La simbolización preocupa al mundo. Un articulo ha aparecido en Mayo-Junio de 1956, bajo el titulo de Symbolism. . . . , de de Charles Kra….., donde intenta dar un sentido actual al punto al que llegamos en el análisis del simbolismo. Aquéllos de ustedes que lean inglés, tendrán evidentemente una ventaja leyendo tal articulo, puesto que les mostrará las dificultades que se presentan desde siempre a propósito del sentido a dar en el análisis a la palabra simbolismo, y yo quiero decir, no simplemente a la palabra, sino al uso que se hace de ella, a la idea que uno se hace del proceso de simbolismo.
Es verdad que desde 1911, en que el señor Jones hizo sobre esto el primer trabajo de conjunto importante, la cuestión ha pasado por diferentes fases, y ha encontrado, y encuentra todavía, muy grandes dificultades en lo que constituye actualmente la posición más articulada sobre este tema, es decir, la que sale de las consideraciones de la señora Melanie Klein sobre el papel del símbolo en la formación del yo (moi).
Esto tiene la relación más estrecha con lo que estoy por explicarles, y quisiera intentar hacerles sentir la importancia del punto de vista que estoy tratando de hacerles comprender, para poner un poquito de claridad en unas direcciónes oscuras. No sé por qué cabo voy a tomarlo hoy; no tengo plan en cuanto a la manera en que voy a presentarles las cosas. Quisiera, puesto que es una especie de antepenúltima sesión que les he anunciado, en el seminario próximo, muy precisamente centrado sobre el falo y la comedia, quisiera hoy simplemente marcar una especie de punto de detención mostrándoles algunas direcciónes importantes en las cuales lo que les he expuesto al comienzo de este trimestre, concerniente al complejo de castración, permite poner puntos de interrogación.
Voy entonces a comenzar por tomar las tesis como vienen. Hoy, sobre este tema, no siempre se puede poner un orden estricto en algo que hoy debe ser considerado ante todo como una especie de encrucijada.
En ese titulo de Kra…., acaban de ver aparecer el proceso primario y secundario. Esto es algo de lo que jamás he hablado ante ustedes, incluso hace algún tiempo, algunos se sorprendieron de ello. Ellos cayeron sobre este proceso primario y secundario a propósito de una definición de vocabulario, y se encontraron un poquito sorprendidos.
El proceso primario y secundario data del tiempo de la Traumdeutung, y es algo que no es completamente idéntico, pero que recubre las nociones o puestas en el principio de placer y principio de realidad.
Principio del placer y principio de realidad, más de una vez he hecho alusión a ello ante ustedes, siempre para hacerles observar que el uso que uno hace de esto es incompleto si no se los pone en relación al uno con el otro, es decir, si no se siente su enlace, su oposición, como siendo constitutiva de la posición de cada uno de estos términos.
Quisiera abordar inmediatamente lo vivo de lo que acabo de hacer observar.
La noción de principio del placer en tanto que alimento principio (aliment principe) del proceso primario, cuando se la toma de una forma aislada, desemboca en esto: es de ahí que Kra…. cree tener que partir para definir el proceso primario. El cree que tiene que descartar todas sus carácteristicas estructurales, poner en un segundo plano el hecho de que domina uno de los elementos constructivos que son efectivamente la condensación, el desplazamiento, etc…, todo lo que Freud comenzó a abordar cuando definió el inconsciente, y lo carácteriza fundamentalmente por lo que Freud aporta en la elaboración terminal de esta teoría a propósito de la Traumdeutung , a saber que el principio del placer está constituido esencialmente por esto, que hay un mecanismo que originaria y principalmente, sea que ustedes entiendan la cosa desde el punto de vista de la etapa histórica o desde el punto de vista de una subyacencia de un fundamento sobre el cual otra cosa ha tenido que desarrollarse, una especie de base, de profundidad psíquica, o incluso que ustedes lo entiendan en una suerte de relación lógica, que es de ahí que se debe partir, habría, digamos, en el sujeto humano, evidentemente no podría tratarse, parece, de otra cosa, pero el punto no está muy definido, habría, en respuesta a la incitación pulsional, siempre la posibilidad virtual, y de alguna manera como constitutiva del principio de la posición del sujeto respecto del mundo, (una) tendencia a la satisfacción alucinatoria del deseo.
Pienso que esto no que esto no lo sorprende. Expresada abundantemente en todos los autores, esta referencia a eso que en razón de una experiencia primitiva, y sobre un modelo que es el de la reflexión a toda incitación interna del sujeto, corresponde, antes que allí corresponda algo que es el ciclo instintual, el movimiento, así fuese incoordinado, del apetito, luego de la búsqueda, luego de la localización en la realidad de lo que satisface la necesidad por el hecho de las huellas mnémicas de lo que ya ha respondido al deseo, eso lleva satisfacción, la satisfacción tiende pura y simplemente a reproducirse sobre el plano alucinatorio.
Esto, que se ha vuelto casi consustancial a nuestras concepciones analíticas, a la necesidad de que hagamos uso de ello, diría que casi de un modo implícito, cada vez que hablamos del principio del placer, ¿no les parece que en cierta medida es algo bastante exorbitante, como para merecer un esclarecimiento, porque en fin, si está en la naturaleza del ciclo de los procesos psíquicos el crearse a sí mismo su satisfacción, yo podría decir: por qué la gente no se satisface?
Por supuesto, esto es que la necesidad continúa insistiendo, porque la satisfacción fantasmática no podría colmar todas las necesidades, pero no sabemos sino demasiado en el orden sexual, que en todos los casos seguramente ella es eminentemente susceptible de hacer frente a la necesidad, si se trata de necesidad pulsional. Para el fin es otra cosa, y después de todo se perfila en el horizonte que es de eso, del carácter muy posiblemente ilusorio del objeto sexual que al fin de cuentas aquí se trata.
