Cultura, violencia y enamoramiento: perspectivas del noviazgo desde los jóvenes bachilleres (CAPÌTULO VI)

Cultura, violencia y enamoramiento: perspectivas del noviazgo desde los jóvenes bachilleres

Lic. Karla Berenice Ramírez Morán

Fuente:Instituto tecnológico y de esstudios superiores de occidente
CAPÍTULO VI
REFLEXIONES FINALES

Trazando un camino de conclusiones
En términos del objetivo general planteado para la presente investigación -relativo a la detección e identificación de los elementos culturales que adoptan los jóvenes en sus conversaciones sobre violencia en el noviazgo; y asimismo, el rol que juega la condición del estado de enamoramiento en la normalización de este fenómeno- consideramos que hemos arribado a un panorama de ciertas claridades.
Para poder dar un cierre que incluya con sistematicidad lo abordado en este trabajo, trabajaremos las conclusiones ajustándonos a los elementos y centros problemáticos que hemos atravesado de forma relacionada e individualmente. Finalizando, damos algunas respuestas a la pregunta inicial, relativa a la problemática de la violencia entre jóvenes. Nos resulta imprescindible comenzar esta reflexión mencionan que este trabajo nos ha planteado esfuerzos, continuo de enfrentamientos y retos de orden diverso. Por empezar, sabemos que la cultura, la violencia y el enamoramiento son temas que han sido abordados y estudiados desde perspectivas diversas y, en muchas ocasiones, de forma aislada. Nuestro trabajo ha buscado integrar lo que en muchas investigaciones ha permanecido separado. En este sentido, los resultados de este documento permiten establecer más de una relación y cruces entre estas problemáticas y temas.
Por empezar, intentamos tejer una urdimbre de relaciones que hemos ido visualizando a partir de un fenómeno en particular, la violencia; vinculada a un sujeto de estudio, los jóvenes. Si bien, empíricamente, el sujeto es el joven bachiller entre 15 y 18 años, teóricamente, la situación distaba de tanta claridad. La juventud es un tema ampliamente debatido y habilita muchísimas miradas y perspectivas de abordaje. Aunado a esto, relacionamos al sujeto a una condición de enamoramiento, dentro de una relación de noviazgo. El tema del enamoramiento, abrió un nuevo campo de reflexión de una magnitud bastante desconocida dentro de las investigaciones sociales. El intento de ingresar a este ámbito desde una mirada crítica, no esencialista, que contemplara aspectos de carácter fisiológico, psíquico, aunque también social e histórico, resultó un verdadero reto.
Es entonces que a partir de la conjunción de variables como la cultura, la violencia, el enamoramiento y los jóvenes en condición de noviazgo, hemos ido detectando relaciones que se fueron materializando en un plano empírico gracias una disposición metodológica articulada. A saber, haciendo uso de cuatro técnicas de recolección de datos y sustentándonos en el método de análisis semiótico para el análisis de resultados, fue posible acercarse a la comprensión de los jóvenes, sus facetas, sus modos de vivir -de sentir, de actuar-, así como también de sus consumos, prácticas e imaginarios.
Intentamos enfocar la triada planteada cultura-violencia-enamoramiento desde una visión sociocultural y no desde una visión psicológica. En este sentido, tuvimos que poner en suspenso muchas teorías y bagajes culturales y académicos de nuestra formación de grado con los que nos estábamos acercando a nuestro problema. La superación y puesta en crisis de algunas nociones como la de sujeto, cultura, enamoramiento nos abrieron una verdadera puerta de aprendizaje hacia la comprensión de nuestro problema.
En particular, la perspectiva sociocultural planteó realidades, que si bien no constituyen certezas absolutas, ni verdades únicas y generalizadas, sí proporciona una visión para sustentar los hallazgos y resultados para la población determinada. Asimismo, nos habilita a pensar que los sujetos estudiados son parte constitutiva de una realidad cambiante, y que son agentes de cambio de su entorno y de sus propios habitus y percepciones. Articulado el enfoque sociocultural con una metodología en la cual ingresa la perspectiva semiótica, la mirada etnográfica y elementos de carácter cuantitativo (encuesta); el conjunto muestra de manera precisa los consumos que realizan los jóvenes y cómo estos influyen en sus relaciones afectivas.
