Seminario 9: Clase 5, del 13 de Diciembre de 1961

 Euclides

Esta frase está tomada del comienzo del séptimo libro de los Elementos de Euclides, y me pareció, bien mirada, la mejor que pude encontrar para expresar en el plano matemático esta función, sobre la que quise atraer vuestra atención la última vez, del 1 en nuestro problema. No es que tuve que buscarla, me costó trabajo encontrar en los matemáticos algo que se refiera a esto: los matemáticos, al menos una parte de ellos, los que en cada época se han adelantado en la explotación de su campo, se ocuparon mucho del estatuto de la unidad pero están lejos de haber llegado, todos, a fórmulas igualmente satisfactorias; pareciera incluso que para algunos esto haya ido en sus definiciones directamente en la dirección opuesta a la que conviene.

Como fuere, no estoy descontento de pensar que alguien como Euclides, que de todos modos en materia de matemáticas no puede ser considerado sino de buena raza, dé esta fórmula, justamente tanto más notable como que esta articulada por un geómetra, de lo que es la unidad; porque ése es el sentido de la palabra (escritura en griego): es la unidad en el sentido preciso en qué intenté designarla la última vez bajo la designación de lo que denominé, volveré aún sobre el porqué de haberlo llamado así, el rasgo unario; el rasgo unario en tanto soporte como tal de la diferencia, es ése el sentido que tiene aquí (escritura en griego).No puede tener otro, como la continuación del texto se los mostrará.

Entonces, (escritura en griego), es decir, esta unidad en el sentido del rasgo unario tal como les indico aquí que recorta, puntualiza en su función aquello que el año pasado, en el campo de nuestra experiencia, llegamos a localizar en el texto mismo de Freud como el Einziger Zug, por lo que cada uno de los siendos (étant-ser) es dicho ser un Uno, con lo que aporta de ambigüedad este (escritura en griego) neutro de (escritura en griego) que quiere decir Uno en griego, siendo precisamente lo que puede en griego tanto como en francés emplearse para designar la función de la unidad, en tanto es ese factor de coherencia por lo que algo se distingue de lo que lo rodea, hace un todo, un Uno en el sentido unitario de la función; es entonces por intermedio de la unidad que cada uno de esos seres viene a ser dicho Uno. El advenimiento en el decir de esta unidad como carácterística de cada uno de los siendos (étants) está designada aquí: viene del uso de la (escritura en griego), que no es otra cosa que el rasgo único.

Esto merecía ser señalado justamente bajo la pluma de un geómetra, es decir de alguien que se sitúa en las matemáticas de una manera aparentemente tal que para él como minino debemos decirnos que la intuición conserva todo su valor original. Es verdad que no es cualquier geómetra, ya que en suma podemos distlnguirlo en la historia de la geometría como el primero que introduce —como debiendo absolutamente dominarla— la exigencia de la demostración sobre lo que se puede llamar la experiencia, la familiaridad del espacio.

Termino la traducción de la cita: «que el número no es otra cosa que esta suerte de multiplicidad que surge precisamente de la introducción de las unidades», de las mónadas, en el sentido en que se lo entiende en el texto de Euclides.

Si identifico esta función del rasgo unario, si hago de él la figura develada de este Einziger Zug de la identificación, camino por el que fuimos conducidos el último año, puntualicemos aquí, antes de avanzar más lejos y para que ustedes sepan que no está perdido el contacto con lo que es el campo más directo de nuestra referencia técnica y teórica a Freud, señalemos que se trata de la segunda especie de identificación, página 177, volumen 13 de los Gesammelte Werke de Freud. Es como conclusión de la definición de la segunda especie de identificación que él denomina regresiva, en tanto ligada a algún abandono de objeto que define como objeto amado. Este objeto amado va de la mujer a los libros raros.

