El autismo antes de Kanner y Asperger

El autismo 70 años después de Leo Kanner y Hans Asperger.

El autismo antes de Kanner y Asperger.

Las primeras descripciones, consolidadas como relevantes, sobre lo que actualmente

denominamos trastornos del espectro autista (TEA) corresponden a las

publicaciones de Leo Kanner (1943) y Hans Asperger (1944). Sin embargo, no

cabe duda de que individuos de similares características a las identificadas por estos autores han

existido siempre. Por esta razón es posible rescatar múltiples

huellas de su paso por la historia de la humanidad.

Quizás la primera referencia escrita conocida corresponde al siglo XVI.

Johannes Mathesius (1504-1565) (1), cronista del monje alemán Martin Lutero

(1483-1546), relató la historia de un muchacho de 12 años severamente autista.

De acuerdo con la descripción del cronista, Lutero pensaba que el muchacho no

era más que una masa de carne implantada en un espíritu sin alma, poseído por el

diablo, respecto al cual sugirió que debería morir asfixiado.

Otro caso histórico es el del insólito Fray Junípero Serra, quien ejemplifica

muchos de los síntomas que se pueden observar en personas con autismo. De

acuerdo con los relatos recogidos en el libro anónimo “Las Florecillas de San

Francisco” (2), escrito en el siglo XVII, donde se relatan pequeñas historias de este

santo, Fray Junípero no comprendía las claves sociales o el lenguaje pragmático,

no detectaba la intencionalidad del comportamiento de los demás, no se adaptaba

a las diferentes convenciones sociales y mostraba dificultades para comprender

la comunicación no verbal. Una divertida anécdota, referida en el libro, ilustra la

candidez y la tendencia a la interpretación literal implícita en el lenguaje del fraile.

Resulta que el hermano Junípero se brindó a un pobre enfermo para servirle en lo

que pudiera ser útil. Ante tal solicitud, el enfermo pidió al buen fraile: “«Sería un

gran consuelo si me pudieras traer un trozo de jamón». Sin pensárselo dos veces,

el hermano Junípero tomó de la cocina un enorme cuchillo y se dirigió a un bosque

donde iban los cerdos a comer. Atrapó uno de ellos y sujetándolo con fuerza consiguió

cortarle una pata. Tras dejar al gorrino mal herido, corrió al convento donde

con gran esmero cocinó la pata, dando de este modo satisfacción a los deseos del

enfermo quien la comió con gran voracidad.

Mayor divulgación y polémica ha recibido el caso del niño salvaje Victor de

Aveyron, estudiado por el Dr. Jean Itard, y llevado a las pantallas de cine en 1970

en la película, dirigida por Francois Truffaud, “L´enfant sauvage”. Esta historia

fue agudamente estudiada por la psicóloga inglesa Uta Frith (2003) (3), quien aportó

una versión muy distinta respecto a la convencional. Cuando Victor fue hallado

en estado salvaje en los bosques del Midi Francés, no hablaba, no hacía demandas,

no establecía contacto con las personas y parecía totalmente desprovisto de cualquier

forma de sociabilidad. Su edad se estimó alrededor de los 12 años. El caso

despertó en su época, finales del siglo XVIII, un apasionante debate en el mundo

intelectual, conmovido por el enternecedor e intrigante caso. El debate se movía

entre dos polos: ¿era Victor, privado del contacto social, algo parecido a una bestia

salvaje desprovista de cualquier sentido moral?; o por el contrario, ¿sería el buen

salvaje rousseauniano, no contaminado por la sociedad, del cual emergerían las

virtudes humanas en su estado más puro? .Desde una perspectiva más pragmática,

algunos médicos de la época pensaron que Victor padecía una deficiencia severa

desde el nacimiento – imbecilidad constitucional – y que, precisamente por este motivo, sus padres lo habrían abandonado. Pero esta explicación, aparentemente

cargada de sentido común, era poco atractiva para la intelectualidad de la época,

pues daba por concluido el apasionante debate sociológico que este acontecimiento

había suscitado. La escritora Harlan Lane (1976) planteó por primera vez en su

libro “El Niño Salvaje de Aveyron”, la posibilidad de que Victor fuera autista (4).

