Les deseo buen año 69, ¡una buena cifra!. Para abrirlo, les señalo que en tales ocasiones recibo siempre un regalito desde algún horizonte. El último, el relativo a esta ocasión, es un pequeño artículo que ha aparecido en el número del primero de Enero de la «Nueva Revista Francesa». Hay allí un artículo intitulado: «Algunos extractos del estilo de Jacques Lacan». En efecto, mi estilo es un problema. Será por ello que yo hubiera podido comenzar mis Escritos, con un viejo artículo que nunca releí, que versaba justamente, ¡sobre el problema del estilo. ¡Quizá si releyera ese artículo eso se me aclararía!. Seguramente, soy el último en poder dar cuenta de ello y no se ve porque algún otro no podría intentarlo. Es lo que ha ocurrido, producido por la pluma de un profesor de lingüística. No he podido apreciar personalmente el resultado de sus esfuerzos. Los hago, a ustedes jueces de ello. En general he tenido el eco, más bien de que en el contexto actual se piensa, en algunos lugares retirados, sobre la calidad general de lo que se dispensa como enseñanza de la boca de los profesores, que no era quizá el momento de publicar eso. No es el momento más oportuno porque me he enterado que algunos no lo han encontrado muy fuerte.
En fin, se los digo: los hago jueces de ello. En cuanto a mí no me lamento más de ello. No veo bien que alguien pueda tener la menor idea de lo que he expandido como enseñanza. Por otra parte, hay una punta: yo habría osado, parecería, escribir en alguna parte: «Freud y yo». ¡Vean eso, no se toma por el cabo a una pera!. Eso no tiene, quizá, totalmente el sentido que cree deber darle la indignación de un autor, pero muestra bien en que campo de reverencia, al menos en ciertos dominios se vive. ¿Por qué, este autor que confiesa no tener la menor idea de lo que ha aportado Freud, para él —digo— hay algo de escandaloso de parte de alguien que ha pasado su vida ocupándose de él, en decir » Freud y yo»?.
Diría más, de resonar en mí mismo este atentado al grado del respeto que allí se me reprocharía, no he podido menos que recordar la anécdota que he citado aquí, en el tiempo en que en compañía del pequeño Luis, como lo evocaba, yo me dedicaba, en la forma más difícil, a las pequeñas industrias que permiten vivir a las poblaciones costeras. Con esos tres excelentes tipos, cuyos nombres me son aún queridos, ocurrió que hice muchas cosas sobre las cuales no me detengo. Pero me ocurrió, también, tener con el llamado pequeño Luis, el diálogo siguiente: era —como ya lo dije— a propósito de una lata de conserva de sardinas que acabábamos de consumir y que flotaba en las arribadas del barco. Pequeño Luis me dice estas palabras muy simples: «esta lata, tú la ves porque tú la miras. Ella no tiene necesidad de verte para mirarte». La relación de esta anécdota con «Freud y yo» deja abierta la cuestión de donde me ubico yo en esa dupla. Tengan por seguro que me ubico siempre en el mismo lugar, en el lugar donde estaba y donde permanezco, aún viviente. Freud no tiene necesidad de verme para mirarme. Dicho de otro modo —como lo enuncia un texto que he citado ya aquí— un perro viviente vale más que el discurso de un muerto, sobre todo cuando éste ha llegado al grado que ha alcanzado de podredumbre internacional.
Lo que he tratado de hacer es de dar a los términos freudianos su función, en tanto que de lo que se trata en esos términos es de un vuelco de los principios, hasta del cuestionamiento. Dicho de otro modo —lo que no quiere decir: «dicha la misma cosa»—. Lo que está allí comprometido es la exigencia mínima del pasaje a este cuestionamiento renovado.
