El Autismo.
1. El autismo y los trastornos profundos del desarrollo.
1.1. La evolución histórica de la atención educativa a los alumnos con autismo y trastornos profundos del desarrollo.
Desde su definición por Kanner en 1943, el autismo se ha presentado como un mundo lejano, extraño y lleno de enigmas. Los enigmas se refieren, por una parte, al propio concepto de autismo, y a las causas, explicaciones y remedios de esa trágica desviación del desarrollo humano normal. A pesar de la enorme cantidad de investigaciones realizadas durante más de medio siglo, el autismo sigue ocultando su origen y gran parte de su naturaleza, y presenta desafíos difíciles a la intervención educativa y terapéutica. Por otra parte, cuando tenemos ocasión de relacionarnos con la persona que presenta ese extraño trastorno cualitativo del desarrollo, sentimos vivencias de opacidad, impredictibilidad, impotencia y fascinación, difíciles de describir, y que acentúan aún más – esta vez en la interacción concreta y no sólo en el terreno conceptual – el carácter enigmático del autismo. Esas impresiones son muy claras, por ejemplo, cuando tenemos ocasión de contemplar el caso de I., un niño autista de dos años cuyo desarrollo desde el nacimiento es posible observar de forma pública y objetiva, gracias a las filmaciones que fueron haciendo sus padres, semana a semana, desde el nacimiento hasta su edad actual. En los primeros meses de vida, no hay nada extraño en la conducta de I.; es un niño alerta, sonriente, tranquilo y aparentemente normal en todo. Las adquisiciones motoras propias del primer año, que incluyen destrezas tan importantes como sujetar bien la cabeza, sentarse y andar, se producen en su momento y sin problemas. Pero desde los 16 meses aproximadamente, las tomas de vídeo producen una inquietante sensación de soledad, y de algo opaco, cerrado, en las relaciones de I. con la realidad en general y con las personas en particular. La mejor manera de describir esa sensación sería decir que se va extendiendo sobre I. una espesa capa de soledad y de silencio. A los dieciocho meses, sólo dos después de esas alarmas tan sutiles y difíciles de describir, I. está decididamente solo en todas las situaciones sociales. En muchas de las filmaciones nos transmite la sensación de que las personas han dejado literalmente de existir para él. Permanece la mayor parte del tiempo aislado y ajeno al mundo de sus padres, hermanos y familiares. Es como si hubiera cerrado sus puertas al mundo.
Títulos clásicos de la literatura sobre autismo, como Ciudadela sitiada de Clara C. Park (1967) o La fortaleza vacía de Bruno Bettelheim (1967), sugieren esa inquietante impresión de opacidad y clausura que nos produce el niño autista. No es extraño que los padres, y muchos profesionales, acompañen esa vivencia de otras de impotencia e impredictibilidad: aquélla se deriva de la sensación primera de que no tenemos recursos para penetrar más allá de las puertas cerradas por el autismo. Esta de la peculiar falta de correspondencia que existe entre la conducta del niño y las situaciones del mundo en que parece «estar sin estar». Por ejemplo, mientras el autor de estas páginas entrevista a los padres de J., éste – un niño autista de tres años – corretea sin rumbo por la habitación aleteando con las manos, completamente indiferente a la presencia de los adultos que conversan. De vez en cuando, detiene su carrera sin destino, estira y retuerce los dedos índice, anular y corazón de una mano, y los mira extasiado con el rabillo del ojo. ¿Cómo pueden relacionarse esas conductas con el contexto que rodea al niño? ¿Qué hacer para atraerle al mundo de las personas, sacándole de su mundo ausente de movimientos sin fin, dedos en raras posiciones y aleteos de manos?
Las impresiones de opacidad, impredictibilidad e impotencia nos ofrecen, paradójicamente, una vía por la que poder penetrar en el misterio del autismo si caemos en la cuenta de que las relaciones humanas son normalmente recíprocas. ¿No serán esas sensaciones respuestas nuestras a las impresiones que nosotros mismos producimos en la persona autista? Si nos tomamos en serio esta idea, llegamos a una primera definición del autismo, mucho más profunda y justificada por la investigación de lo que parece a primera vista: es autista aquella persona a la cuál las otras personas resultan opacas e impredictibles, aquella persona que vive como ausentes -mentalmente ausentes- a las personas presentes, y que por todo ello se siente incompetente para regular y controlar su conducta por medio de la comunicación. Esta definición se entenderá mejor a medida que se vaya comprendiendo este módulo.
Nos sirve, por ahora, para tener una idea primera, pero muy útil, de qué es en el fondo el autismo; nos ayuda a explicar el último sentimiento paradójico que produce este trastorno: la fascinación.