Pero la autora acabó rechazando esta opción por las siguientes razones: 1) Victor,

mostraba cambios bruscos de humor desencadenados por causas vinculadas a la

relación con otras personas; 2) no estaba profundamente aislado, sino que mostraba

un cierto afecto con los que eran amables con él; 3) no tenía obsesiones marcadas;

4) no tenía grandes dificultades para la manipulación; y 5) tenía lenguaje gestual.

Sin embargo, Uta Fritz se preguntaba, años más tarde, en su libro: “¿descartan

estas observaciones el diagnóstico de autismo?” Desde la perspectiva actual se

contempla el autismo, dentro un espectro dimensional con alteración de las capacidades

sociales y comunicativas; pero en modo alguno ello implica una ausencia

absoluta de tales facultades.

Si se presta atención a la descripción que dejó escrita el abate Pierre-Joseph

Bonnaterre, profesor de Historia Natural de la Escuela Central de Aveyron, resulta

que analizando minuciosamente el relato de sus conductas queda muy claro que

Victor mostraba deficiencias en las interacciones sociales recíprocas, incompetencias

intelectuales específicas, alteraciones de la integración sensorial y, además, no

realizaba juego simbólico (5).

Sin embargo, el vocablo autismo no fue utilizado en la literatura médica hasta

1911. En esa fecha, el psiquiatra suizo Paul Eugen Bleuler introdujo este término

para referirse a una alteración, propia de la esquizofrenia, que implicaba un alejamiento

de la realidad externa. Bleuler, profundamente interesado en la esquizofrenia,

utilizó el significado inicial para referirse a la marcada tendencia de los pacientes

esquizofrénicos a vivir encerrados en sí mismos, aislados del mundo emocional

exterior (6). Como suele ser común en el lenguaje médico, la locución deriva del

griego clásico. “Autos”, significa uno mismo; “ismos” hace referencia al modo de

estar. Se entendía por autismo el hecho de estar encerrado en uno mismo, aislado

socialmente. Sin embargo, el uso original de la palabra no se correspondía exactamente

con el significado que adquiriría tres décadas más tarde, y que persiste en la

actualidad.

Poco después, en 1923, el psicólogo también suizo, Carl Gustav Jung introdujo

los conceptos de personalidad extravertida e introvertida, ampliando el enfoque

psicoanalítico de Sigmund Freud (7). Este enfoque definía a la persona con

autismo como un ser profundamente introvertido, orientado hacia el mundo interior.

El introvertido era para Jung una persona contemplativa que disfrutaba de la

soledad y de su mundo interno; de manera que la introversión severa, denominada

autismo, se creía que era característica de algunas formas de esquizofrenia.

Durante los años previos a Leo Kanner fueron apareciendo trabajos que se

pueden considerar aproximaciones conceptuales al autismo. Tales aportaciones

se inspiraban en interpretaciones de lo que se denominó esquizofrenia de inicio

precoz (8), síndromes parecidos a la esquizofrenia (9) o cuadros regresivos en la

infancia (10). Ello indicaba que las personas con autismo, como es obvio, acudían

a las consultas e intrigaban a los psiquiatras de la época.

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BIBLIOGRAFÍA:

(1) Christian H. Mathesius, Johannes (1504-1565). Global Anabaptist Mennonite Encyclopedia

Online, 1957. http://www.gameo.org/encyclopedia/contents/M381.html

(2) Anónimo. Las florecillas de San Francisco 5 a ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,

1971.

(3) Fritz U. Autismo. Madrid: Alianza Editorial, 1989.

(4) Lane H. Wild Boy of Aveyron. Cambridge: Harvard University Press Publications, 1976.

(5) Bonnaterre PJ. Notice historique sur le sauvage de l’Aveyron. Journal de Paris 1800; September

5: 1741-2.

(6) Bleuler E. Dementia praecox or the group of schizophrenias. Monograph series on schizophrenia.

Vol 1. New York: International University Press, 1950.

(7) Rothgeb C L. Abstracts of the Collected works of C.G. Jung. London: Karnac Books Ltd,

1992.

(8) Bender L. Chidhood schizophrenia. Nerv Child 1942; 1: 138-40

(9) Gesell A, Amatruda GS. Developmental diagnosis. New york: Harper 1941.

(10) Hulse WC, Heller T. Dementia infantilis. J Nerv Ment Dis 1954; 119: 471-7.