Regla de oro. Valor combinatorio del significante. Juan en Alicia en el país de las maravillas. Burla e ingenuidad. Lo que se va por el agujera
La función del mito, esto es lo que nuestro avance en la observación de Juanito nos ha llevado a destacar de la crisis psicológica atravesada por este niño, función inseparable de la intervención paterna guiada por el consejo de Freud.
Esta noción global de lo que se llama mito, si la implicamos aquí no es a modo de metáfora. Le demos un valor técnico, que suponemos puede ser apreciado en su justa importancia. En efecto, si la creación imaginativa de Juan se va desarrollando constantemente al ritmo de las intervenciones del padre, que, sean más o menos diestras o torpes, están lo bastante orientadas para no apagar, sino por el contrario acabar estimulando la serie de sus producciónes, de todos modos esta creación se presenta como difícilmente separable de su síntoma, es decir, de su fobia, aunque ordenable con respecto a ella.
1)
La última vez llegamos al aniversario del 3 de Abril, cuando se revela lo que dice Juan sobre el contenido de su fobia.
Esa misma noche, el padre dice en suma que de todos modos, si bien su hijo se comporta con más valentía bajo los efectos de la intervención de Freud del 30 de Marzo, la fobia en sí misma ha adquirido mayor amplitud y parece enriquecerse, de forma ambigüa y ciertamente indiscernible, con detalles cuya incidencia se vuelve más sutil y complicada, a medida que Juan sabe confiar mejor como su fobia lo apremia y lo soborna.
Como ven ustedes, hago un esfuerzo para invertir, o más exactamente para restablecer en su mente la verdadera función del síntoma y sus producciónes diversamente calificadas que se han resumido bajo el nombre de síntomas transitorios en el análisis. Para que se aprecie el alcance de nuestro planteamiento, trataré de establecer cierto número de términos, de definiciones y, al mismo tiempo, de reglas.
Ya les dije el último día que si queremos hacer un trabajo verdaderamente analítico, verdaderamente freudiano, verdaderamente conforme a los principales ejemplos desarrollados por Freud para nosotros, debemos darnos cuenta de un hecho que sólo se confirma con la distinción del significante y del significado —ninguno de los elementos significantes de la fobia tiene sentido unívoco, ninguno equivale a un significado único.
Podemos fijarnos en muchos de ellos. El primero es, por supuesto, el caballo. Es imposible, de cualquier forma, considerar este caballo como un puro y simple equivalente, por ejemplo, de la función del padre. Decir que el caballo responde a una carencia del padre, como una especie de neoproducción, un equivalente del padre que de alguna forma lo representa o lo encarna, según la formula clásica de Tótem y tabú, es una vía fácil. Decir que el caballo juega un papel determinado por lo que ciertamente parece plantear problemas en ese momento, O sea el paso del estado preedípico al momento —en el sentido físico del término— edípico, estaba sin duda de acuerdo con lo que yo les estoy enseñando, pero seguiría siendo del todo insuficiente. El caballo en sí mismo no es lo que tal vez podrá llegar a ser efectivamente al final, a saber, ese caballo de aspecto orgulloso que Juan ve pasar por la calle y asocia con algo relaciónado con el orgullo viril del padre.
En un momento dado al final de tratamiento, en su acmé, Juan tiene esa famosa conversación con su padre, en la que le dice algo así —Debes estar enfadado conmigo, por ocupar ese lugar, por acaparar la atención de mi madre y ocupar tu lugar en su cama. Y esto a pesar de las negaciones del padre, quien le dice que el nunca ha sido malo. Das muss íDahr sein, insiste Juan, Ha de ser verdad. Así el niño, sin lugar a dudas debidamente adoctrinado desde hace algún tiempo, saca a relucir el mito edípico con un carácter imperativo muy especial, lo cual por otra parte no dejo de impresiónar a algunos autores, en especial a Robert Fliess, que tiene un artículo sobre esto en el número del IJP consagrado al centenario de Freud en Enero-Febrero de 1956.
El caballo, antes de cumplir de forma terminal esta función metafórica, ha jugado no pocos papeles distintos. Tenemos el caballo cuando esta enganchado. Juan nos da en este sentido, el 3 de Abril, todas las explicaciones posibles. Este caballo, ¿ha de estar enganchado, o no? ¿Ha de estarlo a un coche de un caballo o a un coche de dos caballos? En cada caso, la significación es distinta. Si en ese momento el caballo es simbólico de algo, lo es de la madre, como se verá por la continuación de forma más desarrollada. También simboliza el pene. En todo caso, esta irreductiblemente vinculado con ese coche, un coche cargada, como Juan subraya en la sesión del 3 de Abril, cuando explica que clase de satisfacción se obtiene de todo ese tráfico de enfrente de su caso, con esos coches que vienen y se van, y mientras están ahí son descargados y vueltos a cargar. Poco a poco se pone de manifiesto la equivalencia de la función del caballo, así como del coche, con el embarazo de la madre y el problema de la situación de los niños en el vientre de su madre, de su salida, del nacimiento. El caballo tiene en este momento una función muy distinta.
