La enseñanza por la que los conduzco está dirigida por los caminos de nuestra experiencia. Puede parecer excesivo, incluso enojoso que estos caminos susciten en mi enseñanza una forma de desvíos inusitados que a ese titulo pueden, hablando con propiedad, parecer exhorbitantes. Se los ahorro en la medica en que puedo. Quiero decir que a través de ejemplos anudados lo más próximamente posible de nuestra experiencia, dibujo una especie de reducción, si se puede decir, de esos caminos necesarios.
No deben sin embargo asombrarse de que estén implicados en nuestra explicación de los campos, dominios tales como por ejemplo este año el de la topología, si de hecho los caminos que tenemos que recorrer son los que al poner en cuestión un orden tan fundamental como la constitución más radical del sujeto como tal afectan por ese hecho todo lo que se podría denominar una especie de revisión de la ciencia. Por ejemplo esta suposición radical que es la nuestra, que coloca al sujeto en su constitución en la dependencia, en una posición: segunda en relación al significante, que hace del sujeto como tal un efecto de: significante, lo que no puede dejar de resurgir de nuestra experiencia por encarnada que esté en los dominios más abstractos del pensamiento. Y creo no forzar nada si digo que lo que elaboramos aquí podría interesar en el más alto grado al matemático. Como se constataba recientemente por ejemplo al mirar suficientemente cerca, creo, en una teoría que para el matemático, al menos durante un tiempo, constituyó un gran problema, una teoría como la del transfinito cuyos impasses anteceden seguramente en mucho nuestra puesta en valor de la función del rasgo unario, en la medida en que esa teoría del transfinito, lo que la funda, es un retorno, una comprensión del origen del acto de contar antes del número, es decir, de aquello que antecede a toda cuenta, la comprende y la soporta, a saber la correspondencia biunívoca, trazo por trazo.
Por supuesto, estos desvíos pueden ser para mí una manera de confirmar la amplitud, el infinito y la fecundidad de lo que nos es absolutamente necesario construir, en cuanto a nosotros, a partir de nuestra experiencia. Se los ahorro.
Si es verdad que las cosas son así, que la experiencia analítica es la que nos conduce a través de los efectos encarnados de lo que es, por supuesto, desde siempre -pero cuya novedad reside solamente en el hecho de que lo percibamos- los efectos encarnados de ese hecho de la primacía del significante sobre el sujeto, no puede ser que todo tipo de tentativa de reducción de las dimensiones de nuestra experiencia al punto de vista ya constituido de lo que se denomina la ciencia psicológica, en el sentido que nadie puede negar, no puede reconocer que ella se ha constituidos obre premisas que descuidaban y con motivo, porque era eludida, esta articulación fundamental en la que ponemos el acento, de una manera más explícita este año, más precisa, más anudada, no puede ser, digo, que toda reducción desde el punto de vista de la ciencia psicológica tal como se ha constituido conservando como hipótesis un cierto número de puntos de opacidad, de puntos eludidos, de puntos de irrealidad mayor, conduzca forzosamente a formulaciones objetivamente mentirosas -no digo engañosas, digo mentirosas- falsedades que determinan algo que se manifiesta siempre en la comunicación de lo que se puede denominar una mentira encarnada.
El significante determina al sujeto, les digo, en la medida en que necesariamente es eso lo que quiere decir la experiencia analítica. Pero sigamos las consecuencias de esas premisas necesarias. Ese significante determina al sujeto. El sujeto toma una estructura; es la que intenté demostrarles este año a propósito de la identificación, es decir de algo que focaliza nuestra experiencia sobre la estructura misma del sujeto. Trato de hacerles seguir más íntimamente este vínculo del significante y la estructura subjetiva.
A lo que los conduzco bajo éstas fórmulas topológicas de las que ustedes ya han sentido que no son pura y simplemente esta referencias intuitiva a la que los ha habituado la práctica de la geometría, es a considerar que esas superficies son estructuras, y he debido decirles que esta todas estructuralmente presentes en cada uno de sus puntos, si es que debemos emplear este término punto sin reservar lo que voy a aportarles hoy.
