Obras de S. Freud: Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), Capítulo II

Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914)

II

Desde 1902, se agruparon en derredor de mí cierto número de médicos jóvenes con el propósito expreso de aprender, ejercer y difundir el psicoanálisis. La iniciativa partió de un colega (1) que había experimentado en su persona el saludable efecto de la terapia analítica. Determinados días se hacían reuniones vespertinas en mi casa, se discutía siguiendo ciertas reglas y se buscaba una orientación en ese campo de estudios extrañamente nuevo, procurando interesar en él a otros investigadores. Cierta vez un graduado de una escuela técnica se presentó a nosotros con un manuscrito que revelaba extraordinaria penetración. Lo movimos a seguir los estudios de la escuela medía, a frecuentar la universidad y a consagrarse a las aplicaciones no médicas del psicoanálisis. La pequeña sociedad se agenció así un secretario celoso y confiable, y yo gané en Otto Rank (2) mí más fiel auxiliar y colaborador.

El pequeño círculo se amplió pronto, y en el curso de los años que siguieron cambió muchas veces de «composición. Yo tenía derecho a decirme que, en conjunto, por la riqueza y diversidad de talentos que incluía, difícilmente saliera desmerecido de una comparación con el elenco de un maestro clínico, cualquiera que fuese. Desde el comienzo se contaron entre esos hombres los que estaban destinados a desempeñar en la historia del movimiento psicoanalítico importantísimos papeles, aunque no siempre faustos. Pero en esa época no podía vislumbrarse aún este desarrollo. Yo podía estar satisfecho, y creo que lo hice todo para poner al alcance de los otros lo que sabía y había averiguado por mi experiencia. Sólo hubo dos cosas de mal presagio, que en definitiva terminaron por enajenarme interiormente a ese círculo. No logré crear entre sus miembros esa armonía amistosa que debe reinar entre hombres empeñados en una misma y difícil tarea, ni tampoco ahogar las disputas por la prioridad a que las condiciones del trabajo en común daban sobrada ocasión. Las dificultades que ofrece la instrucción en el ejercicio del psicoanálisis, particularmente grandes, y culpables de muchas de las disensiones actuales, ya se hicieron sentir en aquella Asociación Psicoanalítica de Viena, de carácter privado. Yo mismo no me atreví a exponer una técnica todavía inacabada y una teoría en continua formación con la autoridad que probablemente habría ahorrado a los demás muchos extravíos y aun desviaciones definitivas. La autonomía de los trabajadores intelectuales, su temprana independencia del maestro, siempre son satisfactorias en lo psicológico; empero, ella beneficia a la ciencia sólo cuando esos trabajadores llenan ciertas condiciones personales, harto raras. Precisamente el psicoanálisis habría exigido una prolongada y rigurosa disciplina y una educación para la autodisciplina. A causa de la valentía que denotaba el consagrarse a una materia tan mal vista y falta de perspectivas, yo me inclinaba a dejar pasar en los miembros de la Asociación muchas cosas que de lo contrario habrían sido objeto de mi repulsa. Por otra parte, el círculo no incluía sólo médicos, sino otras personas cultas que habían discernido algo importante en el psicoanálisis: escritores, artistas, etc. La interpretación de los sueños, el libro sobre el chiste y otros habían mostrado desde el comienzo que las doctrinas del psicoanálisis no podían permanecer circunscritos al ámbito médico, sino que eran susceptibles de aplicación a las más diversas ciencias del espíritu.

Desde 1907, la situación varió en contra de todas las expectativas y como de un golpe. Pudo advertirse que el psicoanálisis, calladamente, había despertado interés y hallado amigos, y hasta existían trabajadores científicos dispuestos a adherir a él. Desde antes, una carta de Bleuler (3) me había hecho saber que mis trabajos se estudiaban y aplicaban en el Burghölzli. En enero de 1907 vino a Viena por primera vez un miembro de la clínica de Zurich, el doctor Eitingon (4), y pronto siguieron otras visitas que dieron lugar a un vivo intercambio de ideas; por último, a invitación de C. G. Jung, por entonces todavía médico adjunto en el Burghölzli, se realizó un encuentro en Salzburgo a comienzos de 1908, donde se reunieron amigos del psicoanálisis de Viena, de Zurich y de otros lugares. Uno de los frutos de ese primer congreso psicoanalítico fue la fundación de una revista que empezó a publicarse en 1909 con el título de Jahrbuch für psychoanalytische und psychopathologische Forscbungen [cf. AE, 14, pág. 45], dirigida por Bleuler y Freud, y con Jung como jefe de redacción. Una estrecha comunidad de trabajo entre Viena y Zurich halló expresión en esta revista.

