Estaría de un humor más excelente si no tuviera deseos de bostezar como acaban de verme hacerlo, por el hecho que he tenido no sé por qué, por puro azar, una noche corta. Mi humor excelente se funda sobre esas cosas que se tienen entre dos puertas y que se llama una esperanza; en la ocasión si fuera posible, si las cosas giraran de una cierta manera, que fuera liberado de esta sublimación semanal en que consisten mis relaciones con ustedes. «Tú no me ves desde donde yo te miro», había enunciado yo en el curso de uno de los seminarios de los años precedentes, para carácterizar lo que se refiere a un tipo de objeto a, en tanto que el está fundado en la mirada; que no es otra cosa que la mirada. «Tú no me debes nada desde donde yo te devoro»; tal es el mensaje que yo podría recibir de ustedes, bajo la forma —que he definido—, bajo su forma invertida en tanto que es el mío, él mismo, y no tendría que hacer aquí, ya, cada semana, el ir y venir alrededor de un objeto a. Esto es, precisamente, lo que designo con una fórmula que, ustedes lo perciben— deber, devoración (devoir, devoration)— se inscribe en lo que se llama, precisamente, la cosa placentaria, aquello en lo cual yo me enchapo (plaque) como puedo, sobre ese gran cuerpo que los constituye, para constituir algo de mi subsistencia que podría ser para ustedes el objeto de una satisfacción. ¡Oh, mi madre inteligencia!, como decía alguien, no sé ya quién.
Entonces hoy no voy a sostener más que la mitad de mi palabra, lo que les había dicho la última vez, en tanto que es sólo bajo la forma de adivinanza que les interrogo rápidamente sobre lo que puede esbozarse en vuestro espíritu acerca de desde dónde puede justificarse que no disponga más— a partir del año próximo— de ese lugar donde ustedes me hacen el honor de afluir a título de lo que aquí produzco. Estaba encargado de conferencias por una escuela bastante noble, aquélla llamada de los Altos Estudios, me ha sido ofrecido refugio por esta Escuela— en esta Escuela aquí— Normal Superior, que es un lugar preservado, que se distingue por toda suerte de privilegios en el interior de la Universidad. Es un filósofo eminente que designo, pienso, suficientemente en esos términos— un filósofo eminente, no hay pilas de ellos— que profesa aquí, que se convirtió en mi intercesor cerca de la administración de aquí, para que yo ocupe esta sala. ¿Es esta misma ocupación la que puede servir de razón para que no disponga de ella?. No pienso que la ocupe en una hora en la cual pueda ser deseable por alguien. ¿Será que mi presencia aquí engendra una especie de confusión, que mi enseñanza se autoriza por la Escuela Normal Superior que acabo de carácterizar así, por la eminencia con la cual ella se beneficia en la Universidad, o más exactamente, excluida de ella en un cierto modo?.
Es necesario destacar aquí que nunca me he autorizado aquí, más que desde el campo desde el cual trato de mantener en su autenticidad la estructura, y que, en verdad, nunca me he autorizado en otra cosa, y muy especialmente que estos enunciados se producen al nivel de la Escuela Normal. Quizá mi cercahía ha inducido un cierto movimiento en la Escuela Normal, limitado, por otra parte, corto, y que, en ningún caso, parece poder inscribirse en la columna del déficit. Los «Cuadernos para el análisis» que han aparecido, de algún modo inducidos por el campo de mi enseñanza, no pueden pasar por un efecto de déficit, hasta, si puede decirse, no soy yo, enteramente, quien ha hecho el trabajo. Entonces, hay muchas razones aquí para que no haya ninguna urgencia en que se me separe de la Escuela Normal. Ciertamente, ha habido en alguna parte, en un lugar único, una confusión hecha a raíz de eso, a saber, una persona que les ha señalado al nivel del 8 de Enero último que en un articulo— debo decir bastante cómico, que había aparecido en una revista que lo cobijaba muy bien, la «Nueva Revista Francesa»— alguien se apoyaba en no se qué cosa que se llamaba compendio, hasta ejercicio, de mi estilo y a ese propósito yo era calificado, intitulado, como lo que llamaba mi calidad de profesor, cosa que yo no era ciertamente, y menos aún en la Escuela Normal.