Los he conducido por mis enunciaciones precedentes al hecho que se trata de erigir en su unidad de que el significante es corte, y ese sujeto y su estructura, se trata de hacerlo depender de esto, eso es posible en lo que les pido que admitan -y me sigan al menos por un tiempo- que el sujeto tiene la estructura de la superficie al menos definida topológicamente. Se trata entonces de comprender, y no es difícil, cómo el corte engendra la superficie. Es esto lo que he empezado a ejemplificar para ustedes el día en que, enviándoles como otros tantos volantes en no sé que juego mis superficies de Moebius, les he mostrado que esas superficies, si las cortan de una determinada manera, se convierten en otras superficies, quiero decir topológicamente definidas y materialmente comprensibles como cambiadas ya que son más superficies de Moebius por el sólo hecho de este corte mediano que han practicado, una banda un poco retorcida sobre si misma, pero de todos modos una banda, lo que se denomina una banda, como este cinturón que tengo alrededor de mi cintura. Esto para darles la idea de la posibilidad de la concepción de este engendramiento de algún modo invertido en relación a una primera evidencia. Es la superficie, pensaran ustedes, que permite el corte; y yo les digo: es el corte que nosotros podemos concebir, al tomar la perspectiva topológica, como engendrando la superficie. Y es muy importante, Pues al fin de cuentas es allí tal vez que vamos a poder alcanzar el punto de entrada, de inserción del significante en lo real, constatar en la praxis humana que es porque lo real nos presenta, si puedo decir, superficies naturales que el significante puede entrar allí.
Por supuesto uno puede advertirse haciendo esta génesis con acciones concretas como se las denomina, a fin de recordar que el hombre corta y Dios sabe que nuestra experiencia es aquélla que ha puesto en valor la importancia de esta posibilidad de cortar con un par de tijeras. Una de las imagenes fundamentales de las primeras metáforas analíticas -los dos pedacitos que saltan ante el corte de las tijeras- sirve para incitarnos a no descuidar lo que hay de concreto, de prácticos el hecho de que el hombro es un animal que se prolonga con instrumentos, y el par de tijeras está en primer plano. Uno podría entretenerse rehaciendo una historia natural: ¿qué ocurre con los pocos animales que tienen el par de tijeras en estado natural?
No es ahí que los llevo, y con razón. Adonde los llevo, «el hombre corta», es más bien en sus ecos semánticos que él se corta, como se dice, que trata de cortar. De otro modo, todo esto debe reunirse alrededor de la fórmula fundamental: «¡te la cortan!». .
