NEUROSIS EN LOS NIÑOS

NEUROSIS EN LOS NIÑOS
Hasta ahora he tratado la técnica mediante la cual los niños pueden ser analizados tan profundamente como los adultos. Consideraré ahora en qué casos es indicado el tratamiento.
El primer problema que surge es: ¿Qué dificultades deben ser consideradas normales en un niño y cuáles neuróticas?; ¿cuándo es sólo travieso y cuándo debe considerárselo enfermo? En general, estamos preparados para encontrar ciertas dificultades típicas que varían considerablemente en cantidad y efecto y que siempre, dentro de ciertos límites, son inevitables en el desarrollo y crianza de cualquier niño; pero pienso que por esta razón prestamos poca atención a ciertos hechos, juzgándolos como dificultades diarias y que, en cambio, deberían ser considerados como el comienzo de un serio trastorno de desarrollo.
Trastornos en las comidas, si son suficientemente serios, y, sobre todo, manifestaciones de ansiedad, ya sean en la forma de terrores nocturnos o de fobias, deben ser considerados como síntomas definitivamente neuróticos. Pero el estudio de los niños pequeños generalmente muestra que esta ansiedad toma formas varias y disfrazadas, y que aun tempranamente, a los dos o tres años, muestran modificaciones de la ansiedad que implican la actuación de un proceso de represión muy complicado. Después de haberse sobrepuesto a los terrores nocturnos, por ejemplo, se presentan en ellos, por algún tiempo, trastornos del sueño, como dormirse tarde, despertarse temprano, tener un sueño fácilmente perturbable o intranquilo, incapacidad de dormir por la tarde, hechos todos que a través del análisis se manifiestan como formas modificadas del pavor nocturno originario. Se incluyen en este grupo las diversas manías y ceremoniales, a menudo de naturaleza tan perturbadora, a que se entregan los niños a la hora de dormir. En el mismo sentido, los primeros trastornos en alimentación  a menudo se transforman en un hábito de comer despacio, o de no masticar bien, o en una general falta de apetito, o meramente en los malos modales en la mesa.
Es fácil ver que la ansiedad que el niño siente ante ciertas personas da lugar a menudo a una timidez general. Más tarde aparece con frecuencia como inhibición en las relaciones sociales o como vergüenza. Todos estos grados del miedo son solo modificaciones de ansiedad primaria que, como en el caso del miedo a la gente, pueden determinar más tarde la conducta social del individuo. Una fobia declarada frente a ciertos animales será sustituida por una aversión hacia ellos o a los animales en general. El temor a las cosas inanimadas, que siempre para el pequeño están dotadas de vida, acarreará más tarde una inhibición de las actividades relacionadas con estas cosas. Así, por ejemplo, la fobia de un niño por los teléfonos se manifiesta años más tarde como aversión a telefonear; en otros casos, el temor a las locomotoras puede traer una aversión a viajar o una predisposición a estar muy cansado en los viajes. En otros casos, el miedo a la calle aumentará la aversión a salir a caminar, etc. Dentro de esta clase entra la inhibición para los deportes  y juegos activos, pudiendo manifestarse esta inhibición de diversos modos: como disgusto, como aversión a ciertas formas especiales de deporte, como un desagrado general hacia ellos, predisposición a la fatiga, inhabilidad, etc. Dentro de esta categoría entran las idiosincrasias, hábitos e inhibiciones del adulto normal. El adulto normal puede racionalizar estas aversiones que nunca faltan de diversos modos, diciendo que algo es «aburrido» o de mal «gusto» o «antihigiénico» y muchas otras cosas más, mientras que en el niño la aversión y hábitos de esta clase son más intensos y menos aceptados socialmente que en un adulto, y se atribuyen a «maldad». Pero invariablemente son la expresión de ansiedad y sentimiento de culpa. Están íntimamente relacionados con las fobias y generalmente también a los ceremoniales obsesivos, estando determinados complejamente en cada detalle; y por esta razón a menudo se resisten a medidas educativas, aunque pueden frecuentemente hallar solución por medio del análisis como cualquier síntoma neurótico.
El espacio me impide mencionar más de uno o dos ejemplos de este interesante campo de observación. En un muchacho, el abrir desmesuradamente los ojos y hacer muecas, significaba asegurarse que él no se quedaría ciego. En otro, parpadear tenía la misma significación. En un tercero, mantener la boca abierta y silbar significaba confesar que había realizado fellatio, y luego retractarse de esa confesión. La conducta intratable de un niño cuando se lo baña o le lavan la cabeza se debe, según lo he comprobado repetidas veces, a un secreto miedo a ser castrado o a que todo su cuerpo sea destruido.