Repetidas veces he reconocido ya, con gratitud, los grandes méritos acreditados por la escuela psiquiátrica de Zurich en la difusión del psicoanálisis, y en particular los de Bleuler y Jung; no titubeo en volver a hacerlo hoy, bajo condiciones tan diversas. Es cierto que la adhesión de la escuela de Zurich no fue lo primero que en ese tiempo atrajo la atención del mundo científico sobre el psicoanálisis. El período de latencia había concluido, y en todas partes el psicoanálisis pasó a ser asunto de creciente interés. Pero en otros lugares este aumento del interés no tuvo al comienzo más resultado que una repulsa, teñida por la pasión casi siempre; en cambio, en Zurich el acuerdo básico dio el tono dominante de esa relación. Además, en ningún otro sitio se conjugaron una falange tan compacta de seguidores, una clínica pública que pudo ser puesta al servicio de la investigación psicoanalítica y un maestro clínico que recogió la doctrina psicoanalítica como parte integrante de la enseñanza de la psiquiatría. Por eso los de Zurich se convirtieron en el núcleo de la pequeña tropa que pugnaba por conquistar el reconocimiento para el análisis. Sólo con ellos había oportunidad de aprender el nuevo arte y de realizar trabajos dentro de él. La mayoría de mis actuales partidarios y colaboradores vinieron a mí pasando por Zurich, aun aquellos que geográficamente estaban más próximos a Viena que a Suiza. Viena tiene una posición excéntrica respecto de la Europa occidental, que alberga los grandes centros de nuestra cultura; desde hace muchos años, gravosos prejuicios empañan su fama. En Suiza, tan movediza en el plano intelectual, se daban cita exponentes de las naciones de mayor envergadura; un foco infeccioso en ese lugar no podía menos que alcanzar particular importancia para la propagación de esa epidemia psíquica, como la llamó Hoche (5), de Friburgo.

Según el testimonio de un colega que asistió a la evolución cumplida en el Burghölzli, puedo afirmar que el psicoanálisis suscitó allí interés desde muy temprano. En el escrito publicado por Jung en 1902 acerca de los fenómenos ocultos ya se encuentra una primera referencia a La interpretación de los sueños. A partir de 1903 o de 1904, me informa mi colega, el psicoanálisis ocupó el primer plano. Después que se anudaron relaciones personales entre Viena y Zurich, se creó también en el Burghölzli, a mediados de 1907, una asociación informal que en encuentros regulares discutía los problemas del psicoanálisis. En la unión que se estableció entre las escuelas de Viena y de Zurich en modo alguno fueron los suizos la parte meramente receptiva. Habían producido ya respetables trabajos científicos cuyos resultados redundaron en beneficio del psicoanálisis. El experimento de la asociación, iniciado por la escuela de Wundt, había sido interpretado por ellos en el sentido del psicoanálisis, permitiéndoles insospechadas aplicaciones. Ello hizo posible efectuar rápidas corroboraciones experimentales de testimonios psicoanalíticos y presentar demostrativamente ante los estudiantes ciertas constelaciones que el analista sólo habría podido relatar. Así quedaba echado el primer puente que llevaba de la psicología experimental al psicoanálisis.

Dentro del tratamiento psicoanalítico, el experimento de la asociación posibilita un análisis cualitativo provisional del caso, pero no presta una contribución esencial a la técnica y en verdad es prescindible en la ejecución de análisis. Más importante aún fue otro logro de la escuela de Zurich o de sus dos jefes, Bleuler y Jung. El primero demostró que en toda una serie de casos puramente psiquiátricos la explicación vendría señalada por procesos semejantes a los que con el auxilio del psicoanálisis se habían individualizado en el sueño y en las neurosis («mecanismos freudianos»). Jung [1907] aplicó con éxito el procedimiento analítico de interpretación a los fenómenos más sorprendentes y oscuros de la dementia praecox [esquizofrenia], cuya génesis en la biografía y en los intereses de vida de los enfermos pudo así sacarse a la luz. Desde entonces fue imposible que los psiquiatras siguieran ignorando al psicoanálisis. La gran obra de Bleuler sobre las esquizofrenias (1911), en que el modo de consideración psicoanalítico se ponía en un pie de igualdad con el clínico-sis temático, perfeccionó ese resultado.

No quiero dejar de apuntar una diferencia que ya en esa época era visible en la orientación de trabajo de ambas escuelas. En 1897 (6) yo había publicado el análisis de un caso de esquizofrenia; pero este era de índole paranoide, por lo cual su resolución no pudo anticipar los rasgos de los análisis de Jung. Sin embargo, para mí lo importante no había sido la posibilidad de interpretar los síntomas sino el mecanismo psíquico de la contracción de la enfermedad, sobre todo la concordancia de este mecanismo con el de la histeria, ya individualizado. Todavía no se había echado luz sobre las diferencias entre ambos. Ya en esa época, en efecto, yo tenía por norte una teoría de las neurosis basada en la libido, que se proponía explicar todas las manifestaciones, así neuróticas como psicóticas, partiendo de destinos anormales de la libido, vale decir, desviaciones de su aplicación normal. Este punto de vista faltó a los investigadores suizos. Que yo sepa, Bleuler sostiene todavía hoy una causación orgánica de las formas de dementia praecox, y Jung, cuyo libro sobre esta enfermedad había aparecido en 1907, sostuvo en 1908, en el Congreso de Salzburgo, la teoría tóxica acerca de ella, que pasa por alto la teoría de la libido, por cierto que sin excluirla. En el mismo punto naufragó él después (1912), siendo que en este caso aprovechaba en demasía la tela de que antes no quiso servirse.

