Henos aquí, pues, luego de haber entrado por la puerta del chiste (trait d’esprit), cuyo ejemplo princeps comenzamos a analizar la última vez, aquel que encajó Freud bajo la forma del chiste (mot d’ esprit) «famillonario», imputado al mismo tiempo a Hirsch-Hyacinthe, es decir a esa creación poética plena de significación. Tampoco es por azar que sea sobre ese fondo de creación poética que Freud se encontrara habiendo elegido su ejemplo princeps, y que nosotros mismos nos encontráramos como por otra parte sucede de costumbre, con que este ejemplo princeps se revelaba particularmente apto para representar, para demostrarlo que aquí queremos demostrar.
Como sin duda ustedes lo han visto, esto nos lleva, en el análisis del fenómeno psicológico que está en cuestión a propósito del chiste, al nivel de una articulación significante que indudablemente, si les interesa, al menos espero que a una gran parte de ustedes, no es menos el objeto, es fácilmente imaginable, de algo que muy bien puede parecer desconcertante. Quiero decir que, sin ninguna duda, ese algo que sorprende, que desconcierta al espíritu, es también el nervio de esta retoma, que quiero hacer aquí con ustedes, de la experiencia analítica, y concierne al lugar, y hasta cierto punto casi diría que a la existencia, del sujeto — como me planteaba la cuestión alguien que, por cierto, estaba lejos de ser alguien poco advertido: ni poco advertido de la cuestión, ni poco advertido, tampoco, de lo que intento aportar con ello.
Alguien me planteó la cuestión: Pero entonces, ¿qué deviene este sujeto? ¿Dónde está?
La respuesta es fácil cuando se trata de filósofos, puesto que era un filósofo quien me planteaba esta cuestión, en la Sociedad de Filosofía donde yo hablaba. Estuve tentado de responder: Pero sobre este punto, podría devolverle con gusto su pregunta, y decirle que, precisamente, dejo la palabra a los filósofos. Después de todo, no se trata de que me dejen reservado todo el trabajo.
Esta cuestión de la elaboración de la noción de sujeto requiere seguramente que sea revisada a partir de la experiencia freudiana. Si algo en ella debe ser modificado, eso tampoco es algo que deba sorprendernos. Sin otros términos, si Freud a portó algo esencial, ¿podíamos esperarnos ver a los espíritus, y particularmente a los de los psicoanalistas, aterrados, diría tanto más fuertemerte, a una noción del sujeto, la que se encarna en tal manera de pensar, simplemente el yo (moi), que no es más que un retorno a lo que podríamos llamar las confusiones gramaticales sobre la cuestión del sujeto, la identificación del yo con un poder de síntesis que seguramente ningún dato en la experiencia permite sostener? Incluso se puede decir que no hay necesidad de llegar a la experiencia freudiana, no hay necesidad de recurrir a ella porque una simple inspección sincera de lo que es la vida de cada uno nos permite entrever que este así llamado poder de síntesis más que fracasa, y que a decir verdad, salvo ficción, no hay verdaderamente nada que sea de experiencia más común que lo que podremos llamar no solamente la incoherencia de nuestros motivos, si no que incluso diría más: el sentimiento de su profunda inmotivación, de su alienación fundamental. Que si Freud nos aporta una noción de un sujeto que funciona más allá, como ese sujeto en nosotros tan difícil de asir, del que nos muestra sus resortes y su acción, es algo que seguramente desde siempre habría debido retener la atención que ese sujeto, en tanto que introduce una unidad oculta, una unidad secreta en lo que a nivel de la experiencia más común se nos aparece como nuestra profunda división, nuestra profunda fragmentación, nuestra profunda alienación en relación a nuestros propios motivos, que ese sujeto sea otro.
¿Es simplemente una especie de doble, de sujeto yo malo, como han dicho algunos, en tanto que en efecto encubre muchas sorprendentes tendencias? ¿o simplemente otro yo? ¿o, como todavía se podría creer que yo digo, verdadero yo? ¿Se trata de eso? ¿Es simplemente un forro, pura y simplemente un otro que podemos concebir estructurado como el yo (moi) de la experiencia?
He aquí la cuestión, he aquí también por qué la abordamos este año a nivel y bajo el título de las formaciones del inconsciente.
Seguramente la cuestión está ya presente, y ofrece una respuesta. No está estructurado de la misma manera: en ese yo de la experiencia, se presenta algo que tiene sus leyes propias. Para decirlo todo, hay una organización de sus formaciones que no solamente tiene un estilo, sino una estructura particular. A esta estructura, Freud la aborda y la desmonta al nivel de las neurosis, al nivel de los síntomas, al nivel de los sueros, al nivel de los actos falidos, al nivel del chiste. La reconoce única y homogénea. Todo el nervio de lo que nos expone al nivel del chiste, y es por eso que lo he elegido como puerta de entrada, reposa sobre eso; es su argumento fundamental para hacer del chiste una manifestación del inconsciente.
Esto es decirles que está estructurado, organizado, según las mismas leyes que aquellas que hemos encontrado en el sueño. A estas leyes, él las recuerda, las enumera, las articula, las reconoce en la estructura del chiste. Son las leyes de la condensación, son las leyes del desplazamiento; esencialmente y ante todo agrega otra cosa: él reconoce también allí lo que, al final de mi artículo, he llamado —para traducirlo— miramientos por las necesidades de la puesta en escena. El lo trae también como un tercer elemento.
Pero poco importa, por otra parte, nombrarlos; el nervio de lo que él aporta, la clave de su análisis, es este reconocimiento de leyes estructurales comunes; en esto se reconoce que un proceso, como él se expresa, fue atraído hacia lo inconsciente. Es lo que está estructurado según las leyes estructuradas según sus tipos. Es de eso que se trata cuando se trata del inconsciente.
¿Qué sucede? Sucede, a nivel de lo que les enseño, que ahora, es decir después de Freud, estamos en condiciones de reconocer este acontecimiento, tanto más demostrativo cuanto que, verdaderamente, tiene todo para sorprender. Que estas leyes, esta estructura del inconsciente, aquello en lo que se reconoce un fenómeno como perteneciente a las formaciones del inconsciente, sean estrictamente identificables, recubre —e incluso diría más: recubre de una manera exhaustiva— lo que el análisis lingüístico nos permite localizar como siendo los modos esenciales de formación del sentido, en tanto que este sentido es engendrado por las combinaciones del significante.