Hurgarse la nariz, tanto en el niño como en el adulto, representa, entre otras cosas, ataques anales contra el cuerpo de sus padres. Las dificultades que encuentran padres y niñeras para inducir al niño a que realice pequeños servicios y actos de respeto dificultades que hacen a menudo el trabajo tan desagradable para la persona encargada del niño resultan invariablemente determinadas por la ansiedad. Por ejemplo, la aversión de un niño por tomar algo de una caja será debida a menudo al hecho de que hacerlo significaría la aceptación de sus fantasías de realizar ataques contra el cuerpo de su madre.
Frecuentemente los niños presentan una hiperactividad que se acompaña de una actitud desafiante y dominante y que, en general, la gente interpreta como signo de «temperamento» o de desobediencia, según los puntos de vista. Dicha conducta es, al igual que la agresión, una sobrecompensación de la ansiedad, y este método de modificar la ansiedad tiene gran influencia en la formación del carácter del niño y en su actitud futura ante la sociedad . La inquietud que a menudo acompaña a esta hiperactividad es, a mi juicio, un síntoma importante. Las descargas motoras que realiza el niño al inquietarse se condensan a menudo, al entrar en el período de latencia, en movimientos estereotipados que pasan inadvertidos dentro del cuadro de excesiva motilidad que presenta el niño. En la pubertad, y a veces antes, reaparecen o se hacen más evidentes y forman la base de un «tic» .
Nos hemos referido repetidas veces a la gran importancia de las inhibiciones en el juego. Estas inhibiciones, que pueden ocultarse bajo las más diversas formas, se hallan presentes en distintos grados. Aversión a ciertos juegos definidos, falta de perseverancia en el juego, son ejemplos de las inhibiciones parciales de juegos. Así, algunos niños tienen que tener a alguien que realice la parte más activa en el juego, como tomar la iniciativa, ir a buscar los juguetes, etc. Otros sólo gustan de juegos con reglas establecidas o sólo cierta clase de juegos (en cuyo caso acostumbran a jugarlo con gran asiduidad). Estos niños sufren de una fuerte represión de la fantasía acompañada, por lo general, por rasgos compulsivos, y sus juegos tienen más carácter de síntoma obsesivo que de sublimación.
Hay una clase de juego detrás de la cual especialmente en la transición al período de latencia se ocultan movimientos rígidos o estereotipados. Por ejemplo, un chico de ocho años que acostumbraba a realizar un juego en el que él era un policía en su puesto, solía realizar ciertos movimientos y repetirlos durante horas, permaneciendo inmóvil en ciertas actitudes por largo tiempo. En otros casos, algún juego en especial ocultará una peculiar inquietud, íntimamente asociada a los tics.
La aversión a jugar juegos activos en general, la inhabilidad en los juegos, son un pronóstico de futuras inhibiciones en deportes, siendo siempre un indicio importante de que algo anda mal.
En muchos casos, las inhibiciones en el juego son la base de las inhibiciones de aprendizaje. En varios niños con inhibición en el juego y que son buenos escolares he encontrado que el impulso a aprender es principalmente compulsivo, y más tarde, especialmente en la pubertad, algunos de ellos manifiestan graves limitaciones en su capacidad de aprender. Las inhibiciones para aprender, como las de juego, pueden variar en gravedad y presentarse bajo diferentes formas, como indolencia, falta de interés, fuerte aversión por ciertas cosas o temas particulares, poca facilidad para aprender lecciones excepto a último momento y bajo compulsión. Dichas inhibiciones para aprender son a menudo la base de inhibiciones vocacionales posteriores cuyos primeros signos estaban ya en las inhibiciones de juego de estos niños pequeños.
En mi trabajo «El desarrollo del niño» (1921) dije que la resistencia de un niño a que se le aclaren los temas sexuales es un indicio importante de que algo anda mal. Si se abstienen de preguntar sobre estos temas, lo que a menudo ocurre a continuación o alternando con preguntas obsesivas, debemos considerarlo como un síntoma basado en afecciones frecuentemente serias del instinto de conocer. Como bien sabemos, las cansadoras preguntas de los niños a menudo se prolongan en el adulto como manía de cavilación., que siempre está asociada a perturbaciones neuróticas.