Una tercera contribución de la escuela suiza, que quizá debe acreditarse íntegramente a Jung, no puedo yo tasarla en tanto como hicieron muchas personas ajenas a la materia. Aludo a la doctrina de los complejos, surgida de los Diagnostischen Assoziationsstudien [Estudios diagnósticos de la asociación] (1906-09). No dio por resultado una teoría psicológica ni pudo articularse de una manera natural con la trabazón de las doctrinas psicoanalíticas. En cambio, la palabra «complejo», término cómodo y muchas veces indispensable para la síntesis descriptiva de hechos psicológicos, ha adquirido carta de ciudadanía en el psicoanálisis. (7). Ningún otro de los nombres y designaciones que el psicoanálisis debió inventar para sus necesidades ha alcanzado una popularidad tan grande ni ha sido objeto de un empleo tan abusivo en perjuicio de formaciones conceptuales más precisas. En el lenguaje cotidiano de los psicoanalistas empezó a hablarse de «retorno del complejo» cuando se aludía al «retorno de lo reprimido», o se contrajo el hábito de decir «Tengo un complejo contra él» donde lo único correcto habría :sido «una resistencia».

Después de 1907, en los años que siguieron a la fusión de la escuelas de Viena y de Zurich, el psicoanálisis tomó ese vuelo extraordinario bajo cuyo signo todavía hoy se encuentra, y que es atestiguado con igual certeza por la difusión de los escritos que le son tributarios y el aumento del número de médicos que quieren ejercerlo o aprenderlo, y por la proliferación de los ataques de que es objeto en congresos y en sociedades de especialistas. Emigró a los países más remotos, y, en todos lados, no sobresaltó solamente a los psiquiatras sino que se hizo escuchar también por los legos cultos y los trabajadores de otros ámbitos de la ciencia. Havelock Ellis, que había seguido con simpatía su desarrollo -aunque nunca se declaró su partidario- escribió en 1911, en un informe al Congreso Médico de Australasia: «Freud’s psychoanalysis is now championed and carried out not only in Austria and in Switzerland, but in the United States, in England, in India, in Canada, and, I doubt not, in Australasia». (8) (9). Un médico de Chile (probablemente un alemán) se pronunció en el congreso internacional que sesionó en Buenos Aires, en 1910, en favor de la sexualidad infantil y encomió los éxitos de la terapia psicoanalítica en el caso de los síntomas obsesivos (10); un neurólogo inglés establecido en la India central (Berkeley-Híll) me comunicó, a través de un distinguido colega que viajaba por Europa, que los hindúes mahometanos a quienes aplicó el análisis no mostraban en sus neurosis una etiología diversa de nuestros pacientes europeos.

La introducción del psicoanálisis en Estados Unidos se cumplió bajo auspicios particularmente honrosos. En el otoño de 1909, Stanley Hall, presidente de la Clark University, de Worcester ({cerca de} Boston), nos cursó una invitación a Jung y a mí para que participásemos en los festejos de los veinte años de fundación del instituto mediante conferencias que pronunciaríamos en idioma alemán. Para nuestra gran sorpresa, nos encontramos con que los desprejuiciados hombres de esa Universidad, pequeña pero prestigiosa en las ramas de la pedagogía y la filosofía, conocían todos los trabajos psicoanalíticos y los habían examinado en las lecciones que daban a sus alumnos. En Estados Unidos, país tan mojigato, era posible, al menos en círculos académicos, debatir con libertad y hacer objeto de tratamiento científico todo cuanto afuera, en la vida ordinaria, se juzgaba escandaloso. Las cinco conferencias que improvisé en Worcester aparecieron después en traducción al inglés en la American Journal of Psychology y al poco tiempo en alemán bajo el título Über Psychoanalyse [1910a]; Jung leyó trabajos sobre los estudios diagnósticos de la asociación y sobre «conflictos del alma infantil» (11). Fuimos premiados con el título honorífico de LL. D. {Legum Doctor} (doctores en ambos derechos). Durante esa semana de festejos en Worcester, el psicoanálisis estuvo representado por cinco personas; además de Jung y de mí estaban presentes Ferenczi, que se me había sumado como compañero de viaje, Ernest Jones, por ese tiempo residente en la Universidad de Toronto (Canadá), ahora en Londres, y A. A. Brill, que ya practicaba el análisis en Nueva York.

La relación personal más importante que se sumó en Worcester fue la de James J. Putnam, titular de la cátedra de neuropatología en la Harvard University, quien durante años había emitido un juicio desfavorable sobre el psicoanálisis, pero en ese momento rápidamente se bienquistó con él y en numerosas conferencias, tan sustanciosas como bellas por su forma, lo recomendó a sus compatriotas y colegas. El respeto de que él gozaba en Estados Unidos a causa de sus altas prendas morales y de su intransigente amor a la verdad redundó en beneficio del psicoanálisis y lo puso a cubierto de las denuncias que con probabilidad lo habrían acosado en su momento. Putnam ha cedido luego en demasía a la inclinación ética y filosófica de su naturaleza, y dirigió al psicoanálisis una exigencia a mi juicio incumplible para este, a saber, que debería estar al servicio de una cosmovisión éticofílosófica determinada; no obstante, ha seguido siendo el principal sostén del movimiento psicoanalítico en su patria. (12)

En cuanto a la difusión de este movimiento, Brill y Jones cosecharon después los mayores méritos, poniendo una y otra vez ante los ojos de sus compatriotas, con abnegada constancia, los hechos básicos y fácilmente observables de la vida cotidiana, del sueño y de la neurosis. Brill contribuyó a reforzar este efecto por medio de su actividad médica y la traducción de mis escritos, y Jones, mediante instructivas conferencias y certeros debates en congresos realizados en Estados Unidos (13).