El término significante toma un sentido pleno a partir de cierto momento de la evolución de la lingüística, aquel en que es aislada la noción de elemento significante muy ligada en la historia, concreta al despegamiento de la noción de fonema.
Por supuesto, sólo localizada en esta noción, en tanto que nos permite tomar el lenguaje a nivel de cierto registro elemental, a la noción de significante podemos definirla doblemente, como cadena por una parte diacrónica y como posibilidad en el interior de esta cadena, posibilidad permanente de sustitución en el sentido sincrónico. Esta consideración a un nivel fundamental, elemental, de las funciones del significante, es el reconocimiento a nivel de esta función de una potencia original que es precisamente aquella donde podemos localizar un cierto engendramiento de algo que se llama el sentido, y algo que en si es muy rico de implicaciones psicológicas, y que recibe una suerte de complementación, incluso sin tener necesidad de empujar más lejos en sí mismo su vía, su búsqueda, de cavar más hondo su surco en lo que Freud mismo nos ha ya preparado, en este punto de unión del campo de la lingüística con el campo propio del psicoanálisis. Es mostrarnos que estos efectos psicológicos, que estos efectos de engendramiento del sentido, no son otra cosa, no se recubren exactamente más que con lo que Freud nos ha mostrado como siendo las formaciones del inconsciente.
Dicho de otro modo, podemos comprender que lo que permanece hasta ahí elidido en lo que se puede llamar el lugar del hombre es precisamente esto: que la estrecha relación que hay entre el hecho de que para él existen objetos de una heterogeneidad, de una diversidad, de una variabilidad verdaderamente sorprendente en relación a los objetos biológicos —es decir lo que podemos esperar que le corresponde por su existencia de organismo viviente—, ese algo singular que presenta un cierto estilo, una cierta diversidad sobreabundante, lujuriosa —y al mismo tiempo incomprensible como tal, como objeto biológico—, del mundo de los objetos humanos, es algo que en esta coyuntura encontramos que debe ser estrecha e indisolublemente relaciónado a la sumisión, a la subducción del ser humano por el fenómeno del lenguaje.
Por supuesto, esto no había dejado de aparecer, pero hasta cierto punto y de cierta manera enmascarado; enmascarado en tanto que lo que es asible al nivel del discurso, del discurso concreto, se presenta siempre en relación a este engendramiento del sentido en una posición de ambigüedad, habiendo ya girado este lenguaje, en efecto, hacia los objetos que incluyen en sí mismos algo de la creación que han recibido del lenguaje mismo, y algo que ya ha podido constituir el objeto, precisamente, de toda una tradición, incluso de una retórica filosófica, la que se plantea la cuestión, en el sentido más general, de la Crítica del Juicio: ¿qué valor tiene ese lenguaje? ¿Qué representan esas conexiones en relación a las conexiones en las que parecen concluir? Que ella se plantea incluso para reflejar que son las conexiones de lo real.
En efecto, es en todo eso que desemboca una tradición crítica, una tradición filosófica cuya punta y cima podemos definir por Kant, y ya, en cierta manera, que se pueda interpretar, pensar la critica de Kant como el más profundo cuestionamiento de toda especie de real, en tanto que está sometido a las categorías a priori no solamente de la estética, sino también de la lógica, es algo que representa un punto pivote a nivel del cual la meditación humana vuelve a partir para reencontrar algo que no había sido percibido en esa manera de plantear la cuestión al nivel del discurso, al nivel del discurso lógico, al nivel de la correspondencia entre cierta sintaxis del círculo intencional en tanto que se cierre en toda frase, de retomarla por debajo y a través de ese libro de la crítica del discurso lógico, de retomar la acción de la palabra en esta cadena creadora en que ella es siempre susceptible de engendrar nuevos sentidos, por la vía de la metáfora, de la manera más evidente, y por la vía de la metonimia, de una manera que —les explicaré por qué cuando sea el momento— hasta una época muy reciente ha permanecido siempre profundamente enmascarada.
Esta introducción es ya suficientemente difícil como para que vuelva a mi ejemplo «famillonario», que nos esforzaremos aquí por completar.
Hemos llegado a la noción de que en el curso de un discurso precisamente intencional, en el que el sujeto se presenta como queriendo decir algo, se produce algo que sobrepasa su querer, algo que se presenta como un accidente, como una paradoja, como un escándalo; esta neoformación se presentó con unos rasgos, no del todo negativos, de una suerte de tropiezo, de acto falido, como después de todo podría serlo —ya les he mostrado equivalentes de ello, cosas que se le parecen singularmente en el orden del puro y simple lapsus—, pero que, al contrario, en las condiciones en que este accidente se produce, lo encontramos registrado, valorizado al rango de fenómeno significativo, precisamente de engendramiento de un sentido a nivel de la neoformación significante, de una suerte de colapsus, de significantes que ahí se encuentran, como dice Freud, comprimidos uno con otro, embutidos uno en el otro, y que esta significación creada —ya les he mostrado sus matices y su enigma— ¿entre qué y qué? entre la evocación de manera de ser propiamente metafórica: «él me trataba de una manera completamente famillonaria», y la evocación de manera, especie de ser, de ser verbal muy cerca de tomar esa animación singular, cuyo fantasma ya he intentado agitar ante ustedes con el famillonario; el famillonario, en tanto que es su entrada en el mundo, como representativo de algo que para nosotros es muy susceptible de tomar una realidad y un peso infinitamente más consistentes que aquellos —mas desdibujados— del millonario, pero del que también les he mostrado cuánto tiene en su existencia algo suficientemente animador como para representar verdaderamente un personaje carácterístico de una época histórica. Y les he indicado que no había más que Heine para haberlo inventado, les he hablado del Prometeo mal encadenado de Gide y de su «miglionario».