Hay otro elemento que suscita interrogantes, tanto por parte del padre como por parte de Freud, es el famoso Krawall, que significa ruido, tumulto, ruido desordenado, con algunas derivaciones austríacas por las que, al parecer, se puede llegar a usar incluso para designar un disturbio, un escándalo. En todos los casos se revela el carácter inquietante y angustioso del Krawall, tal como lo entiende Juanito. Se produce en particular cuando se cae el caballo del ómnibus, umiallen, que fue, según Juanito, uno de los sucesos precipitantes del valor fóbico del caballo. Fue entonces cuando pillo la Dummbeit, la tontería. Esa caída, que se produjo en una ocasión, estará siempre desde aquel momento en el trasfondo del temor al caballo. Es algo que puede sucederles a determinados caballos, en especial los caballos grandes enganchados a coches grandes, a coches cargados. La caída acompañada del pataleo del caballo, el Krawall, reaparecerá bajo más de un aspecto durante el interrogatorio de Juanito, sin que nunca, en ningún momento de la observación, nos den sobre esto una interpretación segura.
Por otra parte, es notorio que a lo largo de toda la observación ni Freud ni el padre pueden salir de dudas, deben mantener la ambigüedad, incluso abstenerse, en cuanto a la interpretación de cierto número de elementos. Se ve que por mucho que presionen al niño para hacerle confesar, aunque le sugieran todas las equivalencias, todas las soluciones posibles, sólo obtienen a cambio evasivas, alusiones, pretextos. A veces se tiene incluso la impresión de que, en cierto modo, el niño se burla.
De esto no cabe duda, a decir verdad. El carácter paródico de algunas de las fabulaciones del niño es manifiesto. Pienso en primer lugar en todo lo que se produce alrededor del mito de la cigüeña, que Juanito enriquece tanto, con todo lujo, lo carga de elementos humorísticos —la cigüeña entró, se quitó el sombrero, se sacó una llave del bolsillo, etc. Este aspecto paródico es tan caricaturesco, que no deja de resultarles chocante a los observadores.
¿Acaso se deben plantear aquí las insuficiencias de la observación, incluso su carácter incompleto? Por el contrario, en nuestra perspectiva todo esto se reordena, encuentra su lugar y nos conduce al meollo de la cuestión. Estos equívocos constituyen una fase demostrativa carácterística de la observación, una vía que nos muestra el camino de la forma de comprensión adecuada a lo que esta en juego, por una parte en la fobia, esa formación sintomática a la vez tan simple y tan rica, y por otra parte en el propio trabajo analítico. Como esta observación es freudiana, es decir, inteligente, no hay mejor ilustración del hecho de que el significante de por sí se distingue del significado.
El significante sintomático está constituido de tal forma que por su naturaleza cubre, en el curso del desarrollo y de la evolución, múltiples significados, y de los más diversos. No sólo lo hace por su naturaleza, sino que es su función.
El conjunto de los elementos significantes que obtenemos a lo largo de este pedazo de observación, el aparato significante del caso, esta hecho de tal forma que si no queremos que esta observación sea pura y símplemente un enigma, debemos imponernos al abordarla cierto número de reglas. En verdad no se ve porque había de considerarse confusa esta observación, incluso falida, y no cierta observación de cierto autor que tenemos por costumbre mencionar. Aún así no ha de resultarnos menos chocante el carácter arbitrario, provocado, sistemático, de las interpretaciones analíticas, especialmente en lo que al niño se refiere. Aquí tenemos una prueba de ello, precisamente porque la observación es notablemente rica y compleja, y porque nos proporciona una abundancia de producciónes muy poco habitual. Desde luego, si tenemos una sensación cuando nos adentramos en ellas, es la de perdernos. Por eso quisiera darles aquí algunas reglas que pueden formularse más o menos así.
Estas reglas, ya sea en el análisis del niño o en el del adulto, se refieren a todo aquel elemento que podamos considerar como significante en el sentido que aquí promovemos, es decir, que puede tratarse tanto de un objeto, como de una relación o de un acto sintomático, sea o no primitivo, incluso confuso, este objeto o esta relación o este acto sintomático.
Piensen en la primera aparición del caballo, cuando surge tras un lapso en el que se manifiesta la angustia del niño. El caballo juega aquí un papel que habremos de definir y que se muestra ya singularmente marcado por un carácter dialéctico. Esto es suficientemente sensible en el siguiente hecho. Cuando se trata de que su madre se vaya, en ese preciso momento, surge la angustia —tiene miedo de que el caballo entre en la habitación. Pero, por otra parte, ¿quién entra en la habitación? El, Juanito. Hay aquí por lo tanto una doble relación muy ambigüa, vinculada por una parte con la función de la madre por la vía de la tonalidad sentimental de la angustia, pero también por otra parte con Juanito por la vía de su movimiento y de su acto. Así, en cuanto aparece, el caballo está cargado de una profunda ambigüedad. Es ya un signo para todo uso, exactamente como un significante típico. Con sólo dar un paso en la observación de Juanito, esta llena de esto a rebosar.