Efecto de significante, el corte ha sido en un comienzo, para nosotros, en el análisis fonemático del lenguaje, esta línea temporal, más precisamente sucesiva de los significantes que les be habituado a denominar hasta el presente la cadena significante. ¿Pero qué va a ocurrir si los incito a considerar ahora la línea misma como corte original? Estas interrupciones esas invidualizaciones, esos segmentos de la línea que se denominan si ustedes quieren, fonemas en la ocasión, que por lo tanto se suponen separados del que lee antecede y del que les sigue, hacer una cadena al menos puntualmente interrumpida, esa «Geometría del mundo sensible» a la que, la última vez, los he incitado a referirse con la lectura de Jean Nicaud y la obra titulada así, ustedes verán en un capítulo central la importancia que tiene este análisis de la línea en tanto ella puede ser definida, si puedo decir, por sus propiedades intrínsecas y qué facilidad le habría dado la puesta en primer plano radical de la función del corte por la elaboración teórica que debe construir con la mayor dificultada y con contradicciónes que no son otras más que la negligencia de esta función radical. Si la línea misma es corte, cada uno de sus elementos será entornes sección de corte, y es eso en suma lo que introduce este elemento vivo, si puedo decir, del significante que he denominado el ocho interior, a saber precisamente el bucle. La línea se corta: ¿cuál es el interés de esta observación? El corte llevado a lo real manifiesta allí, en lo real, lo que es su carácterística y su función, y lo que es su carácterística y su función, y lo que él introduce en nuestra dialéctica, contrariamente al uso que se hace de que lo real es lo diverso; lo real, desde siempre, yo me he servido de esta función original para decirles que lo real es el que introduce lo mismo, o más exactamente lo real es lo que aparece siempre en el mismo lugar. ¿Qué quiere decir esto sino que la sección de corte, dicho de otro modo, el significante es lo que nosotros hemos dicho?: siempre radicalmente distinto a sí mismo A A ; A no es idéntico a A -; ninguna manera de hacer aparecer lo mismo, sino del lado de lo real. Dicho de otro modo, el corte, si puedo expresarme así, a nivel de un puro sujeto de corte, el corto no puede saber que es cerrado, que no vuelve a pasar por sí mismo, sino porque lo real, en tanteo distinto del significante, es lo mismo. En otros términos, sólo lo real lo forma. Una curva cerrada, es lo real revelado; pero como ustedes lo ven, es radicalmente necesario que el corte se recorte: si nada ya lo interrumpe inmediatamente después el trazo, el significante toma esta forma que es hablando con propiedad el corte; el corte es un trazo que se recorta, lo que no ocurre sino después de que él se forme sobre el fundamento de que, al cortarse, he reencontrado o real, lo cual es lo único que permite connotar como lo mismo, respectivamente, lo que se encuentra en el primero, y después en el segundo bucle.
Encontramos allí el nudo que nos da un recurso en el lugar de lo que constituiría la incertidumbre, el flotamiento de toda la construcción identificatoria. Lo comprenderán bien en la articulación de Jean Nicaud; consiste en lo siguiente: hay que esperar lo mismo para que el significante consista, como se lo ha creído siempre sin detenerse lo suficiente en el hecho fundamental de que el significante, para engendrar la diferencia que significa originalmente, a saber verla esta vez que les aseguro no podría repetirse, pero que obliga siempre al sujeto a reencontrarla, esta vez exige entonces, para completar su forma significante, que al menos una vez el significante se repita y esta repetición no sea ninguna otra cosa más que la forma más radical de la experiencia de la demanda.
Lo que es encarnado por el significante son todas las veces que la demanda se repite. Y si no es precisamente en vano que la demanda se repite, no habría significante, porque no hay demanda. Si ustedes tuvieran lo que la demanda encierra en su bucle, ninguna necesidad de demanda. Ninguna necesidad de demanda si la necesidad está satisfecha.
Un humorista exclamaba una vez: «Viva Polonia, señores, porque si no hubiera Polonia no habría polacos». La demanda es la Polonia del significante. Es por lo que hoy me veré llevado, parodiando este accidente de la teoría de los espacios abstractos que hace que uno de estos espacios -y hay cada vez más numerosos ten los que no me creo obligado a interesarlos- se denomino el espacio polaco, llamemos hay al significante, un significante polaco; lo que les evitará llamarlo el lazo, lo que me parecerla un peligroso alentamiento del uso que uno de mis fervientes ha creído recientemente tener que hacer del término de ¡lacanismo! Espero que al menos por el tiempo que viva, este término, manifiestamente apetecible después de mi segunda muerte, me será ahorrado. Entonces, lo que mi significante polaco está destinado a ilustrar, es la relación del significante a sí mismo, es decir, conducirnos a la relación del significante al sujeto, si es que el sujeto puede ser concebido como su efecto.
