Paulo Freire: La Educación como práctica de la Libertad (1969). SOCIEDAD CERRADA E INEXPERIENCIA DEMOCRÁTICA

SOCIEDAD CERRADA E INEXPERIENCIA DEMOCRÁTICA

En el capítulo anterior, donde analizamos la sociedad brasileña como una sociedad en tránsito, nos referimos a los choques entre algo que perdía sentido pero pretendía preservarse y algo que emergía y buscaba planificarse. Situamos, la sociedad «cerrada» brasileña colonial, esclavizada, sin pueblo, «refleja», antidemocrática, como el punto de partida de nuestra transición. Señalamos que ésta, como tiempo renovador, era el escenario en el cual el nuevo tiempo se engendraba. De ahí que no sea posible comprender ni la transición misma con sus avances y sus retrocesos ni su sentido de mensaje sin una visión del ayer. Sin la comprensión, en ti caso particular brasileño, de uno de sus más fuertes signos, siempre presente y siempre dispuesto a florecer en las idas y venidas del proceso: nuestra inexperiencia democrática. Nos interesa en este capítulo analizar la línea fundamental de este signo, que es y será uno de los puntos de estrangulamiento de nuestra democratización. No es que le adjudiquemos una fuerza todopoderosa e invencible porque nos estimásemos eternamente incapacitados para el autentico ejercicio de la democracia. Lo que no es posible, sin embargo, es subestimarla, acordándonos de una advertencia, aparentemente obvia y absolutamente fundamental de Barbu:35 «Mind in all its manifestations is never only what it is, bul also what it was». De un modo general los estudiantes de nuestra formación histórico-cultural han insistido directa o indirectamente en nuestra «inexperiencia democrática». Lo que caracteriza para Tocqueville la esencia de la propia democracia36 es la ausencia, en el tipo de formación que tuvimos, de aquellas condiciones necesarias para la creación de un comportamiento que nos llevase a la creación de nuestra sociedad con «nuestras propias manos». La experiencia de autogobierno, que casi nunca experimentamos, debía ‘habernos ofrecido un mejor ejercicio de democracia. Las condiciones estructurales de nuestra colonización no nos fueron favorables. Los analistas, sobre todo los de nuestras instituciones políticas, insisten en la demostración de esta inexperiencia. Inexperiencia democrática enraizada en verdaderos complejos culturales. Realmente Brasil nació y creció dentro de condiciones negativas con respecto a la experiencia democrática.37 El marcado sentido de nuestra colonización, fuertemente depredadora, la base de la explotación económica del gran dominio en que el «poder del señor» se extendía «desde las tierras a los campesinos» y el trabajo esclavo,38 inicialmente del nativo y posteriormente del africano, no han creado en el hombre brasileño condiciones necesarias para el desarrollo de una mentalidad permeable, flexible, característica del clima cultural democrático. Refiriéndose a la «inexperiencia ¡idílica de los estratos inferiores de la población brasileña», nos advierte Cáio Prado que la economía nacional, y con ella nuestra organización social, no conformaban una estructura democrática y popular.39 Nuestra colonización fue sobre todo una empresa comercial, Nuestros colonizadores no tuvieron —y difícilmente podrían haberla tenido— intención de crear en la nueva tierra recién descubierta una civilización. Les interesaba la explotación comercial de la tierra. Así se explican los años en que permaneció intocada, casi virgen, despreciada y entregada a las incursiones golosas de aventureros. Es que ante la magnificencia oriental nada teníamos que ofrecer que pudiese comparársele. Es que también y por otro lado, la población de Portugal en la época de la conquista, siendo insignificantemente pequeña, no le permitía proyectos de población. Faltó ánimo a los colonos que se dirigían hacia acá, lo que habría dado pasiblemente otro sentido al desarrollo de nuestra colonización, Les faltó «integración con la colonia», con la nueva tierra. Su intención preponderante era realmente la de explotarla, la de permanecer «sobre» ella, no la de permanecer en ella y con ella, integrados. Por lo tanto, difícilmente hubieran venido con ánimo de trabajarla,40 de cultivarla. En una de sus cartas, Nóbrega protesta contra el desamor a la tierra y el deseo de enriquecerse para regresar luego a Portugal, donde se dejaban todos los afectos.41 De igual forma cuando se crearon nuevas condiciones y surgieron las contingencias que eligirían de los conquistadores más que simples factorías comerciales sin población efectiva, de las que resultaría una mayor integración del hombre con 1a tierra, se observó la tendencia a crear «trópicos» y establecer en ellos aquellos que dispusieran de medios para ser «buenos empresarios para un negocio productivo, pero a disgusto como trabajadores» (Cáio Prado). Así, posiblemente en parte debido a esta tendencia, marchó nuestra colonización en el sentido de la gran propiedad, de la estancia, del ingenio. Estancias e ingenios, tierras