Voy a anticipar hoy verdades primeras, pues parece que no es inútil volver a tocar ese tema. Por otra parte, parece también difícil organizar esos campos de trabajo complementarios que nos permitirían ponernos de acuerdo, afinar nuestros violines con todo lo que de contemporáneo se produce, que esta profundamente interesado por eso que puede avanzar —en el punto en que estamos— un cierto paso del psicoanálisis.
En la anteúltima de nuestras reuniones, he dejado las cosas en el punto donde la sublimación debía ser interrogada en su relación con el rol que allí juega, en suma, el objeto a. Fue ese propósito el que me mostró que era necesario, en todo caso, que no sería, ciertamente inútil que volviera sobre lo que distingue esta función y que volviera allí al nivel de la experiencia de la cual ha surgido: de la experiencia psicoanalítica tal cual ella se ha prolongado después de Freud. En esta ocasión fui llevado a volver a los textos de Freud en la medida en que ellos han instaurado progresivamente lo que se llama la segunda tópica, que seguramente es un escalón indispensable para comprender todo lo que yo mismo he podido avanzar, diría, en hallazgos en ese punto preciso donde Freud permaneció en la búsqueda.
Le puse el acento sobre lo que esa palabra (mot) quiere decir en mi palabra (parole), circare, girar en redondel alrededor de un punto central, en tanto que algo no está resuelto. Hoy trataré de marcar la distancia en que ha permanecido el psicoanálisis hasta mi enseñanza: un punto vivo que es, seguramente, eso que en todas partes la experiencia que la precede ha formulado, lo que se ha esbozado en ciertos decires, lo que no ha sido absolutamente purificado, resuelto, puesto a punto, diremos, al menos, ahora que podemos edificar otros pasos, pero no que le corrijan, esto es, a saber, esta función del objeto a. Que nos interese al nivel de la sublimación es, precisamente, ciertamente, como, con esta suerte de prudencia casi pesada con la cual Freud lo ha anticipado, la obra de arte, para llamar por su nombre eso que hoy centra, apunta, a lo que nosotros enunciamos sobre la sublimación. La obra de arte no se presenta de otro modo en el nivel en que Freud la aprehende— se obliga a sí mismo a no poder aprehenderla de otro modo— más que como un valor comercial; esto es algo que tiene precio, quizá, sin duda, un precio aparte, pero desde que ella esta en el mercado, no se distingue tanto de cualquier otro precio.
El acento que hay que poner es que este precio lo recibe por una relación privilegiada de valor en aquello que, en mi discurso, yo aíslo y distingo como el goce, siendo el goce este término que no se instituye más que por su evacuación del campo de Otro y por la misma posición del campo del Otro. Lo que hace del objeto a ese algo que puede funcionar como equivalente del goce es una estructura topológica, esto es, precisamente, en la medida en que sólo tomamos la función por donde el sujeto no es fundado, no es más que introducido como efecto de significante y al referirnos al esquema— que he repetido cien veces ante ustedes desde el comienzo del año— del S significante como representante del sujeto para un significante que, por su naturaleza es otro, lo que hace que lo que lo representa no pueda plantearse más que como ante este otro, lo que necesita la repetición de la relación de ese S a esa A como lugar de los otros significante, en una relación que deja intacto el lugar que no se debe tomar como una parte, sino conforme a todo lo se enuncia de la función del conjunto, como dejando el elemento mismo en potencia de conjunto igual, ese residuo distinto bajo la función del a al pie del Otro en su conjunto en tanto que es aquí un lugar que podemos designar con el término que une lo íntimo a la radical exterioridad,…
…esto es, en tanto que el objeto a estimado y puramente en la relación instaurada de la institución del sujeto como efecto de significante, como por sí mismo determina, en el campo del Otro esta estructura de borde, en tanto que ella tiene la elección— si puede decirse— de reunirse sea bajo la forma de la esfera, en tanto que el borde así determinado se reúne allí en un punto más problemático, aunque aparentemente la más simple de las estructuras topológicas sea, bajo esta forma, unir los dos bordes opuestos correspondiéndose punto por punto en una doble línea vectorial, sea que el opuesto tengamos la estructura — no hago aquí más que recordarla — del cross cap, sea que tengamos por combinación de las dos diferente posibilidades, la estructura llamada de la botella de Klein.
