LITURATIERRA: Esta palabra que acabo de escribir, titula lo que hoy voy a ofrecerles, porque es necesario, ya que fueron convocados aquí, que les tire algo. Evidentemente me fue inspirado por la actualidad: es el título con el que me esforcé en responder a un pedido que se me hizo de introducir un número que va a aparecer sobre Literatura y Psicoanálisis.
Esta palabra Lituratierra que inventé, se legítima en el erviant y meillet, quizás hay aquí quienes saben lo que es, es un dicciónario etimológico del latín que no esta del todo mal. Busquen lino, litura, se sorprenderán y luego liturarina; está bien indicado que no tiene nada que ver con littera, la letra. Me importa un comino que no tenga nada que ver. No me someto fatalmente a la etimología cuando me dejo ir a ese juego de palabras, con el cual, llegado el caso se ha hecho el chiste, el lapsus burlesco, en este caso evidente, cuando se me ocurre y siento su transposición en la oreja. No es por nada que cuando ustedes aprenden una lengua extranjera, ponen la primera consonante de lo que han escuchado, segunda, y la segunda, primera. Por consiguiente, este dicciónario -vayan a él- me da la seguridad de basarme en el mismo punto de partida que tomaba en un primer movimiento -entiendo punto de partida en el sentido de réplica-, comienzo de un equívoco del cual Joyce -es James Joyce de quien hablo- del cual J. Joyce se desliza de a letter a a litter: de una letra traducida a una indecencia.
Había, quizás recuerden, pero probablemente nunca lo han sabido, había un mecenas que lo quería y le ofrecía un psicoanálisis, incluso era a Jung a quien ella se lo ofrecía. En el juego que evocamos, él no hubiera ganado nada, ya que iba derecho -con ese a letter, a litter- derecho en la mejor hipótesis a lo que se puede esperar del psicoanálisis en su fin. Hacer caso omiso de la letra, es de nuevo Santo Tomás quien vuelve a Joyce, como lo testimonia su obra a todo lo largo, o bien es el psicoanálisis que atestigua su convergencia con lo que nuestra época acusa de un desenfreno del lazo, del antiguo lazo con el cual se controla la contaminación en la cultura. Había exagerado al respecto un poco al azar, un poco antes de Mayo del ’68, para no estar ausentes ese día en el pensamiento de los extraviados, de esas concurrencias que ahora desplazo cuando visito algún lugar: fue en Bordeaux. Recordaba allí, en ese entonces, en forma de premisas, que la civilización es una cloaca.
Sin duda, es necesario decir que fué poco después que mi propuesta de Octubre del ’67 había sido acogida como se sabe, es menester decirles también que, al jugar con eso, estaba un poco cansado del tacho de basura al que había ligado mi suerte, sin embargo se sabe que no soy el único al que le toca en suerte el habere, para pronunciárcelos a la antigua, es el haber que Beckett balancea en las alegrías de todos esos desechos de nuestro ser.
El habere salva el valor de la literatura y, lo que me agrada bastante, me releva del privilegio que podría creer que viene por mi lugar. La cuestión es saber si aquello de lo cual parecen servirse los manuales de literatura, no es la técnica -o sea que la literatura es la acomodación de los restos. ¿Y un asunto de connotación en el escrito, aquello que en el principio, primitivamente, sería canto, mito hablado, profesión dramática?.
En cuanto al psicoanálisis, estar colgado del Edipo, del Edipo del mito, no lo califica en nada para encontrarse en el texto de Sófocles: no es parecido. La evocación hecha por Freud de un texto de Dostoievsky , no basta para decir que la crítica del texto, hasta aquí coto reservado para el discurso Universitario, haya recibido más aire del psicoanálisis. Sin embargo, si mi enseñanza guarda lugar en un cambio de configuración, que actualmente bajo la apariencia de actualidad, se escribe como un slogan de promoción de lo escrito…, pero este cambio, del cual este testimonio, por ejemplo que ocurra en nuestros días que por fin Rabelais sea leído, muestra que él reposa quizás sobre un desplazamiento literario con el que yo me llevo mejor. Como autor estoy menos implicado de lo que se imagina. Mis Escritos, un título más irónico de lo que se cree, ya que en suma se trata de informes productos de congresos, o sea, me gustaría que se los entienda así: cartas abiertas donde cada vez, sin duda, doy cuenta o me interrogo acerca de un movimiento de mi enseñanza. Pero en fin esto da el tono.
