El Vygotsky socio-histórico
Vygotsky es tradicionalmente considerado un psicólogo del desarrollo y, también, un psicólogo del lenguaje. Sin embargo, en contadas ocasiones se ha reconocido la proyección antropológica y sociohistórica de su teoría. Como psicólogo del desarrollo, Vygotsky al igual que Wallon, consideró que la ontogénesis humana estaba marcada por el cambio en lugar de la continuidad. La presencia de esos cambios nos demuestra que el desarrollo humano es, sobre todo, revolución y ruptura.
Cambio y desarrollo
El desarrollo no es el producto de una simple continuidad y linealidad proformacionista, ni tampoco el resultado de la suma cuantitativa de pequeños efectos. Como marxista que era, Vygotsky consideró que esa suma de pequeños acontecimientos traía inexorablemente un salto cualitativo, de modo que cada estadio del desarrollo representaba la negación dialéctica del estadio anterior. Esto supone que las conductas que pertenecían al primero quedan asumidas por el nuevo estadio, que además, aporta nuevas posibilidades para la acción humana (Vygotsky, 1981; p. 173). Hay sobradas razones para admitir el principio hegeliano de la negación, tanto en el plano filogenético como en el ontogenético. Sabemos, por ejemplo, que el reflejo incondicionado no desaparece en la evolución, al tener lugar la aparición del reflejo condicionado, sino que pasa a formar parte de este último: de la misma manera, en el plano ontogenético, los esquemas de la inteligencia sensomotora adquieren nuevas dimensiones en contacto con las palabras, a lo largo del desarrollo del lenguaje.
Son bien evidentes las razones que llevan a Vygotsky a considerar que el desarrollo puede explicarse sólo desde la ruptura y la revolución. El proceso de socialización e individuación humana exige la incorporación de la cultura en la que vive, y la cultura es algo que no está preformado en el individuo, sino que le es ajena. Su interiorización exige una ruptura con la evolución biológica, para dar paso a una nueva forma de evolución, la histórica. Las formas de trabajo, los estilos de vida y, sobre todo, el lenguaje de la comunidad tienen que ser incorporados al organismo, para que éste sea además un individuo, es decir, un ser humano y, por lo tanto, incorporado a la sociedad y a la historia.
Trabajo y lenguaje
La base de la asimilación cultural es, sobre todo, la incorporación de los instrumentos de adaptación, que en el esquema marxista en el que se desenvuelve Vygotsky son los instrumentos de trabajo. El marxismo parte de una especial visión antropológica del trabajo humano. El hombre ha creado el instrumento, pero su asimilación transforma su propia naturaleza. El lenguaje, a su vez, es otro instrumento con dos funciones complementarias: en el plano social (extrapsicológico) sirve como medio de comunicación, y en el plano interno (intrapsicológico), como medio de reflexión.
Desde esta perspectiva, el signo -lingüístico o sensomotor- conserva una doble función, social y representacional a la vez. E n un principio, los signos tienen una naturaleza compartida, surgen de la comunicación; con posterioridad son interiorizados. Dado que en su origen eran exclusivamente sociales, siguen conservando una naturaleza cuasi-social. En las palabras (signos lingüísticos) es donde podemos observar esa doble función a la que estamos aludiendo. Cuando el niño maneja una palabra en el proceso de comunicación con el adulto, en ella predomina, sobre todo, el plano extrapsicológico; cuando se produce la interiorización del lenguaje (habla interna), la palabra adquiere así nuevas funciones psicológicas que antes eran externas. Efectivamente, el habla interna es responsable de las funciones mentales superiores, pues transforma la percepción del sujeto, transforma su memoria y permite la planificación y regulación de la acción, haciendo posible la actividad voluntaria.
La interiorización de un instrumento cultural tan importante como el lenguaje hace que la reacción del sujeto con el entorno sea una relación mediada semióticamente. La palabra permite la actividad reflexiva, d e manera que la respuesta ante un estímulo pasa por una elaboración interna. Pero, para entender las funciones superiores inherentes al habla interna y derivadas de la cultura, es necesario proceder a la total comprensión de la mediación semiótica. Al analizar la influencia mediacional que representan los signos y, más concretamente, las palabras, el papel de la cultura comienza a hacerse patente.
