Seminario 4: Clase 15, Para qué sirve el mito, 27 de Marzo de l957

Función y estructura de los mitos. El Krawall y el orgasmo infantil. El fantasma de las dos jirafas. Lo agarrado, lo perforado, lo amovible. La transposición simbólica de lo imaginario.

Continuemos nuestro paseo por la observación de Juanito.

Pasearse no es una mala forma de saber donde está uno en un espacio dado. Pero en lo que a mí se refiere, se trata de enseñarles a imaginar la topografía de un campo fuera de los itinerarios ya recorridos. Puede volver uno sin darse cuenta al punto de partida. Por otra parte, cuando estás en un lugar tan familiar y además perfectamente autónomo como tu cuarto de baño, no se te suele ocurrir que si hicieras un agujero en la parad, te encontrarías en el primer piso de la librería de al lado, y que todos los días, mientras estas en el baño, en la librería de al lado siguen trabajando, al alcance de tu mano. Entonces, dicen—¡Qué metafísico, ese condenado Lacan!

Se trata de que puedan ver determinadas conexiones y de hacerles percibir al mismo tiempo todos los elementos del plano general, de forma que no se vean reducidos a lo que llamaré, intencionadamente, el ceremonial de los itinerarios establecidos .

1)
Llegamos pues con Juanito al punto donde aparecen la angustia y la fobia, cuando las cosas, en aquella situación, no iban tan mal. Les recuerdo que las distinguí una de otra, ateniéndome estrictamente en este punto a lo que pueden ustedes encontrar en el texto de Freud.

Se trata de topografía y no de un paseo al azar, aunque será un paseo nada habitual el que me permitirá, como espero, representarles esta topografía. Aunque es inhabitual, este paseo ya ha sido recorrido, se encuentra en la observación de Juanito.

Sólo quiero mostrarles cosas que el primer imbécil que viniera podría encontrar—salvo un psicoanalista, porque no es el primer imbécil. Tenemos como referencia la tabla que ya les di en nuestro penúltimo encuentro.

El objeto imaginario de la castración es, por supuesto, el falo. La madre simbólica se convierte en real en la medida en que se manifiesta rehusando el amor. El objeto de la satisfacción, el seno por ejemplo, se convierte a su vez en simbólico de la frustración, denegación de objeto de amor. El agujero real de la privación es precisamente algo que no existe. Al ser lo real por naturaleza pleno, es preciso, para hacer un agujero real, introducir un objeto simbólico.

¿De qué se trata? Hemos llegado, en el proceso llamado edípico, al siguiente punto. Para convertirse en objeto de amor para esa madre que para él es lo más importante, incluso es esencialmente lo que importa, el niño se ve llevado progresivamente a advertir que ha de introducirse como tercero, ha de meterse en alguna parte entre el deseo de su madre, deseo que aprende a experimentar, y el objeto imaginario que es el falo.

Debemos postular esta representación, porque es la más simple que nos permite sintetizar toda una serie de accidentes, imposibles de concebir salvo como fruto de la estructura de relaciones simbólica e imaginaria del período preedípico. Se encuentra estrictamente articulada en el capítulo de los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad titulado Die infantile Sexualforschung, es decir Las investigaciones del niño, o las Teorías infantiles sobre la sexualidad, donde verán formulado, como yo les digo, que las perversiones, lo que así suele llamarse, se conciben y se explican en su conjunto en relación con la teoría infantil de la madre fálica y la necesidad del paso por el complejo de castración.

Todavía hay gente capaz de sostener que la perversión es algo fundamentalmente tendencial, instintual, y que en realidad su densidad y su equilibrio se deben a un cortocircuito en el sentido de la satisfacción. Creen interpretar así la noción freudiana de la perversión como negativo de la neurosis, como si en sí misma la perversión fuera la satisfacción reprimida en la neurosis, como si fuera su positivo. Lo que dice Freud es exactamente lo contrario. El negativo de una negación no es en absoluto obligatoriamente su positivo, como lo demuestra Freud al afirmar claramente que la perversión esta estructurada en relación con todo lo que se ordena en torno a la ausencia y la presencia del falo. La perversión siempre tiene alguna relación con el complejo de castración, aunque sea como horizonte. En consecuencia, desde el punto de vista genético, está al mismo nivel que la neurosis. Puede estar estructurada como su negativo, o más exactamente su inverso, pero no menos que ella, y por la misma dialéctica, por emplear el vocabulario que suelo emplear aquí.

La importancia que enseguida le dio Freud a la propia noción de la teoría infantil y a su papel en la economía del desarrollo del niño merece, sin discusión, que la examinemos detenidamente. El pleno desarrollo de esta concepción, es decir el capítulo que les he indicado, no fue añadido a los Tres ensayos hasta bastante después de la primera edición —en 1915, creo, porque la edición alemana tiene el inconveniente de no recordar en cada capítulo la fecha de su incorporación a la composición del libro.

Sólo la importancia de las teorías infantiles de la sexualidad en el desarrollo libidinal debería ya enseñar a un psicoanalista a relativizar la noción, monolítica y algo peyorativa, que manipula a diestro y siniestro bajo el término de intelectualización. Algo que se presenta de entrada como situado en el dominio intelectual puede tener, evidentemente, una importancia que la simple oposición masiva entre lo intelectual y lo afectivo será incapaz de explicar. Las llamadas teorías infantiles, es decir, la actividad de investigación propia del niño en lo referente a la realidad sexual, responde a una necesidad bien distinta que eso que llamamos, además incorrectamente, con una noción vaga, la actividad intelectual, cuyo carácter superestructural admite de forma más o menos implícita el fondo de creencia que constituye el orden de la conciencia común.