La falta de una arraigada tradición científica y el poco vigor de la autoridad oficial fueron en Estados Unidos ventajas decisivas para el estímulo dado por Stanley Hall. Desde el comienzo, lo característico en ese país fue que profesores y directores de institutos de salud mental mostraron interés por el análisis en igual medida que los profesionales independientes. Pero justamente por eso, es claro que la lucha por el análisis :se decidirá en el terreno donde se presentó la mayor resistencia, vale decir, en los viejos centros de cultura.

Entre los países europeos, Francia ha resultado hasta ahora el menos receptivo al psicoanálisis, aunque el lector francés tiene a su disposición, en meritorios trabajos de A. Maeder, de Zurich, un fácil acceso a sus doctrinas. Los primeros conatos de participación provinieron de las provincias francesas. Morichau-Beauchant (Poitiers) fue el primer francés que adhirió públicamente al psicoanálisis. Hace poco [ 1914 ], Régis (14) y Hesnard (Burdeos) han procurado por vez primera disipar los prejuicios de :sus compatriotas contra la nueva doctrina; lo hicieron en una exposición detallada aunque no siempre comprensiva, donde objetan en particular el simbolismo (15). En el propio París parece reinar todavía la convicción, expresada con tanta facundia por Janet en el Congreso de Londres de 1913 (16), según la cual todo cuanto hay de bueno en el psicoanálisis no hace sino repetir con mínimos retoques los puntos de vista de Janet, y lo demás es calamitoso. No obstante, en ese mismo congreso, Janet tuvo que ceder ante una serie de correcciones que le hizo Ernest Jones, quien pudo demostrarle su escaso conocimiento del asunto (17). Empero, no por rechazar sus pretensiones olvidamos los méritos que Janet tiene ganados en la psicología de las neurosis.

En Italia, después de algunos comienzos promisorios, no hubo una ulterior participación. En Holanda el análisis se abrió paso temprano merced a, relaciones personales; Van Emden, Van Ophuijsen, Van Renterghem (Freud en zijn School [1913] ) y los dos Stärcke actúan en ese país con éxito en la teoría y en la práctica (18). El interés de los círculos científicos de Inglaterra por el análisis se ha desarrollado con mucha lentitud, pero todo indica que precisamente allí, gracias al sentido de lo fáctico que tienen los ingleses y a su apasionado amor a la equidad, le aguarda muy pronto un brillante florecimiento.

En Suecia, P. Bjerre, el sucesor de Wetterstrand en la actividad médica, abandonó, al menos provisionalmente, la sugestión hipnótica en favor del tratamiento analítico. R. Vogt (Cristianía {Oslo}) expuso una apreciación del psicoanálisis ya en 1907, en su Psykíatriens grundtraek, de suerte que el primer manual de psiquiatría que se dio por enterado de su existencia ha sido uno escrito en noruego. En Rusia, el psicoanálisis se ha conocido y difundido universalmente; casi todos mis escritos, así como los de otros partidarios del análisis, se han traducido al ruso. No obstante, no se ha producido todavía allí una comprensión más profunda de las doctrinas analíticas. Las contribuciones de médicos rusos no pueden llamarse hoy dignas de consideración. Sólo Odesa posee, en la persona de M. WuIff, un analista de escuela. La introducción del psicoanálisis en la ciencia y la bibliografía polacas ha sido principalmente mérito de L. Jekels. Hungría, tan próxima a Austria en lo geográfico y tan distanciada de ella en lo científico, hasta ahora no ha brindado al psicoanálisis sino un solo colaborador, S. Ferenczi; pero tal, que vale por toda una asociación.» (ver nota agregada en 1924 (19))

En cuanto a la situación del psicoanálisis en Alemania, no puede describírsela sino con estas comprobaciones: está en el centro del debate científico y tanto en médicos cuanto en legos provoca manifestaciones de la más terminante repulsa, que, empero, hasta ahora no han tocado a su fin, sino que de continuo vuelven a encenderse y en ocasiones se agudizan. Ningún instituto oficial de enseñanza ha admitido hasta hoy al psicoanálisis, y es escaso el número de profesionales que lo practican con éxito; sólo unos pocos institutos de salud, como el de Binswanger, en Kreuzlingen (en territorio de Suiza), y el de Marcinowski, en Holstein, le han abierto las puertas. En el suelo crítico de Berlín se afirma uno de los más destacados exponentes del análisis, Karl Abraham, antes asistente de Bleuler. Podría sorprender que este estado de cosas se haya conservado sin cambios desde hace ya varios años si uno no supiera que la anterior pintura no refleja sino la apariencia externa. No es lícito sobrestimar en su importancia la repulsa de los representantes oficiales de la ciencia y de los directores de institutos de salud, así como de los acólitos que son sus dependientes. Es comprensible que los opositores eleven su voz cuando los partidarios callan amedrentados. Muchos de estos últimos, cuyas primeras contribuciones al análisis no pudieron menos que despertar buenas esperanzas, se apartaron del movimiento después, bajo la presión del medio. Pero el movimiento mismo progresa en silencio de modo incesante, sigue conquistando partidarios tanto entre los psiquiatras como entre los legos, atrae un número creciente de lectores para la bibliografía psicoanalítica; y justamente por eso fuerza en sus oponentes unos ensayos de defensa cada vez más acerbos.