Planteamos pues la siguiente regla —ningún elemento significante, objeto, relación, acto sintomático, por ejemplo en la neurosis, puede considerarse dotado de un carácter unívoco.
Esto tiene alguna consecuencia en lo que se refiere al tema de este año. Un elemento significante no es equivalente a ninguno de los objetos, a ninguna de las relaciones, ni a ninguna de las acciones, llamadas imaginarias en nuestro registro, en las que esta basada la noción de relación de objeto tal como se usa en la actualidad, con lo que tiene de normativo, de progresivo en la vida del sujeto, genéticamente definido, referido al desarrollo. Por supuesto, esta noción, que es del registro imaginario, no carece de valor, pero presenta contradicciónes insostenibles cuando se trata de articularla. Con sólo leerles pasajes de los dos volúmenes colectivos aparecidos a comienzos de este año, ya tuvieron ustedes la sensación de que estaba haciendo una caricatura. Las contradicciónes al articular esta noción son flagrantes cuando tratan de expresarla en el orden de una relación pregenital que se genitaliza, con la idea de progreso que ello supone.
Así, si seguimos lo que para nosotros es una regla de oro, basada en nuestra noción de la estructura de la actividad simbólica, los elementos significantes deben definirse de entrada por su articulación con los otros elementos significantes. Esto justifica la similitud que establecemos con la teoría reciente del mito.
Esta se ha impuesto de una forma singularmente análoga a como la simple percepción de los hechos nos obliga igualmente a articular las cosas. ¿Qué gula al Sr. Levi-Strauss en su artículo del Journal of American Folklore? ¿Cómo se abre en este texto la noción de un estudio estructural del mito? Con una observación tomada intencionadamente de uno de sus colegas, Hocart, quien dice que si a algo debe dársele la vuelta de entrada es sin duda a esa posición adquirida a través de distintas épocas en nombre de no se que presunción íntima anti-intelectual, consistente en rechazar las interpretaciones psicológicas fuera del dominio presuntamente intelectual, para situarlas en el terreno calificado de afectivo De todo ello resulta, dice muy formalmente este autor, que a las deficiencias inherentes a la escuela psicológica… se añadía igualmente el error de creer que ideas claras puedan nacer de emociones confusas.
Lo que aquí se llama escuela psicológica es la que trata de encontrar la fuente de los mitos en una supuesta constante, en cierto modo genérica, de la filosofía humana. Se suma a este inconveniente el error de hacer derivar de el esas ideas bien definidas, claramente distintas como lo son siempre las cosas con las que nos encontramos tanto en el mito como en la producción sintomática. Se reduce así a una pulsión confusa aquello que en el paciente se presenta por lo general bajo una forma articulada —incluso lo paradójico del fenómeno es este carácter articulado, que hace que nos parezca parásito. Serla suficiente no confundirlo con lo que es juego mental, con no se que aspecto superfluo de la deducción intelectual. Sólo podría calificarse así en una perspectiva completamente superada de la razionalización del delirio, por ejemplo, o del síntoma. Nuestra perspectiva nos proporciona por el contrario la noción de que el juego del significante se apodera del sujeto, se hace con el más allá de todo lo que el sea capaz de intelectualizar, pero sigue tratándose del juego del significante con sus leyes propias.
Quisiera evocárselo con una imagen. Cuando Juanito se pone a descubrirnos poco a poco sus fantasmas, ¿qué vemos en nuestra perspectiva, si tenemos los ojos lo bastante abiertos? De forma más general, cuando empezamos a captar la historia de una neurosis, su desarrollo en el sujeto, como se ha encontrado capturado o encerrado en ella, ¿que vemos? El sujeto no entra ahí de frente, lo hace de alguna forma a reculones. En cuanto la sombra del caballo se cierne sobre Juanito, el va entrando poco a poco en un decorado que se ordena, se organiza, se edifica a su alrededor, pero más que desarrollarlo él, este decorado lo captura. Lo chocante es el aspecto articulado con el que este delirio inicia su desarrollo.
Digo el delirio —es casi como un lapsus, pues se trata de algo que no tiene nada que ver con una psicosis, pero el término no es inadecuado. De ningún modo podemos quedar satisfechos deduciéndolo a partir de vagas emociones. Por el contrario, tenemos la impresión de que la edificación ideica —si podemos emplear esta expresión en el caso de Juanito— tiene su motivación propia, su propio plan, su instancia propia. Puede responder tal vez a alguna necesidad o a alguna función, pero sin duda a nada que pueda justificarse por alguna pulsión, algún impulso o movimiento emocional particular que quedarla así trasladado, que incluso se expresarla así pura y simplemente. Se trata de un mecanismo totalmente distinto, que requiere el estudio estructural del mito. Su primer paso es no considerar nunca ninguno de los elementos significantes con independencia de los otros que van surgiendo y, de alguna forma, lo relevan —me refiero a que lo desarrollan en el plano de una serie de oposiciones que ante todo son de orden combinatorio.