Ya he observado que aparentemente no hay más que significante, suponiéndole toda superficie donde él se inscribe. Pero este hecho está de algún modo ilustrado por todo el sistema de las Bellas Artes que esclarece algo que los introduce a interrogar la arquitectura, por ejemplo, es esta esquela que hace aparecer aquello por lo que es tan irreductiblemente engañosa al ojo, la perspectiva. Y no es por nada que he puesto también el acento, en un año en el que las preocupaciones me parecen ele jadas de preocupaciones propiamente estéticas, sobre la anamorfosis, es decir -para aquellos que no estuvieron antes- el uso de la fuga de una superficie para hacer aparece una imagen que desplegada es seguramente irreconocible, pero que desde un cierto punto de vista se unifica y se impone.
Esta singular ambigüedad de un arte sobre lo que aparece por su naturaleza poder vincularse a los plenos y a los volúmenes, a no se que completud que de hecho se revela siempre esencialmente sometida al juego de los planos y de las superficies, es algo tan importante, interesante como ver también lo que está ausente, es decir todo tipo de cosas que el uso concreto de la extensión nos ofrece; por ejemplo los nudos – totalmente concretamente imaginables de realizar en una arquitectura de subterráneos como tal vez la evolución del tiempo nos haga conocer. Pero queda claro que nunca una arquitectura ha pescado en componerse alrededor de un ordenamiento de los elementos, de las piezas y las comunicaciones, Incluso loa pasillos, como algo que, en el interior de sí mismo, produciría nudos. ¿Y por qué no, sin embargo? Es por lo que nuestra observación de que no hay significante más que suponiéndole. Una superficie, se invierte en nuestra síntesis que va a buscar su nudo más radical en el hecho de que el corte dirige, engendra la superficie, es él el que da, con sus variedades su razón constituyente.
Es así que nosotros podemos aprehender, homologar esa primera relación de la demanda a la constitución del sujeto en tanto que esas repeticiones, esos retornos en la forma del toro, esos bucles que se renuevan haciendo lo que para nosotros, en el espacio ilustrado del toro, se presenta como su contorno, ese retorno a su origen nos permite estructurar, ejemplificar de una manera mayor un cierto tipo de relaciones del significante al sujeto que nos permite situar en su oposición la función D de la demanda y la función a de objeto a, el objeto del deseo; D, la escanción de la demanda.
Ustedes han podido observar que, en el grafo, tienen los símbolos siguientes: s(A) ; en el piso superior S(A/) [A mayúscula barrada], $ corte de D; en los pisos intermediarlos: i(a), m, y del otro lado, $ corte de a, el fantasma … En ninguna parte ven conjugados D y a. ¿Que traduce eso? ¿Qué refleja eso? ¿Qué soporta eso? primer lugar, soporta lo siguiente: lo que ustedes encuentran por el contrario es $ corte de D, y que esos elementos del tesoro significante en el piso de la enunciación les enseñó a reconocerlo, lo que denomina Trieb, la pulsión. Es así, que se los formaliza la primera modificación de lo real en sujeto bajo el efecto de la demanda, es la pulsión. Y si , en la pulsión, no hubiera ya ese efecto de la demanda, ese efecto de significante, ésta no podría articularse en un esquema tan manifiestamente gramatical -hago expresamente alusión al hecho de que supongo a todo el mundo canchero en mis análisis anteriores; en cuanto a los otros, los remito al artículo «Trieb Und Trebschicksale», lo que se traduce extrañamente aquí por avatares de las pulsiones sin duda por una especie de referencia confusa a los efectos que la lectura de un texto semejante produce sobre la primera obtusión de la referencia psicológica.
La aplicación del significante -que denominamos hoy para divertirnos, el significante polaco- a la superficie del toro, la ven aquí: es la forma más simple de lo que puede producirse de una manera infinitamente enriquecida por una serie de contornos embobinados, la bobina, hablando con propiedad, la del dinamo, en la medida su que en el curso de esta repetición la vuelta se hace alrededor del agujero central. Pero en la forma en la que ustedes la ven dibujada aquí, la más simple, esta vuelta es hecha igualmente -lo subrayo-, este corte es el corte simple -de tal modo que eso no se recorta. Para ilustrar las cosas: en el espacio real, el que ustedes pueden visualizar, ustedes la ven hasta aquí, asta superficie representada hacia ustedes, esta cara del toro hacia ustedes, desaparece enseguida sobre la otra cara -por eso está en línea de puntos- para volver de este otro lado.
