Proyecto de psicología. (1950 [1895])
[«Entwurf einer Psychologie»]
Edición en alemán
1950 En M. Bonaparte, A. Freud y E. Kris, eds., Aus den Anfängen der Psychoanalyse, Londres: Imago Publishing Co., págs. 371-466.
Traducciones en castellano
1956 «Proyecto de una psicología para neurólogos». SR, 22, págs. 373-456. Traducción de Ludovico Rosenthal.
1972 Igual título. BN (9 vols.), 1, págs. 209-76.
La presente edición ha sido preparada concertándola con el manuscrito original. Este no lleva título alguno; el que aquí figura entre corchetes fue escogido por quienes tuvieron a su cuidado la edición en alemán de 1950.
1 . Resumen histórico
En una carta enviada a Wilhelm Fliess el 27 de abril de 1895 (Freud, 1950a, Carta 23), Freud se quejaba en los siguientes términos: « … me encuentro tan atollado en la "Psicología para neurólogos" que me consume por completo, al punto de que estoy trabajando en exceso y me veo obligado a interrumpir. jamás he estado tan intensamente preocupado por cosa alguna. ¿Y qué saldrá de todo esto? Espero que algo resulte, mas es un asunto arduo y lento». Un mes después, el 25 de mayo (Carta 24), explicaba un poco más en qué consistía la susodicha «Psicología»: «Esa psicología me ha hecho desde tiempos inmemoriales su lejano y cautivante llamado, pero ahora, desde que di con las neurosis, se ha tornado mucho más próxima. Dos ambiciones me atormentan: primero, averiguar qué forma cobrará la teoría del funcionamiento psíquico si se introduce en ella un enfoque cuantitativo, una especie de economía de la energía nerviosa, y segundo, extraer de la psicopatología aquello que pueda ser útil para la psicología normal. En efecto, sería imposible obtener una concepción global satisfactoria de los trastornos neuropsicóticos si no se pudiese vincularla con claras hipótesis acerca de los procesos psíquicos normales. En las últimas semanas dediqué cada minuto libre a esta labor; en horas de la noche, de las once a las dos, me entregué a mis fantaseos, comparaciones y conjeturas, sin detenerme hasta que tropezaba con algún absurdo o quedaba tan agotado que ya no hallaba en mí interés alguno por la actividad clínica diaria. En cuanto a resultados, tendrás que esperar todavía un largo tiempo». Pero a poco andar aumentó su optimismo: el 22 de junio (Carta 25) informaba que «la construcción de la psicología parece querer llegar a buen término, lo cual me causaría enorme alegría. Naturalmente, nada seguro puedo decirte por el momento. Darte noticias ahora sería como mandar a un baile a un feto femenino de seis meses». Y el 6 de agosto (Carta 26) anunciaba que «después de larga reflexión, creo haber llegado a comprender la defensa patológica y, al mismo tiempo, muchos importantes procesos psicológicos». Pero casi de inmediato sobrevino otro enredo; el 16 de agosto (Carta 27) escribe: «Me ha ocurrido algo curioso con mi fyw (Como luego Se verá, Freud utilizó en el «Proyecto» estos y otros varios símbolos para referirse a sus hipótesis básicas). Tan pronto hube proclamado mi sensacional novedad y requerido tus felicitaciones por haber trepado las primeras cuestas, me encontré ante nuevas dificultades. Descubrí que mi aliento no alcanzaba para la nueva tarea. Así pues, me resolví sin cavilar: arrojé todo el abecedario y me persuadí de que no me interesaba para nada». Y más adelante, en la misma carta: «La psicología es realmente un calvario para mí; jugar a los bolos o juntar hongos en el campo son, por cierto, cosas mucho más sanas. Después de todo, yo sólo pretendía explicar la defensa, pero hallé que eso me llevaba a explicar algo que pertenece al núcleo de la naturaleza. He tenido que elaborar los problemas de la cualidad, el dormir, la memoria: en suma, la psicología entera. Ahora no quiero saber más nada de esto»
Poco después, el 4 de setiembre, según nos narra Ernest Jones (1953, pág. 418), Freud visitó a Fliess en Berlín. Evidentemente, las conversaciones con su amigo le ayudaron a aclarar sus ideas, pues al concluir esta visita inició la redacción del «Proyecto» de inmediato. Literalmente «de inmediato», ya que «todavía en el tren comencé una breve síntesis de la destinada a que tú la critiques», escribía el 23 de setiembre (Carta 28). Y, de hecho, esas fueron las primeras hojas borroneadas del «Proyecto» tal como hoy lo conocemos. A continuación relataba a Fliess cómo fue haciendo desde entonces agregados al escrito. «Ya tengo un volumen considerable; puros garabatos, por supuesto, pero confío en que ha de servir de base para tus adiciones, en las que pongo todas mis esperanzas. Tras el descanso, mi mente resuelve ahora como si fuera un juego de niños las dificultades que habían quedado pendientes».
