Parte teórica. (Breuer) (C)
Una perturbación semejante del equilibrio dinámico en el interior del sistema nervioso, vale decir, la distribución desigual de la excitación acrecentada, es justamente la que constituye el lado psíquico de los afectos. No nos proponemos intentar aquí ni una psicología ni una fisiología de los afectos. Elucidaremos un solo punto de importancia para la patología, y además únicamente respecto de los afectos ideógenos, aquellos que son producidos por percepciones y representaciones. (Lange (1885 [págs. 62 y sigs.]) ha vuelto a señalar, con acierto, que los afectos pueden ser condicionados casi tanto por sustancias tóxicas -y, según lo prueba la psiquiatría, primariamente por alteraciones patológicas- como por representaciones.) En verdad, no se precisa alegar más razones para afirmar que todas aquellas perturbaciones del equilibrio psíquico que llamamos «afectos agudos» van acompañadas de un acrecentamiento de excitación. (En los afectos crónicos, la pena y la preocupación, es decir, una angustia prolongada, existe la complicación de un serio estado de fatiga que deja subsistir la distribución desigual de la excitación y, con ella, la perturbación del equilibrio, pero rebaja su altura.) Ahora bien, esa excitación acrecentada no puede emplearse en una actividad psíquica. Todos los afectos intensos dañan la asociación, el decurso de la representación. La cólera o el terror hacen «perder el sentido de las cosas». Sólo persisten en la conciencia con máxima intensidad aquellos grupos de representación excitados por el afecto. Así se vuelve imposible nivelar esa emoción {Aufregung} mediante una actividad asociativa. Pero los afectos «activos», «esténicos», nivelan el acrecentamiento de excitación mediante una descarga motriz. El gritar y brincar de alegría, el acrecentado tono muscular de la cólera, el dicho airado y la acción vengadora hacen que la excitación se drene en actos de movimiento. El dolor psíquico la descarga en esfuerzos respiratorios y en un acto de secreción: el sollozar y llorar. Es de experiencia cotidiana que estas reacciones atemperan y apaciguan la emoción. Como se puntualizó, el lenguaje lo expresa en los términos «desfogarse», «desahogarse llorando», etc.; lo que ahí se libera es justamente la excitación cerebral acrecentada, Sólo algunas de estas reacciones son acordes al fin, pues por medio de ellas se cambia algo en la situación, como lo hacen la acción o el dicho coléricos. Las otras carecen por completo de finalidad o, más bien, no poseen otro fin que la nivelación del acrecentamiento excitatorio y el establecimiento del equilibrio psíquico. Cuando operan esto último, sirven a la «tendencia a mantener constante la excitación cerebral». A los afectos «asténicos» del terror y de la angustia les falta este aligeramiento reactivo. El terror directamente paraliza tanto la motilidad como la asociación, y lo mismo hace la angustia cuando la causa del afecto de angustia y las circunstancias excluyen la única reacción acorde al fin, a saber, el escapar. La excitación del terror sólo desaparece mediante una nivelación paulatina. La cólera posee reacciones adecuadas que corresponden a su ocasionamiento. Si ellas son imposibles o se las inhibe, en su lugar aparecen subrogados. Ya el dicho colérico lo es. Pero también las sustituyen otros actos, enteramente faltos de finalidad. Cuando Bismarck se ve precisado a sofocar su emoción airada frente al emperador, se alivia haciendo añicos contra el piso un precioso jarrón. Esta deliberada sustitución de un acto motor por otro se corresponde por entero con la de los reflejos naturales de dolor por otras contracciones musculares. El reflejo preformado frente a la extracción de un diente es apartar al dentista y gritar; si en vez de ello contraemos los músculos de los brazos, que oprimen el costado de la silla, trasladamos de un grupo de músculos a otro el quantum de excitación desencadenado por el dolor. A raíz de un dolor de dientes violento y espontáneo, que fuera de la queja no tiene ningún reflejo preformado, la excitación se drena en un pasearse de un lado a otro sin finalidad. De igual modo trasportamos la excitacíón de la cólera de la reacción adecuada a otra y nos sentimos aligerados cuando es consumida mediante alguna inervación motriz intensa. Pero cuando al afecto le es absolutamente denegada una tal descarga de la excitación, la situación es en la cólera idéntica a la del terror y la angustia: la excitación intracerebral se acrecienta con violencia, pero no es consumida en actividad asociativa ni motriz. En el hombre normal esta perturbación se nivela poco a poco; pero en muchas personas surgen reacciones anómalas, se forma la «expresión anómala de las emociones» (Oppenheim [1890]).