Inconsciente y el consciente, Lacan

Inconsciente y el consciente, Lacan

Conceptos de la obra de Lacan

Acerca de Jacques Lacan
En su discusión acerca de la absoluta división entre el inconsciente y
el consciente (o mediante el ello y el ego), Freud introduce la idea del
yo humano o sujeto, como radicalmente dividido entre estos dos mundos,
de lo consciente y lo inconsciente. Por un lado, nuestras habituales
ideas del yo o la personalidad, están definidas por operaciones
conscientes, incluyendo la racionalidad, la libre voluntad, y la
autorreflexión. Para Freud y el psicoanálisis en general, sin embargo,
las acciones, pensamiento, creencia, y los conceptos del «yo» están
todos determinados, toman forma, gracias al inconsciente, y sus impulsos
y deseos.
Jacques Lacan es un psicoanalista francés. Originalmente entrenado como
psiquiatra, trabajó en la década de 1930 a 1940 con pacientes
psicóticos; en 1950 empezó a desarrollar su propia versión del
psicoanálisis, basado en las ideas articuladas de la lingüística
estructuralista y la antropología. Se podría pensar en Lacan como Freud +
Saussure, con algo de Levi-Strauss, e incluso de Derrida.
Pero su principal influencia/precursor es Freud. Lacan reinterpreta
Freud a la luz del análisis de las teorías estructuralista y
post-estructuralista, convirtiendo el psicoanálisis desde ser una
filosofía o teoría esencialmente humanista a una post-estructuralista.

Una de las premisas básicas del humanismo, como se recordará, es que hay
de hecho un «yo» estable, que tiene todas esas cosas tan agradables
como la libre voluntad y la autodeterminación. La noción de Freud del
inconsciente fue una de las ideas que empezaron a cuestionar, o a
desestabilizar, el ideal humanista del yo; fue uno de los precursores
del post-estructuralismo a este respecto. Pero Freud tenía la esperanza
de que llevando los contenidos del inconsciente al consciente, podría
minimizar la represión y la neurosis. Hace de hecho una famosa
declaración sobre la relación entre el inconsciente y el consciente,
diciendo que “Wo es war, soll Ich werden»: “Donde Ello estaba, estaré
Yo”. En otras palabras, el Ello (inconsciente) será sustituido por el
“Yo”, por la consciencia y la auto-identidad. El objetivo de Freud era
fortalecer el ego, el “Yo” mismo, la identidad consciente/racional, de
modo que fuera más poderosa que el inconsciente.
Para Lacan, este proyecto es imposible. El ego nunca puede tomar el
lugar del inconsciente, o vaciarlo, o controlarlo, porque para Lacan, el
ego o “Yo” es tan sólo una ilusión, un producto del inconsciente en sí
mismo. En el psicoanálisis de Lacan, el inconsciente es la base de la
existencia.
Mientras que Freud está interesado en investigar como el
polimórficamente perverso niño forma un inconsciente y un superego y se
convierte en un civilizado y productivo adulto (así como correctamente
heterosexual), Lacan se interesa sobre cómo el niño forma la ilusión que
llamamos un «yo». Su ensayo sobre la Etapa del Espejo describe ese
proceso, mostrando cómo el niño forma la ilusión de un ego, de una
conciencia unificada de sí mismo identificada por la palabra “Yo”.
En la concepción del ser humano de Lacan, encontramos la noción de Lacan
de que el inconsciente, que gobierna los factores de la existencia
humana, está estructurado como lenguaje. Basa esto en respecto a los
mecanismos considerados por Freud, condensación y desplazamiento. Ambos
son esencialmente fenómenos lingüísticos, donde el significado o bien se
condensa en una metáfora, o se desplaza en una metonimia. Lacan
advierte que el análisis de los sueños de Freud y la mayoría de sus
análisis del simbolismo del inconsciente utilizado por sus pacientes,
dependen en juegos de palabras; asociaciones, chascarrillos, que son
principalmente verbales. Lacan dice que los contenidos del inconsciente
se dan cuenta de la existencia del lenguaje, y en particular de la
estructura del lenguaje.