grandes, inmensas, entregadas a una sola persona que se apropiaba de ellas y de los hombres que venían a poblarla y trabajarla. En las grandes propiedades, separadas unas de otras por las propias disposiciones legales, por leguas, no había otra forma de vida que no fuese la formada por los «moradores» de esos dominios, «protegidos» de los señores. Tenían que protegerse de ¡as incursiones de los nativos, de la violencia arrogante de los «trópicos», así como de los ataques de otros señores. Allí se encontraban realmente las primeras condiciones culturales en que nadó y su desarrolló el hombre brasileño en una época de dependencia y de mandonismo, de «proteccionismo», que aún surge entre nosotros en plena época de transición. Aquí se hallan las raíces de nuestras tan comunes soluciones paternalistas. También allí se hallan las raíces del «mutismo brasileño». Las sociedades a las cuales se les niega el diálogo y la comunicación y en su lugar se les ofrecen «comunicados» se hacen preponderantemente «mudas». El mutismo no es propiamente inexistencia de respuesta. Es una respuesta a la que le falta un tenor marcadamente crítico.42 No hay diálogo con la estructura del gran dominio, con d tipo de economía que lo caracterizaba, marcadamente autárquico. El diálogo implica una mentalidad que no florece en áreas cerradas, autárquicas. Éstas por el contrario constituyen un clima ideal para el antidiálogo. Para la verticalidad de las imposiciones. Para robustecer a los señores. Para el mandonismo. Para la ley dura hecha por el propio «poseedor de las tierras y de los campesinos».43 No importa que las relaciones humanas entre señores y esclavos, nobles y plebeyos, sean en cierto aspecto suaves. Hay paternalismo. Condes-cendencia del «adulto» hacia el «menor». Así es que en tales circunstancias se habla de «bondad del Señor», de su «comprensión humana», de su «condescendencia». Condescendencia y bondad, por ejemplo, de algunos que atraían para sí a los esclavos que pertenecían a señores considerados crueles. En las relaciones humanas del gran dominio, la distancia social existente no permite el diálogo. Éste, por el contrario, se da en áreas abiertas, donde el hombre desarrolla su sentido de participación en la vida común. El diálogo implica la responsabilidad social y política del hombre. Implica un mínimo de conciencia transitiva, que no se desarrolla bajo las condiciones ofrecidas por el gran dominio. No hay autogobierno entre nosotros, del cual tuvimos sólo raras manifestaciones. Entre nosotros no hay nada que se asemeje a aquellas comunidades agrarias estudiadas por Joaquín Costa, citado por Oliveira Viana;44 «Toda la humanidad brasileña — afirma el profesor brasileño— evolucionó desde el principio bajo este régimen de vivencia política». Entre nosotros, por el contrario, lo que predominó fue el mutismo del hombre. Su no participación en la solución de los problemas comunes. Con el tipo de colonización que tuvimos nos faltó vivencia comunitaria. Oscilábamos entre el poder del señor de las tierras y el poder del gobernador, del capitán mayor. Cuando se hizo necesaria por la importación de la democracia política, la solidaridad del hombre con su señor, con el propietario de las tierras, fue una solidaridad sólo aparentemente política, Es que en todos nuestros antecedentes culturales no existían condiciones de experiencia, de vivencia de participación popular en la cosa pública. No había pueblo.45 No exageramos al hablar de un centro de gravitación de nuestra vida privada y pública si decirnos que éste se centraba en el poder externo, en la autoridad externa. En el señor de las tierras. En la representación del poder político. En los fiscales de la Corona durante el Brasil colonial. En los representantes del poder central durante el Brasil imperial. Tales circunstancias propiciaban la introducción de esta autoridad externa dominadora; la creación de una conciencia hospitalaria de opresión y no una conciencia libre y creadora indispensable en los regímenes auténticamente democráticos. Repetimos que con el upo de explotación económica que caracterizó nuestra colonización no habría sido posible la creación de una vivencia comunitaria. Todo nos llevaba a la dispersión de la «propiedad semanaria»46 No podíamos, dentro de estas circunstancias, llegar a formas de vida democrática que implicasen un alto sentido de participación en los problemas comunes, sentido que se «crea» en la conciencia del pueblo y se transforma en sabiduría democrática, Por el contrario, durante nuestra colonización, durante la formación de nuestras poblaciones, se creó un extremo individualismo, «Cada familia es una república» —afirma Vieira, citado por Oliveira Viana.47 Esas condiciones económicas y las líneas de nuestra colonización no podían, en verdad, permitir el surgimiento de centros urbanos con una clase media basada en una economía razonable. Centros urbanos que fuesen creados por el pueblo y gobernados por él a través de cuya experiencia de