En nuestro último encuentro, desarrollé la estructura del fantasma, en tanto que es, en el sujeto, lo que llamamos el sostén de su deseo.
El fantasma, allí donde podemos tomarlo en una estructura suficientemente compleja como para servir luego, en cierta especie de placa giratoria a eso a lo cual somos llevados a referirle las diversas estructuras, es decir, a la relación del deseo del sujeto a eso que, desde hace tiempo, designo para ustedes como siendo más que su referencia, su esencia en la perspectiva analítica: el deseo del Otro.
Hoy, como les he anunciado, voy a tratar de situar la posición del deseo en las diferentes estructuras, digamos nosológicas, digamos las de la experiencia, en el primer plano de la estructura neurótica.
El fantasma perverso, ya que es éste el que he elegido la última vez para permitirles puntuar allí lo que corresponde a la función del sujeto y a la del objeto en el fantasma, en tanto que es el soporte, el índice de cierta posición del sujeto; del mismo modo que es la imagen del otro lo que es el comienzo y el soporte —al menos en ese punto donde el sujeto se califica como deseo —, hay allí esta estructura más compleja que se llama fantasma y donde, paradojalmente, he sido llevado, la última vez, tomando para eso una forma particular, especialmente ejemplar, no sin motivo profundo: aquella del exhibicionista y el voyeur, para mostrarles que, contrariamente a lo que se dice a menudo, esas no son dos posiciones, de alguna manera, recíprocas, como una especie de precipitación del pensamiento lleva a formularla: aquel que muestra, aquel que ve, se completan el uno al otro.
Se los he dicho. Esas dos posiciones son, por el contrario, estrictamente paralelas, y en los dos casos, el sujeto, en el fantasma, se encuentra indicado por ese algo que hemos llamado la grieta, la hiancia, algo que es, en lo real, agujero y destello a la vez, en tanto que el voyeur espía detrás de los postigos; que el exhibicionista entreabre su pantalla, está indicado allí, en su lugar, en el acto, que no es otra cosa que este destello del objeto del que hablamos. Y vivido, percibido por el sujeto por la abertura de esta hiancia, en este algo que él sitúa como abierto. ¿Abierto a que? A otro deseo que el suyo; el cual está profundamente atacado, sacudido, golpeado por eso que es percibido en ese destello.
Es la emoción del Otro más allá de su pudor. Es la abertura del Otro la espera virtual, en tanto que no se siente visto y que, sin embargo es percibido como ofreciéndose a la vista.
Esto es lo que carácteriza, en estos dos casos, la posición del objeto que está allí, en esta estructura tan fundamental, puesto que, al fin de cuentas, la experiencia analítica lo observa en el punto de partida de eso que ha encontrado, primero, sobre la vía de las causas y los estigmas generadores de las posiciones neuróticas, especialmente, la escena percibida, la escena llamada primitiva.
Ella participa de esta estructura, por un vuelco, sin duda, de esta estructura que hace que el sujeto vea abrirse algo de esta hiancia repentinamente percibida, algo que, evidentemente, en su valor traumático, tiene relación con el deseo del Otro entrevisto, percibido como tal, que queda allí como un carozo enigmático, hasta que, ulteriormente, àpres coup, puede reintegrar, de eso, el momento vivido en una cadena que no será forzosamente la cadena correcta, que será, en todo caso, la cadena generadora de toda una modulación inconsciente, generadora, nucleadora, entonces, de la neurosis.
Les ruego detenerse en esta estructura del fantasma. Está entendido que es un tiempo suspendido, como lo he subrayado, que tiene su valor. Lo que hace su valor es que es un tiempo de detención. Un tiempo de detención eh el que, a este valor de índice, corresponde un momento de acción donde el sujeto no puede instituirse de una cierta manera equis que es, justamente, lo que designamos como deseo aquí, eso que intentamos aislar en su función de deseo ,más que a condición de perder, este sujeto, el sentido de esta posición.
Porque eso es: El fantasma le es opaco. Nosotros podemos designar su lugar en el fantasma. Posiblemente, él mismo puede entreverlo. Pero el sentido de esa posición, eso por lo que está allí, eso que nace de su ser, eso, el sujeto no puede decirlo. Allí está el punto esencial: afanisis. Sin duda, el término es acertado y nos sirve. Pero, a diferencia de la función que le da Jones en la interpretación del complejo de castración, su forma es enigmática.
Vemos, en el fantasma, que la afanisis, más o menos allí donde la palabra desaparición, «fading», nos es utilizable, no es en tanto que afanisis del deseo. Es en tanto que, en el punto del deseo, hay afanisis del sujeto. El sujeto, en tanto que se situaría en su lugar, que se articularía como yo (je), allí donde eso habla en la cadena inconsciente, en que no puede indicarse allí más que desapareciendo de su posición de sujeto.
