Obras de S. Freud: Escritos breves. Nota introductoria al número especial sobre psicopatología de The Medical Review of Reviews

Nota introductoria al número especial sobre psicopatología de The Medical Review of Reviews.(1930)

(1)

El doctor Feigenbaum me ha pedido que escriba algunas palabras para [el número de] la revista cuya preparación está a su cargo, y aprovecho la oportunidad para desearle el mejor de los éxitos en su actividad.

Nota introductoria al número especial sobre psicopatología de The Medical Review of Reviews.(1930)

(1)

El doctor Feigenbaum me ha pedido que escriba algunas palabras para [el número de] la revista cuya preparación está a su cargo, y aprovecho la oportunidad para desearle el mejor de los éxitos en su actividad.

Oigo decir a menudo que el psicoanálisis es muy popular en Estados Unidos y no choca allí con la misma obstinada resistencia que en Europa. Pero numerosas circunstancias me estropean la satisfacción que ello me produce. Me parece que la popularidad del nombre del psicoanálisis en Estados Unidos no significa ni una actitud amistosa hacia su causa ni una particular difusión o profundización de su conocimiento. Considero prueba de lo primero que, si bien en Estados Unidos se obtienen con facilidad y en abundancia recursos monetarios para toda clase de empresas científicas y seudocientíficas, nuestras instituciones psicoanalíticas nunca obtuvieron apoyo. Tampoco es difícil demostrar lo segundo. Aunque Estados Unidos posee muchos valiosos analistas y por lo menos una autoridad, como lo es el doctor A. A. Brill, las contribuciones a nuestra ciencia provenientes de ese vasto país son magras y no aportan nada nuevo. Psiquiatras y neurólogos se sirven a menudo del psicoanálisis como método terapéutico, pero en general demuestran escaso interés por sus problemas científicos y su significación cultural. Con harta frecuencia los médicos y autores norteamericanos exhiben una insuficiente familiarización con el psicoanálisis, de suerte que apenas conocen sus términos y unas pocas consignas, lo cual, empero, no altera en nada la seguridad con que emiten sus juicios. Esas mismas personas confunden al psicoanálisis con otros sistemas de doctrina que acaso se desarrollaron a partir de él, pero hoy son inconciliables; o se forjan una mescolanza de psicoanálisis y otros elementos, y presentan ese proceder como prueba de su broad-mindedness {amplitud de criterio}, cuando en verdad sólo demuestra su lack of judgement {falta de criterio}.

Muchos de estos males que señalo con pena derivan sin duda de que en Estados Unidos hay una tendencia general a abreviar el estudio y la preparación y pasar lo más rápido posible a la aplicación práctica. Además, se prefiere estudiar un tema como el psicoanálisis no en sus fuentes originales, sino en exposiciones de segunda mano y a menudo de escaso valor. La seriedad no puede menos que salir mal parada.

Cabe esperar que trabajos como los que el doctor Feigenbaum se propone publicar en su revista resulten de gran ayuda para propiciar el interés por el psicoanálisis en Estados Unidos.

Nota:
1- [Publicado por primera vez en inglés, en 1930: The Medical Review of Reviews, 36, nº 3, marzo, pág. 103.
Ediciones en alemán:
1934: GS, 12, pág. 386;
1948: GW, 14, pág. 570.
{Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano»):
1955: «Mensaje para la Medical Review of Reviews», SR, 20, págs. 177-8, trad. de L. Rosenthal;
1968: Igual título, BN (3 vols.), 3, págs. 312-3;
1974: Igual título, BN (9 vols.), 8, pág. 3220.}

En Gesammelte Schrilten se afirma erróneamente que esta fue una contribución para «The Psychoanalytic Review». La preparación del «número especial sobre psicopatología» de The Medical Review of Revíews estuvo al cuidado del doctor Dorian Feigenbaum.]

Obras de S. Freud: Escritos breves. El dictamen de la Facultad en el proceso HaIsmann

El dictamen de la Facultad en el proceso HaIsmann. (1931 [1930])

(Nota 1)
Por lo que sabemos, el complejo de Edipo ha estado presente en la infancia de todos los
seres humanos, experimenta grandes alteraciones en los años del desarrollo y en muchos

El dictamen de la Facultad en el proceso HaIsmann. (1931 [1930])

(Nota 1)
Por lo que sabemos, el complejo de Edipo ha estado presente en la infancia de todos los
seres humanos, experimenta grandes alteraciones en los años del desarrollo y en muchos
individuos se lo halla también, con variable intensidad, en su edad madura. Sus caracteres
esenciales, su universalidad, su contenido, su destino, fueron discernidos mucho antes del
psicoanálisis por un agudo pensador como lo fue Díderot, según lo prueba un pasaje de su
famoso diálogo Le neveu de Rameau: «Si le petit sauvage était abandonné á lui-meme, qu’il
conservát toute son imbécillité ei qu’il réunit au peu de raison de Venlant au berceau la víolence
des passions de l’homme de trente ans, il tordrail le col á son pere et coucherait avec sa mere»
(Nota 2).
Si se hubiera demostrado objetivamente que Philipp HaIsmann asesinó a su padre, estaría por cierto justificado traer a cuento el complejo de Edipo con miras a descubrir los motivos de un crimen que de otro modo no se comprendería. Pero como esa prueba no se ha producido, la mención del complejo de Edipo está fuera de lugar; es, por lo menos, ociosa. Lo que la indagación ha descubierto en materia de desavenencias entre padre e hijo en la familia HaIsmann es por entero insuficiente para fundamentar la hipótesis de que el hijo tuviera una mala relación con su padre. Y aun si fuera de otro modo, habría que decir que desde ahí a la causación de semejante crimen hay mucho trecho. Justamente por su omnipresencia, el complejo de Edipo no se presta a extraer una conclusión sobre la autoría del crimen. Sería fácil caer en la situación conjeturada en una famosa anécdota: Se había producido una violación de domicilio. Se condena como delincuente a un hombre a quien se le encontró una ganzúa. Tras el pronunciamiento de la sentencia, y preguntado el reo si tenia alguna observación que hacer, pidió ser penado además por adulterio, pues también tenía el instrumento para cometerlo.
En la grandiosa novela de Dostoievski Los hermanos Karamazov, la situación edípica ocupa
el centro del interés. El viejo Karamazov se ha hecho odiar por sus hijos a causa de la
desalmada opresión a que los somete; y además, es el poderoso rival de uno de ellos frente a la
mujer que anhela. Este hijo, Dmitri, no ha ocultado a nadie su propósito de vengarse
violentamente de su padre. Por eso es natural que tras su asesinato y despojo lo acusen a él, y
lo condenen a pesar de todos sus juramentos de inocencia. Y no obstante, Dmitri es inocente;
otro de los hermanos fue quien cometió el crimen. En la escena del tribunal, de esta novela, se
pronuncia la sentencia que se ha hecho célebre: la psicología es «una vara de dos
puntas (Nota 3)».
El dictamen pericial de la Facultad de Medicina de Innsbruck parece inclinado a atribuir a Philipp Halsmann un complejo de Edipo «eficaz», pero renuncia a determinar la medida de esa eficacia porque, bajo la presión de la acusación, no están dadas en Philipp Halsmann las premisas para una «aclaración sin reservas». Y cuando luego desautoriza la búsqueda de la raíz del crimen en un complejo de Edipo aun en caso de que el acusado sea declarado culpable», se extralimita sin necesidad en la desmentida.
En el mismo dictamen pericial se tropieza con una contradicción que no es de poca monta. La
posible influencia de la conmoción mental sobre la perturbación de la memoria con respecto a
impresiones sobrevenidas antes del período crítico y durante él es limitada al máximo,
desacertadamente a mi juicio; también se rechazan de manera terminante las hipótesis de un
estado excepcional o de una enfermedad anímica, pero se admite de buen grado la explicación
por una «represión» que le habría sobrevenido a Philipp HaIsmann tras el crimen. Debo decir
que una tal represión en cielo sereno, en un adulto que no muestra indicios de neurosis grave
-la represión de una acción que por cierto sería más sustantiva que todos los discutibles
detalles de distanciamiento y paso del tiempo, y producida en un estado normal o sólo alterado
por la fatiga física-, sería una rareza de primer orden.