Lo que vemos surgir en Juanito, no son temas con más o menos una equivalencia afectiva o psicológica, como suele decirse, sino que se trata de agrupamientos de elementos significantes progresivamente trasladados de un sistema a otro. Un ejemplo se lo ilustrara.
Las primeras tentativas de aclaración por parte del padre, dirigido por Freud, aíslan en el caballo ese elemento especialmente peniano que hace que Juan reaccióne con una compulsión a mirar al caballo. Luego el niño se ve aliviado por la ayuda interdictiva que le aporta el padre con respecto a su masturbación. Examinaremos más detalladamente una primera tentativa de analizar la preocupación de Juan sobre lo relaciónado con su órgano urinario, el Wiwimacher, como él lo llama. En la vía de una Auphlarung, de una aclaración real, el padre se esfuerza por ir directamente a lo que el considera la única base real de la angustia del niño —le enuncia al niño, y Freud lo ha incitado a intervenir en este sentido, que las niñas no tienen y que el sí tiene. Juan acusa el golpe y, de una forma cuya significación no se le escape a Freud, subraya que su hacepipí está angewachsen, pegado o agarrado, y medrará, crecerá con él.
¿No vemos ya aquí un esbozo que parece ir en la dirección de hacer inútil el sostén fóbico? Así seria si se tratara de lo real y si aquí hubiera, pura y simplemente, un equivalente de la angustia vinculada con la aprehensión de un real que hasta ahora no ha sido plenamente realizado por su parte. Entonces es cuando vemos surgir el fantasma de la jirafa grande y la jirafa pequeña.
Les he mostrado que este fantasma nos lanza al campo de una creación cuyo estilo, así como la exigencia simbólica que en el se evidencia, son sorprendentes. Lo repito para algunos que no estaban —di toda su importancia, algo sólo posible en nuestra perspectiva, al hecho de que, para Juanito, no hay ninguna contradicción en absoluto, ni siquiera ambigüedad, en que una de las jirafas, la pequeña, pueda arrugarse. Y una jirafa arrugada, es una jirafa que se puede arrugar al igual que una hoja de papel, como Juan nos enseña. Esta intervención hace pasar un objeto que hasta entonces había tenido una función imaginaria a una simbolización radical, formulada como tal por el propio sujeto y subrayada a continuación por su gesto de apoderarse de esta posición simbólica y ocuparla, por así decirlo—se sienta encima de la pequeña jirafa arrugada, a pesar de los gritos y de las protestas de la grande. Esto es para Juanito especialmente satisfactorio. No es un sueño, es un fantasma que el mismo fabrica, va a la habitación de sus padres para contarlo y lo desarrolla.
Una vez más, la perplejidad general es en este caso manifiesta. Notarán la oscilación que se produce en la misma observación. La jirafa grande y la pequeña son de entrada, para el padre, el padre y la madre. Sin embargo, dice de la manera más formal que la jirafa grande es la madre y la pequeña su miembro, ihr Glied, otra forma, otro valor de la relación entre los dos significantes. No es suficiente todavía. El padre interviene de nuevo diciéndole a la madre —Hasta luego, jirafa grande. El niño, que hasta ahora había admitido un registro interpretativo distinto, da la siguiente respuesta, cuya entidad y agudeza no pasan a la traducción francesa —no dice ¿No es cierto?, tal como se tradujo, sino No es verdad, Nicht water. Y añade —¿La jirafa pequeña es Ana?
¿Qué encontramos aquí? ¿A qué viene esta otra modalidad de interpretación? ¿Se trata realmente de Ana y de su Krawall? —puesto que mucho más adelante en la observación, veremos aparecer a la pequeña Ana, gritando de forma tan molesta, que no podemos dejar de identificar sus gritos con los de la madre en este fantasma, a condición de mantener el oído atento al elemento significante.
Al fin y al cabo, ¿qué significa la permanente ambigüedad en la que permanecemos en cuanto a la interpretación de los dos términos de la relación simbólica? La alegría, incluso la pizca de burla que asoma en el No es verdad de Juan , indica por sí sola lo inapropiado del esfuerzo del padre para hacer que los términos simbólicos y los elementos imaginarios o reales supuestamente representados se correspondan de dos en dos. El padre toma aquí el camino equivocado y Juanito esta en todo momento a punto de demostrarle que no es eso, que nunca lo será.