El autismo nos fascina porque supone un desafío para algunas de nuestras motivaciones más fundamentales como seres humanos. Las necesidades de comprender a los otros, compartir mundos mentales y relacionarnos son muy propias de nuestra especie. Nos reclaman de un modo casi compulsivo. Por eso, el aislamiento desconectado de los niños autistas nos resulta tan extraño y fascinante como lo sería el hecho de que un cuerpo inerte, en contra de las leyes de la gravedad y de nuestros esquemas cognitivos previos, empezara a volar por los aires de nuestra habitación. Hay algo en la conducta autista que parece ir contra las «leyes de gravedad entre las mentes», contra las fuerzas que atraen a unas mentes humanas hacia otras. Una trágica soledad fascinante que, como ha destacado penetrantemente Uta Frith (1991), «no tiene nada que ver con estar solo físicamente sino con estarlo mentalmente» (P. 35).
La impresión de fascinación se expresó desde el origen del autismo como síndrome bien definido: un origen que se sitúa en un artículo muy importante de un psiquiatra austríaco que residía en Estados Unidos: el doctor Leo Kanner. Su artículo sobre «Los trastornos autistas del contacto afectivo» (1943) empezaba con estas palabras: «Desde 1938, nos han llamado la atención varios niños cuyo cuadro difiere tanto y tan peculiarmente de cualquier otro conocido hasta el momento, que cada caso merece -y espero que recibirá con el tiempo- una consideración detallada de sus fascinantes peculiaridades» ¿En qué consistían esas peculiaridades «fascinantes»? Kanner las describió de modo tan penetrante y preciso que su definición del autismo es, en esencia, la que se sigue empleando actualmente. Después de describir detalladamente los casos de 11 niños, Kanner comentaba sus características comunes especiales que se referían principalmente a tres aspectos:
1. Las relaciones sociales. Para Kanner, el rasgo fundamental del síndrome de autismo era «la incapacidad para relacionarse normalmente con las personas y las situaciones» (1943, p. 20), sobre la que hacía la siguiente reflexión: «Desde el principio hay una extrema soledad autista, algo que en lo posible desestima, ignora o impide la entrada de todo lo que le llega al niño desde fuera. El contacto físico directo, o aquellos movimientos o ruidos que amenazan con romper la soledad, se tratan como si no estuvieran ahí o, si no basta con eso, se sienten dolorosamente como una penosa interferencia» (ibídem).
2. La comunicación y el lenguaje. Kanner destacaba también un amplio conjunto de deficiencias y alteraciones en la comunicación y el lenguaje de los niños autistas, a las que dedicó un artículo monográfico en 1946 titulado «Lenguaje irrelevante y metafórico en el autismo infantil precoz». Tanto en este artículo como en el de 1943 se señala la ausencia de lenguaje en algunos niños autistas, su uso extraño en los que lo poseen como si no fuera «una herramienta para recibir o impartir mensajes significativos» (1943, P. 21) y se definen alteraciones como la ecolalia (tendencia a repetir emisiones oídas, en vez de crearlas espontáneamente), la
tendencia a comprender las emisiones de forma muy literal, la inversión de pronombres
personales, la falta de atención al lenguaje, la apariencia de sordera en algún momento del
desarrollo y la falta de relevancia de las emisiones.
3. La «insistencia en la invarianza del ambiente». La tercera característica era la inflexibilidad, la
rígida adherencia a rutinas y la insistencia en la igualdad de los niños autistas. Kanner
comentaba hasta qué punto se reduce drásticamente la gama de actividades espontáneas en el autismo y cómo la conducta del niño «está gobernada por un deseo ansiosamente obsesivo por mantener la igualdad, que nadie excepto el propio niño, puede romper en raras ocasiones» (p. 22). Perspicazmente relacionaba esta característica con otra muy propia del autismo: la incapacidad de percibir o conceptualizar totalidades coherentes y la tendencia a representar las realidades de forma fragmentaria y parcial.