gobierno fuese incorporando aquella sabiduría democrática a que llega el pueblo cuando crea la sociedad con sus propias manos.48 En lugar de este tipo de centro urbano formado desde abajo hacia arriba, basada en solidaridad política experimentada por grupos humanos asociados en comunidades, cosa que nos hubiera enriquecido en nuestra sabiduría democrática, por el contrario, la historia de nuestras instituciones políticas determinó el surgimiento de núcleos urbanos desde arriba hacia abajo, creados compulsivamente con poblaciones que asemejan rebaños. Sólo en unos pocos casos fueron creados por fuerza y voluntad del pueblo. Sería de extrañar en verdad que esos centros urbanos hubiesen nacido bajo el impulso popular. Impulso del pueblo, a quien le faltaban condiciones necesarias para tenerlo. ¿Cómo podría haber vida democráticamente urbana, con el poderío económico de la gran propiedad? ¿Con su autarquía? La gran propiedad absorbente y asfixiante hacía girar todo en torno suyo. Por otro lado, la enormidad de tierras, la rala población de Portugal, que dificultaban los intentos de población, el espíritu comercial de la colonización, todo provocó el aislamiento de la nueva tierra encerrada en sí misma,49 sin relaciones salvo con Portugal, lo que daría lugar a la explotación de la colonia sobre las ya citadas bases del trabajo esclavo. Trabajo esclavo del cual habría surgido una serie de obstáculos y al mismo tiempo la imposibilidad de formar una mentalidad democrática, una conciencia permeable, experiencias de participación y de autogobierno.
La propia indigencia de los centros urbanos, absorbidos y aplastados por la fuerza de la gran propiedad autárquica, era uno de esos obstáculos. Esa absorción que ejerció el gran dominio sobre los débiles centros urbanos fue llamado por Oliveira Viana «función desintegradora de los grandes dominios».50 Nada escapaba a su todopoderosísimo empuje. En la estructura económica del gran dominio, con el trabajo esclavo, era imposible que se diera un tipo de relación humana que creara disposiciones mentales flexibles capaces de llevar al hombre a formas de solidaridad que no fuesen las exclusivamente privadas. Nunca a la solidaridad política. También a los «dueños de tierras y campesinos» les faltaban condiciones culturales para la formación de esta solidaridad. No cabe duda que tales circunstancias favorecían el desarrollo de condiciones lógicamente de mandonismo, situaciones en las cuales el interés privado se sobrepone al público. Condiciones de sumisión de manos extendidas, así como de disturbios y amenazas, reveladoras todas del ya señalado mutismo nacional. «Quien llegó a tener títulos de señor —nos dice Antonil— pretende en todos dependencia de siervos.» Y, más adelante, dice sobre la violencia del capataz: «De ninguna manera se debe consentir a los capataces golpear principalmente las barrigas de las mujeres embarazadas, ni golpear con los pies a los esclavos porque, coléricos, no miden los golpes, y pueden herir mortalmente un esclavo en préstamo». Continuando con el análisis de las relaciones humanas, dice el agudo Antonil sobre el «ingenio real»: «En Brasil se acostumbra decir que pira el esclavo son necesarias tres ‘p’, a saber: palo, pan y paño. Si comienza mal, empezando por el castigo que es el palo, Dios le proveerá tan abundante comida y vestido como muchas veces es el injusto castigo…»51 En verdad, lo que caracterizó, desde el comienzo, nuestra formación fue sin duda el poder exacerbado. Fue la fuerza del poder en torno al cual se fue creando casi un gusto masoquista52 de ser todopoderoso. Poder exacerbado al que se fue asociando la sumisión. Sumisión de la cual nacía, en consecuencia, el ajustamiento, el acomodamiento y no la integración. El acomodamiento exige una dosis mínima de crítica. La integración, por el contrario, exige un máximo de razón y conciencia. Es el comportamiento característico de los regímenes flexiblemente democráticos. El problema del ajustamiento y del acomodamiento se vincula al del mutismo, ya referido, como una de las consecuencias inmediatas de nuestra inexperiencia democrática. En verdad, en el ajustamiento, el hombre dialoga. No participa. Por el contrario, se acomoda a las determinaciones que se superponen a él. Las disposiciones mentales que creamos en estas circunstancias fueron así disposiciones mentales rígidamente autoritarias, acríticas. «Nadie se atrevería a pasar frente a un soldado raso de guardia o a leer una proclama pegada a la pared —son palabras de Luccok— sin hacer un saludo de respeto…» «Respeto que —afirma Saint-Hilaire— adquieren con la feche que manan», manera irónica de referirse a la herencia cultural de nuestra inexperiencia democrática. Ésta fue la constante de toda nuestra vida colonial. El hombre siempre dominado por el poder. Poder de los señores de las tierras. Poder de los gobernadores-generales, de los capitanes-generales, de los virreyes, de los capitanes mayores. Nunca, o casi nunca, el hombre intervenía