Capítulo VIII: Instinto.
LOS INSTINTOS SON COMPARABLES CON LOS HÁBITOS, PERO SE
DIFERENCIAN DE ESTOS POR EL ORIGEN. No intentaremos dar aquí la definición
del instinto, pues es fácil demostrar que se comprenden comúnmente en este término varias
acciones mentales distintas, y todo el mundo sabe qué significa decir que el instinto
induce, por ejemplo, al cuco a emigrar y poner sus huevos en los nidos de otras aves. Una acción para cuya realización nosotros mismos necesitaríamos experiencia, cuando es re alizada por algún animal, especialmente si este es muy joven, sin experiencia, y cuando es
llevada a cabo de la misma manera, por muchos individuos, sin que sepan para qué la
hacen, se apellida comúnmente instintiva. Pero podríamos demostrar que ninguno de estos
caracteres puede tomarse por universal, pues siempre entra en juego una pequeña dosis
de juicio o de razón, como la llama Pierre Huber, aun en los animales situados muy
bajos en la escala de la naturaleza.
Federico Cuvier y algunos de los metafísicos más antiguos han comparado el instinto
con el hábito, y nosotros creemos que esta comparación da una idea exacta del estado de
ánimo bajo el cual se lleva a cabo una acción instintiva, aunque no se explique precisamente
su origen. ¡Cuán inconscientemente se hacen por hábito muchas cosas que en bastantes
casos están en oposición directa con nuestra voluntad consciente!
Ahora bien; estas acciones pueden ser modificadas por la voluntad o por la razón. Los
hábitos fácilmente se asocian con otros hábitos en ciertos períodos de tiempo y estados
del cuerpo, pero una vez adquiridos, permanecen constantes toda la vida. Podrían indicarse
algunos puntos parecidos entre los instintos y los hábitos. Sucede con los instintos lo
mismo que al repetir una canción muy sabida, una acción sigue a la otra por una especie
de ritmo. Si se interrumpe a una persona cuando canta o cuando ejecuta algo por rutina,
se la obliga generalmente a volver atrás para recobrar el hilo habitual del pensamiento.
Si suponemos que una acción habitual pasa a ser hereditaria, lo cual puede demostrarse
que sucede algunas veces, entonces el parecido entre lo que en su origen fue un hábito y un instinto es tan grande, que no es posible establecer la diferencia. Si Mozart, en lugar
de tocar maravillosamente el piano cuando tenía tres años de edad, hubiera ejecutado una
tonada sin práctica ninguna, podría haberse dicho verdaderamente que lo había hecho por
instinto. Pero sería un error serio suponer que se ha adquirido por hábito el mayor número
de los instintos en una generación, y que estos se han transmitido después, por herencia, a
las generaciones posteriores. Puede demostrarse claramente que es imposible que los instintos
más maravillosos que conocemos, a saber, los de la abeja de colmena y los de muchas
hormigas, hayan sido adquiridos por hábito.
Todos admitirán que para el bienestar de cada especie en sus condiciones actuales de
vida, los instintos son tan importantes como las estructuras corpóreas. En condiciones
cambiadas de vida es posible que sean ventajosas a una especie algunas ligeras modificaciones
de instintos; y si puede demostrarse que estos varían, por poco que sea, no vemos
dificultad en admitir que la selección natural conserva y acumula las variaciones de instintos
en cualquier medida que sea ventajosa. Creemos firmemente que así se han originado
todos los instintos más complejos y asombrosos que conocemos. Al igual que nacen
y se aumentan por el uso o el hábito las modificaciones en la estructura corpórea, y se
disminuyen o pierden por el desuso, debe haber sucedido con los instintos. Pero creemos
que los efectos del hábito son de importancia secundaria con respecto a los efectos de la
selección natural en lo que podríamos llamar variaciones espontáneas de instintos, esto
es, variaciones manifestadas por las mismas causas ocultas que producen las pequeñas
desviaciones en la estructura del cuerpo.
Hay menos posibilidades de obtener algún instinto complejo por medio de la selección natural que por la lenta y gradual acumulación de variaciones múltiples y ligeras, pero ventajosas. Así, pues, como en el caso de las estructuras corpóreas, tenemos que encontrar en la naturaleza, no los grados reales de transición por lo s cuales se ha adquirido cada instinto complejo (porque estos podrían encontrarse solamente en los antecesores directos de cada especie), sino algunas pruebas de estos grados de transición en las líneas colaterales de descendencia, o al menos debemos ponernos en condición de demostrar que son
posibles ciertos grados, sean de la clase que fueren, lo cual es ciertamente posible hacerlo.
Los cambios de instintos pueden muchas veces facilitarse cuando la misma especie
posee diferencias en los diversos períodos de la vida, o en las diversas estaciones del año,
o cuando sus individuos atraviesan diferentes circunstancias, en cuyo caso puede la selección
natural conservar el uno o el otro instinto. Esto demuestra que, en la naturaleza, ocurren
semejantes ejemplos de diversidad en la misma especie.
Además, como en el caso de la estructura corpórea, y en conformidad con nuestra teoría
sucede que, el instinto de cada especie es bueno para la misma; pero no ha sido nunca
producido en beneficio exclusivo de otras especies. Uno de los casos más convincentes
que conocemos de un animal que aparentemente lleve a cabo un acto sólo por el bien de
otro animal, es el de los pulgones, que voluntariamente ceden a las hormigas su dulce excreción.