Notas:
1- [«Das Fakultätsgutachten im Prozess HaIsmann».
Ediciones en alemán:
1931: Psychoanal. Bewegung, 3, n° 1, pág. 32;
1934: GS, 12, pág. 412;
1935: Z. Psycboan. Päd., 9, pág. 208;
1948: GW, 14, pág. 541.
 {Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano»):
1955: «La pericia forense en el proceso HaIsmann», SR, 21, págs. 301-4, trad. de L. Rosenthal;
1968: «La peritación forense en el proceso HaIsmann», BN (3 vols.), 3, págs. 533-5;
1974: igual título, BN (9 vols.), 8, págs. 3072-3.}
Un joven estudiante, Philipp HaIsmann, fue acusado de parricidio ante un tribunal de Innsbruck en 1929. El tribunal, que tenía dudas acerca del estado mental del reo, solicitó un dictamen pericial a la Facultad de Medicina de Innsbruck. Sí bien en este dictamen se tocaban temas como el complejo de Edipo y la represión, era a todas luces un despliegue de ignorancia y a la vez de ambivalencia respecto del psicoanálisis. El tribunar declaró culpable al reo; el 21 de enero de 1930 la Corte de Apelaciones de Viena ratificó el fallo. Pese a ello, HaIsmann fue posteriormente absuelto. El doctor Josef Kupka, profesor de jurisprudencia en la Universidad de Viena, consideró empero que se había echado una mancha inmerecida sobre el carácter del joven e inició una activa campaña para que se reviera la decisión primitiva del tribunal; en el curso de dicha campaña publicó un largo artículo en Neue Freie Presse (29 y 30 de noviembre de 1930), en el que criticaba el dictamen de los peritos de Innsbruck. Mientras preparaba su argumentación, el profesor Kupka solicitó a Freud que le diera su opinión sobre el asunto, resultado de lo cual es el presente informe.]

2- [{«Si el pequeño salvaje fuera abandonado a sí mismo, conservara toda su imbecilidad y sumara a la escasa razón del niño en la cuna la violencia de las pasiones del hombre de treinta años, retorcería el cuello a su padre y se acostaría con su madre».} En esta oportunidad, Freud tomó la traducción de Goethe; ya había citado el original en francés largo tiempo atrás, en la 21ª de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 308, y volvió a hacerlo en el Esquema del psicoanálisis (1940a), AE, 23, pág. 192.]

3- [Frase ya citada en «Dostoievski y el parricidio» (1928b), AE, 21, pág. 186, y en «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), AE, 21, pág. 232, n, 7.]

Obras de S. Freud: Escritos breves. A Ernest Jones, en su 50ª cumpleaños (1929)

A Ernest Jones, en su 50ª cumpleaños (1929)

(Nota 1)

A Ernest Jones, en su 50ª cumpleaños (1929)

(Nota 1)

La primera tarea que cupo al psicoanálisis fue descubrir aquellas mociones pulsionales comunes a todos los hombres que hoy viven y, más aún, que comparten con los hombres de la prehistoria y del tiempo primordial. Por eso no le costó esfuerzo alguno pasar por encima de las diferencias que surgen entre los habitantes de la Tierra a raíz de la multiplicidad de razas, lenguas y países. Fue desde el comienzo mismo internacional, y es sabido que sus partidarios superaron antes que los demás los antagonismos suscitados por la Gran Guerra.
Entre los hombres que en la primavera de 1908 se reunieron en Salzburgo para celebrar el
Primer Congreso Psicoanalítico, se destacó un joven médico inglés con la lectura de un breve
ensayo sobre «La racionalización en la vida cotidiana». El contenido de ese trabajo inaugural se
ha mantenido vigente hasta hoy; merced a él, la joven ciencia ganó un importante concepto y se
enriqueció con un término indispensable.
Ernest Jones no ha descansado desde entonces. Primero en su puesto de profesor en Toronto, luego como médico en Londres, como fundador y maestro de un grupo local, como orientador de una editorial, director de una revista y jefe de un instituto de enseñanza, su trabajo en favor del psicoanálisis fue infatigable, llevando al conocimiento general, mediante conferencias públicas, el saber alcanzado en cada época, defendiéndolo de los ataques y malentendidos de sus oponentes con críticas brillantes, severas pero justas, afianzando con habilidad y mesura su difícil posición en Inglaterra contra los reclamos de la profession, y, junto a toda esa actividad dirigida hacia afuera, consumando, en leal cooperación con el desarrollo del psicoanálisis en Europa continental, el logro científico del que son testimonios -entre otros- sus Papers on Psycho-Analysis y sus Essays in Applied Psycho-Analysis. Hoy, en el apogeo de la vida, no sólo es reconocido como guía indiscutido por los analistas de los países de habla inglesa, sino como uno de los sustentadores más sobresalientes del psicoanálisis en su conjunto, un apoyo para sus amigos y, más que nunca, una esperanza futura para nuestra ciencia.
Ahora que el director de esta revista (Nota 2) ha roto el silencio a que su edad lo condena -o que
esta justifica- para saludar al amigo, séale permitido concluir no con un deseo -pues no
creemos en la omnipotencia del pensamiento-, sino con la confesión de que le es imposible
concebir a Ernest Jones, aun tras su 50° cumpleaños, diferente de lo que fue siempre: celoso y enérgico, combativo y consagrado a la causa.