Y aquí sigue las ideas desplegadas por Saussure, modificándolas
ligeramente. Mientras que Saussure hablaba sobre las relaciones entre el
significante y el significado, relaciones las cuales forman un signo, e
insistió en que la estructura del lenguaje es la unión negativa entre
signos (un signo es lo que es porque no es otro signo), Lacan se centra
sólo en las relaciones entre significantes. Los elementos en el
inconsciente – deseos, imágenes -, todos forman significantes (y se
expresan habitualmente en términos verbales), y estos significantes
forman una «red de significación» – un significante sólo tiene sentido
porque no es otro significante
-. Para Lacan, no hay elemento al que se
haga referencia con estos significantes, no hay significado detrás. Si
lo hubiera, entonces el significado de cualquier significante particular
sería relativamente estable – habría (en términos de Saussure) una
relación de significación entre significante y significado, y la
relación crearía o garantizaría algún tipo de sentido en él. Lacan dice
que estas relaciones de significación no existen (al menos en el
inconsciente): que al contrario, sólo hay relaciones negativas,
relaciones de valor, donde un significado es lo que es por no ser alguna
otra cosa.
Debido a esta falta de significados, dice Lacan, la cadena de
significantes –x=y=z=b=q=0=%=|=s (etc.) – está constantemente
deslizándose, cambiando y circulando. No hay ningún ancla, nada que de
un sentido definitivo ni estabilidad al sistema completo. La cadena de
significantes está en juego constantemente (en el sentido de Derrida);
no hay forma de detener el deslizamiento por la cadena, ninguna forma de
decir, “oh, x significa esto”, y tomarlo como definitivo. Al contrario,
un significante sólo lleva a otro significante, y nunca a un
significado.
Lacan dice que así es como parece ser el inconsciente, una cadena que
circula continuamente (o múltiples cadenas) formada por significantes,

sin ancla o, para usar los términos de Derrida, sin centro. Esta es la
traslación lingüística de la idea de Freud sobre el inconsciente como
este reino caótico de deseos e impulsos constantemente cambiantes. Freud
está interesado en cómo traer estos impulsos y deseos caóticos al
consciente, de modo que puedan tener algún orden, sentido y significado:
para así poder ser entendidos y manejables. Lacan, por el contrario,
dice que el proceso de convertirse en adulto, en un “yo”, es el proceso
de intentar arreglar, estabilizar, detener la cadena de significantes.
Así, el sentido estable de las cosas – incluyendo el sentido del “Yo” –
se hace posible. Pero por supuesto, Lacan dice que esta posibilidad es
tan sólo una ilusión, una imagen creada por la percepción errónea entre
el cuerpo y el “yo”.
Freud habla acerca de las tres etapas de la perversidad polimórfica en
los infantes: la oral, la anal y la fálica; son los complejos de Edipo y
de Castración los que acaban con la perversidad polimórfica y crean
seres “adultos”. Lacan crea diferentes categorías para explicar una
trayectoria similar, desde el infante al “adulto”. Habla de tres
conceptos, “necesidad”, “demanda” y “deseo”, que a grandes rasgos se
corresponden a las tres fases de desarrollo, o los tres campos en que se
desarrollan los humanos, lo Real, lo Imaginario, y lo Simbólico. El
reino de lo Simbólico, que está marcado por el concepto de deseo es el
equivalente a la edad adulta; o más específicamente, para Lacan, el
reino Simbólico es la estructura del lenguaje en sí mismo, un mundo al
que hemos de entrar para convertirnos en sujetos con capacidad para
hablar, para poder decir “Yo” y que “Yo” haga referencia a algo que
parece ser estable.
Como en Freud, el niño en Lacan parte como algo inseparable de su madre;
no hay distinción entre el yo y el otro, entre el bebé y la madre (al
menos, desde la perspectiva del bebé). De hecho, el bebé (tanto para
Freud como para Lacan) es una especie de burbuja, sin sentido del yo ni
de identidad individualizada, y sin sentido tampoco de su propio cuerpo
como un todo coherente y unificado.
Este niño-burbuja se conduce por la necesidad; necesita comida, necesita
confort y seguridad, necesita que lo cambien, etc. Estas necesidades
son satisfechas, y lo son por un objeto. Cuando el bebé necesita comida,
obtiene un pecho (o una botella); cuando necesita seguridad, obtiene un
abrazo. El bebé, en este estado de necesidad, no hace distinción entre
sí mismo y los objetos que cumplen sus necesidades; no reconoce que un
objeto (como un pecho) es parte de otra persona completa (dado que aún
no tiene concepto alguno de “persona completa”). No hay distinción entre
ello y cualquier otra cosa; tan sólo necesidades y cosas que satisfacen
esas necesidades.