Es siempre en alguna medida ligado al abandono o a la pérdida de ese objeto, que se produce —nos dice Freud— esta especie de estado regresivo de donde surge esta identificación que él subraya (con algo que es para nosotros fuente de admiración, como cada vez que el descubridor designa un rango asegurado por su experiencia del que parecería en un primer examen que nada lo requiere, que tiene allí un carácter contingente, en la medida en que no lo justifica sino por su experiencia) que en esta especie de identificación en la que el yo copia tanto la situación del objeto no amado, como la del objeto amado, pero que en los dos casos esta identificación es parcial: «höchst bechkränkt» altamente limitada —pero que está acentuada en el sentido de estrecha, encogida, que es «nur ein einziger Zug», solamente un rasgo único de la persona objetalizada, que es como el lugar tomado prestado del término alemán.

Puede parecerles entonces, que abordar esta identificación por la segunda especie es también limitarme, me «bechränken», reducir el alcance de mi abordaje; pues está la otra, la identificación de la primera especie, aquélla singularmente ambivalente que se produce sobre el fondo de la imagen de la devoración asimilante; y qué relación tiene esta con la tercera, la que comió inmediatamente después de ese punto que les designo en el párrafo freudiano: la identificación al otro medida por el deseo, identificación que conocemos bien, histórica, pero que justamente les he enseñado no se podía distinguir bien- pienso que ustedes deben darse cuenta suficientemente– sino a partir del momento en que se ha estructurado- y no veo a nadie que lo haya hecho en otra parte que aquí, antes que esto se hiciera aquí- el deseo como suponiendo en su subyacencia exactamente al minino, toda la articulación que hemos dado de las relaciones del sujeto particularmente a la cadena significante, en la medida en que esta relación modifica profundamente la estructura de toda relación del sujeto con cada una de sus necesidades.

Esta parcialidad del abordaje, esta entrada, si puedo decir en forma de cuña en el problema, tengo la sensación de que al designárselas conviene que legitime hoy, y espero poder hacerlo lo bastante rápido como para hacerme entender sin demasiados rodeos, recordándoles un principio de método para nosotros: que dado nuestro lugar, nuestra función, dado aquello de lo que tenemos que ocuparnos para nuestro esclarecimiento, debemos desconfiar, digamos,- y esto llévenlo tan lejos como quieran- del género e incluso de la clase.

Puede parecerles singular que alguien que acentúa para ustedes la pregnancia, en nuestra articulación de los fenómenos de los que tenemos que ocuparnos, de la función del lenguaje, se distinga aquí por un modo de relación que es verdaderamente fundamental en el campo de la lógica. ¿Cómo indicar, hablar de una lógica que debe, en el primer tiempo de su inicio, marcar la desconfianza que entiendo plantear como absolutamente original, de la noción de clase? Es esto justamente en lo que se originaliza, distingue, el campo que intentamos articular aquí, no es ningún prejuicio de principio el que me conduce a esto; en la necesidad misma de nuestro objeto la que nos mueve a desarrollar a lo largo de los años, segmento por segmento, una articulación lógica que hace más que sugerir, que va cada vez más cerca, particularmente este año, lo espero, a despejar los algoritmos que me permiten denominar lógico este capítulo que tendremos que adjuntar a las funciones ejercidas por el lenguaje en un cierto campo de lo real, del que nosotros, seres hablantes, somos conductores.

Desconfiemos entonces al máximo de toda (escritura en giego), para emplear un término platónico, de todo lo que es figura de comunidad en algún género y muy especialmente en aquéllos que son para nosotros los más originales. Las tres identificaciones no forman probablemente una clase, aún si pueden no obstante llevar el mismo nombre que aporta allí una especie de sombra de concepto; deberemos también dar cuenta de esto; si operamos con exactitud, esto no parece ser una tarea por encima de nuestras fuerzas. De hecho, sabemos desde ahora que es a nivel de lo particular que surge siempre lo que para nosotros es función universal, y no tenemos que asombrarnos demasiado en el nivel del campo en que nos desplazamos, puesto que, en lo que concierne a la función de la identificación, ya sabemos- hemos trabajado bastante juntos como para saberlo- el sentido de esta fórmula: lo que ocurre, ocurre esencialmente a nivel de la estructura; y la estructura, hay que recordarlo, y justamente creo que hoy, antes de avanzar un paso, es necesario que se los recuerde, es lo que hemos introducido particularmente como especificación del registro de lo simbólico. Si lo distinguimos de lo imaginario y de lo real, este registro de lo simbólico- creo también tener que puntualizar todo lo que podría haber allí de duda dejada al margen, de lo que no vi a nadie inquietarse abiertamente, razón de más para disipar enseguida toda ambigüedad- no se trata de una definición ontológica, no son aquí campos del ser que separo. Si a partir de un cierto momento, justamente el del nacimiento de estos seminarios, creí tener que hacer entrar en juego esta tríada de lo simbólico, lo imaginario y lo real, es en tanto ese tercer elemento que no está allí suficientemente discernido como tal en nuestra experiencia, es exactamente a mis ojos lo que está constituído exactamente por el hecho de la revelación de un campo de experiencia. Y para quitar toda ambigüedad a este término, se trata de la experiencia freudana, diría de un campo de experimento. Quiero decir que no se trata de «Erlebnis», se trata de un campo contituído de una cierta manera hasta un cierto grado por algún artificio, el que inaugura la técnica psicoanalítica como tal, la faz complementaria del descubrimiento freudiano, complementaria como lo es el derecho del revés, realmente unidos.

