Obras de Anna Freud. Normalidad y patología en la niñez: Evaluación del desarrollo. CAP I (El criterio psicoanalítico en la infancia)

Normalidad y patología en la niñez: Evaluación del desarrollo.

(Versión castellana de Humberto Nágera)

I – EL CRITERIO PSICOANALITICO DE LA INFANCIA: EN EL PASADO Y EL PRESENTE

LAS RECONSTRUCCIONES EN LOS ANALISIS DE LOS ADULTOS Y SUS APLICACIONES

Desde el comienzo del psicoanálisis, cuando se determinó
que los «histéricos padecen principalmente por causa de sus
recuerdos»,* los analistas han manifestado más interés en el
pasado de sus pacientes que en sus experiencias presentes, y
más aún en las etapas de crecimiento y desarrollo que en
aquélla de la madurez.
Esta preocupación por las primeras experiencias de la vida
hizo pensar que se convertirían en expertos especialistas en
problemas de la niñez, aun cuando se ocuparan solamente del
tratamiento de adultos. Sus conocimientos de los procesos de
la evolución mental y su comprensión de la interacción entre
las fuerzas externas e internas que forman la personalidad del
individuo, permitían suponer que estarían capacitados automáticamente
para entender en todos aquellos casos en que se dudara
del normal funcionamiento de -Ia estabilidad emocional
del niño.
En lo que respecta a la primera etapa del psicoanálisis,
un examen de la bibliografía demuestra que muy poco se hizo,
concretamente, para confirmar estas esperanzas. En aquella
época, los esfuerzos se dedicaron totalmente a la búsqueda de
información y a perfeccionar la técnica que ponía al descubierto
nuevos hechos, tales como la secuencia de las fases del
desarrollo de la libido (oral, anal, fálica), el complejo de
Edipo y el de castración, la amnesia infantil, etcétera. Puesto
que estos importantes descubrimientos tuvieron origen en deducciones
efectuadas en el análisis de adultos, el método de
«reconstruir» los acontecimientos de la infancia se estimaba
suficiente, y era empleado coherentemente para obtener los datos
que constituyen el núcleo de la psicología psicoanalítica del
niño en el momento presente.
Por otra parte, después de una o dos décadas de ese trabajo,
algunos analistas se aventuraron más allá de la obtención
de datos y comenzaron a aplicar el nuevo conocimiento al
campo de la crianza del niño. La tentación de realizar esta experiencia
resultaba casi irresistible. Los análisis terapéuticos
de adultos neuróticos no dejaban ninguna duda sobre la influencia
negativa de muchas de las actitudes de los padres y
del ambiente, y de acciones tales como la falta de fidelidad en
materia sexual, los niveles de exigencias morales excesivamente
altos, irrealistas, la severidad o indulgencia extremas, las frustraciones,
los castigos o la conducta seductora. Parecía posible
extirpar algunas de estas amenazas de la siguiente generación
de niños mediante la educación de los padres y la modificación
de las condiciones de crianza, y planear, por lo tanto, lo que se
llamó «educación psicoanalítica» que serviría para prevenir la
neurosis.
Los intentos por alcanzar este objetivo han continuado
hasta ahora, a pesar de que algunas veces sus resultados fueron
confusos y difíciles. Cuando los observamos retrospectivamente
después de un período de más de 40 años, los consideramos
como una larga serie de ensayos y errores. Mucha de la
incertidumbre que acompañaba estos experimentos resultaba
inevitable. En aquella época no era posible tener un profundo
insight de toda la complicada red de impulsos, afectos, relaciones
objetales, aparatos del yo, con sus funciones y defensas,
internalizaciones e ideales, con las interdependencias recíprocas
entre el ello y el yo y las deficiencias resultantes del desarrollo,
las regresiones, las angustias, formaciones de compromiso y las
distorsiones del carácter. El caudal de conocimientos psicoanalíticos
fue en aumento gradual al sumarse cada pequeño descubrimiento
