El vocabulario de Michel Foucault: LETRA M
Marxismo
(Marxisme). “Yo no soy ni un adversario ni un partidario del marxismo; yo lo interrogo acerca de lo que tiene para decir a propósito de las experiencias que lo cuestionan” (DE4, 595). Foucault fue formado en un ambiente universitario dominado en gran parte por el marxismo. Su primera obra, Maladie mentale et personnalité, de 1954, lleva el testimonio de este paso y de sus influencias. Como era la costumbre de la época, también estuvo inscripto en el partido comunista francés, aunque por un período realmente breve. A partir de entonces, la distancia entre Foucault y el “marxismo” no ha dejado de acentuarse en cada uno de los temas centrales de su trabajo filosófico: la historia, el sujeto, el poder. Si exceptuamos Maladie mentale et personnalité y la crítica de la noción de represión en “Il faut défendre la société” y Les Anormaux, las referencias al marxismo son muy escasas en las obras de Foucault; sin embargo, la cuestión del marxismo aparece con frecuencia en sus entrevistas y artículos. Entre sus entrevistas merece particular atención “Méthodologie pour la connaissance du monde: comment se débarrasser du marxisme” (DE3, 595-618). Ahora bien, para abordar la cuestión con cierto orden es necesario comenzar con algunas distinciones; en primer lugar, la distinción entre Marx y el marxismo. A su vez, también hay que introducir varias distinciones acerca de lo que Foucault entiende por “marxismo”. Existe, por un lado, el marxismo como posición teórica y, por otro, el marxismo como realidad histórico-política, tal como se encarna en un partido o en un estado. Además, en el marxismo teórico (llamémoslo así por ahora) hay que distinguir entre el marxismo humanista, el marxismo acoplado a la fenomenología, el marxismo estructuralista y el freudomarxismo. Humanismo y fenomenología. Existe un marxismo blando, humanista, que busca coleccionar todo lo que la filosofía tradicional ha podido decir de Hegel a Teilhard de Chardin. Este marxismo humanista es antiestructuralista (DE1, 654). En el ambiente intelectual francés de la década de 1950 –en Merleau-Ponty y Sartre, por ejemplo– existió, además, un esfuerzo por vincular la problemática de la fenomenología y la del marxismo. Posteriormente, a partir de la cuestión del lenguaje este marxismo humanista se separará de la fenomenología y se vinculará con el estructuralismo (DE4, 434). Estructuralismo. Según Foucault, el estructuralismo no es una amenaza para el marxismo, sino sólo para cierta comprensión del mismo que se caracteriza por los siguientes elementos: concebir la historia como un largo relato lineal, interrumpido a veces por alguna crisis; tomar la causalidad como la categoría fundamental del análisis histórico; creer que existe una jerarquía de las determinaciones causales que va de la causalidad material más estricta a la libertad humana. Para Foucault no existe una incompatibilidad de naturaleza entre el estructuralismo y el marxismo, ya que éstos no se sitúan al mismo nivel. El marxismo es un análisis de las condiciones de la existencia humana en su complejidad para determinar las posibilidades de acción en la coyuntura presente. El estructuralismo es un método de lectura histórica que puede ser utilizado en el marco de este análisis (DE1, 583-583). “Althusser ha cuestionado la filosofía del sujeto porque el marxismo francés estaba impregnado un poco de fenomenología y un poco de humanismo y porque la teoría de la alienación hacía del sujeto humano la base teórica capaz de traducir en términos filosóficos los análisis político-económicos de Marx” (DE4, 52). Freudomarxismo. Con la expresión freudomarxismo Foucault se refiere particularmente a Marcuse (DE4, 72) y, en general, a la utilización de la noción de represión como categoría de análisis del poder (IDS, 38). Historia, sujeto. Si dejamos de lado el marxismo estructuralista y, por ende, a Althusser, la oposición de Foucault al marxismo teórico se ubica en torno a dos cuestiones centrales: la historia y el sujeto. “En los últimos cien años o casi, el análisis político ha estado siempre dirigido por teorías económicas o por una filosofía de la historia; digamos, por edificios teóricos importantes y un poco solemnes, como el marxismo. Ahora bien, yo creo que la experiencia de estos últimos veinte o treinta años, con el estalinismo, por ejemplo, igualmente con China, ha