La tendencia en los niños a quejarse y el hábito de caerse, golpearse y hacerse daño deben ser considerados como expresión de diversos miedos y sentimientos de culpa. El análisis de niños me ha convencido de que tales pequeños accidentes repetidos y algunas veces otros más serios son sustituciones de autodestrucciones más graves y pueden simbolizar intentos de suicidio con medios insuficientes. En muchos chicos, especialmente varones, una extremada sensibilidad al dolor es reemplazada tempranamente por una exagerada indiferencia, que no es más que una defensa elaborada contra la ansiedad y una modificación de la misma.
La actitud del niño frente a los regalos es también muy típica. Muchos niños son insaciables al respecto y ningún regalo les puede dar una satisfacción real y duradera o brindarles algo que no sea una desilusión. Otros no tienen interés y son igualmente indiferentes frente a los regalos. En los adultos podemos observar las mismas dos actitudes. Entre las mujeres existen aquellas que eternamente ansían ropa nueva pero que en realidad nunca la disfrutan y aparentemente nunca «tienen qué ponerse». Estas son mujeres que están a la búsqueda de diversiones, y a menudo cambian el objeto de su amor con facilidad y no pueden encontrar una verdadera satisfacción sexual. Encontramos también mujeres aburridas que nada desean. En el análisis resulta claro que los regalos significan para el niño todos los presentes de amor que él no pudo tener: la leche y el pecho de su madre, el pene del padre, orina, heces, bebés, etc. Los regalos también alivian su sentimiento de culpa, porque simbolizan cosas dadas libremente y que él quiso tomar por medios sádicos. En su inconsciente él considera la falta de regalos, como todas las otras frustraciones, como un castigo por sus impulsos agresivos, que están ligados a sus deseos libidinales. En otros casos, cuando el niño se encuentra en una situación aun más desfavorable, en lo que se refiere a su excesivo sentimiento de culpa, o cuando no ha podido modificarlo, reprimirá sus deseos libidinales por completo, por temor a nuevas desilusiones, de modo que los regalos que recibe no le producen ningún placer.
El niño incapaz de tolerar sus tempranas frustraciones debido a las razones ya mencionadas, en su inconsciente considerará toda frustración posterior que reciba durante su crianza como un castigo, con el resultado de que se torna ingobernable y mal adaptado a la realidad. En niños mayores y en algunos casos también en niños pequeños esta incapacidad de tolerar frustraciones se esconde con frecuencia bajo una aparente adaptación debido a su necesidad de agradar a las personas que lo rodean. Una adaptación aparente de este tipo es capaz, especialmente en el período de latencia, de ocultar la presencia de dificultades arraigadas más profundamente.
La actitud de muchos niños frente a las fiestas es también característica. La llegada de Navidad y Pascua es esperada con gran impaciencia, para quedar luego completamente insatisfechos. Días como éstos, y aun a veces los domingos, ofrecen esperanzas de renovación, en mayor o menor grado, de «un nuevo comienzo» y, junto con los regalos que esperan recibir, esperan también la restauración de las cosas malas que han sufrido y hecho. Los acontecimientos familiares chocan profundamente con los complejos del niño asociados a su vida de familia. Un cumpleaños, por ejemplo, representa siempre el renacimiento, y los cumpleaños de otros niños estimulan los conflictos asociados al nacimiento real o imaginario de hermanos o hermanas. El modo de reaccionar del niño ante estas cosas es una de las pruebas para determinar la presencia de neurosis en ellos.
La aversión por el teatro, cine y representaciones de toda índole está íntimamente asociada al trastorno del instinto de conocer en el niño. He encontrado que la base de este trastorno es el interés reprimido por la vida sexual de los padres o por su propia vida sexual. Esta actitud, que acarrea la inhibición de muchas sublimaciones, es debida en última instancia a la ansiedad y a sentimientos de culpa pertenecientes a los primeros estadíos de desarrollo y surge de las fantasías agresivas dirigidas contra la relación sexual de los padres.
También quiero subrayar el papel que desempeñan los factores psíquicos en las diversas enfermedades a las que el niño está expuesto. Estoy convencida de que muchos niños expresan su ansiedad y sentimientos de culpa enfermándose (en dichos casos, al mejorar disminuye la ansiedad), y de que en general, las frecuentes enfermedades por las que pasan a una cierta edad son producidas en parte por una neurosis. Este factor psicogenético actúa aumentando no sólo la predisposición del niño a las infecciones sino la gravedad y duración de la enfermedad . En general he encontrado que después del análisis el niño está menos expuesto a resfriarse. En algunos casos la predisposición desapareció casi por completo.