Este es el estado de la “naturaleza”, que ha de ser roto para que las
culturas se formen. Esto es cierto en ambos psicoanálisis de Freud y
Lacan: el niño se habrá de separar de su madre y formar una identidad
separada, para poder entrar en la civilización. Esta separación conlleva
un tipo de pérdida; cuando el niño conoce la diferencia entre él y su
madre, empieza a convertirse en un ser individuado, pierde ese
sentimiento primario de unidad (y seguridad) que originalmente tenía.
Este es el elemento de tragedia construido dentro de la teoría
psicoanalítica (tanto Freudiana como Lacaniana): para convertirse en un
“adulto” civilizado siempre conlleva la profunda pérdida de una unidad
original, una no-diferenciación, un converger con los otros,
particularmente con la madre.
El bebé que todavía no ha hecho esta separación, que sólo tiene
necesidades satisfechas, y que no hace distinciones entre sí mismo y los
objetos que satisfacen sus necesidades, existe en el reino de lo Real,
según Lacan. El concepto de lo Real para Lacan es más complejo de lo que
parece: lo Real es un lugar (un lugar psíquico, no físico) donde se
encuentra esta unidad original. Debido a esto, no hay ausencia o falta o
pérdida; lo Real es todo plenitud y completitud, donde no hay necesidad
que no pueda ser satisfecha. Y debido a que no hay ausencia o pérdida o
falta, no hay lenguaje en lo Real.
Lacan aquí sigue un argumento que hizo Freud sobre la idea de pérdida.
En un caso que aparece en “Más allá del principio del placer” de Freud,
Freud habla sobre su sobrino, de 18 meses de edad, que está jugando a un
juego con un carrete atado con hilo. El niño arroja lejos el carrete, y
dice “Fort”, que en alemán significa “Se fue”. Tira del hilo y acerca
el carrete, y dice “Da”, que en alemán significa “Aquí”. Freud dice que
este juego era simbólico para el niño, una forma de manejarse con la
ansiedad de la ausencia de su madre. Cuando lanzaba el carrete y decía
“Fort”, repetía la experiencia de pérdida de un objeto querido; cuando
lo retomaba y decía “Da”, obtenía placer por la restauración del objeto.
Respecto a este caso, Lacan presta atención al aspecto del lenguaje que
despliega. Lacan dice que el juego fort/da, que Freud dijo que sucedió
cuando su sobrino tenía 18 meses, trata sobre la entrada del niño en lo
Simbólico, en la estructura del lenguaje en sí misma. Lacan dice que el
lenguaje es siempre acerca de pérdida o ausencia; sólo se necesitan
palabras cuando el objeto que quieres se ha ido. Si tu mundo fuera
totalmente completo, sin ausencia, entonces no necesitarías el lenguaje.
Así, en el reino de lo Real, según Lacan, no hay lenguaje dado que no
hay pérdida, no hay falta, no hay ausencia; sólo hay una completa
plenitud, necesidades y la satisfacción de necesidades. Lo Real está
siempre más allá del lenguaje, irrepresentable en lenguaje (y por tanto
irremediablemente perdido cuando uno entra en el lenguaje).
Lo Real y la fase de necesidad, duran desde el nacimiento hasta algún
lugar entre los 6 y los 18 meses, cuando la burbuja-bebé empieza a ser
capaz de distinguir entre su cuerpo y el resto de las cosas en el mundo.
En este punto, el bebé cambia de tener necesidades a tener demandas.
Las demandas no pueden satisfacerse con objetos; una demanda siempre
hace referencia al reconocimiento desde otro, al amor desde otro. El
proceso funciona así: el bebé empieza a hacerse consciente de que está
separado de su madre, y de que existen cosas que no son parte de él;
así, la idea de “otro” es creado (nótese de todos modos que aún la
oposición binaria entre “yo/otro” no existe aún, dado que el bebé no
tiene todavía un sentido coherente del “yo”).
Esta toma de conciencia de la separación, o del hecho de la otredad,
crea una ansiedad, un sentimiento de pérdida. El bebé entonces demanda
una reunión, un retorno a ese sentido original de plenitud y
no-separación que tenía en lo Real. Pero esto es imposible, una vez que
el bebé conoce (y este conocimiento, recordemos, está sucediendo
completamente a un nivel inconsciente) que la idea de un “otro” existe.
El bebé demanda ser llenado por el otro, para regresar al sentido de
unidad original; el bebé quiere que la idea de “otro” desaparezca.