Pues es fácil darse cuenta que, de esas cuatro estructura topológicas, los objetos tales como ellos funcionan efectivamente en las relaciones engendradas del sujeto al otro en lo real reflejan uno por uno— hay también cuatro de ellos— esas cuatro estructuras. Pero allí hay algo que, para iniciarlo seguidamente, no volveré allí más que después, y en primer lugar para reanimar a ustedes la función concreta, la función que, en la clínica juega el objeto a— antes de ser, posiblemente, elaborada su producción por los métodos que bajo la forma de comerciales, hemos calificado hace un momento— y a niveles precisamente ejemplificados por la clínica en postura de funcionar como lugar de captura del goce. Y aquí haré un salto, iré rápida y directamente a un cierto punto vivo del sujeto en el cual, quizá, mi primer propósito viene hoy aquí, a dar vueltas. Muy rápidamente, en los enunciados teóricos— hablo de los de Freud— la relación entre la neurosis y la perversión se ha visto producirse. ¿Cómo forzó ello, de algún modo, al atención de Freud?.
Freud, se introducía en ese campo al nivel de los pacientes neuróticos, sujetos a toda suerte de perturbaciones y que, por sus relatos, tendían más bien a conducirlo sobre el campo de una experiencia traumática, como le pareció en un inicio si, seguramente, el problema de que esta experiencia la recogía, de algún modo, en el sujeto aparentemente traumatizado, la cuestión así, se introducía en el fantasma que es, en efecto, el nido de todo eso de lo que se trata en lo concerniente a una economía, para la cual Freud produjo la palabra equilibrio.
Pero debemos aún fiarnos enteramente del hecho de que esos fantasmas nos permitían, de alguna manera reclasificar, recomponer el afuera, a saber: una experiencia no surgida de los perversos que, en primer lugar, en la misma época— tengo sólo necesidad de recordar los nombres de Kraff-Ebing y de Havelock Ellis— se presentaba, de un modo descriptivo como ese campo llamado de las perversiones sexuales.
Después de este primer abordaje se presenta, muy rápido, la dificultad— después de todo, ya en un orden topológico, en tanto se trataba de neurosis— de encontrar, de algún modo, el anverso de no sé que. Allí ya se presentaba el anuncio de esas superficies— que tanto nos interesan— en lo que ocurre cuando un corte las separa: pero, muy rápido la cosa pareció no estar de ningún modo resuelta, simplificada, de aquello que, de todos modos, al presentarse la neurosis, seguramente, quizá, un poco rápido, como una función escalonada, a la vista de la perversión, presentándose como siendo, al menos, la que reprime por una parte como una defensa contra la perversión, pero no está claro. ¿No ocurrió que, inmediatamente, ninguna resolución podía ser encontrada en el texto de la neurosis, de la puesta en evidencia, de un deseo perverso? Si ello forma parte del deletreo, del desciframiento de ese texto que no lo es menos que, en ningún caso sea sobre ese plano que la neurosis encuentra su satisfacción en la cura, Si bien que, al abordar la perversión misma, es rápidamente que ella no presentaba, a la vista de la estructura, menos defensas y problemas que la neurosis, en la ocasión.
Toda esto resurge de las referencias técnicas de las cuales parece, después de todo, al mirar allí con un poco de distancia que sus impasses no relevan, quizá, más que una relativa treta sufrida por la teoría en el terreno mismo donde, sea en el neurótico, sea en el perverso, tiene que pegar. Si tomamos las cosas al nivel en el cual no ha permitido articularlo el retorno a esta tierra firme, debemos decir que nada ocurre en el análisis que no deba ser referido al estatuto del lenguaje y a la función de la palabra. Obtenemos, entonces, lo que hice en algún año, bajo el título de «Formaciones del Inconsciente».
No es por nada que partí de aquello que, en apariencia, de esas formas es lo más distante de lo que nos interesa en la clínica, a saber: el chiste. Es a partir del chiste que construí ese grafo que también, por no haber mostrado aún a todos esas evidencia, no es menos fundamental en la ocasión. Como cada uno de ustedes sabe y puede verlo, aquel esta hecho de la red de tres cadenas de las cuales, algunas han podido ser abundantemente comentadas, en tanto el $(D es la que marca como fundamental la dependencia del sujeto por relación a aquello que, bajo el nombre de demanda, ha sido totalmente distanciado de lo que es necesidad.
