El vocabulario de Michel Foucault: LETRA G
Guerra
(Guerre). Poder, política, Clausewitz. En las teorías modernas (la concepción jurídica liberal y la concepción marxista), el poder es pensado siempre a partir de la economía, aunque de diferentes modos. Para la concepción liberal, el poder es una especie de bien, que de algún modo se cede, se posee, se enajena. De ahí que el poder político sea pensado en términos de contrato. La teoría del poder tiene aquí una forma económica. El economicismo aparece en la teoría política marxista de modo diferente. No se trata tanto de la forma del poder, sino de su función. La economía se presenta como la razón histórica del poder: el poder sirve esencialmente para mantener las relaciones de producción y la dominación de una clase. Pero, ¿es esto necesariamente así? ¿Contrato y dominación son un análisis adecuado del poder? Es posible plantear varias preguntas: 1) ¿El poder está siempre en un segundo plano respecto de la economía? 2) ¿Hay que pensar el poder como si fuese una mercancía? En las teorías contemporáneas nos encontramos con dos respuestas al problema del poder que tratan de pensarlo en términos no economicistas: 1) el poder concebido como represión, lo que Foucault llama la hipótesis Reich, y 2) el poder pensado como combate, lucha, enfrentamiento, lo que Foucault denomina la hipótesis Nietzsche. En realidad, estas dos hipótesis no son irreconciliables; se podría oponer a la concepción moderna clásica, poder-contrato, un análisis en términos de guerra-represión. El objetivo de Foucault en “Il faut défendre la société” es abordar el poder en términos de guerra, de lucha, de combate, es decir, siguiendo la hipótesis Nietzsche. Más concretamente, Foucault se pregunta por el discurso que habría sido invertido por el principio de Clausewitz según el cual “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Foucault quiere estudiar el desarrollo histórico del discurso que dice: “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Se trata, entonces, de estudiar el poder a partir de este discurso, en términos de oposición de fuerzas, de enfrentamiento, de combate (IDS, 14-19). Hobbes. La hipótesis de trabajo de Foucault lo lleva a confrontarse necesariamente con la teoría hobbesiana de la soberanía, es decir, la teoría de la instauración de la soberanía como medio para acabar con la guerra primitiva de todos contra todos. Al respecto, Véase: Hobbes. Guerra de razas, lucha de clase. Ahora bien, contrapuestas la teoría de la soberanía y el análisis en términos de relaciones de dominación, Foucault se pregunta si el concepto de “guerra” (de “táctica”, de “estrategia”) es adecuado para el análisis de las relaciones de poder. Desplaza, en realidad, esta pregunta hacia una interrogación histórica acerca de cuándo y cómo apareció el principio que Clausewitz habría invertido. Es decir, ¿cuándo y cómo surgió el principio según el cual “la política es la guerra continuada con otros medios”? Según nuestro autor, este principio y el discurso que él sintetiza, un discurso histórico-político, han circulado a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Paradójicamente, se trata de un momento en el que, con el fin de las guerras de religión, las luchas y los combates dejaron de formar parte de la vida cotidiana de los pueblos. Pero, por otro lado, se trata de un momento en el que el Estado se habría arrogado la exclusividad del uso de la fuerza organizada con la creación de las instituciones militares. Podemos caracterizar este discurso histórico de la lucha, de la guerra, del siguiente modo: 1) Se trata de un discurso histórico-político cuyos representantes han sido, entre otros, Edward Cook, John Lilburne, en Inglaterra, H. de Boulainvilliers, el conde d’Estaing, Augustin Thierry, en Francia. Es un discurso que sostiene el carácter binario de la sociedad, en cuya estructura se es siempre enemigo de alguien, y cuyo sujeto de enunciación no pretende ser el sujeto universal y neutro del discurso filosófico, sino el sujeto interesado que está en uno u otro de los lados enfrentados. 2) Consecuentemente, se trata de un discurso que ve la racionalidad abstracta como una quimera y la verdad como brutalidad y sinrazón, un discurso que invierte los valores. 