Pocos meses después de que Kanner publicara su influyente artículo sobre autismo, otro médico vienés, el doctor Hans Asperger, dio a conocer los casos de varios niños con «psicopatía autista», vistos y atendidos en el Departamento de Pedagogía Terapéutica (Heipadagogische Abteilung) de la Clínica Pediátrica Universitaria de Viena. Parece claro que Asperger no conocía el artículo de Kanner y que «descubrió» el autismo con independencia. Publicó sus propias observaciones en un artículo de 1944, titulado «La psicopatía autista en la niñez». En él destacaba las mismas características principales señaladas por Kanner. «El trastorno fundamental de los autistas -decía Asperger- es la limitación de sus relaciones sociales. Toda la personalidad de estos niños está determinada por esta limitación» (p. 77. ed. cit.). Además Asperger señalaba las extrañas pautas expresivas y comunicativas de los autistas, las anomalías prosódicas y pragmáticas de su lenguaje (su peculiar melodía o falta de ella, su empleo muy restringido como instrumento de comunicación), la limitación, compulsividad y carácter obsesivo de sus pensamientos y acciones, y la tendencia de los autistas a guiarse exclusivamente por impulsos internos, ajenos a las condiciones del medio. Aparte de estas semejanzas, había algunas diferencias entre el enfoque del artículo de Kanner y la perspectiva del de Asperger. Nos interesa destacar ahora una de ellas: mientras que Kanner no se preocupó en 1943 de la educación, Asperger sí lo hizo. Su interés educativo debe entenderse históricamente en el contexto de la idea de Hellpädagogik, o pedagogía terapéutica, tal como esa idea se entendía por el equipo de la Clínica Universitaria de Viena: como una especie de síntesis entre ideas educativas y otras originarias de la biología o la medicina. Para Asperger el autismo era un trastorno de la personalidad que planteaba un reto muy complejo para la educación especial: el de cómo educar a niños que carecerían de esos requisitos motivacionales que llevan a las criaturas de nuestra especie a establecer profundas relaciones afectivas e identificarse con los miembros adultos de ella, incorporando la cultura y humanizándose a través de un proceso abonado por las emociones y los afectos intersubjetivos.
Sin embargo, los intereses educativos de Asperger no fueron dominantes en los primeros veinte años de estudio y tratamiento del autismo infantil. Ello se debió a dos razones principales: (1) el artículo de Asperger fue prácticamente desconocido fuera de círculos restringidos de había alemana; hasta 1991 ese artículo no se tradujo al inglés. Además, (2) en la primera época de investigación del autismo predominaron concepciones dinámicas, muy teñidas de equívocos y mitos, que no hacían fácil un enfoque educativo coherente del autismo. Merece la pena que comentemos brevemente este segundo aspecto, diferenciando tres épocas principales de estudio del autismo: la primera se extendió de 1943 a 1963, ocupando los primeros veinte años de estudio del síndrome; la segunda abarcó las dos décadas siguientes, de 1963 a 1983, la tercera se ha perfilado en los últimos diez o quince años, en que se han hecho descubrimientos muy importantes sobre el autismo y se han definido enfoques nuevos para su explicación y tratamiento.
(1) La primera época de estudio del autismo.- 1943-1963. «El autismo es un trastorno emocional, producido por factores emocionales o efectivos inadecuados en la relación del niño con las figuras de crianza. Esos factores dan lugar a que la personalidad del niño no pueda constituirse o se trastorne. De este modo, madres y/o padres incapaces de proporcionar el afecto necesario para la crianza producen una alteración grave del desarrollo de niños que hubieran sido potencialmente normales y que seguramente poseen una inteligencia mucho mejor de lo que parece, pero que no pueden expresar por su perturbación emocional y de relación. El
empleo de una terapia dinámica de establecimiento de lazos emocionales sanos es la mejor
manera de ayudar a los niños autistas». El párrafo anterior contiene toda una serie de ideas
que hoy consideramos esencialmente falsas, pero que fueron muy influyentes en los primeros
veinte años de estudio del autismo y han dejado una larga estela de mitos que persisten hasta
hoy en la «visión popular» del síndrome. En primer lugar, como demostraremos en otro lugar,
es dudoso que el autismo sea esencialmente un trastorno emocional. Además no se ha
demostrado en absoluto que los padres sean responsables de la trágica alteración de sus hijos
y sí que éstos presentan alteraciones biológicas que pueden estar relacionadas con el origen
del trastorno. Este se acompaña de retraso mental en muchos casos. Finalmente, las terapias
dinámicas no han demostrado con claridad su utilidad en el tratamiento del autismo. Por el
contrario, se acepta de forma casi universal que el tratamiento más eficaz del autismo con que
contamos actualmente es la educación.
(2) La segunda época: 1963-1983. En la primera mitad de los años sesenta, un conjunto de factores contribuyeron a cambiar la imagen científica del autismo, así como el tratamiento dado al trastorno. Se fue abandonando la hipótesis de los padres culpables, a medida que se demostraba su falta de justificación empírica y que se encontraban los primeros indicios claros de asociación del autismo con trastornos neurobiológicos. Ese proceso coincidió con la formulación de modelos explicativos del autismo que se basaban en la hipótesis de que existe alguna clase de alteración cognitiva (más que afectiva) que explica las dificultades de relación, lenguaje, comunicación y flexibilidad mental. Aunque en esos años no se logró dar con la clave de esa alteración cognitiva, los nuevos modelos del autismo se basaron en
investigaciones empíricas rigurosas y controladas, más que -como antes- en la mera
especulación y descripción de casos clínicos.