Lo que se reveló de entrada en este campo, ustedes lo saben por supuesto, es la función del símbolo y al mismo tiempo, lo simbólico. Desde el inicio, estos términos han tenido el efecto fascinante, seductor, cautivante, que ustedes conocen, en el conjunto del campo de la cultura, ese efecto de shock del que ustedes saben que ningún pensador, incluso entre los más hostiles, ha podido sustraerse. Hay que decir que es también un hecho de experiencia que hemos perdido de ese tiempo de revelación, y de su correlación con la función del símbolo, hemos perdido la frescura, si se puede decir, esa frescura correlativa a lo que he denominado el efecto de shock  de sorpresa, como Freud mismo lo define propiamente como carácterística de esta emergencia de las relaciones del inconsciente, esas especies de flash sobre la imagen carácterística de esta época, por la que, si se puede decir, nos aparecen nuevos modos de inclusión, seres imaginarios, por donde repentinamente algo guiaba su sentido, hablando con propiedad se esclarecía por una toma que no podríamos hacer mejor para calificar que designar con el término de Begriff, toma viscosa allí,  donde los planos se pegan, función de la fijación, no sé que Haftung tan carácterística de nuestra relación con este campo imaginario que evoca al mismo tiempo una dimensión de la génesis dónde las cosas se estiran más de lo que evolucionan: ambigüedad cierta que permitió dejar el esquema evolución como presente, como implicada, diría naturalmente, en el campo de nuestros descubrimientos.

¿Cómo en todo esto podemos decirnos que se produjo, al fin de cuentas, lo que carácteriza este tiempo muerto señalado por todo tipo de teóricos practicantes en la evolución de la doctrina bajo títulos y rúbricas diversas? ¿Cómo surge esta especie de  irresolución (long feu) que nos impone, lo que es propiamente nuestro objeto aquí por donde trato de guiarlos, de retomar nuestra dialéctica sobre principios más firmes? Es que en alguna parte debemos designar la fuente de extravío que hace que en suma podamos decir que al cabo de un cierto tiempo estas apreciaciones no permanecen vivas para nosotros sino al referirnos al tiempo de su surgimiento y esto aún más en el plano de la eficacia de nuestra técnica, en el efecto de nuestras interpretaciones, en su aspecto eficaz. ¿Por qué las imagos descubiertas por nosotros se han de alguna manera canalizado?

¿Es sólo por alguna especie de efecto de familiaridad? Hemos aprendido a vivir con esos fantasmas, nos codeamos con el vampiro, el pulpo, respiramos en el espacio del vientre materno, al menos por metáforas. Las historietas también, con un cierto estilo, el dibujo humorístico, hacen vivir para nosotros esas imagenes como no se lo ha visto nunca en otra época, vehiculizando las imagenes primordiales de la revelación analítica, haciendo de ellas un objeto de diversión corriente: en el horizonte el reloj blando y la función del Gran Masturbador guardados en las imagenes de Dalí.

