CAPITULO I
Justificación de la pedagogía del oprimido.
La contradicción opresores-oprimidos, su superación.
La situación concreta de opresión y los opresores.
La situación concreta de opresión y los oprimidos.
Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión.
Reconocemos la amplitud del tema que nos proponemos tratar en este
ensayo, con lo cual pretendemos, en cierto sentido, profundizar algunos de los
puntos discutidos en nuestro trabajo anterior La educación como práctica de la
libertad (4). De ahí que lo consideremos como una mera introducción, como
simple aproximación al asunto que nos parece de importancia fundamental.
Una vez más los hombres, desafiados por la dramaticidad de la hora
actual, se proponen a sí mismos como problema. Descubren qué poco saben de
sí, de su “puesto en el cosmos”, y se preocupan por saber más. Por lo demás,
en el reconocimiento de su poco saber de sí radica una de las razones de esa
búsqueda. Instalándose en el trágico descubrimiento de su poco saber de sí,
hacen de sí mismos un problema. Indagan. Responden y sus respuestas los
conducen a nuevas preguntas.
El problema de su humanización, a pesar de haber sido siempre, desde un
punto de vista axiológico, su problema central, asume hoy el carácter de
preocupación ineludible.(5)
Comprobar esta preocupación implica reconocer la deshumanización no
sólo como viabilidad ontológica, sino como realidad histórica. Es también y
quizás básicamente, que a partir ele esta comprobación dolo-rosa, los hombres
se preguntan sobre la otra viabilidad — la de su humanización. Ambas, en la
raíz de su inconclusión, se inscriben en un permanente movimiento de
búsqueda. Humanización y deshumanización, dentro de la historia, en un
contexto real, concreto, objetivo, son posibilidades de los hombres como seres
inconclusos y conscientes de su inconclusión.
Sin embargo, si ambas son posibilidades, nos parece que sólo la primera
responde a lo que denominamos “vocación de los hombres”. Vocación negada,
más afirmada también en la propia negación. Vocación negada en la injusticia,
en la explotación, en la opresión, en la violencia de los opresores. Afirmada en
el ansia de libertad, de justicia, de lucha de los oprimidos por la recuperación
de su humanidad despojada.
La deshumanización, que no se verifica sólo en aquellos que fueron
despojados de su humanidad sino también, aunque de manera diferente, en los
que a ellos despojan, es distorsión de la vocación de SER MÁS. Es distorsión
posible en la historia pero no es vocación histórica.(6)
La violencia de los opresores, deshumanizándolos también, no instaura
otra vocación, aquella de ser menos. Como distorsión del ser más, el ser menos
conduce a los oprimidos, tarde o temprano, a luchar contra quien los minimizó.
Lucha que sólo tiene sentido cuando los oprimidos, en la búsqueda por la
recuperación de su humanidad, que deviene una forma de crearla, no se
sienten idealistamente opresores de los opresores, ni se transforman, de hecho,
en opresores de los opresores sino en restauradores de la humanidad de
ambos. Ahí radica la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos:
liberarse a si mismos y liberar a los opresores. Estos, que oprimen, explotan y
violentan en razón de su poder, no pueden tener en dicho poder la fuerza de la
liberación de los oprimidos ni de sí mismos. Sólo el poder que renace de la
debilidad de los oprimidos será lo suficientemente fuerte para liberar a ambos.
Es por esto por lo que el poder de los opresores, cuando pretende suavizarse
ante la debilidad de los oprimidos, no sólo se expresa, casi siempre, en una
falsa generosidad, sino que jamás la sobrepasa. Los opresores, falsamente
generosos, tienen necesidad de que la situación de injusticia permanezca a fin
de que su “generosidad” continúe teniendo la posibilidad de realizarse. El
“orden” social injusto es la fuente generadora, permanente, de esta
“generosidad” que se nutre de la muerte, del desaliento y de la miseria.
De ahí la desesperación de esta generosidad ante cualquier amenaza que
atente contra su fuente. Jamás puede entender este tipo de “generosidad” que
la verdadera generosidad radica en la lucha por la desaparición de las razones
que alimenta el falso amor. La falsa caridad, de la cual resulta la mano
extendida del “abandonado de la vida”, miedoso e inseguro, aplastado y
vencido. Mano extendida y trémula de los desharrapados del mundo, de los
“condenados de la tierra”. La gran generosidad sólo se entiende en la lucha
para que estas manos, sean de hombres o de pueblos, se extiendan cada vez
menos en gestos de súplica. Súplica de humildes a poderosos. Y se vayan
haciendo así cada vez más manos humanas que trabajen y transformen el
mundo. Esta enseñanza y este aprendizaje tienen que partir, sin embargo, de
los “condenados de la tierra”, de los oprimidos, de los desharrapados del
mundo y de los que con ellos realmente se solidaricen. Luchando por la
restauración de su humanidad, estarán, sean hombres o pueblos, intentando
la restauración de la verdadera generosidad.
¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará preparado para entender el
significado terrible de una sociedad opresora?
¿Quién sentirá mejor que ellos los efectos de la opresión? ¿Quién más que
ellos para ir comprendiendo la necesidad de la liberación? Liberación a la que
no llegarán por casualidad, sino por la praxis de su búsqueda; por el
conocimiento y reconocimiento de la necesidad de luchar por ella. Lucha que,
por la finalidad que le darán los oprimidos, será un acto de amor, con el cual
se opondrán al desamor contenido en la violencia de los opresores, incluso
cuando ésta se revista de la falsa generosidad a que nos hemos referido.
Nuestra preocupación, en este trabajo, es sólo presentar algunos aspectos
de lo que nos parece constituye lo que venimos llamando “la pedagogía del
oprimido”, aquella que debe ser elaborada con él y no para él, en tanto
hombres o pueblos en la lucha permanente de recuperación de su humanidad.
Pedagogía que haga de la opresión y sus causas el objeto de reflexión de los
oprimidos, de lo que resultará el compromiso necesario para su lucha por la
liberación, en la cual esta pedagogía se hará y rehará.
El gran problema radica en cómo podrán los oprimidos, como seres
duales, inauténticos, que “alojan” al opresor en sí, participar de la elaboración
de la pedagogía para su liberación. Sólo en la medida en que descubran que
“alojan” al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía
liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual ser es parecer y parecer es
parecerse con el opresor, es imposible hacerlo. La pedagogía del oprimido, que
no puede ser elaborada por los opresores, es un instrumento para este
descubrimiento crítico: el de los oprimidos por sí mismos y el de los opresores
por los oprimidos, como manifestación de la deshumanización.
Sin embargo, hay algo que es necesario considerar en este
descubrimiento, que está directamente ligado a la pedagogía liberadora. Es
que, casi siempre, en un primer momento de este descubrimiento, los
oprimidos, en vez de buscar la liberación en la lucha y a través de ella, tienden
a ser opresores también o subopresores. La estructura de su pensamiento se
encuentra condicionada por la contradicción vivida en la situación concreta,
existencial, en que se forman. Su ideal es, realmente, ser hombres, pero para
ellos, ser hombres, en la contradicción en que siempre estuvieron y cuya
superación no tienen clara, equivale a ser opresores. Estos son sus testimonios
de humanidad.
Esto deriva, tal como analizaremos más adelante con más amplitud, del
hecho de que, en cierto momento de su experiencia existencial, los oprimidos
asumen una postura que llamamos de “adherencia” al opresor. En estas
circunstancias, no llegan a “ad-mirarlo”, lo que los llevaría a objetivarlo, a
descubrirlo fuera de sí.
Al hacer esta afirmación, no queremos decir que los oprimidos, en este
caso, no se sepan oprimidos. Su conocimiento de sí mismos, como oprimidos,
sin embargo, se encuentra perjudicado por su inmersión en la realidad
opresora. “Reconocerse”, en antagonismo al opresor, en aquella forma, no
significa aún luchar por la superación de la contradicción. De ahí esta casi
aberración: uno de los polos de la contradicción pretende, en vez de la
liberación, la identificación con su contrario.
