Al producir ahora, por una vuelta atrás, los trabajos de nuestra entrada en el psicoanálisis, recordaremos desde donde se hizo esta entrada.
Médico y psiquiatra, habíamos introducido, bajo el membrete del «conocimiento paranoico», algunas resultantes de un método de clínica exhaustiva, del cual nuestra tesis de medicina constituye el ensayo.
Más bien que evocar al grupo (Evolution psychiatrique) que tuvo a bien dar acogida a su exposición, o incluso su eco en los medios surrealistas donde un relevo nuevo reanudó un lazo antiguo: Dali, Crevel, la paranoia crítica y el Clavecín de Diderot -sus retoños se encuentran en los primeros números de Minotaure-, apuntaremos el origen de este interés.
Reside en el rastro de Clérambault, nuestro único maestro en psiquiatría.
Su automatismo mental, con su ideología mecanicista de metáfora muy criticable sin duda, nos parece, en su manera de abordar el texto subjetivo, mas cercano a lo que puede cons- truirse por un análisis estructural que ningún esfuerzo clínico en la psiquiatría francesa. Fuimos sensibles allí a una promesa que nos afectó, percibida por el contraste que hace con lo que asoma de declinante en una semiología cada vez mas adentrada en los presupuestos razonantes.
Clérambault realiza, por su ser de la mirada, por sus parcialidades de pensamiento como una recurrencia de lo que recientemente nos han descrito en la figura fechada de «El nacimiento de la clínica».
Clérambault conocía bien la tradición francesa, pero era Kraepelin quien lo había formado, en quién el genio de la clínica era llevado a lo mas alto.
Singularmente, pero necesariamente nos parece, nos vimos conducidos a Freud.
Pues la fidelidad a la envoltura formal del síntoma, que es la verdadera huella clínica a la que tomábamos gusto, nos llevó a ese límite en que se invierte en efectos de creación. En el caso de nuestra tesis (el caso Aimée), efectos literarios, y de suficiente mérito como para haber sido recogidos, bajo la rúbrica (reverente) de poesía involuntaria, por el poeta Paul Eluard.
Aquí la función del ideal se nos presentaba en una serie de reduplicaciones que nos inducían a la nacida de una estructura, mas instructiva que el saldo al que habrían reducido el asunto los clínicos de Tolosa por una rebaja en el registro de la pasión.
Además el efecto como de bocanada que en nuestro sujeto había tumbado ese biombo que llaman un delirio, en cuanto su mano hubo tocado, en una agresión no sin herida, una de las imágenes de su teatro, doblemente ficticia para ella por ser de una vedette en realidad, redoblaba la conjugación de su espacio poético con una escansión del abismo. Así nos acercábamos a la maquinaria del paso al acto, y aunque sólo fuese por contentarnos con el perchero del autocastigo que nos tendía la criminología berlinesa por boca de Alexander y de Staub, desembocábamos en Freud.
La modalidad en que un conocimiento se especifica con sus estereotipos, e igualmente con sus descargas, para testimoniar de otra función, podía dar lugar a enriquecimientos a los que ningún academismo, siquiera fuese el de la vanguardia, hubiese negado su benevolencia.
Tal vez se captará cómo, traspasando las puertas del psicoanálisis, reconocimos de inmediato en su práctica prejuicios de saber mucho más interesantes, por ser los que deben reducirse en su escucha fundamental.
No habíamos esperado a ese momento para meditar sobre las fantasías por las que se aprehende la idea del yo, y si el «estadio del espejo» fue producido por nosotros, todavía a las puertas de la titulación usual, en 1936, en el primer congreso internacional en que tuvimos la experiencia de una asociación qué debía darnos muchas otras, no sin méritos estabamos en él. Pues su invención nos colocaba en el corazón de una resistencia teórica y técnica que aunque constituía un problema que después fue cada vez mas patente, se hallaba, preciso es decirlo, bien lejos de ser percibido por los medios de donde habíamos partido.
Nos ha parecido bien ofrecer al lector en primer lugar un pequeño artículo, contemporáneo de aquella producción.
Sucede que nuestros alumnos se hacen la ilusión de encontrar «ya allí» aquello a lo que después nos ha llevado nuestra enseñanza. ¿No es bastante que lo que está allí no haya cerrado el camino? Tómese lo que aquí se dibuja en cuanto a una referencia al lenguaje como fruto de la única imprudencia que nunca nos ha engañado: la de no fiarnos de nada sino de esa experiencia del sujeto que es la materia única del trabajo psicoanalítico.
El título «Más allá, etc. » no se arredra ante la paráfrasis del otro «Más allá» que Freud asigna en 1920 a su principio del placer. Por lo cual se pregunta uno: ¿Rompe allí Freud el yugo gracias al cual sostiene este principio por hacerlo gemelo del principio de la realidad?.