Un corte semejante, no aprehende, si puedo decir, absolutamente nada. Practíquenla en una cámara de aire, verán finalmente la cámara abierta de una cierta manera, transformada en una superficie retorcida dos veces sobre si misma, pero no cortada en dos. Hace aprehensible, si puedo decir, una manera significante y preconceptual, pero que no deja de carácterizar una especie de aprehensión a su manera, de lo radical de la fuga, si se puede decir, la ausencia de algún acceso de aprehensión en el lugar de su objeto en el nivel de la demanda. Puesto que si hemos definido la demanda por el hecho de que se: repite y de que no se repite sino en función del vacío interior que ella ciñe, ese vacío que la sostiene y la constituye, ese vacío que no comporta -se los señalo al pasar- ningún juego de algún modo ético ni complacientemente pesimista, como si hubiera un pero que supere lo ordinario del sujeto, es simplemente una necesidad de lógica abecedaria, si puedo decir, toda satisfacción asequible, que se la sitúe del lado del sujeto o del lado del objeto, hace falta en demanda. Simplemente, para que la demanda sea demanda, a saber que se repite como significante, es necesario que sea defraudada; Si no lo fuera, no habría soporte de la demanda.
Pero este vacío es distinto de lo que está en juego en lo que concierne el a, el objeto del deseo. El advenimiento constituído por la repetición, el advenimiento metonímico, lo que desliza, es evocado por el deslizamiento mismo de la repetición de la demanda; a, el objeto del! deseo, no podría de ningún modo ser evocado en ese vacío ceñido aquí por el bucle de la demanda. Debe ser situado en ese agujero que denominaremos la nada fundamental para distinguirlo del vacío de la demanda, la nada dónde es llamado el advenimiento del objeto del deseo. Lo que se trata de formalizar para nosotros, con loe elementos que les aporto, es lo que permite situar en el fantasma la relación del sujeto como $, sujeto informado por la demanda, con ese a. Mientras que en el nivel de la estructura significante que les demuestro en el toro, en la medida en que el corte la crea en esta forma, esa relación es una relación opuesta. El vacío que sostiene la demanda no es la nada del objeto que ciñe como objeto del deseo, es esto, que está destinado a ilustrar para ustedes esta referencia al toro.
Si no fuera más que eso lo que pueden extraer, serían demasiados esfuerzos para un resultado magro. Pero como pueden verlo, hay muchas más cosas que obtener. En efecto, para ir rápido y por supuesto sin hacerles atravesar los diferentes marchas de la deducción topológica que les muestran la necesidad interna que dirige la construcción que voy a darles ahora, voy a mostrarles que el toro permite algo que seguramente ustedes podrán ver que el cross-cap no permite.
Pienso que las personas menos inclinadas a la, imaginación ven de qué se trata a través de los rollos topológicos. Al menos metafóricamente, el término de cadena que implica concatenación ya ha entrado suficientemente en el lenguaje para que no nos detengamos. El toro, por su estructura topológica, implica lo que podremos denominar un complementario, un otro toro que puede venir a concatenarse con él.
