Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, la más responsable de todas, en tanto él es aquel, a quien es confiada la operación, de una conversión ética radical, aquélla que introduce al sujeto en el orden del deseo, orden en todo lo que hay en mi enseñanza en retrospección histórica – que trata de exponer la filosofía tradicional, nos muestra ese orden que, de algún modo, está excluido.
Esto es, a saber, cuáles son las condiciones que son requeridas para que alguien pueda decirse: «Yo soy psicoanalista». Si lo que aquí les demuestro, parecería culminar en que esas condiciones son tan especiales, que ese «Yo soy psicoanalista» no puede en ningún caso descender de una investidura, que interpretándola podría arribar, en ningún caso, de ningún lugar. Por otra parte habría, me parece, alguna contradicción en decirse que al escucharme, o al menos al tomar en serio lo que yo digo, lo que parece implicar lo que acabo de decir, se puede continuar en encontrar suficiente recibir esta investidura, digamos por lo menos en lugares donde lo que digo es letra muerta. Esto, seguramente, hace parte de las condiciones constitutivas de lo que yo llamaría la dificultad de lo serio en nuestra materia. Volveré sobre este preludio en tanto que, por otra parte, mi discurso de hoy, no será más que ensayo de semejanza de las condiciones lógicas, donde se plantea la cuestión de lo que podemos concebir: que es del psicoanalista del que se espera saber.
Todo lo que aporté ante ustedes desde el comienzo de este año, concerniente a este lugar, que podemos dar a eso sobre lo cual operamos, si tanto es que eso sea bien del sujeto que se trate, que es sujeto se sitúa, se carácteriza esencialmente como siendo del orden de la falta. Es lo que he tratado de hacerles sentir mostrándoselos a los dos niveles del nombre propio. Por una parte de la numeración del otro, que es el estatuto del nombre propio no posible de articular como una connotación más y más cercada de lo que, en la inclusión clasificatoria llegará a reducirse, sino al contrario, como el complemento de algo del otro orden que es lo que, en la lógica clásica se oponía a la relación binaria de lo universal y lo particular, como algo tercero e irreductible, a saber: lo singular.
Aquéllos que aquí tienen una formación suficiente para entender este llamado que hago de la tentativa de homogeneizar el singular al universal, saben también las dificultades que ese razonamiento planteaba a la lógica clásica y que ese estatuto de lo singular, no sólo puede ser dado de un modo mejor en la aproximación de la lógica moderna, pero me parece que no puede ser acabado más que en la formulación de esta lógica, a la cual nos da acceso la verdad y la practica analítica, que es lo que intento formular ante ustedes que podría llamar, esta lógica, a formalizar el deseo.
¿Por qué esas distinciones sobre el nombre propio? He sostenido en lo que ellas son completadas, que es en la lógica moderna de la numeración donde aparece lo que es esencialmente en la función de lo fatal, en el concepto cero mismo, que toma raíz la posibilidad de ésta función numérica como tal y que es sólo por allí que escapa a las dificultades irreductibles que oponen a este funcionamiento de esta verdad numérica, una fundación empírica cualquiera, en la fundación del último término, que sería la individualidad.
Por otra parte, pensaba yo, que es justamente esencial arribar hasta allí para hacerles sentir la distinción que hay de toda concepción de la tendencia en tanto científica. Ella nos lleva allí orden de lo general que la tendencia especifica y que el error de traducir Trieb por instinto, consiste en que ello hará de la tendencia algún estatuto, alguna propiedad que se insertará en algo viviente que cae bajo la influencia de lo general, en tanto que es por una vía singular por la cual nos resta, en suma, en invertir la cuestión, a saber: ¿cómo es que podemos atrapar algo de ello de lo cual no podemos hablar científicamente?, ¿qué es ese algo?. Es el a. Es por la vía contraria de una incidencia singular, de una incidencia de la falta que se introduce ese resultado, ¿sobre qué?. En un efecto de resto el que podemos operar, pero donde resta saber en qué posición es necesario que nos mantengamos, para poder operar allí correctamente. Es así que hoy, para llegar al fin de nuestro discurso de este día para dar a nuestro estatuto la posición de nuestra fórmula -retomaré, hoy, ese discurso concurrente- alrededor de. las dos posiciones fundamentales de lo que les enseño en cuanto a nuestra lógica, a la lógica de nuestra práctica analítica, a la lógica implicada por la existencia del inconsciente.
