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Entre los estados mentales de la enajenación, la ciencia psiquiátrica ha distinguido desde hace mucho la oposición de dos grandes grupos mórbidos, a saber (y no importa con qué nombre se les haya designado, según las épocas, en la terminología): el grupo de las demencias y el grupo de las psicosis.
El método clínico que ha permitido oponerlos, ha dado con ello una prueba de su fecundidad. Al orientarlo con gran fuerza sobre criterios de evolución y de pronóstico, Kraepelin ha hecho producir a este método sus frutos supremos y más jugosos. La historia de las doctrinas y las discusiones más recientes muestran, sin embargo, que el valor de la clínica pura sólo es aquí aproximativo, y que si puede hacer sentir lo bien fundado de una oposición nosológica que es capital para nuestra ciencia, es en cambio incapaz de sustentarla.
Es por eso por lo que, en la concepción de la demencia, se está abandonando cada vez más el criterio del pronóstico para buscar apoyo en la medida de un déficit capacitario. La correlación, grosera al menos, de este déficit con una lesión orgánica, probable al menos, es suficiente para fundar el paralelismo psicoorgánico de los trastornos demenciales.
La psicosis, tomada en el sentido más general, adquiere por contraste todo su alcance, que consiste en escapar de este paralelismo y en revelar que, en ausencia de todo déficit detectable por las pruebas de capacidades (de memoria, de motricidad, de percepción, de orientación y de discurso), y en ausencia de toda lesión orgánica solamente probable, existen trastornos mentales que, relacionados, según las doctrinas, con la «afectividad», con el «juicio», con la «conducta», son todos ellos trastornos específicos de la síntesis psíquica.
Por eso, sin una concepción suficiente del funcionamiento de esta síntesis., la psicosis seguirá siendo siempre un enigma: el enigma expresado sucesivamente por las palabras locura, vesania, paranoia, delirio parcial, discordancia, esquizofrenia.
A esa síntesis la llamamos personalidad, y tratamos de definir objetivamente los fenómenos que le son propios, fundándonos en su sentido humano (parte I, cap. 2).
Lo cual no quiere decir que desconozcamos ninguna legitima concepción de los factores orgánicos que aquí intervienen. En efecto, así como no se están olvidando las determinaciones físico-quimicas de los fenómenos vitales cuando se subraya su carácter propiamente orgánico y cuando se las define de acuerdo con él, así tampoco se está descuidando la base biológica de los fenómenos llamados de la personalidad cuando se tiene en cuenta una coherencia que le es propia y que se define por esas relaciones de comprensión en las que se expresa la común medida de las conductas humanas. El determinismo de estos fenómenos, lejos de desvanecerse, aparece ahí reforzado.
Lo que planteamos es, pues, el problema de las relaciones de la psicosis con la personalidad. Al hacer esto, no nos extraviamos en una de esas vanas investigaciones sobre las incógnitas de una cadena causal, que han motivado en medicina la mala reputación del término «patogenia». Y tampoco nos entregamos a una de esas especulaciones que, por mucho que respondan a irreprimibles exigencias del espíritu, son relegadas siempre a la metafísica, y por algunos no sin desprecio.
Nada más positivo que nuestro problema: es eminentemente un problema de hechos, puesto que es un problema de orden de hechos, o, por mejor decir, un problema de tópica causal.
Para abordarlo, hemos escogido la psicosis paranoica. Históricamente, en efecto, los conflictos de las doctrinas, y cotidianamente las dificultades del peritaje médico-legal, nos demuestran en qué ambigüedades y en qué contradicciones desemboca toda concepción de esta psicosis que pretenda prescindir de una definición explícita de los fenómenos de la personalidad.
En la primera parte de nuestro trabajo pretendemos dar ante todo una definición objetiva de estos fenómenos de la personalidad. Después recorremos la historia de las doctrinas, en especial de las más recientes, sobre la psicosis paranoica.
¿Representa esta psicosis el desarrollo de una personalidad, y entonces traduce una anomalía constitucional, o una deformación reaccional? ¿O es, en cambio, una enfermedad autónoma, que recompone la personalidad al quebrar el curso de su desarrollo? Tal es el problema que plantea la presentación misma de las doctrinas.
Si hemos puesto algún cuidado en esa presentación, no es solamente por un interés de documentación (a pesar de que sabemos el precio que tiene para los investigadores), sino porque en ella se revelan unos progresos clínicos incontestables.
Las antinomias en que desemboca cada una de esas doctrinas, y que están contenidas en la incertidumbre de sus puntos de partida, quedan puestas así más de manifiesto.
En la segunda parte tratamos de mostrar que la aplicación de un método teóricamente más riguroso conduce a una descripción más concreta, al mismo tiempo que a una concepción más satisfactoria de los hechos de la psicosis.
Hemos creído que la mejor manera de llevar a cabo esta demostración era elegir, de entre el gran número de hechos clínicos de que disponemos, uno de nuestros casos, explorándolo -historia de la vida e historia de la enfermedad, estructura y significación de los síntomas- de manera exhaustiva.
Pensamos que nuestro esfuerzo no habrá sido estéril. Nos da como resultado, en efecto, un tipo clínico nosológicamente más preciso, descriptivamente más concreto, pronósticamente más favorable, que los tipos hasta hoy reconocidos.
Además, este tipo tiene por si mismo un valor manifiesto de solución particular en nuestro problema.
Esto, finalmente, es lo que le da a nuestro trabajo su valor metodológico. En un capitulo de conclusiones doctrinales indicamos qué alcance general puede tener en el estudio de las psicosis el método de investigaciones cuyo fruto es ese tipo clínico.
Es verdad que, en el estudio de las psicosis, cada día parece aportar alguna correlación orgánica nueva; si se presta atención, se verá que estas correlaciones, que no pensamos discutir, tienen sólo un alcance parcial, y el interés que ofrecen les viene únicamente del punto de vista doctrinal que pretenden reforzar. No bastan, sin embargo, para construirlo. No se hagan ilusiones quienes acumulan esa clase de materiales: los hechos de nuestra ciencia no permiten hacer a un lado la preocupación por el hombre.
Damos las gracias al profesor Claude por el padrinazgo que ha concedido a la elaboración de nuestra tesis. Nos atrevemos a decir que las posiciones generales que ésta defiende, así en doctrina como en clínica, están en la línea recta de su pensamiento y de su escuela.
Estamos igualmente muy agradecidos con el doctor Heuyer, que accedió a prestar oídos benévolos a la presentación de nuestra tesis, y que de esa manera nos confirmó en la manifestación de algunas de nuestras tendencias extremas.
Queremos también dar aquí las gracias a algunos maestros de psiquiatría de quienes no hemos tenido el honor de ser discípulos, pero que nos han hecho el favor de escuchamos acerca de algún punto de nuestro plan, y de poner a nuestra disposición sus servicios.