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Prólogo. por Oscar Massota:
El presente escrito sobre «La Familia» apareció publicado en 1938 en el volumen VII de la «Encyclopédie Francaise» (ed.. A. de Monzie) cuyo tema general era «La vie mentale de l´enfance á la víeillesse». En el año 1932 Lacan había obtenido su «Diploma estatal», el título oficial para el doctorado en Psiquiatría, con su investigación sobre la paranoia: «De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité» (Le François, París).
Esta tesis, en la que Lacan estudiaba la función del Ideal del Yo en lo que llamaba «paranoia de autopunición» (caso Aimée), exhibía en la primera parte una erudición aplastante, convincente, sobre la conceptualización psiquiátrica contemporánea y vicisitudes de su historia reciente; mientras que en la segunda – los surrealistas saludaron con entusiasmo su aparición -, el autor investigaba con cuidado y con seriedad los escritos de la paciente, el producto de una ambición literaria que la perturbación mental no desmentía.
Lacan ingresaría en la Sociedad Psicoanalítica de París en el año 1934, mientras que por otro lado asistiría -conjuntamente con Merleau-Ponty, Sartre, Hyppolíte, Lefevbre- al seminario que desde 1933 a 1939 Alexandre Kojéve dicta sobre la «Introducción a la fenomenología del espíritu» de Hegel. El impacto hegeliano que sin duda data de aquella época, y cuyo alcance algunos interpretaron de modo abusivo, esbozaba ya su propio limite en el trabajo de Lacan sobre el «estadio del espejo» presentado en el Congreso de Marienbad el 16 de junio de 1936. «Le State du miroir comme formateur de la fonction du Je», no sólo induce una interpretación precisa del narcisismo y la pulsión de muerte freudianos, sino que otorga su justa ubicación a la «conciencia de sí» y a la «lucha del puro prestigio» hegelianas.
En el extenso artículo sobre la familia el autor insiste sobre el carácter central del narcisismo en la teoría, la relación de complementariedad del narcisismo con una agresividad Fundamental.
Puede desorientar al lector – quien haya ganado alguna familiaridad con los difíciles escritos de Lacan -, la referencia en el texto a los imagos del destete y nacimiento, pero uno y otro se fundamentan «apres coup» a partir del despedazamiento que corroe la síntesis, siempre dudosa, de la imagen especular: esas fantasías de dislocación del cuerpo, de desmembramiento, cuyo destino en el desarrollo sólo el complejo de castración puede reasegurar de manera paradójica. Entre los espacios «disparatados» que las formas del cuerpo sólo penosamente organizan, y el impulso de la imagen a la reconstitución de la unidad, se ve surgir la idea necesaria de esas fusiones y de esa energía que es tensión y que Freud describió en «Más allá del principio del placer. »
Por momentos el lector menospreciará en el texto la aparición de ideas que juzgará prelacanianas: las referencias a la «personalidad» o algunas frases sobre síntesis yoicas, las que, es cierto, carecen de ubicación en el desarrollo ulterior de la doctrina lacaniana. Se podrá reprochar aún a Lacan su lectura para entonces insuficiente de «Tótem y Tabú». ¿No es acaso, gracias – y no a pesar- a ese «salto» de Freud en lo «biológico» que aquel texto sorprendente entronizó en la teoría la función del Padre? El padre muerto por la borda – nos enseñará más tarde Lacan- es el padre simbólico. Pero la teoría que Lacan proponía en 1938 complicaba ya la reflexión: la función del padre no puede ser confundida con la fuerza de la amenaza paterna.
Imposible resumir, por lo demás, la capacidad de convicción de un texto que, por un recorrido riguroso a través de imagos y complejos, abre sobre la idea psicoanalítica de base: la inherencia del sujeto a la familia – más acá del relativismo de las culturas -, que constituye siempre su acceso a la profundidad de lo real.
Oscar Massota
Introducción:
La institución familiar
En un primer enfoque, la familia aparece como un grupo natural de individuos unidos por una doble relación biológica: la generación, que depara los miembros del grupo; las condiciones de ambiente, que postulan el desarrollo de los jóvenes y que mantienen al grupo, siempre que los adultos progenitores aseguren su función. En las especies animales, esta función da lugar a comportamientos instintivos, a menudo muy complejos. Se tuvo que renunciar al intento de hacer derivar de las relaciones familiares así definidas los otros fenómenos sociales observados en los animales. Por el contrario, estos últimos se manifiestan como sumamente diferentes de los instintos familiares: así, los investigadores más recientes los relacionan con un instinto original, llamado de Inter-atracción.