1) El significante, a diferencia del signo que representa algo para alguien; el significante es lo que representa un sujeto para otro significante.
2) Que es lo que quiero decir en nuestro campo, en el campo que descubre al Psicoanálisis, la fórmula: él sujeto supuesto saber.
Para esclarecer un modelo, una cierta tripartición de ese campo de mi curso del 7 de Abril, les recuerdo lo que aquí, es reproducido, la señal en la ventana hecha por nuestra hipotética amante a aquel a quien ella ofrece su acogida; la cortina cerrada: «Estoy sola». Los cinco tiestos dé flores: «A las cinco horas».
¿Por qué diremos que sé trata, aquí de significante?. Lo he dicho la última vez. Se trata de significante aunque parezca tratarse sólo de elementos semilógicos, porque esto no tiene alcance más que por ser traducible al lenguaje. Que es un código, sin duda; pero que ese código se traduce y esto es sensible al nivel del primer término «sola». Se traduce en algo del cuál les he manifestado el carácter no sólo fundamentalmente ambigüo, sino deslizante.
¿Qué es estar sola, sino articular ese término que hace surgir en él agujero que le sigue inmediatamente la ambigüedad de lo que se va a articular bajo el deseo de estar allí sola para la cita a la cual es llamado él sólo? El movimiento donde se crea, en lo dos sentidos, la dirección que indica la línea, donde se articula esa pareja significante: por una parte la cita para el reencuentro por otra, el deseo que lo subentiende, de la formulación misma. No se todo el estatuto de lo que esta allí articulado, independiente, de algún hecho, el que sea, se ofrece en primer lugar como algo significado, como está más allá por ese término que los estoicos designan, como el Lectón, lo mismo que he tomado dé los estoicos el To Kanon cuando lo que se produce hacía la derecha, en lo cual se constituye en él el llamado. Sola a las cinco horas.
Ese modelo, en algún modo rudimentario, sumario, quizá, que puede ser dado, les permite captar que la discusión podría permanecer abierta, acerca del estatuto de lo que se trata en este encuadre de la ventana que está allí lo que recubre lo real en su movimiento, en su multiplicidad que le da forma, que hace de él el sujetó de frase. Está frase, es frase en la medida que, al menos, sensiblemente, en el primer término, en ese «sola» algo emerge que no es más que del orden del sujeto qué no tiene ninguna suerte de real respondíente. ¿Qué es estar sola? ¿Qué es sola?. Ese sola ¿podría, en rigor, evocar la suficiencia? Precisamente está allí sino para evocar lo contrario a saber: la falta.
Tomado este nivel de la lógica donde se muestra lo primordial del deseo en relación a toda repartición – lo que la lógica clásica nos representa bajo el registro de la necesidad es necesario; esto es el inverso de lo que se presenta aquí, aparentemente, como se lo satisface – hace falta ese algo que va a surgir entre el «sola» («seule») y la hora («l’heure»).
Dicho de otro modo, el nivel en el cual vamos a aprehender todo lo que es del orden de nuestro campo, se distingue por una repartición fundamental que voy a tratar aún de subrayar por otros ejemplos en una referencia que llamaremos para simplificar, por convención, el del conocimiento tradicional, la función del signo. En fin, por otra parte en ciertas lógicas, y especialmente, les pido mirar lo que la cosa puede tentar en lo que de ello es, al nivel de la enseñanza budista, al nivel de la lógica, la función del signo es impulsada hacia adelante. El signo. No hay humo sin fuego. En fin, por otra parte, no hay nada mejor que el humo para ocultar el fuego. El humo, signo que lo cubre en alguna parte. El sujeto inmóvil, receptáculo universal de lo que hay que conocer detrás, el signo de real supuesto, lo cual supone la función del significante, y lo que de ello resulta para el estatuto del sujeto. No es fácil hacérselos saber por una suerte de desdoblamiento y por otra parte, sí fuera posible, no sería más que en un proceso mayeútico donde en cada encrucijada no habría demasiadas ocasiones para que ustedes se evadieran de la cadena.