En los años sesenta, setenta y ochenta, la educación se convirtió en el tratamiento principal
del autismo. En ello influyeron principalmente dos tipos de factores: (1) el desarrollo de
procedimientos de modificación de conducta para ayudar a desarrollarse a las personas
autistas, y (2) la creación de centros educativos dedicados específicamente al autismo,
promovidos sobre todo por Asociaciones de padres y familiares de autistas. Comentaremos
brevemente estos dos puntos, que fueron muy importantes en la historia educativa del autismo.
1) En 1961, Charles Ferster y Miriam K. DeMyer, un psicólogo especialista en aprendizaje
y una psiquiatra infantil, demostraron por primera vez la utilidad de los métodos
operantes de modificación de conducta para el tratamiento del autismo. Las extrañas
conductas autistas, que parecen desconectadas y ajenas al medio, dependen sin
embargo funcionalmente de ese mismo medio, y pueden modificarse cuando éste se
controla adecuadamente se promueven procesos de aprendizaje de conductas
funcionales y de extinción o disminución de las que no lo son. La demostración de la
posibilidad de controlar, mediante procedimientos operantes, las conductas autistas
abrió el camino para la creación de muchos programas eficaces para desarrollar el
lenguaje, eliminar conductas alteradas, comentar la comunicación y las conductas
sociales, promover la autonomía y aumentar las capacidades cognitivas y las destrezas
funcionales de las personas autistas. Todos ellos eran programas de aprendizaje, y, que
por tanto daban un papel central a la educación (para una revisión reciente, vid. Koegel y Koegel, 1995).
2) El desarrollo de programas de aprendizaje para los niños autistas coincidió
históricamente con un proceso social de gran repercusión práctica: el de formación de
las primeras asociaciones de familias afectadas, anteriormente desunidas y aplastadas
por el peso de una excesiva culpabilización. En 1962 se fundó la primera asociación de
padres de niños autistas del mundo. La National Society for Autistic Children
(actualmente llamada National Autistic Society) del Reino Unido, y en las dos décadas
siguientes las asociaciones proliferaron en distintos países. Eso tuvo consecuencias
importantes: por una parte, como grupos de presión social las asociaciones de padres
contribuyeron a sensibilizar a la sociedad y a las administraciones públicas sobre las
necesidades y derechos (por ejemplo, educativos) de las personas autistas. Por otra,
organizaron centros escolares dedicados específicamente a esas personas.
(3) El enfoque actual del autismo. En los últimos años se han producido cambios importantes, que nos permiten definir una tercera etapa en el enfoque del autismo.
Afectan al enfoque general del cuadro las explicaciones que se dan de él, los procedimientos
para tratarlo y el desarrollo de nuevos focos de interés. El cambio principal en (1) el enfoque
general del autismo consiste en su consideración desde una perspectiva evolutiva, como un
trastorno del desarrollo. Si el autismo supone una desviación cualitativa importante del
desarrollo normal, hay que comprender ese desarrollo para entender en profundidad qué es el
autismo. Pero, a su vez, éste nos ayuda paradójicamente a explicar mejor el desarrollo
humano, porque hace patentes ciertas funciones que se producen en él, capacidades que
suelen pasar desapercibidas a pesar de su enorme importancia, y que se manifiestan en el
autismo precisamente por su ausencia. No es extraño entonces que el autismo se haya
convertido en los últimos años en un tema central de investigación en Psicología Evolutiva y
no sólo en Psicopatología. Ni que en las definiciones diagnosticas la consideración tradicional
del autismo como «psicosis infantil» haya sido sustituida por su encuadre como «trastorno
profundo del desarrollo». Ni debe extrañarnos tampoco que la revista científica más difundida
sobre autismo, que comenzó llamándose Journal of autism and Childhood Schizophrenia, se
llame desde 1978 Journal of autism and Developmental Disorders.
Además se han producido en los últimos años cambios importantes en (2) las explicaciones del
autismo: tanto en el aspecto psicológico como en el neurobiológico se han sustituido los
modelos relativamente inespecíficos de los años sesenta y setenta, por teorías rigurosas y muy
fundamentadas en datos. Por ejemplo, en 1985, Baron-Cohen, Leslie y Frith, tres
investigadores del Medical Research Council de Londres, descubrieron una incapacidad
específica de los autistas para «atribuir mente» y formularon un modelo que ha sido muy fértil,
según el cual el autismo consistiría en un trastorno específico de una capacidad humana muy
importante a la que se denomina «Teoría de la Mente». Y en el plano neurobiológico, los
estudios de genética, investigación neuroquímica, exploración citológica, neuroimagen,
electrofisiología, etc., han permitido descubrir alteraciones que cada vez nos acercan más al
desvelamiento de las posibles causas del autismo.
