El último día introduje el concepto de transferencia. Lo hice de un modo problemático, basándome en las dificultades que impone al analista. Me acogí al azar que me ofreció el encuentro del último articulo publicado en el órgano más oficial del psicoanálisis, el International Journal of Psychoanalysis, que incluso llega a poner en tela de juicio la utilización en el análisis de la noción de transferencia. Voy a proseguir su lectura.
Según el autor, se supone que el analista apunta para el paciente los efectos de discordancias, más o menos manifiestas, que se producen con respecto a la realidad de la situación analítica, a saber, los dos sujetos reales que están allí presentes.
En primer lugar están los casos en los que el efecto de discordancia es bien evidente. Podemos verlo ejemplificado en la pluma humorística de un Spitz, un veterano que sabe un rato, para divertir a su público. Toma como ejemplo a una de sus pacientes que, en un sueño llamado de transferencia es decir, de realizaciones amorosas con su analista, en este caso, Spitz lo ve provisto de una cabellera tan rubia como abundante, lo cual, para todo aquél que ha entrevisto el cráneo como un huevo del personaje, y es lo bastante conocido como para ser célebre representar un caso en el que el analista podrá mostrar fácilmente al sujeto a qué distorsiones le han empujado los efectos de inconsciente.
Pero cuando se trata de calificar una conducta del paciente considerada como desatenta con respecto al analista -una de dos, nos dice Szasz, o bien el paciente está de acuerdo, o si no lo está, no dirimirá sino la posición de principio de que el analista siempre tiene razón. Lo cual nos echa de nuevo hacia ese polo a la vez mítico e idealizante que Szasz llama integridad del analista. ¿Que puede querer decir eso, a no ser el llamamiento a la dimensión de la verdad?
Por tanto no puedo situar este artículo más que en esa perspectiva -que su propio autor lo coloca, considerándolo como operando no en calidad heurística, sino erística, y manifestando, en su reflexión en atolladero, la presencia de una verdadera crisis de conciencia en la función del analista. Esta crisis de conciencia sólo nos interesa de un modo lateral, puesto que hemos mostrado que a ello conduciría necesariamente una cierta manera unilateral de teorizar la práctica del análisis de la transferencia. Esa es una pendiente que nosotros, desde hace tiempo, hemos denunciado.
Para reducirnos a los datos casi fenomenológicos que nos permitan volver a situar el problema allí donde es, el último día les indiqué que, -en la relación de uno al otro que se instaura en el análisis-, es eludida una dimensión.
Está claro que esta relación se instaura en un plano que no es en modo alguno recíproco, ni simétrico. Eso es lo que Szasz constata, para deplorarlo sin razón alguna en esa relación de uno al otro, se instituye una búsqueda de la verdad en la que uno es supuesto saber al menos saber más que el otro. De éste, el pensamiento surge al momento, que no sólo no es mucho que se engaña sino también que se puede, engañarse; El engañarse, al mismo tiempo, es achacado al sujeto. No se trata simplemente que el sujeto esté, de una manera estática, en la falta, en el error. Ocurre que, de un modo movedizo, en su discurso, está situado esencialmente en la dimensión del engañarse.
Encuentro aún la indicación en otro analista. Se trata de Nünberg, que escribió en 1926, en el Internacional Journal of Psychoanalysis, un articulo que titula The Will of recovery. Recovery no es, propiamente hablando, la curación, es la restauración, el retorno. La palabra está muy bien escogida y plantea una cuestión que merece atención. ¿Qué es lo que, a fin de cuentas, puede empujar al paciente a recurrir al analista, para pedirle algo que llama la salud, cuando su síntoma -nos lo dice la teoría- se produce para aportarle algunas satisfacciónes?.
