Tres ensayos de teoría sexual (1905)
– Nota introductoria:
No hay duda de que los Tres ensayos de teoría sexual son, junto a La interpretación de los sueños, las más, trascendentes y originales contribuciones de Freud al conocimiento de lo humano. Sin embargo, en la forma en que estamos habituados a leer estos ensayos, es difícil evaluar con precisión el impacto que causaron cuando se publicaron por primera vez, ya que en las ediciones que se sucedieron a lo largo de veinte años su autor introdujo en ellos más modificaciones y agregados que en cualesquiera otros de sus escritos (salvo, quizás, en La interpretación de los sueños). (1) La presente edición difiere en un aspecto importante de todas las anteriores, ya sea en alemán o en otros idiomas. Aunque está basada en la sexta edición alemana, de 1925, la última publicada en vida de Freud, en ella se señalan todas las modificaciones sustanciales introducidas desde la primera edición, con su fecha respectiva. Si algún pasaje fue eliminado o muy modificado en sucesivas ediciones, se consigna a pie de página el pasaje original. Ello permitirá al lector formarse una idea más clara acerca de la forma primitiva de estos ensayos.
Por ejemplo, probablemente cause sorpresa el hecho de que las secciones sobre las teorías sexuales infantiles y sobre la organización pregenital de la libido (ambas en el segundo ensayo) fueran incorporadas en su totalidad recién en 1915, diez años después de la primera edición. También en esa fecha se añadió, en el tercer ensayo, la sección sobre la teoría de la libido. No sorprende tanto, en cambio, que los avances de la bioquímica obligasen a reescribir (en 1920) el párrafo sobre las bases químicas de la sexualidad. Aquí la sorpresa obra más bien en sentido contrario, pues la versión original de dicho párrafo, que incluimos en una nota al pie, revela la notable anticipación de Freud en este aspecto y cuán pocas modificaciones debió introducir en sus puntos de vista.
Pero, a pesar de los considerables agregados que tuvo el libro luego de su primera publicación, lo esencial ya estaba en él en 1905 y, en verdad, puede encontrársele antecedentes en fechas aún anteriores. Gracias a la publicación de la correspondencia con Fliess (1950a) es hoy posible seguir en detalle toda la historia del interés de Freud por este tema; aquí bastará delinearla someramente. Las observaciones clínicas realizadas por Freud acerca de la importancia de los factores sexuales en la causación de la neurosis de angustia y la neurastenia, primero, y más tarde de las psiconeurosis, fueron las que lo llevaron a efectuar una amplia investigación sobre la sexualidad. Sus primitivos enfoques del tema, a comienzos de la década de 1890, partían de premisas fisiológicas y químicas. Por ejemplo, en su primer trabajo acerca de la neurosis de angustia (1895b) se halla una hipótesis neurofisiológica sobre los procesos de excitación y descarga sexuales (AE, 3, págs. 108-9; y un notable diagrama que ilustra esta hipótesis se encuentra en el Manuscrito G de la correspondencia con Fliess, que data más o menos de la misma época (aunque ya había sido mencionado un año antes, en el Manuscrito D, escrito probablemente en la primavera de 1894).-La insistencia de Freud en la base química de la sexualidad también se remonta a esa época (se alude a ella en el mencionado Manuscrito D). En este caso Freud creía deber mucho a las sugerencias de Fliess, como lo demuestra, entre otros lugares, en sus asociaciones al famoso sueño de la inyección de Irma, del verano de 1895 (La interpretación de los sueños, capítulo II). También estaba en deuda con Fliess por las afirmaciones de este respecto del tema conexo de la bisexualidad, al que Freud hace referencia en una carta del 6 de diciembre de 1896 (Carta 52) y más tarde llegó a considerar como un «factor decisivo», si bien su opinión definitiva acerca de la acción de tal factor originó su discrepancia con Fliess. En esa misma carta de fines de 1896 hallamos la primera mención de las zonas erógenas (susceptibles de estimulación en la infancia pero más tarde sofocadas) y su nexo con las perversiones. Y a comienzos de ese año (Manuscrito K, del 1º de enero de 1896) -y aquí nos encontramos con indicios de un enfoque más psicológico- somete a examen los poderes represores, el asco, la vergüenza y la moral.