Lejos en todo caso, de comprometerme con ese franeleo literario por el cual se denota el psicoanalista con ganas de inventar, ahí denuncio la tentativa inefable de demostrar la desigualdad de su práctica para motivar el menor juicio literario. Sin embargo es sorprendente que haya abierto la recopilación de mis ESCRITOS con un artículo que aíslo extrayéndolo de su cronología -la cronología hace regla- y que allí se trate de un cuento, él mismo -es necesario decirlo- muy particular por no poder volver a entrar en la lista ordenada -ustedes saben que se hizo una- de las situaciones dramáticas. En fin, dejemos eso. El cuento se hace con lo que sucede con el correo de una carta, sin tener en cuenta lo que pasa con sus destinatarios y en qué términos se apoya que yo pueda decir de esta carta, a propósito de ella, que una carta llega siempre a destino, y esto después de los rodeos que ella sufrió en el cuento, la cuenta, si así puedo decirlo, sea devuelta, sin ningún recurso a su contenido, al pie de la letra. Es esto lo que hace notable el efecto que ella produce sobre aquellos que por turno se vuelven sus poseedores, por más apasionados que puedan ser del poder que ella confiere, como para pretender que ese efecto de ilusión no pueda articularse -lo que hago: sería como un efecto de feminización. Es allí -pido disculpas por volver allí para distinguir bien, hablo de lo que hago- la letra del significante Amo, en tanto que aquí ella lo lleva en su sobre, ya que se trata de una carta en el sentido de la palabra epístola. Ahora bien lo que pretendo es no hacer aquí un uso metafórico de la palabra carta, ya que justamente el cuento consiste en que allí se escamotea el mensaje del cual es portador el escrito, propiamente la carta, que sufre sola las peripecias. Mi crítica, si se la puede considerar literaria, sólo habría apuntado -me esforcé por hacerlo- a lo que Poe hace por ser él mismo escritor, para formar un mensaje como ese, sobre la carta. Es claro que al no decirlo así, tal como yo lo digo, no es suficiente, él lo confiesa de una manera más rigurosa. Sin embargo la elisión de su mensaje no podría dilucidarse por medio de algún rasgo cualquiera de su psicobiografía, ¡más bien esta elisión sería taponada!. Una psicoanalista que -quizás se acuerdan- reúne y ha seguido los otros textos de Poe, renuncia a su trapo: ¡no da en el clavo María!. Es todo, en cuanto al texto de Poe.
¿Pero en cuanto al mío, el texto no podría resolverse por mi propia psicobiografía?. El anhelo que formularía, por ejemplo, es que un día se me leyera convenientemente. Pero para eso, para que eso valga, sería necesario que se desarrolle primero, que aquel que se consagraría a esa interpretación, desarrolle lo que entiendo que la carta lleva para llegar siempre -yo lo digo- a su destino. Aquí, quizás, es donde por el momento estoy ligado a los devotos de la escritura. Es cierto, como de costumbre, que el psicoanálisis recibe aquí de la literatura -podría en principio tomar este ejemplo que sería del resorte de la represión- una idea menos psicobiográfica. En cuanto a mi, si propongo el texto de Poe, con lo que hay detrás, al psicoanálisis, es precisamente para que él sólo pueda abordarlo a condición de mostrar allí su fracaso. De esta forma ilumino al psicoanálisis.
Y se sabe, se sabe que yo sé, que así evoco -en la contratapa de mi volumen así evoco a las luces. Por eso lo aclaro, demuestro donde el psicoanálisis hace agujero. Esto no tiene nada de ilegítimo, ya dio su fruto -se lo sabe desde hace tiempo- en óptica y en la física más reciente, la del fotón, se arma con esto. Pero este método el psicoanálisis podría justificar mejor su intrusión en la crítica literaria. Esto querría decir que la crítica literaria llegaría efectivamente a renovarse por el hecho de que el psicoanálisis este allí, para que los textos se midan con él justamente en tanto que el enigma permanezca de su lado, que sea colchón de plumas. Pero aquellos psicoanalistas, de los cuales no es hablar mal decir que más que ejercerlos, son ejercidos por el psicoanálisis, entienden mal mis palabras o intenciones, a saber, en todo caso, ser sorprendidos en falta. Opongo a sus intensiones verdad y saber.