al efectuado anteriormente. La aplicación de los
conocimientos pertinentes a los problemas de crianza y a la
prevención de las enfermedades mentales tuvo que efectuarse
también paso a paso, siempre siguiendo atenta y lentamente el
trabajoso camino. A medida que se realizaban nuevos descubrimientos
de los agentes patógenos en la labor clínica, o se
arribaba a ellos mediante cambios e innovaciones en el pensamiento
teórico, eran convertidos en consejos y preceptos para
padres y educadores, y llegaban a formar una parte integrante
de los conceptos psicoanalíticos para la crianza.
La secuencia de estas extrapolaciones es ahora bien conocida. Así, en la época en que el psicoanálisis puso gran énfasis
en la influencia seductora que ejercía el compartir el lecho
de los padres y en las consecuencias traumáticas de presenciar
las relaciones sexuales entre ellos, se les aconsejó que
evitaran la intimidad física con sus hijos y también realizar el
acto sexual en presencia aun de los más pequeños. Cuando se
comprobó en el análisis de adultos que vedar el acceso a la
información sexual era responsable de muchas inhibiciones intelectuales,
se aconsejó brindar una completa información sexual
desde una edad temprana. Cuando al buscar la causa de
los síntomas histéricos, la frigidez, la impotencia, etcétera, se
los vinculó con las prohibiciones y las consiguientes represiones
del sexo en la niñez, la educación basada en el psicoanálisis incluyó
en su programa una actitud permisiva y benévola en
relación con las manifestaciones de sexualidad pregenital infantil.
Cuando la nueva teoría de los instintos definió que también
la agresión es un instinto básico, se aconsejó que la tolerancia
se extendiera a las tempranas manifestaciones de violenta
hostilidad del niño, a los deseos agresivos y de muerte manifestados
contra padres y hermanos, etcétera. Cuando se reconoció
que la ansiedad jugaba un papel primordial en la formación
sintomática, se hicieron todos los esfuerzos posibles
para tratar de disminuir el temor de los hijos frente a la autoridad
de los padres. Cuando se demostró que al sentimiento
de culpabilidad correspondía un determinado grado de tensión
de las estructuras internas, la respuesta fue una eliminación
de todas aquellas medidas educacionales que conducían a la
formación de un superyó severo. Cuando el nuevo punto de
vista estructural de la personalidad responsabilizó al yo del
mantenimiento del equilibrio interno, se destacó la necesidad
de propiciar en el niño el desarrollo de fuerzas en el yo lo
suficientemente intensas como para resistir las presiones de
los instintos.
Finalmente, en la época actual, cuando las investigaciones
analíticas se dirigen hacia los acontecimientos iniciales del
primer año de vida destacando su importancia, estos insights
específicos son traducidos en nuevas y, en algunos aspectos,
revolucionarias técnicas para el cuidado de los niños.
Este lento y elaborado proceso hizo que la educación psicoanalítica
careciese de sistematización. Más aún, sus preceptos
cambiaban de dirección continuamente enfatizando en un principio
la libre expresión de los instintos, más tarde la fortaleza
del yo, para luego insistir nuevamente en la normalidad de
las relaciones libidinales. En esta incesante búsqueda de los
agentes patógenos y de las medidas preventivas, siempre parecía
que el último descubrimiento analítico prometía una
mejor y definitiva solución de los problemas. .
De los consejos dados a los padres durante todos estos años,
unos eran coherentes entre sí; otros resultaban contradictorios
y mutuamente excluyentes y algunos de ellos demostraron ser
mucho más beneficiosos de lo esperado. Así por ejemplo, la
educación psicoanalítica cuenta entre sus éxitos la mayor comunicación
y confianza entre padres e hijos, a las cuales se
llegó gracias a la que la educación sexual se había iniciado