Nos falta decir la fórmula que he avanzado ante ustedes: que el significante, es lo que representa a un sujeto para otro significante. ¿Qué nos es sugerido por esta fórmula? ¿Por qué no la llave y la cerradura? La cerradura, ¿No es lo que ella va a permitir descubrir en el pestillo, donde está la clavijita? ¿Qué ha caído, que de ella se trata, esto es, de su relación con algo que la hace funcionar? Pero, ¿Qué es la llave? Entre la llave y la cerradura existe aún la cifra. La llave es aquí engañosa, lo que nos interesa es que una cerradura es una composición significante, esto es la eternidad de esta composición con la polivalencia, la elección, el enigma en la ocasión de la cifra que le permitirá funcionar, la cifra en un cierto estado, no más que una de ella, que pueda operar, que supone un sujeto reducido a este uno de una combinación. No hay juego, el sujeto no es el receptor universal. El tiene la cifra o no la tiene. Y el rol de la llave es muy sugestivo y bien divertido para representarnos que él es, en efecto, un resto, una pequeña cosa operatoria, un deyecto en el asunto, pero sin duda indispensable, que nos viene de lo que se representa, el soporte efectivo y real, donde intervendrá el sujeto. La fórmula que ustedes ven, la segunda se sustituye a la primera, en tanto que ella nos designa el S1, en tanto que ella representa el S2. El uno del sujeto reducido a ser la llave a proveer.
1 ——————à S/1
a
Verán representado allí, fuera de la cerradura, el uno del sujeto en la medida en que está reducido a ser la llave de la cerradura.
Esta pequeña presentación, preámbulo que es esencial para plantear lo que debe ser puesto en cuestión: que es en ese nivel primero, en la medida que es donde tenemos que operar en el análisis, como se presenta lo que llamaremos el estatuto del saber. En fin, lo hemos dicho y aunque no lo hubiéramos dicho, esta claro que el psicoanalista es llamado a esa situación, como siendo el sujeto supuesto saber. Lo qué él tiene que saber, no es saber de clasificación, no es saber de lo general, no es saber de silogismo; lo que él tiene que saber es definido por ese nivel primordial donde hay un sujetó que es llevado en nuestra operación, en ese tiempo de surgimiento, a lo que se articula en el «Yo no sabía».
Yo no sabía, o bien que ese significante que está allí, que reconozco ahora estaba allí donde yo estaba como sujeto, o bien, que ese significante que está allí, que ustedes designan, que ustedes articulan para mi, estaba para reprepresentarme a mí cerca de él, que yo era esto o aquello. Esto es lo que el psicoanálisis descubre, y aquí voy a tratar de acentuarlo para, ustedes, tomando casi al azar ejemplos en las primeras articulaciones de Freud, en qué punto es que debe expresar de un modo apropiado, lo qué se llama la estructura del síntoma.
La afonía de Dora no es reconocible por representar al sujeto Dora más que por relación a ese significante, que no tiene ningún otro estatuto más que el de significante, si se dice correctamente el funcionamiento del síntoma, y que se articula sólo con ella, es decir la señora K. Dora no puede hablar más en la función en que está sola con ella. Y la afonía representa a Dorá no enteramente para con la señora K. con quien ella habla hasta demasiado abundantemente cuando ella está sola con aquéllas cuando el señor K. está de viaje.
La tos, ¿dónde la ubica Freud?. Lean el texto. Cuando él designa allí un síntoma, es en función en que esta tos toma función de significante, de advertencia -diría yo – dada por Dora a algo que surge en está ocasión y que no habría nunca surgido de otro modo. No sería necesario conocer el texto de Freud para no ver en ese texto alrededor del padre afortunado, sin fortuna, lo que quiere decir en alemán: no sexual. ¿Qué más significante que ese juego de palabras significativo? Falta de qué la tos de Dora no tendría el sentido que Freud le da, que es el de sustituto que la pareja de su padre y la señora K. aporta a esta impotencia. Lo que Freud articula sin impulsar las cosas hasta su justo término: la relación genito-bucal.