Seria pleno de interés que nos detuviéramos un instante en la creación gideana del Prometeo mal encadenado. El «miglionario» del Prometeo mal encadenado es Zeus, el banquero, y nada es más sorprendente que la elaboración de este personaje. Yo no sé por qué en el recuerdo que nos deja la obra de Gide, eclipsada tal vez por el brillo inaudito de Paludes, del que sin embargo es una suerte de correspondencia y de doble, es el mismo personaje del que se trata en las dos. Hay muchos rasgos que están ahí para recortarlo: el millonario, en todos los casos, es alguien que muestra tener comportamientos singulares con sus semejantes, puesto que es ahí que vemos salir la idea del acto gratuito. Zeus el banquero, en la incapacidad en que está de tener con cualquier otro un verdadero y auténtico intercambio, en tanto que aquí él es identificado —si se puede decir— a la potencia absoluta, a ese costado de puro significante que hay en el dinero, cuestionando si puedo decirlo la existencia de toda especie de intercambio significativo posible, no encuentra otra cosa para salir de su soledad que proceder de la manera siguiente: como se expresa Gide, sale a la calle con, en una mano, un sobre que contiene lo que en la época tenía su valor, un billete de quinientos francos, y en la otra mano, si se puede decir así, una bofetada; él deja caer el sobre, y al sujeto que obligadamente lo recoge le propone que escriba un nombre en el sobre, mediando lo cual le da una bofetada, y no es por nada que es Zeus, una bofetada formidable que lo deja aturdido y lastimado; luego se va y envía el contenido del sobre a la persona cuyo nombre ha sido as! escrito por aquél que acaba de tratar tan rudamente
Así, se encuentra en una postura de no haber elegido nada por él mismo, de haber compensado, si se puede decir, un maleficio gratuito con un don que no le debe a sí mismo absolutamente nada, en tanto que su elección es restaurar, si se puede decir, por su acción, el circuito del intercambio, en el cual no puede introducirse él mismo de ninguna manera y bajo ningún sesgo, al participar en él de esta manera, si se puede decir por efracción, al engendrar una suerte de deuda en l a cual él no participa en nada y cuya única continuación además va a desarrollarse en la continuación de la novela, en el hecho de que los dos personajes no llegarán tampoco jamás a conjugar, si se puede decir, lo que se deben uno al otro: uno se volverá casi miserable y el otro morirá.
Esta es toda la historia de la novela, y parece que en cierta medida es una historia profundamente instructiva y moral, utilizable al nivel de lo que intentaremos mostrar.
He aquí pues a nuestro Heinrich Heine, quien se encuentra en posición de haber creado este personaje como fondo, pero, en este personaje, de haber hecho surgir con ese significante del famillonario la doble dimensión de la creación metafórica, y por otra parte, una suerte de objeto metonímico nuevo, el famillonario, cuya posición en suma podemos situar aquí y aquí.
La última vez les he mostrado que, para concebir la existencia de la creación significante que se llama el famillonario, podíamos reencontrar aquí, aunque seguramente no hayamos atraído la atención sobre este aspecto, todos los restos, todos los residuos ordinarios de la reflexión de una creación metafórica sobre un objeto; a saber, todos los entretelones significantes, todas las partículas significantes en las que podemos fragmentar el término famillonario: la fames, la fama, la infamia, en fin, todo lo que ustedes quieran, el famulus, todo lo que efectivamente es Hirsch Hyacinthe para su patrón caricaturesco, Christian Gumpel. Y aquí, en este lugar, debemos buscar sistemáticamente, cada vez que nos ocupamos de una formación del inconsciente como tal, lo que he llamado los restos del objeto metonímico, que seguramente, por razones que son completamente claras a la experiencia, se revelan naturalmente particularmente importantes cuando la creación metafórica, si se puede decir, no es lograda. Quiero decir, cuando ella no ha desembocado en nada, como en el caso que les he mostrado, del olvido de un nombre; cuando el nombre Signorelli es olvidado, para reencontrar la huella de este hueco, de este agujero que encontramos a nivel de la metáfora, los restos metonímicos toman ahí toda su importancia.
El hecho de que a nivel de la desaparición del término Herr hay algo que forma parte de todo el contexto metonímico en el cual ese Herr se ha aislado, a saber el contexto Bosnia Herzegovina, que nos permite restituirlo, toma aquí toda su importancia.
Pero volvamos a nuestro famillonario.
Nuestro famillonario se ha producido, pues, a nivel del mensaje. Les he hecho observar que ahí debemos encontrarnos, a nivel del famillonario, con las correspondencias metonímicas de la formación paradojal que se ha producido a nivel del olvido del nombre. En el caso Signorelli, debemos encontrar también algo que responda al escamoteo o a la desaparición del Signor en el caso del olvida del nombre. Debemos encontrarlo también a nivel del chiste.
Quedamos en eso. ¿Cómo podemos concebir, reflexionar, sobre lo que sucede a nivel del famillonario, en tanto que la metáfora, aquí ingeniosa, tiene éxito? Hasta cierto punto, debe haber allí algo que corresponda, que de alguna manera señale el resto, digamos el residuo, de la creación metafórica.
Un niño lo diría inmediatamente. Si no estamos fascinados por el aspecto entificador que siempre nos hace manejar el fenómeno de lenguaje como si se tratara de un objeto, aprenderemos muy simplemente a decir cosas evidentes a la manera en que proceden los matemáticos cuando manejan sus pequeños símbolos con x, a y b, es decir sin pensar en nada, sin pensar en lo que significan, puesto que esto es justamente lo que buscamos, es lo que sucede al nivel del significante. Para saber lo que eso significa, no busquemos lo que eso significa; está completamente claro que lo que es rechazado (rejeté ), lo que señala el resto a nivel de la metáfora, lo que sale, lo que queda como residuo de la creación metafórica, es la palabra familiar.
Si la palabra familiar no ha aparecido, y si famillonario ha venido en su lugar, debemos considerar que la palabra familiar ha pasado a alguna parte, como habiendo corrido la misma suerte que aquella que la última vez les designaba que había sido reservada al Signor de Signorelli, es decir, teniendo que proseguir su pequeño circuito circular en alguna parte en la memoria inconsciente. Es la palabra familiar.
Para nada nos asombramos de que sea así, por la simple razón de que esta palabra familiar es justamente lo que en la ocasión corresponde efectivamente al mecanismo de la represión en el sentido más habitual, en el sentido cuya experiencia tenemos a nivel de algo que corresponde a una experiencia pasada, a una experiencia digamos personal, a una experiencia histórica anterior, y remontándose muy lejos, donde, seguramente, ya no estaría el ser del propio Hirsch-Hyacinthe, en ese momento, sino el de su creador, a saber Heinrich Heine.
Si en la creación poética de Heinrich Heine ha florecido de una manera tan feliz la palabra famillonario, poco nos importa saber en qué circunstancias la encontró. Quizá la encontró en el transcurso de uno de sus paseos en una noche parisina que debía terminar solitario, luego de los encuentros que tenía, aproximadamente en los años de 1830, con el barón James Rothschild, quien lo trataba como un igual, y de un modo completamente «famillonario». Quizá fue en ese momento que la inventó, y no que la hubiera hecho caer de su pluma cuando estaba sentado a su mesa. Pero poco importa, él hizo este logro tan feliz, está bien.