Algo muy distinto es lo que está en juego en esta actividad. Es mucho más profunda, si es que podemos emplear este término. Interesa al conjunto del cuerpo. Engloba toda la actividad del sujeto y motiva todo lo que podemos llamar sus temas afectivos, es decir que dirige los afectos y las afecciones del sujeto de acuerdo con líneas de imagenes maestras. En suma, corresponde a toda una serie de efectuaciones, en el sentido más amplio, que se manifiestan por medio de acciones irreductibles a fines utilitarios. Podemos clasificar este conjunto de acciones o actividades bajo un término que tal vez no sea el mejor, ni el más global, pero lo tomo por su valor expresivo, el de actividades no sólo de ceremonia, sino de culto.

Ya saben ustedes todo lo que se puede introducir en este registro, tanto en la vida individual como en la vida colectiva. No hay ningún ejemplo de actividad humana que prescinda de él. Incluso las civilizaciones de tendencia marcadamente utilitaria y funcional ven desarrollarse, singularmente, estas actividades ceremoniales en los reductos más insólitos. Ha de haber alguna razón para que esto ocurra. En suma, para centrar el valor exacto de las llamadas teorías infantiles de la sexualidad y todo ese orden de actividades que en el niño se estructuran a su alrededor, hemos de referirnos a la noción de mito.

Para darse cuenta no hace falta ser muy docto en la materia, quiero decir haber profundizado en la noción de mito, lo cual sin embargo es mi intención hacer aquí. Trataré de hacerlo despacio, por etapas, pues por otra parte me parece necesario acentuar siempre la continuidad entre nuestro campo y los elementos referenciales con los que en mi opinión debo conectarlo. No pretendo en absoluto, como alguna vez me han dicho, darles aquí una metafísica general, ni cubrir todo el campo de la realidad. Sólo quiero hablarles de la nuestra y de las más vecinas, las más inmediatamente conexas. Sería del todo incorrecto caer en un sistema del mundo, como se hace con mucha frecuencia al proyectar nuestro dominio, de forma bien pobre e insuficiente, sobre toda una serie de órdenes y de campos escalonados de la realidad, pretextando que pueden tener alguna analogía de conjunto con lo que hacemos, porque lo pequeño siempre reproduce lo grande. Esta proyección no puede de ninguna manera agotar la realidad, ni el conjunto de los problemas humanos. Por otra parte, sería aberrante aislar por completo nuestro campo y negarnos a ver, no lo que en él es análogo, sino que está directamente conectado, en contacto, embragado, con una realidad a la cual podemos acceder a través de otras disciplinas, otras ciencias humanas. Establecer estas conexiones me parece indispensable para situar adecuadamente nuestro dominio, incluso tan sólo para orientarnos.

Si ahora es conveniente introducir la noción del mito, es porque vamos a parar con la mayor naturalidad a la noción de las teorías infantiles. Como han podido advertir desde que les voy hablando Juan, si esta observación es un laberinto, incluso un lío a primera vista, es por el lugar que en ella ocupan toda una serie de elucubraciones de Juanito, algunas de ellas muy ricas, que dan una impresión de proliferación y de lujo. Por fuerza han de ver que todo esto entra en la categoría de esas elaboraciones teóricas cuyo papel es bastante importante. Abordaremos el mito simplemente como una evidencia primera.

Lo que se llama un mito, ya sea religioso o folklórico, independientemente de la etapa de su legado que se considere, se presenta como un relato. Pueden decirse muchas cosas sobre este relato, tomando distintos aspectos estructurales. Puede decirse, por ejemplo, que tiene algo de atemporal. Puede tratarse de definir su estructura en relación con los lugares que define. Podemos considerarlo en su forma literaria, que tiene un parentesco sorprendente con la creación poética—pero al mismo tiempo el mito es muy distinto, porque muestra ciertas constancias en absoluto sometidas a la invención subjetiva.

También indicaré el problema planteado por el carácter de ficción que el mito tiene en conjunto. Pero esta ficción presenta una estabilidad que no la hace nada maleable para las modificaciones que puedan aportarse, o, más exactamente, implica que cualquier modificación supone al mismo tiempo alguna otra, sugiriendo así invariablemente la noción de una estructura. Por otra parte, esta ficción mantiene una singular relación con algo que siempre se encuentra detrás implicado, contiene incluso su mensaje formalmente indicado—se trata de la verdad. He aquí algo que no se puede separar del mito.

En algún lugar en el Seminario sobre «La Carta robada», a propósito del hecho de que estaba analizando una ficción, llegué a escribir que esta operación era, al menos en cierto sentido, completamente legítima, pues por otra parte, decía, en toda ficción correctamente estructurada es palpable esa estructura que, en la propia verdad, puede designarse como igual a la estructura de la ficción. La verdad tiene una estructura, por así decirlo, de ficción.

El mito se presenta también en cuanto a sus miras como carácterísticamente inagotable. Por emplear un término antiguo, digamos que participa del carácter de un esquema en el sentido kantiano. Está mucho más cerca de la estructura que de cualquier contenido, y vuelve a reproducirse y a aplicarse de nuevo, en el sentido más material del término, sobre todo tipo de datos, con la eficacia ambigüa que lo carácteriza. Lo más adecuado, es decir, que esa especie de molde dado por la categoría mítica es un cierto tipo de verdad que, por limitarnos a nuestro campo y a nuestra experiencia, por fuerza hemos de considerar como una relación del hombre—pero ¿con qué?

