Biografía Bettelheim Bruno (1903-1990)
Bettelheim Bruno Psicoanalista norteamericano de origen austríaco
Tras sus estudios de psicología, adquiere una formación psicoanalítica. Es deportado en razón de sus orígenes judíos a Dachau y Bucheriwald, de donde es liberado gracias a la intervención de la comunidad internacional. Extrae de esta experiencia un informe titulado Individual and Mass Behavior in Extreme Situation (1943), que el general Eisenhower dio a leer a todos los oficiales del ejército norteamericano. También extrajo de esta experiencia El corazón conciente (1960) y Sobrevivir (1979), donde analiza las actitudes humanas en las situaciones extremas y jerarquiza los comportamientos que parecen más eficaces para salvaguardar la integridad funcional del yo. Después de su liberación se dirige a los Estados Unidos, donde se hace profesor de educación (1944), luego de psiquiatría (1963) en la Universidad de Chicago. También toma la dirección, en 1944, de un instituto destinado a los niños con dificultades, que reforma en 1947, con el nombre de Instituto Ortogenético de Chicago. Organiza este Instituto, que describe en Un lugar para renacer (1974), como un medio aislado de las presiones exteriores, especialmente de los padres, y en el que toma a su cargo a los niños autistas. Por su práctica y sus observaciones pone en cuestión las concepciones del autismo, y sostiene que la causa primera de esta enfermedad es un incidente sobrevenido en la más temprana infancia, en particular, en una relación mal establecida entre el niño y su m adre. Intenta demostrar esta tesis a partir de varios casos en La fortaleza vacía (1967). En su Instituto Ortogenético no deja ningún detalle librado al azar: un medio en todo momento favorable al niño, el reparto de los pensionistas en seis grupos de ocho, el respeto absoluto de lo que quiere el niño, sin intervención de ninguna jerarquía, pues, según sus decires, «el poder corrompe». Sus métodos invocan a S. Freud, A. Aichhorn y sobre todo a E. Erikson, promotor del «principio de la confianza básica». Bettelheim se vincula así con la corriente de la psicología del yo. Luego de haber escrito Diálogo con las madres (1962) y de haberse interesado en los mitos y los cuentos de hadas (Psicoanálisis de los cuentos de hadas, 1976), publica Las heridas simbólicas (1976). La importancia de Bettelheim, aunque a veces cuestionada, se destaca especialmente en su voluntad de dejarle al niño toda la facultad de autonomía posible, incluso en sus tendencias a la retracción, para que acceda a partir de sí mismo al otro, al mundo, de manera personal y auténtica.
Es imposible invocar la vida y la obra de Bruno Bettelheim sin tener en cuenta el escándalo que estalló en los Estados Unidos una semana después de su muerte. Como consecuencia de la publicación, en algunos importantes periódicos, de las cartas de ex alumnos de la Escuela Ortogénica de Chicago, que Bettelheim había dirigido durante cerca de treinta años y que recibía a niños clasificados como autistas, la imagen del buen «Dr. B.», como se lo llamaba, quedó eclipsada por la de un tirano brutal, que había impuesto el terror en su escuela. Se recordó entonces que no aceptaba ningún visitante, salvo, y en condiciones muy restringidas, las familias de los niños albergados. Muy pronto los ataques se extendieron a su vida y su obra, y los calificativos de impostor, falsificador y plagiario se sumaron al de charlatán. Este tumulto tuvo poco eco en Francia, donde Bettelheim disfrutaba de un inmenso prestigio desde el éxito de su libro La fortaleza vacía, y de la emisión dedicada a la Escuela Ortogénica, realizada por Daniel Karlin y Tony Lainé para la televisión francesa, y difundida en octubre de 1974. Ese prestigio sólo había sido mellado por la declinación general de las ideas filosóficas y psicoanalíticas en la década de 1970. Sin dar crédito a la totalidad de las acusaciones lanzadas contra él, y refutando sobre todo la de plagiario, su biógrafa, Nina Sutton, ha demostrado la autenticidad de algunas de ellas, dejando ver que la cuestión central residió en la interpretación a que habían dado lugar sus arrebatos verbales, la brutalidad de algunos de sus actos, sus «pequeñas mentiras, sus «fraudes» y, más allá de esto, sus continuos acomodamientos de la historia. Fiel a las ideas Freudianas, Bruno Bettelheim lo fue a su manera, una manera que, en lo esencial, tenía necesariamente que chocar con los sostenedores y herederos de la Ego Psychology, custodios de una ortodoxia encarnada por la International Psychoanalytical Association (IPA). Rechazando tanto la comodidad del dogmatismo teórico como el pragmatismo, postulando que los niños a su cargo debían ser tratados con un respeto y una exigencia que no admitía ninguna distensión, Bruno Bettelheim concibió un universo «terapéutico total» que hizo de su trabajo un combate permanente, cuyo objetivo, la salida del encierro en el que esos niños habían encontrado refugio, justificaba los medios. Nacido en Viena el 28 de agosto de 1903, en una familia de la pequeña burguesía judía asimilada, aquejado de una fealdad que la madre, que siempre le escatimó su afecto, reconocía sin miramientos, muy pronto Bruno Bettelheim puso de manifiesto tendencias depresivas. Dos acontecimientos trágicos impactaron sobre su joven existencia. La afección sifilítica del padre, enfermedad «vergonzosa» mantenida en secreto, que durante mucho tiempo él mismo creyó padecer por trasmisión hereditaria, y el estallido de la Primera Guerra Mundial, con su cortejo de recesión y miseria, que en 1918 desembocó en la caída del imperio de los Habsburgo y el fin de lo que Stefan Zweig denominó «el mundo de ayer». Estas