Autor: MARCELO FERRARO
Fuente: Intersecciones Psi (Revista Electrónica de la Facultad de Psicología – UBA) AÑO 10 – NÚMERO 35 – JUNIO 2020
Deshabilitar los hábitos: Sujetos a Prueba. Las prácticas de los psicólogos en época de Covid-19
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No es desde un solo dispositivo de pensamiento, un discurso, que podemos pensar la novedad mundial de este suceso. Escenas de la actualidad nos remiten a situaciones de la guerra, las cuales Freud vivió, pensó y recorremos parte de esa escritura. Conceptos que nos sirven, pero no alcanzan. La amenaza y la incertidumbre pesan sobre nuestra comunidad. ¿Cuál es el lugar del Estado y sus gobernantes? ¿Cómo se tensa hoy el ejercicio del derecho a la salud? ¿Cómo se entrelaza esta dimensión política con las instituciones de salud? Hoy el protagonista social, es el equipo de salud y nosotros, los psicólogos, formamos parte de él. ¿Cómo quedan hoy trastocadas las versiones de las existencias singulares? El contexto cambia el texto. Y también los modos de nuestra escucha. ¿Cuáles serán los modos de intervención posibles?
El presidente argentino, al hablar de la pandemia mundial de coronavirus y la situación local, lo hizo diciendo “guerra”, “enemigo invisible”. Después presentó la estrategia de aislamiento social obligatorio.
Parecía mucho…pero no lo es.
Efectivamente, hay elementos de la guerra, hay un enemigo y una comunidad amenazada. Fundamentalmente: hay miedos. Existe el factor sorpresa dado por el contagio de la enfermedad y aún no existen las suficientes “armas” para enfrentarla con contundencia y vencerla, llámese (y parece lejos) vacuna, por ejemplo. Hay quienes deben mantenerse “encerrados”, “guardados” y otros que por su hacer y saber deben salir al frente, a “pelear”. Todo esto sucede en un marco de incertidumbre por el futuro.
Cuando Freud era interpelado por Einstein acerca de la guerra, le respondía que la cultura, esa operación que nos hace humanos, generaba la posibilidad del pasaje de la violencia al derecho “…a través del hecho de que la mayor fortaleza de uno podía ser compensada por la unión de varios débiles. “L´union fait la forcé” (Freud 1933, 189).
Las actuales medidas de cuidado, de prevención sanitaria, como la cuarentena que vamos transitando, instalan al Estado en su función de ejercer una prohibición, pero no solamente eso. Se requiere generar un convencimiento social, un fuerte consenso extendido que permita, que hagamos propia la declinación de todas nuestras prácticas habituales en pos de un aislamiento preventivo de días, de semanas, frente a un tiempo futuro todavía impreciso.
Freud nos decía que la unión es lo que logra quebrar a la violencia de la guerra. Podemos arriesgar nosotros, de la pandemia.
En su lectura, Freud, hace una operación más: nos dice que el derecho se constituye a partir de esa unión, del poder que representa y que genera esa unión. “Vemos que el derecho es el poder de una comunidad” (Freud 1933, 189) frente a esa amenaza, a ese real que se cuela, que se contagia, de modos nuevos, demasiado simples, (¿violentos?) y abrumadores.
Hasta aquí nos ayuda a leer varios datos que vemos suceder: el reverdecer de los estados nacionales, con sus fronteras, con sus decisiones “para todos”, obligatorias, frente a una enfermedad que todos podemos contraer y si no, transmitir.
Parafraseando a Freud, cualquier guerra se libra en el campo social y se gana, si se gana la paz. Eso se logra si se es capaz de conseguir unidades cada vez mayores. Al responderle Freud a Einstein sobre su pregunta ¿por qué de la guerra? Ambos coinciden en que la forma de prevenirla es lograr que los seres humanos acuerden que una institución sea la encargada de resolver los conflictos.