¿Por qué no lo será? Por eso a lo que Juan se enfrenta cuando surge su fobia, eso con lo que tiene que arreglárselas en ese preciso momento. Es decir, la aprehensión de ciertas relaciones que hasta entonces para el no están constituidas y tienen su valor propio de relaciones simbólicas
El hombre, porque es hombre, se enfrenta con problemas que son propiamente problemas de significantes. El significante, en efecto, es introducido en lo real por su misma existencia de significante, porque hay palabras que se dicen, porque hay frases que se articulan y se encadenan, vinculadas a través de un medio, una cópula, como el ¿por qué?, o el porque. Así, la existencia del significante introduce en el mundo del hombre un sentido nuevo. Por decirlo en términos en los que no hace mucho me expresaba, al final de una breve introducción al primer número de la revista La Psychanalyse —El símbolo se consagra a cruzar diametralmente el curso de las cosas, para darle otro sentido. Se trata por lo tanto de problemas de creación de sentido, con todo lo que tienen de libre y ambigüo, más la posibilidad siempre abierta de que se reduzca todo a la nada arbitrariamente.
La irrupción del chiste siempre tiene un aspecto totalmente arbitrario, y Juan es como el Humpty-Dumpty de Alicia en el país de las maravillas. Es capaz de decir en todo momento —Las cosas son así porque yo lo he decretado y soy el amo. Ello no impide que este completamente subordinado a la solución del problema surgido de su necesidad de revisar lo que hasta entonces había sido su forma de relación con el mundo materno, organizado en base a aquella dialéctica del señuelo entre él y su madre, en cuya importancia he insistido lo suficiente. ¿Quién de los dos tiene el falo, o no lo tiene? ¿Qué desea la madre cuando desea algo distinto que a mi, el niño? En eso estaba el niño, pero ya no puede quedarse ahí.
Aquí se inscribe la función del mito. Tal como nos lo descubre el análisis estructural, que es el análisis correcto, un mito es siempre una tentativa de articular la solución de un problema. Se trata de pasar de cierta forma de explicación de la relación con el mundo del sujeto, o de la sociedad en cuestión, a otra —lo que requiere la transformación es la aparición de elementos distintos, nuevos, que entran en contradicción con la primera formulación y exigen de alguna forma un paso de por sí imposible, un salto. Esto es lo que le da al mito su estructura.
En cuanto a Juan, es lo mismo. Se enfrenta a elementos que exigen la revisión del primer esbozo de sistema simbólico que estructuraba su relación con la madre. He aquí de que se trata en la aparición de la fobia y, mucho más todavía, en el desarrollo de todos los elementos significantes que lleva consigo. Con esto es con lo que se enfrenta Juan. Por eso, todas las tentativas de esa lectura por parcelas a la que se dedica constantemente su padre le parecen irrisorias.
2)
A propósito del estilo de las respuestas de Juan, no puedo pasar por alto pedirles que se remitan a ese obra inmensa y admirable de Freud, apenas explotada aún para nuestra experiencia, llamada el Witz.
Esta obra tal vez no tenga ningún equivalente en lo que podemos llamar la filosofía psicológica. No conozco ninguna obra que aporte algo a la vez tan nuevo y tan carácterístico. Todas las obras sobre la risa, ya sean de Bergson o de otros, serán siempre de una pobreza lamentabla a su lado.
El Witz de Freud apunta directamente, sin ceder y sin extraviarse en consideraciones secundarias, a lo esencial de la naturaleza del fenómeno. Igual que, desde el primer capítulo de la Traumdeutung, Freud destaca que el sueño es un rebus, y nadie se da cuenta —hasta ahora esta frase había pasado desapercibida—, de la misma forma, nadie parece haberse dado cuenta de que el análisis de la agudeza empieza con la tabla del análisis de un fenómeno de condensación, la palabra famillonario, invención basada en el significante, por superposición de familiar y millonario. Todo lo que a continuación desarrolla Freud consiste en mostrar el efecto aniquilador, el carácter verdaderamente destructor, disruptor, del juego del significante con respecto a lo que se puede llamar la existencia de lo real. Jugando con el significante, el hombre cuestiona constantemente su mundo, hasta su raíz. El valor de la agudeza, que la distingue de lo cómico, es su posibilidad de poner en juego el profundo sinsentido de todo uso del sentido. En todo momento se puede cuestionar cualquier sentido, en la medida en que se base en un uso del significante. En efecto, este uso es en sí mismo profundamente paradójico con respecto a cualquier significación posible, porque este mismo uso crea aquello que esta destinado a sostener.
La distinción entre el dominio de la agudeza y el de lo cómico, distinción clara como hay pocas, Freud sólo la aborda secundariamente en este libro y lo hace a modo de ilustración, por contraste con la agudeza. Halla en primer lugar las nociones intermedias y nos hace percibir la dimensión de lo ingenuo, tan ambigüa, motivo de esta digresión que estoy haciendo.
Por una parte, de las manifestaciones de la ingenuidad puede surgir un efecto cómico, que será necesario definir claramente, puesto que existe. Pero por otra parte, vemos hasta que punto lo ingenuo es intersubjetivo. La ingenuidad del niño, somos nosotros quienes la implicamos, sin que en ningún momento deje de cernirse sobre ella la sombra de una duda. ¿Por qué?
