El primer signo de esa actitud de sumisión a lo real que aparece en Freud consistió en reconocer que, en vista de que la mayoría de los fenómenos psíquicos en el hombre se relaciona, aparentemente, con una función de relación social, no hay motivo para excluir la vía que debido a ello abre el acceso mas común, o sea, el testimonio que acerca de fenómenos tales da el sujeto mismo.
Uno se pregunta, por lo demás, en que basaba el médico de entonces el ostracismo de principio con que condena el testimonio del enfermo si no era en la excitación de tener que reconocer en éste la vulgaridad de sus propios prejuicios. En efecto, la actitud común a toda una cultura ha guiado la abstracción ya analizada como la de los doctos: tanto para el enfermo como para el médico, la psicología es el campo de lo «imaginario». en el sentido de ilusorio; lo que tiene, pues, una significación real, el síntoma por consiguiente, sólo puede ser psicológico «en apariencia» y se distinguirá del registro ordinario de la vida psíquica por algún rasgo discordante en el que quedó claro su carácter «grave».
Freud comprende que esa elección misma le hace perder todo su valor al testimonio del enfermo. Si se desea reconocer una realidad propia a las reacciones psíquicas, no hay que comenzar por elegir entre éstas: hay que comenzar por no elegir. A fin de medir su eficiencia, hay que respetar su sucesión. Y no se trata, desde luego, de restituir la cadena gracias al relato; pero el momento mismo del testimonio puede constituir un fragmento significativo, con tal que se exija la totalidad de su texto y libere a éste de las cadenas del relato.
De ese modo se constituye lo que podemos llamar la experiencia analítica. Su primera condición se formula en una ley de no omisión, que promueve al nivel del interés, reservado a lo notable, todo aquello que «se comprende de suyo»: lo cotidiano y lo ordinario, ley que es, no obstante, incompleta sin una segunda esto es, la ley de no sistematizacion que concede, al plantear la incoherencia como condición de la experiencia, una presunción de significación a todo un desecho de la vida mental, es decir, no sólo a las representaciones cuyo sinsentido es lo único que ve la psicología de escuela: libreto del sueño, presentimientos, fantasmas de la ensoñación, delirios confusos o lúcidos, sino también a esos fenómenos que por el hecho de ser completamente negativos carecen, por así decir, de estado civil: lapsus del lenguaje y fallas de la acción. Advirtamos que ambas leyes, mejor dicho, que ambas reglas de la experiencia, la primera de las cuales fue aislada por Pichón, aparecen formuladas por Freud en una sola: ley de la asociación libre de acuerdo con el concepto reinante a la sazón.