En cuanto a la relación que se abrió entre consumo y relaciones afectivas, hemos podido observar que los jóvenes -que mantienen o mantuvieron una relación de noviazgo-, aunque son sujetos condicionados por la tecnología y la moda, los medios de comunicación, las redes sociales (familia, amigos, escuela) y el contexto social que los rodea, tienen comportamientos orientados al enamoramiento que los afectan de manera considerable.
En este sentido, reflexionar sobre la vulnerabilidad de los jóvenes, considerando la etapa vital que atraviesan, resulta clave en cuanto a la interiorización de los elementos culturales que evidencian la situación de riesgo en que se encuentran durante un proceso afectivo en sus relaciones. Dentro de esta última reflexión, pudimos reconocer que los jóvenes bachilleres que estudian en la Preparatoria N° 7 de la Universidad de Guadalajara, se apropian de modos de lenguaje que los integran a un grupo social establecido en el cual se identifican. Esto significa que activamente participan en la construcción de su comportamiento; por lo tanto, sus accionares, interpretaciones, prácticas y consumos resultan de la suma interiorizada de los elementos establecidos en su entorno cultural.
Los jóvenes se relacionan a través de lo aprendido principalmente en dos redes sociales: la familia y los amigos. En cuanto a la familia, los jóvenes expresan su temperamento y las formas de actuar básicas que son inherentes a cada uno de ellos, y de las cuales no pueden desprenderse aún si ellos quisieran hacerlo. El rol de género, las creencias, y los imaginarios también resultan de la influencia de esta red social. Aquí podemos ver la instancia de poder que los atraviesa y que ellos pueden exteriorizar gracias a la reconstrucción que realizamos de sus discursos.
En cuanto a los amigos, los jóvenes consolidan su carácter ya que éste no es hereditario, sino aprendido y construyen su identidad en cuanto a la forma de relacionarse con sus pares y los patrones de comportamiento fuera del núcleo familiar.
Ahora bien, los consumos que realizan, en relación a la moda, música, televisión, y tecnología, les proporciona significados generalizados en cuanto al deber ser deseado. Si bien las redes sociales antes mencionadas también abonan a esto, la confirmación a partir de los consumos, les otorga la posibilidad de elección en función a las formas de comportamiento y les brinda libertad. Es decir, los jóvenes se sienten capaces de decidir lo que les gusta, sin imposiciones a través de la suposición de una elección libre.
Es interesante ver que dentro de las representaciones trabajadas y reconstruidas, la violencia, según los resultados, aparece como problemática social y no como una problemática de la vida. Nos preguntamos, y nos gustaría poder profundizar en una futura investigación, de qué manera el consumo y las prácticas de consumo influyen o colaborar específicamente con los sujetos en la construcción de representación de sí mismo, ajeno/a a la problemática de la violencia. Por otro lado, reconociendo que los jóvenes construyen y son activos productores de una cultura de la violencia, creemos que esta investigación colaboraría muchísimo para desarrollar programas educativos o de abordaje institucional del fenómeno aquí trabajado.
Reconociendo, entonces, a la violencia como algo ajeno a sus propias vidas, los jóvenes participantes de la investigación, la visualizan como un problemática de otros, y no de ellos mismos. Incluso, hasta antes de posicionar la violencia en un contexto de noviazgo, sólo podían reconocer la violencia a través de una significación social, y como fenómeno colectivo. Es decir, hablaban de violencia en relación al narcotráfico, el terrorismo, y el vandalismo.
Las entrevistas y los grupos focales constituyeron el corpus del análisis. A través de ellos, las narrativas expuestas por los jóvenes dieron mayor consistencia a los resultados que se habían obtenido con anterioridad. Respecto a los discursos y elementos trabajados en esta investigación, partimos de la suposición de que las respuestas de las entrevistas y los grupos focales son productos discursivos y por tanto reconstrucción y resiginificación de los sujetos. Es decir, no comprobamos que lo que narraron los jóvenes a manera de discurso y conversación sea un hecho verídico en sus vidas, sino sólo una posición dialógica en cuanto a la problemática que se plantea.