¿Es eso solamente aquello por lo cual nuestro dominio parece doblegar el uso instrumental de esas imagenes como reveladoras? Seguramente no es sólo eso, porque proyectadas- si puedo decir- ahí en las creaciones del arte, guardan aún su fuerza, que llamaré no sólo golpeante sino crítica, guardan algo de su carácter de burla o de alarma, pero no se trata de esto en nuestra relación con aquél que para nosotros viene a designarlas en la actualidad de la cura.

Aquí no nos queda como propósito de nuestra acción, más que el deber de bien  hacer (bien faire), hacer reír no es más que una vía muy ocasional y limitada en su empleo. Y allí lo que hemos visto ocurrir no es otra cosa más que efecto que se puede llamar de recaída o de degradación, a saber que esas imagenes las hemos visto simplemente retornar a lo que se ha designado muy bien a sí mismo bajo el tipo de arquetipo, es decir de vieja cuerda del negocio de accesorios en uso. Es una tradición que está muy reconocida bajo el título de alquimia o de gnosis, pero que estaba ligada justamente a una confusión muy antigua que era aquella en la que había quedado enredado el campo del pensamiento humano durante siglos.

Puede parecer que me distingo o que los prevengo contra un modo de comprensión de nuestra referencia que es el de la Gestalt. No es exacto. Estoy  lejos de subestimar lo que ha aportado, en un momento de la historia del pensamiento, la función de la Gestalt, pero para expresarme rápido  porque ahí hago esta especie de barrimiento de nuestro horizonte que es necesario que haga cada tanto para evitar justamente que renazcan siempre las mismas confusiones, introducirá para hacerme entender, esta  distinción: lo que constituye el nervio de ciertas producciónes de ese modo de explorar el campo de la Gestalt, lo que llamaré la Gestalt cristalográfica, la que pone el acento sobre esos puntos de unión, de parentesco, entre las formaciones naturales y las organizaciones estructurales, en tanto ellas surgen y son solamente definibles a partir de la combinatoria significante, es esto lo que constituye la fuerza subjetiva, la eficacia de ese punto, en el ontológico, en el que nos es librado algo de lo que no tenemos, en efecto, necesidad, que es, a  saber, si hay alguna relación que justifique esta introducción en materia de reja (soc) del efecto del significante en lo real.

Pero esto no nos concierne, porque no es el campo del que tenemos que ocuparnos; no estamos aquí para juzgar el grado de natural de la física moderna, aunque pueda interesarnos- es lo que hago de tiempo en tiempo ante ustedes- mostrar que históricamente es justamente en la medida en que ha descuidado absolutamente la naturaleza de las cosas, la física comenzó a entrar en lo real.

La Gestalt contra la cual los prevengo es una Gestalt que ustedes observarán, en oposición a lo que se aplicaron los iniciadores de la Gestalt teórica, da una referencia puramente confusional a la función de la Gestalt, que es la que llamo la Gestalt antropomórfica, la que por la vía que sea confunde lo que aporta nuestra experiencia con la vieja referencia analógica del macrocosmos y  el microcosmos, del hombre universal, registros bastante cortos al  fin de cuentas, y del que el análisis en la medida en que ha creído orientarse allí, no hace sino mostrar una vez más su relativa infecundidad. Esto no quiere decir que las imagenes que he humorísticamente evocado hace un rato, no tengan su peso ni que estén allí para que no nos sirvamos de ellas todavía. Para nosotros mismos debe ser indicativa la manera en que desde hace algún tiempo preferimos dejarlas agazapadas en la sombra; casi no se habla de ellas si no es a una cierta distancia; están ahí,  para emplear una metáfora freudiana, como una de esas sombras que en el campo de los infiernos están prestas a surgir. No hemos sabido verdaderamente reanimarlas, no les hemos dado sin duda suficiente sangre a beber. Tanto mejor después de todo, no somos nigromantes.

Es justamente aquí que se inserta este llamado carácterístico de lo que les enseño, que está allí para cambiar absolutamente la cara de las cosas, a saber, mostrar que lo vivo de lo que aportaba el descubrimiento freudiano no consistía en ese retorno de los viejos fantasmas, sino en otra relación.