con mayor honestidad. Otra victoria se obtuvo respecto de
la terquedad y el negativismo de los primeros años que desaparecieron
casi completamente tan pronto como fueron reconocidos
los problemas de la fase anal, y el control de los
esfínteres comenzó a plantearse no tan precozmente ni con tanto
rigor como en épocas anteriores. También ciertos trastornos relacionados
con la alimentación infantil dejaron de existir después
que los problemas alimentarios y del destete fueron modificados
para adecuarlos más apropiadamente con las necesidades
orales. Asimismo, al quedar atenuados los conflictos en
relación con la masturbación, la succión de los dedos y otras
actividades autoeróticas, fueron resueltas algunas perturbaciones
del sueño (por ejemplo, las dificultades para conciliarlo).
Por otra parte, no faltaron desilusiones y sorpresas. Fue
algo inesperado comprobar que hasta las informaciones sexuales
mejor planteadas y formuladas con las palabras más simples
no eran inmediatamente aceptadas por los niños, y que se aferraban
persistentemente a lo que tuvimos que reconocer como
sus propias teorías sexuales, en las cuales se traduce la genitalidad
adulta en los términos adecuados de oralidad, analidad,
violencia y mutilación. Igualmente inesperado resultó el hecho
de que la desaparición de los conflictos acerca de la masturbación
tenían, además de sus consecuencias beneficiosas, algunos
efectos colaterales indeseables en la formación del carácter, al
eliminar problemas que, a pesar de ‘sus aspectos patógenos,
servían también como campo de entrenamiento moral (Lamplde
Groot, 1950). Sobre todo, librar al niño de la ansiedad resultó
una tarea imposible. Los padres dieron 10 mejor de sí
mismos tratando de disminuir el temor que inspiraban a los
hijos, para encontrarse con que lo que estaban logrando era
aumentar los sentimientos de culpabilidad de éstos, es decir,
el miedo exagerado del niño en relación con su propia conciencia.
Por otra parte, cuando se atenuaba la severidad del
superyó, se producía en los niños la más profunda de todas las
ansiedades, es decir, la ansiedad de los seres humanos que se
sienten sin protección frente a la presión de sus instintos.
Resumiendo: a pesar de numerosos avances .parcíales, la
educación psicoanalítica no logró convertirse en el instrumento
profiláctico que todos esperábamos. Es cierto que los niños
que crecieron bajo su influencia son en muchos aspectos diferentes
de las generaciones anteriores, pero no están más libres
de ansiedad o de conflicto, y por consiguiente no menos expuestos a sufrir de trastornos neuróticos u otras formas de
enfermedades mentales. En realidad, esto no hubiera debido
sorprendernos si no fuese que en algunos autores el optimismo
y el entusiasmo por el trabajo profiláctico predominó sobre la
aplicación estricta de los principios psicoanalíticos.
De acuerdo con estos últimos, no existe la posibilidad de
la «prevención de la neurosis». La división misma de la personalidad
en ello, yo y superyó se nos presenta con una estructura
psíquica en la cual cada parte tiene sus derivaciones, sus
alianzas, sus fines y su modo de funcionamiento específicos.
Por definición, las distintas fuerzas psíquicas se encuentran
en conflicto entre sí, lo cual da lugar a los desajustes internos
que se manifiestan en nuestra mente consciente como
conflictos mentales. Estos últimos existen, por consiguiente,
donde quiera que el desarrollo de la estructura de la personalidad
alcanza un cierto grado de complejidad. Naturalmente
que hay casos en que «la educación psicoanalítica» ayuda al
niño a encontrar soluciones adecuadas que contribuyen a su
salud mental; pero también existen muchos otros en los que
los desajustes internos no pueden prevenirse, convirtiéndose
luego en el punto de partida de distintas manifestaciones de
desarrollo patológico.