Que si fuera en razón, de esta confusión en un artículo que por otra parte, marcaba bien la confusión, quiero decir que articulaba mi enseñanza en función de no sé quien, que habría hecho un comentario de Saussure— lo que no hizo jamás—. He tomado a de Saussure como uno se apodera de un instrumento, de un aparato y de otros fines, del campo que yo designaba hace un momento.
A ese propósito ha sido citado no sé qué, que estaría articulado con otra cosa: con el hecho de que yo habría leído, como se dice, en diagonal; esto muestra simplemente, en la persona que había escrito este artículo una sorprendente ignorancia de los usos que puede tener esta palabra «diagonal», en tanto está simplemente claro que no he leído a de Saussure en diagonal en el sentido en que leo los artículos de «Le Monde» en diagonal. Ellos están hechos para eso. Los cursos de de Saussure ciertamente, no. Y por otra parte el método llamado diagonal es bien conocido por su fecundidad en matemáticas, a saber, para revelar que, en toda seriación que se pretende exhaustiva se puede, por el método diagonal, extraer alguna entidad que ella no encierra en su serie. En ese sentido, yo aceptaría bastante gustosamente el haber hecho de de Saussure, un uso diagonal. Pero, que a partir de allí, es decir de lo que procede de una falta de crítica, que se apoya en una inadvertencia —para ser benevolente— que se va ya enteramente más allá aún de esa falta de crítica, para encontrar allí materia a considerar, que alguna tercera instancia pueda ver allí la justificación de una medida de precaución, entonces, bastaría muy simplemente, esta inadvertencia para hacer destacar que no son otra cosa; y de parte de alguien que, de hacho lo prueba suficientemente en el resto de su texto.
Hay evidentemente algo bastante singular y que sugiere, al fin de cuentas, que se podría enunciar que la discusión sobre el saber está excluida de la Universidad, en tanto que puede admitir que si alguien que manifiestamente se equivoca sobre un punto puede anticipar sobre otro una cualificación inexacta. Esto en sí, justifica que se lo tenga que rectificar por otra medida, más que el hacer destacar a la persona que no podría haber allí confusión. Es precisamente la conclusión que en este momento yo señalo y que me merece que se extraiga de eso. Dejaré allí, entonces, las cosa, dejándoles en suspenso sobre el hecho de poder decir más de ello hoy; les doy expresamente la bienvenida, pues, la próxima vez —que será mi próximo seminario donde, admitiendo que es, en todo caso, el último por este año— creo poder, en todo caso, prometer que les distribuiré un cierto número de papelitos que tengo en mi portafolios ya preparados, a propósito de ustedes que, en el caso que esta último acento pareciera reforzar la continuación, marcarán, al menos algo que no será, bien entendido, un diploma, sino un pequeño signo que les quedará, de vuestra presencia aquí este año.
Entonces, retomo lo que había, pues, enunciado la última vez, esto es, a saber, eso sobre lo cual puntúa lo que este año he entendido articular acerca de los términos de «De un Otro al otro» y de lo cual he podido dar, la última vez, una cierta forma estructural. He recordado que, en suma, de lo que se trata es que todo lo que se deja tomar en la función del significante no puede jamás ser 2 sin que se deja tomar en la función del significante no puede jamás ser 2 sin que se agujeree en el lugar llamado del Otro; ese algo al cual he dado la última vez el estatuto del conjunto vacío, para indicar de qué modo, en el punto presente de la lógica, puede escribirse eso que, en la ocasión —y sin excluir que pueda escribirse de otro modo— lo que yo digo, cambia el relieve de lo real.
Reescribir el 1; ese círculo que nos ha servido al inicio para inscribir al Otro, y en ese círculo que nos ha servido al inicio para inscribir al Otro, y en ese círculo— tomado aquí en función de conjunto— dos elementos: el 1 y después éste que, si aún es el Otro, se tomará aquí a título de conjunto, conjunto del cual, por razones ligadas al uso matemático sería abusivo poner allí un O para designar el conjunto vacío.