En ente caso, el “hombre nuevo” para los oprimidos no es el hombre que
debe nacer con la superación de la contradicción, con la transformación de la
antigua situación, concretamente opresora, que cede su lugar a una nueva, la
de la liberación. Para ellos, el hombre nuevo son ellos mismos,
transformándose en opresores de otros. Su visión del hombre nuevo es una
visión individualista. Su adherencia al opresor no les posibilita la conciencia de
si como personas, ni su conciencia como clase oprimida.
En un caso específico, quieren la reforma agraria, no para liberarse, sino
para poseer tierras y, con éstas, transformarse en propietarios o, en forma más
precisa, en patrones de nuevos empleados.
Son raros los casos de campesinos que, al ser “promovidos” a capataces,
no se transformen en opresores, más rudos con sus antiguos compañeros que
el mismo patrón. Podría decirse —y con razón— que esto se debe al hecho de
que la situación concreta, vigente, de opresión, no fue transformada. Y que, en
esta hipótesis, el capataz, a fin de asegurar su puesto, debe encarnar, con más
dureza aún, la dureza del patrón. Tal afirmación no niega la nuestra —la de
que, en estas circunstancias, los oprimidos tienen en el opresor su testimonio
de “hombre”.
Incluso las revoluciones, que transforman la situación concreta de
opresión en una nueva en que la liberación se instaura como proceso,
enfrentan esta manifestación de la conciencia oprimida. Muchos de los
oprimidos que, directa o indirectamente, participaron de la revolución,
marcados por los viejos mitos de la estructura anterior, pretenden hacer de la
revolución su revolución privada. Perdura en ellos, en cierta manera, la sombra
testimonial del antiguo opresor. Este continúa siendo su testimonio de
“humanidad”.
El “miedo a la libertad (7), del cual se hacen objeto los oprimidos, miedo a la
libertad que tanto puede conducirlos a pretender ser opresores también,
cuanto puede mantenerlos atados al status del oprimido, es otro aspecto que
merece igualmente nuestra reflexión.
Uno de los elementos básicos en la mediación opresores-oprimidos es la
prescripción. Toda prescripción es la imposición de la opción de una conciencia
a otra. De ahí el sentido alienante de las prescripciones que transforman a la
conciencia receptora en lo que hemos denominado como conciencia que “aloja”
la conciencia opresora. Por esto, el comportamiento de los oprimidos es un
comportamiento prescrito. Se conforma en base a pautas ajenas a ellos, las
pautas de los opresores.
Los oprimidos, que introyectando la “sombra” de los opresores siguen sus
pautas, temen a la libertad, en la medida en que ésta, implicando la expulsión
de la “sombra”, exigiría de ellos que “llenaran” el “vacío” dejado por la expulsión
con “contenido” diferente: el de su autonomía. El de su responsabilidad, sin la
cual no serían libres. La libertad, que es una conquista y no una donación,
exige una búsqueda permanente. Búsqueda que sólo existe en el acto
responsable de quien la lleva a cabo. Nadie tiene libertad para ser libre, sino
que al no ser libre lucha por conseguir su libertad. Ésta tampoco es un punto
ideal fuera de los hombres, al cual, inclusive, se alienan. No es idea que se
haga mito, sino condición indispensable al movimiento de búsqueda en que se
insertan los hombres como seres inconclusos.
De ahí la necesidad que se impone de superar la situación opresora. Esto
implica el reconocimiento crítico de la razón de esta situación, a fin de lograr, a
través de una acción transformadora que incida sobre la realidad, la
instauración de una situación diferente, que posibilite la búsqueda del ser
más.
Sin embargo, en el momento en que se inicie la auténtica lucha para crear
la situación que nacerá de la superación de la antigua, ya se está luchando por
el ser más. Pero como la situación opresora genera una totalidad
deshumanizada y deshumanizante, que alcanza a quienes oprimen y a quienes
son oprimidos, no será tarea de los primeros, que se encuentran
deshumanizados por el sólo hecho de oprimir, sino de los segundos, los
oprimidos, generar de su ser menos la búsqueda del ser más de todos.
Los oprimidos, acomodados y adaptados, inmersos en el propio engranaje
de la estructura de dominación, temen a la libertad, en cuanto no se sienten
capaces de correr el riesgo de asumirla. La temen también en la medida en que
luchar por ella significa una amenaza, no sólo para aquellos que la usan para
oprimir, esgrimiéndose como sus “propietarios” exclusivos, sino para los
compañeros oprimidos, que se atemorizan ante mayores represiones.
Cuando descubren en sí el anhelo por liberarse perciben también que este
anhelo sólo se hace concreto en la concreción de otros anhelos.
En tanto marcados por su miedo a la libertad, se niegan a acudir a otros,
a escuchar el llamado que se les haga o se hayan hecho a sí mismos,
prefiriendo la gregarización a la convivencia auténtica, prefiriendo la
adaptación en la cual su falta de libertad los mantiene a la comunión creadora
a que la libertad conduce.
Sufren una dualidad que se instala en la “interioridad” de su ser.
Descubren que, al no ser libres, no llegan a ser auténticamente. Quieren ser,
mas temen ser. Son ellos y al mismo tiempo son el otro yo introyectado en ellos
como conciencia opresora. Su lucha se da entre ser ellos mismos o ser duales.
Entre expulsar o no al opresor desde “dentro” de sí. Entre desalienarse o
mantenerse alienados. Entre seguir prescripciones o tener opciones. Entre ser
espectadores o actores. Entre actuar o tener la ilusión de que actúan en la
acción de los opresores. Entre decir la palabra o no tener voz, castrados en su
poder de crear y recrear, en su poder de transformar el mundo.
Este es el trágico dilema de los oprimidos, dilema que su pedagogía debe
enfrentar.
Por esto, la liberación es un parto. Es un parto doloroso. El hombre que
nace de él es un hombre nuevo, hombre que sólo es viable en y por la
superación de la contradicción opresores-oprimidos que, en última instancia,
es la liberación de todos.
La superación de la contradicción es el parto que trae al mundo a este
hombre nuevo; ni opresor ni oprimido, sino un hombre liberándose.
Liberación que no puede darse sin embargo en términos meramente
idealistas. Se hace indispensable que los oprimidos, en su lucha por la
liberación, no conciban la realidad concreta de la opresión como una especie de
“mundo cerrado” (en el cual se genera su miedo a la libertad) del cual no
pueden salir, sino como una situación que sólo los limita y que ellos pueden
transformar. Es fundamental entonces que, al reconocer el límite que la
realidad opresora les impone, tengan, en este reconocimiento, el motor de su
acción liberadora.
Vale decir que el reconocerse limitados por la situación concreta de
opresión, de la cual el falso sujeto, el falso “ser para si”, es el opresor, no
significa aún haber logrado la liberación. Corno contradicción del opresor, que
en ellos tiene su verdad, como señalara Hegel, solamente superan la
contradicción en que se encuentran cuando el hecho de reconocerse como
oprimidos los compromete en la lucha por liberarse.(8)
No basta saberse EN una relación dialéctica con el opresor —su contrario
antagónico— descubriendo, por ejemplo, que sin ellos el opresor no existiría
(Hegel) para estar de hecho liberados.
Es preciso, recalquémoslo, que se entreguen a la praxis liberadora.
Lo mismo se puede decir o afirmar en relación con el opresor, considerado
individualmente, como persona. Descubrirse en la posición del opresor aunque
ello signifique sufrimiento no equivale aún a solidarizarse con los oprimidos.
Solidarizarse con éstos es algo más que prestar asistencia a 30 o a 100,
manteniéndolos atados a la misma posición de dependencia. Solidarizarse no
es tener conciencia de que explota y “racionalizar” su culpa paternalistamente.
La solidaridad, que exige de quien se solidariza que “asuma” la situación de
aquel con quien se solidarizó, es una actitud radical.
Si lo que caracteriza a los oprimidos, como “conciencia servil”, en relación
con la conciencia del señor, es hacerse “objeto”, es transformarse, como señala
Hegel, en “conciencia para otro»,(9) la verdadera solidaridad con ellos está en
luchar con ellos para la transformación de la realidad objetiva que los hace “ser
para otro”.