Tomemos un ejemplo. Freud ilustra la ingenuidad con la historia de unos niños que convocan a los adultos a una gran reunión y les prometen una breve representación teatral. Empieza la comedia. Los jóvenes autores o actores, dice Freud, cuentan la historia de un marido y una mujer sumidos en la más profunda miseria, tratan de salir de ella, el marido parte hacia partes lejanos y vuelve tras realizar grandes hazañas, cargado con numerosas riquezas. Da cuenta de su prosperidad a su mujer. Ella lo escucha, corre una cortina al fondo de la escena y le dice —Mira, yo también he trabajado mucho mientras estabas fuera. Y aparecen al fondo diez muñecas puestas en fila.
Este es el ejemplo que da Freud para ilustrar la ingenuidad. Pensada como una de las formas de lo cómico, puede decirse que la descarga se produce por la economía conseguida espontáneamente por el relato en cuestión. En otra situación, dicho por una boca menos ingenua, acarrearla en efecto una parte de tensión que podría llegar incluso, hasta cierto punto, a resultar molesta. El hecho de que el niño suelte directamente un disparate sin el menor apuro provoca risa. Resulta curioso, con todas las extrañas resonancias que la palabra drôle puede suponer.
Nos encontramos aquí en un dominio limítrofe de lo cómico. La economía se produce en relación con las sutiles mediaciones a las que esa construcción hubiera debido someterse en boca de un adulto. El niño realiza directamente lo que nos lleva al colmo del absurdo. Hace de alguna forma un chiste ingenuo. Es una historia curiosa que hace reír porque está en boca de un niño, y les deja a los adultos campo libre para regocijarse —Estos chicos son increíbles. Supuestamente, con toda inocencia, encuentran a la primera lo que a un adulto le hubiera costado mucho más encontrar, o le hubiera hecho falta adornarlo con alguna sutileza suplementaria para que pudiera resultar propiamente curioso.
Pero esta ignorancia que puede llegar a dar en el blanco, no es seguro que sea total. Las histories infantiles, cuando tienen ese carácter desconcertante que nos provoca risa, las incluimos en la perspectiva de lo ingenuo. Pero esta ingenuidad, lo sabemos muy bien, no debe tomarse siempre al pie de la letra. Se puede ser ingenuo y se puede fingir serlo. Si se atribuye al juego de la comedia infantil una ingenuidad fingida, se le restituye entonces todo su carácter de Witz, y tendencioso como el que mas, dice Freud. Basta con casi nada, precisamente con la suposición de que la ingenuidad no es completa, para que los niños salgan ganando y sean los amos del juego.
En otros términos, Freud evidencia —por favor, remítanse al texto — que la agudeza supone siempre la noción de una tercera persona. Se cuenta el chiste de alguien frente a algún otro. Haya o no realmente las tres personas, esta ternaridad es siempre necesaria para desencadenar la risa con la agudeza, mientras que lo cómico se conforma con una relación dual. Lo cómico puede desencadenarse simplemente entre dos personas. Si una persona ve caer a otra, por ejemplo, o alguien emplea procedimientos desmesurados para realizar una acción que nos resulta más simple, puede ser suficiente, nos dice Freud. En lo que se refiere a la ingenuidad, la perspectiva de la tercera persona, aunque permanezca como virtual, siempre esta más o menos implicada. Nada demuestra que más allá de ese niño que consideramos ingenuo, no pueda haber otro —por otra parte lo hay—, el que nosotros suponemos, para que eso nos haga reír tanto. Podría ser que, después de todo, el niño afectara ser ingenuo, es decir que fingiera.
Esta dimensión de lo simbólico es exactamente lo que se hace sentir en todo momento en ese juego de escondite, esa perpetua burla que matiza todas las replicas de Juan a su padre, dándoles su carácter.
El padre interroga a su hijo —¿Qué pensaste cuando viste caer al caballo? Juan ha dicho que pilló la tontería con ocasión de esta caída. Pensaste, dice el padre de una forma que se le ve el plumero, que el caballo estaba muerto. Como indica el padre a continuación, en un primer momento Juan adopta un airecito de seriedad al replicar—Sí, sí, en efecto eso pensé. Y luego, de repente, cambia de opinión, se pone a reír —está indicado—y dice—Pero no, no es cierto, sólo lo he dicho en broma, te estaba haciendo una Spass.
