Respecto del juzgar, cabe puntualizar más aún que su fundamento es evidentemente la preexistencia de experiencias corporales, sensaciones e imágenes-movimiento propias. Mientras estas falten, el sector variable del complejo de percepción permanecerá incomprendido, vale decir, podrá ser reproducido pero no proporcionará ninguna orientación para ulteriores caminos de pensar. Por ejemplo (y esto cobrará importancia en lo que sigue [parte III), ninguna experiencia sexual exteriorizará efectos mientras el individuo no tenga noticia de sensaciones sexuales, o sea, en general, hasta el inicio de la pubertad.
En cuanto al juzgar primario, parece presuponer, respecto del acto de pensar reproductor, un influjo menor por el yo investido. Es que en él se trata de perseguir una asociación por coincidencia parcial, a la que no se imparte modificación alguna. Y ello así, ocurren también casos en que el proceso de asociación justificativa se consuma con una cantidad plena. Por ejemplo: una percepción corresponde a un núcleo-objeto + una imagen-movimiento. Y mientras uno percibe percepción, uno imita los movimientos mismos, es decir, inerva la imagen-movimiento propia que es despertada tras la discordancia, y con tanta intensidad que el movimiento se consuma. Por eso se puede hablar de un valor imitativo de una percepción. O bien la percepción despierta la imagen mnémica de una representación de dolor propia, en cuyo caso uno registra el displacer correspondiente y repite los movimientos defensivos pertinentes. Este es el valor compasivo de una percepción.
En estos dos casos hemos de ver sin duda el proceso primario para el juzgar, y podemos suponer que todo juzgar secundario se ha producido por morigeración de estos procesos puramente asociativos. Por tanto, el juzgar, que luego es un medio para discernir el objeto que quizás ha cobrado importancia práctica, es originariamente un proceso asociativo entre investiduras que vienen de afuera e investiduras procedentes del cuerpo propio, una identificación entre noticias o investiduras Φ y de adentro. Acaso no sea incorrecto conjeturar que, al mismo tiempo, constituye un camino por el cual unas Q que vienen de Φ son trasportadas y pueden ser descargadas. Lo que llamamos cosas del mundo son restos que se sustraen de la apreciación judicativa.
Del ejemplo del juicio se obtiene una primera pista para la diferencia en lo cuantitativo que cabe estatuir entre pensar y proceso primario. Es lícito suponer que a raíz del pensar una leve corriente de inervación motriz discurre desde ψ, por cierto que sólo si en el trayecto ha sido inervada una neurona motriz o una neurona llave. Pero sería incorrecto considerar esa descarga como el proceso mismo de pensar, del cual es sólo un efecto colateral no deliberado. El proceso de pensar consiste en la investidura de neuronas ψ con modificación de la compulsión facilitatoria mediante investidura colateral desde el yo. En términos mecánicos, es concebible que a raíz de ello sólo una parte de las Qη pueda seguir las facilitaciones y que la magnitud de esta parte sea regulada de continuo por las investiduras. Pero es claro también que con ello el ahorro de Q es suficiente para que la reproducción como tal cobre utilidad. Es que en el caso alternativo toda la Qη que al final se requiere para la descarga se gastaría durante la circulación sobre los puntos de desembocadura motriz. El proceso secundario es entonces una repetición del decurso ψ originario en un nivel inferior, con cantidades menores.
Se objetará: ¡Qη todavía más pequeñas de las que ya circulan dentro de neuronas ψ! ¿Cómo se consigue abrir a unas Qη tan pequeñas los caminos que ciertamente sólo son transitables para Qη mayores, como las que por lo general recibe ψ? La única respuesta posible es que ello tiene que ser una consecuencia mecánica de las investiduras colaterales. Tenemos que inferir unas constelaciones tales que, a raíz de una investidura colateral, Qη pequeñas se drenen por facilitaciones en las que de ordinario sólo habrían podido transitar unas Qη grandes. La investidura colateral liga, por así decir, un monto de la Qη que corre a través de la neurona.
El pensar tiene que cumplir otra condición, además. No tiene permitido alterar esencialmente las facilitaciones creadas por los procesos primarios, pues así falsearía las huellas de la realidad objetiva. Esta condición queda cumplida si apuntamos que la facilitación probablemente sea el resultado de una cantidad grande sobrevenida de una sola vez, y que la investidura, muy potente en el momento, no deja empero como secuela ningún efecto duradero comparable. Las pequeñas Q que pasan a raíz del pensar no pueden, en general, prevalecer contra las facilitaciones.
Por otra parte, es indudable que el proceso de pensar deja empero como secuela unas huellas duraderas; en efecto, un segundo pensar [«Überdenken»] sobre reclama tanto menos gasto que el primero, Por consiguiente, a fin de no falsear la realidad hacen falta unas huellas particulares, unos indicios para los procesos de pensar, que constituyen una memoria de pensar; ella todavía no se puede formar. Más adelante nos enteraremos de los medios por los cuales las huellas de los procesos de pensar son separadas de las huellas de la realidad objetiva.