3) Finalmente, es un discurso de perspectiva (enteramente histórico, sin relación con ningún absoluto) que encuentra en la mitología escatológica la fuerza que alimenta su páthos, su pasión. Un discurso crítico y mítico a la vez. Este discurso comenzó a circular en Europa a partir de los siglos XVI y XVII, como consecuencia del cuestionamiento popular y aristocrático del poder real. Y a partir de allí ha atravesado los siglos XVIII y XIX. Ahora bien, no hay que ver la dialéctica filosófica, cuya forma emblemática la encontramos en Hegel, como una continuación filosófica de este discurso histórico sobre la guerra. La dialéctica, más bien, ha tratado de colonizarlo, codificando lógicamente la contradicción a fin de constituir un sujeto universal de la historia. La historia de este discurso debe descartar, en primer lugar, las “falsas paternidades” (el príncipe en Maquiavelo, la soberanía absoluta en Hobbes). Debe comenzar por el discurso de reivindicación popular y de la pequeña burguesía en la Inglaterra del siglo XVII, para seguir luego, en Francia, a fines del reinado de Luis XIV, con las reivindicaciones de la nobleza contra la monarquía administrativa. A partir de aquí, es necesario seguir la historia del discurso de la guerra de razas, sus transformaciones durante la Revolución Francesa, su conversión biologicista (el racismo de Estado, el momento en que se convierte en discurso de Estado). Se trata, claramente, de un discurso polivalente, multifacético (IDS, 40-44). • El elogio del discurso histórico de la guerra como constitutivo esencial de la sociedad, aún en tiempos de orden y paz, no es un elogio del racismo. El racismo ha sido una de sus múltiples facetas, aquélla que aparece con la transformación biológico-sociológica de un discurso ya secular, con fines políticos conservadores. El elogio del discurso histórico sobre la guerra es, para Foucault, el elogio de un cierto uso de la erudición histórica, de un uso que respecto de una concepción “romana”, “indoeuropea”, constituye más bien una contra-historia. Según Foucault, el sistema indoeuropeo de representación del poder está atravesado por una doble exigencia o dimensión. Por un lado, a través de la obligación, el poder une, vincula; por otro, mediante los juramentos o los compromisos, el poder fascina. Júpiter es, a la vez, el dios de los nexos y de los rayos. La historia de la soberanía, discurso del poder, es, en este sentido, una historia jupiteriana. Tres funciones vinculan el uso jupiteriano de la historia con el poder: 1) Función genealógica: narra la antigüedad de reinos y dinastías. 2) Función rememorativa (los anales): crónica de los gestos, decisiones, actos (aun los más banales) de soberanos y reyes. 3) Función ejemplificadora: narración de aquellos acontecimientos en los que se puede percibir la ley como viva. Esta historia jupiteriana no es otra cosa que un ritual del poder. Ahora bien, a esta historia romana se va oponer a partir de fines del medioevo una especie de contra-historia, una narración en la que no se trata de fundar la antigüedad de una dinastía, de recordar los gestos de los soberanos o mostrar los ejemplos capaces de ser imitados. No tiene por función unir el pueblo con el soberano, no piensa que la historia de los fuertes incluye en sí la historia de los débiles; tampoco se propone mostrar la gloria luminosa del poder, sino su lado oscuro, sus sombras. Se trata de una historia, una contra-historia, más cercana a aquélla mítico-religiosa de la tradición judía (con sus formas épicas, sus profecías y sus promesas). Está emparentada con el uso crítico que se ha hecho de la Biblia en la segunda mitad de la Edad Media. Es con este discurso que comienza a formarse Europa, en el sentido moderno del término. Algunas observaciones son necesarias para caracterizar correctamente este discurso: 1) No pertenece por derecho propio a ningún grupo; no se trata exclusivamente del discurso de los pobres o de los oprimidos. Ha sido utilizado por la burguesía en Inglaterra y por la aristocracia en Francia. 