La exigencia mínima es, ésta: se trata de hacer psicoanalistas pues ese cuestionamiento, para plantearse, exige una reubicación del sujeto en su posición auténtica, es por lo cual he recordado —al comienzo de este año— de qué posición se trataba que es aquella que lo pode desde el comienzo, bajo la dependencia del significante. Pues desde esta exigencia, desde esta condición fundamental se ordena todo lo que se ha afirmado como capaz de recibir hasta aquí, de lo cual había elementos en la primera práctica del análisis donde se han tenido en cuenta, seguramente, los juegos de palabras y los juegos de lenguaje y hasta se los tuvo por causa. A qué nivel lo he simplemente retomado, hasta diría legalizado, apropiándome de lo que nutría la lingüística de esta base que de elle se desprendía y que se llama fonología, juego del fonema como tal, pues se imponía verdaderamente por darse cuenta que lo que Freud había hecho practicable, encontraba allí, muy simplemente su estatuto con algún retraso, ciertamente pero evidentemente tenía menos retraso que el público en general, y al mismo tiempo aquél que podrían tener los Psicoanalistas. No es una razón para estarse allí y por otra parte es por lo cual ven que cualquiera que sea el grado de competencia que haya mostrado precedentemente en este de lo que no es, después de todo, más que una parte de la lingüística, prosigo este trabajo que consiste en asir en todos lados, donde las disciplinas ya constituidas prestan su ocasión, prosigo esta búsqueda, en el nivel en que se trataba verdaderamente de una coincidencia, pues es verdaderamente del material fonemático mismo que se trata en lo juegos del inconsciente. Prosigo en el nivel donde otra disciplina nos permite —entre otra ese estatuto del sujeto y aquél que ella desarrolla— ubicar un isomorfismo que esta desde el principio, pero que también puede revelarse como recubriendo una identidad de estofa (etoffe), como ya lo he afirmado. ¿Cuál es esta disciplina? Yo la llamaría la práctica lógica, término que no me parece malo para designar eso de lo que se trata exactamente, pues es de un lugar donde esta práctica se ejerce, donde ella encuentra ahora lo que le impone, pero no es inconcebible que pueda llevarse a otra parte.
El lugar donde efectivamente se ejerce, donde ha ocurrido algo que ha despegado a la lógica de la tradición donde, a lo largo de los siglos había permanecido encerrada: es el dominio matemático. No es ciertamente por azar, era enteramente previsible, por desdichada —retroactivamente— que fuera al nivel del discurso matemático, donde la práctica lógica podría ejercerse. Qué de más tentador, en efecto, que ese lugar donde el discurso —entiendo discurso demostrativo— parecía asentado sobre una entera autonomía, autonomía de la mirada de lo que se llama la experiencia. No había parecido que ese discurso no sostenía su certitud más que por sí mismo, a saber, por las exigencias de coherencia que se imponía. ¿Qué diremos de esta referencia?
Para dar una suerte de imagen de esta lógica que está ligada al dominio matemático, vamos a designarla como un receso de lo que no sería, en sí mismo, en un cierto modo de pensamiento para la matemática más que, también, algo a destacar, aunque sosteniendo la corriente científica, algo que, a la vista de un cierto progreso, sería esto y además, aún esto:
Esta es una imagen, pero una imagen digna de ser exorcizada, pues veremos que no se trata de nada parecido. Esta es una ocasión para recordar que el recurso a la imagen para explicar la metáfora, es siempre falso; todo dominación de la metáfora por la imagen del cuerpo, antropomorfa, la cual esta en falta porque —es muy simple de ilustrar— aunque esto no sea más que una ilustración, esta imagen enmascara, simplemente, la función de los orificios, de donde el valor de apólogo de mi pote agujereado, sobre el cual los dejé el año pasado. Está bien claro que de ese pote, en el espejo no se ve el agujero más que se lo mira desde dicho agujero. El valor reintegrado de este utensilio que no he escrito —se los he recordado también al dejarlos— más que para indicarles que bajo sus formas más simples, más primarias, lo que la industria humana fabrica esta hecho, hablando con propiedad, para enmascarar lo que son sus verdaderos efectos de estructura; es en nombre de eso que yo vuelvo —y mi disgresión esta hecha para introducirlo— sobre esta distinción expresa, a recordar que la forma no es el formalismo, Ocurre en ciertos casos que, hasta los lingüistas —no hablo, bien entendido de aquellos que no saben lo que dicen— hacen allí pequeños errores. El autor del cual hablaba hace un momento, que no me da ninguna prueba de su expresa competencia, me importa haber hablado de Jemslev; precisamente es lo que nunca he hecho.