A partir de allí, vemos eso de lo que se va a tratar. En tanto que hemos definido ese punto extremo, ese punto imaginario en el que el ser del sujeto reside en su densidad máxima — éstas no son más que imagenes para que nuestro espíritu se enganche a una metáfora —, a partir del momento en que vemos, definimos ese punto imaginario donde el ser del sujeto, en tanto que es aquel a articular, a nombrar en el inconsciente, no puede, en ningún caso, en último término, ser nombrado, sino únicamente indicado por algo que se revela a sí mismo como corte, como hendidura, como estructura de corte en el fantasma. Es alrededor de ese punto imaginario que vamos a intentar situar eso que sucede efectivamente en las diferentes formas del sujeto, que no son para nada formas obligatoriamente homogéneas formas comprensibles de un lado, para aquel que está del otro lado.
No sabemos demasiado de lo que, a este respecto, puede engañarnos en la comprensión de una psicosis. Por ejemplo, debemos cuidarnos de comprender si podemos intentar reconstruir, articular, en la estructura. Y es esto lo que intentamos hacer aquí. Entonces, a partir de allí, a partir de esta estructura donde el sujeto, en su momento de desaparición — y se los repito, es hasta una noción de la que ustedes pueden encontrar la huella cuando Freud habla del ombligo del sueño, el punto donde todas las asociaciones convergen para desaparecer, para no ser más reunibles sino a eso que llama lo no reconocido —, es de esto de lo que se trata.En relación a esto, ¿qué es lo que el sujeto ve abrirse frente a él?. Ninguna otra cosa que otra hiancia que, en el limite, engendra un reenvío del deseo al infinito, hacia otro deseo.
Como lo vemos en el fantasma del voyeur y del exhibicionista, es del deseo del Otro que se encuentra dependiendo. Es a merced del deseo del Otro que se encuentra ofrecido. Esto es concreto. Lo encontramos en la experiencia. No es porque no lo articulemos, que no podamos comúnmente encontrar, sino que es muy fácil de asir.
Cuando les hablé largamente, hace dos años, de la neurosis de Juanito, no se trataba de otra cosa. Es en tanto que, en un momento de su evolución, Juanito se encuentra confrontado a algo que va mucho más lejos que el momento, sin embargo crítico, de la rivalidad en relación a la recién venida, su hermanita mucho más grave que esta novedad es, para él, el esbozo de maduración sexual que lo vuelve capaz de erecciónes, incluso de orgasmos.
Esto no está ni al nivel interpsicológico, hablando propiamente, ni al nivel de la integración de una nueva tendencia que abre la crisis. Se los he subrayado y articulado suficientemente; e incluso aún martillo sobre eso.
Es que, por un cierre en ese momento de la coyuntura, se encuentra efectivamente y especialmente confrontado, como tal, al deseo de su madre, y que se encuentra en presencia de ese deseo sin ningún recurso.
La Hilflosigkeit de Freud, en su artículo sobre «Lo inconsciente», articulo de 1917, es esta posición de estar sin recursos, más primitiva que todo, y con respecto a la cual la angustia es, ya, un esbozo de organización de esto, en tanto que es ya esperada.
Si no se sabe qué, si, en todo caso, no se lo articula inmediatamente, en todo caso, ella es, ante todo, «Erwartung» (expectativa), nos dice Freud. Pero en primer término, hay este Hilflosigkeit, el sin recurso.
¿El sin recurso ante qué?. Eso que no es definible, centrable de ninguna otra forma que ante el deseo del Otro.
Es esa relación al deseo del sujeto, en tanto que tiene que situarse ante el deseo del Otro, quien, sin embargo lo aspira, literalmente, y lo deja sin recursos. Es en ese drama de la relación del deseo del sujeto al deseo del Otro, que se constituye una estructura esencial, no solamente de la neurosis, sino de toda otra estructura analíticamente definida.
Nosotros comenzamos por la neurosis. Hemos partido hace bastante de la perversión, para que ustedes puedan entrever que la perversión también está ligada, allí, a esto. Subrayémoslo, de todas formas. No hemos hecho entrar la perversión, sino en ese momento instantáneo del fantasma, debido a que el fantasma, en tanto que el pasaje al acto en la perversión, y solamente en la perversión, lo revela.