En cuando a la relación entre violencia y enamoramiento, pudimos detectar a través del cruce teórico y el análisis semiótico a partir del modelo actancial propuesto por Greimas, que los jóvenes reconocen el enamoramiento como un estado sentimental que se detecta a través de las emociones que se presentan en el cuerpo. Sentirse enamorados les provoca un grado de satisfacción afectiva que les brinda la posibilidad de alcanzar cierto estado de felicidad. Observamos que la construcción de la definición de enamoramiento es clara, pero no desapegada de la corporalidad. Los sujetos aluden a las emociones y reacciones fisiológicas producidas por el cuerpo para definirla. Asimismo, los jóvenes, en su estado de rebeldía, se apropian de sentimientos fuera del núcleo familiar que los satisface y los hace sentir que pueden ser partícipes de emociones que no se construyen únicamente a través de la familia. Esto abre un aspecto interesante a la hora de ver la función del papel del enamoramiento en los contextos de socialización de los sujetos, como un espacio de (re)creación permanente y potenciado por los participantes.
Observando las representaciones del sujeto de amor, colocan la visión en un sujeto de amor a alcanzar, con la finalidad de obtener beneficios secundarios, y no sólo la obtención del sujeto como apropiación. En realidad lo que se pretende alcanzar es la sensación de sentirse amados a través de características como: amor, compañía, comprensión y sexualidad que satisfaga necesidades básicas de aceptación, integración y seguridad.
La sexualidad, claramente, aparece sólo como característica de una relación de noviazgo, a la vez que se habla de besos, caricias, y en algunos casos de penetración, pero no se expresa recurrentemente en las narraciones. Como ya habíamos desarrollado y previsto en nuestras conceptualizaciones sobre el ser joven, los sujetos idealizan el enamoramiento a partir de un amor sin acotación sexual. Esto es, se vincula el amor y el sujeto del amor, desde una dimensión fuertemente idílica, plausible de relación con el amor cortés.
En cuando a diferencias de género materializadas en los discursos, para los hombres se hace casi una evidencia que las características físicas de las mujeres son necesarias para sentirse amados; el deseo que la mujer provoca en otros hombres, potencia su hombría.
El sujeto de amor no es el objetivo principal a alcanzar, cualquiera que cubra dichas necesidad se posiciona como posibilidad para colocar expectativas en él, y lograr anclar un proceso de enamoramiento con el sujeto elegido. Es claro, entonces, que hombres y mujeres mantienen una visión diferente en tanto a las relaciones de noviazgo y los intereses a alcanzar, pero al conversar en un mismo espacio, construyen una narrativa –aparentemente consensuada- que intenta atraer el género contrario. En esta línea, las mujeres visualizan un sujeto de amor apegado a las virtudes de un ‘príncipe de cuento’, colocando las características físicas y económicas en segundo plano. Mientras que los hombres buscan una pareja que les brinde un posicionamiento social frente a otros su estado de rebeldía, se apropian de sentimientos fuera del núcleo familiar que los satisface y los hace sentir que pueden ser partícipes de emociones que no se construyen únicamente a través de la familia. Esto abre un aspecto interesante a la hora de ver la función del papel del enamoramiento en los contextos de socialización de los sujetos, como un espacio de (re)creación permanente y potenciado por los participantes.
Observando las representaciones del sujeto de amor, colocan la visión en un sujeto de amor a alcanzar, con la finalidad de obtener beneficios secundarios, y no sólo la obtención del sujeto como apropiación. En realidad lo que se pretende alcanzar es la sensación de sentirse amados a través de características como: amor, compañía, comprensión y sexualidad que satisfaga necesidades básicas de aceptación, integración y seguridad.
La sexualidad, claramente, aparece sólo como característica de una relación de noviazgo, a la vez que se habla de besos, caricias, y en algunos casos de penetración, pero no se expresa recurrentemente en las narraciones. Como ya habíamos desarrollado y previsto en nuestras conceptualizaciones sobre el ser joven, los sujetos idealizan el enamoramiento a partir de un amor sin acotación sexual. Esto es, se vincula el amor y el sujeto del amor, desde una dimensión fuertemente idílica, plausible de relación con el amor cortés.
En cuando a diferencias de género materializadas en los discursos, para los hombres se hace casi una evidencia que las características físicas de las mujeres son necesarias para sentirse amados; el deseo que la mujer provoca en otros hombres, potencia su hombría.