Es la prueba donde rápidamente reconocen su oficio, mientras que sobre el banquillo de los acusados, yo espero su verdad. Insisto en corregir mi tiro cuando digo: saber en fracaso, he ahí donde el psicoanálisis se muestra mejor.
Saber en fracaso, como se dice figure en habit, eso no quiere decir fracaso del saber. De pronto me entero que por eso se creen dispensados de dar prueba de algún saber. Acaso sería letra muerta lo que puse como título de uno de esos fragmentos que llamé Escritos: La instancia de la letra como razón del inconsciente. No es también decir mucho, en la letra, aquello que, si debemos insistir, no está allí con pleno derecho por más que se lo avance con fuertes razones. Decir esta razón mediana o extrema es mostrar exactamente -lo hice en su oportunidad- la dificultad en que se compromete, siempre toda medida. Pero no hay nada en lo real, que pase en esta mediación que podría ser la frontera. La frontera que separa dos territorios de una carencia -pero que es de importancia- simbolizan que son la misma cosa, si puedo decir, en todo caso, para quienquiera que la franquee. No sé si se han detenido allí, pero es el principio por el cual, alguien llamado Von Uexkull ha fabricado el término Umwelt. Esta hecho sobre el principio de que es el reflejo del Innewelt. Es la promoción de la frontera de la ideología. Por cierto es un comienzo enojoso. Una biología -porque es eso lo que quería fundar Von Uexkull-, una biología que muy al principio toma el hecho de la adaptación, particularmente que se apoya sobre el acoplamiento Umwelt e innewelt, con seguridad, la selección no vale más como tipo de la ideología. Por el hecho de que se exalte a sí misma por ser natural no lo es menos.
Voy a proponerles algo así, brutalmente, para ir después a a letter, a litter, yo, voy a decirles: ¿acaso la letra no es lo literal para fundar en el litoral?. Porque eso es algo diferente a un frontera; por otra parte han podido observar que jamás se confunden. El litoral es lo que plantea un dominio completo como haciendo a otro, si ustedes quieren, frontera, pero justamente porque no tiene absolutamente nada en común, ni siquiera una relación recíproca. La letra, ¿no es exactamente el litoral, el borde del agujero en el saber que el psicoanálisis designa justamente cuando aborda la letra? ¿no tienen ahí lo que el designa?. Lo extraño es constatar como el psicoanálisis se obliga de alguna manera por su movimiento mismo a desconocer el sentido de lo que sin embargo la letra dice a la letra, es la ocasión para decirla, de su boca, errando todas sus interpretaciones en resumen al goce. Entre el goce y el saber, la letra haría el litoral. Todo eso no impide que todo lo que he dicho del inconsciente, quedándonos allí tenga, no obstante la precedencia, sin lo cual lo que yo avanzo no tendría ningún sentido.
Queda por saber cómo el inconsciente, que yo digo es efecto de lenguaje en cuanto supone la estructura como necesaria y suficiente, de que manera gobierna esta función de la letra. Que sea instrumento apropiado para la inscripción del discurso no la vuelve para nada impropia para servir a lo que hago con ella en La instancia de la letra…, por ejemplo, del cual les hablaba hace un rato, donde la empleo para mostrar el juego de lo que el otro llama -Jean Tardieu- la palabra tomada por otra, incluso la palabra tomada por otro, dicho de otra manera, la metáfora y la metonimia como efectos de la frase. Eso simboliza entonces, fácilmente, todos sus efectos de significante, pero de ninguna manera impone que ella sea, la letra, en sus efectos mismos -para los cuales me sirve de instrumento-, que sea primaria.
Se impone el examen, menos de este carácter primario que ni siquiera se debe suponer, que de aquello que el lenguaje tiene lo litoral o lo literal. Nada de lo que inscribí, con ayuda de letras, de las formaciones del inconsciente, para recuperarlo de eso de lo cual Freud las formula, de los enunciados, más simplemente de los hechos de lenguaje, nada permite confundir, como se ha hecho, la letra con el significante. Lo que inscribí con ayuda de letras de las formaciones del inconsciente, no autoriza a hacer de la letra un significante y afectarla, lo que es más, con un carácter primario respecto del significante.