En la neurosis, que es de lo que se trata para nosotros de cercar, por ahora, eso que tiene relación con esta estructura que articulo ante ustedes, es ese momento fecundo de la neurosis a la que apunto, en el caso de Juanito, porque allí se trata de una fobia, es decir, la forma más simple de la neurosis, aquella donde podemos palpar el carácter de la solución. Aquello que les he articulado largamente ya, a propósito de Juanito, mostrándoles la entrada en juego de este objeto, el objeto fóbico, en tanto que él es un significante insignificante, definitivamente.
Está allí para ocupar, en este lugar, entre el deseo del sujeto y el deseo del Otro, una cierta función que es una función de protección o de defensa. Allí no hay ninguna ambigüedad sobre la formulación freudiana. El miedo del objeto fóbico: ¿De qué se protege el sujeto? Esto está en Freud: del acercamiento de su deseo. Y es, considerando más de cerca las cosas que vemos, eso de lo que se trata: de su deseo, en tanto que él está sin armas a eso que, en el Otro, la madre en esta ocasión, se abre, para Juanito, como el signo de su dependencia absoluta.
Ella lo llevará al fin del mundo, lo llevará más lejos aún, lo llevará tan lejos y tan a menudo, que ella misma desaparece, se eclipsa.La que es la persona que, en ese momento, puede parecerle no solamente como aquella que puede responder a todas sus demandas; ella le aparece con ese misterio complementario de estar, ella misma, abierta a una falta de la cual aparece el sentido, en ese momento, para Juanito, de ser en una cierta relación al falo que, sin embargo, él no lo tiene.
Es al nivel de la falta en ser de la madre, que se abre, para Juanito, el drama que él no puede resolver más que al hacer surgir ese significante de la fábula del que les he mostrado la función plurivalente, una especie de llave universal, de llave para todo fin, que le sirve, en ese momento, para protegerse contra eso que, de una manera unívoca, todos los analistas experimentados han percibido, contra el surgimiento de una angustia más temible aún, que el miedo ligado, que el miedo fijado de la fobia. Ese momento, en tanto que es relación de deseo, que es algo que va en la estructura del fantasma, en la oposición de $ con a, dar a este $ algo que alivia la parte que sostiene la presencia de eso, que es algo donde el sujeto se re-engancha, ese punto donde, en suma, va a producirse el síntoma.
El síntoma, al nivel más profundo, en la neurosis es decir, en tanto que interesa de la manera más general la posición del sujeto, esto es lo que merece ser, aquí articulado.
Si ustedes quieren, procedamos en este orden: estar articulado, primero, para luego, preguntarnos si esta estructura del fantasma es tan fatal, cómo algo que se sostiene en el borde de ese punto de pérdida, de ese punto de desaparición indicado en la estructura del fantasma; cómo ese algo que se sostiene al borde, que se sostiene a la entrada del torbellino del fantasma, cómo ese algo es posible. Pues es bien claro que es posible.
La neurosis accede al fantasma. Accede allí, en ciertos momentos elegidos de la satisfacción de su deseo. Pero todos nosotros sabemos que eso no es allí más que una utilización funcional del fantasma, más que su relación de intercambio con su mundo, y especialmente, sus relaciones con los otros, con los otros reales — es allí que llegamos ahora —, ¿por qué está marcada?. Se lo ha dicho siempre: Por una pulsión reprimida.
Esta pulsión reprimida es esa relación que intentamos articular un poco mejor, más estrechamente, de una manera, incluso, cínicamente más evidente. Vamos a ver, simplemente, cómo es posible esto. Vamos a indicar, de todos modos cómo se presenta esto. Tomemos, si ustedes quieren, el obsesivo y la histérica. Tomémoslos juntos, en tanto que, en un cierto número de rasgos, vamos a verlos esclarecerse el uno por el otro.
El objeto del fantasma, en tanto que desemboca sobre el deseo del Otro, se trata de no aproximarlo. Y para esto, hay, evidentemente, muchas soluciones. Hemos visto aquella que está ligada a la promoción del objeto fóbico al objeto de la interdicción. ¿De interdicción de qué?. Al fin de cuentas, de un goce que es peligroso, porque abre, ante el sujeto, el abismo del deseo como tal.
Hay otras soluciones. Se los he indicado ya, bajo esas dos formas esquemáticas, en el informe de Royaumont. El deseo del sujeto puede ser sostenido por el ante el deseo de Otro. Lo sostiene de dos formas: como deseo insatisfecho, es el caso de las histéricas. Les recuerdo el ejemplo de la bella carnicera donde esta estructura aparece de una manera muy clara. Ese sueño en cuyas asociaciones aparece la forma, de alguna manera confesada, de la operación de la histérica.