en la constitución o en la organización de la vida común, siempre perdido en la inmensidad de las tierras. Este tipo de colonización habría de impedir el desarrollo de las urbes, que hubieran sido muy diferente* si hubieran nacido desde el comienzo de nuestra colonización, bajo el impulso de la voluntad popular. Posiciones democráticas de las cuales habrían nacido y se habrían desarrollado otras posiciones mentales y no las que se consustanciaron en ese momento y que aún hoy nos rigen. Así vivimos todo nuestro período de vida colonial; presionados siempre, casi siempre imposibilitados de hablar. La única voz que se podía oír era la del pulpito. Las mis drásticas eran las restricciones a nuestras relaciones internas, de capitanía a capitanía. Relaciones que no dudamos nos habrían abierto oirás posibilidades para el intercambio de experiencias con las cuales los grupos humanos se perfeccionan y crecen. Relaciones que llevan a los grupos humanos a rectificaciones y ejemplificaciones. Sólo el aislamiento impuesto a la colonia, encerrada en sí misma, y teniendo como tarca el cumplimiento de las exigencias cada vez mis golosas de la Metrópoli, revelaba claramente la verticalidad y la impermeabilidad antidemocrática de la política de la corte. No nos importa discutir si podría haber sido otra la política de los colonizadores — abierta, permeable, democrática. Lo que nos importa afirmar es que, con esa política de colonización, con sus moldes exageradamente tutelares, no podíamos tener experiencia democrática, aun cuando hubo algunos aspectos positivos, como el de la fusión racial que predispuso al brasileño a un tipo de «democracia étnica». «De hecho —afirma Berlink—, en este país casi no hubo aspiraciones democráticas: tal fue el carnerismo que nos creó la Metrópoli portuguesa, tal fue la imitación que los gobernantes posteriores a la independencia hicieron de los métodos coloniales, que aún hoy se puede afirmar, que en Brasil son incipientes las aspiraciones democráticas…»53 No debemos mencionar como intento de experiencia democrática, por ejemplo, las cámaras municipales coloniales, sus senados, sus administradores. Esas cámaras y senados municipales hubiesen preparado al pueblo para gobernar sus municipios. Pero no hablemos de esas cámaras y de esos senados porque, más de una vez, su funcionamiento reveló precisamente la ausencia de un hombre común como partícipe de su vida. La exclusión del hombre común del proceso electoral —no votaba ni era votado— le prohibía cualquier injerencia en los destinos de la comunidad; habría de surgir entonces una clase privilegiada que gobernase la comunidad municipal. Ésta era la clase de los llamados «hombres buenos»- con «sus nombres escritos en los libros de la nobleza, que tenían las cámaras». Eran les representantes de la nobleza, de los ingenios, de los poderosos de la tierra, de los «nobles de linaje». Era la clase de los nuevos ricos —enriquecidos en el comercio y hechos nobles tanto por sus servicios prestados a la ciudad como por su conducta. Marginado y sin derechos cívicos se encontraba el hombre común irremediablemente alejado de cualquier experiencia de autogobierno o de diálogo; constantemente sometido, «protegido», sólo era capaz de reaccionar por medio de la algazara —que es la «voz» de los que están «mudos» frente al crecimiento de las comunidades y nunca con una voz autentica, de opción, voz que el pueblo va ganando cuando nuevas condiciones históricas surgen y le propician los primeros ensayos de diálogo. Es lo que nos sucedía con la «caída» de la sociedad brasileña, antes del golpe militar. Estábamos así «con-formados» en un tipo de vida rígidamente autoritario, nutriéndonos de experiencias verticalmente antidemocráticas en las que se formaban y robustecían nuestras disposiciones mentales forzosamente antidemocráticas, cuando circunstancias especiales alteraron el compás de nuestra vida colonial. Forzado por tales circunstancias, llega a Río de Janeiro, en 1808, D, Joao VI llega y se instala con toda su corle alterando intensamente las costumbres, las formas de ser del pueblo, no sólo de Río, entonces atrasada y sucia ciudad, sino de otros centros provinciales, estimulados por los placeres que la corte ostentaba. No hay duda que la presencia de la familia real entre nosotros y, más que eso, la instalación de la sede del gobierno portugués en Río de Janeiro habría de provocar alteraciones profundas en la vida brasileña. Alteraciones que, si bien por un lado podrían propiciar al hombre brasileño —por lo menos al hombre libre— nuevas con-diciones con que realzar nuevas experiencias, en el sentido democrático, por otro lado, antagónicamente, reforzaban las tradiciones verticalmente antidemocráticas. De esa forma se observó con la llegada de la corte portuguesa a principios del siglo pasado el primer paso al comienzo de, entre otras cosas, el fortalecimiento del poder de las «ciudades, de las industrias y las actividades urbanas», el nacimiento de escuelas, de