En (3) los procedimientos para tratar el autismo también se han producido cambios importantes.
En una caracterización muy rápida, podemos decir que la educación (que es, ya lo hemos
dicho, el procedimiento principal) se ha caracterizado en los últimos años por un estilo más
pragmático y natural, más integrador y menos «artificioso» que en los años anteriores, más
centrado en la comunicación como núcleo esencial del desarrollo, más respetuoso con los
recursos y capacidades de las personas autistas. De forma complementaria, la investigación
farmacológica ha permitido el desarrollo de sustancias eficaces para tratar algunas
alteraciones asociadas al autismo en algunos casos.
Finalmente, (4) han aparecido nuevos temas de interés que no se habían planteado con tanta
fuerza y claridad en las décadas anteriores. El ejemplo más significativo es el de los adultos
autistas. A medida que se han acumulado conocimientos y experiencias sobre el autismo, se
ha puesto de manifiesto la necesidad, tanto teórica como práctica, de considerar el trastorno
desde la perspectiva del ciclo vital completo y no sólo como una alteración «del niño».
Actualmente, en nuestro país como en otros de Europa, existe un desfase importante entre los
recursos asignados a los niños autistas y los dedicados a los adultos. Mientras que las
administraciones educativas y los profesionales de la educación se han hecho relativamente
conscientes de las necesidades específicas de los primeros, los adultos autistas no cuentan
aún con los recursos mínimos para una atención adecuada. Debemos tener en cuenta que la
mayoría de las personas autistas requieren atención, supervisión y apoyo durante toda su vida.
El autismo no se «cura» actualmente, aunque pueda mejorar muy significativamente, gracias
sobre todo al paciente trabajo de la educación.
Pero, ¿en qué consiste esa extraña y fascinante desviación del desarrollo que produce consecuencias de por vida? ¿Cómo se define actualmente el autismo? Dedicaremos el próximo apartado a proporcionar una visión descriptiva suficientemente precisa, tanto del autismo como de otros trastornos del desarrollo que se relacionan de algún modo con él. La precisión y claridad de esa descripción nos será muy útil luego, cuando nos enfrentemos al problema de la explicación de
algunos de los enigmas del autismo, y al desafío práctico de definir procedimientos educativos para ayudar a las personas autistas.
1.2. Definición del autismo y de los trastornos profundos del desarrollo:
La definición del autismo ofrecida por Kanner en 1943 sigue estando vigente actualmente, con sus tres núcleos de trastornos: (1) trastorno cualitativo de la relación, (2) alteraciones de la comunicación y el lenguaje, y (3) falta de flexibilidad mental y comportamental. Esas son las tres dimensiones que se incluyen en las definiciones diagnosticas más empleadas: la DSM-IV de la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association -APA-, 1994) y la ICD-10 de la Organización Mundial de la Salud (WHO, 1993). Estas clasificaciones no deben utilizarse como fundamentos rígidos del diagnóstico clínico, que siempre tiene que basarse en una observación rigurosa de las conductas del niño y en una interpretación fina de su significación.
La clasificación más utilizada, la DSM-IV, diferencia entre el trastorno autista – que equivale al
Síndrome de Kanner – y el Trastorno de Asperger – el Síndrome de Asperger -. El primero se asocia en un 75 % de los casos con retraso mental. El segundo, que se diferencia principalmente porque no implica limitaciones o alteraciones formales del lenguaje (aunque sí otras alteraciones pragmáticas y prosódicas), se acompaña de cocientes intelectuales en la gama normal. Además de estos síndromes, en los «Trastornos profundos del desarrollo» se incluyen otros: el Trastorno de Rett (o «Síndrome de Rett»), el «Trastorno desintegrativo de la niñez» y los Trastornos Profundos del Desarrollo (desde ahora TPD) «no especificados», que incluyen el concepto ambiguo de «autismo atípico».
1.- El Trastorno Autista.