Por el contrario; el nombre Jakobson, a mi vista —pues he leído, como también él se expresa, en diagonal en su artículo— está destacablemente ausente, lo que le evita, sin duda tener que juzgar si, si o no, es pertinente el uso que he hecho de las funciones de la metáfora y la metonimia. Para volver a ese punto vivo de la distinción de la forma y del formalismo, trataré —pues esto es lo que hace falta en primer lugar— de ilustrarlo con algunas formas. Es muy necesario para cualquiera que, como lo esta el psicoanalista, comprometido en los cortes, que, para alcanzar un campo al cual es cuerpo esta expuesto, culminar en la caída de algo que tiene alguna fuerza. Recordaré, para tocar en una de esas imagenes que sale —y no se sabe de donde— de la experiencia analítica, el corte que contiene la leche, la que se evoca bajo su toma a la inversa, bajo el nombre de seno, primero de los objetos a; este corte no es la estructura por donde el seno se afirma como homólogo al enchapado placentario, pues es la misma realidad fisiológicamente hablando, sin la entrada en juego del verbo. Sólo, hasta para el saber, lo que acabo de decir, a saber, antes que él se implique, ese seno, en la dialéctica del objeto a, hasta para el saber, lo que está allí, entiendo fisiológicamente. Es necesario tener una zoología bastante avanzada, y esto por el empleo expreso de una clasificación, dicho de otro modo, esto no es visible y sería erróneo minimizarlo de las relaciones a la lógica. Se ha reprochado a la lógica aristotélica el haberse —con su empleo de los términos «géneros», «especies»— sólo pegado a una práctica zoológica, la existencia de los individuos zoológicamente definidos. Es necesario ser coherente, y, si se enuncia esta distinción más o menos reprensiva, darse cuenta que, inversamente, esta zoología implica ella misma una lógica, hecha de estructura y de estructura lógica. Nada seguro, ustedes lo ven. Esta es la frontera entre lo que ya implica otra experiencia explorativa y lo que va a cuestionar, para nosotros, la emergencia del sujeto.
En matemática. el formalismo, en su función de corte, sin duda, se desprenderá mejor. ¿Qué vemos nosotros de lo que se refiere a ese uso?. El formalismos en matemáticas se carácteriza así: esta fundado sobre el ensayo de reducir ese discurso, que he anunciado hace un momento, el discurso matemático. Ese discurso del cual se ha podido decir— y no ciertamente— del afuera. Se lo ha llamado también del afuera. Eso era lo que decía Kojève —pero él no hacía más que retomarlo de boca de Bertrand Russell— que ese discurso no tenía sentido y que no se sabe nunca si lo que se dice allí es verdadero. Fórmula extrema, paradojal y de la cual es necesario recordar que es de Bertrand Russell, uno de los iniciadores de la formalización lógica de ese mismo discurso. Esta tentativa de tomar ese discurso y de someterlo a esta prueba que podríamos definir, en suma, es esos términos, allí toma la seguridad de lo que parecía ser, a saber, de funcionar sin el sujeto; pues, en fin, para hacer sentir aún a aquellos que no son lo que inmediatamente designo allí, ¿quién, entonces, hablaría nunca, en cuanto a lo que se asegura de construcción matemática, de una incidencia cualquiera, de lo que por otra parte, se desprende como el observador? Nada de traza concebible allí de lo que se llama error subjetivo, aún si es allí donde pueden darse los aparatos que permiten, por otra parte, darle un sentido mensurable.
Esto no tiene nada que hacer con el discurso matemático mismo; aún cuando él discurre acerca del error subjetivo, es en dos términos— entiendo los términos del discurso— para los cuales no hay medio: son exactos, irrefutables, o no lo son. Tal es, al menos, su exigencia. Nada será recibido de ellos que no se imponga como tal. Falta, cuanto menos, que existe el matemático. El uso, la búsqueda de la formalización de ese discurso consiste —lo he dicho hace un instante— en asegurarse que aunque, hasta el matemático haya sido completamente evaporado, el discurso se sostiene solo. Esto implica la construcción de un lenguaje que es precisamente aquel que se llama, con bastante precisión —desde entonces ustedes lo ven— lógica matemática. Sería mejor decir práctica de la lógica, práctica de la lógica sobre el dominio matemático, y la condición para realizar esta prueba se presenta bajo una forma doble y que puede parecer antinómica. Ese lenguaje, sobre un punto, no parece hacer otro esfuerzo, que reforzar lo que de él se refiere a ese discurso matemático, tal como acabo de recordar sus carácteres, a saber, de refinarlo sobre su carácter sin equívoco.