imprentas, de bibliotecas, de enseñanza técnica. Gilberto Freyre, al considerar el creciente poder de las ciudades que hace declinar si patriciado rural, dice: «Con la llegada de D. Joao VI a Rio de Janeiro, el patriciado rural que se consolidara en las grandes casas del ingenio y de la hacienda —mujeres gordas haciendo dulces, hombres orgullosos de sus títulos y privilegios de sargento mayor y capitán, de sus pucheros, de sus esposas y de sus puñales de plata, de alguna colcha de la India, guardada en el arca, de muchos hijos legítimos y naturales dispersos por la casa y por las chozas de los esclavos— comenzó a perder su majestad colonial, Majestad que el descubrimiento de las minas ya venía comprometiendo seriamente».» Esta transferencia del poder y de la majestad del patriciado rural, consolidado en las «grandes casas», hacia las ciudades que comenzaban a participar en la vida del país no significaba aún la participación del hombre común en su comunidad. La fuerza de las ciudades estaba en la burguesía opulenta, que se enriquecía con el comercio que viene a sustituir al todopoderosísimo campo. La tendrían luego los bachilleres, hijos del campo, pero hombres con marcado tinte citadino; doctores formados en Europa y cuyas ideas se discutían en nuestras «analfabetas» provincias, como si fuesen centros europeos. Las alteraciones producidas no podrían impedir, aun cuando se preservase el trabajo esclavo, el avance del desarrollo, provocado por el trabajo libre; el hecho de que el pueblo dejase de lado su estado asistencia! y comenzara una incipiente participación. Sólo a partir de la «caída» de la sociedad brasileña y el comienzo de una reciente fase de transición, más fuerte aún durante este siglo, se puede hablar de ímpetu popular, de una voz verdaderamente del pueblo que emergía. Se observó que como consecuencia, o como una de las dimensiones de este paso de renovación y de alteraciones que el país sufrió con la llegada de la corte, y en con-tradicción con lejanas y tenues condiciones de democratización, podrían haber surgido con las ciudades la europeización o la reeuropeización del país, a la cual se unió todo un conjunto de procedimientos antidemocráticos que reforzaron nuestra inexperiencia democrática. «…Es que —afirma Gilberto Freyre—, paralelo al proceso de europeización o reeuropeización del Brasil que caracterizó las principales regiones del país durante la primera mitad del siglo XIX, se agudizó para nosotros el dominio de esclavos y siervos, de africanos e indígenas, no sólo de parte de los señores, sino también de aquellos portadores exclusivistas de la cultura europea, encarnada principalmente en los moradores de las ciudades.» Y más adelante dice probando hasta dónde llegaba este todopoderosísimo poder: «El derecho de galopar o adornarse o andar al trote por las calles de la ciudad era exclusivo de los militares y milicianos. Atravesarla montado señorialmente a caballo era privilegio del hombre vestido y calzado a la europea». Este mismo autor, refiriéndose a aspectos de la europeización y reeuropeización sobre todo de Recife, para él la más característica, excepción hecha de la Metrópoli (bajo algunos aspectos atipica), del proceso de reeuropeizacion del paisaje, de la vicia y de la cultura brasilena, afirma; «Asi, se prohiben, en la ciudad de Recife, a partir del 10 de diciembre de 1831, los ‘vocerios y gritos callejeros’, restriccion que alcanzaba a los africanos en sus expansiones de caracter religioso o simplemente recreativo. Continuabamos, asi, alimentando nuestra inexperiencia democratica con imposiciones, con el desconocimiento de nuestra realidad. Y seria sobre esta vasta inexperiencia caracterizada por una mentalidad feudal, alimentandonos de una estructura economica y social enteramente colonial, sobre la que inaugurariamos el intento de un Estado formalmente democratico. Importamos la estructura de un Estado nacional democratico, sin previa consideracion de nuestro propio contexto. Tipica y normal posicion de alienacion cultural. Volveremos mesianicamente a las matrices formadoras o a otras consideradas superiores en busqueda de soluciones de problemas particulares, sin saber que no existen soluciones prefabricadas y rotuladas para tal o cual problema, dentro de tal o cual condicion especial de tiempo y espacio cultural. Cualquier accion que se superponga al problema implica inautenticidad, y por lo tinto el fracaso del interno. Importamos el Estado democratico no solo cuando no teniamos experiencia de autogobierno, inexistente en toda nuestra vida colonial, sino tambien y sobre todo cuando no teniamos aun condiciones para ofrecer al «pueblo» inexperto circunstancias adecuadas para realizar las primeras experiencias verdaderamente democraticas. Super-poniamos, a una estructura economicamente feudal y a una estructura social en la cual el hombre vivia vencido, oprimido y «mudo», una forma politica y social cuyos Fundamentos exigian lo contrario al mutismo, o sea el dialogo, la