En nuestro caso, observamos un gobierno que, desde el Estado, decide ir estableciendo “excepciones,” conjuntos de personas que salen del aislamiento, y con ese riesgo, sostienen actividades para el funcionamiento del conjunto de la comunidad.
El Estado enfrenta como problema político, al decir de Badiou, la responsabilidad de localizar al enemigo, de controlarlo. Son los gobiernos, su ideología y sus actos, los que dan sentido, los que definen cuál, qué, quién, cómo y cuándo.
En ese reverdecer -por ideología propia y/o por las circunstancias- el gobierno tensa y dialoga con otros modos del poder, con otros productores de gobernabilidad, productores de discursos y hegemonías. Diversos poderes yuxtapuestos, más o menos enfrentados, en la globalidad y vigencia de un capitalismo en su modalidad neoliberal.
¿Y de qué se está hablando?
De los derechos, tácitos para algunos, ninguneados para otros, el Derecho a la salud, a proteger la vida de los ciudadanos: desde el Estado, desde el otro, desde uno mismo y viceversa: se vuelve eje, dirección del dialogo y de la puja social.
Esto no es sencillo, Freud señalaba que podía resultar que el derecho “se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno; las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos”. (Freud 1933, 189/190)
La potencia activa de un derecho está siempre en relación con otros estamentos de la sociedad, es decir no hay derecho puro: esas leyes, medidas y decretos, etc., se imbrican con otros poderes, hasta lograr encarnarse -cuando sucede- en la vida de los sujetos.
Frente a esta “guerra” el gobierno, asumiendo responsabilidades de Estado, ha planteado “salvar vidas”, ganar tiempo, achatar la curva y seguir. No perder ciudadanos (los menos posibles) en las batallas, quedarse en casa (lo más posible) para controlar la situación, una estrategia que debe lidiar, además con una historia de desigualdades previas y una economía que no debe ahogarse.
Gobierno y comunidad venimos, hasta hoy, revalorizando la vida. Basta ver imágenes de otros lugares del mundo, es decir, revalorizar la vida en una sociedad es sabernos iguales en tanto mortales.
Siguiendo a Foucault, este panorama actual nos invita a pensar en una concepción del poder: hablamos de Estado, gobierno y de sus instituciones ya no solo para connotar su condición represiva, sino el poder que conllevan como una verdadera tecnología de construcción de sujetos, desde los regímenes de enunciación que modelan sus prácticas.
Las subjetividades, también se construyen desde las instituciones públicas de salud: el valor de la vida, del cuidado de sí, de existir entre otros. De hacer, de decir, de manejarse, son las formas invisibles y evidentes en que también desde las instituciones, se conforman las subjetividades.
Equipo de salud mental y pandemia
El sistema de salud pasa a ocupar la centralidad en cuanto a actor social de esta época. Se espera de él y mucho.
Las instituciones sanitarias y sus protagonistas los médicos en sus revalorizadas figuras ya no están solos, en esta versión del siglo XXI las coordenadas sanitarias tienen un protagonista grupal: el equipo de salud. Sus integrantes son aquellos que no permanecen encuarentenados, concurren a hospitales, a centros de salud y se enfrentan a eso para lo cual nadie queda exento. Entre ellos están los “psi”, el equipo de salud mental.
Cuántas veces oímos decir y también dijimos “no hay salud, sin salud mental” o que “para hablar de salud tenemos que hablar de salud integral” y por eso el Equipo de salud.
En los ámbitos de las instituciones públicas esos discursos, sus prácticas y saberes, viven en permanente tensión y convivencia con otros, de corte más simple y biologicista. No basta con “viralizar”, eso es reducir la cuestión, eso favorece la exclusión y la ineficacia de nuestras prácticas. No se trata solo de combatir el virus sino del cuidado de las personas en tanto sujetos, en tanto las múltiples implicancias psicosociales que tiene una pandemia y el cumplimiento de las medidas de prevención. Se trata de sostener una concepción de sujeto y encontrar otra eficacia, otra calidad al momento de abordarla.
