PRINCIPIOS DE EDUCACIÓN Y DATOS PSICOLÓGICOS

CAPÍTULO X
PRINCIPIOS DE EDUCACIÓN Y DATOS PSICOLÓGICOS

Educar es adaptar el individuo al medio social ambiente; pero los nuevos métodos
tratan de favorecer esta adaptación utilizando las tendencias propias de la infancia,
así como la actividad espontánea inherente al desarrollo mental, y ello con la idea
de que servirá para el enriquecimiento de la sociedad.
Por tanto, los
procedimientos y aplicaciones de la nueva educación sólo pueden ser
comprendidos si se realiza con cuidado el análisis detallado de sus principios y se
controla su valor psicológico al menos en cuatro puntos: la significación de la
infancia, la estructura del pensamiento del niño, las leyes del desarrollo y el
mecanismo de la vida social infantil.
La escuela tradicional impone al alumno su trabajo: le “hace trabajar”. En este
trabajo el niño puede, sin duda, poner mayor o menor interés y esfuerzo personal y,
en la medida en que el maestro es buen pedagogo, la colaboración entre sus
alumnos y él deja un apreciable margen de verdadera actividad
. Pero, en la lógica
del sistema, la actividad intelectual y moral del alumno permanece heterónima al
estar ligada a la autoridad continua del maestro, por lo demás susceptible de
seguir siendo inconsciente o de ser aceptada de buen grado. Esto no significa,
como muy bien ha dicho Claparéde, que la educación activa exija que los niños
hagan todo lo que quieran; are clama especialmente que los niños quieran todo lo
que hacen; que hagan, no que les hagan hacer “ (L’éducation functionnelle, pág.
252). La necesidad, el interés que resulta de la necesidad, “es éste el factor que
hará de una reacción un verdadero acto” (pág. 195). Por tanto, la ley del interés es
“el pivote único en tomo al cual debe girar todo el sistema” (pág. 197).
Una concepción tal implica una noción precisa de la significación de la infancia y
de sus actividades, pues al repetir con Dewey y Claparède que el trabajo obligado
es una anomalía antipsicológica nos exponemos a que parezca una simple
reproducción de lo que frecuentemente han afirmado los clásicos; por otra parte, al
atribuir al niño la posibilidad de un trabajo personal duradero se está postulando
precisamente lo que se trata de demostrar. El problema central de la nueva
educación es éste ¿Tiene el niño capacidad para una actividad que es
característica de las más altas conductas del adulto: la investigación continuada
surgida de una necesidad espontánea?
Una decisiva observación de Claparède nos ayudará a proyectar alguna luz sobre
esta discusión. Si se diferencian la estructura del pensamiento y las operaciones
psíquicas (es decir, lo que desde el punto de vista psicológico corresponde a los
órganos y a la anatomía del organismo y su funcionamiento (es decir, lo que
corresponde a las relaciones funcionales estudiadas por la fisiología), puede
decirse que la pedagogía tradicional atribula al niño una estructura mental idéntica
a la del adulto, pero un funcionamiento diferente: “vela de buena gana al niño…
capacitado, por ejemplo, para captar todo lo que es lógicamente evidente o para
comprender la profundidad de ciertas reglas morales; pero al mismo tiempo le
consideraba como funcionalmente diferente del adulto en el sentido de que
mientras el adulto tiene necesidad de una razón, un móvil para obrar, el niño sería
capaz de obrar sin motivo, de adquirir de encargo los conocimientos más
dispares, de hacer cualquier trabajo simplemente porque se le exige en la escuela,
pero sin que ese trabajo responda a ninguna necesidad propia del niño, de su vida
de niño” (L’éducatíon fonctionnelle, págs. 246-247).
La verdad es precisamente lo contrarío: las estructuras intelectuales y morales del
niño no son las nuestras; por eso los nuevos métodos de educación se esfuerzan
en presentar a los niños de diferentes edades las materias de enseñanza en
formas asimilables a su estructura y a las diferentes fases de su desarrollo.