El 8 de octubre envió a Ress, en dos cuadernos de anotaciones, lo que tenía completado hasta esa fecha (Carta 29): «Los he borroneado de corrido a mi regreso y contienen poco de nuevo para ti. He retenido. un tercer cuaderno, que trata de la psicopatología de la represión, pues sólo expone el tema hasta cierto punto. A partir de allí tuve que comenzar todo de nuevo, en borradores, y en esta labor me sentí alternativamente orgulloso y feliz o avergonzado y deprimido; y ahora, luego de excesivos tormentos mentales, debo confesarme, dominado por la apatía, que las cosas todavía no concuerdan y quizá nunca lo hagan. Lo que no concuerda no es el mecanismo del asunto respecto de eso yo tendría paciencia sino la elucidación de la represión, en cuyo conocimiento clínico he hecho, por otra parte, grandes progresos». Una semana más tarde, el 15 de octubre (Carta 30), el problema es una vez más abandonado por irresoluble, pero el 20 de octubre (Carta 32) vuelve a surgir con mucho mayor fuerza el optimismo: «En el curso de una noche muy atareada [ – – – ] de pronto se levantaron las barreras, los velos cayeron, y mi mirada pudo penetrar de golpe desde los detalles de las neurosis hasta las condiciones de la conciencia. Todo parecía encajar en el lugar correspondiente, los engranajes se ajustaban a la perfección y el conjunto semejaba. realmente una máquina qué de un momento a otro Podría echarse a andar sola. Los tres sistemas de neuronas, los estados libre y ligado de la cantidad, los procesos primario y secundario, la tendencia principal y la tendencia de compromiso del sistema nervioso, las dos reglas biológicas de la atención y la defensa, los signos de cualidad, realidad y pensamiento, el estado de los grupos psicosexuales, el condicionamiento sexual de la represión y, finalmente, las condiciones de la conciencia como función perceptiva, ¡todo esto concordaba y concuerda todavía hoy! Es natural que no quepa en mí de alegría». Pero este rapto de júbilo duró poco. El 8 de noviembre (Carta 35) informaba haber arrojado todos los manuscritos de la psicología a un cajón, «donde deberán dormir hasta 1896». Agotado, irritado, confundido, e incapaz de enseñorarse de su material, dejó todo de lado y se volcó a otras cuestiones. Y el 29 de noviembre (Carta 36) consigna: «No atino a comprender mi estado de ánimo cuando incubaba la "Psicología"; no puedo entender cómo pude enjaretártela a ti».
Sea como fuere, no pasó un mes antes de que enviara a Fliess la larga carta del 1º de enero de 1896 (Carta 39), que consiste en esencia en una elaborada revisión de algunas de las posiciones fundamentales adoptadas en el «Proyecto». Y con esto el «Proyecto» desaparece del horizonte hasta resurgir, unos cincuenta años más tarde, junto con el resto de las olvidadas cartas a Fliess. Sólo persistieron las ideas en él contenidas, que a la postre florecieron en las teorías del psicoanálisis.