Esta concepción existe, y en cierta manera está motivada en efecto por la posibilidad de sostenerse al menos en un cierto nivel, al nivel de la satisfacción sexual. Esto es algo que ha impregnado tan profundamente todo el pensamiento analítico, que en la medida en que esta relación de la necesidad con su satisfacción, a saber las primitivas, primordiales gratificaciones o satisfacciónes, o frustraciones también, que son considera das como decisivas en el origen de la vida del sujeto, a saber en las relaciones del sujeto con la madre, ha llegado al primer plano, a saber que es en su conjunto, en una dialéctica de la necesidad y de su satisfacción, que el psicoanálisis ha entrado cada vez más a medida que se ha interesado cada vez más en el estadio primitivo del desarrollo del sujeto, a saber la relación del niño con la madre. Se ha llegado a algo cuyo carácter significativo quisiera puntualizarles, y al mismo tiempo, además, su carácter necesario.
Esto es así en la perspectiva kleiniana, que es la que designo por el momento, a saber donde todo el aprendizaje, si se puede decir, de la realidad por el sujeto, está de alguna manera primordialmente preparado, y subtendido por la constitución esencialmente alucinatoria y fantasmática de los primeros objetos clasificados como buenos y malos objetos, en tanto que fijan de alguna manera una primera relación completamente primordial que va a dar en la continuación de la vida del sujeto los tipos principales de los modos de relación del sujeto con la realidad. Se llega a una suerte de composición del mundo del sujeto que está hecho por una especie de relación fundamentalmente irreal, del sujeto con unos objetos que no son más que el reflejo de sus pulsiones fundamentales.
Es alrededor de la agresividad fundamental, por ejemplo, del sujeto, que todo va a ordenarse en una serie de proyecciónes de las necesidades del sujeto, ese mundo de la fantasía tal como es usada en la escuela kleiniana, es fundamental, y es en la superficie de eso, que por una serie de experiencias más o menos felices, es deseable que sea suficientemente feliz para eso, que el mundo de la experiencia va a permitir una cierta localización razonable de lo que, en esos objetos, es, como se dice, objetivamente definible como respondiendo a cierta realidad, permaneciendo la trama de irrealidad como, de alguna manera, absolutamente fundamental.
Es, si puedo decir, esta suerte de construcción, que verdaderamente se puede llamar construcción psicótica del sujeto, la que hace que, en suma, un sujeto normal es, en esta perspectiva, una psicosis que ha evolucionado bien, una psicosis de alguna manera felizmente armonizada con la experiencia, y esto no es una reconstrucción. El autor del que voy a hablar ahora, el señor Winnicott, lo expresa estrictamente así en uno de esos textos que ha escrito sobre la utilización de la regresión en la terapéutica analítica.
La homogeneidad fundamental de la psicosis con la relación normal con el mundo, es allí absolutamente afirmada como tal. Esto no impide que surjan muy grandes dificultades de esta perspectiva, aunque no sea más que concebir que ella es, puesto que de alguna manera la fantasía no es más que la trama subyacente al mundo de la realidad, ver cuál puede ser la función de la fantasía reconocida como tal por el sujeto en el estado adulto y acabado, logrado en la constitución de su mundo real. Este es también el problema que se presenta a todo kleiniano que se respete, es decir a todo kleiniano declarado, y también se puede decir actualmente a casi todo analista, en tanto que el registro en el cual inscribe la relación del sujeto con el mundo, se vuelve cada vez más exclusivamente el de una serie de aprendizajes del mundo, hechos sobre la base de una serie de experiencias más o menos logradas de la frustración.
Les ruego que se remitan al texto del señor Winnicott que se encuentra en el volumen 26 del international Journal of Psycho-Analysis, que se llama Primitif emotionel Development, para llegar a motivar el surgimiento, a concebir cómo ese mundo de la fantasía en tanto que es vivido conscientemente por el sujeto, y que equilibra su realidad, como la experiencia lo prueba, y es preciso constatarlo en su texto mismo. Para aquellos a quienes esto interese, que se apoyen sobre una observación cuya necesidad van a ver que se siente en tanto que desemboca en una paradoja completamente curiosa.
El surgimiento del principio de realidad, dicho de otro modo del reconocimiento de la realidad, a partir de las relaciones primordiales del niño con el objeto materno, objeto de su satisfacción y también de su insatisfacción, no deja en modo alguno percibir cómo de ahí puede surgir el mundo de la fantasía bajo su forma, si se puede decir, adulta, si no es por un artificio que advierte el señor Winnicott, y que ciertamente permite un desarrollo bastante coherente de la teoría, pero cuya paradoja quiero simplemente hacerles percibir. Es ésta: hay que observar que si fundamentalmente la satisfacción alucinatoria de la necesidad está en la discordancia de esta satisfacción con lo que la madre aporta al niño, es en esta discordancia que va a abrirse la hiancia en la cual el niño puede constituir en cierto modo un primer reconocimiento del objeto, el objeto que resulta a pesar de las apariencias, si se puede decir, engañar.
Entonces, para explicar cómo puede nacer, en suma, ese algo a lo que se resume para el psicoanalista moderno todo lo que es del mundo de la fantasía y de la imaginación, a saber lo que en inglés se llama el «…..», hay que es esto: supongamos que el objeto materno llegue para colmar justo en el momento preciso, apenas el niño ha comenzado a reacciónar para tener el seno que la madre le aporta. Aquí el señor Winnicott se detiene con razón, y plantea el problema siguiente: ¿qué es lo que le permite al niño, en esas condiciones, distinguir la alucinación, la satisfacción alucinatoria de su deseo, de la realidad?
En otros términos, con ese punto de partida desembocamos estrictamente expresando la ecuación siguiente: que en el origen la alucinación es absolutamente imposible de distinguir del deseo completo; lo que no les parece que la paradoja de esta confusión no puede sin embargo dejar de ser sorprendente.
En una perspectiva que rigurosamente carácteriza al proceso primario como teniendo que ser naturalmente satisfecho de un modo alucinatorio, desembocamos en esto, que cuanto más la realidad es satisfactoria, si se puede decir, menos constituye una prueba de la realidad, que el origen del pensamiento de omnipotencia en el niño está esencialmente fundado sobre todo lo que puede haber tenido éxito en la realidad.
Esto puede sostenerse en cierto modo, pero confiesen que presenta en sí mismo algún aspecto paradojal, y que la necesidad misma de tener que recurrir a algo también paradojal para explicar en suma un punto pivote del desarrollo del sujeto, es algo que se presta a la reflexión, incluso a la interrogación.
