Para evitar que siempre tenga que buscar una caja de cerillas, me han dado una, de este tamaño que pueden ver, en la cual está escrita esta fórmula -el arte de escuchar casi equivale al de buen decir- Esto reparte nuestras tareas. Esperemos estar poco más o menos a su altura.
Hoy trataré de la transferencia, es decir, abordaré la cuestión, esperando llegar a darles una idea de su concepto, según el proyecto que anuncié en nuestra segunda conversación.
La transferencia, en opinión común, es representada como un afecto. Se la califica, vagamente, de positiva, o de negativa. Generalmente se admite, no sin algún fundamento, que la transferencia positiva es el amor -sin embargo, hay que decir que este término, en el empleo que se hace de él, tiene un uso totalmente aproximativo.
Freud planteó, muy pronto, la cuestión de la autenticidad del amor tal como se produce en la transferencia. Por decirlo todo, la tendencia general sostiene que se trata de una especie de falso amor, de sombra de amor. Freud, por el contrario, está lejos de haber hecho inclinar la balanza en ese sentido .No es uno de los menores intereses de la experiencia de la transferencia el plantear para nosotros, más adelante, quizás el que nunca se ha podido fijar la cuestión de lo que se llama el amor auténtico, eine echte liebe.
En la transferencia negativa se es más prudente, más moderado, en la manera cómo se la evoca, y nunca se la identifica con el odio Se emplea más bien el término ambivalencia, término que, todavía más que el primero, enmascara muchas cosas, cosas confusas cuyo manejo no siempre es adecuado.
Diremos con más exactitud que la transferencia positiva se da cuando aquel del que se trata, el analista en este caso, ¡pues bien! cae simpático -Y negativa, cuando no se le quitan los ojos de encima.
Hay otro empleo del término transferencia que merece ser distinguido, cuando se dice que estructura todas las relaciones particulares con ese otro que es el analista y el valor de todos los pensamientos que gravitan alrededor de esa relación ha de ser connotado con un signo de reserva particular .De ahí la expresión -siempre colocada en nota como una especie de paréntesis, de suspensión, incluso de sospecha, cuando es introducida a propósito de la conducta de un sujeto está en plena transferencia. Lo cual supone que todo su modo de percepción está reestructurado sobre el centro prevalente de la transferencia.
No prosigo más allá porque esta doble referencia semántica me parece por el momento suficiente. Por supuesto, no podremos contentamos con ello de ningún modo, puesto que nuestro objetivo radica en aproximamos al concepto de la transferencia.
Este concepto está determinado por la función que tiene en una praxis. Este concepto dirige la manera de tratar a los pacientes. Y a la inversa, la manera de tratarlos gobierna al concepto.
Puede parecer que eso es, desde un principio, zanjar la cuestión de saber si la transferencia está o no, ligada a la práctica analítica, si es su producto, incluso su artefacto, alguno, Ida Macalpine, entre los numerosos autores que se han visto llevados a opinar sobre la transferencia en ese sentido.
Cualquiera que sea su mérito -se trata de una persona muy testaruda- digamos a continuación que nosotros no podemos en modo alguno, acoger esta posición extrema.
De todos modos, no es zanjar la cuestión el abordarla así. Incluso si hemos de considerar la transferencia como un producto de la situación analítica, podemos decir que esa situación no podría crear en su totalidad el fenómeno y, para producirlo, es preciso que haya, fuera de ella, posibilidades ya presentes a las que proporcionará su composición, quizás única.Ello no excluye en modo alguno, allá donde no hay analista en el horizonte, que pueda haber ahí, propiamente, efectos de transferencia exactamente estructurables como el juego de la transferencia en el análisis. Simplemente, el análisis, al descubrirlos, permitirá darles un modelo experimental, que no será forzosamente del todo diferente del modelo que llamaremos natural. De modo que hacer emerger la transferencia en el análisis, en el cual encuentra sus fundamentos estructurales, puede ser muy bien la única manera de introducir la universalidad de la aplicación de este concepto. Bastará entonces con cortar el cordón de su estiba en la esfera del análisis, y mucho más afín, de la doxa que es colindante.
Todo eso, después de todo, no es más que truísmos. Al menos valía la pena, de entrada, plantear su límite.
