo. Tal vez sea una buena forma, pero qué tonta! Es cosmológica, por supuesto. Se supone que la naturaleza nos muestra muchas, no tantas cuando se mira de cerca; y apreciamos las que ella nos muestra. Ejemplo: la luna que sería sin embargo de un uso mucho mejor si la tomáramos como ejemplo de un objeto unario. Pero dejemos esto de lado.
Esta nostalgia de la esfera que nos hace con un pasear por la biología misma, esta metáfora del Welt innen et um, he ahí lo que constituiría al organismo.
Es totalmente satisfactorio pensar que en el organismo, para definirlo, tengamos que satisfacernos con la correspondencia, la coaptación de este innen y de este um. Sin duda, hay allí una visión profunda; pues está allí en efecto el problema, y sólo en el nivel en que nos encontramos que no es el del biólogo, sino el del analista del sujeto.
¿Qué hace el Welt allí? Es lo que pregunto. En todo caso, ya que es necesario que nos liberemos al pasar de no sé qué honor a los biólogos, preguntaría por qué, si es verdad que la imagen esférica debe considerarse como radical, que se pregunten entonces por qué esta blástula no tiene término sino se gastrula, y que habiéndose gastrulado no está contenta sino cuando hubo redoblado su orificio entomático por otro, a saber, por un agujero del culo. Y por qué en un cierto estadio del sistema nervioso se presenta como una trompeta abierta por los dos extremos al exterior; sin duda esto se cierra, está incluso perfectamente cerrado, lo que no debe desalentarlo, cono ustedes verán, porque abandonaré inmediatamente esta vía llamada de la naturaleza Wissenchaft.
No es esto lo que me interesa en este momento, y estoy decidido a llevar la cuestión a otra parte, aún si debo parecer meterme para esto —hay que decirlo— en mi toro.
Pues es del toro que voy a hablarles hoy. Abro deliberadamente, como ustedes lo ven, a partir de hoy, la era de los presentimientos. En cierta época querría encarar las cosas en su doble aspecto del con y sin razón, y muchas otras cosas aún que les son ofrecidas.
Intentemos ahora aclarar lo que voy a decirles.
Un toro —pienso que saben lo que es— voy a hacer de él una figura grosera. Es algo con lo que se juega cuando es de goma, es cómodo, un toro se deforma, es redondo, pleno, para el geómetra es una figura de revoluciones engendrada por la revolución de una circunferencia alrededor de un eje situado en su plano; la circunferencia gira; finalmente ustedes son rodeados por el toro, creo incluso que esto ha sido llamado el hula-hula.
Lo que querría subrayar es que el toro, hablo en el sentido geométrico estricto del término, es decir que según la definición geométrica, es una superficie de revolución, la superficie de revolución de ese círculo alrededor de un eje, y lo que se engendra es una superficie cerrada.
Esto es importante porque retoma algo que les he anunciado en una conferencia fuera de curso en relación a lo que les digo aquí, pero a la que me referí después, a saber sobre el acento que pongo sobre la superficie en la función del sujeto.
En nuestra época, está de moda encarar montones de espacios con multitudes de dimensiones. Debo decirles que desde el punto de vista de la reflexión matemática, esto exige que no se lo crea sin reservas.
Los filósofos, los buenos, los que arrastran tras de sí un fuerte olor a tiza como Alain, les dirán que desde el punto de vista que les avanzaba hace un rato, el punto de vista de lo real, es totalmente claro que la tercera distinción es absolutamente sospechosa. En todo caso, para el sujeto, dos son suficientes, créanme .
Esto explica mis reservas sobre el término «psicología de las profundidades» y no nos impedirá dar un sentido a este término.
En todo caso para el sujeto tal como voy a definirlo, díganse que este ser infinitamente plano que, pienso, hacia a la felicidad de vuestras clases de matemáticas cuando estaban en filosofía: «El sujeto infinitamente plano …» decía el profesor, como la clase era bullanguera, yo mismo lo era, no todo se entendía; y bien, es aquí que vamos a avanzar en el sujeto infinitamente plano tal como podemos concebirlo, si queremos dar su verdadero valor al hecho de la identificación tal como Freud nos la promueve. Y esto tendrá aún muchas ventajas, ustedes lo verán.