Mediantes muchos ejemplos, y no de los menos humorísticos, Nümberg no tiene dificultades para mostrar que no es preciso dar muchos pasos en el análisis para ver a veces resplandecer que lo que ha motivado en el paciente la búsqueda de la salud, del equilibrio, es precisamente su intención inconsciente, en su alcance más inmediato. ¡Que abrigo, por ejemplo, le ofrece el recurso al análisis, para restablecer la paz de su matrimonio, cuando se ha producido algún tropiezo en su función sexual, o algún deseo extra-conyugal!. Desde los primeros momentos el paciente se revela desear, bajo la forma de una suspensión provisional de su presencia en su hogar, lo contrario de lo que ha venido a proponer como objetivo primero de su análisis -no la restitución de su situación familiar, sino su ruptura.
Nos encontramos ahí, por último -en el acto mismo del compromiso del análisis y por tanto también en sus primeros pasos- puestos en contacto con máximos con la profunda ambigüedad de toda aserción del paciente y por el hecho de que por sí misma tiene una doble faz. Es en primer lugar como instituyéndose en, e incluso por, una cierta mentira que vemos instaurarse la dimensión de la verdad, en la cual no es, propiamente hablando, quebrantada, puesto que la mentira como tal se erige en esta dimensión de la verdad.
Comprenderán por qué la relación del sujeto con el significante es el punto de referencia que hemos querido poner en el primer plano de una rectificación general de la teoría analítica, pues también es primero y constituyente en la instauración de la experiencia analítica, como primero y constituyente en la función radical del inconsciente-
Sin duda, eso es, en nuestra incidencia didáctica, limitar el inconsciente a lo que podemos llamar su plataforma más estrecha. Pero con respecto a este punto de división podemos no cometer errores por el lado de alguna sustantificación.
Centraremos las cosas en el esquema de cuatro esquinas de nuestro grafo, que distingue a sabiendas el plano de la enunciación del piano del enunciado. Su uso viene aclarado en cuanto un pensamiento demasiado formal introduce absurdidades, como se ve una antinomia de la razón en el enunciado yo miento, cuando cada uno sabe que no existe ninguna.
Es totalmente falso responder a ese yo miento con: si dices yo miento, es que dices la verdad y, por tanto, no mientes, y así sucesivamente. Es por completo evidente que el yo miento, a pesar de su paradoja, es perfectamente válido. En efecto, el yo que enuncia, el yo de la enunciación no es lo mismo que el yo del enunciado, es decir, el shifter que, en el enunciado, lo designa. Por eso, desde el punto en que yo enuncio, me es perfectamente posible formular de un modo válido que el yo que, en ese momento, formula el enunciado- está mintiendo que ha mentido poco antes, que miente des-pués, o incluso, que al decir yo miento afirma que tiene la intención de engañar. No hay que ir muy lejos para conseguir un ejemplo -vean la historieta judía del tren que uno de los dos sujetos de la historia afirma al otro que va a coger. -Voy a Lemberg, -le dice, a lo cual el otro le responde -¿por qué me dices que vas a Lemberg ya que allí vas realmente? y, si me lo dices, ¿es para que crea que vas a Cracovia?.
Esta división entre el enunciado y la enunciación hace que efectivamente el yo miento que está al nivel de la cadena del enunciado -el miento es un significante que forma parte, en el Otro, del tesoro de vocabulario en el que el yo, determinado retroactivamente, se convierte en significación engendrada al nivel del enunciado, de lo que produce al nivel de la enunciación- resulte un yo te engaño.
El yo te engaño proviene del punto desde donde el analista espera al sujeto, y le remite según la formula, su propio mensaje en su significación verdadera, decir, bajo una forma invertida. Le dice -en ese yo te engaño, lo que tú envías como mensaje es lo que yo te expreso y, haciéndolo así, tu dices la verdad.
En el camino del engaño en el que el sujeto se aventura, el analista en situación de formular ese tú dices la verdad, y nuestra interpretación nunca tiene sentido más que en esta dimensión.
Quería indicarles el recurso que nos ofrece este esquema para comprender el quehacer fundamental de Freud, en el que dato la posibilidad del descubrimiento del inconsciente -que, en verdad, está ahí desde siempre, tanto en el tiempo de Tales como al nivel de los modos relaciones in-ter-humanas más primitivas.