La bella carnicera desea comer caviar, pero ella no quiere que su marido se lo compre, porque es necesario que ese deseo quede insatisfecho. Esta estructura que está allí llena de imagenes, en una pequeña maniobra que forma, por otra parte, la trama y el texto de la vida cotidiana de esos sujetos, va mucho más lejos, en realidad. Esta historieta quiere decir la función que la histérica se da a ella misma. Ella es el obstáculo. Ella es quien no quiere. Es decir que, en esa relación del sujeto al objeto en el fantasma, ella viene a ocupar esta posición tercera, que estaba, hace un rato, adjudicada al significante fóbico pero de otra manera.
Ella es el obstáculo. Es ella quien es la apuesta (qui est l’enjeu), en realidad Y su goce es de impedir, justamente, el deseo en las situaciones que ella misma trama. Pues aquí está una de las funciones fundamentales del sujeto histérico; en las situaciones que ella trata su función, es impedir llegar a término al deseo, para quedar, ella misma, como lo que se juega (le’ en, jeu).
Ella toma el lugar de algo que podríamos llamar, en el sentido más extenso, más general, un manequí. Es una falsa apariencia. La histérica que, en una situación tan frecuentemente observada que se reconoce con claridad, verdaderamente, en las observaciones — alcanza a tener la clave de esto que es su posición entre una sombra que es su doble: una mujer que es, de manera encubierta, ese punto, precisamente, donde se sitúa, donde se inserta su deseo, en tanto que es necesario que ella no lo vea — la histérica se instituye presente, ella misma, en la ocasión del resorte de la máquina, aquella que las suspende y las sitúa una en relación a la otra como especies de marionetas donde tiene que sostenerse ella misma, en esa relación desdoblada que es la de $.
La histérica está, sin embargo, ella misma en el juego, bajo de forma de lo que, al fin de cuentas, es la apuesta (l’eu jeu).
El obsesivo tiene una posición diferente. La diferencia del obsesivo, en relación a la histérica, es quedar, él fuera del juego. Es su verdadero deseo, ustedes lo verán. Confíen en esas fórmulas cuando tengan que estudiar al sujeto clasificable clínicamente. El obsesivo es alguien que no está jamás verdaderamente allí en el lugar donde está en juego algo que podría ser calificado su deseo. Allí donde arriesga el golpe, aparentemente, no es allí donde él está. Es de esta desaparición misma del sujeto, del $ en el punto de compromiso del deseo, que hace, si se puede decir, su arma y su escondite. El ha aprendido a servirse de esto para estar en otra parte.
Y obsérvenlo bien. Esto, puesto que no tiene otro lugar que aquel que, hasta aquí, estaba reservado a la estructura instantánea, relaciónal, de la histérica, esto no es posible más que desplegándolo en el tiempo, temporalizando esta relación, volviendo a dejar siempre, para mañana, su compromiso en esa verdadera relación del deseo. Es siempre para mañana que el obsesivo reserva el compromiso con su verdadero deseo.
Esto no quiere decir que, esperando ese término, él no comprometa nada. Lejos de eso, hace sus pruebas. Además, él puede llegar hasta a considerar esas pruebas, eso que hace, como un medio de ganar méritos. ¿Méritos en qué?. En la referencia del Otro respecto de sus deseos. Constatarán ustedes que estas cosas, verdaderamente, se confiesan cada dos por tres, aún si el obsesivo no reconoce ese mecanismo como tal. Pero es importante que ustedes sean capaces de reconocerlo, para designarlo.
Pues, después de todo, hay allí algo importante, en aplastar este mecanismo bajo la forma de eso que arrastra en su estela, a saber, todas esas relaciones intersubjetivas que no se conciben sino ordenadas respecto de esta relación o de esas relaciones fundamentales que intento articular aquí para ustedes.
¿Qué es lo que esto quiere decir, al fin de cuentas?. Quiero decir, incluso antes de preguntarnos cómo es posible esto, ¿qué es lo que vemos despuntar en esta posición neurótica?. Está claro que lo que vemos despuntar es, al menos, esto: El llamado al socorro del sujeto, para sostener su deseo, para sostenerlo en presencia y frente al deseo del Otro, para constituirse como deseante. Esto es lo que les indicaba la ultima vez: Es que la única cosa que él no sabe, es que, constituyéndose como deseante, su andar está profundamente marcado por algo que está allí detrás, a saber, el peligro que constituye esta pendiente del deseo. De manera que, constituyéndose como deseante, no se da cuenta de que, en la constitución de su deseo, él se defiende contra algo, que su deseo mismo es una defensa, y no puede ser otra cosa.