El sujeto de amor no es el objetivo principal a alcanzar, cualquiera que cubra dichas necesidad se posiciona como posibilidad para colocar expectativas en él, y lograr anclar un proceso de enamoramiento con el sujeto elegido. Es claro, entonces, que hombres y mujeres mantienen una visión diferente en tanto a las relaciones de noviazgo y los intereses a alcanzar, pero al conversar en un mismo espacio, construyen una narrativa –aparentemente consensuada- que intenta atraer el género contrario. En esta línea, las mujeres visualizan un sujeto de amor apegado a las virtudes de un ‘príncipe de cuento’, colocando las características físicas y económicas en segundo plano. Mientras que los hombres buscan una pareja que les brinde un posicionamiento social frente a otros hombres, además de la satisfacción de sentirse amados en ambos casos. Pese a las diferencias, en hombres y mujeres sentirse amados se convierte en el objeto de deseo ya que suponen que con ello, lograrán el alcance de la felicidad.
Como podemos ver, el noviazgo cumple la función institucionalizadora de la relación entre dos jóvenes que se atraen y ello posibilita la formalidad del compromiso, obligando a los participantes a dotar a sus parejas de felicidad, mediante la satisfacción de las necesidades y expectativas previamente posicionadas. Para los jóvenes el noviazgo resulta ser sólo la relación formal, de la cual se obtienen beneficios afectivos que cubren los vacíos emocionales resultantes de la etapa que atraviesan.
Indagando sobre la dimensión y los significados que adquiere la violencia en las relaciones de noviazgo de jóvenes bachilleres, partimos del reconocimiento de que, como construcción histórico-social que se aprende a través del entorno cultural que los rodea, ésta se interioriza como parte de una cultura violenta. Así, la práctica de conductas violentas en las relaciones afectivas de jóvenes se presenta de manera cotidiana, pero invisible. Es decir, las agresiones son una constante en las formas de actuar e interactuar entre pares. Según nuestro marco teórico, hemos podido referenciar tales prácticas inscriptas dentro del rango de lo que se considera violento. Desde lo que observamos, en los resultados, dichas prácticas son acciones normalizadas entre los jóvenes.
Así, las agresiones psicológicas, simbólicas y físicas que describen los sujetos de estudios en sus narrativas, en cuanto a sus relaciones de noviazgo, se dividen en dos niveles: las que no resultan de carácter violento en cuanto a sus propias perspectivas y son permisivas; y las que son graves porque atraviesan el límite impuesto a través de lo humillante e indigno. Los insultos, las agresiones, los maltratos, sólo pueden ponerse en el ámbito de la violencia, si éstas aparecen con cierto grado de agresividad que los coloque en situación de humillación. Entre los jóvenes estas acciones son permisibles, siempre y cuando el grado en el que la acción afecte su integridad física y emocional no resulte amplio y expuesto a otros.
A la luz del análisis, la relación entre la violencia en el noviazgo y el enamoramiento se vuelve presente y se plantean relaciones de normalización, que tienden hacia la ambigüedad y la invisibilidad de lo violento. El enamoramiento parece opacar a la violencia. Cuando se está enamorado cualquier conducta violenta que aparezca ante los ojos del sujeto enamorado, podrá ser justificada, normalizada o perdonada, ya que el proceso de idealización del objeto de amor, permite cualquiera de dichas acciones. Se justifica y se perdona a través del amor y se normaliza en función de la gravedad de la acción. Desde esta interrelación, la violencia en las relaciones de noviazgo entre jóvenes resulta un aspecto inherente. Dentro de los vínculos existen conductas violentas que se plantean como comprobación, y se disfrazan bajo el discurso del amor. La violencia es reconocida como tal sólo cuando transgrede los límites impuestos por la humillación y la dignidad. Entonces, cualquier actitud violenta debajo del límite establecido es permitida, además de considerarse parte esencial de una relación de noviazgo.
Cabe señalar que si bien identificar la violencia cuando se está enamorado resulta una tarea complicada; en el caso de los jóvenes, los sujetos logran reconocerla a través de la recurrencia. En este punto, la hipótesis planteada sobre la reducción, o mejor aún, la normalización de la violencia durante el enamoramiento, se comprueba en cuanto a que la idealización del sujeto no permite la identificación de la violencia, porque se justifican sus accionares. Sólo las conductas violentas pueden pasar desapercibidas si no contienen un alto índice de agresividad y por lo tanto de gravedad. Aquí es donde nos apoyamos para sostener que las conductas violentas sí llegan a normalizarse, además de asumirse como esenciales dentro de las relaciones de noviazgo de jóvenes bachilleres. Esto nos llama poderosamente la atención. El grado de normalización que ha adquirido la violencia en las relaciones de los jóvenes nos moviliza muchísimo hacia el interés por participar en algún programa o investigación para revertir o trabajar este fenómeno en las instituciones educativas o familiares.
