Seminario 0: El mito individual del neurótico (El Hombre de las Ratas) Primera parte

Poesía y verdad en la neurosis:
Hablaré de un tema que hay que considerar, en efecto, nuevo, y que en tanto tal es difícil. La dificultad no es, en forma alguna, intrínseca a la exposición. Se debe a que se trata de algo de cierta manera nuevo que me ha permitido percibir a la vez mi experiencia analítica y durante una enseñanza llamada de seminario constituyó una tentativa por renovar o solamente profundizar la enseñanza teórica de aquello que puede plantearse como la realidad fundamental del análisis. Para algunos de ustedes el extraer esta parte nueva y original y hacer que capten su alcance más allá de esta enseñanza y experiencia puede resultar algo que comporte dificultades muy particulares en su exposición.
Pido por lo tanto disculpas de antemano por si existiese alguna dificultad en la comprensión, al menos al principio.
El psicoanálisis —he de decirlo y recordarlo como preámbulo— es una disciplina, la cual dentro del conjunto de las ciencias aparece con una posición verdaderamente particular.
Frecuentemente se dice que el psicoanálisis no es propiamente  una ciencia, lo que parecería indicar por oposición que se podría decir que es un arte. No se puede afirmar tal cosa si por arte se entiende simplemente una técnica, un método operacional, praxis, u otra  cosa de este orden.
Creo que el término arte debe emplearse aquí con el sentido que tenía en la Edad Media, cuando se hablaba de las artes liberales. Ustedes conocen la serie que desde la astronomía, pasando por la aritmética y la música, se dirige a la dialéctica, la gramática, la geometría. Nos es difícil hoy en día entender la función de ese  arte y su alcance en la vida y el pensamiento de los maestros medievales.
Lo que carácteriza a esas artes, y las distingue de las ciencias surgidas en última instancia de las artes liberales, es la permanencia en primer plano de algo que puede denominarse su relación esencial, básica, con la medida del hombre. Creo que tal vez el psicoanálisis es actualmente la única disciplina comparable con aquellas artes liberales, debido a esa relación interna que no se agota jamás, que es cíclica, cerrada sobre sí misma: la relación de la medida del hombre consigo mismo, y muy especialmente, y por excelencia, el uso del lenguaje, el uso de la palabra.
Esto hace que la experiencia analítica no se  agote en ninguna relación, que decisiva y definitivamente no sea objetivable, dado que en definitiva la propia relación analítica implica siempre en su seno la constitución de una verdad, que en cierta forma no puede ser dicha, puesto que la palabra es la que la constituye y dice y habría entonces que decir la palabra misma, y esto, propiamente hablando, no puede ser dicho en tanto que palabra.
Es cierto, por otro lado, que vemos emerger del psicoanálisis una serie de técnicas que tienden, basadas en esa experiencia, a objetivar una serie de posibilidades de acción, de medios de actuar sobre el objeto humano; pero sólo se trata de ciencias en cierta forma siempre derivadas de ese arte fundamental constituido por la relación intersubjetiva del mismo análisis, relación que —como he dicho— no puede agotarse puesto que se encuentra en el mismo centro de lo que nos hace hombres en nuestra relación con otro hombre.
Se trata de algo que intentaremos expresar en una fórmula esencial que muestra como en el seno de la experiencia analítica se encuentra algo que hablando con propiedad, se denomina,  mito. El mito es precisamente lo que puede ser definido como otorgando una fórmula discursiva a esa  cosa que no puede transmitirse al definir a la verdad, ya que la definición de la verdad sólo se apoya sobre sí misma, y la palabra progresa por sí misma, y es en el dominio de la verdad, donde ella se constituye.
No puede ser àpresada ni àpresar ese movimiento de acceso a la verdad como una verdad objetiva, sólo puede expresarla en forma mítica, y es exactamente en ese sentido que se puede decir que, hasta cierto punto, aquello en lo que se concretiza la palabra intersubjetiva fundamental, tal como se manifiesta en la doctrina analítica, el complejo de Edipo, retiene en el interior mismo de la teoría analítica un valor de mito.