Estructura cultural de la familia humana
La especie humana se caracteriza por un desarrollo singular de las relaciones sociales que sostienen capacidades excepcionales de comunicación mental y, correlativamente, por una economía paradójica de los instintos que se presentan como esencialmente susceptibles de conversión y de inversión; sólo en forma esporádica muestran un efecto aislable: de ese modo, son posibles comportamientos adaptativos de una variedad infinita. Al depender de su comunicación, la conservación y el progreso de éstos son, fundamentalmente, una obra colectiva y constituyen la cultura: ésta introduce una nueva dimensión en la realidad social y en la vida psíquica. Esta dimensión especifica a la familia humana, al igual, por otra parte, que todos los fenómenos sociales del hombre.
En efecto, la familia humana permite comprobar en las primerísimas fases de las funciones maternas, por ejemplo, algunos rasgos de comportamiento instintivo, identificables con los de la familia biológica: sin embargo, tan pronto como se reflexiona acerca de lo que el sentimiento de la paternidad debe a los postulados espirituales que han marcado su desarrollo, se comprende que en este campo las instancias sociales dominan a las naturales: hasta un punto tal que no se pueden considerar como paradójicos los casos en los que las reemplaza, como por ejemplo en la adopción.
Cabe interrogarse acerca de si esta estructura cultural de la familia humana es enteramente accesible a los métodos de la psicología concreta: observación y análisis. Estos métodos, sin duda, son suficientes para poner de manifiesto rasgos esenciales, como la estructura jerárquica de la familia, y para reconocer en ella el órgano privilegiado de la coacción del adulto sobre el niño, a la que el hombre debe una etapa original y las bases arcaicas de su formación moral.
Sin embargo, otros rasgos objetivos, los modos de organización de esta autoridad familiar, las leyes de su transmisión, los conceptos de descendencia y de parentesco que comportan, las leyes de la herencia y de la sucesión que se combinan con ellos y, por último, sus relaciones íntimas con las leyes del matrimonio, enmarañan y oscurecen las relaciones psicológicas. Su interpretación deberá ilustrarse, así, con los datos comparados de la etnografía, de la historia, del derecho y de la estadística social. Coordinados mediante el método sociológico, estos datos demuestran que la familia humana es una institución. El análisis psicológico debe adaptarse a esta estructura compleja y no tiene nada que ver con los intentos filosóficos que se proponen reducir la familia humana a un hecho biológico o a un elemento teórico de la sociedad.
Estas tentativas, sin embargo, tienen su principio en algunas apariencias del fenómeno familiar; por ilusorias que sean, debemos examinarlas, puesto que se basan en convergencias reales de causas heterogéneas. Describiremos su mecanismo en lo referente a dos aspectos siempre. controvertidos para el psicólogo.
Herencia psicológica. Entre todos los grupos humanos, la familia desempeña un papel primordial en la transmisión de la cultura. También otros grupos contribuyen a las tradiciones espirituales, al mantenimiento de los ritos y de las costumbres, a la conservación de las técnicas y del patrimonio; sin embargo, la familia predomina en la educación inicial, la represión de los instintos, la adquisición de la lengua a la que justificadamente se designa como materna. De ese modo, gobierna los procesos fundamentales del desarrollo psíquico, la organización de las emociones de acuerdo con tipos condicionados por el ambiente que constituye, según Shand, la base de los sentimientos; y, en un marco más amplio, transmite estructuras de conducta y de representación cuyo desempeño desborda los límites de la conciencia.
De ese modo, instaura una continuidad psíquica entre las generaciones cuya causalidad es de orden mental. El artificio de los fundamentos de esta continuidad se revela en los conceptos mismos que definen la unidad de descendencia desde el tótem hasta el patronímico; sin embargo, se manifiesta mediante la transmisión a la descendencia de disposiciones psíquicas que lindan con lo innato. Para estos efectos, Conn creó el término de herencia social. Este término, bastante inadecuado por su ambigüedad, tiene al menos el mérito de señalar la dificultad que enfrenta el psicólogo para no sobrevalorar la importancia de lo biológico en los hechos llamados de herencia psicológica.