Sin embargo, aunque tantos elementos de la teoría de Freud sobre la sexualidad estaban ya presentes en su mente hacia 1896, debía aún descubrir su piedra angular. Desde el comienzo tuvo la sospecha de que los factores causales de la histeria se remontaban a la niñez; se alude a ello en los párrafos iniciales de la «Comunicación preliminar» de 1893, y en 1895 (véase, por ejemplo, la parte II del «Proyecto de psicología», AE, 1, págs. 394 y sigs.) Freud ofrecía una explicación completa de la histeria basada en los efectos traumáticos de la seducción sexual en la primera infancia. Pero en todos estos años anteriores a 1897 la sexualidad infantil sólo se consideraba un factor latente, capaz de ser sacado a luz, con resultados catastróficos, únicamente mediante la intervención de un adulto. Cierto es que del contraste trazado por Freud entre la causación de la histeria y de la neurosis obsesiva podría inferirse una excepción a ello: según Freud la primera tenía su origen en experiencias sexuales pasivas de la niñez, y la segunda en experiencias sexuales activas; pero al establecer esta distinción, en sus «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» (1896b), Freud deja bien en claro que las experiencias activas subyacentes en la neurosis obsesiva han sido invariablemente precedidas por experiencias pasivas -de modo tal que, una vez más, la movilización de la sexualidad infantil obedecía en última instancia a la interferencia externa-No fue sino en el verano de 1897 que Freud se vio obligado a abandonar su teoría de la seducción. Le anunció a Fliess este acontecimiento en su carta del 21 de setiembre (Carta 69), (2) y su descubrimiento casi simultáneo del complejo de Edipo en su autoanálisis (Cartas 70 y 71, del 3 y el 15 de octubre) lo llevó inevitablemente a advertir que en los niños más pequeños operaban normalmente impulsos sexuales sin ninguna necesidad de estimulación externa. Con este hallazgo, la teoría sexual de Freud ya estaba realmente completa.
Pese a ello, le llevó algunos años avenirse por entero a su propio descubrimiento. Verbigracia, en un pasaje de «La sexualidad en la etiología de las neurosis» (1898a) se pronuncia en parte a favor y en parte en contra de él. Afirma que los niños tienen la capacidad para «cualquier función sexual psíquica y para muchas somáticas» y que es erróneo suponer que su vida sexual comienza en la pubertad; pero, por otro lado, declara que «la organización y evolución de la especie humana procura evitar cualquier actividad sexual considerable en la niñez», que las mociones sexuales de los seres humanos deben acumularse para ser liberadas sólo en la pubertad, y que esto explica por qué las experiencias sexuales de la niñez están destinadas a ser patógenas. Lo importante, continúa diciendo, son los efectos posteriores producidos por tales experiencias en la madurez, debido al desarrollo del aparato sexual somático y psíquico que entretanto ha tenido lugar. Hay incluso en la primera edición de La interpretación de los sueños un pasaje curioso (AE, 4, pág. 149), en el cual sostiene que «juzgamos dichosos a los niños porque todavía no conocen el apetito sexual». (En 1911 corrigió este pasaje en una nota al pie -según Ernest Jones, a sugerencia de Jung-) Esto era sin lugar a dudas un remanente de un borrador previo del libro, va que en otros lugares de la obra (p. ej., en su examen del complejo de Edipo, en el capítulo V) se refiere inequívocamente a la existencia de deseos sexuales aun en los niños normales. Y es evidente que cuando escribió su historial clínico de «Dora» (a comienzos de 1901 ) ya estaban firmemente establecidos los lineamientos principales de su teoría de la sexualidad..
No obstante, Freud no tenía prisa por dar a publicidad sus resultados. Estando ya terminada y a punto de aparecer La interpretación de los sueños, el 11 de octubre de 1899 le comenta a Fliess (Carta 121): «Una teoría de la sexualidad puede muy bien ser la sucesora inmediata. del libro sobre los sueños»; y tres meses después, el 26 de enero de 1900, escribe (Carta 128): «Estoy reuniendo material para la teoría de la sexualidad, a la espera de que alguna chispa venga a encender todo el material acumulado». Pero la chispa tardaría mucho tiempo en producirse. Aparte de su breve ensayo Sobre el sueño y de la Psicopatología de la vida cotidiana, que aparecieron antes del otoño de 1901, Freud no publicó ningún trabajo importante en los cinco años siguientes.
Luego, de pronto, en 1905 dio a luz tres obras fundamentales: su libro sobre El chiste y su relación con lo inconciente, los Tres ensayos y el caso «Dora». Se sabe con certeza que este último había sido redactado en su mayor parte cuatro años atrás; fue publicado en octubre y noviembre de 1905. Las otras dos obras fueron publicadas casi simultáneamente unos meses antes, aunque se ignora la fecha exacta. (3)
En las ediciones alemanas, sólo el primer ensayo tenía las secciones numeradas (y en verdad, hasta 1924 esa numeración llegaba únicamente hasta la mitad de dicho ensayo). Para facilitar las referencias, hemos extendido la numeración al segundo y al tercer ensayos.