“Demanda” es por tanto la demanda de la completitud, de la plenitud, del
otro que detendrá la pérdida que el bebé está sintiendo. Pero por
supuesto esto es imposible, porque esta pérdida o ausencia, el sentido
de otredad, es una condición para que el bebé se convierta en un
yo/sujeto, un ser cultural funcional.
Ya que la demanda es del reconocimiento por parte del otro, no puede ser
realmente satisfecha, aunque fuera porque el infante entre 6 y 18 meses
no puede decir lo que quiere. El bebé llora, y la madre le da una
botella, un pecho, algo, pero no hay objeto que pueda satisfacer su
demanda – la demanda requiere una respuesta a un nivel distinto. El bebé
no puede reconocer las formas en que la madre responde y lo reconoce,
porque aún no tiene una concepción de sí mismo como cosa – lo único que
sabe es que la idea de “otro” existe, y que está separado del “otro”,
pero aún no tiene una idea de en qué consiste el “yo”.
Aquí es cuando sucede la Etapa Espejo de Lacan. A esta edad – entre los 6
y los 18 meses -, el bebé o el niño aún no han dominado su cuerpo; no
tiene control sobre sus propios movimientos, y no tiene un sentido de su
cuerpo como un completo. El bebé experimenta su cuerpo como
fragmentado, en trozos – la parte que esté en su ángulo de visión está
ahí hasta que el bebé deje de verlo. Puede ver su propia mano, pero no
tiene el concepto de que la mano le pertenezca, la mano podría
pertenecer a cualquiera, o a ninguno. Sin embargo, el niño a esta edad
puede imaginarse a sí mismo como un completo porque ha percibido a
otros, y los ha percibido como seres completos.
Lacan dice que en algún punto en este periodo, el bebé se verá en un
espejo, mirará a su reflejo, mirará de vuelta a la persona real – su
madre o alguna otra persona – y de nuevo a la imagen en el espejo. El
niño se mueve “desde la insuficiencia a la anticipación” en esta acción;
el espejo, y moverse entre la imagen reflejada y la otra gente, le da
una sensación al niño de que también él es un ser integrado, una persona
completa.
El niño, aún incapaz de ser completo, y por tanto separado de otros
(aunque tiene esta noción de separación), en la etapa del espejo
comienza a anticipar ser un todo. Se mueve de un “cuerpo fragmentado” a
una “visión ortopédica de su totalidad”, a una visión de sí mismo como
un completo e integrado, que es “ortopédica” porque sirve como una
muleta, como un instrumento correctivo, una ayuda para que el niño
alcance el status de plenitud.
Lo que el niño anticipa es un sentido del yo como un todo unificado
separado; el niño ve que se parece a lo que “otros” parecen. Llegará un
punto en que esta entidad que el niño ve en el espejo, este ser
completo, será designado por la palabra “Yo”. Pero lo que realmente está
sucediendo sin embargo, es que esta identificación es un reconocimiento
erróneo. El niño ve una imagen en el espejo; piensa, esta imagen soy
“Yo”. Pero no es el niño; es sólo una imagen. Pero otra persona
(habitualmente la madre) está ahí para reforzar su reconocimiento
erróneo. El bebé mira en el espejo, y vuelve su mirada a la madre, y le
dice, “¡Sí, eres tú!”. Garantiza la “realidad” de la conexión entre el
niño y su imagen, y la idea del pleno cuerpo integrado que el niño está
viendo y con el que se está identificando.
El niño toma esa imagen en el espejo como la suma de su existencia
entera, su “yo”. Este proceso, de reconocerse erróneamente en la imagen
de un espejo, es un mecanismo de creación del Ego, la cosa que dice
“Yo”. En términos de Lacan, el reconocimiento erróneo crea la “armadura”
del sujeto, una ilusión o percepción errónea de plenitud, integración, y
totalidad, que rodea y protege el cuerpo fragmentado. Para Lacan el ego
o yo, o “Yo”, siempre es de algún modo una fantasía, una identificación
con una imagen externa, y no un sentido interno de entidad completa
separada.
Por esto es por lo que Lacan llama a la fase de la demanda, y la del
espejo, el reino de lo Imaginario. La idea del yo se crea mediante una
identificación Imaginaria con la imagen en el espejo. El reino de lo
Imaginario es donde la relación alienada del yo con su propia imagen se
crea y se mantiene. Lo Imaginario es un reino de imágenes, conscientes o
inconscientes. Es prelingüístico y pre-edipo, pero muy basado en la
percepción visual, o lo que Lacan llama imagen especular.