El factor educación
En una de las primeras investigaciones transculturales que se conocen, Luria (1931-1932), amigo y discípulo directo de Vygotsky, comprobó las marcadas diferencias existentes entre sujetos analfabeto y sujetos con diferentes grados de escolarización y educación formal. (Ul artículo en este mismo tema de Mario Carretero, desarrolla también, desde otra perspectiva, los resultados de esta investigación. Todos los sujetos investigados pertenecían a la república soviética de Uzbekistán, y fueron estudiados por Luria en el período en que en esta república empezaban a sentirse las profundas transformaciones introducidas para la revolución soviética. En una de las observaciones efectuadas por Luria y sus colaboradores sobre formación de conceptos, se comprobó que los sujetos analfabetos tendían a agrupar una serie de objetos en función de relaciones asociativas y contextuales; algo que era contrario a los agrupamientos de los sujetos alfabetizados, los cuales relacionaban distintos objetos en función de su pertenencia a unas determinadas categorías. Los agrupamientos de unos y otros sujetos venían a demostrar la existencia de dos tipos de mediación semiótica, estrechamente relacionados con el desarrollo cultural del individuo. Ante tarjetas que representaban a diferentes cosas (tales como hacha, pala y leño), los analfabetos tendían a asociar el hacha y el leño, alegando que el primero sirve como instrumento para actuar sobre el segundo. Los sujetos escolarizados incluían en un mismo grupo los dibujos de hacha y pala por que ambos eran utensilios (Luria,1981).
Con posterioridad se ha comprobado que esta investigación presentaba ciertas lagunas metodológicas, que han sido mejoradas con el correr del tiempo por los psicólogos transculturales. Sin embargo, observaciones como las que acabamos de comentar tienen el interés evidente de manifestarnos dos formas de mediación semiótica que mantienen entre sí una relación en ocasiones bastante compleja y que ponen de manifiesto la influencia de la cultura, así como de las diferentes situaciones por las que transcurre el pensamiento del individuo.
Sentido y significado
Vygotsky considera dos aspectos del lenguaje en apariencia contradictorios y, sin embargo, complementarios en su estructura más profunda. Nos referimos a las ideas de sentido y significado. Mientras que el primero, el sentido, representa la parte ligada al contexto de la comunicación (relación sintagmática en la actual lingüística) y al propio contexto del que se habla (hechos sobre los que versa la comunicación), el segundo, el significado, representa la parte descontextualizada del lenguaje, libre de restricciones y, por lo tanto, de naturaleza conceptual. El significado permite la reflexión abstracta, interviniendo en todas las actividades que implican pensamiento dirigido (razonamiento, resolución de problemas, formación de conceptos, etc.). Sin embargo, como recientemente ha puesto de manifiesto J. V. Wertsch (en prensa), estas dos tendencias, contradictorias sólo en apariencia, operan simultáneamente para determinar la estructura e interpretación del discurso.
Mediante la interrelación entre sentido y significado en el habla, podemos representarnos o transmitir una extensa gama de posibilidades psicológicas, que va desde una simple imagen de un objeto particular, hasta un significado abstracto. Como el propio Sapir apunta al respecto:
Sólo las formas exteriores del lenguaje permanecen constantes; su significado interno, su valor psíquico o intensidad varían libremente en función de la atención o el interés selectivo del pensamiento. Visto desde el lenguaje, el pensamiento se debe definir como el contenido del habla latente, superior o potencial; contenido que se obtiene al interpretar cada uno de los elementos en el flujo del lenguaje como poseído de su valor conceptual más elevad o (Sapir, 1921; citado en J. V. Wertsch -en prensa-).
No es difícil aceptar la línea argumental de Sapir, en consonancia con el pensamiento de Vygotsky. El lenguaje nos hace recorrer todos los múltiples usos a que se alude. Pero no olvidemos que el lenguaje es, a la vez, producto y proceso . Visto desde una perspectiva social, el lenguaje es un producto de la cultura; desde una perspectiva individual, el hablar, es decir, el lenguaje hecho conducta, es un proceso, en tanto que es un instrumento para pensar y comunicar. Como ya se ha dicho, en su interior perviven dos formas de mediación, el sentido y el significado. Estas se deben volver a analizar a la luz de la cultura, y para ello conviene revisar de nuevo la observación de Luria, antes comentada.
La relación con el entorno
Con anterioridad apuntábamos que esta investigación presentaba insuficiencia. Ciertamente esto es así, pues investigaciones más recientes han demostrado que los sujetos analfabetos y, en general, los sujetos de culturas primitivas realizaban agrupamientos categoriales (Price-Willians, 1962; Glick, 1968; Cole y Scribner, 1977; Ramírez y cols., 1986).
En más de una ocasión, las diferencias encontradas se deben a razones de orden metodológico. No obstante, hay que destacar que las asociaciones contextuales debidas al sentido siguen siendo predominantes sobre las relaciones categoriales, en el ámbito de la investigación transcultural con sujetos analfabetos. Una de estas investigaciones merece ser comentada brevemente, porque nos da una pauta para comprender el predominio del sentido sobre el significado. Nos referimos a la realizada por Glick (1968) con analfabetos liberianos pertenecientes a la etnia kpelle. Los kpelle establecían asociaciones entre estímulos similares a las encontradas por Luria con analfabetos uzbecos. Sin embargo, a lo largo de este trabajo surgió un hecho fortuito de gran interés para comprender el papel de la mediación semiótica basada en el sentido. Después de que uno de los sujetos hubiera realizado la prueba en base a asociaciones contextuales, se le pidió que tratara de efectuar, con los mismos estímulos, un nuevo agrupamiento que se asemejara al que haría el individuo más estúpido de su tribu. La respuesta no se dejó esperar y el sujeto efectuó un agrupamiento de tipo categorial, tal y como lo haría un culto y sofisticado individuo occidental. No es que este sujeto no pueda efectuar un tratamiento categorial de la información, sino que sus condiciones de vida, su forma de adaptación al medio, etc., invita a otro tipo de relación con el entorno; relación que está dominada por una estructura semiótica muy diferenciada de la nuestra.