Sin
embargo, en cuanto a la reacción funcional, el niño es idéntico al adulto; como este
último, es un ser activo cuya acción, regida por la ley del interés o la necesidad,
sólo alcanza su pleno rendimiento si se suscitan los móviles autónomos de esta
actividad. Lo mismo que el renacuajo ya respira pero con órganos distintos de los
de la rana, así el niño obra como el adulto, pero con una mentalidad cuya estructura
varía según las etapas de desarrollo.
Por tanto ¿qué es la infancia? Y ¿cómo ajustar las técnicas educativas a seres tan
parecidos y a la vez tan diferentes de nosotros? Para los teóricos de la nueva
escuela la infancia no es un mal necesario; es una etapa biológicamente útil cuya
significación es la de una adaptación progresiva al medio físico y social.
La adaptación es un equilibrio – equilibrio cuya conquista dura toda la infancia y la
adolescencia y define la estructuración propia de estos períodos de existenciaentre
dos mecanismos indisociables:
la asimilación y la acomodación. Se dice,
por ejemplo, que un organismo está adaptado cuando puede conservar su
estructura asimilando los alimentos conseguidos en el medio exterior y al mismo
tiempo acomodar esta estructura a las diversas particularidades de ese medio: la
adaptación biológica, por tanto, es un equilibrio entre la asimilación del medio al
organismo y de éste a aquél. Igualmente puede decirse que el pensamiento está
adaptado a una realidad particular cuando ha conseguido asimilar a sus propios
marcos esta realidad acomodándose a las circunstancias nuevas presentadas por
ella: la adaptación intelectual es, por tanto, una posición de equilibrio entre la
asimilación de la experiencia a las estructuras deductivas y la acomodación de
estas estructuras a los datos de la experiencia. En términos generales, la
adaptación supone una interacción entre el sujeto y el objeto de forma tal que el
primero puede hacerse con el segundo teniendo en cuenta sus particularidades; y
la adaptación será tanto más precisa cuanto más diferenciadas y complementarias
sean la asimilación y la acomodación.
En consecuencia, lo propio de la infancia consiste precisamente en tener que
encontrar este equilibrio mediante una serie de ejercicios o conductas sui generís,
mediante una actividad estructuradora, continua, partiendo de un estado de
indiferenciación caótica entre sujeto y objeto.
En efecto, en el punto de partida de
su evolución mental, el niño es arrastrado en sentidos contrarios por dos
tendencias aún no armonizadas entre ellas y que siguen siendo relativamente
indiferenciadas en la medida en que no han encontrado el equilibrio que las
relaciona entre sí. Por una parte, el niño está obligado a acomodar sus órganos
sensomotores o intelectuales a la realidad exterior, a las particularidades de las
cosas de las que tiene que aprender todo. Y esta continua acomodación que se
prolonga en imitación cuando los movimientos del sujeto se dirigen suficientemente
a los caracteres del objeto- constituye una primera necesidad de su acción. Pero,
por otra parte -y en general esto se ha comprendido peor, salvo precisamente
entre los técnicos y teóricos de la escuela nueva -, para acomodar su actividad a
las propiedades de las cosas, el niño necesita asimilarlas en su acción e
incorporárselas verdaderamente. Al comienzo de la vida mental los objetos sólo
tienen interés en la medida en que constituyen alimentos para la propia actividad, y
esta continua asimilación del mundo exterior al yo, aunque antitético en su
dirección a la acomodación misma, está tan confundida con ella durante los
primeros estadios que el niño empieza por no establecer ninguna frontera clara
entre su actividad y la realidad exterior, entre el sujeto y el objeto.
Por teóricas que puedan parecer, estas consideraciones son fundamentales para
la escuela. En efecto, la asimilación en su forma más, pura, es decir, en tanto que
no está aún equilibrada con la acomodación a lo real, es precisamente el juego; y
el juego, que es una de las actividades infantiles más características, ha
encontrado precisamente en las técnicas nuevas de educación de los niños
pequeños una utilización que sería inexplicable si no se precisa la significación de
esta función en relación al conjunto de la vida mental y la adaptación intelectual.