¿Cómo hacemos ahora?
En principio esto significa, ¿cómo, desde los equipos de salud mental y específicamente desde nuestro rol de psicólogos, pensamos esta nueva situación?
Impensada y sin memoria entre contemporáneos, se desarrolla en un escenario de imprevisibilidades, con algunos riesgos y sin certezas pero en la creciente sospecha que esta clínica en salud mental de hoy, inédita y creativa, es transitoria pero viene también a modificar, en buena medida, nuestras prácticas anteriores para siempre.
Nos toca a nosotros pensar los efectos subjetivos de este virus, de estos aislamientos, cuarentenas, encierros visibles frente al “enemigo” que no se ve, detalle no menor: no ver para darle formas al miedo.
Días y semanas o meses, en que nuestros pacientes o personas que conforman grupos de riesgo “subjetivo” pasan en sus casas, como pueden y con quién viven, si es que no están solos.
Todo esto pone también en crisis nuestro hacer y, a la vez, el camino que lleva a pensar qué podemos hacer de manera diferente, frente al padecimiento subjetivo, frente al deshabitar los hábitos de la inmensa mayoría de las personas. Tarea nunca sencilla, subvertir esos ordenadores con que cada uno contamos, de tiempo, espacio y recorridos libidinales.
Dejar la previsibilidad que nos nombra como espejo diario, que un día se sustrae por voluntad colectiva, pero con consecuencias singulares en cada vida.
Autonomía y lazo social, dos indicadores de salud mental para todas las corrientes teóricas, quedan cuestionados en un tiempo paradojal: hoy, aislarse físicamente protege la salud. Que ese aislamiento no sea subjetivo es, en muchos casos, un desafío de nuestra clínica de hoy.
Nos toca a nosotros encarar nuevos dispositivos, cuyos fundamentos ni siquiera son los que se consideran válidos en otras situaciones de desastres humanos y/o naturales. Nuevas estrategias y tácticas, hacia afuera, con nuestros pacientes, con la comunidad, pero hacia adentro también, con los demás integrantes del equipo, con la “vanguardia” frente a la enfermedad, ayudándolos a qué hacer con sus temores, sus nuevos hábitos y viejas prácticas, con sus omnipotencias. Todo esto sucediendo en un marco inédito, con mucha cercanía y poca perspectiva, porque nosotros también estamos involucrados.
El contexto cambia el texto. Somos llamados a pensar nuevos encuadres que incorporen tecnología remota, donde las transferencias corran por fibra óptica, donde la demanda parecerá quedar de nuestro lado, si no entendemos que para hacer lugar también, a veces, debemos tener la iniciativa. Estar, distintos, pero estar.
Dice el refrán: “el hábito no hace al monje”, sin embargo, es allí donde cualquier sujeto puede reconocerse, incluso nosotros, los “psi”. En nuestros “hábitos profesionales” nos reconocemos, acomodados en los hábitos de lo que sabemos hacer en la práctica que ejercemos. Frente a lo inédito, lo excepcional, es preciso que el hábito no haga al monje, que lo haga su convicción.
Frente a las pérdidas, los obstáculos, los fantasmas y los miedos, seguimos proponiendo a nuestros consultantes, a quien le haga falta, la experiencia del sujeto: cómo recobrar algún otro sentido, cómo encontrarse.
Bibliografía
Badiou, A. (2004) Circunstancias. Buenos Aires: Libros del Zorzal
Foucault, M. (1990). Tecnologías del yo. Barcelona, Buenos Aires: Editorial Paidós. 2008
Freud, S. (1933) ¿Por qué la guerra? En Obras Completas Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu.
Link: http://intersecciones.psi.uba.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=816:deshabitar-habitos-sujetos-prueba-practicas-psicologos-epocas-covid19&catid=9:perspectivas&Itemid=1