Supongámoslos como absolutamente conformes con lo que les ruego conceptualicen en el uso de esas superficies, a saber que no son métricas, que no son rígidas, digamos que no están en cápsula. Si toman uno de esos anillos con los que se juega al juego de ese nombre, pueden constatar que si los empuñan de una manera firme y fija por su contorno y si hacen girar sobre sí mismo el cuerpo de lo que ha permanecido libre, obtendrán muy fácilmente y de la misma manera que si se sirvieran de un junco curvado, torciéndolo así sobre sí mismo, lo harán regresar a su posición primera sin que la torsión sea de alguna manera inscripta en su substancia. Simplemente volverá a su punto primitivo. Pueden imaginar que, por una torsión que sería ésta entonces, uno de los toros sobre el otro, procediéramos a lo que se puede denominar un calco de cualquier cosa que estuviera ya inscripta en el primero al que denominaremos 1, y pongamos que se trata de lo que les ruego traten simplemente de referir al primer toro: esta curva, en tanto que no sólo engloba el espesor del toro y que, no solamente engloba el espacio del agujero, sino que lo atraviesa, lo que es la condición que puede permitirle englobar a la vez los dos vacíos, las nadas, lo que está aquí en el espesor del toro y lo que está aquí en el centro del nudo.
Se demuestra -los dispenso de la demostración que sería larga y demandaría esfuerzo- que procediendo de ese modo lo que aparecerá en el segundo toro será una curva superponible a la primera si se superponen los dos toros. ¿Que quiere decir eso? En primer lugar que ellas podrían no ser superponibles. He aquí dos curvas:
Aparentan estar hechas del mismo modo: son sin embargo irreductiblemente no superponibles. Lo que implica que el toro a pesar do su apariencia simétrica, comporta posibilidades de poner en evidencia por el corte, uno de esos efectos de torsión que permite lo que llamaría la disimetría radical, aquélla de la que ustedes saben que la presencia en la naturaleza es un problema para toda formalización, la que hace que los caracoles tengan en principio un sentido de rotación que hace de aquéllos que tienen el sentido contrario una gran excepción. Un montón de fenómenos son de este orden, hasta incluso los fenómenos químicos que se traducen en los efectos llamados de polarización. Hay entonces estructuralmente superficies -cuya disimetría es electiva y que comportan la importancia del sentido de rotación dextrógiro o levógiro. Verán más tarde la importancia que esto tiene. Sepan solamente que el fenómeno, si se puede decir, do traslado por calco de lo que se produce de componente, de englobante del bucle de la demanda con el bucle del objeto central, esa relación en la superficie del otro toro, de la que ustedes siente que va a permitirnos simbolizar la relación del sujeto al Otro, dará dos líneas que, en relación a la estructura del toro, son superponibles.
Les pido excusas por hacerles seguir un camino que puede parecerles árido, es necesario que les haga sentir los pasos para mostrarles lo que podemos obtener.
¿Cuál es la razón de todo esto? Se lo ve muy bien a nivel de los polígonos llamados fundamentales. Ese polígono descripto así, supongan su calco enfrente, el que se inscribe así. La línea de la que se trata en el polígono se proyecta aquí, como una oblícua y se prolongará del otro lado, sobre el calco, invertida. Pero deben percibir que al hacer bascular 90° este polígono fundamental reproducirán exactamente, incluida la dirección de las flechas, la figura de éste, y que la línea oblicua estará en el mismo sentido, representando esta báscula exactamente la composición complementarla de uno de los toros con el otro.
Hagan ahora sobre el toro, ya no esta línea simple, sino la curva repetida cuya función les enseñé hace un rato. ¿Ocurre lo mismo? Les ahorro las dudas. Después de calcarlo, lo que obtendrán se simboliza como sigue:
¿Qué quiere decir eso? Quiere decir, en nuestra transposición significada, en nuestra experiencia, que la demanda del sujeto en tanto se repite dos veces aquí, invierte sus relaciones : D y a, demanda y objeto en el nivel del Otro, que la demanda del sujeto corresponde al objeto a del Otro, que el objeto a del sujeto deviene la demanda del Otro.
Esa relación de inversión es esencialmente la forma más radical que podamos dar a lo que ocurre en el neurótico: lo que el neurótico pretende como objeto, a la demanda del Otro: lo que el neurótico pide cuando demanda de aprehender a, el inasible objeto de su deseo es a, el objeto del Otro.