La misma forma significante, los derivados del significante, como me he expresado, especificándola, distinguiéndola y no permitiendo, de ningún modo, reducir su efecto a los simples términos de un apetito fisiológico, que, bien entendido es, desde ahora en más, exigido, sino esclarecido por ese medio; es, de ahora en más, exigido por el sólo hecho de que esas necesidades, el nivel de nuestra experiencia, no nos interesa más que en la medida en que se colocan en posición equivalente a una demanda sexual.
Las otras junturas: significados en tanto que surgidos del A, planteado como el tesoro de los significante, no constituyendo, en el punto en que estamos, más que una evocación. Lo que quiero anticipar aquí, en tanto nunca lo he visto distinguir a nadie, es que aunque se trate, en esas tres cadenas, de cadenas que no son supuestas, instaurables, fijables, más que en la medida en que hay significante en el mundo, que el discurso existe, que en cierto tipo de ser es tomado allí que se llama hombre, o ser parlante, que aquí, a partir de la existencia de la concatenación posible, como constituyendo la esencia misma de esos significantes; lo que tenemos allí y lo que demuestra el complemento de ese grafo, es aquello que, si esta función simbólica de aquí la posibilidad de retorno que se hace del enunciado del más simple discurso, de aquel fundamental al nivel del cual podemos afirmar que no hay metalenguaje, que nada de todo la que es simbólico podría edificarse más que por el discurso normal. Esto nosotros podemos especificarlo por la categoría que yo distingo como lo simbólico, y darnos cuenta que de lo que se trata, en la cadena superior, es precisamente de sus efectos en lo real; por otra parte, el sujeto, que es su primer y mayor efecto, no aparece más que al nivel de esta segunda cadena. Si queda algo aquí que, seguramente, aunque siempre agitado y particularmente en mi discurso de este año, no he tomado, en tanto está allí el objeto de lo que a partir de él avanzo, su plena instancia, del significante como tal, por el cual aparece la incompletitud fundamental de lo que constituye y se produce como lugar del Otro, como más exactamente lo que en ese lugar traza la vía de un cierto tipo de engaño, enteramente fundamental. El lugar del Otro como expulsado del goce no es sólo lugar vacío, círculo abrazado de eso que es sólo este Otro, este lugar abierto al juego de los roles sino algo por sí mismo estructurado por la incidencia significante; esto es, precisamente, lo que introduce allí esta falta, esta barra, esta abertura, ese agujero que puede distinguirse con el título del objeto a. Pues lo que yo entiendo aquí hacerles percibir por medio de ejemplos tomados al nivel de la experiencia, es lo que Freud mismo recorre cuando se trata de articular lo que se refiere a la pulsión.
No es extraño que, después de haber puesto en la experiencia, tanto acento sobre la pulsión oral, sobre la pulsión anal, pretendidos esbozos llamados pregenitales de algo que llegaría a madurar, colmando no sé qué mito de completitud prefigurada por lo oral, no sé qué mito de don, de emisión, de obsequio, prefigurados por lo anal, a Freud vaya tan lejos a articular, en apariencia de esas dos pulsiones fundamentales, lo que aquí pertenece al montaje de la fuente, del impulso, del objeto, del fin— del Ziel— con la ayuda de las pulsiones escoptofílica y sadomasoquista.
Lo que yo querría anticipar, sin reflexionar, es que la función del perverso— la que él llena— lejos de ser, como se lo ha dicho hace tiempo, como ya no se osa decirlo desde hace algún tiempo y, principalmente a causa de lo que he enunciado de ella, fundado sobre cierto desprecio del otro o, como se dice del partenaire, es algo que, debe ser juzgado de un modo, de otro modo, rico y que— para hacer sentir al menos al nivel de un auditorio tal como el que tengo ante mí, heterogéneo— articularé al decir que: el perverso es aquel que se consagra a obturar ese agujero en el Otro que, hasta un cierto punto— para poner aquí los colores que dan a las cosas su relieve— diré que está del lado de que el Otro existe, que es un defensor de la fe. Por otra parte, al mirar un poco más de cerca las observaciones, se verá— bajo esta luz que hace del perverso un singular auxiliar de Dios— esclarecerse bizarrías que son anticipadas bajo plumas que calificaría de inocentes. En un tratado de psiquiatría, a mi fe extremadamente bien hecho a la vista de las observaciones a las cuales hace colación, podemos ver que un exhibicionista no se manifiesta en sus retozos ante las jóvenes; le ocurre, también, hacerlo ente un tabernáculo.