Es entonces, más correcto representarlo según el modo clásico de la teoría de los conjuntos, así a saber, marcar allí esta barra oblicua de la cual— lo saben por otra parte— yo hago uso. Todo lo que se deja tomar en la función del significante no podría ser ya 2 sin que se agujeree, y de un modo que ordena el campo de esta relación dual, de un modo tal que nada pueda allí pasar, sin obligarse a hacer el giro de esto —aquí, en el extremo derecho— que yo he llamado conjunto vacío y que es, precisamente, esto para aquéllos que han dedicado tiempo para oírlo lo que siempre, en mis «Escritos», como también en mis proposiciones, he designado como «el 1-en-más (l ‘ 1-en-plus)». Esto, entonces, quiere decir, indica, que a medida que mi discurso, si puedo decir, avanzaba, me ha sido necesario en la función y en el campo de la palabra y del lenguaje, introducir lo que se refería a la función del inconsciente, recorriendo a ese término frágil y tan problemático, de la intersubjetividad para poner el acto, más y más, sobre lo que, bien entendido, se impone de la segunda tópica de Freud, a saber, que nada se juega allí, ni funciona ni se regula, más que por esos correlatos intersubjetivos. Aquí viene el acento puesto sobre esta función decisiva del «uno-en más», como exterior a lo subjetivo.
Consideremos el dibujo sobre el cual ya la última vez, hice jugar lo que quise articularles de ese propósito que retomo hoy. Un sujeto — he dicho—, implicándolo en la fórmula en que un significante lo representa para otro significante, que no se ve como se inscribe «de un Otro» ya en esta fórmula; ese significante para el cual el sujeto se representa es, precisamente, este «un Otro», del cual se trata en mi título, este «un Otro» que aquí ven inscripto, en que el es el recurso a propósito del cual, en ese campo del Otro, lo que tiene que funcionar del sujeto se representa. Este «uno en el Otro» como tal no podría ser sin comportar el «uno-en-más». Es por lo cual es sólo en el momento en que se inscriben estos tres significantes en la base, en tanto que ellos llevan ya por sí mismos efectos de significante y que basta que sean inscriptos así, como lo ven, de un modo que no va de suyo, que ha demandado meses y años de explicación, para aquellos mismos cuya práctica no podría sostenerse un instante sin referirse a esta estructura, entiendo los psicoanalistas; en sí solos, estos tres términos inscriptos bajo este modo de inscripción, estos tres términos constituyen a título de lo que ellos implican ya, antes que sea cuestión el hacer surgir la aparición del sujeto, una estructura; ya, ellos constituyen por su articulación un saber.
Este «un Otro» —aquí inscripto por el 1 a la izquierda en el círculo se demuestra en relación a lo que se refiere, a saber: uno en el Otro, aquél acerca del cual el sujeto encuentra representarse por el uno. ¿Qué decir? ¿De dónde viene este 1, este 1 acerca del cual el sujeto va a ser representado por el 1?.
Está claro que él no viene del mismo lugar que este 1 que representa, que allí está el primer tiempo por el cual se constituye el Otro y que, la última vez, comparé, a este lugar del Otro con un caballo de Troya que funcionaría en sentido inverso, a saber que aglutinaría cada vez una nueva unidad en el vientre, en lugar de dejarlos desbordarse sobre la ciudad nocturna. Es precisamente porque, en efecto, esta entrada del primer 1 es fundadora —fundadora en tanto que es muy simple— es porque es el mínimo necesario para que esto sea: que el Otro no podría, de ningún modo, más que contenerse a sí mismo, salvo en el estado de subconjunto. Entendámonos bien, ¿puede decirse aquí, este conjunto se contiene a sí mismo, si el conjunto vacío, yo destaco que repite esos elementos, un 1, en primer lugar, desde el conjunto vacío?