Un discurso tan confuso sólo pudo surgir de éste, del discurso que me importa, y justamente me importa en otro discurso donde yo prendo el tiempo venido del discurso Universitario, ya que lo he subrayado lo bastante desde hace un año y medio, pienso, ya sea del saber, pero en uso a partir de la apariencia. El mínimo sentimiento de la experiencia de la que hablo, no puede situarse más que en otro discurso distinto de aquel. Hubiera debido guardarlo, el producto de lo que ya no designo, sin confesarlo, mi producto. Me lo ahorraron, gracias a Dios, y no impide que al importarme, en el sentido que acabo de decir, ¡me importunen!.
Si hubiera encontrado válidos los modelos que Freud articula en un PROYECTO…2 , desde el cual describir la facilitación, la apertura de rutas imprecisas, no habría tomado sin embargo la metáfora de la escritura. Y precisamente es sobre este punto preciso que no la encuentro admisible. La escritura no es la impresión, aunque contraríe todo ese bla-bla sobre el famoso Wunderblock. Que saque partido de la carta llamada Nº 523 no es extraño; es para leer allí lo que Freud no podía más que enunciar con el término que forja: W-Z (wahrnehmung Zeichen), y señalar que es lo que él podría encontrar de más próximo al significante en la fecha en que Saussure aún no lo había sacado a la luz, ese famoso significante que no data sin embargo de él, ya que viene de los estoicos. Que Freud lo escriba allí con dos letras, mientras que yo lo escribo con una, eso no prueba para nada que la letra sea primaria.
Entonces hoy voy a tratar de indicarles lo vivo de lo que me parece que produce la letra como consecuencias, y a propósito del lenguaje, precisamente, lo que digo que lo habita, quien habla. Tomaré prestados los rasgos de aquello que de una economía del lenguaje permite dibujar lo que posibilita, a mi entender, que literatura puede estar virando a lituratierra. No vayan a asombrase de verme proceder por una demostración literaria, ya que es ahí que marcha con un mismo paso la cuestión que se avanza. Quizá se podría ver allí afirmarse lo que puede ser semejante demostración y que llamo literaria. Siempre estoy un poco en el borde, ¡Por qué no lanzarme esta vez!.
Vuelvo de un viaje que esperaba hacer a Japón, eso que en un primer viaje había experimentado de litoral. Pueden entenderme a partir de lo que dije hace un rato sobre la umwelt, que repudié justamente por eso: por hacer el viaje imposible, lo que si ustedes siguen mis fórmulas, sería asegurar su real. Sólo que, bueno, es prematuro: eso vuelve imposible el comienzo, salvo si cantamos ¡partamos! ¡partamos!.
¡Por otra parte es lo que se acostumbra hacer!. No consignaré más que un momento de ese viaje, aquel que he recogido… ¿De dónde?. De una nueva ruta que he tomado, simplemente porque la primera vez que fui, estaba prohibida. Es necesario que confiese que no fue al ir allí, a lo largo del círculo ártico que traza esa ruta por avión, que hice una lectura ¿de qué?. De lo que veía de la planicie siberiana. ¿Estoy por hacerles un ensayo sobre Siberiatura?. Este ensayo no hubiera visto la luz si la desconfianza de los soviéticos -no por mi, por los aviónes- me hubiese dejado ver las industrias, las instalaciones militares que otorgan prestigio a Siberia. Pero, en fin, tiremos de esta desconfianza, que es una condición que llamaremos accidental, e incluso -por qué no- occidental, si allí se pone un poco de matar. El {falta la palabra} del sur siberiano, eso es lo que nos amenaza.