El acento está puesto diferentemente según las dos verticales de la neurosis. Para el obsesivo, el acento está puesto sobre la demanda del Otro, tomado como objeto de su deseos para el histérico el acento está puesto sobre el objeto del Otro, tomado como soporte de su demanda.
Tendremos que entrar en el detalle de lo que esto implica, en la medida en que lo que está en juego para nosotros no es aquí ninguna otra cosa que el acceso a la naturaleza de ese a. La naturaleza de a, no la comprenderemos más que cuando hayamos elucidado estructuralmente por la misma vía la relación de $ a a, es decir el soporte topológico que podemos dar al fantasma. Digamos para comenzar a esclarecer este camino, que a, el objeto del fantasma, a, el objeto del deseo, no tiene imagen y que el impasse del fantasma del neurótico es que, en su búsqueda de a, el objeto del deseo, encuentra i de a. Tal es el origen de donde parte toda la dialéctica a la cual, desde el comienzo de mi enseñanza, les introduzco, a saber que la imagen especular, la comprensión de la imagen especular, se sostiene de esto de lo que me asombro que nadie haya pensado en glosar la función que le doy; la imagen especular es un error, no es simplemente una ilusión, un señuelo de la Gestalt cautivante cuya agresividad ha marcado el acento, es profundamente un error en tanto el sujeto se desconoce allí si me permiten la expresión, en tanto que origen del yo y su desconocimiento fundamental están aquí reunidas en l’ortographe (equivocación – ortografía); y en la medida en que el sujeto se engaña, cree que tiene frente a sí a su imagen; si supiera verse, si supiera, lo que es la simple verdad, que no hay más que las relaciones más deformes de ningún modo identificables, entre su lado derecho y su lado izquierdo, no soñaría en identificarse a su imagen en el espejo. Cuando gracias a los efectos de la bomba atómica tengamos sujetos con una oreja derecha grande como una oreja de elefante, y en el lugar de la oreja izquierda usa oreja de asno, quizás las relaciones a la imagen especular estarán mejor autentificados. De hecho, muchas otras condiciones más accesibles y también más interesantes estarla a nuestro alcance. Supongamos otro animal, la grulla, con un ojo de cada lado del cráneo. Parece una montaña el saber cómo pueden componerse los planos de visión de los dos ojos en un animal que tiene los ojos dispuestos así. No se ve por que eso plantee más dificultades que para nosotros simplemente, para que la grulla tenga un atisbo de sus imagenes, habrá que ponerle dos espejos, y no correrá el riesgo de confundir su imagen izquierda con su imagen derecha .
Esta función de la imagen especular en tanto se refiere al desconocimiento de lo que hace un rato denominé la disimetría más radical, es ella misma la que explica la función del yo en el neurótico. No es porque tenga un yo más o menos retorcido que el neurótico este. subjetivamente en la posición critica que es la suya, está en esa posición critica en razón de una posibilidad estructurante radical de identificar su demanda con el objeto del deseo del Otro o de identiticar su objeto con la demanda del Otro; forma propiamente engañosa del efecto del significante sobre el sujeto, aún cuando la salida sea posible, precisamente cuando, la próxima vez, les mostraré cómo en otra referencia al corte, el sujeto en tanto estructurado por el significante puede devenir el corte a mismo. Pero es justamente aquello a lo que el fantasma del neurótico no accede porque busca las vías y los caminos por un pasaje erróneo. No que el neurótico no sepa distinguir bien, como todo sujeto digno de ese nombre i(a) de a, ya que no tienen en absoluto el mismo valor, lo que el neurótico busca, y no sin fundamentos es llegar a a por i(a) . La vía en la que se empecina el neurótico y esto es sensible al análisis de su fantasma, es la de llegar a a, destruyendo i(a) o fijándolo.
