Diccionario de Psicología, letra M, Metáfora paterna
Metáfora paterna
La metáfora paterna es una escritura por la cual Lacan, en sus primeros años de enseñanza, propuso una concepción de la función del padre en el complejo de Edipo adecuada para evitar algunas dificultades que el propio Freud y sus seguidores habían encontrado: para dar cuenta de la función del complejo de Edipo y su finalización, descrita por Freud como complejo de castración, conviene en efecto explicar de qué modo el padre se convierte en portador de la ley. Ningún padre, real o imaginario, basta para la función; no puede cumplirla plenamente porque se trata de la ley simbólica, es decir, de la ley del significante, y de padre simbólico sólo hay huellas en el texto del discurso. En 1838, en Les Complexes familiaux dans la formation de l’individu, Lacan había señalado que la cuestión no es sólo regulada por el asesinato del padre de la horda primitiva, perpetrado por sus hijos: este mito freudiano, expuesto en Tótem y tabú, era a la vez una petición de principio y un salto en lo real. Lacan propone dar cuenta de la función paterna, en tanto que instauradora de la ley simbólica, por una escritura significante basada en la escritura de la metáfora; se volverá sobre este término, «escritura», puesto que justamente con respecto a la metáfora paterna Lacan se ve llevado a producir sus primeras escrituras (sus «letritas»), que parten de concebir al significante como tal, y resulta interesante ver por qué encaminamiento llega a la fórmula definitiva que figura en el escrito «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis». Se verá al mismo tiempo de qué modo la metáfora paterna está ligada al emplazamiento del significante fálico como significante central de toda la economía subjetiva. Lacan ha instalado ya la dualidad significante/significado en sus primeros seminarios, y ha expuesto en el Seminario III un primer enfoque de las funciones de la metáfora y la metonimia, sirviéndose del aporte pertinente de Jakobson. El Seminario IV (1956-1957), decisivo para esta elaboración, se introduce en la estructura de la neurosis. El título del seminario, La relación de objeto, no debe llevar a que nos hagamos ilusiones, puesto que, desde la primera sesión de ese año de enseñanza, Lacan denunció vigorosamente la concepción entonces vigente de «relación de objeto», que apunta a deducir todo el desarrollo del sujeto de su relación con la madre, descrita en términos duales y también en los términos de una relación real. Ahora bien, observa Lacan, esta expresión, «relación de objeto», no es en absoluto freudiana. En cuanto se quiere analizar uno u otro momento de esta relación, aparece un tercer término imaginario que es el falo (imagen del órgano erecto, reconocida por Freud como central en la economía libidinal): si el niño es real y la madre simbólica, es preciso adjuntar a esa díada el falo, en tanto que el niño sólo vale para la madre como respondiendo para ella en mayor o menor grado al Penisneid, la envidia del pene.
A la inversa, para el niño la madre sólo vale en tanto que satisface sus necesidades en el momento oportuno; pero, justamente, no las satisface siempre. Así aparecen discordancias, momentos de carencia, que hacen que para el niño la madre aparezca poco a poco como la que da o no da en el momento oportuno: ella se dibuja como «pura potencia de don», capaz quizá de darlo todo, pero según su voluntad, a la cual el niño está sometido. El niño simbolizará entonces a su madre como potencia, hará de ella una madre simbólica (ya entonces Lacan ha desarrollado la dialéctica del fort-da y mostrado que sólo un símbolo puede hacer lugar a la presencia sobre un fondo de ausencia, y recíprocamente). Cuando la madre no da, frustra al niño del objeto imaginario. Lacan retorna la teorización de la frustración, comparándola con la privación (falta de un objeto real) y con la castración (deuda simbólica). Muestra los límites de la función de la frustración en la teoría del complejo de Edipo, observando que, en Freud (desde el «Proyecto de psicología»), el objeto de la tendencia ha sido perdido originalmente, y no podría volver a encontrarse «el mismo»: desde las primeras vocalizaciones, la demanda se expresa por la palabra, y al pasar por los desfiladeros del significante, el objeto original de la necesidad «pierde su