2. El texto y su traducción
{En las siguientes consideraciones de Strachey, sólo hemos suprimido un breve fragmento al final del segundo párrafo, en el que se refería a los criterios fundamentales adoptados por él en su traducción de la obra al inglés.}
Como muestra la referencia bibliográfica, la primera publicación del texto en alemán, incluido en AdA, tuvo lugar en Londres en 1950. Puesto que se plantearon ciertas dudas sobre la fidelidad textual de esa publicación, resultó claro que el primer paso que debía darse era establecer con seguridad el texto original. Ello fue posible gracias a la amabilidad del señor Ernst Freud, quien dispuso que se sacara una fotocopia del manuscrito a fin de que quien esto escribe pudiera examinarlo cómodamente. (El manuscrito original del «Proyecto» consta de 100 hojas, 80 de las cuales son de pequeño tamaño (25 X 20 cm, aproximadamente), y las otras 20, más grandes (35 X 25 cm). Las hojas largas comienzan desde la «Parte III» (pág. 408). Las primeras cuatro y media hojas pequeñas, que contienen las dos primeras secciones de la parte I, son evidentemente las escritas (en lápiz) durante el viaje en tren.)
Dicho examen pronto confirmó que la versión impresa presentaba muchas divergencias respecto del original. En mi carácter de traductor, me vi así en una posición distinta de la que debí adoptar frente al grueso de los escritos de Freud. En otros casos, el lector que dudara o sospechara de la exactitud de la traducción podría siempre consultar un texto alemán confiable. Aquí, por desgracia, no se disponía de ese texto impreso -ni se dispondrá de él hasta que se publique una reproducción facsimilar del manuscrito primitivo-. De este modo, el traductor cargaba inevitablemente con una especial responsabilidad de la que nada podía salvarlo, pues el lector quedaba por entero a su merced. De ahí que su tratamiento del texto debía amoldarse a esta situación. { … }
Para cualquiera que esté familiarizado con la escritura gótica no es particularmente arduo descifrar la caligrafía empleada por Freud en este trabajo, y no hay, en verdad, muchos puntos controvertibles en el texto en sí. A Freud se le aplica poco menos que literalmente lo que Ben Jonson dijo de Shakespeare: «Jamás tachó un solo verso». Las hojas por él escritas no contienen casi ninguna alteración: aquí, en alrededor de cuarenta mil palabras de una argumentación de las más densas, hay en total apenas una veintena de correcciones. Así pues, no es el texto propiamente dicho el que puede originar problemas y discrepancias -aunque, como se verá, en la edición en alemán hay cierto número de omisiones accidentales y de palabras mal discernidas-, sino más bien la interpretación de los términos y expresiones utilizados por Freud y la mejor manera de presentarlos a los lectores.
Empecemos por lo más simple. Freud no era muy meticuloso al escribir, y cometió aquí algunos deslices evidentes; los hemos corregido sin explicitarlos, salvo cuando existen dudas en cuanto al error o este posee especial importancia. Su empleo de los signos de puntuación es asistemático (a veces omite una coma, o bien abre un paréntesis que luego no cierra), y lo es aún más su división de los párrafos (que, por otra parte, no siempre es fácil apreciar en el original). Por consiguiente, no me he creído obligado a seguir invariablemente al original en estos aspectos. En cambio, he respetado en forma estricta su método muy peculiar de destacar palabras, frases u oraciones enteras: lo hace siempre que a su juicio tienen especial importancia. He creído innecesario señalar en cada caso otro de sus expedientes para destacar una palabra o frase: escribiéndola en caracteres latinos en lugar de góticos. Digamos, de paso, que en la mayoría de estos aspectos nuestro tratamiento del texto concuerda con el que se le dio en AdA.