Notas:
1- [«Ernest Jones zum 50. Geburtstag». Ediciones en alemán: 1029: Int. Z. Psychoanal., 15, no, 2-3, pág. 147; 1934: GS, 12, pág. 395; 1948: GW, 14, pág. 554. {Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano», AE, 21, pág. xiii y n. 6): 1955: «A Ernest Jones, en su 50ª aníversario», SR, 20, págs. 215-6, trad. de L. Rosenthal; 1968: Igual título, BN (3 vols.), 3, págs. 3334; 1974: Igual título, BN (9 vols.), 8, págs. 3225-6.}
Este tributo de Freud sirvió como introducción a sendos números especiales de las revistas Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse e International Journal of Psycho-Analysis, publicados como homenaje a Ernest Jones; este había nacido el 1º de enero de 1879.]
2- [Freud era llamado «director» («Herausgeber») tanto de la Zeitschrift como de la Journal.]

Obras de S. Freud: Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo IV

Sobre la sexualidad femenina

Si se examina la bibliografía analítica sobre nuestro tema, uno se convence de que todo lo
indicado aquí ya estaba en ella (1). Habría sido innecesario publicar este trabajo si
no fuera que en un campo de tan difícil acceso puede resultar valioso todo informe acerca de

Sobre la sexualidad femenina

Si se examina la bibliografía analítica sobre nuestro tema, uno se convence de que todo lo
indicado aquí ya estaba en ella (1). Habría sido innecesario publicar este trabajo si
no fuera que en un campo de tan difícil acceso puede resultar valioso todo informe acerca de
experiencias propias y concepciones personales. Además, he aprehendido muchas cosas con
mayor precisión, aislándolas con más cuidado. En algunos de esos otros ensayos, la
exposición se vuelve confusa porque simultáneamente se elucidan los problemas del superyó y del sentimiento de culpa. Yo lo he evitado, y en la descripción de los diferentes desenlaces de esta fase del desarrollo tampoco he tratado las complicaciones que sobrevienen cuando la niña regresa a la ligazón-madre resignada a consecuencia de su desilusión con el padre, o en el curso de su vida repetidas veces cambia de vía de una actitud a la otra. Pero justamente porque mi trabajo es sólo una contribución entre otras, puedo ahorrarme una apreciación a fondo de la bibliografía y limitarme a poner de relieve las concordancias sustanciales con algunos de esos trabajos, y las importantes divergencias con otros.
La descripción de Abraham (1921) de las manifestaciones del complejo de castración en la mujer no ha sido en verdad superada todavía; pero nos gustaría ver insertado en ella el factor de la ligazón-madre inicial y exclusiva. Tengo que declararme de acuerdo en los puntos esenciales con el importante trabajo de Jeanne Lampl-de Groot (1927) (2), donde se discierne la plena identidad de la fase preedípica en el varoncito y la niña, se sostiene la actividad sexual (fálica) de la niña hacia la madre, y se la prueba mediante observaciones. El extrañamiento respecto de la madre es reconducido al influjo del conocimiento de la castración, que obliga al niño a resignar el objeto sexual y, con él, a menudo, el onanismo; para el desarrollo en su conjunto se acuña la fórmula de que la niña atraviesa una fase de complejo de Edipo «negativo» antes que pueda ingresar en el positivo. Encuentro una insuficiencia de ese trabajo en el hecho de que presenta el extrañamiento de la madre como un mero cambio de vía del objeto, y no considera que se consuma bajo los más claros signos de hostilidad. Esta hostilidad halla apreciación cabal en el último ensayo de Helene Deutsch sobre el masoquismo femenino y su relación con la frigidez (1930), donde la autora admite también la actividad fálica de la muchacha y la intensidad de su ligazón-madre. Deutsch indica, además, que la vuelta hacia el padre acontece por el camino de las aspiraciones pasivas (ya puestas en movimiento a raíz de la madre). En su primer libro publicado (1925), la autora no se había emancipado todavía de la aplicación del esquema edípico también a la fase preedípica, y por eso interpretaba la actividad fálica de la niña como identificación con el padre.
Fenichel (1930) insiste con acierto en la dificultad de discernir, dentro del material que surge
en el análisis, lo que corresponde al contenido intacto de la fase preedípica y lo que de ella ha
sido desfigurado regresivamente (o de otro modo). No admite la actividad fálica de la niña en el sentido de Jeanne Lampl-de Groot, y rechaza también el «desplazamiento hacia atrás» del complejo de Edipo propuesto por Melanie Klein (1928), quien sitúa sus comienzos ya al empezar el segundo año de vida. Esta precisión temporal, que necesariamente altera también la concepción de todas las otras constelaciones del desarrollo, no coincide de hecho con los resultados del análisis de adultos y es incompatible, en particular, con mis descubrimientos acerca de la larga duración de la ligazón-madre preedípica de la niña. Una vía para amortiguar la contradicción se abre observando que en este campo no somos todavía capaces de distinguir entre lo establecido de manera rígida por leyes biológicas y lo cambiante y mudable bajo el influjo del vivenciar accidental. Además del efecto de la seducción, que conocemos hace tiempo, acaso otros factores -el momento en que nacieron los hermanitos, el del
descubrimiento de la diferencia entre los sexos, la observación directa del comercio sexual, la
conducta de cortejo o de rechazo de los padres, etc.- pueden contribuir de igual modo a
apresurar y hacer madurar el desarrollo sexual infantil.
Algunos autores se inclinan a restar valor a las primeras y más originarías mociones libidinales
del niño en favor de procesos posteriores del desarrollo, de suerte que -expresado en términos
extremos- sólo les resta a aquellas el papel de señalar ciertas orientaciones, mientras que las
intensidades [psíquicas] (3)` que echan a andar por esas vías son sufragadas por regresiones
y formaciones reactivas posteriores. Así, por ejemplo, Karen Horney (1926) opina que hemos
sobrestimado en mucho la primaria envidia del pene de la niña, en tanto atribuye la intensidad de
la aspiración a la masculinidad posteriormente desplegada a una envidia del pene secundaria,
usada para defenderse de las mociones femeninas, en especial de la ligazón femenina con el
padre. Esto no se corresponde con mis impresiones. Por seguro que sea el hecho de los
posteriores refuerzos por regresión y formación reactiva, y por difícil que pueda resultar la
apreciación relativa de los componentes libidinales afluyentes, opino que no debiéramos pasar
por alto que aquellas primeras mociones libidinales poseen una intensidad que se mantiene
superior a todas las posteriores, y en verdad puede llamarse inconmensurable. Es correcto, sin
duda, que entre la ligazón-padre y el complejo de masculinidad hay una relación de oposición -es la oposición universal entre actividad y pasividad, masculinidad y feminidad-, pero ello no nos da derecho a suponer que sólo uno sea el primario, y el otro deba su intensidad sólo a la defensa. Y toda vez que la defensa contra la feminidad se cumple con tanta energía, ¿de dónde
recibiría su fuerza sí no es de la aspiración a la masculinidad, que ha hallado su primera
expresión en la envidia del pene del niño y por eso merece ser llamada de acuerdo con esta?
Una objeción parecida vale para la concepción de Jones (1928) de que la fase fálica en la niña
es una reacción de protección secundaria antes que un estadio real del desarrollo. Esto no
responde ni a las constelaciones dinámicas ni a las temporales.