Aquí yo no voy más lejos que Freud. Pasado aproximadamente un tercio del libro, después del análisis de famillonario, ustedes ven a Freud retomar el ejemplo a nivel de lo que llama las tendencias del chiste, e identificar en esta creación, en la formación de este chiste, identificar como ingeniosa invención esta creación de Heine. Es algo que tiene su sustento en su pasado, en sus relaciones personales de familia. Le es bien familiar, famillonario, porque detrás de Salomón Rothschild , que es el cuestionado en su ficción, no hay otra cosa que otro famillonario, que es de su, familia, el llamado Salomón Heine, su tío, el cual jugó en su vida el papel más oprimente, a todo lo largo de su existencia, tratándolo extremadamente mal, no simplemente rehusándole lo que se podía esperar de él sobre algún plano concreto, cualquiera que fuese, sino mucho más: encontrándose en posición de ser el hombre que rehusó, que fue el obstáculo, en la vida de Heine, a la realización de su mayor amor, del amor que él tenía por su prima, con quien precisamente no pudo casarse por esta razón esencialmente «famillonaria»: que el tío era un millonario, y el no lo era. En suma, pues, Heine siempre consideró como una traición lo que no fue sino la consecuencia de este impase familiar, tan profundamente marcado de millonaridad.
Digamos que este familiar, que se encuentra siendo ahí lo que tiene la función significante mayor en la represión correlativa a la creación chistósa, es el significante que en el caso de Heine, poeta, artista del lenguaje, nos muestra de una manera evidente la subyacencia de una significación personal en relación a la creación aquí chistósa o poética. Esta subyacencia está ligada a la palabra (mot), y no a todo lo que puede haber confusamente acumulado la significación, permanente en la vida de Heine, de una insatisfacción y de una posición muy singularmente desequilibrada con respecto a las mujeres en general. Si algo de eso interviene aquí es por el significante familiar como tal. No hay ningún otro medio, en el ejemplo indicado, de tomar contacto con la acción, con la incidencia del inconsciente, si no es mostrando aquí la significación estrechamente ligada a la presencia del término significante familiar como tal.
Obviamente, tales observaciones están hechas para mostrarnos que, cuando hemos entrado en esta vía de ligar a la combinación significante toda la economía de lo que es registrado en lo inconsciente, esto nos lleva seguramente muy lejos, y en una regresión que podemos considerar, no como ad infinitum, sino hasta el origen del lenguaje. Es preciso que consideremos todas las significaciónes humanas como habiendo sido engendradas metafóricamente, en algún momento, por conjunciones significantes; y debo decir que consideraciones como ésta no están por cierto desprovistas de interés. Siempre tenemos mucho que aprender del examen de esta historia del significante.
Esta observación que les hago incidentalmente, está hecha simplemente para darles aquí una ilustración al pasar, a propósito de esta identificación del término familia como siendo lo que a nivel de la formación metafórica está reprimido, pues después de todo, salvo que hayan leído a Freud, o que simplemente tengan un poquito de homogeneidad entre la manera en que piensan mientras están en análisis y la manera en que leen un texto, ustedes no piensan en familia en el término famillonario como tal. En el término aterrado, cuyo análisis les hice la última vez, cuanto más hecha está la realización del término aterrado, más ella va en el sentido de terror, y más evitada queda la tierra, la que sin embargo es el elemento activo en la introducción significante del término metafórico aterrado.
Lo mismo ocurre aquí: cuanto más lejos van ustedes en el sentido de famillonario, más piensan en el famillonario, es decir, en el millonario que se ha vuelto trascendente, si se puede decir, que se ha vuelto algo que existe en el ser, y ya no pura y simplemente esta suerte de signo; pero más la familia misma tiende a ser, como término operante en la creación de la palabra famillonario, eludida. Pero si por un instante ustedes vuelven a interesarse en este término de familia, como yo lo he hecho al nivel del significante, es decir abriendo el dicciónario Littré, del que el señor Chassé nos dice que era de ahí que Mallarmé tomaba todas sus ideas — seguro que tenía razón, pero por tener razón en cierto contexto, diría incluso que él también está allí capturado, no menos que sus interlocutores. El tiene el sentimiento de que con eso derriba una puerta. Por supuesto que la derriba, puesto que esa puerta no es abierta.
En efecto, si cada uno pensara en qué es la poesía, verdaderamente no habría nada sorprendente al darse cuenta de que Mallarmé debía interesarse vivamente en el significante. Simplemente, como nunca nadie verdaderamente ha incluso abordado lo que es verdaderamente la poesía, es decir, que se vacila entre no si qué teoría vaga y cenagosa sobre la comparación, o, al contrario, la referencia a no sé qué términos musicales, con eso se quiere explicar la pretendida ausencia de sentido en Mallarmé, sin percatarse para nada de que debe haber algún modo de definir la poesía en función de las relaciones con el significante, que hay una fórmula tal vez un poco más rigurosa, y que, a partir del momento en que se da esta fórmula, es mucho menos sorprendente que, en sus sonetos más oscuros, Mallarmé esté en cuestión.
Dicho esto, ¡espero que nadie hará un día el descubrimiento de que yo también tomaba todas mis ideas del dicciónario Littré! No es porque yo lo abro que está ahí la cuestión.
Yo lo abro, pues, y puedo informarles lo que supongo que algunos de ustedes pueden conocer, pero que igualmente tiene todo su interés: que el término familial (familiar), en 1881, es un neologismo. Una consulta atenta en algunos buenos autores que se han detenido después en este problema, me ha permitido fechar en 1865 la aparición de la palabra familial. Lo que quiere decir que no se tenía el adjetivo familial antes de ese año. ¿Por qué no se lo tenía?
He aquí una cosa muy interesante. Al fin de cuentas, la definición que le da Littré es algo que se relacióna con la familia, al nivel, dice, de la ciencia política. Para decirlo todo, la palabra familiar está mucho más ligada a un contexto como el de, por ejemplo, los subsidios familiares, que a cualquier otra cosa. Es en tanto que en un momento dado la familia ha sido tomada, que se la ha podido abordar como objeto a nivel de una realidad política interesante, es decir precisamente en tanto que ya no estaba completamente en la misma relación, en la misma función estructurante con el sujeto que había tenido siempre hasta cierta época, es decir de alguna manera incluída, tomada en las bases y en los fundamentos mismos del discurso del sujeto, sin que incluso se piense aislarla por eso, es en tanto que ella fue sacada del nivel de objeto resistente, de objeto vuelto propósito de un tratamiento técnico particular, que apareció algo tan simple como el adjetivo correlativo al término familia; en lo cual ustedes no pueden dejar de percatarse que tal vez esto no es tampoco algo indiferente a nivel del uso mismo del significante familia.