No daremos a este con qué una respuesta demasiado rápida, ni azarosa, ni fácil. Responder con la naturaleza nos dejará insatisfechos tras las observaciones que les hice sobre el hecho de que la naturaleza, tal como se le presenta al hombre, tal como se coapta con él, está siempre profundamente desnaturalizada. Responder con el ser seguramente no es inexacto, pero tal vez sería ir demasiado lejos y desembocaríamos en la filosofía, aunque fuese la más reciente, la de nuestro amigo Heidegger, por pertinente que sea esta referencia. Disponemos sin duda de referencias más próximas y de términos más articulados, que son los que podemos abordar ínmediatamente en nuestra experiencia.

En nuestras manos está darnos cuenta de que se trata de los temas de la vida y la muerte, la existencia y la no existencia, muy especialmente el nacimiento, es decir, la aparición de lo que todavía no existe. Se trata por lo tanto de temas vinculados, por una parte, con la existencia del propio sujeto y con los horizontes que le proporciona su experiencia, y por otra parte, con el hecho de su sujeción a un sexo, su sexo natural. A esto se consagra la actividad mítica en el niño, como nos enseña nuestra experiencia. Y demuestra estar también, por su contenido y por sus miras, completamente de acuerdo, aún sin coincidir del todo, con lo que se inscribe con el propio término de mito en la exploración etnográfica.

Los mitos, tal como se presentan en su ficción, siempre apuntan más o menos, no al origen individual del hombre, sino a su origen específico, la creación del hombre, la génesis de sus relaciones nutricias fundamentales, la invención de los grandes recursos humanos, el fuego, la agricultura, la domesticación de los animales . Vemos también como se plantean constantemente la relación del hombre con una fuerza secreta, maléfica o benéfica, pero esencialmente carácterizada por lo que tiene de sagrado.

Esta potencia sagrada, diversamente designada en los relatos míticos que explican como entró el hombre en relación con ella, nosotros podemos situarla como manifiestamente idéntica al poder de la significación, y muy especialmente de su instrumento significante. Se trata de la potencia que hace al hombre capaz de introducir en la naturaleza la conjugación de lo próximo y lo lejano como el hombre y el universo, capaz también de introducir en el orden natural, no sólo sus propias necesidades y los factores de transformación que de ellas dependen, si no más allá de esto, la noción de una identidad profunda siempre inaprehensible entre, por una parte, su poder de manejar el significante o de ser manejado por él, de incluirse en un significante, y, por otra parte, su poder de encarnar la instancia de este significante en una serie de intervenciones que en su origen no se presentan como actividades gratuitas, me refiero al poder de realizar la pura y simple introducción del instrumento significante en la cadena de las cosas naturales.

La relación de contigüidad entre los mitos y la creación mítica infantil queda suficientemente indicada por las similitudes que acabo de plantearles. De ahí el interés para nosotros de la investigación de los mitos, de la mitología científica o comparada, que, desde hace algún tiempo y cada vez más, se elabora de acuerdo con un método cuyo carácter de formalización indica por sí sólo que ya se ha franqueado cierto paso. La fecundidad resultante de esta formalización permite pensar que lo adecuado es continuar en esta dirección, y no con el método de las analogías, las referencias culturalistas y naturalistas, empleado hasta ahora en el análisis de los mitos.

La formalización aísla en los mitos elementos o unidades cuyo funcionamiento estructural es, en su nivel propio, comparable, sin ser idéntico, al que aíslan el estudio de la lingüística y las elaboraciones de los diferentes elementos taxonómicos modernos. Tales elementos han podido ser aislados y su eficacia puesta en práctica. Son las unidades de la construcción mítica, que definimos con el nombre de mitemas.

Si experimentamos con una serie de mitos, sometiéndolos a la prueba de esta descomposición para ver como funciona su recomposición, nos percatamos de una sorprendente unidad entre los mitos en apariencia más distantes, a condición de dejar de lado cualquier analogía facial. Por ejemplo, no se nos ocurriría decir que un incesto y un asesinato son cosas equivalentes, pero la comparación de dos mitos, o de dos niveles de un mito, puede ponerlo de manifiesto. En los distintos vértices de una constelación que recuerda a esos pequeños cubos que el último día les dibujé en la pizarra, disponemos, por ejemplo, los términos padre y madre, siendo la madre desconocida para el sujeto. En la primera generación hay incesto. Cuando pasas a la siguiente generación, un inventario punto por punto, de acuerdo con leyes cuyo único interés consiste en proporcionar una formalización libre de ambigüedades, muestra que la noción de hermanos gemelos es la transformación de la pareja padre-madre en la primera generación, y que el asesinato, el de Polinice, se sitúa en el mismo lugar que el incesto. Todo se basa en la operación de transformación, ya regulada por cierto número de hipótesis estructurales sobre como tratar el mito.

Esto nos da una idea del peso, de la presencia, de la instancia del significante de por sí, de su impacto propio. Lo que se aísla es siempre de algún modo lo más oculto, porque se trata de algo que en sí no significa nada, pero sin duda es portador de todo el orden de las significaciónes. Si existe algo de esta naturaleza, en ninguna parte es más sensible que en el mito.

Este preámbulo les indica con qué ánimo abordaremos, para someterla a esta misma prueba, la proliferación de temas, a primera vista francamente imaginativos, que encontramos en la observación de Juanito.

2)
¿Hasta qué punto son auténticos estos temas imaginativos de Juaníto? El propio Freud dice que bien podrían ser obra de alguna sugestión.