Esta introducción tiene como objetivo recordarles lo siguiente: abordar los fundamentos del psicoanálisis supone que aportamos a ello, entre los conceptos mayores que los fundamentan, una cierta coherencia. Ello ya aparece en la manera cómo he abordado el concepto del inconsciente -que pueden recordar que no he podido separarlo de la presencia del analista.
Presencia del analista es un término muy hermoso, que iríamos muy descaminados si lo redujésemos a esa especie de sermoneo lacrimoso, a esa ampulosidad serosa, a esa caricia algo pegajosa, encarnada en un libro aparecido con este título.
La misma presencia del analista es una manifestación del inconsciente, de manera que cuando en la actualidad se manifiesta en ciertos encuentros como rechazo del inconsciente -se trata de una tendencia, y confesada, en el concepto del inconsciente.
Tienen ahí un acceso rápido a la formulación que he colocado en primer plano, de un movimiento del sujeto que no se abre más que para cerrarse de nuevo, en una cierta pulsación temporal -pulsación que señalo como más radical que la inserción en el significante que sin duda la motiva, pero que no es primaria al nivel de la esencia, ya que se me ha provocado a hablar de esencia.
He indicado, de un modo mayéutico, erístico: que en el inconsciente había que ver los efectos de la palabra en el sujeto -por cuanto estos efectos son tan radicalmente primarios que propiamente son lo que determina el estatuto del sujeto como sujeto. Esta es una proposición destinada a restituir en su lugar al inconsciente freudiano. De seguro, el inconsciente estaba presente desde siempre, existía, actuaba, antes de Freud, pero importaba señalar que todas las acepciones que se han dado, antes de Freud, de esta función del inconsciente, no tiene absolutamente nada que ver con el inconsciente de Freud.
El inconsciente primordial, el inconsciente función arcaica, el inconsciente presencia velada de un pensamiento que hay que colocar al nivel del ser antes de que se revele, el inconsciente metafísico de Eduardo Von Hartmann cualquiera que sea la referencia que haga de él Freud en un argumento ad hominem-, el inconsciente sobre todo como instinto -todo eso no tiene nada que ver con el inconsciente de Freud, nada que ver, cualquiera que sea el vocabulario analítico, sus inflexiones, sus desviaciones-, nada que ver con nuestra experiencia. Interpelaré aquí a los analistas: ¿han tenido nunca, aunque sólo sea por un momento, la sensación de tocar la pasta del instinto ?
En mi informe de Roma procedí a una nueva alianza con el sentido del descubrimiento freudiano. El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra en un sujeto, a ese nivel en que el sujeto se constituye con los efectos del significante. Esto señala que con el término sujeto —por ello lo he recordado en un principio- no designamos el substrato viviente que es preciso al fenómeno subjetivo, ni ninguna clase de substancia, ni ningún ser del conocimiento en su pathía, secundaria o primitiva, ni siquiera el logos que se encarnaría en algún lugar, sino el sujeto cartesiano, que aparece en el momento que la duda se reconoce como certeza, excepto que, por nuestro abordaje, los cimientos de ese sujeto se revelan mucho más amplios, pero a la vez mucho mis serviles, en cuanto a la certeza que pierde, ahí se da lo que es el inconsciente.
Existe un lazo entre ese campo y el momento, momento de Freud, en que se revela. Lo que expreso es ese lazo, al compararlo al quehacer de un Newton, un Einstein, un Planck, quehacer a-cosmológico, en el sentido que todos esos campos se carácterizan por trazar en lo real un surco nuevo con respecto al conocimiento que desde la eternidad podríamos atribuir a Dios.
Paradójicamente, la diferencia que asegura la más segura subsistencia del campo de Freud es que el campo freudiano es un campo que, por su naturaleza, se pierde .Aquí es donde la presencia del psicoanalista es irreductible, como testigo, de esa pérdida.
A este nivel, no tenemos nada más que extraer de ello, pues se trata de una pérdida completa, que no se salda con ninguna ganancia a no ser por su reanudación en la función de la pulsación. La pérdida se produce necesariamente en una zona de sombra que designa el trazo oblicuo con que divido las formulas que se despliegan, lineales, frente a cada uno de estos términos: inconsciente, repetición, transferencia.