Ahora bien: el problema principal que plantea el manuscrito de Freud es su uso de las abreviaturas. Estas son de diversa índole. Su abundancia es máxima en las primeras cuatro hojas y media del manuscrito -la porción que escribió en lápiz mientras viajaba en tren-. No es que su caligrafía sea allí menos clara: tal vez incluso lo sea más; ocurre que amén de abreviar palabras, como a menudo lo hace en otros sitios, las oraciones mismas están volcadas en un estilo telegráfico: se omiten los artículos definidos e indefinidos, falta el verbo principal, He aquí, verbigracia, una trascripción literal de la oración con que se inicia la obra: «Propósito brindar psic. de ciencia natural, ¡.e., presentar procesos psiq. como estados cuant. comandados de partes materiales comprobables, de modo que se vuelvan intuibles y exentos de contradicción». Cuando no hay dudas en manto al sentido, lo sensato es, obviamente, llenar las lagunas indicando sólo entre corchetes los completamientos menos seguros del significado,
Luego de las primeras cuatro hojas y media se produce un cambio radical: a partir de allí las abreviaturas se limitan, casi en su totalidad, a palabras individuales. No obstante, es preciso hacer algunos distingos: a) En primer lugar, aparecen, por supuesto, abreviaturas de uso universal, como «usw» por «und so weiter» {«etc.»} y «u» por «und» {«y»). b) En segundo lugar, tenemos otras abreviaturas regularmente utilizadas por Freud en sus escritos, como la reducción de las terminaciones «ung» y «ungen» a «g» y «gen»: «Besetzg» en lugar de «Besetzung» {«investidura»}. c) En tercer lugar, hay abreviaturas de determinados vocablos empleados con mucha asiduidad en todo el trabajo o en ciertos pasajes de él. Un caso típico es «Cschr» para «Contactschranke» {«barrera-contacto»}. La primera vez que aparece esta palabra figura por extenso, pero a partir de entonces se la abrevia. Lo mismo ocurre con términos tan frecuentes como «Qualitätszeichen» {«signo de cualidad»}, abreviado «Qualz». Carece a todas luces de sentido entorpecer la lectura reproduciendo estas abreviaturas en la traducción, ya que no presentan duda alguna en cuanto a lo que Freud quiso significar en cada caso. d) Llegamos así a los signos alfabéticos por los que Freud siempre tuvo predilección, que ya se asemejan más a unos símbolos que a unas abreviaturas: «N» por «Neuron» {«neurona»}, «W» por «Wahrnehmung» {«percepción»}, «V» por «Vorstellung» {«representación»}. junto a ellos debemos colocar «Er», su habitual abreviación de «Erinnerung» {«memoria»}. Freud emplea todos estos signos muy a menudo, aunque de vez en cuando (y en forma asistemática) escribe las palabras completas. Tampoco aquí hay dudas respecto del significado, y por ende he optado uniformemente por poner la palabra completa (Debemos hacer aquí una salvedad respecto de «W» y «Er». Se comprobará que en ocasiones estas abreviaturas subrogan a «Wahrnehmungsbild» {«imagen-percepción»} y «Erinnerungsbild» {«imagen-recuerdo»}, respectivamente, en lugar de «Wabrnehmung» y «Erinnerung». La única manera de decidir cuál es la palabra que corresponde en cada caso reside en que los términos más largos son de género neutro en tanto que los más cortos son femeninos. Habitualmente, un artículo o adjetivo próximos hacen posible esa decisión; pero este es uno de los casos en que el lector debe confiar en el discernimiento del editor, y a veces surgen discrepancias entre la presente versión y la de AdA.). e) Pero resta una quinta clase de signos a los cuales esto no es aplicable. Freud emplea las letras griegas f y y w (fi, psi y omega) para designar nociones muy complejas, ofreciendo la correspondiente explicación cuando las usa por primera vez; en consecuencia, las hemos mantenido en esta traducción.