Traslademos a este esquema el yo pienso cartesiano.
De seguro, distinción entre enunciación y enunciado es lo que siempre hace posible deslizamiento, y el punto de tropiezo eventual. En efecto, si algo del cogito es instituido, es el registro del pensamiento, en tanto que extraído de una oposición a la extensión -estatuto frágil, pero estatuto suficiente en el orden de la constitución significante. Digamos que es ocupar su sitio al nivel de la enunciación lo que da su certeza al cogito. Pero el estatuto del yo; pienso es tan reducido, tan mínimo tan puntual -y podría además estar afectado con la connotación del eso no quiere decir nada- como el del yo miento de hace un momento.
Quizás el yo pienso, reducido a esa puntualidad de no asegurarse más que la duda absoluta en lo que se refiere a toda significación, incluida la suya incluso tiene un estatuto todavía más frágil que aquel donde ha podido atacarse al yo miento.
Por eso, me atrevería a calificar al yo pienso cartesiano de participar en su esfuerzo de certeza, de una especie de aborto. La diferencia de estatuto que da al sujeto la dimensión descubierta del descubrimiento freudiano, depende del deseo que hay que situar al nivel de cogito. Todo lo que anima, eso de lo que habla toda enunciación, pertenece al deseo. Les hago observar, de paso, que el deseo tal como la formulo, con respecto a lo que Freud nos aporta, quiere decir más.
Prenderé la función del cogito cartesiano del término feto u homúnculo. Viene ejemplificada por la caída, que no ha dejado de producirse en la historia de lo que se llama el pensamiento, que consiste en tomar ese yo del cogito por el homúnculo que, desde hace tiempo, es representado cada vez que se quiere hacer psicología -cada vez que se explica la inanidad o la discordancia psicológica por la presencia, en el interior del hombre, del famoso hombrecillo que lo gobierna, que es el conductor del carro, el punto llamado en nuestros días de síntesis. Este hombrecillo ya fue denunciado en su función por el pensamiento pre-socrático.
Por el contrario en nuestro vocabulario, simbolizamos por S tachada ($) al sujeto, en tanto que constituido como segundo con respecto al significante.
Para ilustrarlo les recordé que la cosa puede presentarse de la manera más simple en el trazo unario. El primer significante es la cerda, por el cual se marca, por ejemplo, que el sujeto ha matado a un animal, mediante lo cual no se embrollará en su memoria cuando hay matado otros diez. No tendrá que recordar cuál es cual, y a partir de ese trazo unario los contara.
El trazo unario, el propio sujeto se localiza en él, y en primer lugar se marca como tatuaje, primero de los significantes. Cuando este significante, este uno, está instituido -la cuenta es un uno. Es al nivel, no del uno sino de un uno, al nivel de la cuenta, que el sujeto tiene que situarse como tal. En lo cual ya, los dos unos se distinguen. Se marca así la primera esquicia que hace que el sujeto como tal se distinga del signo con respecto al cual, en primer lugar, ha podido constituirse como sujeto. Les enseño por eso a guardarse de confundir la función del con la imagen del objeto a, en tanto que es así como el sujeto se ve, redoblado -se ve como constituido por la imagen reflejada, momentánea, precaria, del dominio, se imagina hombre solamente de lo que se imagina.
En la práctica analítica, localizar al sujeto con respecto a la realidad, tal como se la supone constituyéndolos, y no con respecto al significante, significa ya caer en la degradación de la constitución psicológica del sujeto.
Todo comienzo tornado de la relación del sujeto con un contexto real puede tener su razón de ser en determinada experiencia de psicólogo. Puede producir resultados, tener efectos, permitir componer tablas. Por supuesto, siempre se-ría en contextos en los que somos nosotros quienes hacemos la realidad -por ejemplo, cuando planteamos que son tests organizados por nosotros. Ese es el campo de validez de lo que se llama la psicología, que no tiene nada que ver con el nivel en que mantenemos la experiencia psicoanalítica y que, por así decirlo, refuerza increíblemente la indigencia del sujeto.