Notas:
1- [Debe señalarse que las obras coetáneas de otros autores que Freud examina a continuación aparecieron después de su trabajo «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), que abarcaba la mayoría de los puntos aquí tratados, pese a lo cual no se hace ninguna refcrencia a él. Véase mi «Nota introductoria», AE, 21 págs. 225-6.]
2- En el artículo del Zeitschrift, el nombre de la autora aparecia «A. L. de Gr.»; lo corrijo aquí a su requerimiento.
3- [«Intensitäten»: No es frecuente que Freud emplee este término, como en este caso, sin un calificativo; aparece exactamente igual, empero, en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 591. En verdad, lo utiliza como un equivalente de «cantidades», preferido por él en el «Proyecto de psicología» de 1895 (Freud, 1950a). Parece usar ambos como sinónimos en su segundo trabajo sobre la neurosis de angustia (1895f), AE, 3, pág. 129. En «La represión» (1915d) equipara la «cantidad» a la «energía pulsional», y en el Esquema del psicoanálisis (1940a), AE, 23, pág. 166, luego de la expresión «intensidades psíquicas» agrega entre paréntesis «investiduras».]

Obras de S. Freud: Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo III

Sobre la sexualidad femenina (1931)

Otra pregunta reza: ¿Qué demanda la niña pequeña de su madre? ¿De qué índole son sus
metas sexuales en esa época de la ligazón-madre exclusiva? La respuesta, tomada del material

Sobre la sexualidad femenina (1931)