Cabe formular una teoría admisible acerca de «w» y su relación con «W». Freud partió de dos «sistemas» de neuronas que, por razones bastante evidentes, llamó «f» y «y». Luego comprobó que necesitaba un símbolo para un tercer sistema de neuronas, vinculadas a la percepción. Lo conveniente era emplear una letra griega, tomada tal vez, como las otras dos, de entre las últimas del alfabeto. Por lo demás, esa letra griega debía contener una alusión a la percepción. Ya hemos visto que «W» era el signo adoptado para «percepción», y la letra griega omega, «w», se parece mucho a una «w». Fue así que escogió «w» para el sistema percepción. En nuestro caso, nos pareció que lo mejor era mantener esa «w» en vez de la abreviatura «pcpt» asignada a este sistema en todos los demás volúmenes de la Standard Edition. La distinción entre «W» y «w» es inconfundible en el manuscrito de Freud; pese a ello, uno de los más serios defectos de
AdA es que con frecuencia no la establece, y eso lleva a veces a infortunadas confusiones del significado.
Finalmente, tenemos la pareja de signos alfabéticos compuesta por Q y su misterioso compañero Qh. Ambos representan, sin lugar a dudas, la «cantidad», pero ¿por qué esta diferencia entre ellos?; y sobre todo, ¿por qué la eta griega con espíritu suave? Es incuestionable que entre estos signos hay una genuina diferencia, aunque Freud no la declara ni explica en ningún lado. En un sitio, comenzó escribiendo «Qh» y luego tachó «h», y en otro pasaje habla de «una cantidad compuesta de Q y Qh». De hecho, una página antes parece consignar que Q = «cantidad exterior», y Qh = «cantidad psíquica» -frases estas que no carecen de cierta ambigüedad-. Agreguemos que en ocasiones Freud se muestra incongruente en el uso de los signos, y con suma frecuencia pone la palabra «Quantität» completa o apenas abreviada. Es lógico que la solución de este enigma quede librada al lector; yo he seguido escrupulosamente el manuscrito colocando en cada caso «Q», «Qh» o «cantidad».
En general, he mantenido la mayor fidelidad posible al original. Cuando me aparto de él en algún aspecto importante, o cuando abrigo serias dudas sobre algo, consigno el dato entre corchetes o en una nota al pie. En esto, mi criterio difiere radicalmente del adoptado por los editores de AdA, quienes en ningún lugar indican los cambios por ellos introducidos. En vista de esto, he creído menester, allí donde la presente versión diverge en grado sustancial de la de AdA, reproducir el original alemán en una nota. No me he detenido a explicitar las inexactitudes secundarias, como las frecuentes equivocaciones en torno de Q y de Qh; aun así, la necesidad de corregir las numerosas erratas de la edición en alemán implicó agregar una plétora de notas al pie. Ello irritará, por cierto, a muchos lectores, pero quienes posean la edición en alemán podrán así ajustarla al manuscrito original de Freud. Las poco usuales circunstancias en que este fue editado quizá justifique nuestra en apariencia pedante meticulosidad.
3. Importancia de la obra.
¿Mereció la pena tomar tan minuciosos recaudos respecto del texto del «Proyecto»? El propio Freud muy probablemente habría contestado que no. Lo redactó a ritmo febril en dos o tres semanas, lo dejó inconcluso, y al par que lo escribía lo hizo objeto de las más severas críticas. En épocas posteriores de su vida parece haberse olvidado de él, o al menos nunca lo mencionó. Y cuando en su vejez lo pusieron de nuevo en sus manos, hizo todo lo posible por destruirlo. ¿Tendrá, pues, el «Proyecto» algún valor?
Hay motivos para suponer que el autor lo enjuició con el ánimo ofuscado. El «Proyecto» es defendible siguiendo dos argumentaciones diferentes.