No es, ciertamente, sobre detalles semejante que algo puede esclarecerse, sino solo, en primer lugar, haber podido localizar— lo que fue hecho aquí ya desde hace mucho tiempo— la función aislable en todo lo que se refiere al campo de la visión, a partir del momento en que esos problemas se plantean al nivel de la obra de arte, lo que se refiere a la función de la mirada. Por definición no es tan fácil decir lo que es una mirada. Es hasta una cuestión que puede muy bien sostener una existencia y desbastarla. Pude ver, en un tiempo, a una joven mujer para quien se conjugaba, precisamente esta cuestión como una estructura— que no voy a indicar aquí— que fue hasta llevada a soportar una hemorragia retiniana cuyas secuelas fueron durables. ¿Qué es lo que impide darse cuenta que antes de interrogarse sobre lo que se refiere a los efectos de una exhibición, a saber si eso produce temor o no, al testigo que parece provocarlo, a saber si esta, precisamente, en la intención del exhibicionista provocar este pudor, ese terror, ese eco, ese algo humano o aquiescente que no ve, en primer lugar, que lo esencial de esta faz, que ustedes calificarán como quieran, activa o pasiva, les dejo la elección, de la pulsión escoptofílica— en apariencia es pasiva en tanto de a, ver— es precisamente, y ante todo, hacer aparecer en el campo del Otro la mirada.
¿Y por que, sino para evocar allí esa relación topológica de lo que en ella hay de fuga, de inasible en la mirada, en su relación con el límite impuesto al goce por la función del principio del placer?.
Es el goce del otro lo que el exhibicionista vela. Parece que aquí lo que produce espejismo, ilusión, y da, sugiere, este pensamiento de que hay desprecio del partenaire, es el olvido de que más allá del soporte particular del otro que da ese partenaire, existe esta función fundamental que esta, sin embargo, allí siempre presente cada vez que la palabra funciona, aquella en la cual todo partenaire no esta más que incluido, a saber : del lugar de la palabra, del punto de referencia donde la palabra se plantea como verdadera.
Es a nivel de ese campo, del campo del Otro en tanto que el goce ha desertado de él, que el acto exhibicionista se plantea para hacer surgir allí la mirada. Es en eso que se ve que no es simétrico de lo que se refiere al voyeur, pues lo que importa al voyeur es, a menudo, lo que ha sido de alguna manera, profanado a su nivel: todo lo que puede ser visto es, justamente, interrogar en el otro lo que no puede verse, lo que al nivel de un cuerpo picado de viruelas, de un perfil de niñita, es el objeto del deseo del voyeur. Esto es, precisamente, lo que no puede verse allí más que en lo que soporta de inasible hasta de una línea donde falta, se decir: el falo. Que el muchachito se haya visto suficientemente maltratado para que nada de lo que para él pueda engancharse, a ese nivel de misterio, no parece retener la atención de un ojo indiferente. He allí lo que tanto más lo proyecta, este algo en él descuidado, en restituir en el otro, en suplementar el campo del Otro, en la ignorancia misma de lo que es su soporte.
Aquí, en esta ignorancia, el goce para el Otro— es decir el fin mismo de la perversión— se encuentra, de alguna manera, escapando. Pero es, por otra parte lo que demuestra, en primer lugar, que una pulsión no es simplemente el retorno del Otro, que ellas son disimétricas y que lo que es esencial en esta función es la de un suplemento, de algo que, al nivel del otro, interroga lo que falta en el Otro como tal, y que allí adorna. Es precisamente en eso que algunos analizados, y siempre, en efecto, los más inocentes, son ejemplares. Me es imposible, después de haber— como lo he hecho la última vez— arrojado la duda de alguna falta de seriedad sobre cierta filosofía, no recordar también, la extraordinaria punta de lo que es aprehendido en el análisis acerca de la función del voyeur. Aquel que, en el momento en que mira por el agujero de la cerradura, que es verdaderamente lo que no puede verse, a él nada, seguramente, puede hacerle elegir algo más elevado que el ser sorprendido en la captura en la que él esta por esta hendija a la cual, no es por nada que una misma hendija el llamada una mirada, hasta una luz. Después de todo es eso de lo que se trata, a saber de su reducción a la posición humillada, hasta ridícula que no esta del todo ligada a lo que esta más allá de la hendija, sino de que él puede ser aprehendido por otro en una postura que no desciende más que, desde el punto de vista del narcisismo, de la posición de pie, de aquella perteneciente a quien no ve nada, tan seguro esta sobre él.