Huber observó, antes que nadie, que lo hacen voluntariamente, como lo demuestran
los siguientes hechos: en cierta ocasión removimos todas las hormigas que había entre
un grupo de diez o doce pulgones que habitaban en una planta de acedera, e impedimos
que volviesen a ella durante algunas horas.
Pasado este intervalo, ya era seguro que los pulgones necesitaban excretar. Los observamos
por algún tiempo, valiéndonos de una lente, y vimos con sorpresa que ni uno solo
de ellos lo había hecho. Entonces los tocamos e instigamos con un cabello, imitando en lo
posible lo que hacen las hormigas con sus antenas. Después de esto dejamos que una
hormiga se acercara a ellos, y en el acto, por las ansias con que corría de un lado para
otro, parecía indicar no desconocer el pasto que acababa de descubrir. Entonces empezó a
tocar con sus antenas el abdomen de uno de los insectos, pasando luego a otro, y después
a otro, etc. Cada uno de ellos, al sentir las antenas, levantaba inmediatamente su abdomen
y excretaba una gota transparente del dulce jugo, que ansiosamente era devorado por la
hormiga. Los pulgones más jóvenes obraban de la misma manera, demostrando así que la
acción era instintiva y no resultado de la experiencia.
También podría demostrarse con muchos hechos que las cualidades mentales de los
animales de la misma clase nacidos en estado natural varían mucho, y asimismo es fácil
aducir diferentes casos de hábitos extraños y accidentales en animales salvajes, cuyos
hábitos, de ser ventajosos para la especie, podrían haber dado lugar a nuevos instintos por medio de la selección natural.
CAMBIOS HEREDITARIOS DE HÁBITOS O DE INSTINTOS EN LOS
ANIMALES DOMÉSTICOS. Se aumentará la creencia en la posibilidad y aun en la probabilidad
de la herencia de las variaciones distintas en estado natural, al considerar brevemente
algunos pocos casos que ocurren en la domesticidad, pues así podremos ver la
parte que el hábito y la selección de las variaciones llamadas espontáneas ha tenido en
modificar las cualidades mentales de nuestros animales domésticos, siendo notorio cuánto
varían en sus cualidades mentales muchos de estos animales. En los gatos, por ejemplo,
vemos que mientras uno se dedica naturalmente a la caza de ratas, otro prefiere la de ratones,
siendo cosa sabida que estas tendencias se heredan. Los instintos domésticos, que
así podremos llamarlos, son ciertamente mucho menos fijos que los naturales; pero en
ellos ha obrado una selección mucho menos rigurosa y han sido transmitidos por un período
de tiempo incomparablemente más corto y en condiciones de vida menos estables.
Las cualidades mentales de nuestros animales domésticos varían y se heredan, aunque
los instintos cambian ligeramente en estado natural. Nadie disputará que los instintos son
de la mayor importancia para cada animal; por lo tanto, no hay dificultad real cambiando
las condiciones de vida, para que la selección natural acumule en un grado cualquiera las
ligeras modificaciones de instinto que sean útiles de algún modo. En muchos casos es
probable que haya entrado en juego el hábito o el uso y el desuso; y si pretendemos afirmar
que los hechos presentados en este capítulo den fuerza de ninguna clase a esta teoría,
tampoco concederemos que alguno de los casos de dificultad la anulen, confesándonos
como completamente equivocados. Por otra parte, el hecho de que los instintos no sean
siempre absolutamente perfectos y estén sujetos a equivocaciones; el que no pueda presentarse
un instinto que haya sido producido en beneficio de otros animales, por más que
estos se aprovechen de los instintos de otros; y el que el canon de historia natural «Natura
non facit saltum» sea aplicable a los instintos al igual que a la estructura corpórea y sea
plenamente inteligible con las opiniones anteriores, y de otros modos inexplicables; todo,
en suma, tiende a corroborar la teoría de la selección natural.
También esta teoría adquiere fuerza por unos cuantos hechos más con respecto a los
instintos, como es el caso común de especies muy cercanas, pero distintas, que habitan
diversas partes del mundo y viven en condiciones cons iderablemente diferentes, y que,
sin embargo, conservan con frecuencia casi los mismos instintos. Por ejemplo, podemos
entender cómo por el principio de la herencia, el tordo de la América tropical del Sur cubre
su nido de barro, de la misma manera peculiar que nuestro tordo británico; cómo los
todopicos del África y de la India tienen el mismo instinto extraordinario de tapiar y aprisionar
a las hembras en un hueco de un árbol, abriendo un agujerito en la tapia, por el
cual los machos les dan el alimento a ellas y a sus polluelos cuando salen del cascarón;
cómo el regaliolo macho (Troglodita), de la América del Norte, construye nidos para su
descanso al igual que en Europa, hábito completamente diferente del de todos los pájaros
conocidos. Finalmente, acaso no sea deducción lógica, pero sí para nosotros muchísimo
más satisfactoria, considerar que instintos tales como el del pollo de cuclillo, que echa a
sus hermanos del nido, el de las hormigas que hacen esclavos y los de las larvas de los
ichneumones, que se alimentan dentro de los cuerpos vivos de las orugas, no son instintos
especialmente creados, con los cuales se ha dotado respectivamente a esos animales, sino
pequeñas consecuencias de la ley general que lleva a la mejora de todos los seres orgánicos,
a saber: la de multiplicar, variar, dejar vivir al más fuerte y dejar morir al más débil.
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