Cualquiera que examine la bibliografía de otros volúmenes de la Standard Edition se sorprenderá de que en todas y cada una de ellas aparezcan referencias (a menudo muy abundantes) a las cartas enviadas a Fliess y al «Proyecto». Como colorario, en las notas al pie de las páginas que aquí siguen hallará muchísimas remisiones a esos otros volúmenes. Esta circunstancia expresa la notoria verdad de que el «Proyecto», pese a ser en su faz ostensible un documento neurológico, contiene en sí el núcleo de gran parte de las ulteriores teorías psicológicas de Freud. En este aspecto, su descubrimiento no sólo tuvo un interés histórico, sino que de hecho iluminó por vez primera algunas de las más oscuras entre las hipótesis fundamentales de Freud. El grado en que contribuyó a comprender el capítulo VII, teórico, de La interpretación de los sueños (1900a) es examinado en detalle en mi «Introducción» a esa obra (AE, 4, págs. 8 y sigs.); pero lo cierto es que el «Proyecto» -o más bien su invisible espectro- está calladamente presente en toda la serie de escritos teóricos de Freud, hasta el final (El estudioso inquisitivo puede seguir este largo derrotero, más específicamente, en las cartas a Fliess del l? de enero y 6 de diciembre de 1896, el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900a) {abreviada IS en lo que sigue}, «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), los trabajos metapsicológicos de 1915, Más allá del principio de placer (1920g), El yo y el ello (1923b), «Nota sobre la «pizarra mágica"» (1925a) y, finalmente, el Esquema del psicoanálisis (1940a [1938]).).
No obstante, que haya muchos y muy palmarios nexos entre el «Proyecto» y las siguientes concepciones de Freud no debe llevarnos a soslayar las diferencias básicas entre aquel y estas.
Se apreciará de inmediato que muy pocas cosas anticipan aquí la técnica del psicoanálisis. Apenas si existe alguna alusión a la asociación libre, la interpretación del material inconciente, la trasferencia. Sólo en los pasajes que versan sobre los sueños encontramos algún adelanto de desarrollos clínicos posteriores, De hecho, el material clínico aparece casi exclusivamente en la parte II, que se ocupa de la psicopatología; las partes I y III están basadas, en lo esencial, en fundamentos teóricos a prior¡. En este sentido hay otro contraste evidente. Mientras que en esa parte clínica, en gran medida desconectada del resto, la sexualidad ocupa un lugar muy prominente, en las partes teóricas no tiene sino escaso papel. En realidad, en la misma época en que Freud redactaba el «Proyecto» sus investigaciones clínicas de las neurosis estaban principalmente centradas en la sexualidad. Recordemos que el mismo día (1º de enero de 1896) en que envió a Fliess la larga carta en que sometía a revisión algunas de las premisas teóricas del «Proyecto», le envió también «Un cuento de Navidad», que era un estudio preliminar para su segundo trabajo sobre las neuropsicosis de defensa (1896b) y que giraba en torno de los efectos de las vivencias sexuales. Este incómodo divorcio entre la significación clínica y teórica de la sexualidad no sería resuelto por Freud sino uno o dos años más tarde con su autoanálisis, que lo llevó a reconocer la sexualidad infantil y la importancia decisiva de las mociones pulsionales inconcientes.
Esto nos pone ante otra notoria diferencia entre las teorías presentadas en el «Proyecto» y las de escritos posteriores. En el cuadro que aquí se traza, todo el acento está colocado en el efecto del ambiente sobre el organismo y en la reacción de este frente a él. Cierto es que, además de los estímulos externos, se mencionan las excitaciones endógenas, pero apenas se examina su naturaleza. Las «pulsiones» son entidades vagamente columbradas, a las que ni siquiera se ha dado nombre todavía. El interés por las excitaciones endógenas se limita básicamente a las operaciones «defensivas» y a sus mecanismos. Hecho curioso, lo que más tarde habría de ser el casi omnipotente «principio de placer» sólo es considerado aquí como un mecanismo de inhibición; incluso en La interpretación de los sueños, libro publicado cuatro años después, sigue llamándoselo siempre «principio de displacer». Las fuerzas interiores son poco más que reacciones secundarias frente a las fuerzas exteriores. El ello no había sido descubierto aún. (La descripción general de la operación del aparato psíquico en el capítulo VII (B) de IS (5, págs. 530-1), guarda aún mucha semejanza con el «Proyecto», particularmente porque insiste en considerarlo un aparato receptor: «Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones».)