Pues, finalmente, si les ruego aquí referirse expresamente a la superficie, es por las propiedades topológicas que estará en medida de mostrarles.
Es una buena superficie, ustedes lo ven, ya que preserva, diría, necesariamente, no podría ser la superficie que es si no hubiera un interior. En consecuencia, tranquilícense, o los sustraigo al volúmen; ni a lo sólido, ni a ese complemento de espacio que seguramente necesitan para respirar. Simplernente les ruego observar que si no se prohíben entrar en este interior, si no consideran que mi modelo esté realizado para servir a nivel de las propiedades de la superficie solamente, ustedes van, si puedo decir, a perder su sal, pues la ventaja de esta superficie reside enteramente en lo que voy a mostrar de su tonología, en lo que aporta de original tonológicamente. en relación por ejemplo a la esfera o al plano; y si se ponen a trenzar cosas en su interior, llevar lineas de un lado al otro de esta superficie, quiero decir que ella aparenta oponerse a si misma, ustedes perderían sus propiedades topológicas.
De esas propiedades topológicas, ustedes van a ver el nervio, la pimienta y la sal. Consisten esencialmente en una palabra soporte que me permití introducir bajo la forma de una adivinanza en la conferencia de la que hablaba hace un rato; y esa palabra cuyo verdadero sentido no podía aparecérceles en ese momento, es el lazo (lacs).
Ustedes, ven que a medida que se avanza reino sobre mis palabras durante un cierto tiempo. Los he timpanizado con la laguna (lacune), ahora laguna (lacune) se reduce a lacs (lagos, lazo)
El toro tiene la considerable ventaja sobre la superficie, de todos modos de buen gusto, que se llama la esfera, o muy simplemente el plano, de no ser en absoluto Umwelt -en cuanto a los lazos cualesquiera sean lacs es lacis que ustedes pueden trazar en su superficie.
Dicho de otro modo, ustedes pueden hacer un circulito sobre un toro como sobre cualquier otra superficie; y después, como se dice, por encogimientos progresivos reducirlo a nada, a un punto. Observen que cualquiera sea el lacs que ustedes sitúen así en un plano o en la superficie de una esfera, será siempre posible reducirlo a un punto; y si es cierto, como nos dice Kant que hay una estética transcendental, lo creo: simplemente creo que la suya no es la correcta porque justamente es una estética trascendental de un espacio que no es uno en primer lugar; y segundo, todo reposa allí en la posibilidad de la reducción de cualquier cosa que esté trazada en la superficie que carácteriza esta estética de manera de poder reducirse a un punto, de manera que la totalidad de la inclusión que define un círculo pueda reducirse a la unidad evanescente de un punto cualquiera alrededor del cual él se recoge, de un mundo cuya estética es tal que, al poderse replegar todo sobre todo, se cree siempre que se puede tener el todo en la palma de la mano; dicho de otro modo, que se dibuje lo que se dibuje, se está en condición de producir allí esta especie de colapso, que cuando se trata de significancia, se llamará la tautología. Todo entrando en todo, consecuentemente el problema se plantea: ¿cómo puede ocurrir que con construcciónes puramente analíticas se pueda llegar a desarrollar un edificio que compite tan bien con lo real como las matemáticas?
Propongo se admita que de una manera que sin duda comporta un recelo, algo oculto que va a ser necesario referir, reencontrar donde está, se plantea que hay una estructura topológica de la que se va a intentar mostrar en qué es necesariamente la del sujeto, la cual comporta que haya algunos de sus lacs que no pueden ser reducidos. Es todo el interés del modelo de mi toro.
Es que como lo ven, con sólo mirarlo hay sobre este toro un cierto número de círculos trazables; aquel, en la medida en que se cerraría, lo llamaré, por una cuestión de denominación, círculo pleno. Ninguna hipótesis sobre lo que hay en su interior, simple etiqueta que creo, Dios mío, no peor que otra, habiendo considerado bien todo. Lo he largamente examinado hablando de ello con mi hijo engendrante, ¡pero sólo Dios sabe a dónde puede llevarnos eso!