El opresor sólo se solidariza con los oprimidos cuando su gesto deja de ser
un gesto ingenuo y sentimental de carácter individual; y pasa a ser un acto de
amor hacia aquéllos; cuando, para él, los oprimidos dejan de ser una
designación abstracta y devienen hombres concretos, despojados y en una
situación de injusticia: despojados de su palabra, y por esto comprados en su
trabajo, lo que significa la venta de la persona misma. Sólo en la plenitud de
este acto de amar, en su dar vida, en su praxis, se constituye la solidaridad
verdadera.
Decir que los hombres son personas, y como personas son libres, y no
hacer nada para lograr concretamente que esta afirmación sea objetiva, es una
farsa.
Del mismo modo que en una situación concreta —la de la opresión— se
instaura la contradicción opresor-oprimidos, la superación de esta
contradicción sólo puede verificarse objetivamente.
De ahí esta exigencia radical (tanto para el opresor que se descubre como
tal, como para los oprimidos que, reconociéndose como contradicción de aquél,
descubren el mundo de la opresión y perciben los mitos que lo alimentan) de
transformación de la situación concreta que genera la opresión.
Nos parece muy claro, no sólo aquí sino en otros momentos del ensayo,
que al presentar esta exigencia radical —la de la transformación objetiva de la
situación opresora— combatiendo un inmovilismo subjetivista que
transformase el tener conciencia de la opresión en una especie de espera
paciente del día en que ésta desaparecería por sí misma, no estamos negando
el papel de la subjetividad en la lucha por la modificación de las estructuras.
No se puede pensar en objetividad sin subjetividad. No existe la una sin la
otra, y ambas no pueden ser dicotomizadas.
La objetividad dicotomizada de la subjetividad, la negación de ésta en el
análisis de la realidad o en la acción sobre ella, es objetivismo. De la misma
forma, la negación de la objetividad, en el análisis como en la acción, por
conducir al subjetivismo que se extiende en posiciones solipsistas, niega la
acción misma, al negar la realidad objetiva, desde el momento en que ésta pasa
a ser creación de la conciencia. Ni objetivismo, ni subjetivismo o psicologismo,
sino subjetividad y objetividad en permanente dialecticidad.
Confundir subjetividad con subjetivismo, con psicologismo, y negar la
importancia que tiene en el proceso de transformación del mundo, de la
historia, es caer en un simplismo ingenuo. Equivale a admitir lo imposible: un
mundo sin hombres, tal como la otra ingenuidad, la del subjetivismo, que
implica a los hombres sin mundo.
No existen los unos sin el otro, mas ambos en permanente interacción.
En Marx, como en ningún pensador crítico, realista, jamás se encontrará
esta dicotomía. Lo que Marx criticó y científicamente destruyó, no fue la
subjetividad sino el subjetivismo, el psicologismo.
La realidad social, objetiva, que no existe por casualidad sino como el
producto de la acción de los hombres, tampoco se transforma por casualidad.
Si los hombres son los productores de esta realidad y si ésta, en la “inversión
de la praxis”, se vuelve sobre ellos y los condiciona, transformar la realidad
opresora es tarea histórica, es la tarea de los hombres.
Al hacerse opresora, la realidad implica la existencia de los que oprimen y
de los que son oprimidos. Estos, a quienes cabe realmente luchar por su
liberación junto con los que con ellos verdaderamente se solidarizan, necesitan
ganar la conciencia critica de la opresión, en la praxis de esta búsqueda.
Este es uno de los problemas más graves que se oponen a la liberación. Es
que la realidad opresora, al constituirse casi como un mecanismo de absorción
de los que en ella se encuentran, funciona como una fuerza de inmersión de
las conciencias. (10)
En este sentido, esta realidad, en sí misma, es funcionalmente
domesticadora. Liberarse de su fuerza exige, indiscutiblemente, la emersión de
ella, la vuelta sobre ella. Es por esto por lo que sólo es posible hacerlo a través
de la praxis auténtica; que no es ni activismo ni verbalismo sino acción y
reflexión.
“Hay que hacer la opresión real todavía más opresiva, añadiendo a aquélla
la conciencia de la opresión, haciendo la infamia todavía más infamante, al
pregonarla.” (11)
Este hacer “la opresión real aún más opresora, acrecentándole la
conciencia de la opresión”, a que Marx se refiere, corresponde a la relación
dialéctica subjetividad-objetividad. Sólo en su solidaridad, en que lo subjetivo
constituye con lo objetivo una unidad dialéctica, es posible la praxis auténtica.
Praxis que es reflexión y acción de los hombres sobre el mundo para
transformarlo. Sin ella es imposible la superación de la contradicción opresoroprimido.
De este modo, la superación de ésta exige la inserción crítica de los
oprimidos en la realidad opresora con la cual objetivándola actúen
simultáneamente sobre ella.
Es por esto por lo que inserción crítica y acción ya son la misma cosa. Es
por esto también por lo que el mero reconocimiento de una realidad que no
conduzca a esta inserción crítica —la cual ya es acción— no conduce a
ninguna transformación de la realidad objetiva, precisamente porque no es
reconocimiento verdadero.
Este es el caso de un “reconocimiento” de carácter puramente subjetivista,
que es ante todo el resultado de la arbitrariedad del subjetivista, el cual,
huyendo de la realidad objetiva, crea una falsa realidad en si mismo. Y no es
posible transformar la realidad concreta en la realidad imaginaria.
Es lo que ocurre, igualmente, cuando la modificación de la realidad
objetiva hiere los intereses individuales o de clase de quien hace el
reconocimiento.
En el primer caso, no se verifica inserción crítica en la realidad, ya que
ésta es ficticia, y tampoco en el segundo, ya que la inserción contradiría los
intereses de clase del reconocedor.
La tendencia de éste es, entonces, comportarse “neuróticamente”. El
hecho existe, mas cuanto de él resulte puede serle adverso.
De ahí que sea necesario, en una indiscutible “racionalización”, no
necesariamente negarlo sino visualizarlo en forma diferente. La
“racionalización”, como un mecanismo de defensa, termina por identificarse
con el subjetivismo.
Al no negar el hecho, sino distorsionar sus verdades, la racionalización
“quita” las bases objetivas del mismo. El hecho deja de ser él concretamente, y
pasa a ser un mito creado para la defensa de la clase de quien hace el
reconocimiento, que así se torna un reconocimiento falso. Así, una vez más, es
imposible la “inserción crítica”. Ésta sólo se hace posible en la dialecticidad
objetividad-subjetividad.
He aquí una de las razones de la prohibición, de las dificultades —como
veremos en el último capitulo de este ensayo— para que las masas populares
lleguen a insertarse críticamente en la realidad.
Es que el opresor sabe muy bien que esta “inserción crítica” de las masas
oprimidas, en la realidad opresora, en nada puede interesarle. Lo que sí le
interesa es la permanencia de ellas en su estado de inmersión, en el cual, de
modo general, se encuentran impotentes frente a la realidad opresora, como
situación limite que aparece como intransponible.
Es interesante observar la advertencia que hace Lukács (12), al partido
revolucionario sobre que “…debe, para emplear las palabras de Marx, explicar
a las masas su propia acción, no sólo con el fin de asegurar la continuidad de
las experiencias revolucionarias del proletariado, sino también de activar
conscientemente el desarrollo posterior de estas experiencias”.
Al afirmar esta necesidad, Lukács indudablemente plantea la cuestión de
la “inserción crítica” a que nos referíamos.
“Explicar a las masas su propia acción” es aclarar e iluminar la acción,
por un lado, en lo que se refiere a su relación con los datos objetivos que le
provocan y, por otro, en lo que dice respecto a las finalidades de la propia
acción.
Cuanto más descubren, las masas populares, la realidad objetiva y
desafiadora sobre la cual debe incidir su acción transformadora, tanto más se
“insertan” en ella críticamente.
De este modo, estarán activando “conscientemente el desarrollo posterior”
de sus experiencias.
En un pensar dialéctico, acción y mundo, mundo y acción se encuentran
en una íntima relación de solidaridad. Aún más, la acción sólo es humana
cuando, más que un mero hacer, es un quehacer, vale decir, cuando no se
dicotomiza de la reflexión. Esta última, necesaria a la acción, está implícita en
la exigencia que plantea Lukács sobre la “explicación a las masas de su propia
acción, como se encuentra implícita también en la finalidad que él da a esa
explicación —la de “activar conscientemente el desarrollo posterior de la
experiencia”.