Teniendo en cuenta esto, tal vez podamos arribar a una visión más general del desarrollo de las teorías freudianas. Lo que nos brinda el «Proyecto» es una descripción «defensivista» del aparato psíquico, «anterior al ello». Con el reconocimiento de la sexualidad infantil y el análisis de las pulsiones sexuales, el interés de Freud se apartó de la defensa, y durante unos veinte años se aplicó primordialmente al estudio del ello. Sólo cuando ese estudio parecía ya más o menos agotado, en el último período de su obra, volvió a reconsiderar la defensa. Se ha dicho a menudo que en el «Proyecto» hallamos un anticipo del yo estructural que emerge en El yo y el ello (1923b), y es natural que así sea: no pueden faltar similitudes entre un cuadro de los procesos psíquicos «anterior al ello» y otro «posterior al ello».
Es probable que al reflexionar sobre estos aspectos del «Proyecto» se nos imponga otro posible motivo para apreciar esta obra, una fuente de interés distante respecto del psicoanálisis y de la que no podemos ocuparnos aquí en forma adecuada, La tentativa de Freud, emprendida setenta años atrás, de aproximarse a una descripción de los fenómenos psíquicos en términos fisiológicos podría muy bien guardar semejanza con ciertos enfoques modernos del mismo problema. En los últimos tiempos se ha sugerido que el funcionamiento del sistema nervioso humano puede considerarse similar, o aun idéntico, al de una computadora electrónica: ambos son aparatos destinados a la recepción, almacenamiento, procesamiento y entrega de información. Se ha señalado, verosímilmente, que en los complejos sucesos «neuronales» que aquí describe Freud y en los principios que los gobiernan puede verse más de un indicio de las hipótesis sustentadas por la teoría de la información y la cibernética en su aplicación al sistema nervioso. Para mencionar unos pocos casos de esta similitud de enfoque, observemos ante todo la insistencia de Freud en la necesidad primaria de proporcionar al aparato una «memoria»; está, además, su sistema de «barreras-contacto», que permite al aparato hacer una «elección» adecuada (basándose en la memoria de los sucesos anteriores) entre distintas respuestas frente a un estímulo exterior; y ateniéndonos a las elucidaciones de Freud sobre el mecanismo de la percepción, tenemos también su introducción de la idea fundamental de la realimentación como medio de corregir los errores que se producen en el comercio del aparato con su ambiente.
Estas y otras semejanzas, en caso de ser confirmadas, aportarían sin duda nuevas pruebas acerca de la originalidad y fecundidad de las ideas de Freud, y podría existir la tentación de ver en él a un precursor del conductismo moderno. Al mismo tiempo, se corre el riesgo de que el entusiasmo lleve a distorsionar su uso del lenguaje, volcando en sus puntualizaciones, a veces oscuras, interpretaciones modernas que ellas no sustentan. Debemos tener presente, en fin, que el propio Freud desechó, en última instancia, todo el marco de referencia neurológico. Y no es difícil conjeturar por qué: comprobó que su aparato neuronal no podía dar cuenta en modo alguno de aquello que, en El yo y el ello, llamó «la única antorcha en la oscuridad de la psicología de las profundidades», a saber: «la propiedad de ser o no conciente» (AE, 19, pág. 20). En su obra póstuma Esquema del psicoanálisis (1940a [1938]), declaró que el punto de partida para la indagación de la estructura del aparato psíquico «lo da el hecho de la conciencia, hecho sin parangón, que desafía todo intento de explicitarlo y describirlo», agregando en una nota al pie: «¡Una orientación extrema, como el conductismo nacido en Estados Unidos, cree poder edificar una psicología prescindiendo de este hecho básico!» (AE, 23, pág. 155). Sería una verdadera perversión tratar de imputar al propio Freud una prescindencia similar de lo psíquico. Debe seguir considerándose al «Proyecto» un esbozo inconcluso, desautorizado por su creador.
James Strachey.