Tomen al pequeño Hans, la extravagante historia de la partida de Gmünden, la gobernante y el trineo, como dice Freud. Puedo hablarles así: el significante vale para el significante, la única persona que no lo sabe es el sujeto, el pequeño Hans. La función significante esta allí, una más gruesa molécula, es una gruesa fábula a la cual se libra el pequeño Hans. Para completar nuestra historia por el obsesivo, recuerden las tentativas de engordar del hombre de las ratas. ¿En función de qué? Que hay cerca de su bien amada un llamado Dick. Es por no poder ser Dick que se esfuerza en engordar. Lo hace hasta el punto de estallar, para significarse cerca de ese significante Dick, nada más.
Pero en cuanto a mi conocimiento, nunca se ha relevado el trazo general; era, sin embargo allí que nosotros tenemos siempre más facilidad de inspirarnos, es lo que resulta de un examen simplemente ingenuo desde que la categoría fue puesta en el tren. La categoría del saber. Es allí que yace lo que nos permitió distinguir radicalmente, la función del síntoma, si tanto es que al síntoma pudiéramos darle su estatuto como definiendo el campo analizable, la diferencia de un signo, de una opacidad que nos permite saber qué hay hepatización de un lóbulo y de un síntoma en el sentido en que debemos entenderlo como síntoma analizable que justamente definido, aislado como tal en el campo psiquiátrico que le da su estatuto ontológico. Es que hay siempre en el síntoma la indicación que él es cuestión de saber.
Nunca se ha subrayado bastante hasta qué punto en la paranoia no son sólo los signos de algo, lo que recibe, el paranoico. Es el signo que en alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos, que él no conoce; esta dimensión ambigüa, del hecho que hay que saber y que eso está indicado, puede ser extendido a todo el campo de la síntomatología psiquiátrica, en la medida en que el análisis introduce allí esta nueva dimensión, que precisamente su estatuto es el del significante.
Observen hasta que punto. No pretendo agotar esto en algunas palabras. La infinita multiplicidad, el estalido de algún modo variable del dominio, en la .neurosis está dado, implicado, en el síntoma, original, que el sujeto no llega a saber y que el estatuto de la perversión está también ligado estrechamente a algo allí, que se sabe, pero no se puede hacer saber.
La indicación definida en el síntoma mismo de esta referencia del saber, he ahí de donde me gustaría partir en una reunión que he anunciado al final del seminario cerrado y que tendrá lugar el 27 de Junio. Me gustaría que partieran de una cierta revisión, hablando propiamente gnoseológica. Me gustaría ver partir, desde el nivel de elemento que es el síntoma, la valorización de esta instancia que lo sea verdaderamente, en su diversidad, que he manifestado como tripartición. Debo decir, a simple título de introducción de compromiso de esta materia, diciendo que ese saber en cuestión, en la medida que es falta y hasta fracaso, se diversifica según tres planos aislados en relación a las tres variedades de psicosis, neurosis y perversión.
La Psicosis, que sabe que existe un significado, pero, en la medida en que no está segura de él en nada.
La neurosis, con su Tu kanon en cuanto la reencuentra, en cuanto yo no tendría la llave, sino la cifra. Y el perverso para quien él deseo se sitúa él mismo, hablando propiamente, en la dimensión de un secreto poseído. Vívido como tal y que como tal, desarrolla la dimensión de su goce, pero que es a decir aún de ese saber, que en primer lugar, se inscribe en esta subjetividad del «Yo no sabía». En donde está el yo(je) proseguido de la vibración de ese «ne», que no es allí la pura y simple negación, sino es necesario que yo no sepa antes, que yo no sepa, o quiera el cielo que no haya sabido; qué es la prolongación del yo(je) mismo al cual es necesario dejarlo pegarse, donde ese yo(je) tiene otro estatuto que el de shifter. No, es el yo(je) de «Yo te hablo» (Je te parle) pues el «Yo te hablo» no es más que llamado a la actualidad de una evaluación que permanece ambigüa, aún si ella se propone como constituyendo esa relación. Ese yo(je) del «Yo no sabía», ¿dónde estaba y qué era antes de saber? Es precisamente aquí que es el momento propicio de evocar la dimensión donde culmina, báscula, toda la tradición clásica en tonto que se acaba allí un cierto estatuto del sujeto. Muchos de entré ustedes saben que donde Hegel propone el acabamiento de la historia es en ése mito increíblemente irrisorio del saber absoluto. ¿Qué es lo que podría querer decir esa idea de un discursó totalizador?, ¿de qué?. La suma de las formas de la alienación por donde habría pasado el sujeto -ustedes lo saben bien, por otra parte-. Ideal en tanto que no es concebible, en fin, que sea realizado como tal, por, un individuo. ¿Qué puede querer decir ese extraño mito? Y, en verdad, no es evidente que sería después de mucho tiempo, replanteado al modo de un sueño pedante si no estuviera justamente articulado en otra dialéctica muy distinta que aquélla del conocimiento, que si no fuera dicho que es el ser del deseo que se acaba allí y es en la medida que los caminos por donde ese deseó es positivo que son astucias de la razón.