Para nosotros, sin embargo, el problema no radica solamente en explicar a
las masas sino en dialogar con ellas sobre su acción. De cualquier forma, el
deber que Lukács reconoce al partido revolucionario de “explicar a las masas
su acción” coincide con la exigencia que planteamos sobre la inserción crítica
de las masas en su realidad, a través de la praxis, por el hecho de que ninguna
realidad se transforma a sí misma.(13)
La pedagogía del oprimido que, en el fondo, es la pedagogía de los
hombres que se empeñan en la lucha por su liberación, tiene sus raíces allí. Y
debe tener, en los propios oprimidos que se saben o empiezan a conocerse
críticamente como oprimidos, uno de sus sujetos.
Ninguna pedagogía realmente liberadora puede mantenerse distante de los
oprimidos, vale decir, hacer de ellos seres desdichados, objetos de un
tratamiento humanitarista, para intentar, a través de ejemplos sacados de
entre los opresores, la elaboración de modelos para su “promoción”. Los
oprimidos han de ser el ejemplo de sí mismos, en la lucha por su redención.
La pedagogía del oprimido, que busca la restauración de la
intersubjetividad, aparece como la pedagogía del hombre. Sólo ella, animada
por una auténtica generosidad, humanista y no “humanitarista”, puede
alcanzar este objetivo. Por el contrario, la pedagogía que, partiendo de los
intereses egoístas de los opresores, egoísmo camuflado de falsa generosidad,
hace de los oprimidos objeto de su humanitarismo, mantiene y encarna la
propia opresión. Es el instrumento de la deshumanización.
Esta es la razón por la cual, como ya afirmamos con anterioridad, esta
pedagogía no puede ser elaborada ni practicada por los opresores.
Sería una contradicción si los opresores no sólo defendiesen sino
practicasen una educación liberadora.
Sin embargo, si la práctica de esta educación implica el poder político y si
los oprimidos no lo tienen, ¿cómo realizar, entonces, la pedagogía del oprimido
antes de la revolución?
Esta es, sin duda, una indagación altamente importante, cuya respuesta
parece encontrarse relativamente clara en el último capítulo de este ensayo.
Aunque no queremos anticiparnos a él, podemos afirmar que un primer
aspecto de esta indagación radica en la distinción que debe hacerse entre la
educación sistemática, que sólo puede transformarse con el poder, y los
trabajos educativos que deben ser realizados con los oprimidos, en el proceso
de su organización.
La pedagogía del oprimido, como pedagogía humanista y liberadora,
tendrá, pues, dos momentos distintos aunque interrelacionados. El primero, en
el cual los oprimidos van descubriendo el mundo de la opresión y se van
comprometiendo, en la praxis, con su transformación y, el segundo, en que
una vez transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del
oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente
liberación.
En cualquiera de estos momentos, será siempre la acción profunda a
través de la cual se enfrentará, culturalmente, la cultura de la dominación. (14)”
En el primer momento, mediante el cambio de percepción del mundo opresor
por parte de los oprimidos y, en el segundo, por la expulsión de los mitos
creados y desarrollados en la estructura opresora, que se mantienen como
aspectos míticos, en la nueva estructura que surge de la transformación
revolucionaria.
En el primer momento, el de la pedagogía del oprimido, objeto de análisis
de este capítulo, nos enfrentamos al problema de la conciencia oprimida como
al de la conciencia opresora —el de los hombres opresores y de los hombres
oprimidos en una situación concreta de opresión. Frente al problema de su
comportamiento, de su visión del mundo, de su ética. Frente a la dualidad de
los oprimidos. Y debemos encararlos así, como seres duales, contradictorios,
divididos. La situación de opresión, de violencia en que éstos se “conforman”,
en la cual “realiza,” su existencia, los constituye en esta dualidad.
Toda situación en que, en las relaciones objetivas entre A y B, A explote a
B, A obstaculice a B en su búsqueda de afirmación como persona, como sujeto,
es opresora. Tal situación, al implicar la obstrucción de esta búsqueda es, en si
misma, violenta. Es una violencia al margen de que muchas veces aparece
azucarada por la falsa generosidad a que nos referíamos con anterioridad, ya
que hiere la vocación ontológica e histórica de los hombres: la de ser más.
Una vez establecida la relación opresora, está instaurada la violencia. De
ahí que ésta, en la historia, jamás haya sido iniciada por los oprimidos. ¿Cómo
podrían lar oprimidos iniciar la violencia, si ellos son el resultado de una
violencia? ¿Cómo podrían ser los promotores de algo que al instaurarse
objetivamente los constituye?
No existirían oprimidos si no existiera una relación de violencia que los
conforme como violentados, en una situación objetiva de opresión.
Son los que oprimen, quienes instauran la violencia; aquellos que
explotan, los que no reconocen en los otros y no los oprimidos, los explotados,
los que no son reconocidos como otro por quienes los oprimen.
Quienes instauran el terror no son los débiles, no son aquellos que a él se
encuentran sometidos sino los violentos, quienes, con su poder, crean la
situación concreta en la que se generan los “abandonados de la vida”, los
desharrapados del mundo.
Quien instaura la tiranía no son los tiranizados, sino los tiranos.
Quien instaura el odio no son los odiados sino los que odian primero.
Quien instaura la negación de los hombres no son aquellos que fueron
despojados de su humanidad sino aquellos que se la negaron, negando
también la suya.
Quien instaura la fuerza no son los que enflaquecieron bajo la robustez de
los fuertes sino los fuertes que los debilitaron.
Sin embargo, para los opresores, en la hipocresía de su falsa
“generosidad”, son siempre los oprimidos —a los que, obviamente, jamás
dominan como tales sino, conforme se sitúen, interna o externamente,
denominan “esa gente” o “esa masa ciega y envidiosa”, o “salvajes”, o “nativos”
o “subversivos”—, son siempre los oprimidos, los que desaman. Son siempre
ellos los “violentos”, los “bárbaros”, los “malvados”, los “feroces”, cuando
reaccionan contra la violencia de los opresores.
En verdad, por paradójico que pueda parecer, es en la respuesta de los
oprimidos a la violencia de los opresores donde encontraremos el gesto de
amor.
Consciente o inconscientemente el acto de rebelión de los oprimidos, que
siempre es tan o casi tan violento cuanto la violencia que los genera, este acto
de los oprimidos si puede instaurar el amor.
Mientras la violencia de los opresores hace de los oprimidos hombres a
quienes se les prohíbe ser, la respuesta de éstos a la violencia de aquéllos se
encuentra infundida del anhelo de búsqueda del derecho de ser.
Los opresores, violentando y prohibiendo que los otros sean, no pueden a
su vez ser; los oprimidos, luchando por ser, al retirarles el poder de oprimir y
de aplastar, les restauran la humanidad que hablan perdido en el uso de la
opresión.
Es por esto por lo que sólo los oprimidos, liberándose, pueden liberar a los
opresores. Éstos, en tanto clase que oprime, no pueden liberar, ni liberarse.
Lo importante, por esto mismo, es que la lucha de los oprimidos se haga
para superar la contradicción en que se encuentran; que esta superación sea el
surgimiento del hombre nuevo, no ya opresor, no ya oprimido sino hombre
liberándose. Precisamente porque si su lucha se da en el sentido de hacerse
hombres, hombres que estaban siendo despojados de su capacidad de ser, no
lo conseguirán si sólo invierten los términos de la contradicción. Esto es, si
sólo cambian de lugar los polos de la contradicción.
Esta afirmación, que puede parecer ingenua, en realidad no lo es.
Reconocemos que, en la superación de la contradicción opresoresoprimidos,
que sólo puede ser intentada y realizada por éstos, está implícita la
desaparición de los primeros, en tanto clase que oprime. Los frenos que los
antiguos oprimidos deben imponer a los antiguos opresores para que no
vuelvan a oprimir no significan la inversión de la opresión. La opresión, sólo
existe cuando se constituye como un acto prohibitivo al ser más de los
hombres. Por esta razón, estos frenos, que son necesarios, no significan, en sí
mismos el que los oprimidos de ayer se encuentren transformados en los
opresores de hoy.
