La categoría del Otro es esencial entre las formulaciones originales de Lacan porque designa primordialmente, en el intervalo, el lugar vacío, pero también potencialmente grávido de todos los elementos del lenguaje susceptibles de venir a insertarse en mi enunciación y de hacer allí oír a un sujeto que no puedo sino reconocer como mío, sin que por ello pueda hacerlo hablar a mi gusto ni tampoco saber qué quiere: el sujeto del inconsciente. Un significante (S1) es así, dirá Lacan, lo que representa a un sujeto ($) para otro significante (S2). Pero que este último venga del lugar Otro lo designa también como síntoma, si es cierto que decepcionará infaltablemente mi llamado haciendo fracasar la relación. El signo, por su parte, designa alguna cosa (así el humo es indicio del fuego; la cicatriz, de la herida; la subida de la leche, de un parto, dicen los estoicos), pero para alguno; en presencia de la cosa, efectivamente, el yo [je] se desvanece. La fórmula lacaniana del fantasma $ à a (a leer «S tachada losange /punción de pequeño a» [véa se fantasma]) liga la existencia del sujeto ($) a la pérdida de la cosa ( a ), lo que la teoría también registra como castración. La emergencia eventual en mi universo perceptivo del objeto perdido singular que me funda como sujeto -de un deseo inconsciente- lo oblitera, dejándome sólo la angustia propia del individuo (un-dividido). Se habrá reparado seguramente en el desplazamiento radical así operado en la tradición especulativa. El enunciado de que el significante no tiene una función denotativa sino representativa, no de un objeto sino del sujeto, que no existe sino a condición de la pérdida del objeto, no es sin embargo una aserción más que se agregue a otras aserciones, anteriores en la tradición. No se autoriza en un decir sino en el ejercicio de una práctica verificable y repetible por otros. En cuanto a la mutación del significante en signo que denota la cosa, es divertido observar que estos ejemplos tomados de los estoicos señalan todos el alguno a quien se dirigen, en sus figuras urinarias, castradora o fecundante: el Falo, del que son otros tantos llamamientos. Si este es una causa de la imposibilidad de la relación sexual, se debe considerar entonces otra categoría, además de las de lo imaginario y lo simbólico: la de lo real, como imposible precisamente. No se trata de lo imposible de conocer, propio del noúmeno kantiano, ni siquiera de lo imposible de concluir, propio de los lógicos (cuando les importa Gödel), sino de la incapacidad propia de lo simbólico para reducir el agujero del que es autor, puesto que lo abre a medida que intenta reducirlo, siendo nada la respuesta propia de lo real a los ensayos hechos para obligarlo a responder. Este tratamiento de lo real rompe con las alternativas demasiado clásicas: racionalismo positivista, escepticismo o misticismo. Scilicet -«Tú puedes saber»-, tal fue el título dado por Lacan a su revista. ¿Saber qué, si no es el objeto a por el cual haces de tapón al agujero en el Otro y mutas lo imposible en goce, aunque este deba quedar marcado por ello? ¿Irás sin embargo suficientemente lejos en su conocimiento como para saber qué objeto eres? Sea como fuere, la gestión del psicoanálisis se demuestra bien inscrita en la tradición del racionalismo, pero dándole, con las categorías de lo imaginario y lo real, un alcance y unas consecuencias que esta tradición no podía sospechar ni agotar. Era previsible sin duda que este sacudón de estanterías, aunque tomado de Freud y de su práctica, provocase reacciones. ¿Acaso no era incomprensible, en primer lugar, por estar en ruptura con los hábitos mentales -la comodidad-, que van mucho más allá de lo que se cree? En realidad, lo es sobre todo por su soporte lógico -una topología no euclidiana-, al haber marcado el estadio del espejo lo que la familiaridad del pensamiento y nuestra intuición le deben al espejismo plano del narcisismo.