vuelto inutilizables, al menos en muchos de sus aspectos, los análisis tradicionales del marxismo. En esta medida, creo que no era necesario abandonar el marxismo como una especie de vieja luna de la que podríamos burlarnos, sino ser mucho menos fiel de lo que se creía en otro tiempo a la letra misma de la teoría y tratar de reubicar los análisis políticos que se pueden hacer sobre la sociedad actual no tanto en el cuadro de una teoría coherente, sino sobre el fondo de una historia real. Yo creo que el fracaso de los grandes sistemas teóricos para hacer el análisis político actual nos conduce ahora a una especie de empirismo que quizás no es muy glorioso: el empirismo de los historiadores” (DE3, 377). • Desde este punto de vista, Foucault se lamenta de que el marxismo oficial haya descuidado la importancia que tiene la cuestión del cuerpo en Marx, privilegiando el concepto de ideología (DE2, 756). • Existió una tendencia del marxismo académico en Francia que consistía en buscar de qué manera las condiciones económicas pueden reflejarse en la conciencia de los sujetos y encontrar allí su expresión. De este modo, suponía que el sujeto humano, el sujeto de conocimiento y las formas de conocimiento están dados anteriormente y definitivamente, y que las condiciones económicas se imprimen en ellos (DE2, 538). Para Foucault, en cambio, se trata de mostrar la constitución histórica del sujeto de
conocimiento a través del discurso considerado como una estrategia que forma parte de las prácticas sociales (DE2, 540). • En la misma línea se ubican las diferencias entre la problemática marxista y la problemática foucaultiana de la historia de las ciencias. “El marxismo de la posguerra se presentaba como una teoría general del carácter científico de la ciencia, como un tribunal que podía discriminar lo que pertenecía a la ciencia y lo que pertenecía a la ideología. La cuestión planteada por el marxismo era: “¿en qué medida el marxismo, reconstruyendo con sus esquemas una historia de la sociedad, puede dar cuenta de la historia de las ciencias, del nacimiento y del desarrollo de las matemáticas, de la física teórica, etc.?” (DE4, 53). Bajo la influencia de Nietzsche, para Foucault la cuestión se plantea en términos completamente diferentes, es decir, en términos de una historia de la verdad. Véanse: Humanismo, Historia, Subjetivación. Poder. Evidentemente, no se puede distinguir completamente entre el marxismo teórico y el marxismo como realidad política: “el marxismo no es otra cosa que una modalidad de poder en un sentido elemental. […] Es decir, el marxismo en cuanto ciencia (en la medida en que se trata de una ciencia de la historia, de una historia de la humanidad) es una dinámica con efectos coercitivos en relación con cierta verdad. Su discurso es una fuerza profética que difunde una fuerza coercitiva sobre una cierta verdad, no sólo en la dirección del pasado, sino hacia el futuro de la humanidad. En otros términos, lo que es importante es que la historicidad y el carácter profético funcionan como fuerzas coercitivas que conciernen a la verdad” (DE3, 600). Por otro lado, según la opinión de Foucault el marxismo no habría podido existir sin la existencia del Estado y del partido. Antes de la Revolución los estados se fundaban en la religión; luego, en cambio, se han fundado en la filosofía. Señala Foucault: “[…] el marxismo como discurso científico, el marxismo como profecía y el marxismo como filosofía de Estado o ideología de clase están intrínsecamente relacionados con el conjunto de las relaciones de poder” (DE3, 601). Por ello Foucault cuestiona el marxismo, finalmente, desde el punto de vista de su funcionamiento en la sociedad moderna, es decir, desde el punto de vista del poder y no sólo de sus concepciones de la historia y del sujeto, aunque –es necesario subrayarlo– estos tres elementos están estrechamente vinculados. Tres observaciones al respecto: 1) Marx pertenece al siglo XIX y sus análisis históricos funcionan en este marco cronológico; por esta razón sería necesario atenuar las relaciones de poder vinculadas con el carácter profético de Marx. 2) La existencia del marxismo ligada a la existencia de un partido comunista ha hecho que determinados problemas hayan desaparecido de su horizonte teórico. En este sentido, también es necesario atenuar los efectos de poder del marxismo, planteando aquellos problemas que han sido dejados de lado (como la medicina, la sexualidad o la locura). 3) También será necesario vincular estos problemas con los movimientos sociales en los que ellos encuentran su expresión (cuestionamientos, revueltas). Los partidos, por sus propias dinámicas de poder, tienen