Freud en su «Mas allá» da cabida al hecho de que el principio de placer, al que ha dado en suma un sentido nuevo al instalar en el circuito de la realidad, como proceso primario, la articulación significante de la repetición, viene a tomar uno mas nuevo aún por facilitar el derribo de su barrera tradicional de1 lado de un goce, cuyo ser entonces se reviste con el masoquismo, o incluso se abre sobre la pulsión de muerte.
¿Qué resulta en estas condiciones de aquel entrecruzamiento por el cual la identidad de los pensamientos que provienen del inconsciente ofrece su trama al proceso secundario, permitiendo a la realidad establecerse a satisfacción del principio de placer?
He aquí la pregunta en que podría anunciarse ese abordar del revés el proyecto freudiano con que hemos caracterizado recientemente el nuestro.
Si se encuentra aquí su esbozo, no podría ir lejos. Digamos únicamente que no exagera el alcance del acto psicoanalítico suponiendo que trasciende el proceso secundario para alcanzar una realidad que no se produce en él, aunque sólo fuese rompiendo la ilusión que reducía la identidad de los pensamientos al pensamiento de su identidad.
Si en efecto todo el mundo, aún los bastante tontos para no reconocerlo, admite que el proceso primario no encuentra nada real si no es lo imposible, lo cual en la perspectiva freudiana sigue siendo la mejor definición que puede darse de él, se trataría de saber más de lo que encuentra de Otro para poder ocuparnos de ello.
No es pues ceder a un efecto de perspectiva el ver aquí ese primer delineamiento de lo imaginario, cuyas letras, asociadas con las de lo simbólico y de lo real, vendrán a adornar mucho mas tarde, justo antes del discurso de Roma, los potes para siempre vacíos por ser todos tan simbólicos, con que haremos nuestra triaca para resolver los azoros de la cogitación psicoanalítica.
Nada en esto que no se justifique por la tentativa de prevenir los malentendidos que abrazan la idea de que habría en el sujeto algo que respondería a un aparato -o incluso como se dice en otras partes, a una función propia- de lo real. Ahora bien, es a este espejismo al que se aboca en esta época de una teoría del Yo que, aún apoyándose en el lugar que Freud concede a esta instancia en Psicología de las masas y análisis del yo, comete un error, puesto que no hay en este artículo otra cosa que la teoría de la identificación.
Dejando demasiadamente, por otra parte, de referirse al antecedente necesario, sin duda producido en un año en que la atención de la comunidad analítica está un poco relajada por tratarse de 1914, del articulo Introducción al narcisismo que da a aquél su base.
Nada en todo caso que permita considerar unívoca la realidad que se invocaría al conjugar los dos términos: Wirklichkeit y Realitat qué Freud distingue allí, reservando especialmente el segundo a la realidad psíquica.
Entonces toma su valor, este si Wirklich operante, la cuña que introducimos al volver a colocar en su lugar la evidencia engañosa de que la identidad consigo mismo que se supone en el sentimiento común del yo tendría cualquier cosa que ver con una pretendida instancia de lo real.
Si Freud recuerda la relación del yo con el sistema percepción-conciencia es únicamente para indicar que nuestra tradición, reflexiva, de la que sería erróneo creer que no haya tenido incidencias sociales por haber dado apoyo a formas políticas del estatus personal, ha puesto a prueba en este sistema sus patrones de verdad.
Pero es para ponerlas en tela de juicio para lo que Freud liga al yo con una doble referencia, una al cuerpo propio, es el narcisismo, la otra a la complejidad de los tres órdenes de identificación.
El estadio del espejo da la regla de la repartición entre lo imaginario y lo simbólico en ese momento de captura por una inercia histórica cuya carga lleva todo lo que se autoriza en el hecho de ser psicología, aunque sea por caminos por donde pretende desembarazarse de ella.
Por eso no dimos a nuestro artículo sobre el «Principio de Realidad» la continuación que anunciaba y que debía habérselas con el Gestaltismo y la fenomenología.
Antes bien, recordando una y otra vez en la práctica un momento que no es de historia sino de insight configurante, por lo cual lo designamos como estadio, aunque emergiese en una fase.
¿Debe reducirse ésta a una crisis biológica? Su dinámica tal como la exponemos se apoya en efectos de diacronía: retraso de la coordinación nerviosa ligado al nacimiento prematuro, anticipación formal de su resolución.
Pero es una vez más dar gato por liebre suponer una armonía que contradicen muchos hechos de la etología animal.
Y enmascarar lo vivo de una función de falta con la cuestión del lugar que puede tomar en una cadena causal. Ahora bien, lejos de pensar en eliminarla de ella, una función tal nos parece ahora el origen mismo de la noesis causalista, y hasta el punto de confundirla con su paso a lo real.
Pero darle su eficacia por la discordancia imaginaria sigue siendo conceder demasiado lugar a la presunción del nacimiento.