2) El concepto de raza no tiene ni necesaria ni originariamente un sentido biológico. Designa un cierto clivage (corte transversal) histórico de dos grupos que no se mezclan porque no tienen la misma lengua, la misma religión o el mismo origen geográfico. 3) El entrecruzamiento de estos dos usos de la historia, ritual del poder y reivindicación crítica, ha permitido la explosión de toda una gama de saberes, ha determinado la formación de la historiografía moderna. 4) La idea de revolución, en su funcionamiento político, es inseparable de la aparición de esta contra-historia. La “lucha de clases” ha sido una de las transformaciones de la “lucha de razas”. • Es capital comprender que el discurso de la lucha de razas es un discurso que ha sufrido numerosas transformaciones, conversiones, traducciones. La revolucionaria ha sido una de ellas. Pero la oposición al discurso revolucionario, una contra-historia de la contra-historia, también ha sido otra de sus transformaciones. Entre estas transformaciones aparecerá el racismo cuando el Estado se dé como misión proteger la integridad de la raza superior en su pureza. Lo que funciona en el racismo de Estado no es el poder en el sentido jurídico de la soberanía, sino el poder en el sentido de la norma, de las técnicas médico-normalizadoras (acompañado, en la transformación nazi, por una dramaturgia mitológica; en la soviética, por el cientificismo de una “policía de la higiene y el orden de la sociedad”) (IDS, 58-73). Boulainvilliers. Boulainvilliers generaliza el concepto de guerra: 1) Respecto del derecho: la guerra ya no es una interrupción del derecho. En este sentido, Boulainvilliers argumenta a favor de la inexistencia de un derecho natural. Lo que la historia nos muestra es que siempre han existido diferencias y desigualdades. Toda situación de derecho surge de una relación de fuerzas (del combate, de la lucha, de la guerra). 2) Respecto de la forma de la batalla: la relación de fuerzas no depende ni de una batalla ni de las precedentes, sino de la organización de las instituciones militares (quiénes y cómo poseen las armas). La guerra no es, entonces, un acontecimiento, sino más bien una institución. 3) Respecto de la relación invasión/rebelión: no interesa si hubo invasión o rebelión, sino cómo los fuertes se debilitan y los débiles se vuelven fuertes. En definitiva, la inteligibilidad de la historia pasa por la lucha entre “razas” (francos-galos, por ejemplo) y es aquí donde la historia se vuelve política en un doble sentido: en el orden de los hechos y en el orden del conocimiento. En los hechos, uno es siempre enemigo de otro. En los conocimientos, el saber histórico se convierte en un arma fundamental. Véase: Boulainvilliers.
Guerre [948]: AN, 23, 25. DE1, 141, 151, 163, 205, 215, 218, 230-231, 342-343, 361, 370, 502, 508, 514, 517, 550, 576, 582, 634, 657, 764, 779, 785, 840. DE2, 19, 21, 26, 74, 143, 145, 194, 234, 237, 340, 342, 344, 353, 359, 411, 426, 442, 453, 459, 498, 501-506, 509-511, 515, 529, 531-532, 549, 572-573, 575-578, 646-652, 657, 659, 687, 689-
690, 701-702, 704, 735, 772, 813. DE3, 17, 34, 40, 42, 47, 71, 87, 94, 110, 125-126, 128-130, 133, 139, 145, 150, 152-153, 155, 171-175, 189, 206, 211, 251, 267, 268, 271, 280, 295, 311, 338, 363-364, 391, 401, 430, 462, 501, 503, 507, 561, 573, 581-582, 606, 609-610, 612-613, 627, 648, 671, 699, 701, 703, 718, 724, 729, 751, 760, 784-785, 802, 811, 823-824. DE4, 48-49, 51, 58-60, 71, 78, 95, 103, 111, 130-133, 138, 167, 169, 185, 202, 206, 210, 241, 265, 267, 269, 274, 338, 342, 344-345, 348, 350, 357, 368, 378, 381, 431, 452, 455, 464, 472, 496, 497, 509, 519, 525, 528, 538, 586, 591-592, 647-648, 666, 685, 696, 733, 746, 749, 764-765, 815-816. HF, 91, 182, 473, 479, 503, 505-506, 508. HS, 49, 71, 140, 216-217, 266, 325, 366, 410. HS1, 123, 135, 138, 177, 181, 194. HS2, 80, 117, 171. HS3, 18, 29, 164, 234. IDS, 3, 16-21, 36-37, 40-53, 57, 61-62, 64-70, 72, 75, 76-85, 89, 92-97, 105, 108, 110-111, 121, 125, 131-134, 137-147, 153-155, 157, 170, 174, 176, 178, 193-195, 201-205, 208-211, 213-214, 229-231, 234. MC, 99, 187. MMPE, 87, 91. MMPS, 99. NC, 33, 64, 206-207. PP, 44-45, 47-48, 50, 53-55, 265. SP, 52, 54, 60, 90, 118, 144, 147-148, 150, 165, 170-171, 174, 212, 266, 292, 314.
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