Esta zona de la pérdida incluso implica, en cuanto a esos hechos de práctica analítica, un cierto reforzamiento del oscurantismo, muy carácterístico de la condición del hombre en nuestro tiempo de pretendida información -oscurantismo que, sin saber demasiado por qué, confío que en el futuro parecerá inaudito. La función que ha tornado el psicoanálisis en la propagación de ese estilo que se denomina American way of life es propiamente lo que designo con el término de oscurantismo, en tanto que viene marcado por la revalorización de nociones desde hace tiempo refutadas en el campo del psicoanálisis, como el predominio de las funciones del yo.
Por esa razón, pues, la presencia del psicoanalista, por la vertiente misma por donde aparece la vanidad de su discurso, ha de ser incluida en el concepto del inconsciente. Los psicoanalistas de hoy hemos de tener en cuenta esta escoria en nuestras operaciones, como el caput mortuum del descubrimiento del inconsciente. Ella justifica el mantenimiento, en el interior del análisis, de una posición conflictiva, necesaria para la propia existencia del análisis.
Si es cierto que el psicoanálisis repose en un conflicto fundamental, en un drama inicial y radical en cuanto a lo que se puede colocar bajo la rúbrica de lo psíquico, la novación a la que he aludido, y que se llama recuerdo del campo y de la función de la palabra y del lenguaje en la experiencia psicoanalítica, no pretende ser una posición exhaustiva con respecto al inconsciente, puesto que es a su vez intervención en el conflicto. Este recuerdo tiene su alcance inmediato en cuanto que tiene una incidencia transferencial, además, esto ha sido reconocido por el hecho de que, precisamente, se ha podido reprochar a mi seminario el desempeñar, con respecto a mi audiencia, una función considerada por la ortodoxia de la asociación psicoanalítica como peligrosa, el intervenir en la transferencia .Ahora bien, en vez de recusarla, esta incidencia me parece, en efecto, radical, por ser constitutiva de esa renovación de la alianza con el descubrimiento de Freud. Esto indica que la causa del inconsciente -y pueden ver claramente que aquí la palabra causa hay que tomarla en su ambigüedad, causa por sostener, pero también función de la causa al nivel del inconsciente- esta causa ha de ser concebida principalmente como una causa perdida. Y esa es la única posibilidad que tenemos para ganarla.
Es por ello que he puesto el relieve en el mal conocido concepto de repetición ese resorte que es el del encuentro siempre evitado de la posibilidad falida,. La función del fracaso esta en el centro de la repetición analítica. La cita siempre es falida, lo cual produce con respecto a la tyche, la vanidad de la repetición, su ocultación constitutiva.
El concepto de la repetición nos obliga a tropezar con el dilema, o a asumir pura y simplemente nuestra implicación como analistas en el carácter erístico de la concordancia de toda exposición de nuestra experiencia, o pulir el concepto al nivel de algo que seria imposible objetivizar, a no ser un análisis trascendental de la causa.
Esto se formularía a partir de la formulación clásica de la ablata causa tollitur effectus -sólo tendríamos que subrayar el singular de la prótasis, ablata causa poniendo en plural los términos de la apódosis tolluntur effectus- lo cual querrá decir que los efectos sólo se encuentran bien en ausencia de la causa. Todos los efectos están sometidos a la presión de un orden transfactual, causal, que de entrar en su danza, pero si se agarran bien de la mano, como en la canción, obstaculizaran a la causa para que se inmiscuya en su corro.
En este lugar, hay que definirla causa inconsciente, no como un ente, ni como un (escritura en griego), un no-ente -como lo hace creo Henri Ey, un no-ente de la posibilidad. Es un (escritura en griego) de la interdicción, que dirige al ser un ente a pesar de su no-advenimiento, es una función de lo imposible sobre el que se funda una certeza.
Eso es lo que no conduce a la función de la transferencia. Pues este indeterminado del puro ser que no tiende en modo alguno a la determinación, esta posición primaria del inconsciente, que se articula como constituido por la función primaria del sujeto -es a eso a lo que nos da acceso la transferencia, de una manera enigmática. Un nudo gordiano nos ha conducido a eso -el sujeto busca obtener su certeza. Y la certeza del propio analista en lo concerniente al inconsciente no puede ser extraída del concepto de la transferencia
Resulta, entonces, sorprendente notar la multiplicidad, la pluralidad, hasta la plurivalencia, de concepciones que en el análisis se han formulado sobre la transferencia. No pretenderé que hagan una revisión exhaustiva. Intentaré guiarles por los caminos de una exploración escogida.