participacion, la responsabilidad politica y social. Solidaridad social y politica a la que no podriamos llegar por habernos defendido en la solidaridad privada, revelada en una u otra manifestacion como el «auxilio gratuito entre campesinos» (mutirao). .Donde buscar las condiciones de las cuales hubiese surgido una conciencia popular democratica, permeable y critica, sobre la cual se hubiese podido fundar autenticamente el Estado democratico? .En nuestra colonizacion basada en el gran dominio? .En las estructuras feudales de nuestra economia? .En el aislamiento en que crecimos aun internamente? .En el todopoderosisimo senor de las \tierras y campesinos»? .En la fuerza del capitan mayor, del sargento mayor, de los gobernadores generales? .En la fidelidad a la Corona? .En aquel gusto excesivo a la «obediencia» a que Saint-Hilaire se refiere diciendo que se adquirio !unto con la leche que se mamo? .En los centros urbanos creados verticalmente? .En las innumerables prohibiciones a nuestra industria, a la produccion de tocio aquello que afectase los intereses de la Metropoli? -.En nuestros deseos a veces liricos de libertad, sofocados por la violencia de la Metropoli’ .En la educacion jesuita, a la que realmente mucho debemos, pero que en gran parte es verbosa y superpuesta a nuestra realidad? .En la inexistencia de instituciones democraticas? .En la ausencia de dialogos por medio de los cuales surgimos y crecemos? .En la autarquia de los grandes dominios, que asfixia la vida de las ciudades? .En los prejuicios contra el trabajo manual, mecanico, esclavo, que agrandaba cada vez mis la distancia social entre los hombres? .En las camaras y senados municipales de la Colonia, formados por hombres cuyos nombres debian estar inscritos en los libros de la nobleza; camaras y senados de los que no podia participar el hombre comun, en cuanto hombre comun? .En el descuido de la educacion popular siempre re-legada? .En las condiciones por las cuales hubieramos podido crear y acrecentar disposiciones mentales criticas y, por eso mismo, democraticas? .En la fuerza de las ciudades fundadas en el poderio de una burguesia enriquecida con el comercio, que sustituya el poder del patriciado rural en decadencia?
No, éstas no eran condiciones para poder constituir aquel «clima cultural específico» para el surgimiento de los regímenes democráticos referidos por Barbu. La democracia que antes que forma política es forma de vida se caracteriza sobre todo por la gran dosis de transitividad de conciencia en el comportamiento humano, transitividad que no nace y no se desarrolla salvo bajo ciertas condiciones, en las que el hombre se lance al debate, al examen de sus problemas y de los problemas comunes, en las que el hombre partícipe, «Una reforma democrática —afirma Zevedei Barbu— o una acción democrática en general debe hacerse no solo con el consentimiento del pueblo, sino con sus propias manos. Esto es una verdad. Exige ciertas calificaciones. A fin de construir su sociedad con ‘sus manos’, los miembros de un grupo deben poseer considerable experiencia y conocimiento de la cosa pública (public administration). Necesitan, igualmente, ciertas instituciones que les permitan participar en la construcción de su sociedad. Necesitan, sin embargo, algo más que todo esto; necesitan una específica disposición mental (frame of mind), esto es, cimas experiencias, actitudes, prejuicios y creencias compartidas por todos o al menos por una gran mayoría. Hasta que no se dio la «descomposición» de la sociedad brasileña, permitiendo entonces cierta participación, sucedía exactamente lo contrario: el alejamiento del pueblo, su «asistencialismo». Lo que puede afirmarse, de modo general, es que, salvo pocas excepciones, o bien el pueblo quedaba al margen de los acontecimientos o bien participaba en ellos como simple «algazara» y no porque tuviese voz, El pueblo asistió a la proclamación de la República «atentado’-‘, fue la afirmación de Arístides Lobo, repetida por todos. Atontado continúa asistiendo a los más rédenles retrocesos del proceso brasileño. Tal vez ahora, en el caso del reciente golpe militar, ya no sea tan tonto, ya que comienza a comprender que los retrocesos se clan por causa de sus avances. Comienza a comprender que es su creciente participación en los acontecimientos políticos brasileños lo que asusta a las fuerzas irracionalmente sectarias, lo que amenaza sus privilegios, Nos manteníamos «mudos» y quietos hasta que comenzaron las primeras alteraciones que afectaron las fuerzas que mantenían la sociedad cerrada en equilibrio. Con la quiebra de ese equilibrio, provocado, como ya señalamos en el primer capítulo, por factores internos y externos, se desplomó la sociedad, entrando entonces en la fase de transición, Pero, contrariamente, estas alteraciones se iniciaron al finalizar el siglo pasado, cuando se restringió el tráfico de esclavos y, después, con la total abolición de la esclavitud. Sucedió esto porque capitales destinados a la compra de