Carta 57 (24 de enero de 1897)
La idea de traer a cuento las brujas cobra vida. Y por otra parte la considero acertada. Los detalles empiezan a proliferar. El «volar» está aclarado, la escoba sobre la que cabalgan es probablemente el gran Señor Pene. En cuanto a las reuniones secretas, con danza y diversiones, se las puede observar todos los días en las calles donde juegan niños. Un día leí que el oro que el diablo da a sus víctimas por lo general se muda en mierda; y al día siguiente me dice de manera repentina el señor E., quien informa sobre los delirios de dinero de su [antigua] niñera (y por el desvío Cagliostro-orífice-caga ducados) ver nota que el dinero de Louise era siempre mierda. Por tanto, en las historias de brujas eso sólo vuelve a mudarse en la sustancia de la cual se generó. ¡Ah, si supiera por qué el esperma del diablo siempre es calificado como «frío» en las confesiones de las brujas! He encargado el Malleus maleficarum, y ahora que he dado el último plumazo a las parálisis infantiles, lo estudiaré con ahínco. La historia del diablo, el léxico popular de insultos, las canciones y usos de los niños, todo ello cobra significatividad para mí. ¿Podrías tú indicarme sin esfuerzo, merced a tu rica memoria, alguna bibliografía buena? Sobre las danzas en las confesiones de las brujas, recuerda las epidemias de danza de la Edad Media. La Louise de E. era una de esas brujas danzadoras; se acordó de ella por primera vez viendo ballet, de ahí su angustia al teatro.
Al volar, flotar, corresponden los artificios gimnásticos en los ataques histéricos de los muchachos, etc.
Se me insinúa una idea: como si en las perversiones, cuyo negativo es la histeria, uno estuviera frente a un resto de un antiquísimo culto sexual que antaño quizá fue también religión en el Oriente semítico (Moloch, Astarté).
Las acciones perversas son, por lo demás, siempre las mismas, provistas de sentido y construidas según algún paradigma que será preciso aprehender.
Sueño entonces con una religión del diablo, de antigüedad primordial, cuyos ritos se prolongan en secreto, y así concibo la severa terapia de los jueces de brujas. Los nexos proliferan.
Otro tributario de la corriente principal deriva de esta consideración: hay una clase de gente que todavía hoy narra historias parecidas a las de las brujas y mi paciente, sin hallar creencia en los demás, aunque su creencia en ellas es inconmovible. Me refiero, como habrás colegido, a los paranoicos, cuyas quejas de que les dan mierda junto con los alimentos, se los maltrata por la noche de la manera más cochina, sexualmente, etc., son puro contenido mnémico. Tú sabes que yo he distinguido entre delirio de recuerdo y delirio de interpretación. Este último se anuda a la característica imprecisión con respecto a los malhechores, que por cierto son escondidos por la defensa.
Todavía un detalle: en la histeria, discierno al padre en los elevados requerimientos que se ponen en el amor, en la humillación ante el amado o en el no-poder-casarse a causa de unos ideales incumplidos. Fundamento: desde luego, la altura del padre, que se inclina condescendiente hasta el niño. Compárese con esto la combinación, en la paranoia, entre delirio de grandeza e invención poética de una enajenación con respecto al linaje. Es el reverso de la medalla.
A todo esto, se me vuelve más incierta una conjetura que yo sustentaba, a saber, que la elección de neurosis estaría condicionada por la época de la génesis, que más bien aparece fijada sobre la primera infancia. Empero, esa definición oscila siempre entre la época de la génesis y la época de la represión (ahora preferida).