Como sea, tal observación está hecha también para hacernos considerar que no debemos considerar lo que acabo de decirles de la puesta en el circuito de lo reprimido y del término familia a nivel del tiempo de Heinrich Heine, como teniendo absolutamente un valor idéntico al que puede tener en nuestro tiempo, puesto que el sólo hecho de que el término familiar no solamente no es usable en el mismo contexto, sino que incluso no existe en el tiempo de Heine, basta para cambiar, si se puede decir, el eje de la función significante ligada al término familia. Este es un matiz que se puede considerar, en esta ocasión, como no descuidable.
Por otra parte, es gracias a una serie de descuidos de esta especie que podemos imaginarnos que comprendemos los textos antiguos como los comprendían los contemporáneos. No obstante, todo nos anuncia que hay todas las chances de que una lectura ingenua de Homero no se corresponda absolutamente en nada con el verdadero sentido de Homero, y que por cierto no es por nada que la gente se consagra a una atenta exhaustivación del vocabulario homérico como tal, en la esperanza de volver a poner aproximadamente en su lugar la dimensión de significación de la que se trata en esos poemas. Pero el hecho de que conserven su sentido, a pesar de que según toda probabilidad una buena parte de lo que impropiamente se llama el mundo mental, el mundo de las significaciónes de los héroes homéricos, se nos escapa totalmente, y muy probablemente se nos deba escapar de una manera más o menos definitiva, está de todos modos sobre ese plano, el de la distancia del significante al significado, lo que nos permite comprender que, en una concatenación particularmente bien hecha, es eso lo que carácteriza precisamente a la poesía: esos significantes a los cuales podríamos todavía, y probablemente indefinidamente, hasta el fin de los siglos, darles sentidos plausibles.
Henos aquí, pues, con nuestro famillonario, y creo haberle dado más o menos la vuelta a lo que se puede decir del fenómeno de creación del chiste, en su registro y en su orden propio. Esto quizá va a permitirnos ceñir un poco más la fórmula que podemos dar del olvido del nombre, del que les hablé la semana pasada.
¿Qué es el olvido del nombre? En esta ocasión, es que el sujeto ha planteado ante el Otro, y al Otro mismo en tanto que otro, la pregunta: ¿quién ha pintado el fresco de Orvieto? Y no encuentra nada.
Quiero hacerles notar, en esta ocasión, la importancia que tiene el cuidado que pongo en darles una formulación correcta, bajo pretexto de que el análisis descubre que, si él no evoca el nombre del pintor de Orvieto, es porque Signor falta que ustedes pueden pensar que Signor es lo que está olvidado. Esto no es verdad. Ante todo, porque no es Signor lo que él busca, es Signorelli lo que está olvidado, y Signor es el resto significante reprimido de algo que sucede en el lugar en el que no encuentra Signorelli.
Escuchen bien el carácter completamente riguroso de lo que les digo. No es absolutamente lo mismo acordarse de Signorelli o de Signor. Cuando ustedes han hecho con Signorelli la unidad que eso comporta, es decir, que han hecho con eso el nombre propio de un autor, la designación de un nombre particular, ustedes allí no piensan más en el Signor. Si el Signor ha sido desprendido del Signorelli, aislado en el Signorelli, es en relación a la acción de descomposición propia de la metáfora, y en tanto que Signorelli ha sido capturado en el juego metafórico que ha desembocado en el olvido del nombre, el que nos permite reconstituir el análisis.
Lo que nos permite reconstituir el análisis es la correspondencia de Signor con Herr, en una creación metafórica que apunta al sentido que hay más allá de Herr, el sentido que ha tomado Herr en la conversación con el personaje que acompaña en ese momento a Freud, en su viajecito hacia las bocas del Cattaro, y que hace que Herr haya devenido el símbolo de aquello ante lo cual fracasa su dominio (maîtrise) de médico, del amo (maître) absoluto, es decir el mal que él no cura, el personaje que se suicida a pesar de sus cuidados, y, para decirlo todo, la muerte y la impotencia que lo amenazan a él personalmente, a Freud. Es en la creación metafórica que se ha producido esta fragmentación de Signorelli, lo que ha permitido al Signor, que en efecto se encuentra allí como elemento, pasar a alguna parte. No hay que decir que es Signor lo que está olvidado, es Signorelli lo que está olvidado, y Signor es algo que encontramos al nivel del resto metafórico, en tanto que lo reprimido es ese resto significante. Signorestá reprimido, pero no está olvidado, no ha tenido que ser olvidado puesto que antes no existía. Si ha podido fragmentarse tan fácilmente, además, y desprenderse de Signorelli es porque Signorelli es justamente una palabra de un lenguaje extranjero a Freud, y es completamente sorprendente, observable, y una experiencia que pueden hacer fácilmente, por poco que tengan la experiencia de una lengua extranjera, que ustedes disciernen mucho más fácilmente los elementos componentes del significante en una lengua extranjera que en la propia. Si ustedes comienzan a aprender una lengua, perciben entre las palabras elementos de composición, relaciones de composición, que omiten completamente en vuestra propia lengua. En vuestra lengua ustedes no piensan las palabras descomponiéndolas en radical y sufijo, mientras que lo hacen de la manera más espontánea cuando aprenden una lengua extranjera. Es por eso que una palabra extranjera es más fácilmente fragmentable y usables en sus elementos y sus descomposiciones significantes, que cualquier palabra en vuestra propia lengua. Esto no es más que un elemento coadyuvante del proceso que también puede producirse con las palabras de vuestra propia lengua, pero si Freud comenzó por este examen del olvido de un nombre extranjero, es porque éste es particularmente accesible y demostrativo.
Entonces, ¿qué hay a nivel del lugar en que ustedes no encuentran el nombre de Signorelli ? Esto quiere decir precisamente que ha habido tentativas, en este lugar, de una creación metafórica. El olvido del nombre, lo que se presenta como olvido del nombre, es lo que se aprecia en el lugar de famillonario. No hubiera habido allí nada de nada si Heinrich Heine hubiera dicho: «él me recibió completamente como un igual, completamente…ts. .ts…ts .»