Sabemos que las neurosis y la formación del carácter están íntimamente relacionadas y que en muchos análisis de adultos se producen también favorables cambios de carácter. Así como en los análisis de niños grandes siempre se producen favorables cambios caracterológicos, en los análisis tempranos, al suprimir las neurosis, disminuyen las dificultades en la educación. Parece existir una cierta analogía entre las dificultades educacionales en el niño pequeño y lo que en el niño mayor y en el adulto se conocen como dificultades caracterológicas. Es un hecho notable que al hablar de carácter pensemos especialmente en el individuo mismo, aun cuando su «carácter» tenga una influencia perturbadora sobre su ambiente, en tanto que al hablar de «dificultades educacionales» pensamos primero, y sobre todo, en las dificultades que enfrentan las personas encargadas del niño. De este modo, muy a menudo pasamos por alto el hecho de que estas dificultades educacionales son la expresión de procesos importantes de desarrollo que llegan a concretarse con la declinación del complejo de Edipo. Lo que advertimos, entre otras cosas, como dificultades educacionales excesivas en el niño surgen de los procesos que han formado y están todavía formando su carácter y que forman la base de cualquier futura neurosis o defecto de desarrollo que pueda llegar a padecer, de modo que pueden considerarse más apropiadamente como dificultades caracterológicas y como síntomas neuróticos.
Por lo que se ha dicho vemos que las dificultades, que nunca faltan, en el desarrollo del niño pequeño son de carácter neurótico. En otras palabras, todo niño pasa por una neurosis que se diferencia sólo en grado de un individuo a otro . Desde que se ha encontrado que el psicoanálisis es uno de los medios más eficaces para curar la neurosis en los adultos, parece lógico hacer uso del psicoanálisis para combatir las neurosis en los niños, y además, viendo que todo niño sufre una neurosis, aplicarlo a todos los niños. Por ahora, en la época actual, debido a consideraciones prácticas, sólo en muy raros casos es posible someter a tratamiento analítico las dificultades neuróticas de los niños normales. Por lo tanto, al prescribir indicaciones para tratamiento, es importante señalar qué signos indican la presencia de neurosis graves, es decir, de una neurosis que no deje lugar a dudas de que el niño también sufrirá considerables dificultades en sus años venideros.
No discutiremos aquellas neurosis infantiles cuya gravedad es evidente debido al grado y carácter de los síntomas, pero sí consideraremos uno o dos casos en que, al no prestarse suficiente atención a las indicaciones específicas de las neurosis infantiles, su verdadera gravedad no ha sido reconocida. El que las neurosis de los niños hayan atraído mucho menos la atención que las de los adultos, se debe a que, en muchos aspectos, sus signos exteriores difieren esencialmente de los síntomas de los adultos. Los analistas saben que bajo la neurosis del adulto yace siempre una neurosis infantil, pero durante mucho tiempo han fracasado en sacar la única deducción posible de este hecho, es decir, que la neurosis debe ser por lo menos extremadamente común entre los niños, y esto sucede aunque el niño mismo les presenta suficiente evidencia.
Al juzgar lo que es neurótico en un niño no podemos aplicar los standards apropiados a los adultos. De ninguna manera aquellos niños que más de cerca se aproximan a lo que es un adulto no neurótico son los menos neuróticos. Así, por ejemplo, un niño pequeño que cumpla todos los requisitos de su educación y no se deje dominar por su vida de fantasía y sus instintos, esto es, un niño que aparezca como bien adaptado a la realidad y presente además pocos signos de ansiedad, no solamente será un ser precoz y sin encanto, sino anormal en el más completo sentido de la palabra. Si completamos este cuadro suponiendo que su vida imaginativa ha sufrido una gran represión, que sería condición necesaria para tal desarrollo, tendríamos entonces causas para inquietarnos por su futuro. La neurosis de la cual é1 sufre no sería de menor grado que la del niño común, sino simplemente sin síntomas, y como sabemos por los análisis de adultos, una neurosis de esta naturaleza es por lo general muy grave.
Normalmente deberíamos esperar ver signos claros de las graves luchas y crisis que el niño pasa en los primeros estadíos de su vida. Estos signos difieren, sin embargo, en muchos aspectos de los síntomas del adulto neurótico. Hasta cierto punto el niño normal muestra su ambivalencia y sus afectos, su sujeción y su sometimiento a los impulsos instintivos y a la fantasía y también las influencias que proceden de su superyó; esto crea algunas dificultades en el camino de su adaptación a la realidad y, por lo tanto, en su educación, y no es, desde ningún punto de vista, un niño «fácil». Pero si su ansiedad y ambivalencia y los obstáculos que presenta para su adaptación a la realidad van más allá de ciertos límites, y las dificultades que sufre y hace sufrir a su ambiente son muy grandes, entonces debería ser considerado como neurótico. Sin embargo, creo todavía que una neurosis de este tipo a menudo puede ser menos grave que una neurosis del tipo en que la represión de afectos ha sido tan aplastante y ha comenzado tan temprano, que apenas pueden percibirse signos de emoción y ansiedad en el niño. Lo que realmente diferencia al niño menos neurótico del más neurótico, además del grado cuantitativo, es el modo en que el niño se comporta frente a estas dificultades.