La segunda condición y es en esto que parece antinomia, es que ese «sin equívoco», ¿a qué concierne?. Siempre a algo que se puede llamar objeto, con seguridad no importa cual. Es por lo cual, en todo intento de extender fuera del campo de las matemáticas esta nueva práctica lógica —para ilustrar lo que quiero decir, hablo del libro «World and Object» de Quine, por ejemplo— cuando se trata de extender al discurso común esta práctica, uno se cree impuesto de partir de lo que se llama lenguaje-objeto, no es nada más que satisfacer a esta condición de un lenguaje sin equívoco; ocasión, por otra parte excelente para poner en relieve eso de lo cual se trata, y sobre lo cual he puesto siempre el acento: que es de la naturaleza del discurso, del discurso fundamental, no sólo es ser equívoco, sino el estar esencialmente hecho del deslizamiento radical, esencial, de la significación, bajo todo discurso. Primera condición, entonces, he dicho, ser sin equívoco, lo que no puede referirse más que a un cierto objeto apuntado, seguramente en matemáticas, no un objeto como los otros, y es por lo cual desde que un Quine transfiere el manejo de esta lógica al estudio del discurso común hablará, del lenguaje ob. ¡Se detiene prudentemente en la primera sílaba!. Pero por otra parte, la condición segunda es que el lenguaje debe ser para escritura, que nada de él, en tanto le concierne. debe constituir más que interpretaciones. Toda la estructura —entiendo eso que se podría atribuir al objeto— es quien hace esta escritura.
De esta formalización, no hay nada, desde entonces, que no se plantea como interpretación. Al equívoco, por otra parte fundamental del discurso, común, se opone aquí la función del isomorfismo, a saber lo que constituye un cierto número de dominios, como cayendo bajo el golpe de la toma de sólo una y misma fórmula escrita. Cuando se entra en la experiencia de lo que así está construido, si uno se toma un poco de esfuerzo, como no he creído indigno de mi hacerlo, como parecería suponerlo el artículo evocado hace un momento, y si se lo acerca al teorema de Gödel, por ejemplo, y después de todo, éste está al alcance de cada uno de ustedes, sería suficiente comprar un buen libro o ir a buenos lugares, estamos en el pluridisciplinarismo, después de todo quizá es una exigencia que no ha salido para nada, esto es, quizá, darse cuenta de los enojos que se experimentan en lo que se llama, impropiamente, limitación mental, un teorema tal —por otra parte hay dos de ellos— les enunciará que a propósito del dominio del discurso, que parece el más seguro, a saber el discurso matemático —2 y 2 hacen 4— no hay nada sobre lo cual se esté mejor asentado.
Naturalmente no se ha permanecido allí después del tiempo, se han percibido muchas cosas que en apariencia, no están más que en el estricto desarrollo de ese 2 y 2 hacen 4. En otros términos, que a partir de allí se sostiene un discurso que, según toda apariencia, es lo que se llama consistente, lo que quiere decir que cuando ustedes enuncian allí una proposición, ustedes pueden decir » si» o «no». Aquella que es capaz de recibirla, es un teorema del sistema, como se dice. Aquella no lo es y es su negación quien lo es en la ocasión, si se cree deber hacer el esfuerzo de hacer teorema de todo puede allí plantearse como negativo, ¡y bien! ; esto implica que este resultado es obtenido, por la vía de una serie de procedimientos, sobre los cuales no hay dudas y que se llaman demostraciones. El progreso de esta práctica lógica tiene permiso de asegurar, no sólo gracias al uso de los procedimientos de formalización, es decir poniendo sobre columnas lo que se enuncia del discurso primero de la matemática, y este otro discurso sometido a esta doble condición de perseguir con ardor el equívoco y reducirse a una pura escritura.