Voy inmediatamente a lo opuesto de lo que parece que puede presentarse frente a esta concepción, de la que ustedes no desconocen, pienso, que por paradojal que sea, y francamente paradoja!, también debe tener algunas consecuencias. Ciertamente tiene toda clase de consecuencias, ya se las he señalado el año pasado cuando hice alusión a ese mismo articulo del señor Winnicott, a saber que no hay otro efecto en la continuación de su antropología, que el de hacerle clasificar en el mismo orden que los aspectos fantasmáticos del pensamiento, casi todo lo que puede llamar especulación libre. Ya se los he dicho el año pasado, hay ahí una asimilación completa de la vida fantasmática con todo lo que es del orden sin embargo extraordinariamente elaborado, especulativamente, a saber todo lo que se puede llamar las convicciónes, más o menos cualquiera, políticas, religiosas u otras. Lo que es una suerte de punto de vista que se ve que se inserta en una especie de humor anglosajón, en una cierta perspectiva del respeto mutuo, de tolerancia, y también de retiro. Hay una serie de cosas de las que no se habla más que entre comillas, o de las que no se habla entre personas bien educadas, y son sin embargo unas cosas que cuentan un poco, puesto que forman parte del discurso interior que estamos lejos de poder reducir al……
Pero dejemos los confines de la cosa. Quiero simplemente mostrarles lo que, frente a eso, otra concepción puede plantear.
Ante todo, ¿es tan claro que se pueda pura y simplemente llamar satisfacción a lo que se produce en el nivel alucinatorio, es decir, en los diferentes registros en que podemos encarnar de alguna manera esta tesis fundamental de la satisfacción alucinatoria de la necesidad primordial del sujeto al nivel del proceso primario?
Ya he introducido varias veces el problema sobre eso. Se dice: vean el sueño, y uno se remite siempre al sueño del niño Es Freud mismo quien nos indica respecto a eso la vía en la perspectiva que había explorado, a saber que, al indicar nos el carácter fundamental del deseo en el sueño, fue llevado a darnos pura y simplemente el ejemplo del sueño del niño como tipo de la satisfacción alucinatoria.
De ahí, todos sabemos que la puerta se abrió rápidamente. Los psiquiatras, desde hacía mucho tiempo, habían buscado hacerse una idea de las relaciones perturbadas del sujeto con la realidad en el deseo, por ejemplo remitiéndolas a unas estructuras análogas a las del sueño. La perspectiva que introducimos aquí no nos permite aportar allí una modificación esencial. Creo que es muy importante en el punto en que estamos, y en presencia incluso de los impasses y de las dificultades que suscita esta concepción de una relación puramente imaginaria del sujeto con el mundo como estando en el principio mismo del desarrollo de su relación con la realidad que se dice opuesta; esto cuyo lugar les mostraba en el esquemita del que no dejaré de servirme, que es éste. Lo retomo en su forma más simple de la cual recuerdo —parece que debiera machacarlo un poco— de qué se trata: a saber, aquí, algo que se puede llamar la necesidad,, pero que de ahora en adelante yo llamo el deseo, porque no hay estado original ni puro de la necesidad, y porque desde el origen la necesidad está motivada sobre el plano del deseo, es decir de algo que en el hombre está destinado a tener una cierta relación con el significante, y porque es en el atravesamiento por esta intención deseante de lo que se plantea para el sujeto como la cadena significante, sea que la cadena significante ya haya impuesto sus necesidades en su subjetividad,, sea que en el origen no la encuentre más que bajo la forma de esto, que ella está constituida en adelante en la madre, que ella le impone ya en la madre su necesidad y su barrera; y ustedes saben que aquí él la encuentra ante todo bajo la forma del otro, y que ella desemboca en esta barrera bajo la forma del mensaje, donde en es te esquema naturalmente no se trata más que de ver la proyección de esto, y donde se sitúa sobre este esquema ese principio del placer, a saber ese algo que en ciertos casos, bajo ciertas incidencias,, da un rasgo primitivo bajo la forma del sueño, digamos el más primitivo, incluso el más confuso, el que podemos ver en el perro. Se ve que un perro, cada tanto, cuando está durmiendo, mueve las patas, debe pues sonar, y quizá también tiene una satisfacción alucinatoria de su deseo.
¿Cómo podemos concebirlo? Igualmente, ¿cómo podemos situarlo, y justamente en el hombre? Les propongo esto, para que al menos eso exista como un término de posibilidad en vuestro espíritu, y que en la ocasión ustedes se den cuenta de que eso se aplica de una manera más satisfactoria.
Lo que es respuesta alucinatoria a la necesidad no es el surgimiento de una realidad fantasmática al final del circuito inaugurado por la exigencia de la necesidad, es la aparición al final de esta exigencia de ese movimiento que comienza a ser suscitado en el sujeto, hacia algo que en efecto debe designar para él algún lineamiento. Es la aparición, al final de eso, de algo que, por supuesto, no deja de tener relación con esa necesidad que él tiene; una relación con lo que se llama el objeto, pero que fundamentalmente es, diría, el origen, tiene ese carácter de ser algo que tiene una relación tal con este objeto, que eso merece ser llamado un significante, quiero decir algo que tiene esencialmente una relación fundamental con la ausencia de este objeto que ya tiene un carácter de elemento discreto de signo, y Freud mismo no puede hacer otra cosa que, cuando articula este mecanismo, este nacimiento de las estructuras inconscientes, consultar ya la carta ya citada por mí, la carta 52 a Fliess, en el momento en que comienza para él a formularse un modelo del aparato psíquico, que permite dar cuenta precisamente del proceso primario. Es preciso que él admita en el origen que ese tipo de inscripción mnésica que va a responder alucinatoriamente a la manifestación de la necesidad, no es otra cosa que esto: un signo, es decir algo que no se carácteriza solamente por una cierta relación con la imagen en la teoría de los instintos, y esa suerte de señuelo que puede bastar para despertar la necesidad, y no para colmarla, si no algo que, en tanto que imagen, se sitúa ya en una cierta relación con otros significantes, con el significante por ejemplo que le está directamente opuesto, que significa su ausencia con algo que ya está organizado como significante, ya estructurado en esa relación propiamente fundamental que es la relación simbólica en tanto que aparece en esta conjunción de un juego de la presencia con la ausencia, de la ausencia con la presencia; juego él mismo ligado ordinariamente a una articulación focal que constituye ya la aparición de elementos discretos de significante.