En su emergencia en los textos y las enseñanzas de Freud, nos acecha un deslizamiento, que no podríamos imputarle consiste en no ver en el concepto de la transferencia más que el concepto mismo de la repetición. No olvidemos que, cuando Freud nos lo presenta, nos dice: Lo que no puede ser rememorado se repite en la conducta. Esta conducta, para revelar lo que repite, es entregada a la reconstrucción del analista.
Podemos llegar a creer que la opacidad del traumatismo -tal como es mantenida en su función inaugural por el pensamiento de Freud, es decir, para nosotros, la resistencia de la significación- es entonces tenida principalmente por responsable del limite de la rememoración .Y después, de todo, podríamos encontramos cómodamente ahí, en nuestra propia teorización, reconociendo que se da ahí un momento muy significativo de la transmisión de poderes del sujeto al Otro, el que llamamos el gran Otro, el lugar de la palabra, y virtualmente el lugar de la verdad.
¿Es ése el punto de aparición del concepto de transferencia? Eso es lo que ocurre en apariencia, y a menudo no se va más allá. Pero miremos de más cerca. Ese momento, en Freud, no es simplemente el momento-limite que correspondería a lo que he designado como el momento del cierre del inconsciente, pulsación temporal que lo hace desaparecer en un cierto punto de su enunciado. Freud, cuando introduce la función de la transferencia, tiene cuidado en señalar ese momento como la causa de lo que llamamos transferencia. El Otro, latente o no, está presente, desde antes, en la revelación subjetiva .Ya está allá cuando algo ha empezado a entregarse del inconsciente.
La interpretación del analista no hace más que encubrir el hecho de que el inconsciente -si es lo que yo digo, a saber, juego del significante- ya ha procedido en sus formaciones -sueño, lapsus, chiste o síntoma- por interpretación. El Otro, el gran Otro ya está allí, en cualquier abertura, por fugitiva que sea, del inconsciente.
Lo que Freud nos indica, desde un principio, es que la transferencia es esencialmente resistente, Übertragungs widerstand. La transferencia es el medio por el que se interrumpe la comunicación del inconsciente, por el que el inconsciente se cierra de nuevo. En vez de ser la transmisión de los poderes, al inconsciente, la transferencia es por el contrario su cierre.
Lo cual es esencial para señalar la paradoja que, se expresa bastante comúnmente -y puede encontrarse incluso en el texto de Freud- en lo siguiente: que el analista ha de esperar la transferencia para empezar a dar la interpretación.
Quiero acentuar esta cuestión porque es la línea divisoria entre la buena y la mala manera de concebir la transferencia.
En la práctica analítica existen múltiples maneras de hacerlo. No se excluyen forzosamente. Pueden ser definidas a diferentes niveles- Por ejemplo, si las concepciones de la relación del sujeto con tal o cual de esas instancias, que en el segundo tiempo de su tópica Freud pudo definir cómo el ideal del yo o el superyó, son parciales, eso a menudo no es más que dar tan sólo un punto de vista lateralizado de lo que es esencialmente la relación con el gran Otro.
Pero hay otras divergencias que son irreductibles. Es una concepción que, allá donde se formule, tan sólo puede contaminar la práctica -la que quiere que el análisis de la transferencia procede sobre el fundamento de una alianza con la parte sana del yo del sujeto, y consiste en apelar a su sensatez, para hacerle observar el carácter ilusorio de tales o cuales de sus conductas en el interior de la relación con el analista. Eso es una tesis que subvierte lo que está en cuestión, a saber, la presentificación de esta esquizia del sujeto, realizada aquí, efectivamente, en la presencia, apelar a una parte sana del sujeto, que estaría en lo real apto, para juzgar con el analista lo que ocurre en la transferencia, significa ignorar que es precisamente esa parte la interesada en la transferencia, que es ella la que cierra la puerta, o la ventana, o los postigos, como les parezca mejor -y que la bella con la que se quiere hablar está allá detrás, y que no exige más que volver a abrir los postigos. Es por eso que en ese momento la interpretación se vuelve decisiva, pues es a la bella a quien hay que dirigirse.
Tan sólo indicaré aquí la reversión que implica este esquema con respecto al modelo que se tiene en la cabeza. En algún lugar digo que el inconsciente es el discurso del Otro. Ahora bien, el discurso del Otro que se trata de realizar, el del inconsciente, no esta más allá del cierre, está fuera. El es el que, por la boca del analista, llama para la reabertura del postigo.