Aún para que esto pueda sostenerse, está claro que, en cada caso, él llama en su socorro una cosa que se presenta en una posición tercera en relación a ese deseo del Otro, algo donde él pueda colocarse para que la relación aspirante, evanescente del $ ante el a, sea sostenible. Es en la relación al Otro, al Otro real, que vemos suficientemente indicado el rol de eso que permite al sujeto simbolizar. Pues no se trata de otra cosa que de simbolizar su situación, a saber, de mantener en acto algo donde él pueda reconocerse como sujeto, satisfacerse como sujeto, completamente asombrado de ver que ese sujeto que se sostiene, se encuentra preso de todo tipo de actitudes contorsionadas y paradojales que lo designan a él mismo desde que él puede tener la menor visión reflexiva sobre su propia situación, como un neurótico presa de los síntomas.
Aquí interviene este elemento que la experiencia analítica nos ha enseñado a poner en un punto clave de las funciones significantes, y que se llama el falo. Si el falo tiene la posición clave que les designo ahora, esto es muy evidente, en tanto que significante, significante ligado a algo que tiene un nombre en Freud, y del que Freud no ha disimulado, para nada, el lugar en la economía inconsciente misma; éste es, a saber, la ley.
A este respecto, todo tipo de tentativa de volver a traer el falo como algo que se equilibre, que se ensamble con tal otro correspondiente funcional en el otro sexo, es algo que, entendido desde el punto de vista de interrelación del sujeto, tiene su valor, si se puede decir, genético. Pero no puede ejercerse, hacerse, más que a condición de desconocer lo que es totalmente esencial en la valorización del falo como tal.
No es, pura y simplemente, un órgano Allí donde es un órgano es instrumento de un goce. No está, en ese nivel, integrado en el mecanismo del deseo, porque el mecanismo del deseo es algo que se sitúa en otro nivel, que, para comprender lo que es ese mecanismo del deseo, es necesario definirlo visto del otro lado, es decir, una vez instituidas las relaciones de la cultura, y a partir del mito del asesinato primordial.
El deseo se distingue de todas las demandas, en que es una demanda sometida a la Ley. Esto tiene la apariencia de derribar una puerta abierta, pero es, sin embargo, de esto de lo que se trata, cuando Freud nos hace la distinción entre demandas que corresponden a necesidades llamadas de conservación de la especie y del individuo, y aquellas que están sobre otro plano. Aquellas que están sobre este otro plano se distinguen de las primeras en ese sentido: que ellas pueden ser diferidas… Pero después de todo, si el deseo sexual puede ser diferido en sus efectos, en su pasaje al acto en el hombre, es de una manera, seguramente, ambigüa.
¿Puede ser diferidos. ¿Por qué puede serlo más en los hombres que en los animales que, después de todo, no sufren de tal forma aplazamientos?. Es en razón, sin duda alguna de una flexibilidad genética — pues nada es articulable, en el análisis, si no se articula a ese nivel — que es sobre ese deseo sexual mismo que está edificado el orden primordial de intercambios que fundan la ley por la cual entra al estado viviente el número como tal en la interpsicología humana. La ley llamada de alianza y de parentesco por la que vemos aparecer esto: es que el falo, fundamentalmente, es el sujeto, en tanto que objeto de ese deseo, este objeto siendo sometido a eso que llamaremos la ley de la fecundidad.
Y por otra parte es así que, cada vez que se hace intervenir de una manera más o menos encubierta y más o menos iniciática, al falo, él es para aquellos que participan en esta iniciación, develado. Si la función del padre, para el sujeto, en tanto que autor de sus días, como se dice, no es más que el significante de lo que llamo aquí la Ley de la fecundidad, que ella regula, anuda el deseo a una ley, efectivamente, esta significación fundamental del falo es eso por lo que, en toda la dialéctica del deseo, puesto que allí se expresa el ser del sujeto en el punto de su pérdida, se interpone sobre el trayecto de esta funcionalización del sujeto en tanto que falo, de eso por lo que el sujeto se presenta en la ley de intercambio definido por las relaciones fundamentales que reglan las interrelaciones del deseo en la cultura… tanto que el sujeto es, como que a partir de cierto momento no es más, falta a ser que no puede asirse mas.
Es del reencuentro de esto con su función fálica, con su función fálica en los lazos reales de las relaciones con los otros reales de la generación real del linaje, que se produce el punto de equilibrio, aquel en el que nos detuvimos en el final del sueño de la paciente de Ella Sharpe.