No es verdad que pueda decirse que está allí el contenerse a sí mismo, pues este conjunto, así transformado, se inscriba con elementos que acabamos de nombrar y la totalidad de estos elementos no es lo que aquí se reproduce por la culpa en primer lugar inscripta como aquella del primer conjunto El, a saber: el elemento, después el conjunto vacío, el conjunto vacío donde ahora está reproducido el elemento 1. No es, entonces cuestión del conjunto de todos los conjuntos que no se contendrían a sí mismos, por la simple razón que, al nivel del conjunto, no hay jamás conjuntos que se contengan a ellos mismos. Hablar del conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos no es constituir más que un conjunto. Pero está claro que la cuestión de saber si el conjunto puede, sí o no, contenerse a sí mismo no se plantea, no puede plantearse más que por haber absorbido este «un Otro» para que, en su inclusión aparezca como el «uno-en-más» el conjunto vacío, por la razón que funda el conjunto vacío como no pudiendo en ningún caso ser 2. No hay conjunto vacío que contenga un conjunto vacío. No hay dos conjuntos vacíos.
La inclusión, entonces, del primer 1 es lo que necesita que sea en el campo del Otro la fórmula en que se inscribe el 1— elemento— y el conjunto vacío, en la medida que él no es nada más que lo que se produce en un conjunto de un elemento, al distinguir de él los subconjuntos. El 1 en sí sólo, ha bastado durante mucho tiempo, ha hecho decir que el Otro era el 1, confusión en la cual era desconocida la estructura del conjunto y que hasta en el momento de un elemento planteado como tal, surge a título de subconjunto este «uno-en más» que es el conjunto vacío. En otros términos, el otro tiene necesidad de un Otro para devenir para devenir el «uno-en-más», es decir lo que él es en sí mismo. Lo que se produce, pues, del uno al otro —en tanto que es un segundo— es otro significante, y en el Otro es precisamente lo que hace que no sea más que al nivel del segundo 1 —de S2, si ustedes quieren escribirlo así— donde el sujeto viene a ser representado. La intervención del primer 1, del S1, como representación del sujeto no implica la aparición del sujeto como tal, más que al nivel del S2, del segundo 1. Y desde entonces— lo cual destaqué aquí el otro día— es, a saber, el «uno-en-más», el conjunto vacío, esto es S(A), es decir el significante del Otro, A inaugural.
Lo que esto no se muestra es que, en la estructura así definida, la relación del 1 inscripta en el primer círculo del Otro a ese segundo círculo del «uno-en-más», que puede él mismo contener el 1+1, el «uno-en-más», que se distingue de esa relación, en este 1, y sólo por ello no es el conjunto vacío mismo; pero puede repetir la misma estructura indefinidamente; esta misma estructura indefinidamente repetida del 1 —círculo 1, círculo1, y así seguidamente— es lo que define al otro, a saber, es ella misma quien constituye la instancia como tal, del objeto a. Es indispensable que haya, al menos, un elemento reducido al elemento uno en el Otro, esto es lo que mucho tiempo ha hecho tomar al Otro por uno. Se los he dicho; hay una estructura psíquica que restaura, si puedo decirlo, la integridad aparente del A, que funda en una relación efectiva el S (A) como no marcado por lo que designa la barra de arriba a la izquierda de nuestro grafo, S (A/) [A mayúscula barrada] que no es otra cosa que la identificación de esta estructura indefinidamente repetida que designo como el objeto a.
En verdad, a esas aparente restauración de la integridad aparente del A en tanto que él es el objeto a, la emplearé como metáfora para designarla como estructura perversa; ella es, de algún modo el moldeo imaginario de la estructura significante. Veremos en un momento, en efecto, lo que en el juego de la identificación psíquica, llena el lugar de ese A. Para decirlo todo, veámoslo inmediatamente; deletreemos los textos, tomando el primer caso a presentarse bajo la figura de la histérica— en el cual veremos como a Freud, que da a esta economía su primera razón, le embota el paso— ¿cómo, a propósito de Ana O, no interrogarse sobre lo que se refiere a la relación de estos relatos, de esta talking cure, como es ella misma quien la enuncia, quien inventa el término, con eso de lo que se trata a la vista de ese síntoma particularmente claro a designar en el caso de la histérica, algo a nivel del cuerpo que se vació, un campo donde la sensibilidad desaparece, un otro conexo o no, cuya motricidad deviene ausente sin que otra cosa, más que una unidad significante pueda dar razón de ello?.