La imagen reflejada, la persona completa que el bebé confunde consigo
mismo, es conocido en la terminología psicoanalítica como un “ego
ideal”, un yo pleno perfecto sin insuficiencias. Este “ego ideal” se
internaliza; construimos nuestro sentido de “yo”, nuestra identidad, al
identificarnos erróneamente con este ego ideal. Haciendo esto, de
acuerdo a Lacan, nos imaginamos un yo que no siente falta, no tiene
noción de ausencia o incompletitud. La ficción de un yo estable,
completo y unificado que vemos en el espejo se convierte en una
compensación por haber perdido la unidad original con el cuerpo de la
madre. En breve, según Lacan, perdemos nuestra unidad con el cuerpo de
la madre, el estado de la “naturaleza”, para entrar en la cultura, pero
nos protegemos a nosotros del conocimiento de esa pérdida al percibirnos
erróneamente como no estando faltos de nada, como siendo completos en
nosotros.
Lacan dice que el autoconcepto del niño (su ego o identidad) nunca
alcanzará a su propio ser. Su imagen en el espejo es más pequeña y más
estable que el niño, y siempre es “otro” que el niño, algo fuera de él.
El niño, por el resto de su vida, se reconocerá erróneamente como otro,
como la imagen en el espejo que proporciona la ilusión del Yo y su
maestría.
Lo Imaginario es el lugar físico o fase, en que el niño proyecta sus
ideas de “yo” sobre la imagen que ve de sí mismo. La fase del espejo
cimienta una dicotomía “yo/otro”, donde previamente el niño sólo había
conocido “otro”, pero no “yo”. Para Lacan, la identificación del “yo”
siempre sucede en términos de “otro”. Esto no es lo mismo que una
oposición binaria, donde “yo” fuera lo que no es “otro” y “otro” lo que
no es “yo”. No, realmente “yo” es lo mismo que “otro”, en el
reconocimiento erróneo con esta imagen percibida de un otro.
Lacan utiliza el término “otro” de varias formas, lo que lo hace más
difícil de entender. Primero, y probablemente el más fácil, es en el
sentido de yo/otro, donde “otro” es el “no-yo”; pero como hemos visto,
el “otro” se convierte en “yo” en la etapa del espejo. Lacan también
utiliza una idea de Otro, con “o” mayúscula, para distinguir entre el
concepto del otro y los otros reales. La imagen que el niño ve en el
espejo es un otro, y le da al niño la idea de Otro como posibilidad
estructural, una que hace posible la posibilidad estructural del “Yo”.
En otras palabras, el niño encuentra a otros – su propia imagen, otra
gente – y entiende la idea de “Otredad”, cosas que no son sí mismo. De
acuerdo con Lacan, la noción de Otredad, encontrada en la fase
Imaginaria (y asociada con la demanda), precede al sentido del “yo”, que
está construido sobre la idea de Otredad.
Cuando el niño ha formulado alguna idea de Otredad, y de una
autoidentificación con su propio “otro”, su propia imagen reflejada,
entonces el niño empieza a entrar el reino Simbólico. Lo Simbólico y lo
Imaginario se superponen, a diferencia de las fases del desarrollo de
Freud; no hay una división clara entre las dos, y en algunos respectos
siempre coexisten. El orden Simbólico es la estructura del lenguaje en
sí; tenemos que entrar en él para poder convertirnos en sujetos que
pueden hablar, y para designarnos a nosotros como «Yo». La fundación
para tener un yo es la proyección Imaginaria del yo en una imagen
especular, el otro en el espejo, y tener ese mismo yo se expresa
diciendo “Yo”, lo cual sólo puede ocurrir sólo dentro de lo Simbólico,
por lo que necesariamente ambos paradigmas de lo Imaginario y lo
Simbólico coexisten.
El juego fort/da al que jugaba el sobrino de Freud, es desde el punto de
vista de Lacan una marca de la entrada en lo Simbólico, pues Hans está
utilizando el lenguaje para negociar la idea de ausencia y la idea de
Otredad como una categoría o posibilidad estructural.