Eso es exactamente lo que sucede en el nivel en que Freud busca su nombre de Signorelli, es algo que no sale, que no ha creado, es ahí que él busca a Signorelli, lo busca ahí indebidamente. ¿Por qué? Porque en el nivel en que él debe buscar a Signorelli, debido al hecho de la conversación precedente, es aguardada y llamada una metáfora la que concierne a ese algo que está destinado a hacer de mediación entre aquello de lo que se trata en el curso de la conversación que Freud tiene en ese momento, y lo que él rehusa (refuse) de eso, a saber la muerte. Es justamente de eso que se trata cuando él vira su pensamiento hacia el fresco de Orvieto, a saber lo que él mismo llama las cosas últimas, la elaboración si se puede decir escatológica, que es la única manera por la que él puede abordar esta suerte de término aborrecible, de término impensable, si se puede decir, de sus pensamientos, ese algo en lo cual él debe, de todos modos, detenerse. La muerte existe, lo que limita su ser de hombre, lo que limita también su acción de médico, y lo que le da también un límite (mojón) absolutamente irrefutable a todos sus pensamientos.
Es en tanto que ninguna metáfora le llega por la vía de la elaboración de esas cosas como siendo las cosas últimas, en tanto que Freud se rehusa a toda escatología, salvo bajo la forma de una admiración por el fresco pintado de Orvieto, que nada le llega, y que en el lugar en que él busca a su autor —pues al fin de cuentas es del autor que se trata, de nombrar al autor— no se produce nada, porque ninguna metáfora se alcanza, ningún equivalente del Signorelli es dable en ese momento, porque el Signorelli ha tomado una necesidad, es llamado en ese momento bajo una forma significante muy distinta que la de su simple nombre, el que en ese momento es sin embargo solicitado para entrar en juego, a la manera en que, en aterrado, juega su función el radical ter, es decir, que se quiebra y que se elide. La existencia en alguna parte del término Signor es la consecuencia de la metáfora no lograda, que Freud llama en ese momento en su ayuda. Es por eso que ustedes ven los mismos efectos que les he señalado que deben existir a nivel del objeto metonímico, a saber, en ese momento, del objeto del que se trata, del objeto representado, pintado, sobre las cosas últimas Freud lo señala: «No solamente no encontraba el nombre de Signorelli, sino que jamás me he acordado tan bien, nunca como en ese momento he visualizado tan bien el fresco de Orvieto, yo —dice— que no soy» —y se lo sabe por toda suerte de otros rasgos, en particular por la forma de sus sueños «yo, que no soy tan imaginativo».
Si Freud pudo hacer todos esos hallazgos, es muy probablemente en el sentido en que estaba mucho más abierto, mucho más permeable al juego simbólico que al juego imaginario; y él mismo observa esta intensificación de la imagen a nivel delrecuerdo, esta reminiscencia más intensa del objeto del que se trata, a saber de la pintura, y hasta del rostro del propio Signorelli, que está ahí en la posición en que aparecen, en los cuadros de esa época, los donantes, a veces el autor. Signorelli está en el cuadro, y Freud lo visualiza. No hay, pues, una suerte de olvido puro y simple, masivo si se puede decir, del objeto; al contrario, hay una relación entre la reviviscencia, la intensificación de algunos de estos elementos, y la pérdida de otros elementos, elementos significantes a nivel simbólico, y nosotros encontramos enese momento el signo de lo que sucede a nivel del objeto metonímico, al mismo tiempo que podemos entonces formular lo que sucede en esta fórmula del olvido del nombre, más o menos algo así:
x Signor
————- ————–
Signor Herr
Reencontramos ahí la fórmula de la metáfora, en tanto que se ejerce por un mecanismo de sustitución de un significante S a otro significante S’.
¿Qué sucede como consecuencia de esta sustitución del significante S a otro significante S´? Se produce esto: que a nivel de S’ se produce un cambio de sentido, a saber que el sentido de S’, digamos s’, deviene el nuevo sentido que llamaremos s, en tanto que corresponde a esta gran S.
Pero en verdad, para no dejar subsistir la ambigüedad en vuestro espíritu, a saber, ustedes pueden creer que ahí se trata de esta topología, que la pequeña s es el sentido de la gran S, y que es necesario que el S haya entrado en relación con S’ para que la pequeña s pueda producir, a este titulo solamente, lo que llamo s» . Es la creación de este sentido que es el fin, el funcionamiento de la metáfora. La metáfora siempre es lograda, en tanto que, habiendo sido ejecutada, habiendo sido realizado el sentido, habiendo entrado el sentido en función en el sujeto, S y s, exactamente como en una fórmula de multiplicación de fracciónes, se simplifican y se anulan.
Es en tanto que aterrado termina por significar lo que es verdaderamente para nosotros en la práctica, a saber más o menos «herido de terror», que el ter, que ha servido de intermediario entre aterrado y abatido por una parte —lo que hablando propiamente es la distinción más absoluta, no hay ninguna razón para que aterrado reemplace a abatido, sino que el ter, que está aquí por haber servido a título homonímico, ha aportado este terror—, que el ter, en los dos casos, puede simplificarse. Es un fenómeno del mismo orden el que se produce a nivel del olvido del nombre.
Si quieren, comprendan que de lo que se trata no es de una pérdida del nombre de Signorelli, es de una x, que yo les introduzco aquí porque vamos a aprender a reconocerla y a servirnos de ella; esta x es ese llamado de la creación significativa, cuyo lugar encontraremos en la economía de otras formaciones inconscientes. Para decírselos inmediatamente, es lo que sucede a nivel de lo que se llama el deseo del sueño. Yo les mostraré cómo lo volvemos a encontrar, pero ahí lo vemos de una manera simple, en el lugar en que Freud debería reencontrar a Signorelli. El no encuentra nada, no simplemente porque Signorelli ha desapareciclo, sino porque a ese nivel es necesario que él cree algo que satisfaga a lo que es la cuestión para él, a saber las cosas últimas, y en tanto que esta x está presente, tiende a producirse algo que es la formación metafórica, y podemos verlo en esto: que el término Signor aparece a nivel de dos términos significantes opuestos, de dos veces el valor S’, y que es en virtud de esto que él sufre la represión en tanto que Signor ya que a nivel de la x no se ha producido nada, y es por eso que él no encuentra el nombre, y que el Herr juega el rol del lugar que tiene como objeto metonímico, como objeto que no puede ser nombrado, como objeto que no es nombrado más que por algo que está en sus conexiones. La muerte es el Herr absoluto. Pero cuando se habla del Herr no se habla de la muerte, porque no se puede hablar de la muerte, porque la muerte es muy precisamente a la vez el límite, y probablemente también el origen de donde parte toda palabra.