He ahí aquello que reencontrarán, fácilmente, en una página del «Ser y la Nada», y que tiene algo, en efecto, imperecedero, cualquiera sea el lado parcial de lo que se deduce de ello, en cuanto al estatuto del la existencia. Pero el paso siguiente no tiene menos interés, ¿Cuál es, entonces, el objeto a en la pulsión sado-masoquista? ¿No les parece que al poner en relieve la prohibición propia al goce, es ello lo que debe permitirnos, también recolocar en su lugar eso de lo cual se cree hacer la clave de lo que se refiere al sado-masoquismo? Cuando se habla del juego con el dolor, para inmediatamente retractarse y decir que, después de todo, no es divertido más que si el dolor no llega muy lejos. Esta suerte de enceguecimiento, de engaño, de falso espanto, de cosquilleo de la cuestión reflejando, después de todo, el nivel donde permanece todo lo que puede practicarse en el género, ¿eso no arriesga, no es, de hecho, la más cara esencial gracias a la cual escapa lo que se refiere a la perversión sado-masoquista?.
Lo verán en su momento, si todo esto puede parecerles demasiado osado, hasta especulación poco propicia a una Einführung (34 ) y por esa causa, en la mayoría, tanto como ustedes sean aunque puedan creer en ello, lo que se refiere a la perversión, a la verdadera perversión, se les escapa. No es porque sueñen con la perversión que ustedes son perversos. El soñar con la perversión puede servir a otra cosa y, principalmente, cuando se es neurótico: ¡a sostener el deseo, de lo cual, cuando se es neurótico se tiene mucha necesidad!
Pero ello no permite, enteramente, creer que se comprenda a los perversos. Es suficiente haber practicado con un exhibicionista para darse bien cuenta que no se comprende nada de lo que, en apariencia, yo no diría lo hace gozar— en tanto él no goza— pero lo hace, al menos, y con la única condición de dar el paso que acabo de decir, a saber: que el goce del que se trata es el del Otro. Hay naturalmente, una hiancia. Ustedes no son cruzados. Ustedes no se consagran a que el Otro— es decir no sé qué de ciego y quizá de muerte— goce. Pero al exhibicionista eso le interesa. Es así. Es un defensor de la fé.
Es por eso que, para retomar— me he ido a hablar de cruzados (croisés)— creer (croire) en el Otro, la cruz (croix) — las palabras francesas se encadenan así, cada lengua tiene sus ecos y sus encuentros — croa-croa (sic) como también decía Jacques Prévert. La cruzadas (croisades) han existido y también lo eran por la vida de un Dios muerto. Eso significaba algo muy interesante: el saber, que, después de l945, haga el juego entre comunismo y gaullismo. Eso tuvo enormes efectos. Mientras que los caballeros se cruzaban, el amor podía llegar a ser civilizado allí donde ellos habían dejado los lugares, en tanto que, cuando ellos estaban en otra parte, reencontraban la civilización, es decir lo que iban a buscar, un alto grado de perversión y que la mismo tiempo echaban todo por tierra. Bizancio no es un punto destacado de las cruzadas. En necesario prestar atención a esos juegos porque eso puede, aún, ocurrir, aún ahora, en nombre de otras cruzadas.
Pero volvamos a nuestros sado-masoquistas que son, justamente, siempre separados, a saber que —en tanto lo he dicho hace un momento— hay uno de ellos a nivel de la pulsión escoptofílica que logra lo que él tiene que hacer, a saber : el goce del Otro y un otro que no está allí más que para tapar el agujero con su propia mirada, sin hacer que el otro vea allí, hasta sobre eso, que él es un poquito más. Este es, más o menos, el mismo caso de las relaciones entre el sádico y el masoquista, con la sola condición de que se dé cuenta donde está el objeto a . Es extraño que, viviendo en una época, en suma, en la cual hemos resucitado mucho todas las prácticas de la cuestión, de la cuestión en el tiempo en que eso jugaba un rol en las costumbres judiciales en un nivel elevado, pues fue dejado a operadores que lo hacen en nombre de no sé que locura en el género del interés de la patria o de la tropa, es curioso, después de haber visto, también algunos jueguitos de escena con los cuales, después de la guerra, donde pasaron no pocas cosas, la última en ese género, mostrándonos sus simulacros, se prolongaba un poco en el placer sobre las tablas.