Pero el término de sugestión, ¿acaso debe tomarse aquí en su sentido más simple?—es decir que lo articulado por un sujeto pasa a otro en estado de verdad admitida, al menos aceptada, a la que se añade cierto carácter de creencia, y constituye de alguna manera un disfraz de la realidad. El propio término de sugestión implica alguna duda sobre la autenticidad de una determinada construcción, en la medida en que recibida por el sujeto, lo que introduce una crítica fácil y sin duda legítima, ¿por qué no? ¿No merece ser tomada en consideración? ¿A qué más que a nosotros le corresponde decirlo, si la organización simbólica del mundo, con los elementos culturales que la sostienen, no pertenece por su propia naturaleza a nadie y todo sujeto debe recibirla? ¿No es éste el fundamento indiscutible de la noción de sugestión?

No sólo existe esta sugestión en el caso de Juanito, sino que la vemos desplegarse a cielo abierto. El estilo interrogatorio del padre se presenta en todo momento como una verdadera inquisición, a veces acuciante, que incluso tiene el carácter de una dirección de las respuestas del niño. Como Freud subraya en muchas ocasiones, el padre interviene de forma aproximada, a bulto, incluso con evidente torpeza. En su forma de registrar las respuestas del niño se aprecian todo tipo de malentendidos, y trata de comprenderlas demasiado y demasiado de prisa, cosa que Freud subraya igualmente. Resulta evidente cuando se lee la observación— construcciónes de Juan están lejos de ser independientes de la intervención paterna, con sus fallos constantes, indicados por Freud, hay una sensible correspondencia, como también la hay en lo que se refiere a su comportamiento. Se ve incluso, a partir de cierto momento, como se acelera, se embala, y entonces la fobia adquiere un carácter de hiper productividad muy notabla.

No obstante, es en extremo interesante observar a que corresponden los diferentes momentos de la producción mítica en Juanito, a pesar de su carácter imaginativo, con todo lo que el término contiene implícitamente, en el uso común, de invención gratuita. Recientemente, a propósito de una de mis presentaciones de enfermos, alguien me había recalcado el carácter imaginativo de algunas de las construcciónes del enfermo a quien yo había interrogado, lo que según el indicaba no se que nota histérica de sugestión o de efecto de sugestión, cuando fácilmente se vela que no era así de ningún modo. Aunque fuese provocada o estimulada por una pregunta, la productividad predelirante del enfermo se había manifestado estrictamente de acuerdo con sus propias estructuras, con su sello propio y su poder de proliferación.

En el caso de Juan, no se tiene en ningún momento la impresión de una producción delirante. Lo que es más, tenemos la clara impresión de una producción de juego. Es incluso tan lúdica, que el propio Juan tiene alguna dificultad para concluir y mantenerse en la vla que ha tomado, por ejemplo, esa historia magnífica, disparatada, casi una farsa, sobre la intervención de la cigüeña en el nacimiento de su hermanita Ana. Así, es capaz de decir —Además, después de todo, no os creáis lo que acabo de decir. De todos modos, en este mismo juego, lo que aparece no son tanto términos constantes como cierta configuración. A veces es algo fugaz y otras veces se capta tan claramente que resulta chocante.

A esto quiero introducirles, a la necesidad estructural que gobierna, no sólo la construcción de cada uno de los que podemos llamar, con las precauciones de costumbre, los pequeños mitos de Juanito, sino también su progreso y sus transformaciones. En particular quiero que estén atentos a esto, que no siempre es por fuerza su contenido lo importante, quiero decir la reviviscencia más o menos ordenada de estados ahímicos anteriores, por ejemplo el llamado complejo anal.

El complejo anal desempeña su papel en la observación, pero no va más allá de lo que Juan se deja llevar a mostrar a propósito del Lumpf: su aparición es totalmente inesperada para el padre —Freud dice que le había dejado deliberadamente en la ignorancia respecto de dos temas que muy probablemente iba a encontrar, como él, Freud, había previsto, y que en efecto surgieron durante la exploración del niño por el padre, a saber, el complejo anal y, ni más ni menos, el complejo de castración.

No olvidemos que si bien en la época en que nos situamos, 1906-1908, el complejo de castración es ya una clave capital para Freud, todavía no ha sido completamente puesta en claro y revelada a todos como la clave central, ni mucho menos. Es una pequeña clave que anda por ahí mezclada con las otras, con aire de poca cosa. En resumidas cuentas, Freud quiere decir que el padre no estaba en absoluto al corriente de que el complejo de castración es el eje principal por donde pasan tanto la instauración como la resolución de la constelación subjetiva, la fase ascendente y la fase descendente del Edipo.

Así, a lo largo de toda la observación de Juanito, vemos como reaccióna ante la intervención del padre real. Su cultivo intensivo bajo el fuego cruzado de la interrogación paterna demuestra haber sido favorable a una verdadera cultura de la fobia. Nada nos permite pensar que la fobia hubiera tenido tal continuación y tales ecos sin la intervención paterna, ni que hubiera tenido, en su núcleo, semejante desarrollo, esa riqueza, ni tampoco posiblemente esa insistencia tan imperiosa durante cierto tiempo. El propio Freud admite, asumiendo la parte que le corresponde, que momentáneamente pudiera haberse producido una inflamación, una precipitación, una intensificación de la fobia bajo la acción del padre.