Si he ramificado toda la gran digresión sobre «Hamlet» en ese nivel, es en tanto que ese sujeto nos presentaba en su sueño, bajo la forma más pura, esta alternancia del «to be or not», de lo que ya he dado cuenta. Es, a saber, ese sujeto que se califica a sí mismo como persona. Ese sujeto, en el momento donde la proximidad de su deseo, donde él pone el dedo, justamente allí donde él tiene que elegir entre no ser nadie (ser persona), o ser tomado, absorbido enteramente en el deseo devorante de la mujer, que inmediatamente después es intimado (requerido) a ser o no ser, para actualizar el «to be» de la segunda parte que no tiene el mismo sentido que en la primera, el «no ser» de la estructura primordial del deseo, que se ve ofrecido a una alternativa. Para ser, es decir, ser el falo, él debe ser el falo para el Otro, el falo señalado. Para ser ése que puede ser como sujeto, está ofrecido a la amenaza de no tenerlo.
Si ustedes me permiten servirme de un signo llamado lógico, que es el «vel», del que uno se sirve para designar el «o bien… o bien…» de la distinción, el sujeto ve abrirse, para él la elección entre no serlo —no ser el falo— o, si lo es, no tenerlo, es decir, ser el falo para Otro, el falo en la dialéctica intersubjetiva. Es de eso de lo que se trata.
(Falta una carilla en el original). … no solamente toda la anécdota de la historia del sujeto, sino también, otros elementos estructurados en ese pasado. Quiero decir, eso que hemos manifestado, puesto en relieve en el momento querido, eso que se relacióna, como tal, con el drama narcisista, con la relación del sujeto con su propia imagen.
Seguramente que es allí que se inscribe, al fin de cuentas, para el sujeto —Freud señaló más de una vez en su tiempo y en términos propios, el miedo a la pérdida del falo, también, el sentimiento de falta de falo. El yo (moi), en otros términos, está interesado, pero observémoslo entonces en ese nivel en el que, si él interviene, si puede intervenir en este lugar, pude tener que sostenerse en esta dialéctica compleja donde él teme perder su privilegio en la relación con el Otro. Y bien. Es Lo no es cierto, si la relación narcisista con la imagen del otro interviene a causa de algo que podríamos llamar debilidad del yo (moi), pues, después de todo, en todos los casos en los que constatamos tal debilidad, a lo que asistimos es, por el contrario, a una dispersión, a un bloqueamiento de la situación.
Después de todo, no tengo que hacer alusión allí a algo que es, para todos ustedes, familiar, que creo que ha sido traducido en la «Revue»; ese caso notorio de Melanie Klein, a saber, ese niño que estaba verdaderamente introducido como tal en esa relación del deseo al significante, pero que se encontraba, en relación al otro, a la relación posible sobre el plano imaginario, sobre el plano gestual, comunicativo, viviente, con el otro, completamente suspendido, tal como nos lo describe Melanie Klein.
No sabemos todo de ese caso, y, después de todo, no podemos decir que Melanie Klein haya hecho allí otra cosa que presentarnos un caso notable. Y lo que ese caso demuestra, es que, seguramente, este niño que no hablaba es, ya, accesible y tan sensible a las intervenciones habladas de Melanie Klein que, para nosotros, en nuestro registro, en aquel que intentamos desarrollar aquí, su comportamiento es verdaderamente notorio.
Las únicas estructuras del mundo que son accesibles, sensibles, manifiestas, manifestables, para él desde los primeros momentos con Melanie Klein, son estructuras que llevan, en ellas mismas, todos los carácteres de la relación con la cadena significante.
Melanie klein nos lo subraya. Es la pequeña cadena del tren, es decir, de algo que este constituido por un cierto número de elementos enganchados los unos a los otros. Es una puerta que se abre o que se cierra. Vale decir, eso que, cuando yo intentaba mostrarles en las posibles utilizaciones de tal esquema cibernéticos para nuestro manejo del símbolo, eso que es la forma más simple de la alternancia sí o no, que condiciona el significante como tal. Una puerta debe estar abierta o cerrada.
Es alrededor de eso que se limita todo el comportamiento del niño. Es, sin embargo, nada más que para tocar esto en palabras que son, no obstante y algo esencialmente verbal. ¿Qué es lo que obtiene del niño, desde los primeros momentos, la intervención de Melaine Klein? Su primera reacción es, a mi parecer, sorprendente, casi prodigioso en su carácter ejemplar. Esto es, ir a situarse —y allí está el texto—, entre dos puertas. Entre la puerta interior de los consultorios, y la puerta exterior, en un espacio negro del que uno se asombra de que Melanie Klein, que, por ciertos lados, ha visto tan bien los elementos de estructura, como aquellos de la introyección y la expulsión, a saber, este límite del mundo exterior, de ése que se puede llamar las tinieblas interiores en relación a un sujeto, que, entonces, Melanie Klein no haya visto la puerta de esta zona intermedia que no es nada menos que aquella que nosotros distinguimos de esta forma: Aquella donde se sitúa el deseo, a saber, esa zona que no es ni lo exterior ni lo interior, articulado y construido en ese sujeto, pero lo que se puede llamar, puesto que encontramos esto en ciertas estructuras de las poblaciones primitivas, esa especie de zonas desmontadas entre las dos, la zona «no man’s land», entre la población y la naturaleza virgen, que es eso donde queda averiado el deseo del pequeño sujeto.