He aquí pues a qué nos lleva la comparación, la puesta en relación término a término de la formación del chiste con esta formación inconsciente, cuya forma ahora ven aparecer mejor, en tanto que es aparentemente negativa. No es negativa. Olvidar un nombre, no es simplemente una negación, es una falta, pero una falta —siempre tenemos la tendencia de ir demasiado rápido— de ese nombre. No es porque ese nombre no es atrapado que está la falta, es la falta de ese nombre lo que hace que, al buscar el nombre, falte en el lugar en que ese nombre deberla ejercer esa función, en el que ya no puede ejercerla pues se requiere un nuevo sentido, lo que exige una nueva creación metafórica. Es por eso que el Signorelli no se encuentra, pero que, por el contrario, los fragmentos son encontrados en alguna parte, ahí donde deben ser reencontrados en el análisis, ahí donde juegan la función del segundo término de la metáfora, a saber del término elidido en la metáfora.
Esto puede parecerles chino, pero qué importa, si simplemente ustedes se dejan conducir como parece. A pesar de lo chino que pueda parecerles enun caso particular, esto es completamente rico en consecuencias, en lo siguiente: que si ustedes se acuerdan de ello cuando sea necesario que se acuerden, esto les permitirá esclarecer lo que sucede en el análisis de tal o cual formación inconsciente, dar cuenta de ella de un modo satisfactorio, y, al contrario, percatarse de que, elidiéndolo, no teniéndolo en cuenta, se ven llevados a lo que se llama las entificaciones o a identificaciones completamente groseras, sumarias, sino generadoras de errores, al menos que vienen a confluir y tienden a sostener los errores de identificaciones verbales que juegan un papel tan importante en la construcción de cierta psicología de la desidia, precisamente.
Volvamos una vez más a nuestro chiste, y a lo que es preciso pensar de él. Quisiera introducirlos en otro tipo de distinción, que de alguna manera vuelve sobre aquello con lo que comencé, a saber sobre la cuestión del sujeto.
La cuestión del sujeto, ¿qué quiere decir? Si lo que les he dicho recién es verdadero, si sin embargo el pensamiento siempre vuelve a hacer del sujeto aquél que se designa como tal en el discurso, les haré observar que lo que distingue, lo que lo aísla, lo que se le opone, es algo que podemos definir como la oposición de lo que yo llamaría el decir del presente con el presente del decir.
Esto tiene el aspecto de un juego de palabras, pero no es para nada un juego de palabras. Decir del presente quiere decir que lo que se dice yo (je) en el discurso —por otra parte en común con una serie de otras partículas, con el Herr podríamos poner, aquí , ahora, y otras palabras tabú en nuestro vocabulario psicoanalítico, es algo que sirve para ubicar en el discurso la presencia del hablante, pero que lo ubica en su actualidad de hablante. Basta con tener la menor prueba o experiencia del lenguaje, para ver que, seguramente, el presente del lenguaje, a saber lo que hay presentemente en el discurso, es algo completamente diferente a esta ubicación del presente en el discurso. El presente del discurso es lo que sucede a nivel del mensaje. Eso puede ser lerdo en toda clase de modos, en toda suerte de registros, eso no tiene ninguna relación de principio con el presente en tanto que es designado en el discurso como presente de aquél que lo soporta, a saber, algo completamente variable y para lo cual por otra parte las palabras no tienen verdaderamente más que un valor de partícula. Yo (je) no tiene más valor aquí que en aquí o ahora. La prueba de ello es que cuando usted me habla de aquí o ahora, y que es usted, mi interlocutor, quien me habla de ello, usted no habla del mismo aquí o ahora, usted habla del aquí o ahora del que yo hablo. En todo caso, su yo (je) no es ciertamente el mismo que el mío. Son palabras muy simples, destinadas a fijar en alguna parte al yo (je) en el discurso.
Pero el presente del discurso mismo, es completamente otra cosa, y en seguida voy a darles de ello una ilustración a nivel del chiste, el más corto que conozco, que además va a introducirnos, al mismo tiempo, en otra dimensión que la dimensión metafórica.
Hay otra además de esa. Si la dimensión metafórica es la que corresponde a la condensación, recién les he hablado del desplazamiento, que debe estar en alguna parte, está en la dimensión metonímica. Si no la he abordado todavía, es porque es mucho más difícil de comprender, pero justamente este chiste nos será particularmente favorable para hacérnosla sentir, y voy a introducirla hoy.
La dimensión metonímica, en tanto que puede entrar en el chiste, es la que es de contexto y de empleo de combinaciones en la cadena, de combinaciones horizontales. Es entonces algo que va a ejercerse al asociar los elementos ya conservados en el tesoro, si se puede decir, de las metonimias; es en tanto que una palabra puede estar ligada de manera diferente en dos contextos diferentes, lo que le dará dos sentidos completamente diferentes, que, habiéndola retomado de cierta manera, nos ejercitamos, propiamente hablando, en el sentido metonímico.
De esto, les daré su ejemplo princeps, también la próxima vez, bajo la forma de ese chiste que puedo anunciarles, para que ustedes lo mediten antes de que yo les hable de él. Es aquel que tiene lugar cuando Heinrich Heine está con el poeta Frédéric Soulié en un salón y cuando éste le dice, a propósito de un personaje forrado de oro que tenía un lugar muy importante en la época, como ustedes ven, y del que él dice, porque está muy rodeado —es Soulié quien habla—: «Vea mi amigo, el culto del becerro de oro no ha terminado». «¡Oh!», le responde Heinrich Heine después de haber mirado al personaje, «Para ser un becerro, me parece un poco viejo».
He ahí un ejemplo del chiste metonímico. Insistiré en él, lo descortezaré la próxima vez.