Esto no son más que simples evidencias, pero había que decirlas. Volvamos al punto que nos ocupa. Para no dejarles con todo este barullo, les indicaré el esquema general alrededor del cual se ordena de forma satisfactoria para nosotros lo que trataremos de comprender del fenómeno del análisis de Juan , su comienzo y sus resultados .

Juan se encuentra pues en determinada relación con su madre, en la cual se mezclan la necesidad directa que tiene de su amor y lo que hemos llamado el juego del señuelo intersubjetivo. Este juego se manifiesta claramente y en todo momento en lo que dice el niño desde el inicio de la observación. Necesita que su madre tenga un falo, lo que no significa que este falo sea para él algo real. Por el contrario, en todo momento se evidencia en sus dichos la ambigüedad que revela a esta relación en una perspectiva de juego. Al fin y al cabo, el niño sabe algo, desde luego, al menos lo indica cuando dice —Precisamente había pensado…— y se interrumpe. Lo que ha pensado es —¿Mamá tiene o no tiene? Entonces se lo pregunta a ella, y le hace decir que sí tiene Wiwimacher, ¿Y quién sabe si la respuesta le deja satisfecho, y hasta que punto? Macher no se ha traducido del todo, porque indica la idea de un obrero, de un agente, como en Uhrmacher— es un hacedor de pipí. En este caso está también implicado el masculino, que se encuentra igualmente en otras palabras precedidas por el prefijo wiwi.

Cuando las relaciones del niño con su madre están completamente impregnadas de esa intimidad que podemos ver y ambos se encuentran en la connivencia del juego imaginario, de pronto se produce cierta descompensación que se manifiesta con una angustia referida de forma muy precise a sus relaciones con la madre.

La última vez tratamos de ver a que respondía esta angustia. Esta vinculada, como hemos dicho, con diversos elementos de real que vienen a complicar la situación. Estos elementos de real no son unívocos. Hay alguna novedad en cuanto a los objetos de la madre, a saber, el nacimiento de la hermanita, con todas las reacciónes que suscita en Juan, las cuales no obstante no se manifiestan enseguida, pues la fobia no estallara hasta quince meses después. Esta la intervención del pene real, con las complicaciones que introduce, pero ya esta en juego desde hace al menos un año, cuando el niño confeso verbalmente la masturbación, gracias a las buenas relaciones que mantiene con sus padres.

De cualquier forma, ¿cómo pueden entrar en juego estos elementos de descompensación? La última vez lo planteamos.

Por una parte, Juan queda excluido, cae de la situación, es expulsado por la hermanita. Por otra parte, el falo interviene bajo una forma distinta —me refiero a la masturbación. Se trata del mismo objeto, pero se presenta de una forma completamente distinta por la integración de las sensaciones vinculadas, por lo menos, con la turgencia y, muy posiblemente, con algo que podemos llegar a calificar de orgasmo, sin eyaculación, claro. Esto plantea un problema, el difícil problema del orgasmo en la masturbación infantil. Freud no lo resuelve, porque por entonces no cuenta con suficientes observaciones para abordarlo, y yo mismo tampoco lo abordare de buenas a primeras. Les indico tan sólo que esta en el horizonte de nuestra discusión.

Es curioso que Freud no se pregunte si el jaleo, el tumulto, Krawall, uno de los temores que el niño siente ante el caballo, puede tener alguna relación con el orgasmo, incluso un orgasmo distinto del suyo. En cuanto a sí pudo entrever alguna escena entre los padres, Freud admite sin ninguna dificultad su afirmación de que el niño no ha podido ver nada. Es un pequeño enigma que conseguiremos resolver.

Toda nuestra experiencia nos indica que hay manifiestamente en el pasado de los niños, en sus vivencias y en su desarrollo, un elemento muy difícil de integrar. Hace mucho que insistí —tanto en mi tests como en un texto casi contemporáneo— en el carácter devastador, muy especialmente en el paranoico, de la primera sensación orgásmica complete. ¿Por qué en el paranoico? Trataremos de responder a esto de paso. Pero en determinados sujetos encontramos constantemente el testimonio del carácter de invasión desgarradora, de irrupción perturbadora, que presentó para ellos esta experiencia. Con eso basta para indicarnos, en este rodeo en el que nos encontramos, que la novedad del pene real debe jugar su papel como elemento de difícil integración.

Sin embargo, si esto duraba desde hacía ya algún tiempo, no es lo que se presenta en primer plano en el momento de la eclosión de la angustia. ¿por que se produce la angustia en ese momento y sólo en ese momento? Evidentemente, la pregunta sigue abierta.

3)
Así, he aquí a nuestro Juanito cuando llega al punto en el que aparece la fobia.

Sin duda, como lo demuestra claramente la continuación de la observación, no es Freud, sino el padre, en comunicación con él, quien concibe enseguida que se trata de algo debido a una tensión con la madre. En cuanto a lo que desencadena en particular la fobia, a cual es el detonante del trastorno, el padre no esconde, desde las primeras líneas de su carte a Freud, con la claridad que da todo su valor al primer relato de la observación, que —No sabría decirle cuáles, dice, y se pone a describir la fobia.

¿De qué se trata? Dejemos de lado lo que sigue y reflexionemos.

Hemos dado toda su importancia a la madre y a la relación simbólica imaginaria del niño con ella. Decimos que la madre se presenta para el niño con la exigencia de lo que le falta, a saber el falo que no tiene. Dijimos—este falo es imaginario. ¿Para quien es imaginario? Es imaginario para el niño. ¿Por qué lo decimos? Porque Freud nos dice que esto juega un papel en la madre. ¿Por qué? Me dirán ustedes, porque el lo descubrió. Pero si lo descubrió, es porque es verdad. Y si es verdad, ¿por qué es verdad?