¡Tal vez una docena de veces, en el curso de estos últimos años, he leído en informes sobre las deliberaciones de ciertos congresos u organizaciones científicas, o en reseñas de ciertas publicaciones, que el psicoanálisis ya está muerto, definitivamente vencido y finiquitado! El texto de la respuesta habría debido glosar el telegrama que dirigió Mark Twain a aquel periódico que anunció falsamente su muerte: Noticia de mi deceso muy exagerada. Tras cada uno de esos pronunciamientos de muerte, el psicoanálisis ganó nuevos partidarios y colaboradores o se procuró nuevos órganos. ¡Y sin duda el pronunciamiento de muerte era un progreso, comparado con la muerte por el silencio!

Contemporánea a esa expansión espacial del psicoanálisis que acabamos de describir fue la ampliación de su contenido: su extensión a otros ámbitos del saber desde la doctrina de las neurosis y la psiquiatría. No trataré a fondo este aspecto del desarrollo histórico de nuestra disciplina; existe un excelente trabajo de Rank y Sachs [1913] (en las Grenzfragen de Löwenfeld) que precisamente expone con detalle estos logros del trabajo analítico. Por lo demás, todo eso está en sus comienzos, poco elaborado, casi siempre son sólo esbozos y en ocasiones no más que unos proyectos. Nadie, razonablemente, hallará en eso motivo alguno de reproche. Enorme es el cúmulo de tareas que aguardan a un pequeño número de trabajadores, que en su mayoría tienen en otra parte su ocupación principal y se ven precisados a abordar los problemas específicos de una ciencia ajena con una preparación de aficionados. Esos trabajadores que provienen del psicoanálisis no tratan de ocultar su carácter de aficionados; sólo pretenden ser las avanzadas y los escuderos de los especialistas, y tenerles servidas las técnicas y las premisas analíticas para el momento en que ellos mismos pongan manos a la obra. Y si las aclaraciones ya conseguidas no son desdeñables, este resultado ha de agradecerse, por una parte, a la fecundidad de la metodología analítica y, por la otra, a la circunstancia de que existen algunos investigadores que, sin ser médicos, han abrazado como tarea de su vida la aplicación del psicoanálisis a las ciencias del espíritu.

La mayoría de estas aplicaciones se remontan, bien se comprende, a una incitación de mis primeros trabajos analíticos. La investigación analítica de los neuróticos y de los síntomas neuróticos de personas normales obligaron a suponer la existencia de ciertas constelaciones psicológicas, y era de todo punto imposible que sólo tuviesen vigencia en el ámbito donde se había tomado conocimiento de ellas. Así, el análisis no sólo nos regaló el esclarecimiento de hechos patológicos, sino que mostró también su trabazón con la vida anímica normal y reveló insospechadas relaciones entre la psiquiatría y otras ciencias, las más diversas, que tenían por contenido una actividad del alma. A partir de ciertos sueños típicos se obtuvo, por ejemplo, la comprensión de muchos mitos y cuentos tradicionales. Riklin [1908] y Abraham [1909] siguieron estas pistas, inaugurando las investigaciones acerca de los mitos, que alcanzaron su consumación, satisfaciendo todos los requisitos de la ciencia especializada, en los trabajos de Rank sobre la mitología [p. ej., 1909, 1911e]. La persecución del simbolismo onírico nos situó en medio de los problemas de la mitología, del folklore (Jones [p. ej., 1910c, 1912d], Storfer [1914]) y de las abstracciones religiosas. En uno de los congresos psicoanalíticos causó profunda impresión en todos los asistentes un discípulo de Jung (20), quien demostró la concordancia entre las formaciones de la fantasía de los esquizofrénicos y las cosmogonías de épocas y de pueblos primitivos. Una elaboración ya no inobjetable, pero muy interesante, del material de las mitologías ofrecieron después los trabajos de Jung, que se proponen correlacionar las neurosis y las fantasías religiosas y mitológicas.

Otra vía llevó desde la investigación de los sueños hasta el análisis de las creaciones literarias y, al final, de los literatos y artistas como tales. En un primer paso se averiguó que los sueños inventados por literatos a menudo se comportaban frente al análisis igual que los genuinos (Gradiva [ 1907a] ). La concepción de la actividad inconciente del alma permitió hacerse una primera idea sobre la naturaleza del trabajo de creación literaria; y la apreciación de las mociones pulsionales, a que había obligado la doctrina de las neurosis, hizo que se reconocieran las fuentes de la creación artística y planteó los problemas de las reacciones del artista frente a esas incitaciones y de los medios con que las disfraza (21). La mayoría de los analistas con intereses universales han brindado contribuciones al tratamiento de estos problemas, las más atrayentes entre las aplicaciones del psicoanálisis. Desde luego, tampoco falta aquí el desacuerdo de quienes no están familiarizados con el análisis; se exteriorizó en los mismos malentendidos y apasionadas repulsas que en el suelo materno del psicoanálisis. Era previsible: dondequiera que el psicoanálisis pugnase por entrar tendría que sostener idéntica lucha con los anteriores ocupantes. Sólo que esos ensayos de invasión no han provocado todavía el estado de alerta en todos los campos donde son inminentes. Entre las aplicaciones del análisis  las ciencias literarias en sentido estricto, la obra fundamental de Rank acerca del motivo del incesto [1912c] es, seguramente, aquella cuyo contenido despertará el máximo desagrado. Los trabajos de ciencias del lenguaje e históricos basados en el psicoanálisis son todavía escasos. Yo mismo, en 1907 (22) me atreví a hacer los primeros tanteos en los problemas de psicología de la religión, comparando el ceremonial religioso con el neurótico [1907b]. El pastor doctor Pfister, de Zurich, en su trabajo sobre la piedad del conde de Zinzendorf [1910] (así como en otras contribuciones), ha realizado la reconducción del misticismo religioso a un erotismo perverso; en los últimos trabajos de la escuela de Zurich añora más una impregnación del análisis con representaciones religiosas que no lo contrario, como era la intención.