Esta función es de una falta mas crítica por ser su cobertura el secreto del júbilo del sujeto.
En lo cual se deja ver que toda dilación sobre la génesis del yo participa aún de la vanidad de lo que juzga. Lo cual parece caer por su propio peso, pensándolo un poco: ¿puede ningún paso en lo imaginario rebasar sus propios límites, si no procede de otro orden?
Sin embargo es sin duda lo que promete el, psicoanálisis, y que se quedaría en mito si retrocediese hasta el nivel de ese orden.
Para localizarlo en el estadio del espejo, sepamos en primer lugar leer en él el paradigma de la definición propiamente imaginaria que se da de la metonimia: la parte por el todo. Pues no omitamos lo que nuestro concepto envuelve de la experiencia analítica de la fantasía, esas imágenes llamadas parciales, únicas que merecen la referencia de un arcaísmo primero, que nosotros reunimos bajo el título de imágenes del cuerpo fragmentado, y que se confirman por el aserto, en la fenomenología de la experiencia kleiniana, de las fantasías de la fase llamada paranoide.
Lo que se manipula en el triunfo del hecho de asumir la imagen del cuerpo en el espejo, es ese objeto evanescente entre todos por no aparecer sino al margen: el intercambio de las miradas, manifiesto en el hecho de que el niño se vuelve hacia aquel que de alguna manera le asiste, aunque sólo fuese por asistir a su juego. Añadamos lo qué un día una película, tomada por completo fuera de nuestra intención, mostró a los nuestros, de una niña confrontándose desnuda en el espejo: su mano como un relámpago cruzando de un tajo torpe la falta fálica.
Sin embargo, sea lo que sea lo que la imagen cubre, ésta no centra sino un poder engañoso de derivar la enajenación que ya sitúa el deseo en el campo del Otro, hacia la rivalidad que prevalece, totalitaria, por el hecho de que el semejante se le impone con una fascinación dual: este «lo uno o lo otro» es el regreso depresivo de la fase segunda en Melanie Klein; es la figura del asesinato hegeliano.
Añadamos el uso con fines de apólogo para resumir el desconocimiento aquí arraigándose originario, de la inversión producida en la simetría con relación a un plano. No tomaría valor sino por una referencia más desarrollada a la orientación en el espacio, en la que se asombra uno de que la filosofía no se haya vuelto a interesar desde que Kant con su guante en la punta de los dedos suspendió de ella una estética tan fácil de volver del revés sin embargo, como ese guante mismo.
Sin embargo es ya colocar la experiencia en un punto que no permite engañarse sobre su lazo con la calidad de vidente. Hasta el ciego es allí sujeto, por saberse objeto de la mirada. Pero el problema está en otra parte, y su articulación es tan teórica como la del problema de Molyneux, habría que saber lo que sería el yo en un mundo donde nadie supiese nada de la simetría con relación a un plano.
Para los puntos de referencia del conocimiento especular finalmente recordamos una semiología que va desde la mas sutil despersonalización hasta la alucinación del doble. Se sabe que no tienen en sí mismos ningún valor diagnóstico en cuanto a la estructura del sujeto (la psicótica entre otras). Es sin embargo mas importante anotar que no constituyen un punto de referencia más consistente de la fantasía en el tratamiento psicoanalítico.
Nos encontramos pues con que volvemos a colocar estos textos en un futuro anterior: se habrán adelantado a nuestra inserción del inconsciente en el lenguaje ¿No es exponerse, viéndolos dispersarse a lo largo de años poco nutridos, al reproche de haber cedido a un retardo?
Además de que no teníamos mas remedio que hacer en nuestra práctica nuestras escuelas, alegaremos no haber podido hacer nada mejor durante aquel tiempo que preparar nuestro auditorio.
A las generaciones presentes de la psiquiatría les costará imaginarse que hayamos sido, en nuestros tiempos de sala de guardia unos tres los qué nos aventuramos en el psicoanálisis, y sin ser ingratos para con aquel grupo de la Evolution psychiatrique, diremos que por más que haya sido entre sus talentos donde el psicoanálisis salió a luz, no por eso recibió de ellos una puesta en tela de juicio radical. El añadido para ese fin de una injerencia mundana no aumentó ni su solidaridad ni su información.
A decir verdad ninguna enseñanza que no fuese la acelerada de rutina surgió antes de que en 1951 abriésemos la nuestra a título privado.
Si no obstante la cantidad de reclutas de la que se engendra un efecto de calidad, cambió después de la guerra de todo a todo, tal vez la sala atiborrada para escucharnos sobre El psicoanálisis, didáctico (a) (una coma en medio) será una evocación que recuerde que no lo hicimos en vano.
Hasta la fecha sin embargo el lugar mas considerable qué nos ofreciera algunas conferencias públicas fue aquel Collége philosophique donde se cruzaban, invitando Jean Wahl, las fiebres de entonces.