Aquí la única condición decisiva es la condición de litoral. Precisamente para mí, porque soy un poco sordo, ella sólo jugó al retorno por ser literalmente lo que el Japón, por su letra no haya hecho sin duda ese poquito de cosquilleo, que es justo lo que hace falta para que lo sienta. Digo que lo siento, porque por supuesto para indicarlo, para preverlo, ya había hecho esto aquí cuando les hable un poquito de la lengua japonesa, de que esta lengua, propiamente lo ha hecho: es la escritura, ya se los dije. Para eso ha sido necesario, para ese poquito, ha sido necesario que lo que se llama el arte represente algo. Eso se sostiene por lo que la pintura japonesa demuestra en su matrimonio con la letra, y precisamente bajo la forma de la caligrafía: me fascinan esas cosas que cuelgan -entonces, kakemono, así se dice- esas cosas que cuelgan del muro de cualquier museo, allí, llevando inscriptos carácteres, chinos de formación, que conozco un poco, muy poco, pero que por poco que los conozca, me permite medir lo que se elide en la cursiva donde el singular de la mano aplasta lo universal, o sea, propiamente, lo que les enseño a apreciar desde el significante -se los recuerdo: un rasgo siempre vertical. Es siempre verdad si no hay rasgo. Por consiguiente, en la cursiva, el carácter, no lo encuentro porque soy novato, pero no es lo importante. Porque lo que llamo ese singular puede apoyar una forma más simple. Lo importante es ello que se agrega allí: es un dimensión o aún como les enseño a jugar con eso, un dichomansión, allí donde reside lo que les he introducido con una palabra que escribo para divertirme: el papelendum.
Es la dimensión que, ustedes saben, no permite -voy a decirles todo esto… del jueguito de las matemáticas, de Peano, etc… y de las formas en que es necesario que Freud se las arregle para reducir la serie de los numeros naturales a la lógica -aquella de la cual instauro el sujeto en lo que voy a llamar, hoy aún ya que hago literatura y estoy contento- van a reconocerlo, lo escribo bajo una forma diferente a esta: el uno en más. Eso sirve bastante. Se pone en lugar de lo que llamo La A-cosa con A mayúscula y eso la tapona, el pequeño . No es quizás por azar que puede reducirse así, como yo lo designo, a una letra. A nivel de la caligrafía es lo que hace la postura de una apuesta, de una apuesta, pero ¿qué apuesta?. De una apuesta que se gana con tinta y pincel.
Bien, es eso lo que se me apareció irrefutablemente en una circunstancia que es para retener, a saber, a través de las nubes, se me apareció el resplandor, que es la única huella que parece operar allí, mucho más que indicar su relieve bajo esa latitud, de eso que se llama la planicie siberiana, planicie verdaderamente desolada, en el sentido de que no hay vegetación sino reflejos, reflejos de ese resplandor, que empujan a la sombra lo que no resplandece.
¿Qué es el resplandor?. Es un ramo. Hace ramo: es lo que en otra parte distinguí con el rasgo primero y aquello que lo borra. Lo dije, en su momento, a propósito del rasgo unario: es a partir de la borradura del rasgo que se designa el sujeto. Por consiguiente eso se marca en dos tiempos, para que distinga allí lo que es tachadura. Litura … lituratierra, tachadura de ninguna huella que no esté desde antes, es lo que acalla del litoral. Litutachadura es lo literal. Reproducir esta tachadura es reproducir esta mitad cuyo sujeto subsiste. Los que están aquí desde hace un tiempo deben acordarse que un día hice un relato con las aventuras de la mitad de una carta. Producir la tachadura sola, definitiva, eso es la hazaña de la caligrafía. Siempre pueden tratar de hacer simplemente lo que no hice con ustedes, porque yo no lo podré hacer: en principio porque no tengo pincel -tratar de hacer esta barra horizontal que se traza de izquierda a derecha para representar con un rasgo el Uno unario como carácter. Francamente tardan mucho en encontrar con que tachadura eso se acomete, y con que suspenso se mantiene, de manera que lo que ustedes harán será lamentable. No hay esperanza para un occidental. Para esto es necesario un tren diferente que sólo se logra al desprenderse de lo que sea que los excluya.