Los oprimidos de ayer, que detienen a los antiguos opresores en su ansia
de oprimir, estarán generando con su acto libertad, en la medida en que, con
él, evitan la vuelta del régimen opresor. Un acto que prohíbe la restauración de
este régimen no puede ser comparado con el que lo crea o lo mantiene; no
puede ser comparado con aquel a través del cual algunos hombres niegan a las
mayorías el derecho de ser.
Por otra parte, en el momento en que el nuevo poder se plasma como
“burocracia” (15) dominadora se pierde la dimensión humanista de la lucha y ya
no puede hablarse de liberación.
De ahí la afirmación anterior, de que la superación auténtica de la
contradicción opresores-oprimidos no está en el mero cambio de lugares, ni en
el paso de un polo a otro. Más aún: no radica en el hecho de que los oprimidos
de hoy, en nombre de la liberación, pasen a ser los nuevos opresores.
Lo que ocurre, sin embargo, aun cuando la superación de la contradicción
se haga en términos auténticos, con la instalación de una nueva situación
concreta, de una nueva realidad instaurada por los oprimidos que se liberan,
es que los opresores de ayer no se reconocen en proceso de liberación. Por el
contrario, se sentirán como si realmente estuviesen siendo oprimidos. Es que
para ellos, “formados” en la experiencia de los opresores, todo lo que no sea su
derecho antiguo de oprimir, significa la opresión.
Se sentirán en la nueva situación como oprimidos, ya que si antes podían
comer, vestirse, calzarse, educarse. pasear, escuchar a Beethoven, mientras
millones no comían, no se calzaban, no se vestían, no estudiaban ni tampoco
paseaban, y mucho menos podían escuchar a Beethoven, cualquier restricción
a todo esto, en nombre del derecho de todos, les parece una profunda violencia
a su derecho de vivir. Derecho que, en la situación anterior, no respetaban en
los millones de personas que sufrían y morían de hambre, de dolor, de tristeza,
de desesperanza.
Es que, para los opresores, la persona humana son sólo ellos. Los otros
son “objetos, cosas”. Para ellos, solamente hay un derecho, su derecho a vivir
en paz, frente al derecho de sobrevivir que tal vez ni siquiera reconocen, sino
solamente admiten a los oprimidos. Y esto, porque, en última instancia, es
preciso que los oprimidos existan para que ellos existan y sean “generosos”.
Esta manera de proceder así, este modo de comprender al mundo y los
hombres (que necesariamente los lleva a reaccionar contra la instalación de un
poder nuevo) se explica, como ya señalamos, en la experiencia en que se
constituyen como clase dominadora.
Ciertamente, una vez instaurada una situación de violencia, de opresión,
ella genera toda una forma de ser y de comportarse de los que se encuentran
envueltos en ella. En los opresores y en los oprimidos. En unos y en otros, ya
que, concretamente empapados en esta situación, reflejan la opresión que los marca.
En el análisis de la situación concreta, existencial, de la opresión, no
podemos dejar de sorprender su nacimiento en un acto de violencia que es,
instaurado, repetimos, por aquellos que tienen en sus manos el poder.
Esta violencia, entendida como un proceso, pasa de una generación de
opresores a otra, y ésta se va haciendo heredera de ella y formándose en su
clima general. Clima que crea en el opresor una conciencia fuertemente
posesiva. Posesiva del mundo y de los hombres. La conciencia opresora no se
puede entender, así, al margen de esta posesión, directa, concreta y material
del mundo y de los hombres. De ella, considerada como una conciencia
necrófila, Fromm diría que, sin esta posesión, “perdería el contacto con el
mundo”.(16)
De ahí que la conciencia opresora tienda a transformar en objeto de su
dominio todo aquello que le es cercano. La tierra, los bienes, la producción, la
creación de los hombres, los hombres mismos, el tiempo en que se encuentran
los hombres, todo se reduce a objetos de su dominio.
En esta ansia irrefrenable de posesión, desarrollan en sí la convicción de
que les es posible reducir todo a su poder de compra. De ahí su concepción
estrictamente materialista de la existencia. El dinero es, para ellos, la medida
de todas las cosas. Y el lucro, su objetivo principal.
Es por esto por lo que, para los opresores, el valor máximo radica en el
tener más y cada vez más, a costa, inclusive del hecho del tener menos o
simplemente no tener nada de los oprimidos. Ser, para ellos, es equivalente a
tener y tener como clase poseedora.
En la situación opresora en que se encuentran, como usufructuarios, no
pueden percibir que si tener es condición para ser, ésta es una condición
necesaria a todos los hombres. No pueden percibir que, en la búsqueda egoísta
del tener como clase que tiene, se ahogan en la posesión y ya no son. Ya no
pueden ser.
Por esto mismo, como ya señalamos, su generosidad es falsa.
Por estas razones, para ellos, la humanización es una “cosa” que poseen
como derecho exclusivo, como atributo heredado. La humanización les
pertenece. La de los otros, aquella de sus contrarios, aparece como subversión.
Humanizar es, naturalmente, subvertir y no ser más, para la conciencia
opresora.
Tener más, en la exclusividad, ya no es un privilegio deshumanizante e
inauténtico de los demás y de si mismos, sino un derecho inalienable. Derecho
que conquistaron con su esfuerzo, con el coraje de correr riesgos… Si los otros
—esos envidiosos— no tienen, es porque son incapaces y perezosos, a lo que se
agrega, todavía, un mal agradecimiento injustificable frente a sus “gestos de
generosidad”. Y dado que los oprimidos son “malagradecidos y envidiosos”, son
siempre vistos como enemigos potenciales a quienes se debe observar y vigilar.
No podría dejar de ser así. Si la humanización de los oprimidos es
subversión, también lo es su libertad. De ahí la necesidad de controlarlos
constantemente. Y cuanto más se los controle más se los transforma en
“objetos”, en algo que aparece como esencialmente inanimado.
Esta tendencia de la conciencia opresora a inanimar todo y a todos, que
tiene su base en el anhelo de posesión, se identifica, indiscutiblemente, con la
tendencia sádica. “El placer del dominio completo sobre otra persona (o sobre
una criatura animada), señala Fromm, es la esencia misma del impulso sádico.
Otra manera de formular la misma idea es decir que el fin del sadismo es
convertir un hombre en cosa, algo animado en algo inanimada ya que mediante
el control completo y absoluto el vivir pierde una cualidad esencial de la vida:
la libertad.” (17)
El sadismo aparece, así como una de las características de la conciencia
opresora, en su visión necrófila del mundo. Es por esto por lo que su amor es
un amor a la inversa; un amor a la muerte y no a la vida.
En la medida en que para dominar se esfuerza por detener la ansiedad de
la búsqueda, la inquietud, el poder de creación que caracteriza la vida, la
conciencia opresora mata la vida.
De ahí que los opresores se vayan apropiando, también cada vez más, de
la ciencia como instrumento para sus finalidades. De la tecnología como fuerza
indiscutible de mantenimiento del “orden” opresor, con el cual manipulan y
aplastan. (18)
Los oprimidos, como objetos, como “cosas”, carecen de finalidades. Sus
finalidades son aquellas que les prescriben los opresores.
Frente a todo esto, surge ante nosotros un problema de innegable
importancia que debe ser observado en el conjunto de estas consideraciones,
cual es el de la adhesión y el consecuente paso que realizan los representantes
del polo opresor al polo de los oprimidos. De su adhesión a la lucha de éstos
por su liberación.
A ellos les cabe, como siempre les ha cabido en la historia de esta lucha,
un papel fundamental.
Sucede, sin embargo, que al pasar del polo de los explotadores, en la que
estaban como herederos de la explotación o como espectadores indiferentes de
la misma —lo que significaba su convivencia con la explotación—, al polo de los
explotados, casi siempre llevan consigo, condicionados por la “cultura del
silencio”, la huella de su origen. Sus prejuicios. Sus deformaciones, y, entre
ellas, la desconfianza en el pueblo. Desconfianza en que el pueblo sea capaz de
pensar correctamente. Sea capaz de querer. De saber.
De este modo, están siempre corriendo el riesgo de caer en otro tipo de
generosidad tan funesto como aquel que criticamos en los dominadores.
Si esta generosidad no se nutre, como en el caso de los opresores, del
orden injusto que es necesario mantener para justificar su existencia; si
realmente quieren transformarla, creen, por su deformación, que deben ser
ellos los realizadores de la transformación.
