En 1953 y aunque era su presidente, Lacan dimitió de la Sociedad Psicoanalítica de París (la que siempre tuvo una actitud reservada hacia Freud) en compañía de D. Lagache, J. Favez-Boutonier, F. Dolto, y fundó con ellos la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. El motivo de la ruptura fue la decisión de la Sociedad parisina de fundar un instituto de psicoanálisis encargado de impartir una enseñanza reglada y diplomada sobre el modelo de la Facultad de Medicina. ¿Ignoraba acaso el carácter ambiguo y fácilmente falaz de nuestra relación con el saber cuándo es impuesto? Pero la realidad sin duda era más trivial: el seminario de Lacan, los cursos en la Sorbona de Lagache y de Favez-Boutonier, el carisma de Dolto atraían a los estudiantes, que por otra parte los siguieron en su éxodo. Este conoció la atmósfera estimulante y fraternal, de las comunidades libres en su principio. El discurso de Lacan en Roma sobre «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis» servía de brújula. Demasiado sin duda; su éxito vino bastante pronto a hacerle sombra a sus amigos y luego también a los alumnos que habían crecido y se mostraban ahora preocupados por su persona. Un decenio de nomadismo bastaba; era necesario, parece, reintegrarse a la Asociación Psicoanalítica Internacional. Las negociaciones conducidas por un trío de alumnos (W. Granoff, S. Leclaire y F. Perrier) terminaron en un trueque: reconocimiento por la IPA a cambio de la renuncia de Lacan a formar psicoanalistas… En 1963, Lacan fundaba solo la Escuela Freudiana de París. Un puñado de amigos deprimidos y de alumnos aislados lo siguieron en ese nuevo desierto. Gracias a su trabajo, iba a mostrarse de una fecundidad excepcional. A los primeros signos de enfermedad del fundador, se produjo una agitación tal que lo condujo a disolver su Escuela (1980). El objetivo de Lacan fue asegurarle al psicoanálisis un estatuto científico que protegiese sus conclusiones de los desvíos de los taumaturgos para imponerlo así al pensamiento occidental: volver a encontrar el Verbo, que estaba en el comienzo y que hoy se encuentra bien olvidado. Pero mostrar también que no se trataba de una teoría sino de las condiciones objetivas que determinan nuestra vida mental. Y además ponerle un término a ese recomienzo por el cual cada generación parece querer reescribir el psicoanálisis como si sus conclusiones, precisamente, Siguiesen siendo inadmisibles. Pero, ¿es el campo psicoanalítico apropiado para un tratamiento científico, es decir, para asegurar una respuesta siempre idéntica de lo real a la formalización que lo solicita? Más aun, ¿es apto para calcular las respuestas susceptibles de ser dadas por un sujeto, que la teoría de los juegos construye en el marco de las ciencias conjeturales? Sí, si se admite que existe una clínica de las histerias, es decir, una reseña de los modos de contestación del sujeto al orden formal que lo condena a la insatisfacción. Hay allí un proyecto de revisión del estatuto del sujeto tal como lo valoriza el humanismo cristiano. ¿Será en provecho de una mortificación, a ejemplo del budismo? Seguramente que no, si la finalidad de la cura es devolverle al sujeto el acceso a la fluidez propia del lenguaje sin que reconozca en él otro punto fijo que no sea un anclaje a través de un deseo acéfalo, el propio.