El antianatomismo del síntoma histérico ha sido suficientemente puesto en relieve por Freud mismo, esto es, a saber, que si un brazo histérico está paralizado, es a título de que él se llama brazo y no de otra cosa, pues nada en una distribución real —cualquiera— de los influjos da razón del límite que designa su campo. Es precisamente el cuerpo, aquí, el que viene a servir de soporte a un síntoma original, el más típico en eso en lo cual —para que esté en el origen de la experiencia analítica misma— lo interrogamos. ¿Dónde está, entonces, a la vista, el progreso operado por la cura parlante, la talking cure?. ¿Cómo no se puede permanecer en lo más cercano del texto y hasta sin saber más ampliamente de ello —lo que ya no es el caso, pues sabemos de ello mucho más, quiero decir que se impone ordenar de otro modo esta estructura?. ¿Cómo no ver que aquí Freud está en el lugar del 1, aquí ubicado como anterior, que es al nivel de Freud donde se instaura un cierto sujeto, que sin el auditor Freud, la cuestión es saber cómo él pudo someterse a esta función de escuchar durante un año, dos años, todas las noches, en el momento en que un estado segundo marcaba el corte, el corte del cual una Dora, del cual una Ana sintomática se separaba de su propio sujeto?. ¿Cómo no interrogarse sobre la relación oculta que hace que, simplemente, al tomar las cosas tal como ellas se presentan, sea de eso desde donde un sujeto viene a saber algo de lo que es un trazo—recuerden ustedes esta observación— un trazo, por otra parte seguido al modo de una reanudación histórica, no perdida en las tinieblas de no sé qué de olvidado, simplemente, de cortado del año justo anterior, y que, a medida que con ese atraso que en sí sólo ya debe— para nosotros— tener un sentido; hace que estando Freud informado de él —el síntoma cuya relación no es más que lejana— no es más que forzado a la vista de lo se articula, el síntoma se levante? Este fundamento hace saber de un sujeto en un campo que es el del Otro y su relación hace agujero al nivel del cuerpo. Tal es el primer esbozo del cual, después de haberlo elaborado nosotros durante décadas, lo suficiente para poder hacer la reunión de esta estructura en su unicidad, a título de lo que funciona como objeto llamado a, que es esta estructura misma, podemos decir que, a la vista de ese cuerpo vaciado para hacer función de significante, hay algo que puede amoldarse allí; y esta metáfora no ayudará a concebir, como status, hablando propiamente, lo que, a nivel del perverso, viene a funcionar como lo que restituye, como plenitud, como A sin barra, ese a.
Para apreciar la relación imaginaria de eso de lo que se tarta en la perversión, basta— a esta estatua de la que hablo— asirla al nivel de la contorsión barroca que no es sensible en lo que ella representa de incitación al voyeurismo más que, en tanto ella representa la exhibición fálica. ¿Cómo no ver que, utilizada por una religión anhelante de retomar su imperio sobre las almas en el momento que es recusada, la estatua barroca—cualquiera que sea que representa, algún santo o santa, hasta la Virgen María— es precisamente esa mirada la que está hecha para que delante suyo el alma se abra? La relación que he hecho, de un sólo trazo, de la estructura perversa con no sé qué captura, que es necesario llamar idolatra de la fe, si ella nos pone en el corazón de lo que se ha presentificado en nuestro Occidente como una querella de las imagenes, es algo ejemplar y de lo cual sacaremos nuestro provecho.
He dicho que abordaría hoy lo que se refiere a la neurosis, y lo han escuchado, lo he punteado al nivel del obsesivo, articulando que nada del obsesivo se concibe más que referido a una estructura que es aquella en la cual, para el amo, en tanto que él funciona como 1, un significante, no subsiste más que por ser representado cerca del segundo 1 que está en el Otro, en tanto que aquel figura al esclavo donde sólo reside la función subjetiva del amo; entre el uno y el otro nada hay en común sino lo que he dicho haber sido articulado en primer lugar, por Hegel, como la puesta en juego, al nivel del amo, de su vida. En esto consiste el acto de dominio: el riesgo de vida. He creído, en alguna parte —en ese librito salido a raíz del primer número Scilicet— deber revelar en el propósito milagroso de un niño, eso que de la boca de su padre, yo había recogido a título de que aquel le había dicho que era un tramposo de vida (tricheur de vie). Prodigiosa fórmula, como aquella que, seguramente, no se podrían ver florecer más de la boca de aquellos para quienes, aún, nadie ha embrollado las trazas.