Es a partir de allí, y sólo a partir de allí, es decir de algo que se distingue en el discurso primero, aquél en el cual el matemático ha hecho audazmente todos esos progresos, y sin tener, otra cosa curiosa, que volver allí por épocas, de un modo tal que arruina las conquistas generalmente recibidas de las épocas precedentes. Por oposición a ese discurso tomado con alfileres para la ocasión, y muy impropiamente a mi entender, del término metalenguaje, el uso de ese lenguaje normal llamado, no menos impropiamente, lenguaje, pues de algo que una práctica aísla como campo cerrado en el que es, muy simplemente el lenguaje, el lenguaje sin el cual el discurso matemático no sería propiamente enunciable —es a partir de allí, digo yo , que Gödel pone en evidencia en ese sistema, lo más seguro en apariencia del dominio matemático, este es el discurso aritmético. La consistencia misma supuesta, de ese discurso, implica lo que la limita, esto es, a saber, la incompletitud; a saber, que partir mismo de la hipótesis de la consistencia, aparecerá en alguna parte la fórmula —y es suficiente que haya una de ellas para que haya otras— a la cual no se podrá, por las vías mismas de la demostración recibida —en tanto que la ley del sistema— responder ni si, ni no. Segundo tiempo, segundo teorema.
Aquí me es necesario resumir, no sólo el sistema —entiendo sistema aritmético— no puede, él mismo, asegurar su consistencia más que en constituir su incompletitud misma, sino que no puede —digo en la hipótesis misma fundada de su consistencia— demostrar esta consistencia en el interior de sí misma. Me he molestado un poco plantear aquí, algo que no es seguramente, propiamente hablando, de nuestro campo, entiendo el campo psicoanalítico, si él es definido por no se que aprehensión olfativa; pero no olvidemos que en el momento mismo de decirles que no lo es, —propiamente hablando— la frase implicaba que yo termino en otro asunto. Ven bien sobre lo cual yo caigo, sobre ese punto vivo, esto es, a saber: que no es pensable jugar en el campo psicoanalítico más que dando su estatuto correcto a lo que se refiere al sujeto.
¿Qué encontramos en la experiencia de esta lógica matemática, que si no, justamente, ese residuo donde se designa la presencia del sujeto?. Al menos no es así como un matemático, él mismo uno de los más grandes, ciertamente, von Neuman, parece implicarlo al hacer esta reflexión un poco imprudente acerca de las limitaciones ; entiendo aquellas que son lógicamente sostenibles. No se trata allí de ninguna antinomia, de ninguno de esos juegos clásicos del espíritu que permiten aprehender que el término «obsoleto», por ejemplo, es un término obsoleto y, que a partir de allí, podremos especular sobre los predicados que se aplican a ellos mismos y aquéllos que no se aplican, con todo lo que eso puede comportar como paradoja. No se trata de eso. Se trata de algo que construye un límite, que no descubre nada, sin duda: que el discurso matemático mismo no haya descubierto, en tanto que es sobre ese campo de descubrimiento que pone a prueba un método que le permite interrogarlo sobre lo que es enteramente esencial, a saber, hasta donde puede dar cuenta de sí mismo, hasta donde podría ser dicho alcanzando su coincidencia con su propio contenido, si esos términos tuvieran un sentido, en tanto es el dominio mismo donde la noción de contenido viene a ser —hablando propiamente— vaciada. Decir con von Neuman que después de todo esto está muy bien en tanto testimonia que los matemáticos están aún allí para algo, en tanto es que allí se presenta con su necesidad, su Ananke, sus necesidades de rodeo, que tendría su rol. Porque allí falta algo es por lo que el deseo del matemático va a ponerse en juego. Creo que aquí mismo von Neuman va un poco más lejos, a saber., que yo creo que el término de residuo es impropio y que lo que se revela aquí de esta función —que ya bajo múltiples vías ha evocado bajo el título de lo imposible— es otra estructura que aquélla a la cual debemos hacer frente en la caída de lo que he llamado el objeto a.
Es más, creo que lo que se revela aquí de falta, para no ser menos estructural, revela sin duda la presencia del sujeto, pero de ningún otro sujeto que aquel que ha hecho el corte, aquel que separa el denominado metalenguaje de un cierto campo matemático, a saber, simplemente su discurso; el corte que separa ese lenguaje de otro lenguaje aislado, de un lenguaje de artificio, del lenguaje formal, en lo cual esta operación —el corte— no es menos hecha en la medida en que revela las propiedades que son las de la tela misma del discurso matemático, en tanto se trata de los números enteros, cuyo estatuto saben que no se ha terminado y que no se terminará antes de un cierto tiempo de epilogar; pero sobre lo cual, precisamente, el saber se esos números tienen tal lugar ontológico o no, es una cuestión totalmente extraña a la experiencia del discurso, en tanto ella opera con aquéllos y ella puede hacer esta doble operación: 1) construirse y 2) formalizarse.