Lo cual no quiere decir que no haya una paradoja al designar en ese movimiento de cierre, el momento inicial en que la interpretación puede lograr su alcance. Y aquí se revela la crisis conceptual permanente que existe en el análisis, en lo que se refiere a la manera cómo conviene concebir la función de la transferencia.
La contradicción de su función, que la hace captar como el punto de impacto del alcance interpretativo en eso mismo que con respecto al inconsciente, es momento de cierre- eso es lo que necesita que lo tratemos como es, a saber, un nudo. Que lo tratemos o no como un nudo gordiano es algo que está por verse. Es un nudo y nos incita a dar cuenta de él- lo cual lo he dicho durante varios años, mediante consideraciones de topología que, espero, no parecerán superfluas al recortarlas.
Hay una crisis en el análisis, y me fundamento en que no se da ahí nada de parcial; escojamos sino el último texto, que puede manipularla de la forma más brillante, ya que no pertenece a un espíritu mediocre, Se trata de un artículo conciso, muy sobrecogedor, de Thomas S. Szasz -que nos habla de Siracusa, lo cual no lo emparenta ¡ay!, con Arquímedes, pues esta Siracusa está en el estado de Nueva York- parecido en el último numero del International Journal of Psychoanalysis.
Para este artículo su autor se ha inspirado en un idea coherente con la investigación que aspira a sus artículos precedentes, una investigación verdaderamente emocionante de la autenticidad del camino analítico.
Resulta por completo sorprendente, que un autor, por otra parte de los más estimados en su circulo, que es el del psicoanálisis, exactamente americano, considere a la transferencia como no otra cosa que una defensa del psicoanalista y desemboque en una conclusión como ésta: La transferencia es el pivote sobre el que descansa toda la estructura del tratamiento psicoanalítico.
Se trata de un concepto que se llama inspired -siempre desconfío de los falsos amigos en el vocabulario inglés. Este inspired no creo que quiera decir inspirado, sino algo así como oficioso -se trata de un concepto tan oficioso como indispensable -cito- que da asilo- harbour- a los gérmenes, no sólo de su propia destrucción, sino de la destrucción del propio psicoanálisis. ¿Por qué?. Porque tiende a colocar a la persona del analista más allá de la prueba de realidad, tal como pueda tenerla de sus pacientes, de sus colegas y de él mismo. Este riesgo -this hazard -ha de ser francamente -frankly- reconocido. Ni la profesionalización, ni la elevación de los standard, ni los análisis didácticos llevados hasta la coerción -coerced training analysis- pueden protegernos contra ese peligro. Y aquí se da la confusión, sólo la integridad del analista y de la situación analítica puede salvarnos de la extinción de -the unique dialogue- del diálogo único entre el analista y el analizado.
Este atolladero totalmente fecundo es necesario, para el autor, por el hecho de que lo puede concebir el análisis de la transferencia más que bajo los términos de un asentimiento obtenido de la parte sana del yo, la que es apta para juzgar la realidad y zanjar la ilusión.
Su artículo, lógicamente, empieza así: la transferencia es parecida a conceptos como los del error, la ilusión o el de fantasía. Una vez obtenida la presencia de la transferencia, se trata de una cuestión de acuerdo entre el analizado y el analista, salvo que, al ser el analista aquí juez sin apelación y sin recurso, nos vemos conducidos a denominar todo análisis de la transferencia como campo de puro riesgo, sin control.
He tomado este artículo sólo como un caso límite, pero demostrativo, para incitarnos a restituir aquí una determinación que haga entrar en juego otro orden. Este orden es el de la verdad. La verdad sólo se fundamenta en lo que la palabra, incluso mentirosa, allí apela y allí suscita. Esta dimensión siempre está ausente del lógico-positivismo que se encuentra dominando el análisis del concepto de la transferencia realizado por Szasz.
A propósito de mi concepción de la dinámica inconsciente, se ha podido hablar de intelectualización -bajo el pretexto de que en él colocaba en primera fila la función del significante. ¿No vemos claro que es en ese modo de operaren el que se ventila la confrontación de una realidad y de una connotación de ilusión referida al fenómeno de la transferencia- donde reside aunque no lo parezca la pretendida intelectualización?