Otra pregunta reza: ¿Qué demanda la niña pequeña de su madre? ¿De qué índole son sus
metas sexuales en esa época de la ligazón-madre exclusiva? La respuesta, tomada del material
analítico, armoniza en un todo con nuestras expectativas. Las metas sexuales de la niña junto a la madre son de naturaleza tanto activa como pasiva, y están comandadas por las fases libidinales que atraviesan los niños. La relación de la actividad con la pasividad merece aquí nuestro particular interés. Es fácil observar que en todos los ámbitos del vivenciar anímico, no sólo en el de la sexualidad una impresión recibida pasivamente provoca en el niño la tendencia a una reacción activa. Intenta hacer lo mismo que antes le hicieron o que hicieron con él. He ahí una porción del trabajo que le es impuesto para dominar el mundo exterior, y hasta puede llevar a que se empeñe en repetir unas impresiones que habría tenido motivos para evitar a causa de su contenido penoso. También el juego infantil es puesto al servicio de este propósito de complementar una vivencia pasiva mediante una acción y cancelarla de ese modo, por así decir. Si el doctor hace abrir la boca al niño renuente para examinar su garganta, luego que él se aleje el niño jugará al doctor y repetirá el violento procedimiento en un hermanito tan desvalido
frente a él como él lo estuvo frente al doctor (1). En todo esto se muestra de
manera inequívoca una rebeldía contra la pasividad y una predilección por el papel activo. No en
todos los niños se da con igual regularidad y energía esa alternancia de la pasividad a la
actividad, y en muchos puede faltar. De esta conducta del niño se puede extraer una inferencia acerca de la intensidad relativa de la masculinidad y feminidad que habrá de mostrar en su sexualidad.
Las primeras vivencias sexuales y de tinte sexual del niño junto a la madre son desde luego de naturaleza pasiva. Es amamantado, alimentado, limpiado, vestido por ella, que le indica
todos sus desempeños. Una parte de la libido del niño permanece adherida a estas
experiencias y goza de las satisfacciones conexas; otra parte se ensaya en su re-vuelta
{Umwendung} a la actividad. Primero, en el pecho materno, el ser-amamantado es relevado por
el mamar activo. En los otros vínculos, el niño se contenta con la autonomía, o sea, con el
triunfo de ejecutar él mismo lo que antes le sucedió, o con la repetición activa de sus vivencias
pasivas en el juego; o bien efectivamente convierte a la madre en el objeto respecto del cual se
presenta como sujeto activo. Esto último, que se cumple en el ámbito del propio quehacer, me
pareció increíble durante mucho tiempo, hasta que la experiencia disipó toda duda.
Es raro oír que la niña pequeña lave a la madre, la vista o le indique hacer sus necesidades
excrementicias. Es verdad que le dice en ocasiones: «Ahora jugaremos a que yo soy la madre y
tú el nene», pero casi siempre cumple esos deseos activos de manera indirecta, en el juego
con la muñeca, donde ella misma figura a la madre como la muñeca al nene. La preferencia de
la niña -a diferencia del varón- por el juego de la muñeca suele concebirse como signo del
temprano despertar de la feminidad. Y no sin razón; empero, no debe pasarse por alto que lo
que aquí se exterioriza es la actividad de la feminidad, y que esta predilección de la niña tal vez
atestigüe el carácter exclusivo de la ligazón con la madre, con total prescindencia del
objeto-padre.
La actividad sexual de la niña hacia la madre, tan sorprendente, se exterioriza siguiendo la
secuencia de aspiraciones orales, sádicas y, por fin, hasta fálicas dirigidas a aquella. Es difícil
informar aquí sobre los detalles, pues a menudo se trata de mociones pulsionales oscuras que
la niña no podía asir psíquicamente en la época en que ocurrieron, por lo cual sólo han recibido
una interpretación con posterioridad {nachtrüglich} y emergen luego en el análisis con formas de
expresión que por cierto no tuvieron originariamente. A veces nos salen al paso como
trasferencias al posterior objeto-padre, de donde no son oriundas, y perturban sensiblemente la
comprensión. Hallamos los deseos agresivos orales y sádicos en la forma a que los constriñó
una represión prematura: como angustia de ser asesinada por la madre, a su vez justificatoria
del deseo de que la madre muera, cuando este deviene conciente. No sabemos indicar cuán a
menudo esta angustia frente a la madre se apuntala en una hostilidad inconciente de la madre
misma, colegida por la niña. (En cuanto a la angustia de ser devorado, hasta ahora sólo la he
hallado en varones y referida al padre; empero, es probable que sea el producto de una
mudanza de la agresión oral dirigida a la madre. Uno quiere devorar a la madre de quien se
nutrió; respecto del padre, le falta a este deseo la ocasión inmediata.)
Las personas del sexo femenino con intensa ligazón-madre en quienes pude estudiar la fase
preedípica han informado, de acuerdo con lo anterior, que opusieron la máxima resistencia a las
enemas y evacuaciones de intestino que la madre emprendió con ellas, reaccionando con
angustia y grita enfurecida. Acaso sea esta una conducta muy frecuente o aun regular de los
niños. Sólo logré inteligir los fundamentos de esta protesta particularmente violenta mediante
una puntualización de Ruth Mack Brunswick, quien de manera simultánea se ocupaba de los
mismos problemas: ella se inclinaba a comparar el estallido de furia tras la enema con el
orgasmo tras una estimulación genital. En tal caso, la angustia se comprendería como
transposición del placer de agredir, puesto en movimiento. Opino que efectivamente es así, y
que en el estadio sádico-anal la intensa estimulación pasiva de la zona intestinal es respondida
por un estallido de placer de agredir, que se da a conocer de manera directa como furia o, a
consecuencia de su sofocación, como angustia. Esta reacción parece agotarse en años
posteriores.
Entre las mociones pasivas de la fase fálica, se destaca que por regla general la niña inculpa a
la madre como seductora, ya que por fuerza debió registrar las primeras sensaciones genitales,
o al menos las más intensas, a raíz de los manejos de la limpieza y el cuidado del cuerpo
realizados por la madre (o la persona encargada de la crianza, que la subrogue). A la niña le
gustan esas sensaciones y pide a la madre las refuerce mediante repetido contacto y frote,
según me lo han comunicado a menudo las madres como observación de sus hijitas de dos a
tres años. A mi juicio, el hecho de que de ese modo la madre inevitablemente despierta en su
hija la fase fálica es el responsable de que en las fantasías de años posteriores el padre
aparezca tan tegularmente como el seductor sexual. Al tiempo que se cumple el extrañamiento
respecto de la madre, se trasfiere al padre la introducción en la vida sexual (2).
En la fase fálica sobrevienen por último intensas mociones activas de deseo dirigidas a la
madre. El quehacer sexual de esta época culmina en la masturbación en el clítoris, a raíz de la
cual es probable que sea representada la madre; empero, mi experiencia no me permite colegir si lleva a la niña a representarse una meta sexual, ni cuál sería esta. Tal meta sólo puede discernirse con claridad cuando todos los intereses de la niña reciben una nueva impulsión por la llegada de un hermanito. La niña pequeña quiere haber sido la madre de este nuevo niño, en un todo como el varón, y también es la misma su reacción frente al acontecimiento y su conducta hacia el niñito. Es verdad que esto suena bastante absurdo, pero acaso sólo por el
hecho de resultarnos tan insólito.
El extrañamiento respecto de la madre es un paso en extremo sustantivo en la vía de desarrollo
de la niña; es algo más que un meto cambio de vía del objeto. Ya hemos descrito su origen, así
como la acumulación de sus presuntas motivaciones, y ahora agregaremos que al par que
sobreviene se observa un fuerte descenso de las aspiraciones sexuales activas y un ascenso
de las pasivas. Es cierto que las aspiraciones activas fueron afectadas con mayor intensidad
por la frustración {denegación}, demostraron ser completamente inviables y por eso la libido las
abandona con mayor facilidad, pero tampoco faltaron desengaños del lado de las aspiraciones
pasivas. Con el extrañamiento respecto de la madre a menudo se suspende también la
masturbación clitorídea, y hartas veces la represión de la masculinidad anterior infiere un daño
permanente a buena parte de su querer-alcanzar sexual. El tránsito al objeto-padre se cumple
con ayuda de las aspiraciones pasivas en la medida en que estas han escapado al ímpetu
subvirtiente {Umsturz}. Ahora queda expedito para la niña el camino hacía el desarrollo de la
feminidad, en tanto no lo angosten los restos de la ligazón-madre preedípica superada.
Si se echa una mirada panorámica sobre el fragmento aquí descrito del desarrollo sexual femenino, no es posible refrenar cierto juicio acerca de la feminidad en su conjunto. Hallamos en acción las mismas fuerzas libidinosas que en el varoncito, y pudimos convencernos de que, en ambos casos, durante cierto tiempo se transita por idénticos caminos y se llega a iguales resultados.
Luego, factores biológicos desvían a esas fuerzas de sus metas iniciales y guían por las
sendas de la feminidad aun a aspiraciones activas, masculinas en todo sentido. Como no
podemos negar que la excitación sexual se reconduce al efecto de determinadas sustancias
químicas, nuestra primera expectativa sería que un día la bioquímica habrá de ofrecernos una
sustancia cuya presencia provoque la excitación sexual masculina, y otra que provoque la
femenina. Pero esta esperanza no parece menos ingenua que aquella otra, hoy por suerte
superada, de descubrir bajo el microscopio sendos excitadores de la histeria, la neurosis
obsesiva, la melancolía, etc.
Es que también en el quimismo sexual (3) las cosas han de ser un poco más complicadas.
Ahora bien, para la psicología es indiferente que en el cuerpo exista una única sustancia que
produzca excitación sexual, o que sean dos o una multitud. El psicoanálisis nos enseña a
contar con una única libido, que a su vez conoce metas -y por tanto modalidades de
satisfacción- activas y pasivas. En esta oposición, sobre todo en la existencia de aspiraciones
libidinales de meta pasiva, está contenido el resto del problema.