La observación esta salpicada de salidas de este género. Por ejemplo, esta. Después de haberse dejado llevar un instante por el eco trágico de la caída del caballo —¿pero es seguro que alguna vez haya habido este eco trágico, y muchos otros, en la psicología de Juanito?—, de pronto Freud piensa en la otra figura del padre, ese padre bigotudo y gafudo que ve en su consulta al lado de Juanito. Ahí esta ese curioso hombrecito tan mimado y junto a el su padre, pesado, con sus gafas sucias, aplicado, lleno de buena voluntad. Por un momento, Freud vacila. Están ahí, preguntándose por esa famosa negrura que hay delante de la boca de los caballos, buscando con una linterna que querrá decir eso, cuando Freud se dice—Pero ahí está esa cabeza larga, es este asno. Y me quedo corto…
Es verdad, de todos modos, que eso negro que flota delante de la boca del caballo es la hiancia real que siempre se oculta tras el velo y el espejo, destacada siempre sobre el fondo como una mancha. Hay, por decirlo todo, una especie de cortocircuito entre el carácter divino de la superioridad profesoral, acentuado por parte de Freud no sin humor, y esta apreciación que, como nos muestran las confidencias de los contemporáneos, siempre estaba presta a salir de la boca de Freud, expresada en las letras francesas con la tercera letra del alfabeto seguida de tres puntitos. Que… presidente… tan bueno, piensa Freud, diciéndose que lo que tiene delante coincide con la intuición del carácter abisal de eso que surge del fondo, y la confirma.
En estas condiciones es indudable que Juanito no sigue el juego suficientemente bien cuando se corrige, ríe y anula de pronto la larga serie que acaba de desarrollar ante el padre. Tenemos la impresión de que le dice —Te veo venir. Primero acepta la palabra muerto como equivalente de caído, pero en un segundo tiempo, se dice —Me estás repitiendo la lección del Profesor. En efecto, es exactamente lo que acaba de insinuar el profesor, a saber, que esta muy enfadado con su padre, hasta desear su muerte.
Este episodio es por lo tanto una contribución a nuestras reglas. Primero, aislar los significantes en su valor esencialmente combinatorio. El conjunto de significantes que intervienen estructuran lo real introduciendo en el nuevas relaciones combinadas. Por referirnos nuevamente al primer número de La Psychanalyse, no es casual si en la portada se encuentra el símbolo de la función del significante como tal. El significante es un puente en un dominio de significaciónes. En consecuencia, no reproduce las situaciones, sino que las transforma, las recrea.
He aquí de que se trata, y por eso siempre debemos centrar nuestra pregunta en el significante.
3)
Tratándose de Juanito, debemos prestar atención al circuito significante que efectúa, de que parte y para llegar a qué.
Así, en cada una de las etapas recorridas durante los cinco primeros meses del año 1908, le vemos interesarse sucesivamente en lo que se carga y se descarga, o lo que empieza a moverse de una forma más o menos brusca y es capaz de separarse prematuramente del anden de salida. Aquí hay elementos significantes vinculados, diversamente fantasmáticos, que giran alrededor del tema del movimiento, o más exactamente de lo que en el movimiento es modificación, aceleración y, por llamarlo por su nombre, meneo. Este elemento es esencial en la estructuración de los primeros fantasmas, y poco a poco hace surgir otros elementos, entre los cuales no podemos dejar de prestar una atención muy especial a las dos bragas de la madre, una amarilla y otra negra.
Fuera de las perspectivas en las que trato de introducirles a ustedes, este pasaje resulta incomprensible. El padre se pierde, nunca mejor dicho. En cuanto al propio Freud, aunque dice que inevitablemente el padre lo ha dejado todo hecho un lío, al final nos indica algunas perspectivas. Sin duda el padre ha ignorado una oposición fundamental, vinculada con la diferencia de las percepciones auditivas del acto de orinar en un hombre y en una mujer.
Juanito parece decirnos cosas muy incomprensibles. Cuanto más se usan las bragas, más negras se ponen, dice, y esto tras numerosos desarrollos según los cuales, como se ve, cuando son amarillas tienen para el determinado valor, mientras que cuando son negras no lo tienen, cuando están separadas de la madre le den ganas de escupir, cuando la madre las lleva no le den ganas de escupir. En resumen, Freud insiste y dice que sin duda Juanito quiere indicarnos de esta forma que las bragas tienen para el una función completamente distinta cuando las lleva puestas la madre y cuando no las lleva puestas.
Tenemos pues bastantes indicaciones que demuestran que el propio Freud tiende a esbozar una relativización dialéctica total del significado de las bragas amarillas y las bragas negras. A lo largo de la extensa y complicada conversación en la que Juanito y su padre tratan de aclarar juntos esta cuestión, este par revela no tener otro valor que el de manifestar una serie de oposiciones a encontrar en rasgos que de entrada pasan desapercibidos, o al me nos pasan radicalmente desapercibidos cuando se intenta identificar masivamente las bragas amarillas con la orina, por ejemplo, y las bragas negras con la defecación, que en el lenguaje de Juanito se llamarla el Lumpf
De hecho, es un error identificar el Lumpf con la defecación omitiendo situar en sí mismo este elemento esencial para Juan. El propio testimonio del padre nos proporciona la idea de que Lumpf es una transformación de la palabra Strumpf, que en primer lugar quiere decir bragas negras y, en otro momento de la observación, Juanito lo asocia con una blusa negra. Forma parte de esa función esencial del vestido, su función de ocultación . Es también la pantalla sobre la que se proyecta el objeto principal de la interrogación preedípica de Juan, o sea el falo que falta. Que el excremento como tal sea designado por un término emparentado con la simbolización de la falta de objeto, es suficiente como muestra de que la relación instintual, la analidad interesada en el mecanismo de la defecación, es poca cosa frente a la función simbólica . Est a, una vez mas, domina.