Es allí que vemos intervenir, posiblemente, el yo (moi), y bien entendido, es en la medida en que ese yo (moi) no es débil sino fuerte, que vendrán, como he repetido siempre y cientos de veces, a organizarse las resistencias del sujeto. Las resistencias del sujeto en tanto que ellas son las formas de coherencia misma de la construcción neurótica, es decir, de eso en lo cual él se organiza para subsistir como deseo, en no ser el lugar de ese deseo, en ser amparado por el deseo del Otro como tal, en ver interponerse entre su manifestación más profunda como deseo, y el deseo del Otro, esta distancia, esta coartada que es aquella donde se constituye, respectivamente, como fóbico, histérico, obsesivo .
Volveré —es necesario— sobre un ejemplo que Freud nos da, desarrollado, de un fantasma. No es en vano volver allí, después de todo este recorrido. Es el fantasma «Un niño es pegado». Aquí se pueden asir los tiempos que nos permiten reencontrar la relación estructural que intentamos articular la vez pasada.
¿Que tenemos?, el fantasma de los obsesivos. Niños y niñas se sirven de ese fantasma , para conseguir ¿qué?. El goce masturbatorio. La relación con el deseo es clara. ¿Cuál es la función de ese goce? Su función, aquí, es la de toda satisfacción de necesidad, en una relación con el más allá que determina la articulación de un lenguaje para el hombre. Esto es, a saber, que el goce masturbatorio, allí, no es la solución del deseo. Es el aplastamiento de él, exactamente como el niño de pecho, en la satisfacción de la nutrición, aplasta la demanda de amor en relación a la madre.
Por otra parte, esto está casi firmado por testimonios históricos. Quiero decir, puesto que hemos hecho alusión a la perspectiva hedonista en su tiempo, en su insuficiencia para calificar el deseo humano como tal —no olvidemos, después de todo, el carácter ejemplar de uno de sus puntos paradojales, como tal, evidentemente dejado en la sombra, de la vida de aquellos que se han presentado en la historia como los sabios, y los sabios de una disciplina de la que el fin, calificado de filosófico, era, precisamente, por razones después de todo válidas, puesto que metódicas—, la elección, la determinación de una postura en relación al deseo, postura que consiste, por otra parte, en el origen, en excluirlo, en volverlo caduco. Y, hablando propiamente, toda perspectiva hedonista participa de esta posición de exclusión como lo demuestra el ejemplo paradojal que voy a recordarles aquí, a saber, el de la posición de los cínicos. La tradición nos transmite el testimonio de esto, en la boca de Chrysipo, si recuerdo bien. Esto que Diógenes el cínico alardeaba, hasta el punto de hacerlo en público a la manera de un acto demostrativo, y no exhibicionista, que la solución del problema del deseo sexual, estaba, si puedo decirlo, al alcance de la mano de cada uno, y él lo demostraba brillantemente masturbándose.
El fantasma del obsesivo es, entonces, algo que tiene una relación con el goce de lo que es, incluso, observable, que puede devenir una de las condiciones, pero de lo que Freud nos demuestra que la estructura tiene valor de eso que designo como siendo su valor de índice, puesto que lo que ese fantasma puntúa no es otra cosa que un rasgo de la historia del sujeto, algo que se inscribe en su diacronía. Es, a saber, que el sujeto, en un pasado en consecuencia olvidado, ha visto, nos dice Freud, un rival — que sea del mismo sexo o de otro, poco importa —, sufrir la sevicia del ser amado, en la ocasión, del padre, y ha encontrado en esa situación original, su felicidad.