Notas:
1- [Se hallará un pasaje similar en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 16-7.]
2- [Es este el último capítulo de una larga historia. Cuando en los primeros psicoanálisis que realizó Freud sus pacientes histéricas le relataron que habían sido seducidas por su padre en la infancia, él aceptó corno auténticos tales relatos y llegó a considerar esos traumas como la causa de la enfermedad. No pasó mucho tiempo antes de que admitiera su error, en una carta a Fliess del 21 de setiembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 69), AE, 1, pág. 301. Enseguida vislumbró el importante hecho de que estos recuerdos aparentemente falsos eran fantasías de deseo que indicaban la existencia del complejo de Edipo. En su Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, págs. 32-3, narra sus reacciones contemporáneas a estos descubrimientos. Sólo en el presente párrafo ofreció una explicación cabal de esos recuerdos ostensibles. Todo el episodio es examinado por él con más detalle en la 33ª de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), AE, 22, págs. 111-2.]
3- [Véanse las consideraciones sobre cl quimismo de los procesos sexuales agregadas en 1920 a los Tres ensayos (1905d), AE, 7, págs. 196-7, donde también se hallará (en pág. 197n.) la versión original del pasaje tal como figuraba en la primera edición del libro.]

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Obras de S. Freud: Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo II

Sobre la sexualidad femenina

He anticipado los dos hechos que me resultaron novedosos, a saber: que la intensa