Se comportan, así, como quien no cree en el pueblo, aunque a él hablen. Y
creer en el pueblo es la condición previa, indispensable, a todo cambio
revolucionario. Un revolucionario se reconoce más por su creencia en el pueblo
que lo compromete que por mil acciones llevadas a cabo sin él.
Es indispensable que, aquellos que se comprometen auténticamente con
el pueblo, revisen constantemente su acción. Esa adhesión es de tal forma
radical que no permite comportamientos ambiguos de quien la asume.
Verificar esta adhesión y considerarse propietario del saber revolucionario
que debe, de esta manera, ser donado o impuesto al pueblo, es mantenerse
como era con anterioridad.
Decirse comprometido con la liberación y no ser capaz de comulgar con el
pueblo, a quien continúa considerando absolutamente ignorante, es un
doloroso equivoco.
Aproximarse a él y sentir, a cada paso, en cada duda, en cada expresión,
una especie de temor, pretendiendo imponer su status, es mantener la
nostalgia de su origen.
De ahí que este paso deba tener el sentido profundo del renacer. Quienes
lo realizan deben asumir una nueva forma de estar siendo; ya no pueden
actuar como actuaban, ya no pueden permanecer como estaban siendo.
Será en su convivencia con los oprimidos, sabiéndose uno de ellos —sólo
que con un nivel diferente de percepción de la realidad— como podrán
comprender las formas de ser y de comportarse de los oprimidos, que reflejan
en diversos momentos la estructura de la dominación.
Una de éstas, a la cual ya nos referimos rápidamente, es la dualidad
existencial de los oprimidos que, “alojando” al opresor cuya “sombra”
introyectan, son ellos y al mismo tiempo son el otro. De ahí que, casi siempre,
en cuanto no llegan a localizar al opresor concretamente, así como en cuanto
no llegan a ser “conciencia para sí”, asumen actitudes fatalistas frente a la
situación concreta de opresión en que se encuentran. (19)
A veces, este fatalismo, a través de un análisis superficial, da la impresión
de docilidad, como algo propio de un supuesto carácter nacional, lo que es un
engaño. Este fatalismo, manifestado como docilidad, es producto de una
situación histórica y sociológica y no un trazo esencial de la forma de ser del pueblo.
Casi siempre este fatalismo está referido al poder del destino, del sino o
del hado —potencias inamovibles— o a una visión distorsionada de Dios.
Dentro del mundo mágico o mítico en que se encuentra la conciencia oprimida,
sobre todo la campesina, casi inmersa en la naturaleza, (20) encuentra, en el
sufrimiento, producto de la explotación de que es objeto, la voluntad de Dios,
como si Él fuese el creador de este “desorden organizado”.
Dada la inmersión en que se encuentran los oprimidos no alcanzan a ver,
claramente, el “orden” que sirve a los opresores que, en cierto modo, “viven en
ellos. “Orden” que, frustrándolos en su acción, los lleva muchas veces a ejercer
un tipo de violencia horizontal con que agreden a los propios compañeros
oprimidos por los motivos más nimios. (21) Es posible que, al actuar así, una vez
más expliciten su dualidad.
Por otro lado existe, en cierto momento de la experiencia existencial de los
oprimidos, una atracción irresistible por el opresor. Por sus patrones de vida.
Participar de estos patrones constituye una aspiración incontenible. En su
enajenación quieren, a toda costa, parecerse al opresor, imitarlo, seguirlo. Esto
se verifica, sobre todo, en los oprimidos de los estratos me-dios, cuyo anhelo es
llegar a ser iguales al “hombre ilustre” de la denominada clase “superior”.
Es interesante observar cómo Memmi,(22) en un análisis excepcional de la
“conciencia colonizada», se refiere, como colonizado, a su repulsión por el
colonizador, mezclada, sin embargo, con una “apasionada” atracción por él.
La autodesvalorización es otra característica de los oprimidos. Resulta de
la introyección que ellos hacen de la visión que de ellos tienen los opresores.(23)
De tanto oír de si mismos que son incapaces, que no saben nada, que no
pueden saber, que son enfermos, indolentes, que no producen en virtud de
todo esto, terminan por convencerse de su “incapacidad”.(24) Hablan de sí
mismos como los que no saben y del profesional como quien sabe y a quien
deben escuchar. Los criterios del saber que les son impuestos son los
convencionales.
Casi nunca se perciben conociendo, en las relaciones que establecen con
el mundo y con los otros hombres, aunque sea un conocimiento al nivel de la
pura “doxa”.
Dentro de los marcos concretos en que se paren duales es natural que no
crean en sí mismos.(25)
No son pocos los campesinos que conocernos de nuestra experiencia
educativa que, después de algunos momentos de discusión viva en torno de un
tema que se les plantea como problema, se detienen de repente y dicen al
educador: “Disculpe, nosotros deberíamos estar callados y usted, señor,
hablando. Usted es el que sabe, nosotros los que no sabemos”.
Muchas veces insisten en que no existe diferencia alguna entre ellos y el
animal y, cuando reconocen alguna, ésta es ventajosa para el animal. “Es más
libre que nosotros”, dicen.
Por otro lado, es impresionante observar cómo, con las primeras
alteraciones de una situación opresora, se verifica una transformación en esta
auto-desvalorización. Cierta vez, escuchamos decir a un líder campesino, en
reunión de una de las unidades de producción —un “asentamiento” de la
experiencia chilena de reforma agraria—: “Nos decían que no producíamos
porque éramos ‘borrachos’, perezosos. Todo mentira. Ahora, que somos
respetados como hombres, vamos a demostrar a todos que nunca fuimos,
‘borrachos’, ni perezosos. Éramos explotados, eso si”, concluyó enfáticamente.
En tanto se mantiene nítida su ambigüedad, los oprimidos difícilmente
luchan y ni siquiera confían en si mismos, Tienen una creencia difusa, mágica,
en la invulnerabilidad del opresor.(26) En su poder, del cual siempre da
testimonio. En el campo, sobre todo, se observa la buena mágica del poder del
señor.(27)
Es necesario que empiecen a ver ejemplos de la vulnerabilidad del opresor
para que se vaya operando en sí mismos la convicción opuesta a la anterior,
Mientras esto no se verifique, continuarán abatidos, miedosos, aplastados.(28)
Hasta el momento en que los oprimidos no toman conciencia de las
razones de su estado de opresión, “aceptan” fatalistamente su explotación. Más
aún, probablemente asuman posiciones pasivas, alejadas en relación a la
necesidad de su propia lucha por la conquista de la libertad y de su afirmación
en el mundo.
Poco a poco, la tendencia es la de asumir formas de acción rebelde. En un
quehacer liberador, no se puede perder de vista esta forma de ser de los
oprimidos, ni olvidar este momento de despertar.
Dentro de esta visón inauténtica de sí y del mundo los oprimidos se
sienten como si fueran un “objeto” poseído por el opresor. En tanto para éste,
en su afán de poseer, como ya afirmarnos, ser es tener casi siempre a costa de
los que no tienen, para los oprimidos, en un momento de su experiencia
existencial, ser ni siquiera es parecerse al opresor, sino estar bajo él. Equivale a
depender. De ahí que los campesinos sean dependientes emocionales.(29)
Es este carácter de dependencia emocional y total de los oprimidos el que
puede llevarlos a las manifestaciones que Fromm denomina necrófilas. De
destrucción de la vida. De la suya o la del otro, también oprimido.
Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se
comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en si
mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor. Este
descubrimiento, sin embargo, no puede ser hecho a un nivel meramente
intelectual, que debe estar asociado a un intento serio de reflexión, a fin de que
sea praxis. El diálogo crítico y liberador, dado que supone la acción, debe
llevarse a cabo con los oprimidos, cualquiera sea el grado en que se encuentra
la lucha por su liberación. Diálogo que no debe realizarse a escondidas para
evitar la furia y una mayor represión del opresor.