esclavos se encontraron de un momento a otro sin destino, comenzaron a usarse en actividades industriales incipientes. De esta forma, además de la supresión del trabajo esclavo —lo que provocaría una política de atracción de inmigrantes a tierras brasileñas que vendrían a apoyar nuestro desarrollo—, comenzamos los primeros intentos de «crecimiento inter-no» en nuestra economía. «En ningún momento del siglo XIX —dice Fernando de Azevedo—, después de la Independencia, se producirían acontecimientos tan importantes para la vida nacional como sucedió durante el último cuarto de ese siglo, en que se verificó el primer avance industrial, se estableció una política inmigratoria, se abolió el régimen de esclavitud, se inició la organización del trabajo libre y se experimentó, por primera vez, un nuevo régimen político. .. Mientras tanto —continúa el maestro brasileño— el comienzo del avance industrial en 1885, el vigoroso impulso civilizador debido a la inmigración, la supresión del régimen de la esclavitud que, aun cuando se produjo de repente como en los Estados Unidos, coincide con un gran aumento de la producción, y la nueva economía basada en el trabajo libre contribuyeron a la transformación de la estructura ecónomo y social, que no podía dejar de modificar los hábitos y la mentalidad sobre todo de las poblaciones urbanas. Pero fue exactamente en este siglo, en la década del 20 al 30, después de la primera gran guerra, y más acentuadamente después de la segunda cuando nuestro desarrollo industrial, en cierto sentido desordenado, recibió su gran impulso. Y con él, el desarrollo creciente de la urbanización que, digamos de paso, no siempre revela desarrollo industrial y crecimiento, en las regiones más fuertemente urbanizadas del país. De ahí el surgimiento de ciertos centros urbanos que revelan más «hinchazón» que desarrollo, para usar la expresión de un sociólogo brasileño. Estas alteraciones —como señala Fernando de Azevedo— habían de reflejarse en toda la vida nacional. Se unirían a tantos oirás que se daban en el campo cultural, en el campo de las artes, de la literatura, en el campo de las ciencias, revelando una nueva inclinación: el estudio. La identificación con la realidad nacional, su conocimiento. La búsqueda cíe planificación sustituyendo así los esquemas importados. El trabajo de SUDENE (Superintendencia de Desarrollo del Nordeste) bajo la dirección del economista Celso Furtado, realizado antes del golpe militar, es un ejemplo de esta planificación. El país comenzaba a encontrarse consigo mismo. Su pueblo que emergía iniciaba sus experiencias de participación. Todo esto provocaba choques entre los viejos y los nuevos temas. La superación de la inexperiencia democrática por una nueva experiencia: la de la participación, espera la superación de la irracionalidad que vive hoy el Brasil, agravada por la situación internacional. Es temprano afirmar aún hasta dónde podría superarse esta inmovilidad sin herir intensamente la línea que el proceso parecía revelar, y sin provocar, por ello mismo, formas mucho más graves de regresión. Es posible que la intensa emocionalidad que dirigió los irracionalismos sectarios pueda lograr un nuevo camino dentro del proceso, que lo conduzca a una más lenta aproximación a formas más auténticas y humanas de vida para el hombre brasileño.

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Notas:
35- Zevedei Barbu, Problems of Historical Psicology, p. 9.
36- Tocqueville, A democracia na America.
37- El Brasil nació y creció sin experiencia de diálogo. De cabeza baja, con temor a la Corona. Sin empresa. Sin relaciones. Sin escuelas. «Doliente.» Sin habla auténtica. Después de una cita latina, que termina con la palabra infans, dice Vieira en uno de sus sermones: «Comencemos por esta palabra, infans, infante, quiere decir que no habla. En este estado estaba el pequeño Bautista cuando Nuestra Señora lo visitó, y en este estado estuvo durante muchos años el Brasil, que fue, a mi modo de ver, la mayor causa de sus males. Al no poder hablar, se hace difícil darle la medicina apropiada. Por eso Cristo curó con tanta dificultad y le llevó tanto tiempo el milagro de curar a un endemoniado mudo; el peor accidente que tuvo el Brasil en toda su enfermedad fue quedarse sin habla; muchas veces quiso quejarse justamente, muchas veces quiso pedir los remedios para sus males, pero siempre sus palabras se le ahogaron en la garganta, o en el respeto, o en la violencia: y si alguna vez llegó algún gemido a los oídos de quien debería haber remediado sus males llegaron al mismo tiempo que las voces del poder y vencieron los clamores de la razón» (Sermón de la Visitación de Nuestra Señora, predicado cuando la llegada del Marqués de Montalvo, virrey del Brasil, Hospital de la Misericordia, Bahía, Obras completas del padre Antonio Vieira, sermones, volumen III, p. 330. Lelo & Irmaos, Editores, Porto Alegre, 1959). Algunos trozos del sermón fueron citados por el profesor Berlink antes que el autor.