Sobre la sexualidad femenina

He anticipado los dos hechos que me resultaron novedosos, a saber: que la intensa
dependencia de la mujer respecto de su padre no es sino la heredera de una igualmente intensa ligazón-madre, y que esta fase anterior tuvo una duración inesperada. Ahora volveré atrás para insertar estos resultados dentro del cuadro del desarrollo sexual femenino, tal como nos hemos ido familiarizando con él; no podremos evitar algunas repeticiones. La comparación continua con las constelaciones que hallamos en el varón no hará sino beneficiar nuestra exposición.
En primer lugar, es innegable que la bisexualidad, que según nuestra tesis es parte de la
disposición {constitucional} de los seres humanos, resalta con mucho mayor nitidez en la mujer que en el varón. En efecto, este tiene sólo una zona genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer posee dos de ellos: la vagina, propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril. Nos consideramos autorizados a suponer que durante muchos años la vagina es como si no estuviese, y acaso sólo en la época de la pubertad proporciona sensaciones. En los últimos tiempos, es verdad, se multiplican las voces de los observadores que hacen remontar mociones vaginales hasta esos años tempranos. Lo esencial, vale decir, lo que
precede a la genitalidad en la infancia, tiene que desenvolverse en la mujer en torno del clítoris.
La vida sexual de la mujer se descompone por regla general en dos fases, de las cuales la
primera tiene carácter masculino; sólo la segunda es la específicamente femenina. Por tanto,
en el desarrollo femenino hay un proceso de trasporte de una fase a la otra, que carece de
análogo en el varón. Otra complicación nace de que la función del clítoris viril se continúa en la
posterior vida sexual de la mujer de una manera muy cambiante y que por cierto no se ha
comprendido satisfactoriamente. Desde luego, no sabemos cuál es la base biológica de estas
particularidades de la mujer; menos todavía podemos atribuirles un propósito teleológico.
Paralela a esta primera gran diferencia corre la otra en el campo del hallazgo de objeto. Para
el varón, la madre deviene el primer objeto de amor a consecuencia del influjo del suministro de
alimento y del cuidado del cuerpo, y lo seguirá siendo hasta que la sustituya un objeto de su
misma esencia o derivado de ella. También en el caso de la mujer tiene que ser la madre el
primer objeto. Es que las condiciones primordiales de la elección de objeto son idénticas para
todos los niños. Pero al final del desarrollo el varón-padre debe haber devenido el nuevo objeto
de amor; vale decir: al cambio de vía sexual de la mujer tiene que corresponder un cambio de
vía en el sexo del objeto. Surgen aquí, como nuevas tareas para la investigación, las preguntas
por los caminos que sigue esa migración, el grado de radicalidad o de inacabamiento con que
se cumple, y las diversas posibilidades que se presentan a raíz de este desarrollo.
Ya hemos discernido otra diferencia entre los sexos en su relación con el complejo de Edipo.
Aquí tenemos la impresión de que nuestros enunciados sobre el complejo de Edipo sólo se
adecuan en términos estrictos al niño varón, y que acertamos rechazando la designación
«complejo de Electra» (1), que pretende destacar la analogía en la conducta de
ambos sexos. El inevitable destino del vínculo de simultáneo amor a uno de los progenitores y
odio al rival se establece sólo para el niño varón. Y luego es en este en quien el descubrimiento
de la posibilidad de castración, como se prueba por la vista de los genitales femeninos, impone la replasmación del complejo de Edipo, produce la creación del superyó y así introduce todos los procesos que tienen por meta la inserción del individuo en la comunidad de cultura. Tras la interiorización de la instancia paterna en el superyó, la siguiente tarea por solucionar es desasir este último de las personas de quienes originariamente fue la subrogación anímica. En esta asombrosa vía evolutiva ha sido justamente el interés genital narcisista, el de la conservación del pene, el utilizado para limitar la sexualidad infantil (2).
En el varón, sin duda, resta como secuela del complejo de castración cierto grado de
menosprecio por la mujer cuya castración se ha conocido. A partir de ese menosprecio se
desarrolla, en el caso extremo, una inhibición de la elección de objeto y, si colaboran factores
orgánicos, una homosexualidad exclusiva. Muy diversos son los efectos del complejo de
castración en la mujer. Ella reconoce el hecho de su castración y, así, la superioridad del varón
y su propia inferioridad, pero también se revuelve contra esa situación desagradable. De esa
actitud bi-escindida derivan tres orientaciones de desarrollo. La primera lleva al universal
extrañamiento respecto de la sexualidad. La mujercita, aterrorizada por la comparación con el varón, queda descontenta con su clítoris, renuncia a su quehacer fálico y, con él, a la sexualidad en general, así como a buena parte de su virilidad en otros campos. La segunda línea, en porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez
un pene persiste hasta épocas increíblemente tardías, es elevada a la condición de fin vital, y la
fantasía de ser a pesar de todo un varón sigue poseyendo a menudo virtud plasmadora durante
prolongados períodos. También este «complejo de masculinidad» de la mujer puede terminar en
una elección de objeto homosexual manifiesta. Sólo un tercer desarrollo, que implica sin duda rodeos, desemboca en la final configuración femenina que toma al padre como objeto y así halla la forma femenina del complejo de Edipo. Por lo tanto, el complejo de Edipo es en la mujer el resultado final de un desarrollo más prolongado; no es destruido por el influjo de la castración, sino creado por él; escapa a las intensas influencias hostiles que en el varón producen un efecto destructivo, e incluso es frecuentísimo que la mujer nunca lo supere. Por eso son más pequeños y de menor alcance los resultados culturales de su descomposición. Probablemente no se yerre aseverando que esta diferencia en el vínculo recíproco entre complejo de Edipo y  complejo de castración imprime su cuño al carácter de la mujer corno ser social (3).
La fase de la ligazón-madre exclusiva, que puede llamarse preedípica, reclama entonces una
significación muchísimo mayor en la mujer, que no le correspondería en el varón. Numerosos
fenómenos de la vida sexual femenina, mal comprendidos antes, hallan su esclarecimiento
pleno si se los reconduce a ella. Por ejemplo, uno observado desde tiempo atrás: muchas
mujeres que han escogido a su marido según el modelo del padre o lo han puesto en el lugar de
este repiten con él, sin embargo, en el matrimonio, su mala relación con la madre (4). El debía heredar el vínculo-padre y en realidad hereda el vínculo-madre. Se lo
comprende con facilidad como un evidente caso de regresión. El vínculo-madre fue el originario;
sobre él se edificó la ligazón-padre, y ahora en el matrimonio sale a la luz, desde la represión, lo
originario. El endoso de ligazones afectivas del objeto-madre al objeto-padre constituye, en
efecto, el contenido principal del desarrollo que lleva hasta la feminidad.
Si tantas mujeres nos producen la impresión de que la lucha con el marido ocupa su madurez
como la lucha con la madre ocupó su juventud, a la luz de las puntualizaciones precedentes
inferiremos que su actitud hostil hacia la madre no es una consecuencia de la rivalidad del complejo de Edipo, sino que proviene de la fase anterior y halla sólo refuerzo y empleo en la situación edípica. Lo corrobora, en efecto, la indagación analítica directa. Nuestro interés tiene
que dirigirse a los mecanismos que se han vuelto eficaces para el extrañamiento del
objeto-madre, amado de manera tan intensa como exclusiva. Estamos preparados para hallar,
no un único factor de esa índole, sino toda una serie, que cooperen en la misma meta final.
Entre ellos resaltan algunos que están totalmente condicionados por las constelaciones de la sexualidad infantil, o sea que valen de igual manera para la vida amorosa del varoncito. En primera línea han de nombrarse aquí los celos hacia otras personas, hermanitos, rivales entre quienes también el padre encuentra lugar. El amor infantil es desmedido, pide exclusividad, no se contenta con parcialidades. Ahora bien, un segundo carácter es que este amor carece propiamente de meta, es incapaz de una satisfacción plena, y en lo esencial por eso está condenado a desembocar en un desengaño (5) y dejar sitio a una actitud hostil. En
épocas posteriores de la vida, la ausencia de una satisfacción final puede favorecer otro
desenlace: como en el caso de los vínculos amorosos de meta inhibida, este factor puede
asegurar la persistencia imperturbada de la investidura libidinal; pero en el esfuerzo de los
procesos de desarrollo sucede por lo común que la libido abandone la posición insatisfactoria
para buscar una nueva.
Otro motivo, mucho más específico, de extrañamiento respecto de la madre resulta del efecto
del complejo de castración sobre la criatura sin pene. En algún momento la niña pequeña
descubre su inferioridad orgánica, desde luego antes y más fácilmente cuando tiene hermanos
o hay varoncitos en su cercanía. Enunciamos ya las tres orientaciones que se abren entonces:
a) la suspensión de toda la vida sexual; b) la porfiada hiperinsistencia en la virilidad, y c) los
esbozos de la feminidad definitiva. No es fácil aquí hacer precisiones temporales más exactas
ni establecer circuitos típicos. Ya el momento en que se descubre la castración es variable,
muchos otros factores parecen ser inconstantes y depender del azar. Cuenta el estado del
propio quehacer fálico; también, que este sea descubierto o no, y el grado de impedimento que
se vivencie tras el descubrimiento.
El propio quehacer fálico, la masturbación en el clítoris, es hallado por la niña pequeña casi
siempre de manera espontánea (6), y al comienzo no va por cierto acompañado de
fantasías. El influjo que sobre su despertar ejerce el cuidado del cuerpo es testimoniado por la
tan frecuente fantasía en la que la madre, nodriza o niñera es la seductora (7). No
entramos a considerar si el onanismo de la niña es más raro y, desde el comienzo, menos
enérgico que el del varón; sería muy posible. También la seducción real es harto frecuente, de
parte de otros niños o de personas a cargo de la crianza que quieren calmar al niño, hacerlo
dormir o volverlo dependiente de ellas. Toda vez que interviene una seducción, por regla general
perturba el decurso natural de los procesos de desarrollo; a menudo deja como secuela vastas
y duraderas consecuencias.
Según dijimos, la prohibición de masturbarse se convierte en la ocasión para dejar de
hacerlo, pero también es motivo para rebelarse contra la persona prohibidora, vale decir, la
madre o su sustituto (que más tarde se fusiona regularmente con ella). La porfía en la
masturbación parece abrir el camino hacia la masculinidad. Aun en los casos en que la niña no
logró sofocar la masturbación, el efecto de la prohibición en apariencia ineficaz se muestra en
su posterior afán de librarse a costa de cualquier sacrificio de esa satisfacción que la hace
padecer. Además, ese propósito en que así se persevera puede influir sobre la elección de
objeto de la muchacha madura. El rencor por haberle impedido el libre quehacer sexual
desempeña un gran papel en el desasimiento de la madre. Ese mismo motivo vuelve a producir
efectos tras la pubertad, cuando la madre cree su deber preservar la castidad de la hija (8). No olvidaremos, desde luego, que la madre estorba de igual manera la
masturbación del varoncito, y así crea también en él un fuerte motivo para la rebelión.
Cuando la niña pequeña se entera de su propio defecto por la vista de un genital masculino, no
acepta sin vacilación ni renuencia la indeseada enseñanza. Como tenemos dicho, se obstina en
la expectativa de poseer alguna vez un genital así, y el deseo de tenerlo sobrevive todavía largo
tiempo a la esperanza. En todos los casos, el niño considera al comienzo la castración sólo
como un infortunio individual, sólo más tarde la extiende también a ciertos niños, y por fin a
algunos adultos (9). Cuando se capta la universalidad de este carácter negativo, se
produce una gran desvalorización de la feminidad, y por eso también de la madre.
Es muy posible que la precedente pintura del comportamiento de la niña pequeña frente a la
impresión de la castración y a la prohibición del onanismo haya parecido al lector confusa y
contradictoria. No es enteramente culpa del autor. En realidad, apenas es posible una
exposición universalmente válida. En diversos individuos hallamos las más diferentes
reacciones y en un mismo individuo coexisten actitudes contrapuestas. Tan pronto interviene
por primera vez la prohibición, se genera el conflicto, que en lo sucesivo acompañará al
desarrollo de la función sexual. También significa un particular obstáculo para la intelección el
hecho de que resulte tan trabajoso distinguir los procesos anímicos de esta primera fase y los
de fases posteriores, que se les superponen y los desfiguran en el recuerdo. Por ejemplo, en
algún momento se concebirá el hecho de la castración como un castigo por el quehacer
onanista, pero se atribuirá al padre su ejecución, cuando en verdad ninguna de ambas
creencias puede ser originaria. De manera similar, el varoncito teme la castración regularmente
de su padre, aunque también en su caso la amenaza partió casi siempre de la madre.
Comoquiera que fuese, al final de esta primera fase de la ligazón-madre emerge como el más
intenso motivo de extrañamiento de la hija respecto de la madre el reproche de no haberla
dotado de un genital correcto, vale decir, de haberla parido mujer (10). No sin
sorpresa se oye otro reproche, que se remonta un poco menos atrás: la madre dio escasa
leche a su hija, no la amamantó el tiempo suficiente. Acaso ello sea cierto hartas veces en
nuestras circunstancias culturales, pero sin duda no con tanta frecuencia como se lo asevera
en el análisis. Parece más bien que esa acusación expresara el universal descontento de los
niños que, bajo las condiciones culturales de la monogamia, son destetados trascurridos de
seis a nueve meses, mientras que la madre primitiva se consagraba a su hijo durante dos o tres
años de manera exclusiva; parece, pues, que nuestros niños permanecieran insaciados para
siempre, como si no hubieran mamado el tiempo suficiente del pecho materno. Empero, no
estoy seguro de que no se tropezaría con idéntica queja en el análisis de niños amamantados
durante tanto tiempo como los hijos de los primitivos. ¡Tan grande es la voracidad de la libido
infantil!
Repasemos toda la serie de las motivaciones que el análisis descubre para el extrañamiento
respecto de la madre: omitió dotar a la niñita con el único genital correcto, la nutrió de manera
insuficiente, la forzó a compartir con otro el amor materno, no cumplió todas las expectativas de
amor y, por último, incitó primero el quehacer sexual propio y luego lo prohibió; tras esa ojeada
panorámica, nos parece que esos motivos son insuficientes para justificar la final hostilidad.
Algunos son consecuencia inevitable de la naturaleza de la sexualidad infantil; los otros presentan el aspecto de unas racionalizaciones amañadas más tarde para explicar un cambio de sentimientos no comprendido. Quizá lo más correcto sea decir que la ligazón-madre tiene que irse a pique {al fundamento} justamente porque es la primera y es intensísima, algo parecido a lo que puede observarse sobre el primer matrimonio de mujeres jóvenes enamoradas con la máxima intensidad. Aquí como allí, la actitud {Postura} de amor naufragaría a raíz de los inevitables desengaños y de la acumulación de las ocasiones para la agresión. Por lo general, un segundo matrimonio marcha mucho mejor.
No podemos llegar tan lejos como para aseverar que la ambivalencia de las investiduras de
sentimiento sea una ley psicológica de validez universal, ni que sea de todo punto imposible
sentir gran amor por una persona sin que vaya aparejado un odio acaso de igual magnitud, o a
la inversa. Es indudable que la persona normal y adulta consigue separar entre sí ambas
posturas para no tener que odiar a su objeto de amor ni amar también a su enemigo. Pero esto
parece ser el resultado de desarrollos más tardíos. En las primeras fases de la vida amorosa es
evidente que la ambivalencia constituye la regla. En muchos seres humanos este rasgo arcaico
se conserva durante toda la vida; es característico del neurótico obsesivo el equilibrio de amor y
odio en sus vínculos de objeto. También respecto de los primitivos podemos sostener el
predominio de la ambivalencia (11). Entonces, la intensa ligazón de la niña pequeña
con su madre debió de haber sido muy ambivalente, y justamente por esa ambivalencia, con la
cooperación de otros factores, habrá sido esforzada a extrañarse de ella, vale decir: el proceso
es, también aquí, consecuencia de un carácter universal de la sexualidad infantil.
En contra de este intento de explicación enseguida se planteará la pregunta: ¿Cómo puede
en tal caso el varoncito conservar incólume su ligazón-madre, que por cierto no es menos
intensa? Con igual rapidez acude la respuesta: Porque le resulta posible tramitar su
ambivalencia hacia la madre colocando en el padre todos sus sentimientos hostiles. Pero, en
primer lugar, no debe darse esta respuesta antes de estudiar a fondo la fase preedípica del
varón; y en segundo lugar, probablemente lo más cauto sea confesar que uno todavía no
penetra bien estos procesos, de los que se acaba de tomar conocimiento.