El riesgo de vida; he ahí donde se halla lo esencial de lo que puede llamarse el acto de dominio, y su garantía no es otra que lo que es en el otro, en el esclavo, a título de significante, a propósito del cual sólo se aporta el amo como sujeto, no siendo su apoyo otra cosa que el cuerpo del esclavo en tanto que él es, para emplear una fórmula de la cual no es por nada que ella está en primer plano de la vida espiritual: perinde ac cadáver.
Pero no es así que el amo se soporta como sujeto en el campo. Resta algo fuera de los límites de todo este aparato y es, justamente, lo que Hegel, injustamente, hace entrar allí: la muerte. A la muerte— ¿se la ha remarcado suficientemente?— Aquí sólo se perfila en tanto ella no recusa el conjunto de esta estructura, más que al nivel del esclavo. En toda la fenomenología del amo y el esclavo, no hay más real que el esclavo. Y es precisamente, lo que Hegel ha percibido y que bastaría para que nada fuera más lejos en esta dialéctica. La situación es perfectamente estable. Si el esclavo muere no hay nada más. Si el amo muere, todos saben que el esclavo es siempre esclavo, por memoria de esclavo; eso no es jamás, a muerte del amo no ha liberado a nadie de la esclavitud.
Tal es, les ruego notarlo, la situación donde el neurótico introduce la dialéctica. Pues es sólo a partir del momento en que nosotros suponemos en alguna parte el sujeto supuesto saber que, en efecto, con este horizonte y por su causa —tal el conejo en el sombrero—, él está puesto en el inicio. Podemos ver progresar, entonces, una dialéctica que se enuncia a partir de las relaciones del amo y el esclavo— ¿y dónde?: al nivel del esclavo mismo— hacia un saber absoluto. El sujeto; es en tanto que el amo está representado al nivel del esclavo que toda la dialéctica se prosigue y culmina en este fin que no es otra cosa, que lo que está allí puesto bajo la función del saber; función, precisamente, en tanto que no es criticado, que no es interrogado en ninguna parte, el orden de subyacencia del sujeto en el saber. Lo que salta, sin embargo, a los ojos, es que el amo mismo no sabe nada. Cada uno sabe que el amo es un boludo. Nunca hubiera entrado en esta aventura— con lo que el porvenir le designa como resolución de su función— si hubiera sido un instante, para él, el sujeto que, por esta suerte de facilidad de la enunciación, Hegel le imputa. Como si pudiera instaurarse esta función de la lucha llamada a muerte de la lucha de puro prestigio, en la medida en que ella lo hace depender tan sustancialmente de su partenaire— si el amo no fuera otra cosa que, precisamente, lo que llamamos el inconsciente, a saber, la ignorancia del sujeto como tal, quiero decir esta ignorancia de la cual el sujeto está ausente y acerca de la cual el sujeto sólo es representado en otra parte.
Todo esto no está hecho más que para introducir el paso siguiente de lo que tengo que articular hoy. Precisamente he hablado a propósito de la histérica, de lo análogo que ella tomaba de su referencia a la mujer. Lo mismo que he dicho, que en el obsesivo, nada de lo que se articula de él lo hace, más que en la dialéctica del sujeto—amo. Introducir lo que necesita, eso que se llama a saber, la verdad de ese proceso y, sobre la vía de esta verdad, la puesta en juego del sujeto supuesto saber. Retomo esto al nivel de la otra neurosis, de la histérica. Y para poner en su corazón el aparato análogo, el modelo del que se trata— al cual el obsesivo se refiere, ya lo he dicho— la histérica— lo mismo que puede decirse que el obsesivo no se toma por el amo sino que supone que el amo sabe lo que él quiere— lo mismo la histérica para la mujer, no que la histérica sea en esa medida, obligatoriamente una mujer, no más que el obsesivo es obligatoriamente un hombre, se trata de la referencia al modelo del amo; lo mismo la histérica, su modelo, es lo que va ahora a enunciar en lo que pertenece al modelo donde la mujer instaura ese algo más central, lo verán ustedes, en nuestra experiencia analítica.