una tendencia a ignorar estos problemas (DE3, 602-603). En este sentido, y en relación con el desinterés del marxismo por la cuestión del cuerpo, Foucault estima que el movimiento de 1968 fue fundamentalmente antimarxista (DE2, 756). Acerca de las diferencias entre Foucault y el marxismo respecto del análisis del poder, Véase: Poder. Ciencia, contra-ciencias humanas. “Encuentro que el marxismo, el psicoanálisis y la etnología tienen una función crítica respecto de lo que se llama las ciencias humanas y, en este sentido, son contra-ciencia. Pero, repito, son contra-ciencias humanas. No hay nada en el marxismo o en el psicoanálisis que nos autorice a llamarlos contra-ciencias, si entendemos por ciencias la matemática o la física. No, no veo por qué deberíamos llamar ciencias al marxismo y al psicoanálisis. Ello sería imponer a estas disciplinas condiciones tan duras y exigentes que, por su propio bien, sería preferible no llamarlas ciencias. He aquí la paradoja: quienes reclaman el estatuto de ciencias para el psicoanálisis y para el marxismo manifiestan ruidosamente su desprecio por las ciencias positivas como la química, la anatomía patológica o la física teórica. Sólo ocultan su desprecio respecto de la matemática. Ahora bien, de hecho, su actitud muestra que ellos tienen en relación con la ciencia un respeto y una reverencia propios de los estudiantes. Tienen la impresión de que si el marxismo fuese una ciencia (y aquí piensan en algo tangible como una demostración matemática) podrían tener la certeza de su validez. Yo acuso a estas personas de tener una idea de la ciencia más alta de lo que ésta merece y de tener un desprecio secreto por el psicoanálisis y el marxismo. Los acuso de inseguridad. Por ello reivindican un estatuto que no es tan importante para estas disciplinas” (DE2, 169). • Para el “genealogista”, la objeción que se debe hacer al marxismo concierne a la pretensión de ser una ciencia. “Y yo diría: ‘Cuando los veo esforzándose por establecer que el marxismo es una ciencia, no los veo, para decir la verdad, en curso de demostrar de una vez por todas que el marxismo tiene una estructura racional y que sus proposiciones, en consecuencia, provienen de procedimientos de verificación. Los veo, en primer lugar y ante todo, en curso de hacer otra cosa. Los veo en curso de vincular al discurso marxista, y los veo asignar a quienes tienen este discurso, los efectos de poder que Occidente, desde la Edad Media hasta ahora, ha asignado a la ciencia y reservado a quienes tienen un discurso científico’” (IDS, 11). Economicismo. En la concepción marxista del poder subyace cierto economicismo. Más precisamente, Foucault habla de la “funcionalidad económica” del poder para el marxismo. El poder tendría por función esencial mantener las relaciones de producción y la dominación de una clase que ha sido posible por el desarrollo de las modalidades de producción y las formas de apropiación de las fuerzas productivas (IDS, 14). El análisis foucaultiano del poder quiere desprenderse de este economicismo. Véase: Poder. Ruptura epistémica. Como explicamos en el artículo Marx, el marxismo no introduce ninguna ruptura en la disposición epistémica del siglo XIX (MC, 274).
Lucha. “Lo que me asombra en la mayoría de los textos, si no de Marx, al menos de los marxistas, es que se deja en el silencio (salvo quizás en Trotsky) lo que se entiende por lucha cuando se habla de lucha de clases” (DE3, 310).
Marxisme [303]: DE1, 400, 516, 574, 576, 582-583, 654, 657, 809, 824. DE2, 67, 157, 166-170, 187, 234, 271-272, 314, 333, 408-409, 415, 523, 538, 540, 552, 646, 654, 659, 724, 737, 739, 752-753, 756-757, 808, 812. DE3, 28-29, 38, 109, 141, 146-147, 154, 162-163, 166, 278, 377, 391, 400, 421, 424, 427, 429, 442, 576, 595-596, 599-603, 607-611, 613, 623, 627, 629, 785. DE4, 50, 52-54, 59, 61-65, 68-70, 72-73, 79-81, 184, 191, 201, 212, 412, 432-435, 437, 444, 453, 455-456, 457, 497-498, 500-501, 517, 520, 529, 573, 581, 595, 608, 639, 649-651, 655, 763. HS, 27, 30. IDS, 7, 10-11, 14, 38, 234. MC, 274, 332.
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