Es en tanto que ahí la palabra becerro está tomada en dos contextos metonímicos diferentes, y unicamente en virtud de esto, que es un chiste, pues eso no añade verdaderamente nada a la significación del chiste más que al darle su sentido, a saber: ese personaje es una bestia (bétail). Es gracioso decir eso, pero es un chiste en tanto que, de una réplica a la otra, becerro ha sido tomado en dos contextos diferentes y ejercidos como tales
Si no están convencidos de esto, volveremos a ello la próxima vez, para volver al chiste por el cual quiero hacerles sentir una vez más aquello de lo que se trata cuando digo que el chiste se ejerce a nivel del juego del significante, y que puede demostrárselo de una forma ultra corta.
Una muchacha en potencia, a la que podemos conceder todas las cualidades de la verdadera educación, la que consiste en no emplear palabras groseras, pero si conocerlas, en su primer surprise-party es invitada por un petimetre, quien le dice, al cabo de un momento de fastidio y de silencio, en una danza por demás imperfecta: «Ha visto, señorita, que yo soy conde» («je suis compte»). —»Aht», responde ella, simplemente (como luego explica Lacan, en la exclamación «Ah» se agrega una t que, sustraída a la fonética de compte (conde), deja con (boludo)).
Esto no es una historia, pienso que la habrán leído en las pequeñas colecciónes especiales, y que han podido recogerla de boca de su autor, quien, debo decirlo, estaba bastante contento. Pero la misma no presenta menos carácteres particularmente ejemplares, pues lo que ustedes ven ahí es justamente la encarnación por esencia de lo que yo he llamado el presente del discurso. No hay yo (je), el yo (je) no se nombra. No hay nada más ejemplar del presente del decir, en tanto que opuesto al decir del presente, que la pura y simple exclamación; la exclamación es el tipo mismo de la presencia del discurso en tanto que el que la tiene borra completamente su presente; su presente está, si puedo decirlo, enteramente recordado en el presente del discurso.
Sin embargo, a ese nivel de creación el sujeto hace la prueba de esta presencia de ánimo, pues una cosa así no es premeditada, pasa así, y es en eso que se reconoce que una persona tiene espíritu. Ella añade esta simple modificación al código que consiste en añadirle esta pequeña t, la que toma todo su valor del contexto, si me atrevo a decirlo así, a saber, que el conde (compte) no la contenta (contente), aparte de que el conde, si es como yo digo, tan poco contentante, puede no darse cuenta de nada. El chiste es completamente gratuito. No obstante, ustedes ven ahí el mecanismo elemental del chiste, a saber que la ligera transgresión del código es tomada por sí misma, en tanto que nuevo valor, lo que permite engendrar instantáneamente el sentido del que se tiene necesidad.
Este sentido, ¿cuál es? Puede parecerles que no es dudoso, pero después de todo esta muchacha tan bien educada no le ha dicho a su conde que él era lo que era menos una t, ella no le dijo nada parecido. El sentido que hay que crear es justamente aquel que se sitúa en alguna parte, en suspenso, entre el yo (moi) y el Otro. Es una indicación de que hay algo que, al menos por el momento, deja que desear. Por otra parte, ustedes ven bien que este texto no es para nada transponible: si el personaje hubiera dicho que él era marqués, la creación no era posible.
Es bien evidente que, según la buena vieja fórmula que hacia la alegría de nuestros padres el siglo pasado: «¿cómo andás?» (comment vas-tu?) se preguntaba, y se respondía «y tela de colchón» (et toile a matelas), más valía no responder «y tela de edredón» (et toile a édredon). Me dirán que aquel era un tiempo en que se tenían placeres simples .
Ese Aht, ustedes lo captan ahí bajo la forma más corta, bajo una forma incontestablemente fonemática, puesto que es la más corta composición que se le puede dar a un fonema. Es necesario que haya dos rasgos distintivos, siendo ésta la más corta fórmula del fonema: CV; una consonante apoyada sobre una vocal, o una vocal apoyada sobre una consonante, aunque una consonante apoyada sobre una vocal es la fórmula clásica. Aquí, es una consonante apoyada sobre una vocal, y esto basta ampliamente para constituir un mensaje que tiene valor de mensaje, en tanto que referencia paradojal al actual empleo de las palabras, y que como tal dirige el pensamiento del Otro hacia algo que es esencialmente embargo instantáneo del sentido.
Esto que se denomina ser chistóso, es también lo que para ustedes inicia el elemento propiamente combinatorio sobre el cual se apoya toda metáfora, pues si también hoy les hablé mucho de la metáfora, es sobre el plano, una vez mas, del señalamiento del mecanismo sustitutivo, que es un mecanismo de cuatro términos, los cuatro términos que están en la fórmula que les he dado en La instancia de la letra…, por la que ustedes ven tan singularmente lo que es la operación, al menos en la forma, la operación esencial de la inteligencia, es decir formular lo correlativo al establecimiento, con una x, de una proporción.
Cuando hacen tests de inteligencia, no es otra cosa que eso. Sólo que eso no basta, a pesar de todo, para decir que el hombre se distingue de los animales por su inteligencia de un modo bruto. Se distingue quizá del animal por su inteligencia, pero quizá, en lo que hace que se distinga por su inteligencia, la introducción esencial de formulaciones significantes es allí primordial.
En otros términos, además , para formular toda vía mejor las cosas, para poner en su fugar la cuestión de la pretendida inteligencia de los hombres como siendo la fuente de su realidad más habría que comenzar por preguntarse ¿inteligencia de qué? ¿Qué hay que comprender? ¿Es que, con lo real, es tanto de comprender que se trata? Si se trata pura y simplemente de una relación con lo real, nuestro discurso debe llegar seguramente a restituirlo en su existencia de real, es decir, no debe concluir, hablando propiamente, en nada. Por otra parte, es lo que hace generalmente el discurso. Si concluimos en otra cosa, si incluso se puede hablar de una historia que tiene un fin en un cierto saber, es en tanto que el discurso ha aportado allí una transformación esencial.
Es bien de eso que se trata, y tal vez muy simplemente de esos cuatro pequeños términos enlazados de cierta manera, que se denominan relaciones de proporción. Estas relaciones de proporción, una vez más tenemos la tendencia a entificarlas, es decir a creer que las tomamos de los objetos. ¿Pero dónde están en los objetos esas relaciones de proporción, si no las introducimos con la ayuda de nuestros pequeños significantes? Queda que, para que cualquier juego metafórico sea posible, es necesario que éste se funde sobre algo donde haya algo a sustituir sobre lo que es la base, es decir la cadena significante, la cadena significante en tanto que base, en tanto que principio de la combinación, en tanto que lugar de la metonimia. Esto es lo que intentaremos abordar la próxima vez.