La función simbólica esta vinculada para Juanito con una pregunta que para el es esencial —¿Qué se pierde? ¿Que puede irse por el agujero, Estos son los elementos primeros de lo que podemos llamar una instrumentación simbólica, y a continuación se integraran en el desarrollo de la construcción mítica de Juanito, bajo la forma de esa bañera que, en su primer sueño, el instalador viene a desatornillar. Luego lo que será desatornillado es igualmente su trasero, así como su propio pene, para gran alegría tanto del padre como de Freud, todo sea dicho.
Esta gente tiene tanta prisa por imponerle su significación a Juanito, que ni siquiera esperan a que acabe de expresarse a propósito del desatornillado de su pe que no pene y le dicen que la única explicación posible es, naturalmente, que se trata de darle uno más grande. Juanito no dice eso en absoluto y no sabemos si lo hubiera dicho de haberle dejado hablar. Nada indica que fuese a decirlo. Juanito sólo había de un recambio de su trasero. Desde luego, en este caso resulta palpable la contratransferencia. El padre es quien lanza la idea de que, si le cambian el pene, es para darle uno mayor. He aquí un ejemplo de las faltas que se comenten constantemente. Lo habitual, después de Freud, ha sido no privarse de perpetuar esta tradición, con una forma de interpretación en la que siempre se busca en no se que tendencia afectiva la motivación, la justificación de lo dicho, que sin embargo tiene sus propias leyes, su estructura y gravitación propias, y debe ser estudiado en sí mismo.
Vamos a terminar diciendo que, en el desarrollo típico de un sistema significante sintomático, siempre debe considerarse al mismo tiempo su coherencia sistemática a cada momento y su modalidad propia de desarrollo en la diacronía. El desarrollo en el neurótico de un sistema mítico cualquiera —lo que en otra ocasión flama el mito individual del neurótico— se presenta como la salida, el despegue progresivo de una serie de mediaciones vinculadas por un encadenamiento significante cuyo carácter es fundamentalmente circular. El punto de llegada tiene una relación profunda con el punto de partida, aún sin ser exactamente el mismo. El obstáculo, cualquiera que sea, siempre presente al principio, se encuentra de nuevo bajo una forma invertida en el punto de llegada, donde es considerado como la solución, con sólo cambiarle el signo. El obstáculo del que se partió vuelve a encontrarse siempre de nuevo, bajo una forma cualquiera, al final del desplazamiento operatorio del sistema significante.
Mas adelante se lo ilustrare, en el camino que haremos después de las vacaciones , partiendo de los datos que se le plantean a Juanito de entrada.
Al principio, se encuentra capturado en la relación tramposa en la que de entrada se desarrolla el juego del falo. Con esto es suficiente para que su madre y el mantengan un movimiento progresivo cuyo sentido, su perspectiva, su sentido, es la identificación perfecta con el objeto del amor materno. Entonces aparece un elemento nuevo.
En esto estoy de acuerdo con los autores, con el padre y con Freud. Hay un problema cuya importancia en el desarrollo del niño es imposible exagerar, basado en que no hay nada ordenado previamente en el orden imaginario para permitirle al sujeto asumir el hecho con el cual se enfrenta de forma aguda en dos o tres momentos de su desarrollo infantil, el fenómeno del crecimiento. Como no hay nada predeterminado en el plano imaginario, un fenómeno completamente distinto pero que para el niño, le esta adherido imaginariamente, aporta un elemento esencial de perturbación cuando se produce la primera confrontación con el crecimiento —es el fenómeno de la turgencia.
Que el pene deje de ser pequeño y se convierta en grande en el momento de las primeras masturbaciones o erecciónes infantiles, no es sino uno de los temas más fundamentales de las fantasías imaginarias de Alicia en el país de las maravillas, y esto es lo que da a esa obra su valor absolutamente idóneo para el estudio de la masturbación infantil. Juan se enfrenta con un problema semejante, es decir, el de integrar la existencia del pene real, la existencia distinta de un pene que puede volverse grande o pequeño, pero también es el pene de los pequeños y de los mayores.
Por decirlo todo, el problema del desarrollo de Juan esta vinculado con la ausencia del pene mayor de todos, es decir, el padre. La fobia se produce en la medida en que Juan debe afrontar su complejo de Edipo en una situación que exige una simbolización particularmente difícil.
Pero que la fobia se desarrolle como lo hace, que el análisis produzca tal proliferación mítica, nos indica, tal como lo patológico revela lo normal, la complejidad del fenómeno que esta en juego cuando para el niño se trata de integrar lo real de su genitalidad, y subraya el carácter fundamentalmente simbólico de este momento de pasaje.