Supongamos que toda enunciación de los métodos que se llaman sintéticos —porque uno se asombra especialmente de qué, aunque se los pueda enunciar a priori, dan la impresión, no se sabe dónde, no se sabe qué, de contener algo, y es eso lo que se llama intuición, y se busca su fundamento estético, trascendental entonces que toda enunciación sintética —hay allí un cierto número al principio del sujeto, y para constituirlo, y bien, se desarrolla según uno de esos círculos, llamado círculo pleno, y es eso lo que nos da la mejor imagen de lo que en el broche de esta enunciación es serie irreductible.
No voy a limitarme a esta simple ocurrencia, porque habría podido contentarme con tomar un cilindro infinito pues si esto se detuviera allí, no iría muy lejos. Metáfora intuitiva, pongamos geométrica. Cada uno sabe la importancia que en toda la batalla entre matemáticos no hace estragos sino en torno a elementos de esta especie. Poincaré y otros sostienen que hay un elemento intuitivo irreductible, y toda la escuela de los axiomáticos pretende que podamos formalizar enteramente a partir de axiomas, de definiciones y de elementos, todo el desarrollo de las matemáticas, es decir, arrancarla a toda intuición topológica. Felizmente Poincaré percibe que la topología, ahí se encuentra la esencia del elemento intuitivo, y que no se puede resolverlo, y diría aún más: por fuera de la intuición no se puede hacer esta ciencia llamada topología, no se puede comenzar a articularla porque es una gran ciencia.
Hay grandes primeras verdades ligadas en torno a esta construcción del toro y les voy hacer evidenciar algo: sobre una esfera o sobre un plano, ustedes saben que se puede dibujar cualquier mapa, por complicado que sea, denominado geográfico, y que bastan cuatro colores para colorear sus territorios de manera tal que impida confundir a ninguno con su vecino
Si ustedes encuentran una buena demostración de esta verdad verdaderaramente primera, podrán aportarla a quien corresponda porque se les otorgará un premio, no habiendo sido hallada aún al día de hoy la demostración.
En el toro, no es experimentalmente que lo verán ustedes, pero se demuestra: para resolver el mismo problema, son necesarios siete colores, dicho de otro modo, sobre el toro ustedes puede con la punta de un lápiz definir hasta siete dominios, pero ninguno más siendo definido cada uno como teniendo una frontera común con los otros. lo que es decirles que si tienen un poco de imaginación, ustedes dibujarán esos territorios hexagonalrnente, para verlos con claridad.
Es fácil mostrar que se pueden dibujar sobre el toro siete hexágonos y ninguno más teniendo cada uno una frontera común con todos los otros. Esto —me disculpo— es para darle un poco de consistencia a mi objeto. Este toro no es una burbuja, no es un soplido; ustedes ven cómo se puede hablar de él, aunque enteramente, como se dice en la filosofía clásica, como construcción del espíritu tiene toda la resistencia de un real. ¿Siete dominios? Para la mayor parte de ustedes: no es posible. Mientras no se los haya mostrado, están en derecho de oponerme ese no es posible; ¿por qué no seis, por qué no ocho ?
Continuemos. No es sólo este boucle lo que nos interesa como irreductible hay otros que pueden dibujarse en la superficie del toro, entre los cuales el más pequeño es el que podemos los vacíos.
Den a vuelta a ese agujero. Se pueden hacer muchas cosas, lo que es seguro es que aparentemente esencial; ahora que está allí ustedes pueden desinflar vuestro toro, como un globo y guardarlo en vuestro bolsillo, ya que no pertenece a la naturaleza de este toro ser siempre perfectamente redondo, perfectamente igual; lo que es importante es esta estructura agujereada. Ustedes pueden volverlo a inflar cuando tengan necesidad de hacerlo, pero puede como la pequeña jirafa de Juanito que hacía un nudo con su cuello.
Hay algo que quiero mostrarles enseguida. Si es verdad que la enunciación sintética en tanto se mantiene en una de las vueltas, en la repetición de este uno, no crean que esto vaya a ser fácil de ilustrar. No tengo más que continuar lo que les había dibujado inicialmente en pleno, después en puntillado, lo que va hacer bobina:
He ahí entonces la serie de vueltas que en la repetición una hacen que lo que vuelve es lo que carácteriza al sujeto primario en su relación significante de automatismo, de repetición. ¿Porqué no llevar el embobinamiento hasta el extremo, hasta que esta pequeña serpiente de bobina se muerda la cola? No es una imagen que deba estudiarse como analista, que existe bajo la pluma de Jones.