Me referiré hoy a una serie de hechos experimentales que intentaré ejemplificar a propósito de una cosa básicamente conocida por todos aquellos que, de más cerca o de más lejos, están iniciados en el análisis: la existencia de un cierto número de formaciones que comprobamos espontáneamente en lo vivido, en la experiencia, en los sujetos neuróticos, quienes necesitan aportar a ese mito edípico, en tanto que está en el centro de la experiencia analítica, ciertos cambios de estructura correlativos a los progresos en la comprensión de esa experiencia, y de alguna manera lo que nos permite en un segundo momento comprender como toda la teoría analítica se extiende en el interior de la distancia que separa el conflicto fundamental que, a través de la rivalidad con el padre, vincula al sujeto a un valor simbólico fundamental.
Ella —lo veremos— está siempre en función de cierta degradación concreta, vinculada quizá a condiciones y circunstancias sociales específicas; experiencia de la imagen y la figura del padre tendida entre esa imagen del padre y otra imagen, que la experiencia analítica nos permite considerar cada vez mejor.
Ella permite así calcular las incidencias en el propio analista en tanto que, bajo una forma seguramente velada, enmascarada, casi renegada por la teoría analítica, alcanza de cualquier manera y en forma casi clandestina en la relación simbólica con el sujeto, la situación de ese personaje, borrado por la declinación de nuestra historia y que es en definitiva el amo, el maestro moral, el que inicia en la dimensión de las relaciones humanas fundamentales a quien está en la ignorancia, lo que puede ser llamado acceso a la conciencia, a la sabiduría incluso, en la toma de posesión de la condición humana.
Les recuerdo entonces que si confiamos en una definición del mito en tanto representación objetivada de un epos, para decirlo todo, de un gesto que expresa de manera imaginaria las relaciones fundamentales carácterísticas de ser del ser humano en una época determinada, se puede decir con precisión de la misma manera que el mito se manifiesta a nivel social, latente o patente, virtual o realizado, pleno o vacío de su sentido y reducido a la idea de una mitología.
Nosotros podemos encontrar en la propia vivencia del neurótico todo tipo de manifestaciones que propiamente hablando forman parte de ese esquema, y en las que se puede decir que se trata de un mito.
Lo demostraré con ejemplos supuestamente familiares para todos aquellos de ustedes que se interesen en estas cuestiones, a propósito de una de las grandes observaciones de Freud. Esas grandes observaciones de Freud que periódicamente adquieren nuevo interés en la enseñanza, ustedes la conocen, yo no las enumeraré. Hablaré de El hombre de las Ratas. El caso es muy sorprendente y parece claro.
Uno no se sorprende al escuchar opiniones como la que recientemente escuché en boca de un eminente colega con respecto al uso de la técnica, manifestaba cierto desprecio por esos textos, llegando a decir que la técnica era entonces descuidada y arcaica, lo que con todo puede sostenerse en relación a los progresos que hemos hecho, sobre la base de una toma de conciencia de la relación intersubjetiva como se manifiesta actualmente en la esencia del análisis, en la evolución del tratamiento, ocupando el primer plano las relaciones que se establecen entre el paciente y el sujeto, y el intérprete que no interpreta, de alguna manera sino a través de esa actualidad, lo que sirvió para constituir esa personalidad del sujeto de la que nos ocuparemos.
Pero mi interlocutor extremaba las cosas hasta llegar a decir que esos casos habían sido mal elegidos. Se puede decir por cierto que todos son incompletos y que en última instancia son psicoanálisis detenidos a medio camino, que, después de todo, son trozos de análisis.
Esto debe incitarnos, a reflexionar y a preguntarnos el por qué de tal elección por el autor, otorgando, entiéndase bien, confianza a Freud. No con decir que ese resultado nos aliente dado que muestra que con sólo la presencia de esa pizca de verdad en alguna parte, ese poco de verdad llega a transparentar y surge en medio de las dificultades de las trabas que la exposición puede oponerle.
Creo que las cosas, no son así exactamente y que se puede decir en ese caso que el árbol de la práctica cotidiana esconde, a los que sostienen tal opinión, la emergencia del bosque surgido de esos textos freudianos.
Yo mismo elegí El Hombre de las Ratas y creo también que el interés de la elección se justifica en la obra de Freud. Se trata de una neurosis obsesiva. Pienso que ninguno de quienes vinieron a escuchar esta conferencia pudo haber dejado de escuchar hablar de lo que se considera la raíz y la estructura de la neurosis obsesiva: a saber, la tensión agresiva, la fijación pulsional, toda la elaboración genética extremadamente compleja que el progreso de la teoría analítica ubicó en el origen de nuestra comprensión de la neurosis obsesiva.