Se trata de saber en que sentido es verdad. Los analistas, muy especialmente los analistas de sexo femenino, a menudo objetan que no ven porque las mujeres han de estar más destinadas que los demás a desear precisamente lo que no tienen, o a creer que les falta. Pues bien, por razones —limitémonos a esto— relaciónadas con la existencia del significante y su insistencia carácterística. Si el falo se impone de forma predominante entre otras imagenes al deseo de la madre, es porque tiene un valor simbólico en el sistema significante y se retransmite así a través de todos los textos del discurso interhumano.

¿El problema, no es que, precisamente en este rodeo, en este momento de descompensación, el niño ha de dar un paso literalmente infranqueable por sí sólo? ¿Cuál es este paso? Hasta entonces, jugaba con el falo deseado por la madre, con el falo convertido para el en un elemento del deseo de la madre y, en consecuencia, en algo por lo que se debía pasar para cautivar a la madre. Este falo es un elemento imaginario. Ahora el niño ha de advertir que este elemento imaginario tiene valor simbólico. Y esto es lo insuperable para él.

En otras palabras, el niño se introduce de golpe en el sistema del significante o del lenguaje, definiéndolo sincrónicamente, o en el sistema del discurso, definiéndolo diacronicamente, pero no lo hace en toda la envergadura del sistema, sino de una forma puntual a propósito de las relaciones con la madre, que esta presente o ausente. Pero esta primera experiencia simbólica es del todo insuficiente . No se puede construir el sistema de las relaciones del significante en toda su amplitud en base al hecho de que algo a lo que se ama está o no está. No podemos conformarnos con dos términos, se necesitan más.

Hay un mínimo de términos necesario para el funcionamiento del sistema simbólico. Se trata de saber si son tres o si son cuatro. Indudablemente, no son sólo tres. El Edipo, desde luego, nos da tres, pero sin duda implica un cuarto término, porque el niño ha de franquear el Edipo. Por lo tanto, aquí ha de intervenir alguien, y este es el padre.

Nos explican como interviene el padre contándonos la historia de siempre, la rivalidad con el padre y el deseo inhibido por la madre. Aquí, cuando vamos paso a paso, vemos que nos encontramos en una situación particular. Ya lo hemos dicho. El padre de Juan tiene una curiosa forma de presencia. Lo que cuenta en todo esto, ¿es sólo el grado de carencia paterna? ¿Tenemos que fiarnos de carácterísticas supuestamente reales y concretas, que tan difícil resulta averiguar en que quedan? Porque ¿qué significa exactamente eso de que el padre real es más o menos carente?

En cuanto a esto, todo quisque se conforma con aproximaciones, y finalmente nos dicen, sin fijarse siquiera, en nombre de no se que lógica que sena supuestamente la nuestra, que en este punto las cosas son más contradictorias. Pues bien, por el contrario, para nosotros todo se ordena en función de que para el niño determinadas imagenes tienen un funcionamiento simbólico.

¿Qué quiere decir esto? Las imagenes que en ese momento le aporta la realidad a Juan, tal vez demasiado abundantes, presentes, proliferantes, se encuentran en un estado de incorporación manifiesto. Para él se trata de conciliar el mundo de la relación materna —que, en conjunto, había funcionado con armonía hasta entonces— con aquel elemento de abertura imaginaria, o de falta, que lo hacía tan divertido, incluso tan excitante para la madre. En algún momento se dice que la madre se irrita ligeramente cuando el padre dice que el niño se vaya de la cama, y protesta, juega, coquetea. Ese wohl gereitz que se traduce por bastante irritada quiere decir aquí muy excitada. Por supuesto, si Juanito esta ahí, en la cama de su madre, es por algo. Ya sabremos exactamente por que está ahí, este es uno de los ejes de la observación.

Les ilustraré lo que voy a decirles afirmando que las imagenes son, en principio, las surgidas de la relación con la madre, pero también hay otras, nuevas, que el niño no afronta nada mal. En cuanto hay una hermanita y, en este mundo de la madre, las cosas no pueden encajar de forma tan simple, intervienen nociones como la de lo grande y lo pequeño, opuestas formando distintas antinomias, como la de lo que esta y lo que no esta, pero aparece, etc. Y Juanito se las apana muy bien con estas nociones en el plano de la realidad, lo vemos manejar todo esto extremadamente bien. Cuando había de su hermana, dice —Todavía no tiene dientes, lo que implica que cuenta con una noción muy exacta de esta emergencia.

Las ironías de Freud están fuera de lugar. No hace falta pensar que este niño es un metafísico. Lo que dice es completamente sano y normal, se enfrenta enseguida con nociones nada evidentes, que son tres. En primer lugar, la emergencia, la aparición de algo nuevo. En segundo lugar, el crecimiento —crecerá, o eso que no tiene crecerá, no hay porque ironizar en este punto. Finalmente, la proporción o la talla, que es el término más simple, al parecer, pero no el más inmediato.

Le hablan de todo esto al niño y parece demasiado pronto todavía para que acepte las explicaciones que le dan. Hay quien no tiene, el sexo femenino no tiene falo, esto es lo que le dice su padre. Pero este niño, muy capaz de manejar nociones diestramente y con pertinencia, como ya antes ha demostrado, en vez de conformarse con esto, empieza a darle tantas vueltas que a primera vista parece algo enfermizo, cause estupor, asusta. Al final se encuentra la solución al problema, pero esta claro que para llegar ahí ha de seguir caminos increíblemente desviados con respecto a su aprehensión de las formas susceptibles de objetivar lo real satisfactoriamente. Encontraremos constantemente el franqueamiento, la elevación de lo imaginario a lo simbólico, y ya verán que esto no puede producirse sin una estructuración en círculos por lo menos ternarios, algunas de cuyas consecuencias les mostraré la próxima vez.