primeras fracturas materiales y morales orientaron su reflexión sobre las posibilidades de adaptación del hombre ante condiciones que amenazan destruirlo. Consagrado a estudios literarios y artísticos, Bruno Bettelheim frecuentó una organización juvenil denominada Jung Wandervogel («Jóvenes Pájaros Migratorios»), marco de su primer encuentro con las ideas de Sigmnund Freud, a través de un oficial desmovilizado, Otto Fenichel. La muerte del padre lo obligó a interrumpir sus estudios para dirigir la empresa familiar de venta de madera. Después de algunos años de una vida conyugal difícil, volvió a la universidad, emprendió un análisis con Richard Sterba e inició una relación con una joven institutriz que iba a ser más tarde su segunda esposa y que, como la primera, era una émula de Maria Montessori. En 1938 se recibió de doctor en estética (más tarde se dirá doctor en filosofía), una semana antes de la entrada de los nazis en Viena. Por razones confusas que él no aclaró nunca, permaneció en Viena, mientras que su mujer y la pequeña autista norteamericana que estaba a cargo de esta última partían a los Estados Unidos (años después, Bettelheim trató de hacer creer que era él el responsable de la niña). Arrestado por la Gestapo, llegó a Dachau el 3 de junio de 1938, después de haber sido violentamente golpeado. Transferido a Buchenwald el 23 de septiembre de 1938, se encontró allí con Ernst Federn, el hijo de Paul Federn, compañero de Freud. En ese universo de terror, angustia y humillación permanentes, inició un trabajo sobre sí mismo para resistir a la empresa mortífera de la SS. La experiencia del campo de concentración está en el origen del concepto de «situación extrema», expresión con la cual Bettelheim designaba las condiciones de vida ante las cuales el hombre puede abdicar, identificándose con la fuerza destructora constituida tanto por el verdugo o el entorno como por la coyuntura, o bien resistir, practicando una estrategia de supervivencia (So brevivir será el título de uno de sus libros) que consiste en construirse, a semejanza de lo que él iba a suponer que está en el origen del autismo, un mundo interior con fortificaciones contra las agresiones externas. Liberado el 14 de abril de 1939 gracias a intervenciones que le dieron una nueva oportunidad de fabular, emigró a los Estados Unidos despojado de todos sus bienes. Experimentó nuevos choques a su llegada, cuando la mujer le anunció su intención de divorciarse, y él descubrió el poco interés que prestaban los norteamericanos al horror de los campos de concentración. Fiel al compromiso asumido con Ernst Federn, en virtud del cual el primer liberado de los dos debía testimoniar las atrocidades nazis, consignó por escrito la observación minuciosa que había hecho del comportamiento de los prisioneros y los verdugos, y de las relaciones que mantenían entre ellos. Este documento, que en un primer momento encontró indiferencia o resistencia, apareció en 1943; atrajo entonces el interés del general Eisenhower, quien decidió hacerlo leer a sus oficiales. Simultáneamente, Bruno Bettelheim se convirtió en el especialista en campos de concentración, estatuto que iba a revelarse cargado de malentendidos, en este caso con el conjunto de la comunidad judía. En efecto, los testimonios de los pocos sobrevivientes de los campos de la muerte revelaron la insondable distancia que separaba el universo concentracionario de la empresa de exterminio sistemático de la que Auschwitz seguirá siendo símbolo para siempre. Bruno Bettelheim iba a tardar años en admitir esta diferencia, negándose a ver en ella un límite trágico a su virulenta crítica de lo que él presentaba como la pasividad de los judíos ante sus verdugos. En 1944 fue nombrado director de la Escuela Ortogénica, dependiente de la Universidad de Chicago, cuyo funcionamiento ya no era satisfactorio. Durante treinta años esa institución se convirtió en «su» escuela, teatro de la puesta en obra draconiana de las concepciones y los métodos forjados en el curso de los episodios dolorosos vividos por él. Se trataría de construir, en cada instante de la vida cotidiana de ese internado, un universo que diera seguridad, capaz de constituir un antídoto a las «situaciones extremas» que se suponía habían precipitado a los niños en el autismo y la psicosis. De inspiración psicoanalítica, la empresa era no obstante paradójica, e iba en sentido contrario a esos mismos principios psicoanalíticos de apertura hacia el exterior y autonomización de los sujetos. La cuestión no consiste sólo en recusar las doctrinas organicistas sobre el autismo y la psicosis, sino también en examinar las modalidades de aplicación de la teoría psicoanalítica en el tratamiento de esas afecciones. Y en tal sentido conserva toda su actualidad. Bruno Bettelheim dedicaba sus días y una parte de las noches a la escuela y a la redacción de los informes que iban a constituir la materia prima de sus principales obras. Fue convirtiéndose en un personaje mediático en los Estados Unidos y el resto del inundo, objeto de adhesiones apasionadas y también de violentas polémicas. Después de jubilarse en términos conflictivos, continuó escribiendo; se dedicó tanto al esclarecimiento analítico de los cuentos de hadas como a efectuar una lectura crítica de la traducción inglesa de las obras de Freud. Afectado por la muerte de la esposa y por preocupaciones de salud que limitaban su autonomía, depresivo y colérico, obsesionado por el miedo a la invalidez, Bruno Bettelheim puso fin a sus días la noche del 12 al 13 de marzo de 1990, cincuenta y dos años después de la entrada de los nazis en Viena, ahogándose con una bolsa de plástico revestida de caucho.