38― La fuerza se concentró en las manos de los señores rurales. Dueños de las tierras. Dueños de los hombres. Dueño de las mujeres. Sus casas representan este enorme poderío feudal‖, Gilberto Freyre, Casa-Grande e Senzala, 8ª ed. P. 26, prefacio.
39- Cáio Prado, Evoluçao política do Brasil e outros estudos, p.64, 1953.
40- Interesante lectura del excelente estudio del profesor brasileño Viona Moog, Bandeirantes e pioneiros, en que analiza las formaciones brasileña y norteamericana.
41― Esta tierra es tan pobre aún ahora, que dará mucho disgusto a los oficiales de V.A., que tienen allí mucho gasto y poco provecho… Y como éste es su fin principal, no aman a la tierra, pues tienen sus afectos en Portugal, ni trabajan tanto para favorecerla como para aprovecharla de la manera que puedan. Es una afirmación general, puesto que entre ellos podría haber alguna excepción a esta regla.‖ Padre Manuel da Nóbrega, Cartas do Brasil e mais escritos, Coimbra, 1955, p. 114.
42― Todo aparente espíritu electoral que la masa revelaba –sus agitaciones, sus tumultos, sus violencias y desprecios a la autoridad- no partía propiamente de esta masa, no era iniciativa de ella, sino de la nobleza siempre apasionada de los señores rurales, que la incitaban y la inducían a la lucha.‖ Oliveira Viana, Instituçoes políticas brasileiras, vol. 1, p. 186.
43 ―En verdad –nos dice Rugendas en su Viagem pitoresca através do Brasil, p. 185- existen leyes que imponen ciertos límites al arbitrio y a la cólera de los señores, como ejemplo la que fija el número de chicotazos que es permitido dar de una sola vez al esclavo, sin la intervención de la autoridad; sin embargo –continúa Rugendas-, como ya dijimos, esas leyes no tienen fuerza y quizá sean desconocidas aun para la mayoría de los esclavos y señores; por otro lado –afirma el visitante-, las autoridades se encuentran tan ocupadas que en realidad, el castigo del esclavo por una falta verdadera o imaginaria o los malos tratos resultantes de los caprichos y de la crueldad del señor sólo encuentran límite en el miedo a perder el esclavo, por la muerte o por la fuga, o en respeto a la opinión pública.‖ Este último límite debería realmente ser el más frágil de ellos…
44- Joaquín Costa, Colectivismo agrario en España, en Oliveira Viana, Instituçoes políticas brasileiras, cap. IV.
45- En la página 198 del ya referido ensayo, en muchos aspectos interesante, comenta el Sr. Berlink, citando a Feijoo: ―Yo creo –decía Feijoo en 1838, en cuanto la voluntad de alterar el Acto Adicional, se apodere de muchos hombres públicos- ya no habrá una elección para juez de paz sin que tres o cuatro individuos atropellen todo y hagan lo que quieran.
46- La propiedad semanaria era un terreno inculto o abandonado que los reyes de Portugal concedían a quienes deseasen cultivarlo. [T.]
47- Oliveira Viana, op. cit., vol. 1, p.151.
48-  Fue así una sociedad con formas o expresiones de status humano extremas: señor y esclavo. El desarrollo de ‗clases medias‘ o intermedias, de ‗pequeña burguesía‘, de ‗pequeña‘ y de ‗media industria‘, de ‗pequeña y media agricultura‘, es tan reciente entre nosotros, bajo formas destacables, que durante todo aquel período que va del siglo XVI al XIX su estudio puede ser casi despreciado, y casi ignorada su presencia en la historia social de la familia brasileña‖. Gilberto Freyre, Sobrados e mocambos, vol. 1, p. 52.
49- Las restricciones de las relaciones de la colonia no se limitaban sólo a las que podría haber tenido con el exterior –lo que amenazaría los intereses de Portugal- sino también a las que podrían haberse realizado internamente, de capitanía a capitanía.
50- Oliveira Viana, op. cit., p. 149.
51- Antonil, op. cit, p. 55.
52- Gilberto Freyre.
53- Berlink, Factores adversos en la formación brasileña.