¿En qué perpetúa, si se puede decir así, el instante fantasmático, este instante privilegiado de Felicidad?. Es aquí que la fase intermedia que nos es designada por Freud, toma su valor demostrativo. Es que se da en un tiempo que Freud nos dice que no puede ser sino reconstruido —esto se observa en el hecho de que, en Freud, no encontramos sino el. testimonio de ciertos momentos inconscientes que, hablando propiamente, son inaccesibles como tales que tenga razón o no en el caso preciso, determinado, está fuera de cuestión, por ahora. Por otra parte, no se equivoca. Pero lo importante es que designa esta etapa intermedia como algo que no puede ser sino reconstruido, etapa intermedia entre el recuerdo histórico, en tanto que designa el sujeto en uno de sus momento de triunfo, recuerdo histórico que no está reprimido sino defectuosamente, y que puede ser traído a la luz. Es allí que el instante fantasmático juega el rol de índice. Eterniza, si se puede decir, ese momento, haciendo, de él el punto de ligazón de algo totalmente diferente, a saber, el deseo del sujeto. Y bien, esto no sucede más que en relación a un momento intermediario que llamaré aquí aún cuando ése sea un punto que no puede ser sino reconstruido, hablando propiamente, metafórico.
Pues, ¿de qué se trata en ese momento intermediario?, ese segundo tiempo, del que Freud nos dice que es esencial para la comprensión del funcionamiento de ese fantasma. Es de esto: es que en el otro, el hermano rival que es en quien el castigo es infligido por el ser amado, el sujeto se constituye él mismo. Es decir que, en ese segundo tiempo, es él quien es castigado.
Encontramos, delante nuestro, el enigma en el estado naciente de lo que comporta esta metáfora, esta transferencia. ¿Que es lo que busca el sujeto allí?.
¿Que extraña vía para, a continuación, dar a su triunfo, sino este modo de pasar, él mismo, a su turno, por los castigos infligidos al otro?.
¿No encontramos allí, delante, el enigma último? —Freud, por otra parte, no lo disimula— el enigma último de lo que viene a inscribirse, en la dialéctica analítica, como masoquismo, y de lo que uno ve, después de todo, presentarse aquí, bajo una forma pura, la conjunción.
Es, a saber, que algo en el sujeto, perpetúa la felicidad de la situación inicial, en una situación oculta, latente, inconsciente, de desdicha. Eso de lo que se trata en ese segundo tiempo hipotético, es de una oscilación, de una ambivalencia, de una ambigüedad, más precisamente, de eso que el acto de la persona autoritaria, en la ocasión, el padre, implica de reconocimiento. El goce que ubica el sujeto allí, es eso hacia lo cual se desliza desde un accidente de su historia, a una estructura donde va a aparecer como ser en tanto tal. Esto es lo que, en el hecho de alienarse, es decir, de sustituirse aquí en el otro como víctima, consiste el paso decisivo de su goce, en tanto que él concluye, en el instante fantasmático donde no es más él mismo, entonces, que «se». Por un lado, instrumento de la alienación, en tanto que ella es desvalorización.
Es «se pega», por un lado, y es por lo que, hasta cierto punto, he podido decirles que él deviene, pura y simplemente, el instrumento fálico, en tanto que él es, aquí, instrumento de su anulación. ¿Confrontado a qué?, a «se pega a un niño», un niño sin figura, un niño que no es nada más que original, ni el niño que ha sido en el segundo tiempo él mismo, que no hay ninguna determinación especial de sexo. El exámen de la sucesión de los fantasmas de los que Freud nos habla, lo muestra. El está confrontado a lo que se puede llamar una suerte de fragmento del objeto.
Es en esta relación, sin embargo, del fantasma, que nosotros vemos despuntar, en ese momento, lo que para el sujeto hace al instante privilegiado de su goce. Diremos que el neurótico — y veremos la próxima vez cómo podemos oponerle algo muy particular, no la perversión en general, pues aquí la perversión, en lo que nosotros exploramos como estructura, juega un rol de punto pivote, sino donde nosotros podemos oponerle algo muy especial, y de lo cual el factor común no parece haber sido encontrado hasta aquí, es en la homosexualidad.
Pero para sostenernos en eso del neurótico, hoy, su estructura más común, fundamental, reside, al fin de cuentas, en esto: ¿Deseando qué, se desea?, algo que no es, al fin de cuentas, sino eso que le permite sostenerse en su precariedad, su deseo como tal, sin saber que toda la fantasmagoría está hecha para eso, a saber, que sus deseos son esos sin tomas mismos, que son el lugar donde él muestra (confiesa) su goce, esos síntomas, ellos mismos, tan poco satisfactorios.
El sujeto, pues, se presenta aquí como no diría, un ser puro, ése del cual he partido, para indicarles cuál es la relación de esta manifestación particular del sujeto lo real, sino un ser—para. La ambigüedad de la posición del neurótico está enteramente aquí, en esta metonimia que hace que es en este ser—para, que reside todo su puro ser.