Hoy mismo les daré un ejemplo.

Siguiendo instrucciónes de Freud —la próxima vez verán que significan estas instrucciónes de Freud— su padre le recalca a Juan que las mujeres no tienen falo y que es inútil que lo busque. Que sea Freud quien le haga intervenir así, es algo increíble, pero dejemos esto de lado.

¿Cómo reaccióna el niño ante esta intervención del padre? Reaccióna con el fantasma de las dos jirafas.

El niño aparece en plena noche, tiene miedo, se refugia en la habitación de sus padres, todavía no quiere decirles que ha pensado, se duerme. Le llevan de vuelta a su habitación y, a la mañana siguiente, le preguntan otra vez de que se trata. Se trata de un fantasma. Ahí, una jirafa grande, aquí, una jirafa pequeña, zerwutzelte, que traducer como arrugada y es arrugada en forma de bola. Le preguntan al niño qué es eso y él se lo muestra tomando un trozo de papel y haciendo con el una bola.

¿Cómo se interpreta esto? Inmediatamente, para el padre no cabe duda. De estas dos jirafas, la grande es el símbolo del padre. La pequeña, de la que el niño se apodera para sentarse encima de ella, mientras la grande da fuertes gritos, es una reacción frente al falo materno y está relaciónada con la nostalgia de la madre y con su falta. Todo esto, el padre lo va nombrando enseguida, lo percibe, lo reconoce, lo localiza, como la significación de la jirafa pequeña, y ello no le impide, sin que le parazca contradictorio, hacer de la pareja de jirafas la pareja padre-madre. Todo esto plantea problemas muy interesantes. Puede discutirse hasta el infinito sobre Si la jirafa grande es el padre, si la pequeña es la madre. En efecto, para el niño se trata de recuperar la posesión de la madre para mayor irritación, incluso cólera, del padre. Ahora bien, esta cólera nunca se produce en lo real, el padre nunca se deja llevar por la cólera, y Juanito se lo señala —Tienes que enfadarte, has de estar celoso. En suma, le explica el Edipo. Desgraciadamente, el padre nunca está dispuesto a encarnar al dios del trueno.

Detengámonos un poco en algo que aquí resulta tan claro. Una jirafa grande y una jirafa pequeña, son semejantes, la una es el doble de la otra. Por una parte, hay grande y pequeño, pero por otra parte, esta el igualmente jirafa. En otras palabras, volvemos a encontrar aquí algo del todo análogo a lo que les decía la última vez sobre el niño capturado en el deseo fálico de la madre como una metonimia. El niño, en su totalidad, es el falo. Así, cuando se trata de restituirle a la madre su falo, el niño faliciza a la madre entera, bajo la forma de un doble. Fabrica una metonimia de la madre. Lo que hasta ese momento era sólo el falo enigmático y deseado, creído y no creído, sumido en la ambigüedad, la creencia, el juego tramposo con la madre que es nuestro término de referencia, pues bien, eso empieza a articularse como una metonimia. Y por si fuera poco, para mostrarnos claramente la introducción de la imagen en un juego propiamente simbólico, para explicarnos claramente que ahí hemos franqueado el paso de la imagen al símbolo, esta esa jirafa pequeña que nadie entiende, con lo visible que es. El propio Juan nos lo dice, esa pequeña jirafa es hasta tal punto un símbolo, que es sólo un dibujo sobre una hoja de papel que se puede arrugar.

El paso de lo imaginario a lo simbólico no tiene mejor traducción que a través de esos detalles aparentemente contradictorios e inconcebibles. Lo que cuentan los niños siempre lo convertimos en algo que participa del dominio de las tres dimensiones, cuando resulta que en el juego de los símbolos algo se encuentra también en las dos dimensiones . En La Carta robada les señalé el momento en que de la carta ya sólo queda lo que la reina tiene en sus manos, y con ella sólo se puede hacer una bola. Es como ese gesto de Juan, en su esfuerzo por hacer entender de que va eso de la jirafa pequeña. La jirafita arrugada significa algo del mismo orden que el dibujo de una jirafa que en otra ocasión le había hecho a Juan su padre y que les voy a dar enseguida, con el hace pipi añadido por el niño. Este dibujo estaba ya en la via del símbolo, porque mientras el resto esta completamente perfilado y todos los miembros están en su sitio, el hacepipl añadido a la jirafa es verdaderamente gráfico, es un trazo, y encima, para que no podamos ignorarlo, separado del cuerpo de la jirafa.

Ahora entramos en el gran juego del significante, el mismo a propósito del cual les di el Seminario sobre La Carta robada. La jirafa pequeña es un doble de la madre, reducido al soporte siempre necesario como vehículo del significante, o sea algo que se puede tomar, que se puede arrugar y puede uno sentarse encima. Es un testimonio. Sí, el pequeño enamorado tiene en mano algo que es una especie de notificación, un tratado.