El carrete, de acuerdo a Lacan, sirve como un “objet petit autre” – un
objeto que es un pequeño “otro”-. Arrojándolo lejos, el niño reconoce
que otros pueden desaparecer; recuperándolo, el niño reconoce que otros
pueden retornar. Lacan pone el énfasis en lo primero, insistiendo en que
el pequeño Hans está afectado principalmente por la idea de falta o
ausencia del “objet petit autre”. El “pequeño otro” ilustra para el niño
la idea de pérdida o ausencia, mostrándole al niño que no está completo
en sí, ni de sí. También es la entrada al orden Simbólico, al lenguaje,
dado que el lenguaje en sí mismo tiene como premisa la idea de falta o
ausencia.
Lacan dice que estas ideas – de otro y Otro, de pérdida y ausencia, de
la falsa identificación del yo con el o/Otro – todas acontecen a un
nivel individual, con cada niño, pero forman las estructuras básicas del
orden Simbólico, del lenguaje, en el que el niño ha de entrar para
convertirse en un miembro adulto de su cultura. Así, la otredad actuada
en el juego fort/da (así como las distinciones hechas en la Fase Espejo
entre yo y otro, madre e hijo) se convierten en ideas categóricas o
estructurales. Así, en lo Simbólico, hay una estructura (o principio
estructurador) de Otredad, y un principio estructurador de Falta-De.
El Otro es una posición estructural en el orden Simbólico. Es el lugar
al que todo el mundo está intentando llegar, al que intenta converger,
para acabar con la separación entre “yo” y “otro”. Es, en el sentido de
Derrida, el centro del sistema, de lo Simbólico y/o el lenguaje en sí
mismo. Como tal, el Otro es la cosa con la que todo elemento se
relaciona. Pero, como centro, el Otro es algo con lo que no se puede
converger. Nada puede estar en el centro con el Otro, a pesar de que
todo en el sistema (personas) quiera estarlo. Así pues, la posición del
Otro crea y sostiene una interminable pérdida, que Lacan llama deseo.
Deseo es el deseo de ser el Otro. Por definición, el deseo nunca puede
completarse: no es el deseo por algún objeto (lo que sería necesidad),
ni el deseo de amor o del reconocimiento de uno mismo por otra persona
(que sería demanda), sino el deseo de ser el centro del sistema, el
centro de lo Simbólico, el centro del lenguaje en sí mismo. El centro
tiene muchos nombres en la teoría de Lacan. Es el Otro; también se le
llama el falo. Aquí es donde Lacan toma prestada de nuevo parte de la
teoría edípica original de Freud.
La etapa del espejo es previa a Edipo. El yo se construye en relación a
un otro, a la idea de Otro, y el yo quiere fundirse con el Otro. Como en
el mundo de Freud, el otro más importante en el niño es la madre; así,
el niño quiere fundirse con ella.
En términos de Lacan, esta es la demanda del niño de que la división
yo/otro sea borrada. El niño decide que puede unirse al otro si se
convierte en lo que su madre quiere que sea – en términos de Lacan, el
niño intenta completar el deseo de la madre. El deseo de la madre
(formada por su propia entrada en lo Simbólico, ya que ella es ya un
adulto) es no tener pérdida, o Pérdida (de ser el Otro, del centro, del
lugar donde no hay pérdida). Esto encajaría de algún modo con la versión
Freudiana del complejo de Edipo, donde el niño quiere unirse con su
madre practicando sexo; en el modelo de Freud, la idea de falta es
representada por la falta de un pene. El chico que quiere dormir con su
madre quiere completar su falta llenándola con su pene.
Desde el punto de vista de Freud, lo que rompe este deseo edípico, al
menos para los chicos, es el padre, que amenaza castración. El padre
amenaza con hacer la pérdida de la experiencia del hijo, la ausencia de
pene, si intenta utilizarlo para arreglar la falta de pene de su madre.
Para Lacan, esta amenaza de castración serviría sólo como metáfora para
la idea de Pérdida completa como concepto estructural. Para Lacan, no es
el verdadero padre quien amenaza la castración, etc. En cambio, dado
que la idea de pérdida, o Pérdida, es esencial al concepto de lenguaje,
dado que el concepto de Pérdida es parte de la estructuración básica del
lenguaje, el padre se convierte en una función de la estructura
lingüística. El Padre ya en lugar de una persona, se convierte en un
principio estructurador del orden Simbólico.