Súbitamente esta mañana, reencontré, del año 1946, uno de esos pequeños «Algunas palabras sobre la causalidad psíquica» con las cuales hacía mi reaparición en el círculo psiquiátrico enseguida después de la guerra; aparece en ese pequeño texto que tengo aquí- texto aparecido en las entrevistas de Bonneval- en una especie de aposición o de incidencia al comienzo de un mismo párrafo conclusivo, cinco líneas antes de terminar lo que tenía que decir sobre la imago: «más inaccesible a nuestros ojos hechos para los signos del cambista….», que importa lo que sigue:»…que eso en lo que el cazador del desierto…», lo que no evoco sino porque lo hemos reencontrado la última vez, si lo recuerdo bien, «. . . sabe ver la huella imperceptible: el paso de la gacela en la roca, un día se revelarán los aspectos de la imago».

El acento debe ponerse, por el momento, en el comienzo del párrafo: «más inaccesible a nuestros ojos …» ¿Qué son esos signos del cambista? ¿Qué signos  y que cambio, o qué cambista?

Esos signos son precisamente lo que he llamado a articular como significantes, es decir, esos signos en tanto operan propiamente en virtud de su asociatividad, en la cadena de su conmutatividad, de la función de permutación tomada como tal. Y he ahí donde está la función del cambista: la introducción en lo real de un cambio que no es movimiento, ni nacimiento, ni corrupción, ni todas las categorías de cambio que delinea una tradición que podemos llamar aristotélica, la del conocimiento como tal, sino de otra dimensión en la que el cambio del que se trata está definido como tal en la combinatoria topológica que ella nos permite definir como emergencia de este hecho, del hecho de estructura, como degradación, llegado el caso, a saber, caída en este campo de la estructura y retorno a la captura de la imagen natural.

En resumen ustedes van a decir que se dibuja como tal lo que no es, después de todo, más que el cuadro funcionante del pensamiento. ¿Y por qué no? No olvidemos que este término de pensamiento está presente, acentuado desde el origen por Freud, como sin duda no pudiendo ser otra cosa que lo que es, para designar lo que sucede en el inconsciente. Porque no habría ciertamente necesidad de conservar el privilegio del pensamiento como tal, no se qué primacía del espíritu podía aquí guiar a Freud. Lejos de esto: si hubiera podido evitar este término, lo hubiera hecho. ¿Y qué quiere decir esto a ese nivel? ¿Y por qué este año he creído deber partir, no de Platón mismo, para no hablar de los otros, pero tampoco de Kant , ni de Hegel, sino de Descartes? Es justamente para designar que aquello de lo que se trata ahí donde está para nosotros el problema del inconsciente, es de la autonomía del sujeto en tanto ella no esté sólo preservada, sino acentuada como nunca lo estuvo en nuestro campo,  y precisamente por esta paradoja de que los caminos que descubrimos no son concebibles si, hablando con propiedad, no es  el sujeto aquí el guía y de manera tanto más segura como que es sin saberlo, sin ser cómplice en esto, si puedo decir: «conscius», porque no puede progresar hacia nada ni en nada, sino por referirlo àpres coup, pues nada está por él engendrado justamente sino en la medida de desconocerlo de antemano.

Esto es lo que distingue el campo del inconsciente tal como nos ha sido revelado por Freud. Es en sí mismo imposible de formalizar, de formular, si no vemos que en todo momento no es concebible sino viendo, y de la manera más evidente y sensible, preservada esta autonomía del sujeto, quiero decir aquello por lo que el sujeto en ningún caso podría ser reducido a un sueño del mundo. De esta permanencia del sujeto, les muestro la referencia y no la presencia. Porque esta presencia no podrá ser cernida sino en función de esta referencia: se los he demostrado designado la última vez en ese rasgo unario, en esta función del palote como figura  del uno en tanto que no es sino rasgo distintivo, rasgo justamente tanto más distintivo como que está borrado casi todo lo que lo distingue, salvo ser un rasgo, acentuando el hecho de que cuanto más parecido, más. funciona, no digo como signo, sino como soporte de la diferencia, no siendo dato más que una introducción al relieve de esta dimensión que intento puntuar ante ustedes. Pues en verdad, no hay «mis» (plis), «más» (plus): no hay ideal de similitud, ideal de borramiento de rasgos. Este borramiento de distinciones cualitativas no está allí sino para permitirnos aprehender la paradoja de la alteridad radical designada por el rasgo,  y es después de todo poco importante, que cada uno de los rasgos se parezca al otro. Es en otra parte que reside lo que llamé hace un instante esta función de alteridad. Y al terminar la última vez mi discurso, puntualicé cual era su función, la que asegura a la repetición justamente por esta función, sólo por ella, que escape a la identidad de su eterno retorno bajo la figura del cazador marcando con una muesca el numero, ¿de qué? De trazos por donde ha alcanzado su presa, o el divino marqués que nos muestra que, incluso  en la cima de su deseo, se cuida bien de contar esos golpes, y hay allá una dimensión esencial, en tanto que nunca abandona la necesidad que ella implica, en casi ninguna de nuestras funciones.