particularidad de ser el objeto de esta vez»; en tal sentido es una «nada de objeto», y si es obtenido, el niño sólo puede con ello «aplastar su insatisfacción fundamental». En virtud de la demanda y del deseo, el objeto no podría colmar el deseo que está más acá o más allá de la demanda, y uno se ve llevado a verificar que «lo que es deseado es precisamente lo imposible». La pérdida del objeto lleva a introducir algo que constituye el aporte propio de Lacan en este punto: a la dialéctica de la frustración hay que añadir la de la privación, basada en el acta de un agujero en lo real: más allá de la frustración, el niño se sentirá privado de algo, así como la madre está privada del falo. Para acceder a un agujero en lo real (un objeto falta en su lugar), «hay que suponer un real ya simbolizado». Lacan señala que, en efecto, éste es siempre el caso: «el niño no tiene que recrear todo el mundo simbólico, nace en un mundo de lenguaje», mundo simbólico que lo rodea desde antes de su nacimiento. Pero ¿cómo, concretamente, es llevado el niño a habitar ese mundo simbólico? ¿Cómo, en otras palabras, puede «acceder a la estructura R.S.I. de la madre»? Allí adquiere el falo la plenitud de su rol, en cuanto el niño puede ser conducido a captar que la madre desea algo que está más allá de él, y que ella sólo tiene acceso al término fálico a través del padre: la estructura R.S.I. de partida constituye «un esbozo de simbolicidad» y prepara la función del padre en tanto que es él quien tiene la potencia y el uso legítimo del falo, quien está en condiciones de prohibirle la madre al niño como objeto de sus primeras aspiraciones sexuales (se verá más adelante qué restricciones aporta Lacan a esta formulación freudiana), pero también puede darle al niño, al término del complejo de Edipo, un futuro uso legítimo del falo: a través del complejo de castración, el niño, en efecto, tiene que «renunciar al falo para tenerlo de un otro que se lo da», al mismo tiempo que le procura el acceso al mundo simbólico. Este tercer término que es en el inicio el falo imaginario entre la madre y el niño, constituye por lo tanto el esbozo del acceso a toda la dialéctica simbólica sobre el fondo de una experiencia de pérdida. De hecho, detrás de la madre simbólica está el padre simbólico, que es una «necesidad de la construcción, siempre situada en un más allá; sólo se lo alcanza mediante una construcción mítica». «El padre simbólico es el significante o un dato irreductible del mundo significante.» En el mismo sentido, Lacan precisará a continuación que nada en el significante puede explicar el ser padre, así como tampoco la aparición en lo real de un nuevo ser o su desaparición: se trata siempre de una metáfora, y algo en el discurso concreto en el cual se constituye el sujeto «supone algo que responde a esta función o no» (si no responde, hay ausencia de metáfora paterna, es decir forclusión del Nombre-del-Padre, generadora de psicosis). Se verá de qué modo este proceso va a dar lugar a una escritura, si se sigue el comentario que realiza Lacan del caso de Juanito en ese mismo Seminario IV. Juanito arranca muy mal. No realiza la metáfora del deseo de la madre, sino que «es su metonimia, en tanto que para ella realiza totalmente el falo», que ella cree tener, y así lo afirma: sí, ella también tiene un «pipí». Nada parece apto para despegar a Juanito de esta posición neurótica por excelencia de ser el falo de la madre, pero sobrevienen discordancias en su real: nace la hermanita, surgen las primeras sensaciones penianas. De la discordancia, del desprendimiento de lo real y lo imaginario, nace la angustia, angustia que parece sin fondo, en tanto que el padre parece incapaz de organizar la situación de otro modo. Felizmente allí está el significante, y trae consigo bastantes potencialidades de padre («el significante va en auxilío») para que Juanito cree una fobia, la del «caballo de angustia», que realizará para él un sustituto de metáfora paterna y tornara su angustia relativamente vivible, al permitirle estructurar todo su mundo en torno a la fobia: los caballos y aquello de lo que tiran o no, los diferentes trayectos que ritman la vida de Juanito, etcétera. La fobia, «puesto avanzado de la angustia y que permite defenderse de ella», sólo puede escribirse como una metáfora. Lacan ya había dado una prefiguración de esto en el Seminario III, para precisar el efecto metafórico de la gavilla de «Booz dormido». Había escrito ese efecto metafórico como sigue:
(P/x) M – – + s
para anotar que la aparición de un sentido nuevo (+s) resulta de una configuración significante en la que la paternidad se introduce por el lado de la madre, como soporte de un misterio en el cual un doble signo -, que figuraba la castración como separando y ligando significante y significado, era el operador de la aparición de un sentido nuevo («+s»). Para Juanito, la situación antes de la creación de la fobia se escribía:
donde – significa «congruente con»; m, mordedura por el caballo, y π, pene real. La entrada en pánico ante el caballo como mediación metafórica se anota entonces:
«l» remite a la vez a la imagen y al ideal del yo, siendo el beneficio de la operación que «M» se convierte en una significación. Al término del despliegue escandido de los díferentes mitos de Juanito, algo aparece finalmente del orden de la castración, si es que «Juanito no esta castrado por su padre, sino castrado como su padre»: se convierte en su padre, y este punto determinará el despliegue de sus elecciones amorosas ulteriores. Lacan lo escribe como sigue:
No hay metáfora paterna, puesto que Juanito es su propia metáfora, lo que remite al infinito el emplazamiento del Otro como tal, pero le permite al pene quedar en posición de significado. Con respecto a estas diferentes escrituras, Lacan habla de la necesidad de crear una nueva lógica, deformable, una lógica de caucho, en la cual el reemplazo de uno de los términos modifique el conjunto de la escritura. Es evidente que la necesidad de escribir esas letras en una pizarra estaba ligada para Lacan a la noción de sustitución significante: en lo que es ya una lógica del significante, si un significante nuevo se introduce en la cadena, hace caer otro en el fondo («tomber dans les dessous»: traducción constante del término freudiano Unterdrückung), y hay necesidad de visualizarlo en una escritura para no perder el rigor. Convenía recordar estas elaboraciones del Seminario IV para situar bien el escrito decisivo de mayo de 1957, titulado «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud»: se ve así hasta qué punto los Escritos de Lacan se han nutrido del trabajo del seminario y constituyen a la vez su resumen y su superación. De este escrito retendremos que Lacan «rinde homenaje» al Saussure de «el algoritmo»
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para observar que ese autor nunca habló de algoritmo ni de preeminencia del significante sobre todo efecto de significado. Lacan interpreta aquí al lingüista y al mismo tiempo rompe con la lingüística (¿qué lingüística aceptaría tales premisas?): constituye una teoría psicoanalítica y finalmente hablará de su «lingüistería», sosteniendo que es la única compatible con la experiencia del inconsciente. De este artículo retendremos además la formulación de la metáfora como único caso en el que el significante atraviesa la barrera entre significante y significado:
Hay que recorrer un camino para explicitar esta escritura y mostrar por qué es fundamentalmente la de la metáfora paterna. Éste es el trabajo de Lacan al principio del Seminario V (Les Formations de l’inconscient), de 19571958. Se trata de retomar esta formulación de la metáfora, para mostrar de qué modo «el padre» sólo puede introducirse como un dato del discurso: el padre simbólico es inhallable, pero ha dejado esa huella en el discurso que es el Nombre-del-Padre, el cual sólo tiene efecto en una metáfora cuando sustituye literalmente al deseo de la madre: «dos cadenas significantes entran en colisión», y el Nombre-del-Padre S ocupa el lugar del deseo de la madre S’, que cae en el fondo. Haciendo entrar en juego el Nombre-del-Padre se puede dar fundamento a una especie de ecuación en la cual se elude el deseo de la madre y de la que resulta una significación nueva: el niño renuncia a ser el falo de la madre (primer paso exigible para su entrada en el mundo simbólico) y recibe de la metáfora paterna su significación, que queda por descifrar como su x: él es, como sujeto, una pura significación cuyo sentido puede eventualmente interrogar; es una significación creada ex nihilo en su facticidad. En el Seminario V, Lacan retorna los diferentes tiempos del complejo de Edipo en la niña y el varón, acentuando la función propia del padre. Observa que el juego empieza con los tres términos subjetivos del complejo de Edipo -el padre, la madre y el niño-, que constituyen un primer ternario:
El padre triangulariza la relación entre la madre y el niño y la convierte en un ternario simbólico, pero si ocupa el lugar del Otro en tanto que Otro, tiene que poder mostrar al menos los cuatro puntos cardinales, a saber: hacer aparecer un triángulo complementario, homólogo, cuyo vértice será el falo, término con el cual el niño podrá identificarse en su ideal de viviente. En el varón, si seguimos a Freud, el padre se introduce en el complejo de Edipo como el padre terrible, que veda a la madre: en el niño, el temor a la castración partiría de un miedo a la represalia, debido a la relación dual agresiva anudada con el padre -represalia imaginaria, duplicada por la cuestión del Edipo invertido, puesto que hay también amor al padre, y este componente es incluso esencial, en cuanto pone fin al complejo de Edipo con la forma de una identificación termina] con el padre como solución: así se adquirirá ese término ideal que hace del varón un futuro padre potencial, aunque exista siempre un riesgo de pasivización y de resbalar hacia un «hacerse amar por el padre»- Lacan descubre allí un deslizamiento: el padre no tiene que prohibir la pulsión sexual real. El agente real pronuncia una ley cuyo objeto es imaginario, es decir que interviene como frustrador. Al final se hará preferir a la madre, y habrá una identificación ideal con el padre, que hay que entender en el registro de la privación, como que el niño no ha elegido lo que tiene y lo reconoce. Es por lo tanto una privación que lleva a su término el proceso edípico, y de tal modo se confirma que el padre, en el complejo de Edipo, no es un agente real: se trata del padre simbólico. Más exactamente, el padre es una metáfora; es un significante que se introduce en el lugar del significante del deseo de la madre, y por ello el ternario simbólico NMP aporta algo real: el padre es «lo real de lo simbólico»; pone en lo real como ya instituido una relacion simbólica que incluso se puede objetivar, considerar como un objeto: es en tanto que simbolizado que se lo puede escribir. El padre resulta de una necesidad de la cadena simbólica como tal, es decir que ella instaura un orden simbólico y en adelante algo responde o no en el discurso concreto a la función definida como Nombre-del-Padre. No es entonces por azar que el artículo «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», que retorna el Seminario III, incluyendo el trabajo realizado en los Seminarios IV y V, aporte las dos precisiones siguientes: por una parte, los ternarios imaginario y simbólico que hay que unir constituyen el esquema R, en el que se ve que el campo R delimita lo real con que tiene que ver el sujeto como delimitado por la ventana de su fantasma fundamental; por otro lado, la metáfora paterna recibe su escritura definitiva:
El Nombre-del-Padre ha realizado esta metáfora que hace surgir al sujeto como significación y, en tanto creación metafórica, pone esta significación como bajo la dependencia de la cadena significante representada por S. S vale con relación al A: A/Φ quiere decir que el otro se especifica porque «allí falta el significante del deseo, suplido por el falo como encargado del conjunto de las relaciones del significante con el significado». Se ve por esto que la escritura de la metáfora paterna tiene el estatuto extremadamente particular de inscribir la estructura misma: no sólo, en efecto, no hay escritura posible sino porque algo está simbolizado en ese término, sino que en el esquema R está ya presente el anudamiento R.S.I., por cuanto, como Lacan lo señala en una nota añadida a su escrito en 1966, el esquema R es un cross-cap y presentifica la línea de corte central que puede aislar allí una banda de Moebius y un jirón (el objeto a). Si lo simbólico como tal se escribe es porque ya está allí, y esto deriva de que lo real está allí, lo que nos introduce de entrada en una estructura agujereada: lo real del sujeto en tanto que habilitado por el objeto a, es decir, imposible, resulta de un corte en una superficie, y la escritura de que se trata revela tener la función de ser un corte y supone la futura instauración de una topología por Lacan.