James Strachey
– Prólogo a la segunda edición (4):
El autor, que no se llama a engaño sobre las lagunas y oscuridades de este pequeño escrito, ha resistido empero la tentación de incorporarle los resultados logrados por la investigación en los últimos cinco años; no quiso destruir su carácter de documento unitario. Por eso reproduce el texto original con mínimas variantes y se contenta con añadir algunas notas de pie de página, que se distinguen de las notas antiguas por llevar antepuesto un asterisco. (5) Por lo demás, es su ferviente deseo que este libro envejezca rápidamente, a causa de la aceptación universal de lo que antaño fue su nuevo aporte, y del remplazo de las deficiencias que contiene por las tesis correctas.
Viena, diciembre de 1909
– Prólogo a la tercera edición:
Tras observar durante un decenio la recepción y el efecto que este libro ha tenido, quiero dotar a su tercera edición de algunas observaciones previas, enderezadas a corregir malentendidos y reclamos incumplibles que se le han hecho. Sobre todo, es preciso destacar que la exposición parte aquí enteramente de la experiencia médica cotidiana, que la indagación psicoanalítica está destinada a ahondar y a prestarle relevancia científica. Los Tres ensayos de teoría sexual no pueden contener más que lo que el psicoanálisis necesita suponer o permite comprobar. Por eso queda excluido que alguna vez puedan ampliarse hasta constituir una «teoría sexual», y es comprensible que ni siquiera tomen posición sobre muchos problemas importantes de la vida sexual. Pero no se crea que estos capítulos omitidos del gran tema fueron ignorados por el autor, o que los desdeñó por considerarlos accesorios.
Ahora bien, este escrito es tributario de las experiencias psicoanalíticas que llevaron a redactarlo, lo cual se evidencia no sólo en la selección del material, sino en su ordenamiento. Dondequiera se atiende a un cierto itinerario de instancias, se da prioridad a los factores accidentales, los disposicionales son dejados en el trasfondo y el desarrollo ontogenético se considera antes que el filogenético. En efecto, lo accidental desempeña el papel principal en el análisis, y este lo domina casi sin residuos. En cambio, lo disposicional sólo sale a la luz tras él, como algo despertado por el vivenciar, pero cuya apreciación rebasa con mucho el campo de trabajo del psicoanálisis.
Una proporción parecida gobierna la relación entre ontogénesis y filogénesis. La primera puede considerarse como una repetición de la filogénesis en la medida en que esta no es modificada por un vivenciar más reciente. Por detrás del proceso ontogenético se hace notar la disposición filogenética. Pero, en el fondo, la disposición es justamente la sedimentación de un vivenciar anterior de la especie, al cual el vivenciar más nuevo del individuo viene a agregarse como suma de los factores accidentales.
Junto a su fundamental dependencia de la investigación psicoanalítica, tengo que destacar, como rasgo de este trabajo mío, su deliberada independencia respecto de la investigación biológica. He evitado cuidadosamente introducir expectativas científicas provenientes de la biología sexual general, o de la biología de las diversas especies animales, en el estudio que la técnica del psicoanálisis nos posibilita hacer sobre la función sexual del ser humano. En verdad, mi propósito fue dar a conocer todo cuanto puede colegirse acerca de la biología de la vida sexual humana con los medios de la investigación psicológica; me era lícito señalar las relaciones de consecuencia y de concordancia obtenidas a raíz de esa indagación, pero el hecho de que en muchos puntos importantes el método psicoanalítico llevara a perspectivas y resultados muy diversos de los producidos por la biología sola no era razón suficiente para apartarme de mi camino. En esta tercera edición introduje abundantes intercalaciones, pero renuncié a marcarlas, como en las ediciones anteriores, mediante un signo particular. Es verdad que en el campo que aquí abordamos los progresos del trabajo científico se han hecho en la actualidad más lentos; pero hacía falta complementar este escrito para ponerlo en armonía con la bibliografía psicoanalítica más reciente. (6)
Viena, octubre de 1914
– Prólogo a la cuarta edición (7):
Retirada la marea de la guerra, puede comprobarse con satisfacción que el interés por la investigación psicoanalítica ha permanecido incólume en el ancho mundo. Empero, no todas las partes de la doctrina tuvieron el mismo destino. Las formulaciones y averiguaciones puramente psicológicas del psicoanálisis acerca del inconciente, la represión, el conflicto patógeno, la ganancia de la enfermedad, los mecanismos de la formación de síntoma, etc., gozan de un reconocimiento creciente y son tomados en cuenta aun por quienes los cuestionan en principio. Pero la parte de la doctrina lindante con la biología, cuyas bases se ofrecen en este pequeño escrito, sigue despertando un disenso que no ha cedido, y aun personas que durante un lapso se ocuparon intensamente del psicoanálisis se vieron movidas a abandonarlo para abrazar nuevas concepciones, destinadas a restringir, de nuevo, el papel del factor sexual en la vida anímica normal y patológica.