Para Lacan, el padre furioso de Freud se convierte en el Nombre-del
Padre, la Ley-del-Padre, o a veces tan sólo la Ley. El sometimiento a
las reglas del lenguaje en sí mismo – la Ley del Padre – es necesario
para entrar en el orden Simbólico. Para convertirte en un sujeto
parlante, tienes que haberte sometido, tienes que obedecer a las leyes y
reglas del lenguaje. Lacan designa la idea de la estructura del
lenguaje y sus reglas como específicamente paternas. Llama a las reglas
del lenguaje la Ley-del-Padre para enlazar la entrada en lo Simbólico,
la estructura del lenguaje, a la noción freudiana de los complejos de
Edipo y Castración.
La Ley-del-Padre, o Nombre-del-Padre, es otro término para el Otro, para
el centro del sistema, la cosa que gobierna toda la estructura, su
forma y el modo en que los elementos del sistema pueden moverse y formar
relaciones. Este centro también es llamado el Falo, para subrayar aún
más la naturaleza patriarcal del orden Simbólico. El Falo como centro,
limita el juego de los elementos y da estabilidad a toda la estructura.
El Falo ancla las cadenas de significantes que en el inconsciente están
flotando y sin arreglar, siempre resbalando y moviéndose. El Falo
detiene el juego, de modo que los significantes puedan tener una
estabilidad en su sentido. Es debido a que el falo es el centro del
orden Simbólico, del lenguaje, que el término “Yo” designa la idea del
yo (y además, por lo que cualquier otra palabra tiene un significado
estable).
El Falo no es lo mismo que el pene. Los penes pertenecen a individuos;
el Falo pertenece a la estructura del lenguaje en sí. Nadie lo tiene,
tal y como nadie gobierna el lenguaje, siendo el Falo el centro.
Gobierna toda la estructura, es lo que todo quiere ser (o tener), pero
tal que nadie puede llegar ahí (ningún elemento del sistema puede tomar
el lugar del centro). Es lo que Lacan llama deseo: el deseo, que nunca
es satisfecho al no poder ser satisfecho, de ser el centro, de gobernar
el sistema.
Lacan dice que los chicos pueden pensar que tienen una oportunidad de
ser el Falo, ocupando la posición central, teniendo penes. Las chicas
tienen más dificultades para equivocarse en su percepción de sí mismas
como capaces de alcanzar el Falo dado que están (como dice Freud)
constituidas por y como pérdida, pérdida de un pene, y el Falo es el
lugar donde no hay pérdida. Pero, dice Lacan, todo sujeto en el lenguaje
está constituido por y como pérdida, o Pérdida. La única razón por la
que tenemos un lenguaje es la pérdida o falta, de la unión con el cuerpo
maternal. De hecho, es la necesidad de formar parte de una “cultura” de
ser sujetos en lenguaje, lo que fuerza esa ausencia, pérdida, falta.
La distinción entre los sexos es significativa en la teoría de Lacan,
pero no del mismo modo que lo es en Freud. Esto es lo que Lacan dice
acerca de ello en “La Agencia de la Carta en el Inconsciente”. Tiene
aquí dos dibujos. Una es de la palabra “Árbol” sobre un dibujo de un
árbol – el concepto Saussureano básico, del significante (palabra) sobre
el significado (objeto). Luego tiene otro dibujo, de dos puertas
idénticas (los significados): pero sobre cada puerta hay una palabra
distinta; una dice “Señoras” y la otra dice “Caballeros”. Lacan explica
página: Un tren llega a una estación. Un niño pequeño y una niña
pequeña, hermano y hermana, se sientan cara a cara en un compartimiento
cerca de la ventana a través de la que pasan los edificios de la
estación mientras el tren se detiene. “Mira”, dice el hermano, “¡estamos
en Señoras!”. “¡Idiota!” replica su hermana, “¿no ves que estamos en
Caballeros?”.
Esta anécdota ilustra de qué forma niños y niñas entran en el orden
Simbólico, la estructura del lenguaje, de forma distinta pero similar:
desde el punto de vista de Lacan, cada niño sólo puede ver el
significador del otro género; cada niño construye su visión del mundo,
su comprensión de la relación entre el significante y el significado al
nombrar lugares, como la consecuencia de ver un “otro”. Dice Lacan ,
“para estos niños, Señoras y Caballeros serán dos países hacia los que
cada una de sus almas lucharán con vuelo divergente…”. Cada niño, cada
sexo, tiene una posición particular en el orden Simbólico; desde esa
posición, cada sexo tan sólo puede ver (o significar) la otredad del
otro sexo – no del suyo -. Podríamos tomar el dibujo de las dos puertas
de Lacan literalmente: son las puertas, con sus distinciones de género, a
través de las que cada niño ha de pasar para entrar en el reino
Simbólico.