De hecho, lo que tenemos como experiencia, lo que incluso se produce a nivel de las reglas más simples del niño, no es una satisfacción, de alguna manera, cuando se trata simplemente del hambre, de la necesidad del hambre, es algo que se presenta ya con un carácter de exceso, si puedo decir, de algo exorbitante, es justamente lo que ya se ha prohibido al niño, el sueño de la pequeña Anna Freud: cerezas, fresas, frambuesas, flan, todo lo que ya ha entrado en una carácterística propiamente significante, puesto que es ya lo que ha sido prohibido, y no simplemente lo que responde a una necesidad, a la necesidad de toda satisfacción del hambre, que consiste en presentarse bajo el modo de festín de cosas que pasan los limites justamente de lo que es el objeto natural de la satisfacción de la necesidad.
Este rasgo completamente esencial se vuelve a encontrar absolutamente a todos los niveles, en cualquier nivel que tomen lo que se presenta como satisfacción alucinatoria. Y entonces, a la inversa, cuando toman las cosas por el otro extremo, cuando tienen que vérselas con un delirio donde ustedes pueden haber intentado, a falta de algo mejor, durante un tiempo anterior a Freud, diría, buscar también algo que sea la correspondencia de una especie de deseo del sujeto, ustedes llegan a ello por algunas ojeadas, algunos flashes de sesgo, como aquel en que algo puede parecer representar la satisfacción del deseo.
¿Pero no es evidente que el fenómeno mayor, el más impactante, el más masivo, el más invasor de todos los fenómenos del delirio, no sea cualquier fenómeno, no sea cualquier cosa que se remita a una especie de ensoñación de satisfacción de deseo? Es algo tan decidido como la alucinación verbal, y antes que cualquier otra cosa, antes de saber si esta alucinación verbal sucede a tal o cual nivel,, si hay en el sujeto algo como una especie de reflejo interno bajo forma de alucinación psicomotriz que es excesivamente importante constatar, si hay proyección u otra cosa, ¿no aparece desde el comienzo que en la estructuración de lo que se presenta como alucinación, lo que domina, y lo que domina ante todo, y lo que incluso debería servir como primer elemento de clasificación, es su estructura en el significante? Es que son fenómenos estructurados en el nivel del significante, es que la organización misma de esas alucinaciones no puede pensarse un momento sin ver que lo primero que hay que aportar en ese fenómeno, es que es un fenómeno de significante.
He aquí pues algo que siempre debe recordarnos que si es cierto que podemos abordar bajo este ángulo la carácterización de lo que podemos llamar el principio del placer, a saber satisfacción fundamentalmente irreal del deseo, la diferenciación, la carácterística que la satisfacción alucinatoria existe (sic), es que ella es absolutamente original, que ella se propone en el dominio del significante, y que implica como tal un cierto lugar del Otro que por otra parte no es forzosamente un otro, sino un cierto lugar del otro en tanto que es necesario por la posición de esta instancia del significante.
Observarán que en una perspectiva tal, la de este pequeño esquema, es pues ahí que vemos entrar en juego, en esta especie de parte externa, a fin de cuentas, del circuito que está constituido por la parte derecha del esquema, a saber la necesidad, que es algo que aquí se manifiesta bajo la forma de una especie de fin o de cola de la cadena significante; algo que por supuesto no existe sino en el limite, y donde sin embargo reconocerán siempre, cada vez que algo llegue a ese nivel del esquema, la carácterística del placer como estando ligado a ello.
Si es en un placer que desemboca el chiste, es muy precisamente en tanto que el chiste necesita que algo se realice al nivel del otro, que tiene esta especie de fin virtual hacia una especie de más allá del sentido, que sin embargo es algo que en sí comporta una cierta satisfacción. Si, pues, es en esta parte externa del circuito que el principio del placer encuentra de algún modo cómo esquematizarse, aquí igualmente es en esa parte que el principio de realidad está. No es concebible de otro modo, para lo que es del sujeto humano, en tanto que nos ocupamos de él en nuestra experiencia; no hay otra aprehensión ni definición posible del principio de realidad para el sujeto humano, y en tanto que allí tiene que entrar en el nivel del proceso secundario, en tanto que el significante en el origen de la cadena entra efectivamente en juego en lo real humano como una realidad original. Hay lenguaje, eso habla en el mundo, y a causa de eso hay toda una serie de cosas, de objetos que son significados, que de otro modo no lo serían absolutamente. Quiero decir si no hubiera en juego, si no hubiera significante en el mundo.
Y la introducción del sujeto a cualquier realidad, no es absolutamente pensable por una pura y simple experiencia, sea lo que sea de lo que se trate, de una frustración, de una discordancia, de un golpe, de una quemadura, de todo lo que ustedes quieran. No hay deletreo paso a paso de un Umwelt por el hombre, que seria también explorado de una manera también inmediata, y si se puede decir al tanteo, excepto que para el animal el instinto viene en su auxilio, ¡a Dios gracias!, por que si fuera preciso que el animal reconstruyera el mundo, no le seria suficiente toda su vida para hacerlo, entonces, ¿por qué querer que el hombre, que tiene unos instintos muy poco adaptados, haga esta experiencia del mundo, de alguna manera con sus manos? El hecho de que haya significante, es absolutamente esencial, y el principal trujamán de su experiencia de la realidad se vuelve incluso casi reducido a una banalidad, a una bobería como decirlo a ese nivel. Interviene a pesar de todo por la voz, esto es bien manifiesto naturalmente por la enseñanza que recibe, por lo que le enseña la palabra del adulto, pero el margen importante que Freud conquista sobre este elemento de experiencia es lo siguiente: es que de ahora en adelante, antes incluso que el aprendizaje del lenguaje sea elaborado sobre el plano motor, y sobre el plano auditivo, y sobre el plano que comprende lo que se le cuenta, hay ya desde el origen, desde sus primeras relaciones con el objeto de su primera relación con el objeto materno, en tanto que es ese objeto primordial, primitivo, del que depende su primera supervivencia, subsistencia en el mundo, este objeto ya está introducido como tal en el proceso de simbolización, juega ya un papel que introduce en el mundo la existencia del significante, esto en un estadio ultraprecoz.