Lo que puede y debe variar, en función de las condiciones históricas, en
función del nivel de percepción de la realidad que tengan los oprimidos, es el
contenido del diálogo. Sustituirlo por el antidiálogo, por la esloganización, por
la verticalidad, por los comunicados es pretender la liberación de los oprimidos
con instrumentos de la “domesticación”. Pretender la liberación de ellos sin su
reflexión en el acto de esta liberación es transformarlos en objetos que se deben
salvar de un incendio. Es hacerlos caer en el engaño populista y transformarlos
en masa maniobrable.
En los momentos en que asumen su liberación, los oprimidos necesitan
reconocerse como hombres, en su vocación ontológica e histórica de ser más.
La acción y reflexión se imponen cuando no se pretende caer en el error de
dicotomizar el contenido de la forma histórica de ser del hombre.
Al defender el esfuerzo permanente de reflexión de los oprimidos sobre sus
condiciones concretas, no estamos pretendiendo llevar a cabo un juego a nivel
meramente intelectual. Por el contrario estamos convencidos de que la
reflexión, si es verdadera reflexión, conduce a la práctica.
Por otro lado, si el momento es ya de la acción, ésta se hará praxis
auténtica si el saber que de ella resulte se hace objeto de reflexión crítica. Es
en este sentido que la praxis constituye la razón nueva de la conciencia
oprimida y la revolución, que instaura el momento histórico de esta razón, no
puede hacerse viable al margen de los niveles de la conciencia oprimida.
De no ser así, la acción se vuelve mero activismo.
De este modo, ni es un juego diletante de palabras huecas, un
“rompecabezas” intelectual que por no ser reflexión verdadera no conduce a la
acción, ni es tampoco acción por la acción, sino ambas. Acción y reflexión
entendidas como una unidad que no debe ser dicotomizada.
Sin embargo, para esto es preciso que creamos en los hombres oprimidos.
Que los veamos como hombres de pensar correctamente.
Si esta creencia nos falla, es porque abandonamos o no tenemos la idea
del diálogo, de la reflexión, de la comunicación y porque caemos en los
marbetes, en los comunicados, en los depósitos, en el dirigismo. Ésta es una de
las amenazas contenidas en las adhesiones inauténticas a la causa de la
liberación de los hombres.
La acción política junto a los oprimidos, en el fondo, debe ser una acción
cultural para la libertad, y por ello mismo, una acción con ellos. Su
dependencia emocional, fruto de la situación concreta de dominación en que se
encuentran y que, a la vez, genera su visión inauténtica del mundo, no puede
ser aprovechada a menos que lo sea por el opresor. Es éste quien utiliza la
dependencia para crear una dependencia cada vez mayor.
Por el contrario, la acción liberadora, reconociendo esta dependencia de
los oprimidos como punto vulnerable, debe intentar, a través de la reflexión y
de la acción, transformarla en independencia. Sin embargo, ésta no es la
donación que les haga el liderazgo por más bien intencionado que sea. No
podemos olvidar que la liberación de los oprimidos es la liberación de hombres
y no de “objetos”. Por esto, si no es autoliberación —nadie se libera solo—
tampoco es liberación de unos hecha por otros. Dado que éste es un fenómeno
humano no se puede realizar con los “hombres por la mitad”, (30) ya que cuando
lo in-tentamos sólo logramos su deformación. Así, estando ya deformados, en
tanto oprimidos, no se puede en la acción por su liberación utilizar el mismo
procedimiento empleado para su deformación.
Por esto mismo, el camino para la realización de un trabajo liberador
ejecutado por el liderazgo revolucionario no es la “propaganda liberadora”. Este
no radica en el mero acto de depositar la creencia de la libertad en los
oprimidos, pensando conquistar así su confianza, sino en el hecho de dialogar
con ellos.
Es preciso convencerse de que el convencimiento de los oprimidos sobre el
deber de luchar por su liberación no es una donación hecha por el liderazgo
revolucionario sino resultado de su concienciación.
Es necesario que el liderazgo revolucionario descubra esta obviedad: que
su convencimiento sobre la necesidad de luchar, que constituye una dimensión
indispensable del saber revolucionario, en caso de ser auténtico no le fue
donado por nadie. Alcanza este conocimiento, que no es algo estático o
susceptible de ser transformado en contenidos que depositar en los otros, por
un acto total, de reflexión y de acción.
Fue su inserción lúcida en la realidad, en la situación histórica, la que lo
condujo a la crítica de esta misma situación y al ímpetu por transformarla.
Así también, es necesario que los oprimidos, que no se comprometen en la
lucha sin estar convencidos, y al no comprometerse eliminan las condiciones
básicas a ella, lleguen a este convencimiento como sujetos y no como objetos.
Es necesario también que se inserten críticamente en la situación en que se
encuentran y por la cual están marcados. Y esto no lo hace la propaganda.
Este convencimiento, sin el cual no es posible la lucha, es indispensable para
el liderazgo revolucionario que se constituye a partir de él, y lo es también para
los oprimidos. A menos que se pretenda realizar una transformación para ellos
y no con ellos —única forma en que nos parece verdadera esta
transformación. (31)
Al hacer estas consideraciones no intentamos sino defender el carácter
eminentemente pedagógico de la revolución.
Si los líderes revolucionarios de todos los tiempos afirman la necesidad del
convencimiento de las masas oprimidas para que acepten la lucha por la
liberación —lo que por otra parte es obvio— reconocen implícitamente el
sentido pedagógico de esta lucha. Sin embargo, muchos, quizá por prejuicios
naturales y explicables contra la pedagogía, acaban usando, en su acción,
métodos que son empleados en la “educación” que sirve al opresor. Niegan la
acción pedagógica en el proceso liberador, mas usan la propaganda para
convencer…
Desde los comienzos de la lucha por la liberación, por la superación de la
contradicción opresor-oprimidos, es necesario que éstos se vayan convenciendo
que esta lucha exige de ellos, a partir del momento en que la aceptan, su total
responsabilidad. Lucha que no se justifica sólo por el hecho de que pasen a
tener libertad para comer, sino “libertad para crear y construir, para admirar y
aventurarse. Tal libertad requiere que el individuo sea activo y responsable, no
un esclavo ni una pieza bien alimentada de la máquina. No basta que los
hombres sean esclavos, si las condiciones sociales fomentan la existencia de
autómatas, el resultado no es el amor a la vida sino el amor a la muerte”. (32)
Los oprimidos que se “forman” en el amor a la muerte, que caracteriza el
clima de la opresión, deben encontrar en su lucha el camino del amor a la vida
que no radica sólo en el hecho de comer más, aunque también lo implique y de
él no pueda prescindirse.
Los oprimidos deben luchar como hombres que son y no como “objetos”.
Es precisamente porque han sido reducidos al estado de “objetos”, en la
relación de opresión, que se encuentran destruidos. Para reconstruirse es
importante que sobrepasen el estado de “objetos”. No pueden comparecer a la
lucha como “cosas” para transformarse después en hombres. Esta exigencia es
radical. El pasar de este estado, en el que se destruyen, al estado de hombres,
en el que se reconstruyen, no se realiza a posteriori. La lucha por esta
reconstrucción se inicia con su autorreconocimiento como hombres destruidos.
La propaganda, el dirigismo, la manipulación, como armas de la
dominación, no pueden ser instrumentos para esta reconstrucción. (33)
No existe otro camino sino el de la práctica de una pedagogía liberadora,
en que el liderazgo revolucionario, en vez de sobreponerse a los oprimidos y
continuar manteniéndolos en el estado de “cosas”, establece con ellos una
relación permanentemente dialógica.
Práctica pedagógica en que el método deja de ser, como señalamos en
nuestro trabajo anterior, instrumento del educador (en el caso, el liderazgo
revolucionario) con el cual manipula a los educandos (en el caso, los oprimidos)
porque se transforman en la propia conciencia.
“En verdad —señala el profesor Alvaro Vieira Pinto—, el método es la
forma exterior y materializada en actos, que asume la propiedad fundamental
de la conciencia: la de su intencionalidad. Lo propio de la conciencia es estar
con el mundo y este procedimiento es permanente e irrecusable. Por lo tanto, la
conciencia en su esencia es un ‘camino para’, algo que no es ella, que está
fuera de ella, que la circunda y que ella aprehende por su capacidad ideativa.