Cuando lo anticipé, en alguna parte, en un 21 de Mayo, alguien aquí se encontró planteándome la pregunta: «Pero, ¿se sabe qué es la mujer?». Seguramente, no más que lo se sabe lo que es el amo. Pero lo que se puede dibujar es la articulación en el campo del Otro de lo que se refiere a la mujer. Esta es tan boluda como el amo, es el caso de decirlo. Y no hablo de las mujeres por el momento; hablo del sujeto «la mujer». ¿Es que no se ve lo que se refiere a estos dos 1 cuando se trata de la mujer?. El 1 interior, el S2; es el caso de decirlo, lo que se trata de ver erigir no me parece dudoso y él deviene desde entonces enteramente claro, es saber porqué el 1 en el cual se soporta el sujeto mujer es, tan groseramente, el Falo, con F mayúscula.
Es al nivel del 1 donde se trata de suscitar la identificación de la mujer en el espejismo dual, en la medida en que su horizonte está este Otro, el conjunto vacío; esto es a saber: un cuerpo, un cuerpo aquí vacío, ¿de qué?, del goce aquí donde el sujeto—amo compromete un riesgo de vida, en la apuesta inaugural de esta dialéctica, la mujer uno he dicho la histérica, he dicho la mujer, pues la histérica, tal como el obsesivo hace un momento, no se explica más que en razón de sus referencias arriesga, apuesta este goce, el cual todos saben que es para la mujer inaugural y existente, y tal que, sin alguno de estos esfuerzos, de estos desvíos que carácterizan el autoerotismo en el hombre, no sólo ella se toma por ser la mujer del hombre, aquélla que se satisface del goce del hombre.
Este goce del hombre en el cual la mujer se toma, se cautiva como el amo lo hace con el esclavo; he allí donde está la apuesta de la partida dando el origen radical de lo que se refiere a lo que aquí juega el mismo rol que la muerte para el obsesivo y es tan inaccesible; esto es, a saber: que la mujer se identifique allí, he dicho la mujer es tan falso, es tan vano como que el amo se identifique a la muerte y, por el contrario, como el esclavo está allí anudado, y del mismo modo, quiero decir no subsiste más que por su relación a la muerte y hace, con esta relación, subsistir todo el sistema; la relación del hombre a la castración es también lo que, aquí, hace sostener todo el aparato. Y, por otra parte, si hace un momento he hablado del perinde ac cadaver, evocaré aquí eso tan destacable que es el hecho de que esta dimensión existe al ser tomada en el campo del significante y se llama necrofilia; dicho de otro modo, el erotismo y muy precisamente aplicado a un cuerpo muerto. ¿Evocaré aquí, en el horizonte, la figura de Juana la loca y de los quince días de arrastre del cadáver de Felipe el hermoso?. No es más que a la vista de estas estructuras, de estas funciones inaugurantes en tanto que sólo ellas responden por la introducción de lo que son propiamente, las dependencias del significante tal como la experiencia analítica nos ha permitido articularlo; podemos ver aquí, como para el obsesivo, la histérica se introduce por no tomarse por la mujer. ¿En qué no se toma el por la mujer?. Precisamente en que ella supone que, en esta estructura la que acabo de articular como siendo la del sujeto-mujer, este sujeto, al nivel del S1 del inicio, ella lo hace suponer saber. En otros términos, ella está cautivada, interesada recuerden a Dora por la mujer en tanto que ella cree que la mujer es aquella que sabe lo que es necesario para el goce del hombre. Pues, lo que resulta de eso que está ausente en el modelo, la función sujeto-mujer, Dios sea loado, es el caso de decirlo, no sabe lo que ella sostiene y que culmina en la castración del hombre.