Observen que no sólo podemos captar el paso de lo imaginario a lo simbólico en este punto, hay muchos otros, de toda clase. Vemos como se va estableciendo poco a poco un paralelo entre la observación del hombre de los lobos y la de Juanito, y podemos comparar las vías por las cuales, en uno y otro cave, se aborda la imagen fóbica. Todavía no hemos delimitado su significación, pero para hacerlo, primero es preciso recurrir a la experiencia de su abordaje por parte del niño. En el hombre de los lobos, es claramente una imagen, sin dude, pero una imagen que se encuentra en un libro de imagenes, y el objeto fóbico es ese lobo surgido del libro. Esto tampoco falta en Juan. En su libro de imagenes, en la misma página donde se encuentra la imagen que el mismo nos muestra, la de la caja roja donde la cigüeña trae a los niños, es decir, el nido de cigüeñas en lo alto de la chimenea, figura como por casualidad un caballo al que le están poniendo herraduras.

¿Qué encontraremos a lo largo de toda esta observación? Encontraremos, puesto que buscamos, estructuras que intervienen en una especie de movimiento rotatorio de esos instrumentos lógicos que se completan los unos a los otros, describiendo una especie de círculo por medio del cual Juanito busca la solución. ¿La solución de qué? Es que, en la serie formada por estos tres elementos o instrumentos llamados la madre, el niño y el falo, el falo ya no es tan sólo algo con lo que se juega, se ha vuelto rebelde, tiene sus fantasías, sus necesidades, sus exigencias, y arma follón por todas partes. Se trata de saber como se va a poner en orden todo esto, es decir, como se asentaran las cosas en este original trío.

Vemos aparecer aquí una triada.

Está agarrado, mi pene, angewachsen. He aquí una forma de garantía. Desgraciadamente, en cuanto le hacen declarar que esta agarrado, aparece inmediatamente un estalido de la fobia. Al parecer, también hay algún peligro en que esté agarrado.

Entonces vemos aparecer otro término, lo perforado. Si sabemos buscar este término de una forma acorde con el análisis de los temas míticos, lo vemos aparecer de mil formas. De entrada, el mismo Juanito, en un sueno, esta perforado, luego la muñeca esta perforada, y hay cosas perforadas de fuera adentro y de dentro afuera.

El tercer término que encuentra Juanito es particularmente expresivo, porque no puede deducirse de las formas naturales . Es un instrumento lógico que él introduce en su pasaje mítico, y junto con lo agarrado y el agujero abierto de lo perforado que deja un vacío, constituye el tercer vértice de un triángulo. Si el pene no esta agarrado, entonces ya no hay nada más, y por eso hace falta una mediación que permita ponerlo, quitarlo y volverlo a poner. En resumen, ha de ser amovible. ¿Para qué le sirve todo esto al niño? Para introducir el tornillo. El instalador o el cerrajero viene y desatornilla, después el instalador o el lampista viene y le desatornilla el pene para ponerle otro mayor.

La introducción de este instrumento lógico, de este tema tomado de su pequeña experiencia de niño, de este elemento mítico, conduce a la verdadera solución del problema, a través de la noción de que el falo es también algo incluido en el juego simbólico, se puede combinar, está fijo cuando está puesto, pero es movilizable, circula, es un elemento de mediación. De ahora en adelante el niño esta a punto de conseguir un pequeño respiro en su búsqueda frenética de mitos conciliadores, nunca satisfactorios, hasta llegar a la última solución que encuentra, una solución aproximada del complejo de Edipo, como ustedes verán.

Esto les indica en que dirección deben analizarse los términos y su uso en el caso de este niño. Otro problema planteado, y no es menor, es el de los elementos significantes que toma prestados de elementos simbolizados y hace intervenir en su simbolización. Por ejemplo, el caballo al que le están poniendo herraduras es una de las formas ocultas de solución para el problema de la fijación del elemento faltante. Este puede ser representado por cualquier cosa y, con mayor facilidad que por cualquier cosa, por cualquier objeto lo suficientemente duro. En resumidas cuentas, el objeto que, en esta construcción mítica, simboliza el falo de la forma más simple es la piedra. Lo encontramos por todas partes, en la escena principal con el padre, que es, como veremos, el verdadero dialogo resolutivo. Esta piedra, es también el hierro golpeado por el martillo en la pezuña del caballo, que desempeña un papel en el pánico auditivo del niño. En efecto, se asusta en particular cuando el caballo golpea el suelo con esa pezuña donde han fijado algo que no debe estar completamente fijado, problema que el niño resolverá al final con la solución del tornillo.

En resumen, este progreso de lo imaginario a lo simbólico constituye una organización de lo imaginario como mito, o al menos va en la dirección de una construcción mítica verdadera, es decir, colectiva, que es lo que nos recuerda constantemente, incluso nos recuerda a los sistemas de parentesco. No llega a serlo, hablando con propiedad, porque es una construcción individual, pero su progreso se efectúa en esa vía. Para encontrar una solución, es preciso haber realizado un numero mínimo de rodeos. Pueden encontrar el modelo de esta eficiencia en el esqueleto, o si lo prefieren la metonimia, que son esas historias mías de (escritura en giego). Algo de este orden es lo que el niño ha de recorrer hasta llegar a un punto determinado, para franquear el difícil paso de cierta carencia o hiancia y encontrar así descanso y un poco de armonía. Tal vez no todos los complejos de Edipo tengan que pasar por una construcción mítica semejante, pero indudablemente necesitan obtener la misma plenitud en la transposición simbólica. Puede que sea bajo una forma más eficaz, tal vez en acción. En efecto, la presencia del padre puede haber simbolizado la situación, por su ser o por su no ser.

Seguramente en el análisis de Juanito esta implicado el franqueamiento de algo de este orden , y espero mostrárselo más detalladamente la próxima vez.