En mis cuatro ensayos sobre Tótem y tabú [1912-13] intenté tratar por medio del análisis ciertos problemas de la psicología de los pueblos que llevan directamente a los orígenes de nuestras más importantes instituciones de cultura, de los regímenes estatales, de la moral, de la religión, pero también del tabú del incesto y de la conciencia moral. ¿Hasta dónde los nexos que así se consiguieron resistirán a la crítica? He ahí algo que todavía hoy no puede saberse.

Mi libro sobre el chiste [1905c] brindó un primer ejemplo de la aplicación del pensamiento analítico a temas estéticos. Todo lo demás aguarda todavía a los trabajadores que en este ámbito, precisamente, tienen esperanza cierta de una rica cosecha. Aquí se echan de menos por doquier las fuerzas de trabajo provenientes de las ciencias especializadas; para atraerlas, Hanns Sachs fundó en 1912 la revista Imago, con él y Rank como jefes de redacción. En cuanto a la iluminación psicoanalítica de sistemas filosóficos y de personalidades, Hitschmann y Von Winterstein le dieron un comienzo cuya prosecución y profundización se hacen desear.

Las comprobaciones, de revolucionario efecto, que ha hecho el psicoanálisis acerca de la vida anímica del niño, el papel que en esta desempeñan las mociones sexuales (Von Hug-Hellmuth [1913b]) y los destinos de aquellas porciones de la sexualidad que se vuelven inutilizables para la función de la reproducción obligaron desde muy temprano a dirigir la atención a la pedagogía e incitaron a que se intentase empujar al primer plano en este campo unos puntos de vista analíticos. Mérito del pastor Pfister es haber abordado con encomiable entusiasmo esta aplicación del análisis sugiriéndola a pastores de almas y educadores (cf. Die psychoanalytische Methode, 1913b (23)). Ha logrado que toda una serie de pedagogos suizos compartieran su interés. Al parecer, otros de sus colegas tienden a adherir a sus convicciones, pero han preferido mantenerse precavidamente en un segundo plano. Una fracción de los analistas de Viena (24), en su retirada del psicoanálisis, parecen haber aterrizado en una suerte de pedagogía médica .

Con estas menciones incompletas he intentado señalar la plétora -todavía inabarcable- de relaciones que se han ido estableciendo entre el psicoanálisis médico y otros ámbitos de la ciencia. Hay ahí material para el trabajo de una generación de investigadores, y no dudo de que se lo realizará apenas se venzan las resistencias que se levantan contra el análisis en su suelo materno (25).

Juzgo infecundo escribir ahora la historia de esas resistencias; no ha llegado el momento. No es muy gloriosa para los hombres de ciencia de nuestros días. Pero quiero agregar enseguida que jamás se me pasó por la cabeza motejar despectivamente y a bulto a los oponentes del psicoanálisis por el mero hecho de serlo, a excepción de unos pocos individuos indignos, aventureros y pescadores de río revuelto, de los que en tiempos de combate suelen infiltrarse en los dos bandos en pugna. Es que yo sabía explicarme la conducta de esos oponentes, y la experiencia me había enseñado que el psicoanálisis saca a la luz lo peor de cada hombre. Pero tomé el partido de no responder y, hasta donde alcanzaba mi influencia, de hacer que también otros se abstuvieran de la polémica. En las particulares condiciones en que se libraba la lucha por el psicoanálisis, me parecía muy dudosa la utilidad de una discusión pública o en la literatura especializada; ya conocía los métodos que llevan a obtener la mayoría en congresos o reuniones, y siempre fue escasa mi confianza en la equidad y en la buena disposición de los señores oponentes. La observación enseña que en la polémica científica los hombres que pueden mantener la cortesía, para no hablar de la objetividad, son los menos; y la impresión de una reyerta científica siempre me resultó horrorosa. Quizás esta conducta mía dio lugar a un malentendido y se me tuvo por tan manso o tan flaco de ánimo que no hacía falta tener cuidado alguno conmigo. Nada más falso; yo puedo denostar y enfurecerme tan bien como cualquier otro, pero no me las ingenio para hacer redactables las exteriorizaciones de los afectos que se agitan en el fondo y por eso prefiero la abstención total.