Contar los golpes, el trazo que cuenta, ¿qué es esto? ¿Me siguen aún?

Comprendan bien lo que entiendo designar. Lo que entiendo designar es lo que es fácilmente olvidado en  su resorte: aquello con lo que tenemos que vérnoslas en el automatismo de repetición es lo siguiente: un ciclo de alguna manera tan amputado, tan deformado, tan abrasado, como lo definimos: desde que es ciclo, y comporta retorno a un punto término, podemos concebirlo sobre el modelo de la necesidad, de la satisfacción. Este ciclo se repite que importa que sea absolutamente el mismo o que presente menudas diferencias, esas menudas diferencias no estarán hechas manifiestamente más que para conservarlo: en su función de ciclo, como refiriéndose a algo definible, como un cierto tipo, por el que justamente todos los ciclos que lo han precedido se identifican al instante como siendo, en tanto se reproducen, hablando con propiedad, como los mismos. Tomemos para ilustrar lo que estoy diciendo, el ciclo de la digestión: cada vez que hacemos una, repetimos la digestión. ¿Es a esto a lo que nos referimos cuando hablamos en el análisis de automatismo de repetición? ¿Es en virtud de un automatismo de repetición que hacemos digestiones que son sensiblemente siempre la misma digestión?

No les dejaré lugar para decir que es hasta allí un sofisma. Puede haber ciertamente incidentes en esta digestión debido a recuerdos de antiguas digestiones que fueron perturbadas: efecto de asco de náuseas, ligado a tal o cual enlace contingente de tal alimento con tal circunstancia.

Esto, no obstante, no nos hará franquear de un paso la distancia a cubrir entre ese retorno del ciclo y la función del automatismo de repetición. Pues lo que quiere decir el automatismo de repetición en tanto tenemos que ocuparnos de él, es esto: es que si un ciclo determinado que no fuera más que ése- es aquí que se perfila la sombra del «trauma», que no pongo aquí sino entre comillas, porque no es su efecto traumático el que retengo sino sólo su unicidad, ése entonces que se designa por un cierto significante que sólo puede soportar lo que aprenderemos a continuación a definir como una letra instancia de la letra en el inconsciente, esa gran A, la A inicial  en tanto numerable, que ese ciclo- y no otro- equivale a un cierto significante, es a título de esto que el comportamiento se repite para hacer resurgir ese significante que es como tal ese número que él funda.

Si para nosotros la repetición sintomática tiene un sentido hacia el cual los dirijo reflexionen sobre el alcance de vuestro propio pensamiento. Cuando hablan de la incidencia repetitiva en la formación sintomática, es en la medida en que lo que se repite está allí, no sólo para llenar la función del signo que es representar una cosa que estaría aquí actualizada sino para presentificar como tal el significante del que ha devenido esta acción.

Digo que es, en tanto que lo que está reprimido es un significante, que ese ciclo de comportamiento real se presenta en su lugar. Es aquí, puesto que me he impuesto dar un límite de hora preciso y cómodo para un cierto número de ustedes a lo que debo exponer ante ustedes, que me detendré. Lo que se impone a todo esto como confirmación y comentario, cuenten conmigo para que se los dé enseguida de la manera más convenientemente articulada, por más sorprendente que haya podido parecerles lo abrupto en el momento en que lo expuse, hace un instante, de todo esto.