Leontiev decía que la conciencia humana está ligada a la estructura de la actividad (Leontiev, 1981; p. 231). A la luz de este principio, aceptado por la totalidad de la escuela soviética, podemos entender mejor que un sujeto como el analfabeto uzbeco prefiera asociar hacha y leño en lugar de establecer cualquier otro tipo de relación categorial («hacha» y «pala» por ejemplo). Mediante el concepto de mediación semiótica de Vygotsky, encontramos una explicación satisfactoria y coherente a estos hechos. El objeto individualizado «hacha» encuentra su sentido en el valor instrumental que aporta con relación a «leño». Ambos estímulos crean un motivo para la acción.
Significado y actividades sociolaborales
Visto el problema desde una perspectiva sociocultural como la definida por Vygotsky, no nos debería extrañar que la estructura semiótica del sujeto refleje relaciones de sentido. Quizá lo verdaderamente extraordinario sea la sobreabundancia de relaciones dominadas por el significado, que se presentan en nuestro ámbito cultural. ¿Cuál es la razón? Nuestra cultura, fiel reflejo de nuestras formas de vida, nos lleva a tratar los objetos de una manera especial, no en términos de entidades individuales, sino como expresiones de una categoría determinada. Este tipo de mediación semiótica parece estar íntimamente ligado a las actividades sociolaborales existentes hoy día. Si hay algo que haya caracterizado al desarrollo del capitalismo desde sus mismos inicios, ha sido la progresiva implantación de sistemas abstractos en un conjunto de actividades laborales cada vez más complejas. Los trabajos en el mundo rural se caracterizan por el establecimiento de una estrecha relación de sentido entre el instrumento y el objeto (hacha-leño, por ejemplo); en los trabajos de la sociedad industrial la mediación de las acciones es más compleja, entre otras razones porque casi nunca tratamos con los objetos directos, sino más bien con su representación. Un contable, por ejemplo, no tiene por que conocer la naturaleza de las cosas sobre las que opera; sólo se interesa por los números que las sustituyen. Tampoco le preocupan las acciones que sobre éstas se efectúan en otras esferas del trabajo. Sus acciones se realizan en el terreno de lo virtual, son operaciones aritméticas; han devenido de las reales, pero ya son otra cosa, se efectúan sólo en un plano representacional.
Racionalidad y abstracción
Para entender esta rápida transformación de la actividad laboral, Max Weber desarrolló el concepto de racionalidad, según el cual los objetos y eventos sobre los que se opera tienden a verse como categorías abstractas, antes que como entidades individualizadas. Wertsch tiene razón cuando considera que, para entender el proceso de mediación que está en la base de la teoría sociocultural de Vygotsky, sobre todo, para comprender el curso actual de nuestra mediación semiótica, se debe profundizar en el concepto weberiano de racionalidad. Noción que transciende incluso a las acciones y objetos de la actividad laboral, para alcanzar a los propios individuos. Como apunta Wertsch (en prensa) al respecto: : «la racionalidad no es sólo la característica de la acción económica, sino que se manifiesta en otras esferas de la acción y de las instituciones sociales… La burocracia, indiferente a la formación socioeconómica en la que aparece (capitalismo o socialismos, por ejemplo), es especialmente importante. Weber vio a la burocracia y a la dominación burocrática como fenómenos que están inherentemente ligados a la tendencia a considerar a individuos y acciones en términos de categorías abstractas, formales, antes que en términos de sus particularidades únicas» (Wertsh, en prensa; p. 218).
Como se puede ver, la teoría vigotskiana, en su conjunto, presenta un rasgo de novedad frente a otras teorías de desarrollo. Rompe con la idea de continuidad para agudizar la dimensión de ruptura y revolución, que viene dada por la interiorización de la cultura en el sujeto en desarrollo.
Para Vygotsky, las funciones mentales superiores son el resultado de la transformación de funciones psicobiológicas más básicas, a través de la interiorización devienen formas de mediación diferentes (sentido y significado) que, actuando unas veces aisladamente y otras en un estrecho juego dialéctico, determinan distintos tipos de realizaciones cognitivas y lingüísticas. Podemos decir, en suma, que Vygotsky aporta a la psicología una teoría y un método con capacidad de concebir el desarrollo psicológico más allá de los planteamientos solipsistas que en las últimas décadas hemos conocido.