En el CUADRO 1 se presenta un esquema de la definición del autismo, Trastorno Autista, que ofrece la DSM-IV. En el esquema se incluyen sólo aquellas características que se aceptan como universales y específicas del autismo. Rara vez son las únicas. «Las personas con trastorno autista – señala la DSM-IV – pueden mostrar una amplia gama de síntomas comportamentales, en la que se incluyen la hiperactividad, ámbitos atencionales muy breves, impulsividad, agresividad, conductas auto-lesivas, y especialmente en los niños rabietas. Puede haber respuestas extrañas a estímulos sensoriales. Por ejemplo, umbrales altos al dolor, hipersensibilidad a los sonidos o al ser tocados, reacciones exageradas a luces y olores, fascinación por ciertos estímulos» (APA, 1994, pp. 67-68) También alteraciones en la conducta alimentaria y en el sueño, cambios inexplicables de estados de ánimo, falta de respuesta a peligros reales y, en el extremo opuesto, temor inmotivado intenso a estímulos que no son peligrosos. Estos rasgos son frecuentes pero no son criterios necesarios para diagnosticar autismo.
La definición de la DSM-IV, que se ofrece en el CUADRO 1 es un intento de poner objetividad en un
campo especialmente subjetivo, como el del diagnóstico clínico en psicopatología. Facilita que los
profesionales hablemos un mismo lenguaje y que las investigaciones se basen en diagnósticos
compartidos.
CUADRO l: CRITERIOS DIAGNOSTICOS DSM-IV DEL TRASTORNO AUTISTA.
A. Para darse un diagnóstico de autismo deben cumplirse seis o más manifestaciones de del conjunto de trastornos (1) de la relación, (2) de la comunicación y (3) de la flexibilidad. Cumpliéndose corno mínimo dos elementos de (1), uno de (2) y uno de (3).
1. Trastorno cualitativo de la relación, expresado como mínimo en dos de las siguientes
manifestaciones:
a. Trastorno importante en muchas conductas de relación no verbal, como la mirada a los ojos, la
expresión facial, las posturas corporales y los gestos para regular la interacción social.
b. Incapacidad para desarrollar relaciones con iguales adecuadas al nivel evolutivo.
c. Ausencia de conductas espontáneas encaminadas a compartir placeres, intereses o logros con
otras personas (por ejemplo, de conductas de señalar o mostrar objetos de interés).
d. Falta de reciprocidad social o emocional.
2. Trastornos cualitativos de la comunicación, expresados como mínimo en una de las siguientes
manifestaciones:
a. Retraso o ausencia completa de desarrollo del lenguaje oral (que no se intenta compensar con
medios alternativos de comunicación, como los gestos o mímica).
b. En personas con habla adecuada, trastorno importante en la capacidad de iniciar o mantener
conversaciones.
c. Empleo estereotipado o repetitivo del lenguaje, o uso de un lenguaje idiosincrático.
d. Falta de juego de ficción espontáneo y variado, o de juego de imitación social adecuado al
nivel evolutivo.
3. Patrones de conducta, interés o actividad restrictivos, repetidos y estereotipados, expresados
como mínimo en una de las siguientes manifestaciones:
a. Preocupación excesiva por un foco de interés (o varios) restringido y estereotipado, anormal
por su intensidad o contenido.
b. Adhesión aparentemente inflexible a rutinas o rituales específicos y no funcionales.
c. Estereotipias motoras repetitivas (por ejemplo, sacudidas de manos, retorcer los dedos,
movimientos complejos de todo el cuerpo, etc.).
d. Preocupación persistente por partes de objetos.
B. Antes de los tres años, deben producirse retrasos o alteraciones en una de estas tres áreas: (1) Interacción
social, (2) Empleo comunicativo del lenguaje. o (3) juego simbólico.
C. El trastorno no se explica mejor por un Síndrome de Rett o trastorno desintegrativo de la niñez.
2.- El Trastorno de Asperger.
Un problema aún sin resolver en la literatura sobre autismo (vid. Frith, 1991) es el de si la «psicopatía autista» de que hablaba Hans Asperger debe o no diferenciarse del cuadro clásico de autismo de Kanner. Para unos investigadores, las personas con Síndrome de Asperger no son sino autistas de nivel intelectual y lingüístico alto, pero no existe una diferencia cualitativa con los más retrasados o graves.
Para otros, el Síndrome de Asperger debe distinguirse cualitativamente del Trastorno Autista. Esta es la opción que adopta la Clasificación DSM-IV, al distinguir los dos cuadros, y será también la alternativa que sigamos aquí. Pero no adoptaremos aquí la definición DSM-IV del Síndrome de Asperger, que presenta para este autor algunas insuficiencias serias (por ejemplo, afirma que en las personas con Asperger «no existe un retraso en el desarrollo del lenguaje»). Sí lo hay en el desarrollo: lo que sucede es que ese lenguaje, adquirido siempre de forma tardía y anómala, termina por ser formalmente correcto o incluso «demasiado correcto y formal».