Digámoslo bien: desde que el niño comienza simplemente a poder oponer dos fonemas, estos son ya dos vocablos, y con dos, el que los pronuncia y aquel al que son dirigidos, es decir el objeto, es decir su madre, ya hay suficiente con los cuatro elementos como para contener virtualmente en sí toda la combinatoria de donde va a surgir la organización del significante.
Ahora voy a pasar a un nuevo y diferente pequeño esquema, que por otra parte ya ha sido aquí esbozado, y que va a mostrarles cuáles van a ser sus consecuencias, al mismo tiempo que ustedes recordarán lo que, en la última lección, he intentado hacerles sentir.
Hemos dicho que primordialmente teníamos la relación del niño con la madre, y es cierto que es en este eje que se constituye la primera relación de realidad, quiero decir que esta realidad no es deducible, y en la experiencia sólo puede ser reconstruida con la ayuda de perpetuos movimientos de prestidigitación, si se hace depender su constitución únicamente de las relaciones del deseo del niño con el objeto en tanto que satisface o no satisface su deseo.
Si se puede, en el limite, encontrar algo que responde a eso en un cierto número de casos de psicosis precoces, es siempre al fin de cuentas a la fase llamada depresiva del desarrollo del niño que uno se remite cada vez que se hace intervenir esta dialéctica. Se trata en realidad, en tanto que esta dialéctica comporta un desarrollo ulterior infinitamente más complejo, de algo muy diferente, a saber que la relación no está simplemente en el origen del deseo del niño al objeto que lo satisface o que no lo satisface, sino gracias a algo que es minimum de espesor, de irrealidad que da la primera simbolización, una referencia si quieren, ya triangular del niño, no en relación a lo que va a aportar satisfacción a su necesidad, sino en relación al deseo del sujeto materno que tiene frente a él.
Es esto, y únicamente en tanto que algo está ya inaugurado en esta dimensión, aquí representa da según el eje que se llama el eje de las ordeñadas en análisis matemático. Tenemos la dimensión del símbolo, y a causa de esto puede concebirse que el niño, en la medida en que tiene que ubicar se respecto de esos dos polos, y por otra parte es precisamente alrededor de eso que tantea la señora Melanie Klein, sin poder dar su fórmula, es que es, en efecto, alrededor de un doble polo de la madre —ella la llama la buena y la mala madre el niño comienza a tomar su posición. No es el objeto lo que él sitúa, es él ante todo que se sitúa, y entonces va a situarse en toda clase de puntos que están por ahí para intentar alcanzar lo que es el objeto del deseo de la madre, para intentar, él, responder al deseo de la madre. Eso es el elemento esencial, y esto podría durar demasiado tiempo.
En verdad no hay, a partir de ese momento, ninguna especie de dialéctica posible. Es aquí que necesariamente tenemos que hacer intervenir, es completamente imposible considerar la relación del niño con la madre, ante todo porque es imposible pensar y no deducir nada de ello, pero es igualmente imposible tras la experiencia, concebir que el niño está en ese mundo ambigüo que nos presentan los analistas kleinianos, por ejemplo, en el cual no hay realidad más que la de la madre, y que les permite decir que el mundo primitivo del niño está a la vez suspendido de este objeto, y enteramente autoerótico, en tanto que el niño ahí no quiere hacer ninguna diferencia entre un exterior y un exterior (sic) para un objeto con el que está tan estrechamente ligado que forma literalmente con él un circulo cerrado.
De hecho, cada uno sabe —no hay más que ver vivir a un niño pequeño— que el pequeño niño no es autoerótico de ningún modo, a saber que él se interesa normalmente como todo pequeño animal, y un pequeño animal sobre todo más especialmente inteligente que los demás, que él se interesa por todo tipo de otras cosas en la realidad, evidentemente no por cualquiera, pero hay una de ellas a pesar de todo a la que nosotros le otorgamos cierta importancia, y que, puesto que aquí está el eje de las abscisas en el eje de la realidad, se presenta completamente en el limite de esta realidad. Eso no es un fantasma, es una percepción. Dejo de lado esto que es enorme en la teoría kleiniana, quiero decir que en ella —pues es una mujer de genio— uno puede dejarle pasar todo, pero en los alumnos, muy particularmente informados en materia de psicología, en alguien como Susan Isaacs, quien era una psicóloga, esto es imperdonable. A continuación de la señora Melanie Klein, ella no ha llegado menos a articular una teoría de la percepción tal que no hay ningún medio de distinguir la percepción de una introyección en el sentido analítico del término. Yo no puedo señalarles al pasar todos los callejones sin salida del sistema kleiniano, trato de darles un modelo que les permita articular más claramente lo que sucede.
¿Qué sucede al nivel del estadio del espejo? Es que el estadio del espejo, a saber el encuentro del sujeto con algo que es propiamente una realidad, y al mismo tiempo que no lo es, a saber una imagen virtual que juega un papel completamente decisivo en cierta cristalización del sujeto que yo llamoy que se produce — yo lo pongo en paralelo con la relación que se produce entre el niño y la madre. A grandes rasgos es de eso que se trata: el niño conquista ahí el punto de apoyo de esta cosa en el limite de la realidad que se presenta, si se puede decir, para él, de una manera perceptiva; lo que puede por otra parte llamarse una imagen en el sentido que tiene este término en tanto que la imagen tiene esa propiedad en la realidad, de ser esa señal cautivante que se aísla en la realidad, que atrae de parte del sujeto a esta captura de una cierta libido, de un cierto instinto gracias a lo cual hay en efecto un cierto número de referencias, de puntos psicoanalíticos en el mundo, alrededor de lo cual el ser viviente organiza más o menos sus conductas.