Por definición, continúa el profesor brasileño, la conciencia es, pues, método
entendido éste en si sentido de máxima generalidad. Tal es la raíz del método,
así como tal es la esencia de la conciencia que sólo existe en tanto facultad
abstracta y metódica.” (34)
Dada su calidad de tal, la educación practicada por el liderazgo
revolucionario se hace co-intencionalidad.
Educadores y educandos, liderazgo y masas, co-intencionados hacia la
realidad, se encuentran en una tarea en que ambos son sujetos en el acto, no
sólo de descubrirla y así conocerla críticamente, sino también en el acto de
recrear este conocimiento.
AI alcanzar este conocimiento de la realidad, a través de la acción y
reflexión en común, se descubren siendo sus verdaderos creadores y recreadores.
De este modo, la presencia de los oprimidos en la búsqueda de su
liberación, más que seudoparticipación, es lo que debe realmente ser:
compromiso.
Volver al índice principal de ¨Obras de Paulo Freire: PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO (1970)¨
Notas:
4- Paz e Terra, Rio. 1967: Tierra Nueva. Montevideo, 1967; Siglo XXI Editores, 1971.
5- Los movimiento, de rebelión, en el mundo actual, sobre todo aquellos de los jóvenes, que
revelan necesariamente peculiaridades de los espacios donde se dan, manifiestan en
profundidad esta preocupación en torno del hombre y de los hombres como seres en el mundo
y con el mundo. En torno de qué y cómo están siendo. Al poner en tela de juicio la civilización
de consumo; al denunciar las “burocracias” en todos sus matices; al exigir la transformación
de las universidades de lo que resulta, por un lado, la desaparición de la rigidez en las
relaciones profesor-alumno y, por otro, la inserción de éstas en la realidad; al proponer la
transformación de la realidad misma para que las universidades puedan renovarse; al rechazar
viejas órdenes e instituciones establecidas, buscando la afirmación de los hombres como
sujetos de decisión, todos estos movimientos reflejan el sentido más antropológico que
antropocéntrico de nuestro época.
6- En verdad, si admitiéramos que la deshumanización es vocación histórica de los hombres,
nada nos quedaría por hacer sino adoptar una actitud cínica o de total desespero. La lucha por
la liberación, por el trabajo libre, por la desalienación, por la afirmación de los hombres como
personas, como “seres para sí” no tendrían significación alguna. Ésta solamente es posible
porque la deshumanización, aunque sea un limbo concreto en la historia, no es, sin embargo,
un destino dado, sino resultado de un orden injusto que genera la violencia de los opresores y
consecuentemente el ser menos.
7- Este miedo a la libertad también se instaura en los opresores, pero, como es obvio, de manera
diferente. En los oprimidos el miedo a la libertad es el miedo de asumirla. En los opresores, es el miedo de perder la “libertad” de oprimir.
8- Discutiendo las relaciones entre la conciencia independiente y la servil. dice Hegel: “la verdad
de la conciencia independiente es por lo tanto la conciencia servil”: La fenomenología del
espíritu, FCE, p. 119.
9- … “Una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia
dependiente cuya esencia es la vida o el ser para otro. La primera es el señor, la segunda el
siervo”: Hegel, op. cit., p. 112.
10- “La acción liberadora implica un momento necesariamente consciente y volitivo,
configurándose como la prolongación e inserción continuada de éste en la historia. La acción
dominadora, entretanto, no supone esta dimensión con la misma necesariedad, pues la propia
funcionalidad mecánica e inconsciente de la estructura es mantenedora de sí misma y, por lo
tanto, de la dominación.” De un trabajo inédito de José Luis Fiori, a quien el autor agradece la
posibilidad de cita.
11- Marx-Engels, La sagrada familia y otros escritos, Grijalbo Editor. México, 1962, p. 6. El
subrayado es del autor.
12- Georg Lukács, Lénine, en Études et Documentation Internatiolaes, Paris, 1965, p. 62.
13- “La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la
educación, y de que, por lo tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias
distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias se hacen cambiar
precisamente por los hombres y que el propio educador necesita ser educado.” Marx, Tercera
tesis sobre Feuerbach, en Marx-Engels, Obras escogidas, Editorial Progreso. Moscú, 1966, t. II,
p. 404.
14- Nos parece que éste es el aspecto fundamental de la “revolución cultural”.
15- Este plasmarse no debe confundirse con los frenos anteriormente mencionados, y que deben
ser impuestos a los antiguos opresores a fin de evitar la restauración del orden dominador. Es
de naturaleza distinta. Implica la revolución que, estancándose, se vuelve contra el pueblo,
utilizando el mismo aparato burocrático represivo del Estado, que debía haber sido
radicalmente suprimido, como tantas veces recalcó Marx.
16- Erich Fromm, El corazón del hombre, Breviarios, Fondo de Cultura Económica, México.
1967. p. 41.
17- Erich Fromm. op. cit. p. 80. Los subrayados son del autor.
18- A propósito de las “formas dominantes de control social”, véase Herbert Marcuse: El hombre
unidimensional y Eros y civilización, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1968 y 1965.
19- “El campesino, que es un dependiente, comienza a tener ánimo para superar su dependencia
cuando se da cuenta de ella. Antes de esto, obedece al patrón y dice casi siempre: ¿Qué puedo
hacer, si soy campesino? (Palabras de un campesino durante una entrevista con el autor.)
20- Véase Cándido Mendes, Memento dos vivos — A esquerda católica no Brasil, Tempo
Brasileiro, Río, 1966.
21- El colonizado no deja de liberarse entre las 9 de la noche y las 6 de la mañana. Esa
agresividad manifestada en sus músculos va a manifestarla el colonizado primero contra los
suyos.” Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, Fondo de Cultura, México, 1965, p. 46.
22- Albert Memmi. “How could the colonizer look after his workers while periodically gunning
down a crowd of the colonized? How could the colonized deny himself so cruelly yet make such
excessive demands? How could he hate the colonizers and yet admire them so passionately? (I
too. felt this admiration —dice Memmi— in spite of myself)”. The colonizer and the colonized,
Beacon Pew. Boston. 1967. p. x.
23- El campesino se siente inferior al patrón porque éste se le aparare como aquel que tiene el
mérito de saber dirigir” (Entrevista del autor con un campesino.)
24- Memmi, op. cit.
25- ¿Por qué no explica el señor primero los cuadros? —dijo cierta vez un campesino que
participaba de un “círculo de cultura” al educador (se refería a las codificaciones)—. Así,concluyó, nos costará menos y no nos dolerá la cabeza.
26- El campesino tiene un miedo casi instintivo al patrón”. (Entrevista con un campesino.)
27- Recientemente, en un país latinoamericano, según el testimonio que nos fue dado por un
sociólogo amigo, un grupo de campesinos, armados, se apoderó de un latifundio. Por motivos
de orden táctico se pensó en mantener al propietaro como rehén. Sin embargo, ningún
campesino consiguió custodiarlo. Su sola presencia los asustaba. Posiblemente también la
acción misma de luchar contra el patrón les provocaba sentimiento de culpa. En verdad el
patrón estaba “dentro” de ellos.
28- En este sentido, véase Régis Debray, La revolución en la revolución. Punto Final, Santiago de
Chile, 1968.
29- El campesino es un dependiente. No puede expresar sus anhelos. Sufre antes de descubrir
su dependencia. Desahoga su ‘pena’ en casa, donde grita a los hijos, pega, se desespera.
Reclama de la mujer. Encuentra todo mal. No desahoga su ‘pena’ con el patrón porque lo
considera un ser superior. En muchos casos, el campesino desahoga su ‘pena’ bebiendo.”
(Entrevista.)
30- Nos referimos a la reducción de los oprimidos a la condición de meros objetos de la acción
liberadora, en la cual ésta se realiza sobre y para ellos y no con ellos.
31- En el cap. IV volveremos a estos puntos detenidamente.
32- Erich Fromm, op. cit., pp. 54.55.
33- En el cap. IV volveremos sobre este tema en forma específica.
34- Alvaro Vieira Pinto, trabajó aún en elaboración sobre filosofía de la ciencia. Agradecemos aquí
al profesor brasileño por habernos permitido citarlo antes de la publicación de su obra.
Consideramos que el párrafo citado es de gran importancia para la comprensión de una pedagogía de la problematización, que estudiaremos en el capítulo siguiente.