Embarazo y maternidad en la adolescencia – Perspectivas
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PERSPECTIVAS: Embarazo y maternidad en la adolescencia
Gabriela Perrotta
Los embarazos en la adolescencia marcan el inicio de la
conformación de una familia: ¿planificada?, ¿deseada? Este
trabajo propone pensar, por un lado, en los condicionamientos
de género que determinan embarazos en la adolescencia
y, por otro, en el rol del psicoanalista en los equipos
interdisciplinarios que trabajan con adolescentes.
Comencemos con dos preguntas: ¿Los embarazos en la
adolescencia son deseados? ¿Las adolescentes que quedan
embarazadas están buscando ser madres y formar una familia?
El embarazo en la adolescencia puede tomarse como
indicador de acceso a la salud en tanto suele concentrarse en
las poblaciones más pobres, con condiciones inadecuadas
de nutrición y salud de las embarazadas. Hace años que
las investigaciones sobre el tema nos muestran que los
embarazos en la adolescencia están determinados por los
condicionamientos de género que definen a la identidad
femenina en función de la maternidad y las tareas domésticas.
Este estereotipo social y cultural también determina el acceso
a la salud sexual y reproductiva (SSyR).
Deseo de embarazo
Retomemos la pregunta por el deseo: Los embarazos en
la adolescencia suelen no ser planificados o buscados
conscientemente, pero eso no significa que no sean deseados
en la mayoría de los casos. El deseo es algo complejo de
definir, pero ya sea que se lo defina conceptualmente desde el
psicoanálisis, se utilice la definición de diccionario o se piense
en el uso cotidiano de la palabra, no se refiere a una acción
voluntaria, planificada, a algo que necesariamente se busque
en forma consciente. Entonces, un embarazo no buscado o no
planificado no puede definirse como deseado o no deseado
sólo por el hecho de no haber sido buscado conscientemente.
Los medios masivos de comunicación y muchos profesionales
de la salud hablan de “embarazos no deseados” sin tener en
cuenta que un embarazo que no ha sido planificado o buscado
puede ser de todas maneras un embarazo deseado. Incluso
un embarazo que termine en aborto provocado podría haber
sido deseado, pero la mujer (adolescente o adulta) no haber
podido afrontar la situación o defendido su deseo por sobre
la decisión de su familia (pareja y/o padres), que no quería que
ese embarazo siguiera su curso.
Si pensamos a los embarazos en la adolescencia sólo
como embarazos no deseados dejamos de lado los
condicionamientos sociales y culturales, especialmente de
género, que contribuyen a “construir” el deseo de embarazo.
Los roles que la sociedad supone para las mujeres, como
madres, esposas y amas de casa, condicionan la ocurrencia
de embarazos en la adolescencia en la medida en que esa
es la única manera en que muchas de estas adolescentes
sienten que se realizan como mujeres y son reconocidas
socialmente como tales.
Perspectiva de género
Si bien muchas veces se utiliza el término género para
hablar de las mujeres y la reivindicación de sus derechos,
es importante tomar esta perspectiva como aquella que se
centra en las relaciones entre los sujetos, determinadas por
la construcción de sus identidades de género, las que van
armando acerca de su ser hombre y su ser mujer a partir de
patrones culturales.
Si pensamos que el ejercicio de la sexualidad suele verse
condicionado por la posición subordinada de la mujer y
muchas veces por la definición de la identidad femenina
asociada a la maternidad, debemos considerar las
posibilidades de cada mujer para apropiarse de herramientas
que le permitan reflexionar acerca de esos condicionamientos
y elegir la manera de actuar frente a ellos.
Tradicionalmente, se atribuyen a las mujeres roles pasivos, de
cuidado de los otros, de mayor sensibilidad; se espera que
sean madres y esposas y se remitan al ámbito de lo privado.
Mientras que a los hombres se les atribuye la actividad, el poder,
la fuerza y el rol de proveedores y se les otorga el ámbito de lo
público. Estas atribuciones de mujeres y hombres, de lo que
se espera de la femineidad y la masculinidad de cada uno, han
sido sostenidas por hombres y mujeres a lo largo de la historia
y son cuestionadas por los estudios de mujeres y luego por los
estudios de género debido a las desigualdades sociales que
implican, especialmente la desigualdad de las mujeres como
sujetos de derecho. El cuestionamiento se refiere también a la
definición de la femineidad y la masculinidad como conceptos
cerrados, que responden a roles determinados, que a su vez
dependería del sexo biológico.
Hablar de lo masculino y lo femenino desde una perspectiva
de género implica sostener que cada cultura construye su
forma de “ser mujer” y de “ser varón” y que además cada
sujeto construye su manera particular de ser mujer u hombre.
Entonces, la construcción acerca de la feminidad y la
masculinidad se realiza en un entrecruzamiento entre
diferentes aspectos: socioculturales, históricos, políticos,
económicos, familiares. Y también subjetivos, singulares de
cada sujeto. Además de tener en cuenta las diferencias de
género como inequidades sociales entre hombres y mujeres,
es necesario pensarlas en su relación con las diferencias de
clase social, edad, condiciones materiales de vida.
La construcción de las subjetividades femeninas y
masculinas determina formas de vivir, de enfermar, de
padecer, de buscar placer y de ejercer la sexualidad. Esas
construcciones, si bien responden a modelos generales o
universales, encuentran características particulares en cada
población, grupo etáreo y grupo social.
Tener en cuenta la perspectiva de género al abordar la
temática de los embarazos en la adolescencia implica
prestar atención al posicionamiento subjetivo que cada uno
o cada una puede tomar con respecto a los roles de género,
los condicionamientos de las relaciones entre hombres y
mujeres y también los condicionamientos con respecto a la
salud, especialmente la salud sexual y reproductiva.
Si tomamos como ejemplo la situación de las adolescentes
de Villa 20, nos encontramos con que estas chicas piensan
que ser mujer es ser madre y sienten que son mujeres si
son madres. También piensan que la sociedad las reconoce
como mujeres y las respeta sólo si son madres. Para ellas es
“natural” que los hombres quieran tener relaciones sexuales.
Ellas sólo pueden decir “sí” o “no”, en caso de que sea una
propuesta; pero en general sienten que son presionadas y no
pueden elegir. Para estas chicas, la iniciación sexual aparece
asociada al embarazo como una consecuencia inevitable, a
pesar de los cuidados anticonceptivos (Perrotta, 2007).