Para el ser humano, parece al fin de cuentas que eso sea lo único que subsiste. Juega ahí su papel, y juega su papel en tanto que justamente es, propiamente hablando, engañador e ilusorio. Es en eso que viene en su auxilio una actividad que de ahora en adelante es para el sujeto en tanto que tiene que satisfacer el deseo del otro, una actividad que ya se propone en la mira de ilusionar él mismo el deseo del otro. El niño, en tanto que ahora él va a constituirse como toda la actividad jubilatoria del niño ante su espejo, está a la vez en ese momento por conquistarse como algo que a la vez existe y no existe, y por relación a lo cual localiza a la vez sus propios movimientos y también la imagen de los que lo acompañan ante ese espejo.
Es alrededor de esta posibilidad que le es abierta por una cierta experiencia privilegiada en la realidad, que tiene justamente ese privilegio de una realidad virtual irrealizada, y aprehendida como tal, que el niño va a poder conquistar ese algo alrededor de lo cual va literalmente a construirse toda posibilidad de realidad humana.
No es todavía que el falo, en tanto que es ese objeto imaginario con el que el niño tiene que identificarse para satisfacer al deseo de la madre, pueda en adelante situarse en su lugar, pero la posibilidad de una tal situación es grandemente enriquecida por esta cristalización del yo (moi) en un cierto punto de reparo, que abre toda la posibilidad de lo imaginario.
En suma, ¿a qué asistimos? Asistimos a algo que es un doble movimiento, movimiento por el cual la experiencia de la realidad ha introducido, bajo la forma de la imagen del cuerpo, un elemento ilusorio y engañador como fundamento esencial de la ubicación del sujeto en relación con la realidad, y en toda esta medida, en la medida de este espacio, de este margen que se ofrece al niño por esta experiencia, la posibilidad en una dirección contraria para sus primeras identificaciones del yo, de entrar en otro campo que está definido como homólogo, e inverso del que está constituido por el triángulo m-I-M, que es éste, el que está entre m-i-e (sic), enigmático, que es el sujeto en tanto que tiene que identificarse, que definirse, que conquistarse, que subjetivarse y también el polo de la madre.
¿Y qué es ese triángulo? ¿Y qué es ese campo? ¿Y cómo este trayecto que va a partir de la Urbild del yo, va a permitir al niño conquistarse, identificarse, progresar? ¿Cómo podemos definirlo? ¿En qué está constituido?
Está, hablando muy propiamente, constituido en esto, que esta Urbild del yo, esta primera conquista o dominio de si que el niño hace en su experiencia, a partir del momento en que ha desdoblado el polo real en relación al cual tiene que situarse, lo hace entrar en este trapecio m-I-M-E (sic), en tanto que se identifica por los elementos multiplicados de significante en la realidad; quiero decir, donde por todas esas identificaciones sucesivas él es él mismo, toma él mismo la función, el papel de una serie de significantes, entiendan: de jeroglíficos de tipos, de formas y de presentaciones que van a puntuar su realidad con un cierto número de referencias que hacen de ella, de ahora en adelante, una realidad repleta de significantes.
En otros términos, lo que va a constituir aquí el limite es esta formación que se llama ideal del yo. Ustedes van a ver por qué es importante que yo se los sitúe así, es decir, eso a lo que el sujeto se identifica al ir en la dirección de lo simbólico, partiendo de la referencia imaginaria, y de alguna manera, preformado instintualmente por sí mismo en su propio cuerpo, y en tanto que va a comprometerse en una serie de identificaciones significantes en la dirección definida como tal, como opuesta a lo imaginario, a saber como utilizando lo imaginario como significante. Y la identificación que se llama ideal, del yo, se hace a nivel paterno. ¿Por qué? Precisamente por que a nivel paterno el desasimiento es más grande en relación a la relación imaginaria, que a nivel de la relación con la madre.
Esta pequeña edificación de esquemas unos sobre otros, estos pequeños danzarines cabalgándose, las piernas de uno sobre los hombros del otro, es precisamente de eso que se trata, es en tanto que el tercero de este pequeño andamiaje, a saber el padre en tanto que interviene para prohibir (in terdire), es decir para hacer pasar lo que es justamente el objeto del deseo de la madre al rango propiamente simbólico, a saber que es no solamente un objeto imaginario, sino que además está destruido, prohibido (interdit), es en tanto que interviene como personaje real, como yo (je) para jugar esta función, que este yo (je) va a devenir algo eminentemente significante, y permitir ser el núcleo de la identificación al fin de cuentas última, supremo resultado del complejo de Edipo que hace que sea al padre que se refiera la formación llamada ideal del yo, y estas oposiciones del ideal del yo en relación al objeto del deseo de la madre son expresadas sobre este esquema en lo siguiente: que si la identificación virtual e ideal del sujeto al falo, en tanto que es el objeto del deseo de la madre, se sitúa ahí en la cima del primer triángulo de la relación con la madre, se sitúa allí virtualmente, a la vez siempre posible y siempre amenazado, tan amenazado que efectivamente es preciso que sea destruido en un momento dado por la intervención del principio simbólico puro representado por el nombre del padre, que está ahí en el estado de presencia velada, pero una presencia que se revela, y se revela no progresivamente, se revela por una intervención ante todo decisiva en tanto que es el elemento interdictor, y en tanto que justamente esta especie de búsqueda al tanteo del sujeto que debía desembocar, y que desemboca en ciertos casos en esta relación exclusiva del sujeto con la madre, no en una pura y simple dependencia, sino en algo que se manifiesta en todo tipo de perversiones, por una cierta relación esencial con el falo, sea que el sujeto la asuma bajo diversas formas, sea que haga de él su fetiche, sea que estemos ahí en el nivel de lo que se puede llamar la raíz primitiva de la relación perversa con la madre. Es en tanto que en esta identificación a partir del yo (moi) el sujeto, quien puede en cierta fase hacer en efecto un movimiento de aproximación, de identificación de su yo (moi) con el falo, esencialmente es llevado en la otra dirección, es decir estructurado, constituye una cierta relación que, él, está marcado por los puntos limites que están expresados ahí en una cierta relación con la imagen del cuerpo propio, es decir lo imaginario puro simple, a saber la madre.
