El trastrabarse
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Se desarrolló entonces la siguiente plática: »»Hija: ‘¿Lo ves? Yo estoy lista y tú todavía no’. »»Madre: Pero es que tú tienes una sola blusa y yo doce uñas’. »»Hija: ‘¿Qué dices?’. »»Madre (impaciente): Pues que naturalmente yo tengo doce dedos’ «. »A la pregunta de un colega, que oía también el relato, sobre qué se le ocurría acerca de «doce», respondió con tanta prontitud como decisión: «Doce no es para mí ninguna cifra (de significación)». »Para «dedo» brinda, tras vacilar un poco, la asociación: «En la familia de mi marido solían nacer con seis dedos en los pies». (En polaco {tampoco en castellano} no se diferencia entre «Finger» y «Zehe» {«dedos de las manos» y «dedos de los pies», respectivamente}.) «Cuando nuestros hijos vinieron al mundo, se los examinó enseguida para ver si tenían seis dedos». Por circunstancias externas, no se prosiguió el análisis esa velada. »A la mañana siguiente, el 12 de diciembre, la dama me visita y me cuenta, visiblemente excitada: «Considere usted lo que me ha pasado; desde hace veinte años felicito al viejo tío de mi marido para su aniversario, que es hoy; siempre le escribo el día 11 una carta, y esta vez lo olvidé; ahora vengo de enviarle un telegrama». »Recordé, y le recordé a la dama, cuán decididamente ella, la velada de la víspera, desechó la pregunta de mi colega sobre el número doce, que sin embargo era muy apropiado para evocarle el día de aquel cumpleaños, y señaló que el doce no era para ella ninguna cifra de significación. »Ahora admite que ese tío de su marido es adinerado, y en verdad ella siempre contó con su herencia, muy en particular en la apretura financiera por la que pasa actualmente. Y afirma haberse acordado enseguida de él, o mejor dicho de su muerte, cuando días pasados una conocida le echó las cartas profetizándole que recibiría mucho dinero. Enseguida se le pasó por la cabeza que su tío era el único de quien ella y sus hijos podían recibir dinero; también recordó al instante, a raíz de esta escena, que la esposa de ese tío había prometido beneficiar en su testamento a los hijos de la narradora; pero ella murió sin dejar testamento; puede que haya dejado ese encargo a su marido. »Es evidente que el deseo de que el tío muriera debió de aflorarle con mucha intensidad, pues dijo a la dama que le profetizó eso: «Usted induce a la gente a matar a otros». En los cuatro o cinco días trascurridos entre la profecía y el cumpleaños del tío estuvo buscando de continuo, en los periódicos que se publican en el lugar donde aquel reside, la noticia necrológica en cuestión. No es asombroso, pues, que unos deseos tan intensos de que él muriera le hicieran sofoca ‘ r el hecho de su cumpleaños, de inminente festejo, así como la fecha; y los sofocó con tanta fuerza que no sólo olvidó un designio ejecutado durante años, sino que ni siquiera la pregunta que le dirigió mi colega se lo llevó a la conciencia. »Por tanto, en el lapsus «doce dedos» se abrió camino ese «doce» sofocado, que así compartió el comando de la operación fallida. »Dije que «compartió» el comando, pues la llamativa asociación con «dedos» nos permite vislumbrar ulteriores motivaciones; ella nos explica, en efecto, la razón por la cual el «doce» falseó justamente ese inocentísimo giro lingüístico que reza «no tengo más que diez dedos». La ocurrencia decía: «En la familia de mi marido solían nacer con seis dedos en los pies». Seis dedos en los pies son marcas de cierta anormalidad; por tanto, seis dedos equivalen a un hijo anormal, y doce dedos, a dos hijos anormales. »Y, en efecto, ese era el caso. Esta mujer, casada muy joven, recibió como única herencia de su marido -considerado siempre un hombre excéntrico y anormal, que se quitó la vida a poco de casarse con ella- dos hijas a quienes repetidas veces los médicos le definieron como anormales y afectadas de una grave tara heredada por vía paterna. Poco tiempo atrás la hija mayor había vuelto a casa tras sufrir un grave ataque catatónico; y de inmediato también la menor, que atraviesa ahora la pubertad, contrajo una neurosis grave. »El hecho de que la anormalidad de las hijas se conjugara aquí con el deseo de que el tío muriera, y se condensara con este elemento que estaba sofocado con una intensidad incomparablemente mayor y era de mayor valencia psíquica, nos permite suponer, como segundo determinismo de este trastrabarse, el deseo de muerte contra las hijas anormales. »El significado predominante del «doce» como deseo de muerte es iluminado, además, por el hecho de que en la representación de la narradora el cumpleaños del tío estuviera muy íntimamente asociado con la idea de la muerte. En efecto, su marido se suicidó un día 13, o sea, un día después del cumpleaños de su tío, cuya mujer había dicho a la joven viuda: «¡Ayer lo felicitó tan cordial y amable, y hoy … ! «. »Quiero agregar que esta dama tenía, además, bastantes fundamentos reales para desear la muerte de sus hijas; no le daban estas ninguna alegría, sino sólo pesares, y le hacían padecer enojosas limitaciones a su independencia; por el bien de ellas había renunciado a toda dicha amorosa. También esta vez había hecho un extraordinario esfuerzo para evitarle cualquier motivo de desazón a la hija con quien iba de visita; y uno bien puede imaginarse qué gasto de paciencia y de abnegación exige una dementia praecox, y cuántas mociones de ira tienen que ser así sofocadas. »Según lo expuesto, el sentido de la operación fallida rezaría: «Que el tío muera, que estas hijas anormales mueran (toda esta familia anormal, por así decir), y que yo tenga el dinero de ellos». »Creo que esta operación fallida posee varios rasgos de una estructura insólita, que son: »a. La presencia de dos determinantes condensados en un solo elemento. »b. La presencia de los dos determinantes se espeja en la duplicación del trastrabarse (doce uñas, doce dedos). »c. Es llamativo que uno de los significados del «doce», a saber, los doce dedos que expresan la anormalidad de las hijas, represente una figuración indirecta; la anormalidad psíquica es aquí figurada por la física, lo superior por lo inferior».