Entre centro y ausencia, entre saber y goce, no hay litol que no vire a lo literal, si no es para que ustedes puedan tomar el mismo viraje en todo momento. Sólo de eso pueden considerarse como agente que lo sostenga. Lo que se desprende de mi visión del resplandor en cuanto a lo que domina la tachadura, es que al producirse entre las nubes ella se conjuga con su fuente -y es precisamente en las nubes donde Aristófanes me llama- para encontrar lo que ocurre con su significante, o sea, la apariencia por excelencia. Y es de su ruptura que este efecto llueve, aún es necesario precisar que allí era materia en suspensión. Es necesario decirles que la pintura japonesa, de la cual les dije hace un rato que se entremezclaba tan bien con la caligrafía, rebosa de ella y allí, la nube, no falta.
Es allí donde yo estaba en esa hora en que he comprendido verdaderamente que función tenían esas nubes, esas nubes de oro que literalmente taponan, esconden toda una parte de las escenas, en lugares, lugares que son cosas que se desarrollan en otro sentido -se los llama makémono- que presiden el reparto de las pequeñas escenas. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que esa gente, que sabe dibujar, experimente la necesidad de entremezclarlos con esos montones de nubes, si no es precisamente eso lo que introduce allí la dimensión del significante?.
La letra, que produce tachaduras, se distingue allí por ser ruptura, por consiguiente, de la apariencia que disuelve lo que hacía forma, fenómeno, meteoro: es así -ya lo dije- como la ciencia opera, al comienzo de la manera más sensible sobre formas perceptibles. Pero al mismo tiempo, eso debe ser también que sea echar de ahí lo que de esta ruptura haría goce, es decir, disipar lo que ella sostiene de esta hipótesis, para expresarme así, del goce, que hace el mundo en suma, porque la idea del mundo es eso: pensar que esta hecho de pulsiones tales que también se figure el vacío. Y bien, lo que se evoca de goce en cuanto a que se rompe una apariencia, he ahí lo que, en lo real, se presenta como abarrancamiento. Es el momento de definirles por qué la escritura puede ser llamada en lo real el abarrancamiento del significado, o sea lo que ha agradado, llovido de la apariencia en tanto que es eso lo que constituye el significado.
La escritura no calca el significante, ella sólo lo remonta cuando toma nombre, pero exactamente de la misma forma que eso ocurre a toda cosa que viene a designar la batería significante después que ella las ha enumerado. Por supuesto, como no estoy seguro de que todo mi discurso se entienda, va a ser necesario no obstante que marque una oposición: la escritura, la letra, es en lo real, y el significante en lo simbólico. ¡Así eso podrá hacer ritornello para ustedes!.
Vuelvo a un momento más tarde en el avión. Vamos a avanzar un poco: les he dicho que era en el viaje de retorno. Entonces allí, eso es lo sorprendente, es verlas aparecer. Hay otras huellas que se ven sostenerse en isobaras, ellas, huellas que seguramente son del orden de un terraplén, en fin, uno grande, isobaras, eso las hace normales como aquellas que son el apoyo supremo del relieve con el cual se marcan las curvas. Allí, desde donde estaba, era muy claro. Ya había visto en Osaka como las autopistas parecen descender del cielo: sólo que allí pudieron ponerse así, una encima de otra. Hay una cierta arquitectura japonesa, la más moderna, que sabe muy bien encontrarse con la antigua. La arquitectura japonesa consiste esencialmente en el batir de las alas de un pájaro. Eso me ayudó a comprender, ver rápidamente, que el camino más corto de una punta a la otra jamás sería mostrado a nadie si no estuviese la nube, que resueltamente toma el aspecto de una ruta. Nadie jamás sigue la línea recta: ni el hombre, ni la ameba, ni la mosca, ni la rama, ni nada de nada.
Por las últimas noticias se sabe que el rayo de luz tampoco. Es completamente solidario de la curvatura universal. La recta allí dentro, de todas maneras, inscribe algo: inscribe la distancia, y las distancia que las leyes de Newton han hecho, no es otra cosa que un factor efectivo de una dinámica que llamaré de cascada. Es lo que hace que todo lo que cae siga una parábola. Por consiguiente no hay más recta que la de la escritura, ni más agrimensura que la del cielo. Y son uno y otros en tanto tales, para sostener la recta, son artefactos que sólo habitan el lenguaje. Sería menester no olvidarlos: nuestra ciencia sólo opera a partir de un resplandor de pequeñas letras y gráficos combinados.