Lo que he llamado el islote psicológico no es la vieja, o siempre joven, mónada instituida tradicionalmente como centro de conocimiento, pues la mónada leibniziana, por ejemplo, no está en modo alguno aislada: es centro de conocimiento, no es separable de una cosmología, es, en el cosmos, el centro desde donde viene a ejercerse lo que es, según las inflexiones, contemplación o armonía. El islote psicológico se encuentra en el concepto del yo, el cual -por una desviación que, pienso, no es más que un rodeo- se halla confundido, en el pensamiento psicoanalítico, con el sujeto desamparado en la relación con la realidad.
En primer lugar quiero señalar que esta manera de teorizar la operación está en pleno desacuerdo, en plena discordia, con lo que por otra parte nos conduce a promover la experiencia, y que no podemos eliminar del texto analítico -la función del objeto interno.
Los términos de introyección o de proyección siempre son utilizados a la buena de Dios. Pero de seguro, incluso en este contexto de teorización defectuosa, algo se nos da, que llega al primer plano desde todas partes, y eso es la función del objeto interno. Esto ha acabado por polarizarse en extremo en ese buen o mal objeto, a cuyo alrededor, para algunos, gira todo lo que en la conducta de un sujeto representa distorsión, inflexión, miedo paradójico, cuerpo ajeno. También es el punto operatorio en el que, en condiciones de urgencia -por ejemplo, las de la selección de los sujetos para uso de tales o cuales empleos diversamente directores, cibernéticos, responsables, cuando se trata de formar pilotos de avión o conductores de locomotoras-, algunos han señalado que se trataba de concentrar la focalización de un análisis rápido, hasta de análisis-relámpago, hasta de la utilización de ciertos tests llamados de personalidad.
Nosotros no podemos dejar de plantear la cuestión del estatuto de este objeto interno. ¿Es un objeto de percepción? ¿Por donde lo abordamos? ¿De dónde viene? En la continuación de esta rectificación, ¿en qué consistiría el análisis de la transferencia?
Les voy a indicar un modelo, que convendrá perfecciónar mucho más a continuación. Tómenlo, pues, por modelo problemático. Los esquemas centrados en la función de la rectificación de la ilusión tienen tal poder de adherencia, que nunca podré lanzar demasiado prematuramente algo que, a lo menos, allí obstaculice.
Si el inconsciente es lo que se cierra de nuevo desde el momento que ello se ha abierto, según una pulsación temporal, si la repetición, por otra parte, no es simplemente estereotipia de la conducta, sino repetición con respecto a algo [de] siempre falido, pueden ver ya desde ahora que la transferencia tal como se nos la representa, como modo de acceso a lo que se oculta en el inconsciente- no podría ser por sí misma más que una vía precaria. Si la transferencia no es más que repetición, será repetición, siempre, del mismo fracaso. Si la transferencia pretende, a través de esa repetición, restituir la continuidad de una historia, no la hará más que haciendo resurgir una relación que, por su naturaleza, es sincopada. Vemos, pues, que no podría bastar que la transferencia como modo operatorio, se confunda con la eficacia de la repetición, con la restauración de lo ocultado en el inconsciente, incluso con la catarsis de los elementos inconscientes.
Cuando les hablo del inconsciente como de lo que aparece en la pulsación temporal, la imagen puede provenirles de la nasa que se entreabre, en cuyo fondo va a realizarse la pesca del pez. Mientras que según la figura de las alforjas, el inconsciente es algo reservado, cerrado en el interior, donde hemos de penetrar, nosotros desde fuera, Invierto, pues, la topología de la imaginería tradicional al presentarles este esquema.