Estamos lejos, sin duda, a primera vista, de lo que nos interesa centralmente y no sé, visto el poco tiempo que me queda, cómo podría llevarlos hoy allí. Por otra parte, permítanme rápidamente, desempolvar esto; que el punto al cual habíamos arribado al fin de nuestra última reunión era este: la verdad por el yo (je).¿que es del yo?, si el yo se distingue aquí estrictamente del sujeto, tal como ustedes pueden ver, que puede reducirse en alguna parte a la función del corte, imposible de distinguir de aquel llamado trazo unario, en tanto que él aísla una función del uno como solamente única y solamente corte en la numeración, el yo no es por ello, en su medida, asegurado de ningún modo, pues podríamos decir de eso, que él es y que no es, según que, como sujeto, opere, y que operando como sujeto, se exilie del goce que en su medida no es menos yo.
Y aquí es necesario que les recuerda ese grafo…
…construido para responder, precisamente al cuestionamiento, constituyendo el análisis; lo que yace entre las dos líneas llamadas de la enunciación y del enunciado, es a saber que, recortadas por la de la materialidad significante, por la cadena diferencial elemental de los fonemas, nos ha permitido asegurar esos cuatro puntos de cruzamiento cuyo estatuto es dado en términos precisamente de escritura: aquí el $ àD, aquí el A (campo del Otro), aquí el s (A), a saber, la significación y aquí, en fin, el S (A/) [ A mayúscula barrada] el significante de algo tantas veces apuntado y nunca completamente elucidado que se llama el A.
Homólogo tienen aquí, lo que a mitad de camino encarna, bajo esta forma escrita lo que se impone al nivel de la enunciación pura, que es esto: a saber que, donde se articula $ àD quiere decir aquí, como en otra parte por todos lados donde lo escribo: «demanda». No importa lo que «yo me demando» y escribimos aquí «lo que tú quieres» —deseo del Otro en esta entera ambigüedad que permite aún escribir : «Yo te demando….lo que yo quiero» en tanto mi deseo es el deseo del Otro,. Ninguna distinción aquí si no inducida por la función misma de la enunciación, en tanto que lleva en si su sentido como en principio oscuro, como si toda enunciación —ya lo he dicho— la más simple, no evocará su sentido más que como consecuencia de su propio surgimiento. «Llueve» es acontecimiento de discurso, aunque no es más que secundario saber lo que quiere decir en lo concerniente a la lluvia. «Llueve; en tal contexto —no importa quien sea capaz de evocarlo— puede tener los sentidos más diversos. Necesito a propósito de eso evocar que «¡Salíd!» no suena igual en todos lados tal como se hace en Bayaceto. Si es importante ubicar algo en ese grafo, es que ese discurso que lo acompaña, constituye los vectores de estructura tales como allí se presentan, al nivel donde el «tú» es como dominante sobre el yo; he dicho, al nivel del deseo del Otro, los vectores convergen. Es alrededor del deseo del Otro que la demanda del discurso, del discurso tal como lo ordenamos en la experiencia analítica, del discurso precisamente que, bajo su aspecto que se pretende falazmente neutro, deja abierto, bajo su punta más aguda, el acento de la demanda; esto es de modo convergente alrededor del deseo del Otro, que todo lo que está en el origen —como lo indican las flechas— converge hacia el deseo del Otro. El punto que, como soporte imaginario es el que responde a ese deseo del Otro; lo que he escrito desde siempre bajo la forma $ àa, es decir, el fantasma, allí yace, pero cubriendo esta función que es el yo (je), en tanto que, contrariamente al punto de convergencia que se llama deseo del Otro, es de modo divergente que ese yo (je), oculto bajo el $ àa, se dirige bajo la forma que he llamado, al partir, aquella del verdadero cuestionamiento, cuestionamiento radical hacia los dos puntos donde yacen los elementos de la respuesta; a saber, en la línea de arriba, S, lo que quiere decir un significante, un significante de que A esta barrado y que es precisamente lo que he tomado, eso de lo cual también les he forzado a tener un soporte para concebir lo que aquí enuncio, a saber que ese campo del Otro no asegura en ningún lugar, en ningún grado, la consistencia del discurso que se articula allí, en ningún caso aún el más seguro, aparentemente.