Pero, ¿quién es el astuto? ¿Cuál?, ¿el que acabó en el domingo de la vida como un humorista – lo ha muy bien articulado – el saber absoluto?, ¿aquél que dirá «Yo Parloteo» siempre, o aquel que podría decir, a partir de ahora, «Yo beso»? ¿Dónde está la astucia, en el deseo o en la razón? El análisis está allí para enseñarnos que la astucia está en la razón porque el deseo está determinado por el juego significante, que el deseo es lo que surge de la marca del significante sobre el ser viviente y que, desde entonces, lo que se trata para nosotros de articular, es: ¿qué es lo que pueda querer decir las vías que trazamos del retorno del deseo a su origen significante? ¿qué quiere decir que haya hombres que se llaman Psicoanalista?, y que esta operación interesa.
Es enteramente evidente que en ese registro el psicoanalista se introduce en primer lugar como sujeto supuesto saber, es él mismo quien recibe y soporta el estatuto del síntoma.
Un sujeto es psicoanalista, no sabio, acorazado detrás de las categorías en las cuales él no tendría cajones para guardar síntomas psicóticos, neuróticos u otros, pero en la medida en que entra en el juego significante y es en lo cual un examen clínico, una, presentación de enfermos no puede absolutamente ser la misma en el tiempo del psicoanálisis o en el tiempo que lo ha precedido. En el tiempo precedente, cualquiera fuera el genio que animara al clínico, Dios sabe si he tenido la ocasión de expresar mi admiración por las estrofas deslumbrantes de Kraepelin cuando el describía sus formas de la paranoia. La distinción es radical de lo que, al menos en teoría, es, exigible de la relación del clínico al enfermo en la primera presentación.
Si el clínico que presenta no sabe más que una mitad del síntoma – como acabo de articularlo, recordándoles esos ejemplos de Freud – más que una mitad del síntoma, es él que tiene la carga, que no haya presentación del enfermo, sino diálogo de dos personas y que sin esta segunda persona, no habría síntoma acabado. Aquel que no parte de allí está condenado, como es el caso para la mayoría, a dejar la clínica psiquiátrica y estancarse en las vías de donde la doctrina freudiana debería haberlo sacado.
El síntoma. Sería necesario definirlo como algo que se señala. Como un sujeto que sabe que eso le concierne, pero que no sabe lo que es. En qué medida podemos nosotros, analistas, decir qué estamos a la altura de esa tarea de ser aquel que, en cada caso sabe lo qué es. Nada más que en ese nivel, ya se plantea toda entera la cuestión del estatuto del psicoanalista. La cuestión está facilitada por la evolución de las concepciones de la ciencia, ella misma concerniente al saber. Durante mucho tiempo hemos podido creer que el problema estaba bien planteado, de la apariencia y de lo real, que es el examen de la puesta a prueba del tanteo de, la percepción que depende todo el estatuto de la ciencia. ¿Qué es lo que quiere decir esta oposición del engaño a lo real? Si no es más que de lo real de lo cual se trata, visto de la ciencia más antigua, es el real del sabio, y lo que no se ve es que ese real del sabio, a saber: lo que es un saber, es verdaderamente un cuerpo de significantes y absolutamente no otra cosa.