Tendrán que cubrirlo con el modelo óptico que di en mi artículo Remarque sur le rapport de Daniel Lagache, en lo que se refiere al yo ideal y al ideal del yo. Tendrán que ver en él que es en el Otro que el sujeto se constituye como ideal, que tiene que regular la puesta a punto de lo que llega como yo, o yo ideal -que no es el ideal del yo–, es decir, constituirse en su realidad imaginaria. Este esquema pone en claro -lo subrayé a propósito de los últimos elementos que he aportado en torno a la pulsión escópica- que allí donde el sujeto se ve, a saber, donde se forja esa imagen real e invertida de su propio cuerpo que se da en el esquema del yo, no es desde allí donde se mira. Sin embargo, ciertamente, se ve en el espacio del Otro y el punto desde donde se mira también está en ese espacio. Ahora bien, también está aquí el punto desde donde habla, puesto que el en tanto que habla, es en el lugar del Otro que empieza a constituir esa mentira verídica por la que se ceba lo que participa del deseo al nivel del inconsciente.
Por tanto, debemos considerar el sujeto con respecto a la nasa -en particular con respecto a su orificio que constituye su estructura esencial- como estando en el interior. Lo importante no es lo que allí entra, de acuerdo con la palabra del Evangelio, sino lo que de allí sale.
Podemos concebir el cierre del inconsciente por la incidencia de algo que desempeña el papel de obturador -el objeto a, chupado, aspirado, en el orificio de la nasa. Pueden trazar una imagen parecida con esas grandes bolas en las que se agitan los números para sacar la lotería. Lo que se prepara, con esa gran ruleta, de los primeros enunciados de la asociación libre, sale de ahí en el intervalo en que el objeto no tapa el orificio. Esta imagen brutal, elemental, les permite restituir la función constituyente de lo simbólico en su contraposición recíproca. Es el juego del sujeto, a pares y nones, de su nuevo encuentro con lo que viene a presentificarse en la acción efectiva de la maniobra analítica.
Este esquema es completamente insuficiente, pero es un esquema bulldozer, que permite concordar la noción de que la transferencia es a la vez obstáculo a la rememoración y presentificación del cierre del inconsciente, que es la falta, siempre en el momento preciso, del buen encuentro.
Podría ejemplificarles todo eso de la multiplicidad y de la discordancia con las formulas que los analistas han dado de la función de la transferencia. No hay duda que la transferencia es una cosa, y otra cosa el fin terapéutico. La transferencia tampoco se confunde con un simple medio. Los dos extremos de lo que se ha formulado en la literatura analítica están aquí situados. Cuantas veces leerán formulas que asocian, por ejemplo, la transferencia con la identificación, cuando la identificación no es más que un tiempo de detención, una falsa terminación del análisis, muy frecuentemente confundida con su terminación normal. Su relación con la transferencia es estrecha, pero precisamente en cuanto la transferencia no ha sido analizada. Y a la inversa, verán formular la función de la transferencia como medio de la rectificación realizante, contra la cual se dirige todo mi discurso de hoy.
Resulta imposible situar correctamente la transferencia en alguna de estas referencias. Puesto que se trata de realidad, es en ese plano que quiero encaminar la crítica. Hoy enunciaré un aforismo que introducirá lo que tengo que decirles el próximo día -la transferencia no es la puesta en acto de la ilusión que nos empujaría a esa identificación alienante que constituye toda conformización, aunque sea a un modelo ideal, del que el analista, en ningún caso, podría ser el soporte -la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente.
He dejado esto en suspenso en el concepto del inconsciente -cosa singular, eso cada vez más olvidado y que no he recordado hasta ahora. Espero, próximamente, poder justificarles por qué ocurre así. Del inconsciente he tenido que recordarles hasta el momento la incidencia del acto constituyente del sujeto, porque eso es para nosotros lo que hay que sostener. Pero no omitimos lo que, en primer lugar, Freud señala como estrictamente consustancial a la dimensión del inconsciente, a saber, la sexualidad. Por haber olvidado cada vez más lo que quiere decir esta relación del inconsciente con lo sexual, veremos que el análisis ha heredado una concepción de la realidad que ya no tiene nada que ver con la realidad tal como la situaba Freud al nivel de proceso secundario.