Por otra parte, como término real, su yo (moi) en tanto que es susceptible, no simplemente de reconocerse, sino habiéndose reconocido, de hacerse él mismo elemento significante, y no ya simplemente elemento imaginario en su relación con la madre, que pueden producirse esas sucesivas identificaciones de las que Freud, en su teoría del yo, nos articula de la manera más firme que ése es el objeto de su teoría del yo, es mostrarnos que el yo está hecho de una serie de identificaciones remítanse al esquema — de una serie de identificaciones a un objeto que está más allá del objeto inmediato, que es el padre en tanto que él está más allá de la madre.
Este esquema es esencial conservarlo, porque también les demuestra que para que esto se produzca correctamente, completamente y en la buena dirección, debe haber cierta relación entre su dirección, su rectitud, sus accidentes, y el desarrollo entonces siempre creciente de la presencia del padre en la dialéctica de la relación del niño con la madre.
Este esquema es, con su doble movimiento de báscula, a saber que la realidad es conquistada por el sujeto humano en tanto que ella llega a algunos de estos limites bajo la forma virtual de la imagen del cuerpo, que de una manera correspondiente, es en tanto que el sujeto introduce en su campo de experiencia los elementos irreales del significante, que llega a extender a la medida en que lo está para el sujeto humano, el campo de esta experiencia.
Esto es de una utilización constante, y sin referirse a ello, ustedes se encuentran deslizando perpetuamente en una serie de confusiones que consisten en tomar literalmente vejigas por linternas (creer las cosas más inverosímiles), y una idealización por una identificación, una ilusión por una imagen, todo tipo de cosas que están lejos de ser equivalentes, y a las que tendremos que volver luego, y refiriéndonos a este esquema.
Está bien claro, por ejemplo, que la concepción que podemos hacernos del fenómeno del delirio, es algo que fácilmente debería indicarse por la estructura propuesta, promovida, manifestada en este esquema, en tanto que vemos siempre en el delirio algo que seguramente merece el término de regresivo, pero no a la manera de una especie de reproducción de un estado anterior, lo que seria verdaderamente completamente abusivo. Confundir con su fenómeno la noción de que el niño vive en un mundo de delirio, por ejemplo, lo que parece ser aplicado por la concepción kleiniana, es una de las cosas más difícilmente admisibles que haya, por la buena razón de que esta fase psicótica, si es necesaria por las premisas de la articulación kleiniana, nosotros no tenemos ninguna especie de experiencia en el niño de nada que represente un estado psicótico transitorio. Por el contrario, se concibe muy bien sobre el plano de una regresión que es estructural, y no genética, que el esquema permite ilustrar precisamente por un movimiento inverso al que esta descripto aquí por las dos flechas, la invasión en el mundo de los objetos de la imagen del cuerpo que es tan manifiesta —hablo de los delirios del tipo schreberiano— e inversamente, aquí, algo que reúne alrededor del Yo (Moi) todos los fenómenos de significante, al punto que el sujeto no está más de alguna manera soportado en tanto que Yo (Moi), que por esta trama continua de alucinaciones verbales significantes, que constituye en ese momento una suerte de repliegue hacia una posición inicial de la génesis de su mundo de la realidad.
Veamos en suma cuál ha sido hoy nuestro objetivo. Nuestro objetivo es situar definitivamente el sentido de la pregunta que planteamos a propósito del objeto. La cuestión del objeto, para nosotros los analistas, es fundamentalmente ésta, porque tenemos constantemente la experiencia de ello, no tenemos que ver sino con eso, sólo de eso nos ocupamos: ¿cuál es la fuente y la génesis del objeto ilusorio? Se trata de saber si podemos hacernos una concepción suficiente de este objeto en tanto que ilusorio, simplemente refiriéndonos a las categorías de lo imaginario.
Yo les respondo que no, eso es imposible, por que el objeto ilusorio, y esto porque se lo conoce desde hace excesivamente mucho tiempo, desde que hay gente que piensa, y filósofos que intentan expresar lo que es de la experiencia de todo el mundo, cada uno sabe que el objeto ilusorio, hace mucho tiempo que se habla de él, es el velo de Maya, es aquello por lo que aparece como una necesidad tal que lo que se llama la necesidad sexual, manifiestamente realice unos fines que es tan más allá, si se puede decir, de lo que sea que esté en el interior del sujeto. No se ha esperado a Freud, ya el señor Schopenhauer, y muchos otros antes que él, han visto allí esa astucia de la naturaleza que hace que el sujeto crea abrazar a tal mujer, y que esté pura y simplemente sometido a las necesidades de la especie.
Este aspecto del carácter fundamentalmente imaginario del objeto, muy especialmente en tanto que es el objeto de la necesidad sexual, era reconocido desde hace mucho tiempo, y no nos ha hecho dar un paso en la dirección de ese problema que es sin embargo el problema esencial. ¿Por qué esa misma necesidad, que supuestamente estarla hecha de lo que de hecho, groseramente, aparentemente, que bien parece estar en la naturaleza (de la) realidad por el carácter de señuelo, por el hecho de que el sujeto no es sensible más que a la imagen de la hembra de su especie, esto a grandes rasgos; por qué eso no nos hace dar un paso en el sentido que para el hombre un zapatito de mujer puede ser muy precisamente lo que provoca en él ese surgimiento de energía supuestamente destinada a la reproducción de la especie? El problema está ahí.
El problema está ahí, y el problema sólo es solucionable en la medida en que ustedes se den cuenta de que el objeto del que se trata, en tanto que es objeto ilusorio, no juega su función en el sujeto humano, no en tanto que imagen tan engañosa tan bien organizada naturalmente como un señuelo como ustedes la supongan, sino en tanto que elemento significante en una cadena significante. Volveré a ello.