Pero, por el contrario, la histérica no ignora nada de eso y es por eso que ella se interroga más allá de lo que ya he articulado a propósito de Dora, centrado sobre su primer abordaje que he hecho de la transferencia. Más allá. Relean la observación, y por otra parte, no omitan todo lo que en las observaciones anteriores, las de los «Estudios sobre la histeria», nos permite simplemente esto: ver la correlación que existe entre lo que, para la histérica supone la mujer; esto es su saber, y que, en el modelo, es inconscientemente que ella lo hace. Es por eso que los dos modelos no pueden distinguirse por ese factor introducido que los reúne bajo el gobierno de la neurosis; tanto en un tipo como el otro, pueden constatar que el correlato de la muerte está en juego en lo que la histérica aborda de lo que se refiere a la mujer. La histérica hace al hombre que supondrá la mujer saber. Es precisamente porque ella está introducida en ese juego por algún sesgo donde la muerte del hombre está siempre interesada. ¿Es necesario decir que toda la introducción de Ana O. en el campo de su histeria no es otra cosa que giro alrededor de la muerte de su padre?. ¿Es necesario recordar el correlato en los dos sueños de Dora, de la muerte, en tanto que implicada por el ahíajero de la madre?. «No quiero dice el padre que yo y mis niños perezcamos en las llamas a causa de esta caja». Y en el segundo sueño de lo que se trata es del entierro del padre.
Las neurosis suponen sabidas las verdades ocultas. Es necesario desprenderlas de esta suposición para que ellos, los neuróticos, cesen de representar encarnada esta verdad. Es en la medida en que la histérica, si puede decírselo, es ya psicoanalizante, es decir está ya sobre el camino de una solución —de una solución que ella busca a partir de eso a lo cual ella se refiere— que ella implica allí al sujeto supuesto saber y es por ello que encuentra la contradicción.
Es que, en tanto el analista no practique el corte entre lo que es la estructura inconsciente, a saber, los modelos que precisamente he articulado del 1,1 conjunto vacío, tanto al nivel del amo como al nivel de la mujer, en tanto ésta no esté cortado en la suposición del sujeto supuesto saber, es decir de lo que ha hecho naturalmente al neurótico psicoanalizante. Porque de ahora en más, constituyendo en sí mismo, y antes de todo análisis, la transferencia, la coalescencia de la estructura con el sujeto supuesto saber, he allí lo que testimonia en el neurótico que él interrogue a la verdad de sus estructuras y de devenga, él mismo, encarnado, esta interrogación, y que, si algo puede hacer caer el que sea en sí mismo, síntoma, es precisamente por esta operación, que es la del analista, de practicar el corte gracias al cual de un lado esta suposición del sujeto supuesto saber es desprendida, separada de lo que se trata, a saber: la estructura que ella ubica justo, con excepción hecha que ni el amo, ni la mujer, puedan ser supuestos saber lo que ellos hacen. El juego de la cura analítica gira alrededor de este corte subjetivo, pues seguramente, todo lo que digamos de un deseo inconsciente, es siempre, bien entendido, el suponer que un sujeto termina por saber lo que él quiere. Y, ¿qué decir?. ¿No conservamos aún allí, siempre, en el enunciar tales fórmulas, ese algo que quisiera decir que hay saber y lo que se quiere?. Seguramente hay un lugar donde los dos términos se distinguen. Es cuando se trata de decir sí o de decir no a lo que yo he llamado lo que se quiere. Esto es lo que se llama voluntad. Pero saber lo que él quiere, es para el amo como para la mujer el deseo mismo, lo mismo que, hace un momento, yo unía en las tres palabras del «uno-en-más». El saber lo que él quiere, que aquí yo entiendo como el deseo mismo. Lo que la histérica supone es que la mujer sabe lo que ella quiere, en el sentido en que ella lo desearía y es precisamente por lo cual la histérica no llega a identificarse a la mujer más que al precio de un deseo insatisfecho.
Lo mismo, a la vista del amo, que le sirve en el juego a escondidas de pretender que la muerte no puede alcanzarlo, que el esclavo, el obsesivo es aquél quien, del amo, no identifica más que esto: es lo real que su deseo sea imposible.