En vez de tener que considerar dos sujetos, en una posición dual que discutir una objetividad que estaría ahí, registrada como el efecto de caída de una comprensión en el comportamiento, precisamos hace surgir el dominio del engaño posible. Cuando les he introducido el sujeto de la certeza cartesiana como el punto de partida necesario de todas nuestras especulaciones sobre lo que revela el inconsciente, he señalado contrariamente en Descartes el papel de balancín esencial que es Otro que, se dice, en ningún caso ha de ser engañoso. Ese Otro en el análisis, el peligro radica en que sea engañado. Esta no es la única dimensión que hay que aprender en la transferencia. Sin embargo, reconozcan que existe un dominio donde en el discurso el engaño tiene en alguna parte posibilidades de triunfar, es con seguridad el amor que proporciona el modelo. ¡Qué mejor manera de asegurarse, en el punto en que uno se engaña, que persuadir al otro de la verdad de lo que se emite! ¿No se da ahí una estructura fundamental de la dimensión del amor que la transferencia nos da ocasión para poner en imagenes? Al persuadir al otro que tiene lo que puede completarnos, nos aseguramos el poder continuar desconociendo precisamente lo que nos falta. El círculo del engaño, en tanto que en el momento preciso hace surgir la dimensión del amor eso es lo que nos servirá de puerta ejemplar, para el próximo día demostrar su rodeo.
Pero eso no es todo lo que tengo que mostrarles, pues eso no es lo que causa radicalmente el cierre que implica la transferencia. Lo que lo causa, que será la otra cara de nuestro examen de los conceptos de la transferencia, es -remitiendo al punto de interrogación inscrito en la parte izquierda, parte de sombra, reservada- lo que he designado mediante objeto a.
F. Wahl: -¿Con qué teoría del conocimiento, en el sistema de las teorías existentes, podría relaciónarse lo que usted ha dicho en la primera mitad de la conferencia?
J. LACAN:- Como estoy diciendo que la novedad del campo freudiano es darnos en la experiencia algo fundamentalmente captado de esa manera, no resulta tan sorprendente que encuentren su modelo en Plotino.
Dicho esto, sé que, a pesar de mi negativa a seguir la primera pregunta de Miller sobre el sujeto de una ontología del inconsciente, he soltado, sin embargo, un pequeño cabo de la cuerda por referencias muy precisas. He hablado del (escritura en griego) aludía de un modo muy preciso a la formulación que da de ello Henri Ey, de la que no podemos decir que sea de la mayor competencia en lo que se refiere a lo que hay del inconsciente -llega a situar en algún lugar al inconsciente en su teoría de la conciencia. He hablado del (escritura en griego) lo prohibido, de lo dicho-que-no. Esto no llega muy lejos como indicación propiamente metafísica, y no pienso transgredir los límites que me he fijado a mí mismo. Pero a pesar de todo, eso estructura de un modo perfectamente transmisible los puntos hacia los que ha dirigido su pregunta. En el inconsciente hay un saber, que no hay que concebir en absoluto como saber por acabarse, por clausurarse.
(escritura en griego) todavía se sustantiva demasiado el inconsciente al dar semejantes formulas. Es por eso que las evito muy cuidadosamente. Lo que hay mis allá, lo que hace un momento he llamado la bella detrás de los postigos, es eso de lo que se trata y que hoy no he abordado en modo alguno. Se trata de señalar cómo algo del sujeto está, por detrás, imantado, imantado a un grado profundo de disociación, de esquizia. Ese es el punto clave donde hemos de ver el nudo gordiano.
P. Kaufmann: -¿Qué relación hay entre lo que usted ha designado como escoria y eso de lo que usted ha hablado anteriormente como resto?
J. LACAN: -El resto siempre es en el destino humano, fecundo. La escoria es el resto extinguido, aquí, el término escoria se emplea de un modo completamente negativo, apunta a esa verdadera regresión que puede producirse en el plano de la teoría del conocimiento psicológico, en la medida que el analista se encuentra colocado en un campo del que sólo puede huir. Entonces busca seguridad en teorías que se ejercen en el sentido de una terapéutica ortopédica, conformizante, procurando al sujeto el acceso a las concepciones más míticas de la happiness. Eso, con el manejo sin critica del evolucionismo, ha creado el ambiente de nuestra época. La escoria, aquí, son los propios analistas, no otra cosa -mientras que el descubrimiento del inconsciente todavía es joven, y se trata de una oportunidad sin precedentes de subversión.