¿Qué pasa al final de este circuito? Esto se cierra; encontramos allí por otra parte la posibilidad de conciliar lo que hay de supuesto, le implicado, y de ultimo retorno en el sentido de la naturaleza: Wissenschaft con lo que les subrayo y que concierne a la función necesariamente unaria del todo.
Eso no les aparece aquí tal como se los represento. Pero ya allí en el comienzo y en la medida en que el sujeto recorre la sucesión de vueltas, necesariamente se engañó, se equivocó por uno en su cuenta, y vemos aquí reaparecer el menos uno (- 1) inconsciente en su función constitutiva. Y esto por la simple razón de que no puede contar la vuelta, es él el que la hizo al dar la vuelta el toro, y voy a ilustrarselos de que manera importante con lo que es de naturaleza a introducirlos en la función que vamos a dar a los dos; tipos de acto irreductible, los que son círculos plenos y los que son círculos vacíos, en los que ustedes adivinan que el segundo debe tener relación con la función del deseo. Pues, en relación a estas vueltas que se suceden, sucesión de círculos plenos deben percibir que los círculos vacíos que están de alguna manera tomados en los anillos de estos boucles y que unen entre ellos todos los círculos de la demanda debe haber algo que tenga relación con el pequeño objeto de la metonimia en tanto el es este objeto. No dije que sea el deseo lo que está simbolizado por estos círculos, sino el objeto como tal que se opone al deseo.
Esto para mostrarles la dirección en la que avanzaremos a continuación . No es más que un pequeño comienzo. El punto sobre el que voy a concluir para que sientan que no hay artificio en esta especie de vuelta salteada que aparento hacer pasar como por un escamoteo, voy a mostrárselo antes de dejarlos. Quiero mostrárselos antes de dejarlos a propósito de una sola vuelta sobre el círculo pleno; podríamos mostrárselos haciendo un dibujo en el pizarrón. Puedo trazar un círculo de tal manera que esté listo para recorrer el pleno del toro. Va a pasearse por el exterior del agujero central y después vuelve por el otro lado.
Una manera mejor de hacérselos sentir: tomen al toro y un par de tijeras, córtenlos siguiendo un círculo pleno; helo ahí desplegado como una morcilla abierta en las dos puntas retomen las tijeras y córtenlo a lo largo, puede abrirse completamente y extenderse: es una superficie equivalente a la del toro. Es suficiente para esto que la definamos de tal manera que cada uno de sus bordes opuestos tenga una equivalencia que implique la continuidad con un punto del borde opuesto.
Lo que acabo de dibujarles sobre el toro desplegado se proyecta así: he ahí cómo algo que no es más que un sólo lazo va a presentarse sobre el toro convenientemente cortado por esos dos tijeretazos; y este trazo oblicuo define lo que podemos denominar una tercera especie de círculo, que es justamente el círculo que nos interesa en lo que concierne a esta especie de propiedad posible que trato de articular como estructural del sujeto; aún cuando no haya hecho más que una sola vuelta, ha hecho no obstante dos, es decir la vuelta del círculo pleno del toro y al mismo tiempo la vuelta del círculo vacío, y como tal esta vuelta que falta en la cuenta es justamente lo que el sujeto incluye en las necesidades de su propia superficie por ser infinitamente chato, lo que la subjetividad no sabría aprehender sino por un desvío: el desvío del Otro. Esto, para mostrarles cómo se puede imaginarlo de una manera particularmente ejemplar gracias a este artificio topológico, al que, no lo duden, acuerdo un poco más de peso que el de solamente un artificio. Asimismo, y por la misma razón, pues es lo mismo que al responder a una pregunta que me habían hecho concerniente a la raíz de menos uno tal como la introduje en la función del sujeto: «Al articular la cosa así, se me preguntaba, ¿entiende usted manifestar otra cosa que una pura y simple simbolización reemplazable por cualquier otra cosa, o es algo que atañe más radicalmente a la esencia misma del sujeto?«. Si, dije. :Es en este sentido que hay que entender lo que articulé ante ustedes y es lo que me propongo continuar desarrollando bajo la forma del toro.