En realidad, las diferencias principales entre el trastorno de Asperger y el trastorno autista clásico de Kanner son dos: (1) Los niños y adultos con síndrome de Asperger – insistimos – no presentan
deficiencias estructurales en su lenguaje. Incluso pueden tener capacidades lingüísticas formales
extraordinarias en algunos casos. Su lenguaje puede ser «superficialmente» correctísimo, pedante, con formulaciones sintácticamente muy complejas y un vocabulario que llega a ser impropio por su
excesivo rebuscamiento. Pero el lenguaje de las personas con síndrome de Asperger resulta extraño: tiene limitaciones pragmáticas, como instrumento de comunicación, y prosódicas, en su melodía (o falta de ella) que llaman la atención; (2) los niños y adultos con Síndrome de Asperger tienen capacidades normales de «inteligencia impersonal fría», y frecuentemente extraordinarias en campos restringidos (por ejemplo, C. es un niño de 6 años, conocido por el autor, que presenta Síndrome de Asperger con CI de 140. Antes de los tres años sabía leer, pero no conversar. A los seis años se entretiene inventándose crucigramas como los que aparecen en las revistas de pasatiempos. A., otro niño con el mismo cuadro, es capaz de calcular a toda velocidad el día de la semana que corresponde a cualquier fecha de cualquier año, etc.).
En el CUADRO 2 se presenta una síntesis breve, realizada por este autor, de características del
Síndrome de Asperger. La presencia conjunta de «autismo», lenguaje formalmente normal,
inflexibilidad, competencias cognitivas altas y peculiaridades motoras y expresivas notables (quizá
también de «habilidades extraordinarias» en algún aspecto y fase del desarrollo) permite distinguir con bastante claridad el Síndrome de Asperger.
CUADRO 2: DEFINICION SINTETICA DEL SINDROME DE ASPERGER
1. Trastorno cualitativo de la relación: Incapacidad de relacionarse con iguales. Falta de
sensibilidad a las señales sociales. Alteraciones de las pautas de relación expresiva no verbal.
Falta de reciprocidad emocional. Limitación importante en la capacidad de adaptar las
conductas sociales a los contextos de relación. Dificultades para comprender intenciones
ajenas y especialmente «dobles intenciones».
2. Inflexibilidad mental y comportamental: Interés absorbente y excesivo por ciertos contenidos.
Rituales. Actitudes perfeccionistas extremas que dan lugar a gran lentitud en la ejecución de
tareas. Preocupación por «partes» de objetos, acciones, situaciones o tareas, con dificultad
para detectar las totalidades coherentes.
3. Problemas de habla y lenguaje: Retraso en la adquisición del lenguaje, con anomalías en la
forma de adquirirlo. Empleo de lenguaje pedante, formalmente excesivo, inexpresivo, con
alteraciones prosódicas y características extrañas del tono, ritmo, modulación, etc. Dificultades
para interpretar enunciados literales o con doble sentido. Problemas para saber «de qué
conversar» con otras personas. Dificultades para producir emisiones relevantes a las
situaciones y los estados mentales de los interlocutores.
Alteraciones de la expresión emocional y motora: Limitaciones y anomalías en el uso de
gestos. Falta de correspondencia entre gestos expresivos y sus referentes. Expresión corporal
desmañada. Torpeza motora en exámenes neuropsicológicos.
4. Capacidad normal de «inteligencia impersonal». Frecuentemente, habilidades especiales en
áreas restringidas.
3.- Trastorno de Rett.
Dentro de los trastornos profundos del desarrollo, el Síndrome de Rett (llamado «Trastorno de Rett» en la clasificación diagnóstica de la DSM-IV) se sitúa en el extremo opuesto al Síndrome de Asperger. Con ello queremos decir que se trata de un trastorno que se acompaña siempre de un nivel severo o profundo de retraso mental. Se trata de una alteración evolutiva que se produce siempre después de un periodo de 5 ó 6 meses de evolución normal, al comienzo de la vida y que se cree (aunque hay alguna discusión al respecto) que se da sólo en niñas (por implicar mutación genética en cromosoma X, que daría lugar a inviabilidad de los embriones de varón). Se manifiesta por ausencia de actividad funcional con las manos, dedicadas repetitivamente a estereotipias de «lavado» o «retorcimiento», aislamiento, retraso importante en el desarrollo de la capacidad de andar (con ambulación rígida y escasamente coordinada, cuando se adquiere, y pérdida de ella posteriormente en la adolescencia), pérdida de capacidades de relación, ausencia de competencias simbólicas y de lenguaje, microcefalia progresiva (pues la cabeza crece a ritmo menor que el resto del cuerpo), alteración de patrones respiratorios, con hiperventilación e hipoventilación frecuentes, ausencia de relación con objetos v pronóstico pobre a largo plazo. En el CUADRO 3 se presenta la definición que propone la DSM-IV del Síndrome de Rett.