Parentesco biológico. Otra semejanza, absolutamente contingente, se observa en el hecho de que los miembros normales de la familia, tal como se la observa en la actualidad en Occidente, el padre, la madre y los hijos, son los mismos que los de la familia biológica. Esta identidad es sólo una igualdad numérica. El pensamiento, sin embargo, se ve tentado a considerarla como una comunidad de estructura basada directamente en la constancia de los instintos, constancia que intenta observar también en las formas primitivas de la familia. En estas premisas se han apoyado teorías puramente hipotéticas de la familia primitiva que, basándose en algunos casos en la promiscuidad observada en los animales, formularon críticas subversivas del orden familiar existente; así como en otros casos se basaron en el modelo de la pareja estable, observable también entre los animales, tal como lo hacen los defensores de la institución considerada como célula social.
La familia primitiva: una institución. Las teorías a las que acabamos de referirnos no se basan en hecho conocido alguno. La presunta promiscuidad no puede ser afirmada en ningún lugar, ni siquiera en los casos llamados de matrimonio de grupo: desde un comienzo existen prohibiciones y leyes. Las formas primitivas de la familia muestran los rasgos esenciales de sus formas finales: autoridad que, si no se concentra en el tipo patriarcal, está al menos representada por un consejo, un matriarcado sus delegados masculinos; modo de parentesco, herencia, sucesión, transmitidos en algunos casos en forma diferenciada [Rivers], de acuerdo con una descendencia paterna o materna. En esos casos se trata, efectivamente, de familias humanas debidamente constituidas. Estas no nos muestran la supuesta célula social, lejos de ello; en efecto, a medida que estas familias son más primitivas, no sólo se comprueba un agregado más vasto de parejas biológicas sino, sobre todo, un parentesco menos conforme a los vínculos naturales de consanguinidad.
El primer punto fue demostrado por Durkheim -y más tarde por Fauconnet – basándose en el ejemplo histórico de la familia romana; el estudio de los apellidos y del derecho de sucesión nos demuestra que aparecieron sucesivamente tres grupos, del más vasto al más estrecho: la gens, agregado muy vasto de troncos paternos; la familia agnática, más reducida pero indivisa y, por último, la familia que somete a la patria potestad del abuelo las parejas conyugales de todos sus hijos y nietos.
En lo referente al segundo punto, la familia primitiva desconoce los vínculos biológicos del parentesco: desconocimiento solamente jurídico en la parcialidad unilineal de la filiación, pero también ignorancia positiva o, quizás, desconocimiento sistemático. (en el sentido de paradoja de la creencia que la psiquiatría otorga a ese término), exclusión total de estos vínculos que, al poder ejercerse sólo en relación con la paternidad, se observarla en algunas culturas matriarcales [Rivers y Malinowski]. Además, el parentesco sólo es reconocido mediante ritos que legitimizan los vínculos de sangre y, de ser ello necesario, crean vínculos ficticios: el totemismo, la adopción, la constitución artificial de un grupo agnático como la zadruga eslava, son algunos ejemplos. Del mismo modo, de acuerdo con nuestro código, la filiación es demostrada por el matrimonio.
A medida que se descubren formas más primitivas de la familia humana, se extienden en agrupamientos que, como el clan, pueden considerarse también como políticos. No se puede proporcionar prueba alguna sobre la transferencia a lo desconocido de la prehistoria de la forma derivada de la familia biológica para hacer nacer de ella, por asociación natural o artificial, esos agrupamientos; por otra parte, los zoólogos, como hemos visto, se niegan a aceptar esa génesis incluso en el caso de las sociedades animales, lo que determina que la hipótesis sea menos probable aún.
Por otra parte, si la extensión y la estructura de los agrupamientos familiares primitivos no excluyen la existencia en su seno de familias limitadas a sus miembros biológicos -el hecho es tan irrefutable como el de la reproducción bisexuada – la forma así aislada arbitrariamente nada puede enseñarnos acerca de su psicología, y no es posible asimilarla a la forma familiar actualmente existente.
En efecto, el grupo reducido que compone la familia moderna no aparece, ante el examen, como una simplificación sino más bien como una contracción de la institución familiar. Muestra una estructura profundamente compleja, en la que más de un aspecto puede ser aclarado en mayor medida por las instituciones positivamente conocidas de la familia antigua, que mediante la hipótesis de una familia elemental que no se encuentra. en lugar alguno. No queremos decir por ello que sea excesivamente ambicioso buscar en esta forma compleja un sentido que la unifique, y que dirige quizás su evolución. Este sentido se descubre, precisamente, cuando a la luz de este examen comparativo se comprende la profunda reestructuración que condujo a la institución familiar a su forma actual; se reconoce también que es necesario atribuirla a la influencia predominante que asume en ese caso el matrimonio, institución que se debe distinguir de la familia. Es así que podemos calificar como excelente el término de «familia conyugal» con el que la designa Durkheim.