Es extraño que uno no se haya dado cuenta de la función esencial que juega en ese nivel, en primer lugar, la palabra, la confesión. Pese a todo, los juegos sádicos no interesan sólo en los sueños de los neuróticos, hasta se puede ver allí, donde se producen, que hay buenas razones. Sabemos muy bien que necesario es pensar en las razones : las razones son secundarias en relación a lo que ocurre en la práctica.
Si, efectivamente, es siempre alrededor de algo de lo cual se trata de despejar al sujeto— ¿de qué?— de eso que le constituye en su fidelidad, a saber: su palabra; hasta se podría, quizá, decir que eso tiene algo que hacer en la cuestión. Esta es una aproximación. Se los digo inmediatamente: el objeto a no es la palabra que está allí, pero es para ponernos sobre esa vía. Es muy favorable el malentendido de abordar la cuestión bajo ese vía. Lo verán inmediatamente. Es que va a haber allí, justamente lo que yo rechazo, a saber : una simetría, a saber que, el masoquista florido, el bueno, el verdadero. Sacher Masoch mismo es, ciertamente, quien organiza todo de modo de no tener más la palabra. ¿Eso puede de tal modo interesarles? Alumbremos nuestra linterna. De lo que se trata es de la voz. Que el masoquista haga de la voz del Otro, sólo en sí, eso a lo cual él va a dar la garantía de responderle como a un perro, es lo esencial de la cosa y se esclarece por lo que el va a buscar, justamente, un tipo de Otro que, sobre ese punto de la voz, puede ser puesto en cuestión.
La querida madre, como lo ilustra Deleuze, de voz fría y recorrida por todas las corrientes de lo arbitrario, es algo que, con la voz, esta voz que quizá él no ha escuchado en otra parte, del lado de su padre, viene de algún modo a completar y, allí también, a tapar el agujero. Sólo que hay algo en la voz que está más especificado topológicamente, a saber que, en ninguna parte el sujeto esta más interesado en el Otro que por ese objeto a, allí. Es precisamente por eso que la comparación topológica. La que aquí ilustra el agujero, es una esfera que no lo es en tanto, precisamente, es en ese agujero que ella se llena, ella misma; un examen un poco más atento de lo que ocurre al nivel de estructuras orgánicas, muy especialmente del aparato del vestíbulo o de los canales semi— circulares, nos lleva a esas formas radicales de las cuales ya les he dado hace quince días noticias, con el recurso a un tipo de animal de los más primitivos. Agreguemos al que allí les nombre, el crustáceo Palemón — lindo nombre lleno de ecos místicos.
Pero que no nos distraiga del hecho que el animal, en cada una de sus mudas, es despojado del exterior de sus aparatos, está obligado y con causa, porque sin ello no podría moverse, arreglarse de ningún modo en el agujero abierto en su nivel animal, en el exterior, en el agujero de lo que no es, verdaderamente, una oreja sino algunos pequeños granos de arena, historia que le cosquillea allí dentro. Es estrictamente imposible concebir eso que allí es de la función del Super-Yo si no se comprende— eso no es todo pero es uno de los resortes— lo esencial de lo que se refiere a la función del objeto a realizado por la voz, en tanto que soporte de la articulación significante, por la voz pura en tanto que en el lugar del Otro ella es, sí o no, instaurada de un modo perverso o no. Si se puede hablar de un cierto masoquismo moral es, este no puede estar fundado más que sobre esta punta de la incidencia de la voz del Otro en la oreja del sujeto, pero al nivel del Otro que él instaura como estando completado por la voz y, en el modo en cual, hace un momento gozaba el exhibicionista, esto es, en ese suplemento del otro y no sin que sea posible una cierta irrisión que aparece en los márgenes del funcionamiento masoquista, es al nivel del Otro y de la reposición en él de la voz, que el eje de funcionamiento, el eje de gravedad del masoquismo, juega.