Se puede decir, por supuesto, que tal o cual fragmento de esos elementos teóricos, tal o cual fase familiar de esas especies de temas fantasmáticos que se encuentran siempre en el análisis de una neurosis obsesiva, se encuentran al leer El Hombre de las Ratas. Eso es lo que hace, con ese aspecto tranquilizador que adquiere para los lectores el encontrar manifestaciones de pensamientos familiares y divulgados, que pueda ocultársele al lector la originalidad y el carácter particularmente significativo y convincente de esa observación freudiana.
Es seguro que toma incluso su título de una fantasía absolutamente fascinante que interviene en la psicología de la crisis que conduce al sujeto a la puerta del analista, cuyo valor desencadenante es evidente. Se trata del relato de un suplicio, el que siempre se ha visto beneficiado con una especie de luminosidad singular, incluso cierta celebridad, el relato de introducción mediante un dispositivo más o menos ingenioso de una rata más o menos excitada por medios artificiales en el recto de la víctima.
Ese suplicio, cuyo relato provoca en el sujeto una especie de horror fascinante, se encuentra en el origen del desencadenamiento en el sujeto no de la neurosis, sino de la actualización de temas neuróticos, de angustia, y de toda una elaboración cuya estructura e interés seguidamente veremos. Ese elemento es fundamental desde el punto de vista de la teoría de los momentos del determinismo de una neurosis.
¿Quiere decir que lo que ahí se explica, y lo que por otra parte se reecontrará en todos los temas en la observación de El hombre de las Ratas, constituye la base de su interés? No solamente no lo creo, sino que en toda lectura atenta de esta observación se verá que su mayor interés radica en la extrema particularidad del caso. Freud destacó que cada caso debe estudiarse en su singularidad, como si ignoráramos todo sobre la teoría.
Es la particularidad del caso y su valor ejemplar, bajo el ángulo de relaciones visibles, manifiestas, lo que está de verdad ahí en su simplicidad, y a la manera con que se dice en geometría que un caso particular tiene una cierta superioridad de evidencia totalmente deslumbrante en relación a la demostración, cuya verdad subyace, en razón de su carácter discursivo, velada bajo las tinieblas de una larga cadena de deducciónes.
Mientras que un caso particular puede evidenciar algo de manera totalmente intuitiva.  Se puede decir que nos encontraremos entonces con algo exactamente análogo a lo que ocurre en ese caso particular.
En eso consiste la originalidad que salta a la vista de todo lector atento. Se puede decir que la constelación original de la cual emergió el desarrollo de la personalidad del El Hombre de las Ratas —hablo de constelación en el sentido en que los astrólogos utilizan el término—, eso de lo cual dependió su nacimiento y su destino, su prehistoria incluso, a saber, las relaciones familiares fundamentales que presidieron la unión de sus padres, lo que los condujo a esa unión, es algo que refiere a una relación a la que se puede tal vez definir con la fórmula de una  cierta transformación mítica, para hablar con propiedad, una relación muy exacta con algo que aparece como lo más contingente, lo más fantástico, lo más paradójicamente mórbido: el último estado de desarrollo de lo que en esta observación se llama la gran aprensión obsesiva del sujeto, es decir, el escenario al que llega, escenario imaginario y que debe resolver para él la angustia provocada por el desencadenamiento de la gran crisis.
Me explico. ¿Por qué la constelación familiar, la constelación original del sujeto, se consituyó en lo que se puede denominar la leyenda de la tradición familiar? Por el relato de cierto número de rasgos que tipifican o especifican la unión de los padres, de los progenitores.
Son las siguientes: en primer lugar el hecho de que el padre, que ha sido suboficial en el inicio de su carrera, y  que ha continuado siendo un personaje muy suboficial con lo que ello comporta en lo concerniente a la autoridad, pero algo irrisorio, una cierta desvalorización acompaña permanentemente al sujeto en la estima de sus contemporáneos, una mezcla de desafío y estalido, con lo que compone una especie de personaje convencional que se reencuentra a lo largo de la descripción del hombre simpático en las declaraciones del sujeto, ese padre está luego del casamiento en la  siguiente posición: ha hecho lo que se llama un casamiento ventajoso. En efecto, es su mujer quien ha aportado, por pertenecer a un medio social más elevado en la jerarquía burguesa, los medios para vivir y a la vez la propia situación misma con la que él se beneficia en el momento de tener el hijo.