Bajo el puente Mirabeau… corre la escena… primitiva. Es una escena tal, no lo olviden, al releer a Freud, que puede batir al V romano de la hora cinco -está en el Hombre de los Lobos- pero también que se goza de eso, es el infortunio de la interpretación. Que el síntoma instituya el orden por el cual se revela nuestra política, ahí está el paso que ella ha franqueado. Implica, por otra parte que todo lo que se articula de este orden sea pasible de interpretación. Es por lo cual se tiene razón al colocar al psicoanálisis en el más alto grado de la política. Y esto no podría ser muy fácil en cuanto a la política y para todo que allí se hace, ¡si el psicoanálisis se revelara más advertido!.
Por consiguiente, bastaría quizás que para poner nuestra esperanza en otra parte, lo que hacen los literatos, bastaría entonces con que sacáramos de la escritura otro partido distinto al de tribunos o del tribunal para que jueguen allí otras palabras para hacernos a nosotros mismos, para hacernos el tributo. Lo he dicho -y jamás lo olvido- que no hay metalenguaje, que toda lógica está falseada si comienza por el lenguaje objeto como inefablemente ella lo hace hasta hoy. Entonces, no hay metalenguaje, pero lo escrito que se fabrica con el lenguaje podría ser quizás material a la fuerza para que se cambien allí nuestros propósitos. No veo otra esperanza para aquellos que escriben actualmente. ¿Es posible, en suma, desde el litoral constituir tal discurso que se carácterice -como planteo la cuestión este año- por no emitirse desde la apariencia?.
Es evidentemente la cuestión que se proponen en la literatura llamada de vanguardia, que es ella misma un hecho de litoral y por consiguiente no se sostiene de la apariencia, pero sin embargo, no prueba nada, sino que muestra la ruptura que sólo un discurso puede producir -dije producir, poner adelante el efecto de producción, es el esquema de mis cuadrípodos del año pasado. Por lo que parece, una literatura en esta condición pretende lo que yo marco como lituraterrizar: es ordenarse con un movimiento que ella llama científico. Y en efecto, en la ciencia la escritura ha hecho maravillas, y estas maravillas no están cerca de agotarse.
Sin embargo, la ciencia física se encuentra o va a encontrarse conducida a la consideración del síntoma, en los hechos por la polución – hay gente muy científica que es sensible a eso- por la polución de aquello que desde lo terrestre se llama, sin más crítica, medio ambiente. Es la idea de Uexkull, el Umwelt, pero behavorista, es decir, ¡completamente cretinizada!.
Para lituraterrizar yo mismo, voy a recomenzar desde este efecto en el abarrancamiento -es una imagen, por cierto, pero de ninguna metáfora- la escritura es ese abarrancamiento. Lo que yo he escrito allí, ahí esta comprendido, y cuando hablo de goce, invoco legítimamente lo que acumulo como auditorio y, no menos, naturalmente eso de lo cual me privo. ¡Me da trabajo vuestra afluencia!.
El abarrancamiento lo he preparado. Que esté incluido en la lengua japonesa -ahí prosigo- un efecto de escritura, lo importante es lo que allí se ofrece como recurso, para dar ejemplo a lituraterrizar. Lo importante es que el efecto de la escritura permanezca atado a la escritura, que lo que es portador del efecto de escritura sea allí una escritura especializada, en esto, que en japonés esta escritura especializada puede leerse con dos pronunciaciones diferentes: oniomi- no estoy engañándolos con falsas apariencias- oniomi, así se llama eso, es su pronunciación en carácteres, en carácteres se pronuncia como tal diferentemente. En Kounioni de la manera que eso se dice en japonés, lo que el carácter quiere decir. Ustedes, seguramente, van a burlarse, es decir, que con el pretexto de que el carácter es letra, van a creer que estoy diciéndoles que en el japonés los restos del significante corren en el río del significado. Es la letra, y no el signo, que hace aquí apoyo significante, pero como no importa que otro, a seguir la ley de la metáfora de la cual he recordado, en este último tiempo, lo que ahí hace la esencia del lenguaje. Es siempre, por otra parte, que allí donde el está, este lenguaje, del discurso, que él toma lo que sea en la red del significante, y por consiguiente, la escritura misma.