Sí la noción de información ha podido tomar esta forma unánime que permite cuantificarla en términos de BIT, es en la medida que el almacenamiento histórico de elementos de información no se satisface a sí mismo para constituir lo que se llama la historia.
Eso comienza a tener un sentido, si ustedes lo hacen circular en alguna parte, pero no podrán de ningún modo evitar la sombra: un sujeto. Si quieren escribir en términos de información el funcionamiento interno, biológico, es decir, que les muestre allí, en alguna parte, un sujeto formando algunos granos de secreción interna, como la glándula pineal de Descartes; un sujeto visible…
Es al saber como tal al cual nos hace falta dar su estatuto y nos para nada una lógica aristotélica la que puedo respondernos. Es suficiente plantear la cuestión al nivel de la ciencia, de una ciencia que es la nuestra, para encontrarnos ante problemas muy curiosos en impasse, que son aquellos que detuvieron a Aristóteles. Para él era a propósito de lo contingente, un acontecimiento que tendría lugar mañana. ¿Es verdad ahora que habría lugar o no? Sí es verdad ahora, no hay ninguna razón que no fuera jugada. No es siempre verdad que una proposición debe ser verdadera o falsa, buena o mala. Se discute esta solución. No es eso lo que nos interesa. Es la de darnos cuenta que podemos plantear la cuestión de saber si la doctrina newtoniana era verdadera antes que él la formulara. Quisiera saber cómo deshace el empate la asamblea en este punto. Para mí, tiraría mis cartas gustosamente diciendo que es poco verosímil decir que el saber newtoniano era verdadero antes de ser constituido por él. La buena respuesta es que ahora no lo es más, más enteramente.
En la necesidad misma del saber, de la articulación significante, hay esta contingencia de no ser más que una articulación significante una cerradura montada. No tenemos, aún nosotros analista que llevarnos tan lejos, simplemente esta techumbre, esta brecha para que no estemos desorientados de tal modo de tener que enfrentar una exigencia muy diferente, cualquiera sea esta exigencia, se ubica al nivel de la incidencia significante original, aquélla donde el sujeto se encuentra a la vez surgiendo y al mismo tiempo alienándose, por el hecho de esta incidencia significante, de ese significante del cual es exigido que, para representar al sujeto al cual se dirige significanteándolo, sea el representante diplomático del sujeto cerca de otro significante. ¿Va a ser exigido a nosotros que lo encontremos de golpe?. ¿Cuál seria la paradoja de una exigencia y de un deber que ha asumido desde siempre tanto el sabio como el sofista, que es el de tener respuesta a todo? todo lo que está organizado como discurso, a todo lo que es montado como combinación significante de estar siempre a la altura del discurso. Ese algo que es absolutamente original, que sería ese significante supuesto, este ónoma donde el sujeto se especificaría por relación al mundo entero del significante. La absurdidad de esta posición se muestra suficientemente y es el punto de vértigo que comporta la idea misma de interpretación. Es lo que nos permite escapar de allí, es lo que la relativa, no es de ningún modo de ello de lo que debemos ocuparnos, no más que nuestro conocimiento de psicoanalistas no podría culminar en esta suerte de fatalismo del saber, que la respuesta estaría ya en nosotros por el hecho que de nosotros se espera la respuesta. Las posibilidades de encontrarla, que es de lo cual se trata en el llamado del deseo, son ellas mismas más que impenetrables y por otra parte el horizonte de signos, de significado sobre el cual se desplaza la experiencia subjetiva es de su naturaleza enigmática y enunciándose como tal, al nivel del Lektón para lo que es del deseo.
No es cuando anticipare el término, si no es para decir que es de lo real y de su estatuto de lo que se trata en la operación analítica. Digamos que en primer lugar, la fenomenología se anuncia a nosotros tomo siendo el campo de lo imposible. Henos allí cernidos: es que la posición del analista se resumiría en lo que llamaríamos no, fatalismo del saber, sino fetichismo. Que de no saber nada, el analista seria como el hito donde ese nivel es él punto de impacto, donde voy a detenerme hoy en el, punto en el cual, la próxima vez trataremos de retomarlo.