A pesar de ello, no me decido a suponer. que esta parte de la doctrina psicoanalítica pueda apartarse mucho más que las otras de la realidad que colegimos. El recuerdo que de ella tengo, y su examen repetido una y otra vez, me dicen que nació de una observación tan cuidadosa cuanto desprevenida. Por lo demás, no es difícil explicar esa disociación que advertimos en el reconocimiento público. En primer lugar, los comienzos aquí descritos de la vida sexual humana sólo pueden ser corroborados por investigadores que posean la paciencia y la destreza técnica suficientes para llevar el análisis hasta los primeros años de la infancia del paciente. Y aun suele faltar la posibilidad de hacerlo, pues la acción médica pide una solución más expeditiva, en apariencia, del caso patológico. Pero los que no son médicos, y por tanto no ejercen el psicoanálisis, no tienen absolutamente ningún acceso a este campo, ni posibilidad alguna de formarse una opinión no influida por sus propias aversiones y prejuicios. Si los hombres supieran aprender de la observación directa de los niños, estos tres ensayos podrían no haberse escrito.
Pero, además, es preciso recordar que una parte del contenido de este trabajo, a saber, su insistencia en la importancia de la vida sexual para todas las actividades humanas y su intento de ampliar el concepto de sexualidad, constituyó desde siempre el motivo más fuerte de resistencia al psicoanálisis. En el afán de acuñar consignas grandilocuentes, se ha llegado a hablar del «pansexualismo» del psicoanálisis y a hacerle el disparatado reproche de que lo explica todo a partir de la «sexualidad». Esto solamente nos asombraría si olvidáramos la confusión y desmemoria que provocan los factores afectivos. En verdad, hace ya mucho tiempo, el filósofo Arthur Schopenhauer expuso a los hombres el grado en que sus obras y sus afanes son movidos por aspiraciones sexuales -en el sentido habitual del término- ¡Y parece mentira que todo un mundo de lectores haya podido borrar de su mente un aviso tan sugestivo! Pero en lo que atañe a la «extensión» del concepto de sexualidad, que el análisis de los niños y de los llamados perversos hace necesaria, todos cuantos miran con desdén al psicoanálisis desde su encumbrada posición deberían advertir cuán próxima se encuentra esa sexualidad ampliada del psicoanálisis al Eros del divino Platón. (Cf. Nachmansohri, 1915.)
Viena, mayo de 1920
– Las metamorfosis de la pubertad
Notas:
1- El propio Freud comentó ampliamente este hecho, v las incongruencias que estas modificaciones pudieron haber introducido en el texto, en su trabajo «La organización genital infantil» ( 1923e), AE, 19 pág- 145
2- Su abandono de la teoría de la seducción fue anunciado por él públicamente por primera vez en un breve pasaje y una nota al pie del presente trabajo (pág. 173), y poco después, con más extensión, en «Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis» (1906a). Describió posteriormente sus reacciones personales frente a este hecho en «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 17-8, y en su Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, pág. 33.
3- Véase un examen más detenido de este punto en mi «Prefacio» al libro sobre el chiste (1905c), AE, 8, pág. 5.
4- [Este prólogo fue suprimido desde la edición de 1920 en adelante.]
5- [Esta distinción se eliminó en todas las ediciones posteriores.]
6- [En la edición de 1915 aparecía la siguiente nota al pie:] En 1910, luego de publicarse la segunda edición, apareció en Nueva York una traducción al inglés efectuada por A. A. Brill, y en 19,11, en Moscú, una traducción al ruso por N. Ossipow. [En vida de Freud se publicaron además las siguientes traducciones: al húngaro ( 1915), al italiano (1921), al español (1922), al francés (1923), al polaco (1924), al checo (1926) y al japonés (1931).]
7- {«Vorwort zur vierten Auflage», publicado por separado, las referencias bibliográficas correspondientes.}