Sólo que ella es promovida de ahí a la función del referente tan esencial como toda cosa, y es eso lo que cambia el estatuto del sujeto. Es por ahí que él se apoya sobre un cielo constelado y no solamente sobre el rasgo unario, para su identificación fundamental. Y bien, justamente hay muchos. Tener muchos apoyos, es como no tenerlos. Es por eso que toma apoyo en otra parte, sobre el tú. Es que en japonés se ven todas las formas gramaticales por el mínimo enunciado, para decir algo, así cualquier cosa, hay maneras más o menos educadas de decirlo, según la forma en que lo implico en el tú. Yo lo implico si soy japonés, si no soy japonés no lo hago. Ustedes pueden, evidentemente, aprehender como todo el mundo, cuando sepan verán que está sujeto a las variaciones en el enunciado, que son variaciones de educación, y habrán aprendido algo. Habrán aprendido que en japonés la verdad refuerza la estructura de ficción que allí denoto, justamente cuando agrego las leyes de la educación.
Singularmente eso parece llevar al resultado de que no hay nada que defender de la represión, ya que lo reprimido mismo encuentra como alojarse por esta referencia a la letra. En otros términos, el sujeto está dividido como en todas partes por el lenguaje, pero uno de estos registros pueden satisfacerse por la referencia a la escritura, y el otro por el ejercicio de la palabra. Es sin duda, lo que ha dado a mi querido amigo Roland Barthes ese sentimiento embriagador, que de todas esas buenas maneras, que el sujeto japonés no hace bloque en nada. Al menos es lo que él dice, en un libro que les recomiendo: EL IMPERIO DE LOS SIGNOS, así lo titula. En los títulos a menudo se hace de los términos un uso impropio. Se hace eso para los editores. Lo que evidentemente quiere decir es el imperio de las apariencias. Basta con leer el texto para darse cuenta de eso. Y bien, el japonés común -me dijeron- lo encuentra malo, al menos es lo que escuche por allá. Y en efecto, por más excelente que sea al libro que escribió Barthes, le opondré lo que diré hoy, a saber, que nada es más distinto del vacío producido por la escritura que la apariencia; en esto, en un principio, que es el primero de mis pliegues siempre listo para coger el goce o al menos para indicarlo por medio de su artificio.
Según nuestros hábitos, nada comunica menos de sí que un sujeto semejante, que al fin de cuentas no oculta nada, que no tiene más que manipularnos. Es para mí una delicia, porque al fin de cuentas me encanta… Ustedes son un elemento de ceremonial, entre otros, en que el sujeto se compone justamente por poder descomponerse. El Bunraku, fui a verlo allá y bien, el Bunraku, ahí está su fuerza: él muestra la estructura absolutamente corriente, para aquellos a quien ella da sus costumbres mismas. Del mismo modo, como en el Bunraku, todo lo que se dice en una conversación en una conversación japonesa podría ser muy bien leído por un recitador. Es eso lo que ha debido aliviar a Barthes. El Japón es el lugar donde es de lo más natural sostenerse con una intérprete que bien hubiera podido ser uno; estamos cómodos, podemos prescindir de una intérprete, ¡eso no necesita de ninguna interpretación!.
Se dan cuenta, ¡es formidable!. El japonés es la traducción perpetua de los hechos del lenguaje. Lo que me gusta es que la única comunicación que tuve allí fuera de los europeos, por supuesto, con los cuales se entenderme según nuestro malentendido habitual; fue una comunicación científica. Fui a ver a un eminente biologista. La educación japonesa, eso lo empujó a demostrarme sus trabajos, naturalmente, allí donde eso se hace: en el pizarrón. El hecho de que por falta de información no haya comprendido nada, no impide que lo que él escribió, sus fórmulas sea totalmente válido para las moléculas para los cuales mis descendientes harán sujetos, sin que jamás haya tenido que saber de qué manera les transmitía, lo que volvía verosímil que yo me ubique entre los seres vivientes. Una ascesis de la escritura no quita nada de las ventajas que podemos sacar de la crítica literaria. Me parece, para cerrar la boca con algo más coherente en razón de lo que ya he avanzado, que sólo puede pasar unirse con ese está escrito imposible del cual se instaurará quizás, un día la relación sexual.