La Psicosis según Lacan – evolución de un concepto
Salido de la psiquiatría clásica alemana del siglo XIX, el concepto de
psicosis se definió en oposición a aquel de la neurosis, con la
emergencia del psicoanálisis. Rompiendo con las teorías órgano genéticas
entonces predominantes y con intento de fundar su argumento sobre unas
consideraciones estructurales y no solamente cualitativas o
diferenciales, Freud ha invocado, de 1894 hasta 1938, diferentes
mecanismos psicopatológicos susceptibles de restituir una génesis de la
psicosis.
Durante un primer tiempo, contemporáneo de la emergencia de la primera
tópica freudiana – que distingue, inconsciente, preconsciente y
consciente -, las vicisitudes de las modalidades defensivas contra la
sexualidad presiden a la eclosión de las psicosis como de las neurosis
(entonces caracterizadas por su isomorfa etiopatogénica), o sea por
turno, el fracaso, el éxito o el mal uso del mecanismo de defensa.
A partir de 1889, se esboza una nueva teoría de la génesis de la
psicosis en tanto sería aquella ligada al narcisismo: es entonces el
empuje, la fijación o la retirada de la libido que son al origen de la
entrada en la enfermedad. Esta concepción pone en relieve la
originalidad de la mirada freudiana – no sin resonancia sobre las
consideraciones terapéuticas – que considera el delirio como tentativa
de curación.
En los años 1920, la elaboración de la segunda tópica, que distingue
tres instancias psíquicas – el Ello, el Yo y el Superyo -, autoriza
Freud a considerarla psicosis como surgiendo de una pérdida de la
realidad inducida por el fracaso del Yo en el conflicto que lo opone al
mundo exterior y de la formación de una neo realidad más conforme a los
deseos del Ello.
El tema de la pérdida de la realidad es retomado, en 1938, en el último
gran avance teórico de Freud: aquello de la separación del Yo. La
psicosis es entonces iniciada por una realidad vuelta intolerable o por
un refuerzo masivo de las pulsiones traduciéndose, en uno u otro caso,
por una falta de investidura – nunca total – nota Freud, de donde surge
el concepto de separación psíquica – de la realidad por el Yo. Pero ese
concepto de separación, ni tampoco los precedentes, se revela
patognomónico de la psicosis.
Entonces tan fecunda que haya sido la aproximación freudiana, ésta ha
fracasado en aislar un criterio suficientemente operativo para
diferenciar estructuralmente las neurosis de las psicosis como lo
atestigua la propia confesión de Freud en el término de su recorrido:
“Hemos reconocido que era imposible establecer científicamente una línea
de demarcación entre los estados normales y los anormales”.
“Medio siglo de freudismo aplicado a la psicosis deja todavía su
problema para repensarlo, de otra manera dicho al statu quo ante”: Es
por esa observación lapidaria que Lacan introduce, en 1958, su célebre
escrito sobre la psicosis. Le tocaba, pues de retomar la cuestión en
donde Freud la había dejado, desbloqueándola de las derivas en las
cuales se había atascado.
¿Cuál es el aporte de Lacan en la materia? Su obra, igual que la de
Freud se extiende durante medio siglo, su obra es igual de árida que
abundante y su concepción de la psicosis no ha cesado de modificarse a
lo largo de su elaboración.
Después de la puesta a la luz de cuatro modelos conceptuales
respectivamente calificados de “personal”, “de complexuel”, “forclusivo”
y de “borromeo”, una lectura diacrónica y crítica de la principales
contribuciones del corpus lacaniano a la teoría de las psicosis –de 1931
a 1976 – permitirá de precisar las teorías etiopatogénicas subyacentes,
de poder apreciar la fecundidad heurística – particularmente en la
mirada de la aporía freudiana – así como la resonancia sobre el estatus
del síntoma, sobre la concepción del sujeto y de su estructura, sobre
las perspectivas terapéuticas y, más generalmente, sobre la definición
de lo normal y de lo patológico.

I. El Modelo Personal (1932)

II. El Modelo Complexuel (1938)

III. El Modelo Forclusivo (1955 – 1958)

IV. El Modelo Borromeo (1974 – 1976)

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Dr. Jean-Claude Maurice Dijon-Vasseur
jcmdv[@]prodigy.net.mx