Las niñas con Síndrome de Rett, presentan un patrón tan claro y homogéneo de trastornos y retrasos del desarrollo que su diagnóstico diferencial con relación al autismo de Kanner (incluso en aquellos casos en que éste se acompaña de retraso mental severo) no suele ser excesivamente difícil. Ello no puede decirse de los otros trastornos del desarrollo a que se refiere la DSM-IV: el trastorno desintegrativo de la niñez y el «autismo atípico», cuya distinción del «autismo típico» (relativamente infrecuente, dada la gran heterogeneidad de los cuadros de autismo) puede ser realmente muy sutil.
CUADRO 3: SINTOMAS DEL SINDROME DE RETT (DSM-IV)
A. Tienen que darse todas estas características:
1. Desarrollo prenatal y perinatal aparentemente normales.
2. Desarrollo psicomotor aparentemente normal en los 5 primeros meses de vida.
3. Perímetro cefálico normal en el nacimiento.
B. Aparición de las características siguientes tras un primer desarrollo normal:
1. Deceleración del crecimiento cefálico de los 5 a los 48 meses.
2. Pérdida, entre los 5 y los 30 meses, de acciones propositivas adquiridas previamente con
desarrollo subsiguiente de estereotipias (lavado o retorcimiento de manos).
3. Pérdida de relación social al principio del trastorno (aunque luego pueden desarrollarse
algunas capacidades de relación).
4. Aparición de movimientos poco coordinados de tronco o de ambulación.
5. Deficiencia grave del lenguaje expresivo y receptivo y retraso psicomotor grave.
4.- El Trastorno Desintegrativo de la Niñez
El Trastorno desintegrativo de la niñez es un cuadro mal conocido y que implica una pérdida de funciones y capacidades previamente adquiridas por el niño (es decir, una clara regresión). Para poderse diagnosticar ese trastorno la pérdida tiene que producirse después de los 2 años y antes de los 10, y tiene que establecerse con garantías que antes de la regresión había un desarrollo claramente normal de competencias de lenguaje, comunicación no verbal, juego, relaciones sociales y conductas adaptativas. El criterio diagnóstico básico es que deben producirse pérdidas al menos en dos de estas cinco áreas: (1) Lenguaje expresivo y receptivo, (2) competencias sociales y adaptativas, (3) control de esfínteres vesicales y/o anales. (4) juego, (5) destrezas motoras. Como el autismo, el TD (que antes recibía nombres como «Síndrome de Heller» y «Psicosis regresiva») se define por (a) alteraciones cualitativas de las capacidades de relación y comunicación, y (b) pautas restrictivas y estereotipadas de conducta y actividad mental. Con frecuencia, este cuadro (muy poco estudiado) tiene un carácter más cíclico y cambiante que el autismo, ofrece una imagen de inestabilidad emocional más extrema e inexplicable y no es descartable que – a diferencia de lo que sucede en autismo – se acompañe de fenómenos semejantes a las alucinaciones v los delirios de la esquizofrenia.
5.- Los TPD no especificados.
La DSM-IV reconoce finalmente un último «tipo» de trastorno del desarrollo cuya aceptación es, por sí misma, una demostración de que aún no contamos con una definición suficientemente precisa y
rigurosa de estos trastornos. Se trata de los TPD «no especificados»; aquellos en que falta claridad
suficiente para decidirse por uno de los cuadros a los que nos hemos referido hasta aquí o se
presentan de forma incompleta los síntomas de autismo. En esta categoría (que debe evitarse por ser un cajón desastre) se incluye el peculiar concepto de «autismo atípico«.
La enumeración descriptiva de síntomas de los trastornos profundos del desarrollo deja aún muchos problemas en el aire por tres razones principales:
(1) La fronteras entre los cuadros que hemos descrito son frecuentemente muy imprecisas. Hay niños típicamente kannerianos, aspergerianos o con trastorno desintegrativo, pero muchos son en realidad «atípicos» o se sitúan en los límites difusos entre esos trastornos.
(2) Muchas desviaciones y deficiencias del desarrollo, que no se incluyen en las descritas, se
acompañan de síntomas autistas.
(3) Existe una gran heterogeneidad entre las personas autistas: el autismo es muy diferente
dependiendo de factores tales como la edad, el nivel intelectual de la persona que lo sufre y la
gravedad de su cuadro.
Para aclarar estas afirmaciones, debemos referirnos al importante concepto de «espectro autista», que nos permitirá establecer una categorización más precisa, y sobre todo más explicativa de las personas que presentan, a lo largo del desarrollo, síntomas autistas.
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