Tal vez habría sido mejor, en muchos sentidos, que yo hubiese dado libre curso a mis pasiones y a las de quienes me rodeaban. Todos hemos sabido del interesante ensayo de explicar el nacimiento del psicoanálisis por el ambiente de Viena; Janet no :se avergonzó de valerse de él todavía en 1913, y eso que tiene a orgullo ser parisino, y París difícilmente puede pretenderse una ciudad de costumbres más severas que Viena (26).
Ese aperçu sostiene que el psicoanálisis y, más precisamente, la aseveración de que las neurosis se reconducen a perturbaciones de la vida sexual, sólo podía originarse en una ciudad como Viena, en una atmósfera de sensualismo e inmoralidad que sería ajena a otras ciudades; simplemente sería el reflejo, la proyección teórica, por así decir, de estas condiciones particulares de Viena. Ahora bien, yo no soy por cierto un patriota localista, pero esta teoría me pareció siempre completamente disparatada, y tanto que muchas veces me incliné a suponer que ese reproche de «vienesismo» {Wienertum} no era sino un sucedáneo eufemístico de otro que no se quería exponer en público (27). Si las premisas fueran las opuestas, la cosa sería de considerar. Si existiera una ciudad cuyos habitantes estuviesen expuestos a restricciones particulares en cuanto a la satisfacción sexual y al mismo tiempo mostrasen una particular propensión a contraer graves afecciones neuróticas, esa ciudad sería sin duda el terreno en que a un observador podría ocurrírsele enlazar esos dos hechos y derivar uno del otro. Pero ninguna de esas premisas es válida para Viena. Los vieneses no son más abstinentes ni más neuróticos que los habitantes de otras grandes ciudades. Las relaciones entre los sexos son un poco menos timoratas, la mojigatería es menor que en las ciudades del Oeste y del Norte, tan pagadas de su pudibundez. Estas peculiaridades de Viena más bien tenían que llamar a engaño al supuesto observador, que no esclarecerlo acerca de la causación de las neurosis.

Ahora bien, la ciudad de Viena ha hecho todo lo posible para desmentir su participación en el nacimiento del psicoanálisis. En ningún otro lugar como allí sintió el analista tan nítidamente la indiferencia hostil de los círculos científicos e ilustrados.

Quizá yo tenga parte de culpa, por mi política de evitar la publicidad en vastos círculos. Si hubiera dado ocasión o prestado mi aquiescencia para que el psicoanálisis ocupase a las sociedades médicas de Viena en tormentosas sesiones, donde se habrían descargado todas las pasiones y preferido en voz alta todos lo! reproches e invectivas que los participantes tenían en la lengua o guardaban en su corazón, quizás hoy estaría levantado el ostracismo que pesa sobre el psicoanálisis y este no sería ya un extranjero en la ciudad que fue su patria. Pero entonces puede estar en lo cierto el poeta que hizo decir a su Wallenstein:

            «Y los vieneses no me perdonan
            que les birlara un espectáculo» (28)

La tarea, para la que yo no era apto, de ponerles por delante suaviter in modo a los oponentes del psicoanálisis su sinrazón y sus arbitrariedades fue emprendida después por Bleuler, en 1910, en su escrito «Die Psychoanalyse Freuds, Verteidigung und kritísche Bemerkungen»; y la realizó de la manera más digna de elogio. Que yo ponderase este trabajo, crítico a dos puntas, sería tan natural que quiero apresurarme a decir lo que le he objetado. Me parece que es todavía parcial, demasiado complaciente con los errores de los opositores y demasiado severo con los de los partidarios. Quizás este carácter suyo explique también que el juicio de un psiquiatra de tan alto prestigio, de competencia y autonomía tan indiscutibles, no haya ejercido una influencia mayor sobre sus colegas. El autor de Aflektivität (1906b) no tiene derecho a asombrarse si el efecto de un trabajo no resulta determinado por su valor argumental, sino por su tono afectivo. En cuanto a otra parte de este efecto -la que ejerció sobre los seguidores del psicoanálisis-, el propio Bleuler la destruyó luego cuando en su «Kritik der Freudschen Theorien» (1913b) sacó a la luz el reverso de su actitud frente al psicoanálisis. Ahí desmantela tanto el edificio de la doctrina psicoanalítica que los oponentes bien pudieron darse por satisfechos con el auxilio de este campeón del psicoanálisis. Ahora bien, estos juicios adversos de Bleuler no se guían por argumentos nuevos u observaciones mejores, sino que invocan únicamente el estado de su propio conocimiento, cuya insuficiencia el autor ya no confiesa como hiciera en trabajos anteriores. Aquí parece amenazar al psicoanálisis, entonces, una pérdida de la que le será difícil reponerse. No obstante, en su última manifestación («Die Kritiken der Schizophrenien», 1914), Bleuler, en vista de los ataques que le atrajo la introducción del psicoanálisis en su libro sobre la esquizofrenia, saca fuerzas para lo que él mismo llama una «arrogancia»: «Pero ahora quiero incurrir en una arrogancia: Opino que hasta hoy las diversas psicologías harto poco han aportado para la explicación de los nexos de síntomas psicogenéticos y enfermedades, mientras que la psicología profunda ofrece algo en el rumbo de aquella psicología, aún por crearse, que el médico necesita para comprender a sus enfermos y para curarlos racionalmente; y hasta creo que en mi Schizophrenien he dado un pequeñísimo paso hacia esa comprensión. Las dos primeras aseveraciones son sin duda correctas, la última quizá sea un error».

Puesto que «psicología profunda» no mienta otra cosa que al psicoanálisis, podemos considerarnos provisionalmente satisfechos con esa confesión.