Por otra parte, las redes sociales son un lugar propicio para la generación de violencia; en tanto que ciertas actividades virtuales se consideras agresivas. Vemos así, cómo los entornos de socialización y de aprendizaje se amplían, abriéndonos a la reflexión y a la pregunta sobre la condiciones de seguridad y supervisión (por parte de adultos) que existen en el mundo virtual de los sujetos de estudio.
Por otro lado, en el contraste de las versiones, cuando los sujetos participantes hablan de la violencia, expresan que pueden reconocerla en la relación de noviazgo, incluso cuando están enamorados. Adicionalmente, señalan que pueden apartarse a la persona agresiva -de ser necesario-. Pese a esta supuesta ‘docilidad’, esto se interrumpe si la violencia es recurrente, progresiva y grave. En este aspecto, la exposición que los sujetos hacen de sí mismos muchas veces tiene que llegar al límite; no existe ningún amparo o prevención en las prácticas, ni tampoco se textualiza ningún sentido en torno a esto.
La interpretación de los sujetos de estudio, en cuanto a la violencia en el noviazgo cuando se presenta el estado de enamoramiento, aparece como uno de los hallazgos más importantes, ya que éstos participan de la aceptación de la violencia al igual que del rechazo de la misma en casos extremos. Es por ello que observamos que la violencia en el noviazgo, bajo la condición de enamoramiento, funciona como la estructura base y primordial en el posicionamiento social de un individuo. La cultura y el entorno familiar y de socialización legitiman los estereotipos y representaciones asociadas a este estado.
Finalmente, considerando la pregunta inicial en torno a los elementos culturales presentes en el discurso sobre la violencia en el noviazgo, de los jóvenes en condición de enamoramiento, reconocemos tres instancias principales productoras y legitimadoras de elementos. Estas son: el contexto familiar, el social y los consumos.
El contexto familiar, como reiteramos a lo largo de este trabajo, juega un papel crucial en el desarrollo de cualquier individuo. Es aquí donde se establece un contexto de crianza, que promueve entre los sujetos el desarrollo personal, social e intelectual. Formativamente, aquí los sujetos se abastecen de conocimientos relacionados con las creencias, valores, normas de comportamiento y prácticas históricamente transmitidas. El contexto familiar brinda al ser humano perspectivas y formas para interpretar al mundo. Elementos contextuales familiares hemos detectado en el discurso de los sujetos de estudio, relacionados con los valores que debe tener la pareja, con las representaciones de sujeto de amor que se esperan del compañero/a, entre otros.
Pero sabemos que los sujetos se construyen a sí mismos en función de un contexto social ampliado. Al Igual que el contexto familiar, dota y permea a los sujetos y sus prácticas de elementos simbólicos, lingüísticos y paralingüísticos, modelos de conducta compartidos, valores que tienen por objeto trazar ejes, líneas y pautas de interacciones entre pares. Son los códigos visibles e invisibles -aunque compartidos – que posibilitan el conocimiento en relación a las prácticas conjuntas de la cultura entre los miembro de un grupo o sector, enmarcados en un mismo contexto. De este modo, dichos elementos funcionan como instrumentos que cohesionan un grupo social determinado. Permiten y remiten al actuar, operar a la manera de bases y principios para que los sujetos puedan conformar su sentido de pertenencia hacia un grupo determinado.
Consideramos, así también, que los consumos son elementos a considerar en la conformación de discursos sobre la violencia en el noviazgo. Desde estos elementos, podemos identificar los significados que los jóvenes atribuyen a los productos mediático-culturales desde los cuales plantean muchos de sus imaginarios y prácticas. El consumo ingresa como parte del proceso de identificación entre pares, en el marco de una sociedad globalizada. Así también, las formas de consumir y los productos que circulan entre jóvenes nos permitieron observar nuevos espacios de interacción entre los sujetos y formas de reconocimiento. Estos elementos significan a los sujetos, les brinda sentidos (de pertenencia), capacidad para manifestarse, cuestionar, organizar y discernir. Logran así hacer frente a la difícil tarea de definirse como sujetos sociales, a la vez que intentan visibilizarse y tener activa presencia en el contexto que los rodea.

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