Y por otra parte, línea inferior, una significación, en tanto que profundamente alienada; y es aquí que es necesario que ustedes perciban el sentido de mi entrada de este año por la definición del plus de gozar y de su relación con lo que puede llamarse, en el sentido más radical, los medios de producción ; al nivel de la significación, si ya el pote — como se los he indicado— no es más que aparato para enmascarar las consecuencias del discurso, quiero decir las consecuencias mayores, a saber, la exclusión del goce. Ven ustedes que así se coloca esta Entzweiung—el término es hegeliano— en esta división radical, que es la misma en la cual culmina el discurso de Freud al fin de su vida, que es división del yo (je) articulado como tal, nada menos que entre esos dos términos, a saber del campo donde el Otro, de alguna manera, en alguna imaginación, que fue la de los filósofos durante largo tiempo, podría responder de alguna verdad y donde precisamente esto se anula por el sólo examen de las funciones del lenguaje; entiendo que sabemos hacer intervenir allí la función del corte que responde no, no al Dios de los filósofos, y que por otra parte, sobre otro registro, aquel en apariencia donde le goce lo alcanza, es allí precisamente que él es siervo, y bajo el mismo modo del cual ha podido decirse, hasta aquí que se podría reprochar el psicoanálisis el desconocer las condiciones en las cuales el hombre está sometido a lo social, como se expresa, sin percibir que se contradice, que el materialismo llamado histórico, no tiene sentido más que precisamente en percibir que no es de la estructura social que él depende, en tanto él mismo afirma que es de los medios de producción, es decir que es de eso con lo cual se fabrican cosas que engañan al plus de gozar, es decir que, lejos de poder esperar llenar el campo del goce, no están aún en estado de ser suficientes a lo que —del hecho del Otro— está perdido.
No he podido ir, como es habitual, más rápido que mis propios violines. Por otra parte, puedo anunciarles donde tengo la intención de retomar la próxima vez. Les diré que no es en vano que, de la boca del Dios de los Judíos, haya retenido el: «Yo soy lo que Yo es» . Es precisamente allí donde es tiempo que algo se disipe, algo ya puesto en claro pro un llamado Pascal. Si ustedes quieren —quizá les ayudara a entender lo que diré la próxima vez— leer un pequeño libro que ha aparecido bajo el nombre de «Apuesta de Pascal», escrito por un señor Georges Brunet, que sabe admirablemente bien lo que dice, Como lo han visto hace un momento, esto no es verdad para todos los profesores. Pero él, él lo sabe. Lo que él dice no va lejos, por otra parte, pero al menos, sabe lo que dice. Por otra parte es un desenmarañamiento indispensable para ustedes de lo que se refiere a esta pequeña hoja de papel plegado en cuatro, de la cual, ya lo he dicho ya he expresado esto antes, se han hecho los bolsillos a Pascal.
Pascal muerto. Yo hablo mucho del Dios muerto; es probablemente para liberarnos de otras relaciones con otros que he evocado hace un momento; mis relaciones con Freud muerto. Eso tiene un sentido distinto. Pero si ustedes quieren leer esa «Apuesta de Pascal» de Georges Brunet, al menos sabrán de que hablo, cuando hablo de ese texto, que es un cuarto de ello apenas, como lo verán. Es una escritura que se recubre ella misma, que se embrolla, que se entrecruza, que se anota. Se ha hecho de eso un texto para el placer de los profesores, con seguridad. Ese placer es corto, pues ellos no han extraído nunca nada de él. Hay algo que esta, por el contrario, enteramente claro, y es por allí que comenzaré la próxima vez; esto es, que no se trata estrictamente de otra cosa que precisamente del yo (je). Uno pasa el tiempo en preguntarse si Dios existe, como si esta fuera una pregunta. Dios es, eso no presenta ninguna especie de duda, eso no prueba absolutamente que él exista La pregunta no se plantea. Pero es necesario saber si yo (je) existe.
Pienso poder hacerles sentir que es alrededor de esta incertidumbre —¿es que yo (je) existo?— que se juega la apuesta de Pascal.