Dije en primer lugar destruyéndolo, porque es lo más ejemplar. Es el fantasma del obsesivo en tanto toma la forma del fantasma sádico y no lo es. El fantasea sádico, como loa comentadores fenomenologistas dejan un instante de apoyarlo con todo el exceso de desbordes que les permite fijarse para siempre en el ridículo, el fantasma sádico es supuestamente la destrucción del Otro. Y como los fenomenologistas no son -¡que se embromen!- auténticos sádicos sino simplemente tienen el acceso más común a las perspectivas de la neurosis, encuentran en efecto todas las apariencias para sostener semejante explicación. Basta con tomar un texto sadista, o sádico, para que eso sea refutado, no sólo el objeto del fantasma sádico no es destruido, sino que es literalmente resistente a toda prueba, como lo he subrayado varias veces.
Sobre el sentido del fantasma propiamente sádico, entiendan que no pretendo ni siquiera entrar aún, como probablemente podría hacerlo la próxima vez. Lo que quiero solamente puntualizar aquí es que lo que se podría denominar la impotencia del fantasma sádico en el neurótico reposa enteramente sobre lo siguiente: es que en efecto hay propósito destructivo en el fantasma del obsesivo, pero este fin destructivo, como acabo de analizarlo, sierre el sentido no de la destrucción del Otro, objeto del deseo, sino de la destrucción de la imagen del Otro en el sentido en que se las sitúo aquí, a saber que justamente, no es la imagen del otro porque el otro, a, objeto del deseo, como se los mostré la última vez, no tiene imagen especular. Es eso una proposición, estoy de acuerdo, un poco abusiva.
La considero no sólo enteramente demostrable sino esencial para comprender lo que ocurre en lo que denominaré el extravío de la función del fantasma en el neurótico. Pues, que la destruya o no de una manera simbólica o imaginaria, esta imagen i(a), no es sin embargo eso lo que nunca le hará autenticar al neurótico por ningún corte subjetivo el objeto de su deseo, por la simple razón de que lo que él se propone destruir o soportar -i(a)- no tiene-relación por la única razón de la disimetría fundamental de i, el soporte, con a, que no la tolera. A lo que lleva por otra parte el neurótico efectivamente es a la destrucción del deseo del otro. Y es por eso que está irremediablemente extraviado en la realización del suyo.
Pero lo que lo explica es lo siguiente, a saber que lo que hace al neurótico simbolizar algo en esta vía que es la suya, apuntar en el fantasma a la imagen especular, es explicado por lo que aquí les materializo: la disimetría aparecida en la relación de la demanda y del objeto en el sujeto en relación a la demanda y al objeto a nivel del Otro, disimetría que no aparece más que a partir del momento en el que hay, hablando con propiedad, demanda, es decir, dos vueltas, si puedo expresarme así, del significante y parece expresar una disimetría de la misma naturaleza que la que as soportada por la imagen especular; tienen una naturaleza que como lo ven, está suficientemente ilustrada topológicamente ya que aquí la disimetría que denominaríamos especular seria ésta con ésta:
Es por esta confusión por la que dos disimetrías diferentes encuentran, para el sujeto, servir de soporte a lo que es el propósito esencial del sujeto en su ser, a saber el corte de a, el verdadero objeto del deseo dónde se realiza el sujeto mismo; ea es este propósito extraviado, captado por un elemento estructural que se debe al efecto del significante mismo cobre el sujeto que reside no sólo el secreto de los efectos de la neurosis, es decir que la relación del narcisismo, la relación inscripta en la función del yo no es el verdadero soporte de la neurosis ; pero para que el sujeto lleva a cabo la falsa analogía, lo importante -aún cuando ya el ajuste, el descubrimiento de ese nudo interno sea capital para orientarnos en los efectos neuróticos- es que es también la única referencia que nos permite diferenciar radicalmente la estructura del neurótico de las estructuras vecinas, particularmente de aquellas que se denominan perversas y de aquéllas que se denominan psicóticas.