El prestigio, entonces, está del lado de la madre. Y ese estilo de broma muy familiar entre esos personajes que en principio se entienden bien, y que parecen vinculados además por un afecto real, es una suerte de juego a menudo repetido, un diálogo entre esposos donde la mujer, divertido y en broma, alude a la existencia, previo al matrimonio, de una inclinación del marido por una muchacha pobre pero linda. El marido contesta, en cada ocasión, que es algo tan fugitivo como distante y olvidado.
Pero ese juego, cuya repetición posee tal vez cierto artificio, ciertamente impresiona  profundamente al joven sujeto que posteriormente se convertirá en nuestro paciente.
Existe también otro elemento del mito familiar que no carece de importancia. El padre ha tenido, en el transcurso de su carrera militar, lo que en términos púdicos podrían llamarse dificultades, pero dificultades bastante serias. Lo que ha hecho, nada menos, ha sido dilapidar los fondos que debía cuidar como obligación de sus funciones, los fondos del regimiento, los ha dilapidado debido a su pasión por el juego, y su honor pudo salvarse, incluso su vida, por lo menos en el sentido de su carrera y de la figuración social, gracias a la intervención de un amigo que le prestó la suma que se debía devolver, figura del amigo salvador en este episodio del que siempre se habla como de algo verdaderamente importante y significativo en el pasado del padre.
Así se presenta, para el joven sujeto, la constelación familiar. Desde luego, todo esto aparece poco a poco durante el transcurso del análisis. Y naturalmente, no es recordado por el paciente ni referido a lo que sucede en el momento. Se requiere todo la intuición de Freud, y habría que recordar en su momento lo que ha dicho para comprender como se encuentran allí elementos absolutamente básicos en el desencadenamiento de la neurosis obsesiva. El conflicto entre mujer rica y mujer pobre se reproduce muy exactamente en la vida del paciente. Precisamente, cuando su padre lo presiona a que se case con una mujer rica, se desencadena no solamente la crisis actual sino la neurosis. Y al referirse a este hecho el paciente agrega al mismo tiempo: «Lo que le cuento no tiene relación con lo que después me sucedió». Freud entonces inmediatamente, percibe la conexión.
Pero lo que resulta significativo, lo que se observa en un vuelo panorámico, es la estricta correspondencia entre esos elementos iniciales, originales y fundamentales para el sujeto, y el desarrollo ulterior de la obsesión fantasmática, esa obsesión engendrada por elementos emotivos, según el modo del pensamiento propio del obsesivo y toda suerte de temores obsesivos.
Este suplicio puede concebirse como habiéndole ocurrido a las personas que le son más queridas, y especialmente al personaje de la mujer pobre idealizada por la cual él siente un amor cuyo estilo y valor veremos enseguida, la forma misma de amor de que es capaz el sujeto obsesivo, ya sea que ese suplicio ocurra —lo que es más paradójico aún— a su padre, pese a que entonces está muerto y reducido a una persona de edad imaginada en el más allá, pero también en el más allá de  los temores fantasmáticos, una especie de aprehensión obsesiva de la imagen fantasmática del suplicio atormenta al sujeto y lo conduce a una serie de comportamientos cuyos eslabones intermedios les muestro, pero que muy paradójicamente culminan para él en la obligación de pagar en determinadas condiciones muy particulares, así como las construcciónes del obsesivo terminan por confinar con las construcciónes delirantes propiamente dichas.  
Se encuentra en la siguiente situación. Esto también ocurre en  relación a un incidente producido durante los episodios que desencadenaron la neurosis. La situación, repetimos, es la siguiente: debe pagar el precio de un objeto que no es indiferente precisar, unos anteojos que ha perdido en el transcurso de importantes maniobras durante las cuales escuchó el relato, y se desencadenó la crisis obsesiva actual.
Refiere la historia a uno de los oficiales, un oficial que lo impresiona mucho por su ostentación, el mismo relato lo confirma, cierta exhibición de gustos punitivos y de crueldad. El sujeto pide a su óptico de Viena que urgentemente le envíe nuevos anteojos —todo esto sucede, desde luego, en la antigua Austria-Hungría, antes del comienzo de la guerra del 14— por correo expreso. El óptico le envía una pequeña encomienda conteniendo los anteojos, y el oficial que ha narrado la historia le dice que debe pagar el reembolso a determinada persona, un teniente que ha pagado la suma por él.

Continuación…