Los signos característicos de una neurosis infantil, según se ha descrito anteriormente, constituyen un valioso punto de partida para el estudio de los métodos, a menudo muy oscuros, mediante los cuales el niño ha modificado su ansiedad y de la posición fundamental que ha adoptado. Así, por ejemplo, puede suponerse que si a un niño no le gusta asistir a representaciones de ninguna clase, tales como teatro o cine, si no tiene placer en formular preguntas y es inhibido en el juego o no puede jugar sino ciertos juegos sin contenido imaginativo, está sufriendo de graves inhibiciones de su instinto de conocer y de una aumentada represión de su vida imaginativa, aunque por otra parte puede estar bien adaptado y parecer no tener trastornos muy acentuados. Tal niño satisfará su deseo por conocer en una edad posterior, principalmente de un modo obsesivo, y a menudo producirá otros trastornos neuróticos en conexión con éstos. Se ha dicho que en muchos niños la incapacidad originaria para tolerar las frustraciones está oscurecida por una amplia adaptación a los requerimientos de su crianza. Desde muy temprano se transforman en niños «buenos» e «inteligentes», pero son precisamente estos niños los que más comúnmente adoptan esta actitud de indiferencia ante los regalos y agasajos, etc., que han sido mencionados más arriba. Si además de esta actitud presentan una gran inhibición en el juego y una fijación excesiva a sus objetos, la probabilidad de que sucumban en años posteriores a una neurosis es muy grande, porque tales niños han adoptado un punto de vista pesimista y una actitud de renuncia. Su principal objeto es luchar contra su ansiedad y su sentimiento de culpa a toda costa, aunque esto signifique renunciar a toda la felicidad y gratificación de sus instintos. Al mismo tiempo son, por lo general, dependientes de sus objetos, porque dependen del medio ambiente externo para protección y apoyo contra su ansiedad y sentimiento de culpa . Son más evidentes, aunque no se las evalúa adecuadamente, sin embargo, las dificultades que presentan aquellos niños cuyos deseos insaciables de regalos es concomitante a su incapacidad para tolerar las frustraciones impuestas por su crianza.
Es muy cierto que en los casos típicos descritos aquí, las perspectivas para que el niño logre una real estabilidad mental en el futuro no son favorables. Generalmente, también la impresión que produce el niño su manera de comportarse, su expresión facial, sus movimientos y lenguaje traiciona el fracaso de su adaptación interna. En todos los casos, solamente el análisis puede demostrar la gravedad de tales trastornos. He puntualizado muchas veces el hecho de que la presencia de una psicosis o de rasgos psicóticos a menudo no ha sido descubierta en el niño hasta que éste ha sido analizado por un período de tiempo considerable. Esto es debido a que las psicosis de niños, como sus neurosis, difieren en muchos aspectos en su expresión, de las psicosis de los adultos. En algunos casos analizados por mí, en los cuales la neurosis infantil tenía ya el mismo carácter de una neurosis obsesiva grave de adulto, el análisis demostraba la existencia de serios rasgos paranoides .
La cuestión a considerar ahora es: cómo pone de manifiesto el niño que está bastante bien adaptado internamente. Es un signo alentador si goza jugando y da libre rienda a la fantasía de hacerlo, estando al mismo tiempo, como puede reconocerse por signos claros, bien adaptado a la realidad; y si tiene realmente relaciones buenas no exageradamente afectuosas con sus objetos. Otro buen signo es si además presenta un desarrollo relativamente tranquilo de su instinto de saber, de modo que fluyan libremente en distintas direcciones, sin, por otra parte, tener ese carácter de compulsión e intensidad típico de las neurosis obsesivas. La aparición de una cierta cantidad de afecto y ansiedad es también, creo, precondición de un desarrollo favorable. Estas y otras razones para un pronóstico favorable tienen según mi experiencia sólo un valor relativo, y no son garantía absoluta para el futuro. A menudo, el que su neurosis aparezca o no en los años posteriores, depende de realidades externas imprevisibles favorables o desfavorables que el niño enfrentará a medida que crece.

Neurosis en los niños I