Digámoslo, es suficiente haber vivido en nuestra época para aprehender, para saber que hay un goce en esta reposición en el Otro, y tanto más si el es menos valorizable, que él tiene menos autoridad en esta reposición en el Otro de la función de la voz. ¿De una cierta forma, ese modo de hurto, de robo del goce puede ser, de todos aquellos perversos imaginables, el único que nunca se haya plenamente logrado?. Eso no está, ciertamente, al mismo nivel en que el sádico trata a su modo, el también, e inverso de completar al Otro, despojándolo de la palabra, ciertamente e imponiéndole su voz. En general, eso falla.
Es suficiente, bajo este punto de vista, referirse a la obra de Sade, donde es verdaderamente imposible eliminar esta dimensión de la voz, de la palabra, de la discusión, del debate. Después de todo, se nos relatan todos los excesos más extraordinarios ejercidos sobre las víctimas, de las cuales no se puede estar, en todo caso, sorprendido más que por una cosa: por su increíble supervivencia. Pero no hay uno sólo de esos excesos que no sea, de algún modo, no sólo comentado, sino, de algún modo, fomentado por un orden del cual, lo más sorprendente es que, por otra parte, no provoca ninguna revuelta, pero del cual, después de todo, también hemos podido ver por ejemplos históricos, que es así que eso puede ocurrir. Uno no h visto nunca, aparentemente, en esos tropeles que se vieron empujados hacia los hornos crematorios a alguien que, repentinamente, se pusiera, simplemente, a morder la muñeca de un guardián. El juego de la voz encuentra aquí su pleno registro. Esta totalmente claro que el sádico aquí no es más que el instrumento de algo que se llama suplemento dado al otro, pero el cual, en ese caso el otro no quiere. El no quiere, pero al menos, obedece. Tal es la estructura de esas pulsiones en la medida que ellas revelan que un agujero topológico por sí sólo puede fijar toda una conducta subjetiva y hasta un relativo (……..) en todo lo que puede ser forjado alrededor de pretendidas Einführung.
En tanto que la hora esta avanzada y que, en fin, esto ha sido bastante su… de producir, para que yo haya puesto en ello todo este tiempo, anuncio, sin embargo, que el problema del neurótico es aquel. Ustedes se remitirán al artículo que escribí bajo el título de «Consideraciones sobre un discurso de Daniel Lagache». Es indispensable reencontrar, para nosotros, el extravío en todo lo que se ha dicho al nivel del texto freudiano en lo concerniente a la identificación, la vacilación, la contradicción neta que hay a través de sus obras, a través de sus enunciados sobre lo que se refiere a lo que él llama reservorio de la libido que (…..) del neurótico. Quiero decir que al cubrirla, al colmarla con el mito de una unidad primitiva, de un paraíso perdido llamado acabado, del trauma del nacimiento, no caemos en lo que esta, precisamente, en juego en el asunto del neurótico. De lo que se trata para él, lo veremos, lo articularé en detalle, pero ya pueden ustedes encontrar las primeras líneas dibujadas de un modo perfectamente claro en este artículo, esto es, de la imposibilidad de hacer entrar de nuevo sobre el plano imaginario este objeto a , en conjunción con la imagen narcisista. Ninguna representación soporta la presencia de lo que se llama el representante de la representación.
No se ve que aquí la distancia demasiado marcada por ese término es grande. No hay del uno al otro, de representante a representación, ninguna equivalencia. Esto es lo que se promete apuntar, indicar, el punto donde todo esto será reordenado. La tercera línea del grafo, aquella que cruza los otros dos, es, hablando propiamente, lo que de una concatenación simbólica se refiere a lo imaginario, donde ella encuentra su lastre. Es sobre esta línea que, en el gráfico completo encontrarán el Yo (Moi), el deseo, el fantasma y finalmente, la imagen especular antes que su punta que no esta aquí, a la izquierda, abajo, más que como un efecto retroactivo, no consiste en la ilusión retroactiva igualmente de un narcisismo primario. Es alrededor de ello que será recentrado el problema de la neurosis, la manifestación, también, del hecho que, en tanto que neurótico, él esta, precisamente, consagrado al fracaso de la sublimación. Pues, si nuestra fórmula del $(a debe ser puesta delante, al nivel de la sublimación, es precisamente, no antes que se haga una crítica sobre una serie de implicaciones laterales que han sido hechas de modo injustificado, en razón del hecho que la experiencia habría podido, sin embargo, tener lugar de otro modo y que la experiencia de las incidencias del significante sobre el sujeto, haya sido hecha al nivel de los neuróticos.