Por tanto, planteando la transferencia como la puesta en acto de la realidad del inconsciente empezaremos de nuevo el próximo día.
Dr. Rosolato: -Puedo decirle las reflexiones que he hecho durante su seminario. En primer lugar, una analogía -su esquema se parece de un modo singular a un ojo- ¿En qué medida la a minúscula -desempeñaría el papel de cristalino? ¿En que medida este cristalino podría tener un papel de catarata? Por otra parte, me gustaría que precisase lo que puede decir del ideal del yo y del yo ideal en función, precisamente, de ese esquema. Por último, ¿qué entiende usted por puesta en acto?
J. LACAN: – Puesta en acto es una palabra promesa. Definir la transferencia por la puesta en acto es necesario para que no sea el lugar de coartadas, de modos operatorios insuficientes, tomados por sesgos y rodeos que no son sin embargo forzosamente inoperantes, y dan cuenta de los límites de la intervención analítica. Hoy he apuntado precisamente algunas falsas definiciones que se pueden dar de su terminación, como la de Balint cuando habla de la identificación con el analista. Si no toman la transferencia al nivel correcto, que, debo decirlo, todavía no ha sido ilustrado hoy, pero será el tema del próximo seminario, nunca podría comprender de ella más que incidencias parciales.
En cuanto a las observaciones que usted ha hecho, es divertido. Es preciso, en todo lo que se refiere a la topología, guardarse siempre muy estrictamente de lo que da la función de Gestalt. Lo que no quiere decir que ciertas formas vivientes no nos den, a veces, la sensación de ser una especie de esfuerzo de lo biológico para fraguar algo que se parezca a las torsiones de esos objetos topológicos fundamentales que les desarrollé cuando el seminario sobre la Identificación -por ejemplo, la mitra, de la que recordarán es una superficie en el espacio de dos dimensiones que se recorta ella misma, Podría designarles tal punto o plano de la configuración anatómica que nos parece representa el conmovedor esfuerzo de la vida por reunir las configuraciones topológicas.
No hay duda que sólo estas consideraciones pueden darnos la imagen de eso en cuestión cuando lo que está en el interior también está en el exterior. Por esta razón son particularmente necesarias cuando se trata del inconsciente, que les presento a la vez como lo que pertenece al interior del sujeto, pero que no se realiza más que fuera, es decir, en ese lugar del Otro donde solamente puede tomar su estatuto. No puedo servirme aquí de todo lo adquirido en mis anteriores seminarios, por la simple razón de que una parte de mi auditorio es nueva. Por eso he empleado el esquema puro y simple de la nasa y he introducido simplemente la noción del obturador. El objeto es obturador, todavía se trata de saber cómo. No es ese obturador pasivo, ese corcho que, para empezar a lanzar su pensamiento en una cierta pista, he querido poner en imagenes. Daré de él una representación más completa en la que quizás encontrara de nuevo esos parentescos con la estructura del ojo.
Es en verdad totalmente singular que la estructura del ojo nos presente una forma general tan fácilmente evocada cada vez que intentamos representar cronológicamente las relaciones del sujeto con el mundo. No es sin duda por casualidad. De nuevo convendrá no precipitarnos en eso para adherimos a ello de un modo demasiado limitado.
Sea como sea, puesto que ha hecho esta observación, aprovecharé para señalarles la diferencia de mi esquema con aquél con el que Freud representa el yo como la lente por la que la percepción-conciencia viene -a operar sobre la masa amorfa del Unbewusstsein. El esquema de Freud, valga lo que valga, es tan limitado en su alcance como el mío, en cierta manera. Pero pueden observar, sin embargo, la diferencia -si hubiese querido poner el yo en alguna parte, hubiera escrito i(a). Ahora bien, para nosotros, aquí, el objeto de debate es la a.