Notas:
1- [Wilhelm Stekel.]
2- [Nota agregada en 1924:] Hoy director de la Internationaler Psychoanalytischer Verlag [Editorial Psicoanalítica Internacional; cf. AE, 17, págs. 260-1] y redactor de Internationale Zeitschrift für árztlicbe Psychoanalyse y de Imago desde el comienzo de ambas publicaciones [cf. infra, pág. 46].
3- [Eugen Bleuler (1857-1939), el renombrado psiquiatra, por entonces director del Burgholzli, el hospital público para enfermos mentales de Zurich.]
4- [Nota agregada en 1924:] Quien posteriormente fundó la «Policlínica Psicoanalítica» de Berlín. [Véanse dos breves notas sobre esto: Freud (1923g y 1930b).]
5- [Alfred Hoche (nacido en 1865), profesor de psiquiatría en Friburgo, lanzó contra el psicoanálisis ataques particularmente vehementes e insultantes. Leyó un artículo sobre él en un congreso médico celebrado en Baden-Baden, con el título «Una epidemia psíquica entre los médicos» (Hoche, 1910).]
6- [Esta fecha errónea aparece en todas las ediciones alemanas. El caso fue publicado en mayo de 1896. Ocupa la sección III de «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» (1896b), AE, 3, págs. 175 y sigs.]
7- [Aparentemente, Freud tomó prestado el término de Jung por primera vez en «El psicoanálisis y la instrucción forense» (1906c). Sin embargo, él mismo lo había utilizado mucho antes, en un sentido al parecer muy similar, en una nota agregada al caso de Emmy von N., de Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, pág. 89n.]
8- Havelock Ellis, 1911b. [Freud mismo presentó un artículo en ese congreso, realizado en Sydney (1913m).]
9- {«El psicoanálisis de Freud es defendido y practicado en la actualidad no sólo en Austria y Suiza, sino en Estados Unidos, en Inglaterra, en la India, en Canadá, y, no lo dudo, en Australasia».}
10- G. Greve, 1910. [Freud escribió una reseña de este trabajo (1911g).]
11- [Jung, 1910a y 1910b.]
12- [Nota agregada en 1924:] Véase Putnam, Addresses on Psycho-Analysis, 1921. [Freud contribuyó con un prefacio (1921a).] – Put-nam murió en 1918. [Véase la nota necrológica de Freud (1919b).]
13- Las publicaciones de ambos autores han aparecido en compilaciones: Brill, 1912, y Ernest Jones, 1913a.
14- [E. Régis (1855-1918) fue profesor de psiquiatría en Burdeos desde 1905.]
15- [Antes de 1924 decía aquí: «una exposición detallada e inteligente, donde sólo se objeta el simbolismo»]
16- [El Congreso Internacional de Medicina.]
17- [Cf. Janet, 1913, y Jones, 1915; véase también la nota al pie que agregué en Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895), AE, 2, pág. 7, n. 4.]
18- El primer reconocimiento oficial que la interpretación del sueño y el psicoanálisis obtuvieron en Europa fue el que les extendiera el psiquiatra Jelgersma, rector de la Universidad de Leiden, en su discurso del 9 de febrero de 1914.
19- [Nota agregada en 1924:] No es mi propósito poner up to date {«poner al día», «actualizar»} esta descripción esbozada en 1914. Sólo agregaré algunas observaciones para indicar el modo en que se ha modificado el cuadro en el intervalo, que incluye la Guerra Mundial. En Alemania se produce una infiltración lenta, no siempre admitida, de las doctrinas analíticas en la psiquiatría; las traducciones de mis escritos al francés aparecidas en los últimos años han terminado por despertar también en Francia un fuerte interés por el psicoanálisis; ese interés es por ahora más activo en los círculos literarios que en los científicos. En Italia, M. Levi Bianchini (Nocera Superiore) y Edoardo Weiss (Trieste) han salido a la palestra como traductores y campeones del psicoanálisis (Biblioteca Psicoanalítica Italiana). Una versión completa de mis obras que se está publicando en Madrid (traducida por López-Ballesteros) da satisfacción al vivo interés demostrado por los países de habla hispana (profesor H. Delgado, en Lima). En cuanto a Inglaterra, la profecía del texto parece cumplirse sin pausa; un centro para el estudio del psicoanálisis se ha creado en Calcuta, India Británica. En Estados Unidos, la profundización del estudio del psicoanálisis no corre todavía pareja con su popularidad. En Rusia, el trabajo psicoanalítico ha recomenzado en varios centros después de la Revolución. En lengua polaca aparece ahora la Polska Biblioteka Psychoanalítyczna. En Hungría ha florecido una brillante escuela psicoanalítica bajo la dirección de Ferenczi. (Cf. Festschrift zum 50. Geburtstag von Dr. S. Ferenczi.) [Este número especial de la Internationale Zeitschrift für Psychoaralyse, dedicado a Sándor Ferenczi al cumplir este 50 años, incluyó una colaboración de Freud (1923i).] Los países escandinavos siguen siendo todavía los más renuentes.
20- [Jan Nelken, en el Congreso de Weimar, 1911. Se hallará una versión ampliada del artículo en Nelken, 1912.]
21- Cf. Rank, Der Künsfler [1907], los análisis de creaciones literarias efectuados por Sadger [1909b], Reik [1912] y otros, y mi opúsculo acerca de un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci [1910c], así como el análisis de Segantini hecho por Abraham [1911b].
22- [En todas las edicíones alemanas reza, erróneamente, 1910.]
23- [Freud escribió un prólogo para este libro (1913b).]
24- Adler y FurtmülIer, Heilen und Bilden, 1914.
25 Véanse mis dos artículos en Scientia (1913).
26- [La última cláusula de esta oración fue agregada en 1924.]
27- [Presumiblemente, el origen judío de Freud {Juderstum}.]
28- Schiller, Die Piccolomini, acto II, escena 7.]