Hoy hemos llegado al cabo de una lección quizá muy especialmente abstracta. Les pido perdón, pero si no planteamos estos términos, jamás podremos llegar a comprender lo que está aquí y lo que está allá, lo que yo digo y lo que yo no digo, lo que digo para contradecir a otros, y lo que otros dicen muy inocentemente, sin percatarse de su contradicción. Es preciso pasar por ahí, por la función que juega tal o cual objeto como fetiche o no, pero también simplemente toda la instrumentación de una perversión. Es preciso verdaderamente tener la cabeza no sé dónde para contentarse con términos como masoquismo o sadismo, por ejemplo, lo que suministra naturalmente toda clase de consideraciones admirables sobre las etapas, los instintos, sobre el hecho de que hay no sé qué necesidad motora agresiva necesitada por el hecho de poder llegar simplemente al objetivo del abrazo genital.
Pero en fin, ¿por qué es que en ese sadismo y en ese masoquismo el hecho de ser pegado —hay otros medios de ejercer el sadismo y el masoquismo— el hecho de ser pegado muy precisamente con una vara, o cualquier cosa análoga, juega un papel esencial, y minimizar la importancia en la sexualidad humana de ese instrumento especialmente, que corrientemente se llama el látigo, de una manera más o menos elidida, simbólica, generalizada? A pesar de todo, es algo que merece alguna consideración.
El señor Aldous Huxley nos pinta el mundo futuro donde todo estará tan bien organizado en cuanto al instinto de reproducción, que se pondrán pura y simplemente los pequeños fetos en botellas tras haber escogido a los que estarán destinados por haberles suministrado los mejores gérmenes. Todo va muy bien, y el mundo se convierte en algo tan particularmente satisfactorio, que el señor Aldous Huxley, en razón de sus preferencias personales, declara fundamentalmente aburrido. Nosotros no tomamos partido, pero lo que es interesante, es que un autor que se entrega a este tipo de anticipaciones a las que en cuanto a nosotros no otorgamos ninguna importancia, hace renacer el mundo que él conoce, y nosotros también, por intermedio de una joven que manifiesta su necesidad de ser azotada. A él le parece, sin ninguna duda, que hay ahí algo que está estrechamente ligado al carácter de humanidad del mundo.
Es simplemente lo que yo quiero señalarles. Quiero señalarles que lo que es accesible a un novelista y a alguien que sin ninguna duda tiene experiencia de la vida sexual, es sin embargo también algo que para nosotros, los analistas, debería detenernos, a saber que si todo el giro, por ejemplo, de la historia de la perversión en el análisis, a saber el momento es que se ha salido de la noción de que la perversión es pura y simplemente la pulsión que emerge, es decir lo contrario de la neurosis, se ha esperado la señal del director de orquesta, es decir el momento en que Freud escribió «……», y que es alrededor de este estudio absolutamente de una sublimidad total, porque evidentemente todo lo que ha sido dicho después no es más que cambio chico de lo que hay ahí adentro; si es alrededor del análisis de este fantasma de látigo que verdadera mente Freud en ese momento ha hecho entrar la perversión en su verdadera dialéctica analítica, ahí donde ella aparece siendo, no la manifestación de una pulsión pura y simple, sino estando ligada a un contexto dialéctico tan sutil, tan compuesto, tan rico en compromisos, tan ambigüo como una neurosis, esto es a partir precisamente de algo que va, no a clasificar la perversión en una categoría del instinto de nuestras tendencias, sino en algo que la articula precisamente en su detalle, en su material y, digamos la palabra, en su significante. Por otra parte, cada vez que ustedes tienen que vérselas con una perversión, hay algo que corresponde a una suerte de desconocimiento de lo que tienen ante ustedes, si no ven cuánto la perversión está ligada de una manera fundamental a una especie de trama de fabulación que por otra parte es esencialmente susceptible de transformarse, de modificarse, de desarrollarse, de enriquecerse. Es incluso toda la historia de la perversión, el hecho de que la perversión por otra parte se liga en ciertos casos de la manera más estrecha, quiero decir clínicamente en la experiencia, a la aparición, a la desaparición, a todo el movimiento compensatorio de una fobia que muestra evidentemente el término del derecho y del revés, pero en muy otro sentido, en el sentido en que dos sistemas articulados se componen y se compensan, y alternan uno con el otro. Es también algo que está bien hecho para hacernos articular la pulsión en un muy otro dominio que el de, pura y simplemente, la tendencia.
Es sobre eso, es sobre el acento de significante al que responden los elementos, el material de la perversión misma, que atraigo vuestra atención en particular, puesto que se trata por el momento de significado, eso de lo que se trata en cuanto al objeto.
¿Qué quiere decir todo esto? Es que tenemos un objeto, objeto primordial, y que sin ninguna duda sigue dominando la continuación de la vida del sujeto. También tenemos sin ninguna duda y ciertamente algunos elementos imaginarios que juegan el papel cristalizarte, y particularmente todo lo que comporta el material del aparato corporal, los miembros, y la referencia del sujeto a la dominación de sus miembros, la imagen total.
Pero el hecho de que el objeto está tomado en una función que es la del significante, y que hace que en esa relación constituida por la existencia de una cadena significante tal como la simbolizamos por medio de una serie de S, S’, S» , y que haya debajo de esta serie de significaciónes, lo que hace que del mismo modo que la cadena superior progresa en un cierto sentido, el algo que en las significaciónes o por debajo progresa en sentido contrario, es una significación que siempre se desliza, sigue y se sustrae, lo que hace que al fin de cuentas la relación profunda del hombre con toda significación, por el hecho de la existencia del significante, es un objeto de un tipo especial. A este objeto yo lo llamo objeto metonímico Yo les digo que su principio en tanto que el sujeto tiene una relación con él, es en tanto que el sujeto se identifica imaginariamente de una manera completamente radical, no a tal o cual de sus funciones de objeto que respondería a tal o cual tendencia parcial, como se dice, sino en tanto que hay algo que necesita que haya ahí en alguna parte un polo, a saber en lo imaginario, algo que representa lo que siempre se sustrae, a saber lo que se induce de una cierta corriente de fuga del objeto en lo imaginario, por el hecho de la existencia del significante.
Este objeto tiene un nombre, él es pivote, es central en toda la dialéctica de las perversiones, de las neurosis, e incluso pura y simplemente de todo desarrollo subjetivo. Se llama el falo, y eso es lo que tendré que ilustrarles la próxima vez.