Notas:
1- [Cf. «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920a), AE, 18, pág. 148n. La frase había sido usada por Jung (1913, pág. 370).]
2- [Véase, respecto de todo esto, «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924d), AE, 19, pág. 181.]
3- Se puede prever que los feministas entre los hombres, pero también nuestras analistas mujeres, discreparán con estas puntualizaciones. Difícilmente dejarán de objetar que tales doctrinas provienen del «complejo de masculinidad» del varón y están destinadas a procurar justificación teórica a su innata tendencia a rebajar y oprimir a la mujer. Sólo que semejante argumentación psicoanalítica recuerda en este caso, como en tantos otros, a la famosa «vara de dos puntas» de Dostoievski. En efecto, a su vez los oponentes de quienes sostengan tales asertos hallarán muy comprensible que el sexo femenino no quiera aceptar algo que parece contradecir su igualación al varón, cálidamente ansiada. Es evidente que el uso del psicoanálisis como instrumento polémico no lleva a decidir las cuestiones.  [La frase de Dostoievski aparece (aplicada como símil a la psicología) en el alegato en favor de Dmitri de Los hermanos Karamazov, libro XII, capítulo X. Freud ya la había citado en «Dostoievski y el parricidio» (1928b), supra, pág. 186.]
4- [Cf. «El tabú de la virginidad» (1918a), AE, 11, págs. 199 y sigs.]
5- [Cf. «Pegan a un niño»» (1919), AE, 17, pág. 185.]
6- [Cf.. Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 201.]
7- [Esto se examina con más amplitud infra, págs. 239-40.]
8- [Cf. «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (1915f), AE, 14, pág, 267.]
9- [Se da un ejemplo en una nota al pie de El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 33.]
10- [Freud había señalado esto en «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico» (1916d), AE, 14, pág. 322.]
11- [Cf. Tótem y tabú (1912-13), pássim, especialmente el segundo ensayo.]

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