EL ADVENIMIENTO DEL ANALISIS DE NIÑOS Y SUS CONSECUENCIAS

Algunas dudas e incertidumbres que imperaban en este
campo se desvanecieron mediante la aplicación del psicoanálisis
de niños, que de esta manera se acercó así un poco más al
ideal fijado desde su comienzo: un servicio de especialistas en
niños. Con la ·aparición del psicoanálisis infantil surgió una
fuente complementaria de material para el desarrollo de una
psicología psicoanalítica de la niñez y para la integración de
los dos tipos de información, directa y reconstruida, que convirtió
así a esta disciplina en una tarea sumamente provechosa:
al mismo tiempo que la reconstrucción de los sucesos’ de la
infancia a través del análisis de los adultos conservaba su lugar,
se añadieron las reconstrucciones de los análisis de los niños
mayores y los hallazgos de los análisis de los niños en edades
más tiernas. Pero el análisis de niños aportó mucho más. Además
de estudiar las «interacciones entre el ambiente concreto
del niño y el desarrollo de sus capacidades», facilitó el estudio
«de una gran cantidad de información de carácter íntimo concerniente
a la vida del niño», de manera tal que «las fantasías
de éste así como sus experiencias diarias se hicieron accesibles
a la observación». No todos .estos datos eran exclusivos; algunos
eran ya familiares a los educadores y observadores analíticamente orientados, pero la entrevista analítica con los alumnos y
el uso adecuado de la información por el especialista proveyeron
el contexto en el que las ensoñaciones y los temores
nocturnos, los juegos y otras creaciones expresivas del niño se
hicieron comprensibles en su exacta posición dentro del devenir
de su experiencia diaria en el hogar y en la escuela, y fueron
definidos en una forma mucho más concreta que nunca.’ Afortunadamente,
en el análisis del niño pequeño, los complejos
infantiles y las perturbaciones que éstos crean en sus mentes
son todavía accesibles a la observación directa y no alejados
de la mente consciente por obra de la amnesia o de la distorsión
debida a recuerdos encubridores.
El ajustado y prolongado estudio de la niñez basado en el
análisis de niños le ofrece al especialista analítico un criterio
sobre el desarrollo de la personalidad, que difiere sutilmente
del de los colegas que conocen al niño sólo a través del análisis
de adultos. Los analistas de niños, por consiguiente, no solamente
ofrecen confirmaciones de ciertas proposiciones analíticas, como
se esperaba que hicieran desde el principio, sino que también
ayudan a decidir en aquellos casos en que «se han propuesto
hipótesis alternativas por los métodos reconstructivos»; 2 y pueden
intentar cambiar, con éxito, el énfasis puesto erróneamente
en determinadas cuestiones y en corregir ciertos puntos de
vista (véase A. Freud, 1951). Además, como espero demostrarlo
posteriormente, el analista hace su propia contribución a la
metapsicología y a la teoría de la terapia psicoanalítica.
LA OBSERVACION DIRECTA AL SERVICIO DE LA
PSICOLOGIA PSICOANALITICA DEL NIÑO
En sus escritos teóricos, los analistas tardaron cierto tiempo
para llegar a la conclusión de que la psicología psicoanalítica
(y especialmente la psicología psicoanalítica del niño) «no
está limitada a lo que puede descubrirse mediante el empleo
del método psicoanalítico» (Heinz Hartmann, 1950 a). No fue
así en el terreno práctico. Inmediatamente después de la publicación
de los Tres ensayos sobre una teoría sexual (S. Freud,
1905), la primera generación de analistas comenzó a hacer
observaciones e informar sobre la conducta de sus pacientes
en relación con detalles tales como la sexualidad infantil, el
complejo de castración y el de Edipo. Algunos maestros y asistentes
sociales (maestros jardineros, maestros de primaria y
encargados de delincuentes y criminales juveniles) trabajaban
en este sentido en las décadas de 1920 y 1930, mucho antes de
que estos estudios llegaran a abordarse en forma sistemática,
tal como aconteció después de la Segunda Guerra Mundial.»
No obstante, en lo referente a la observación fuera de la
situación psicoanalítica, el analista que está acostumbrado a
trabajar con material reprimido e inconsciente tiene que sobreponerse
a ciertas dudas antes de desplazar su interés hacia la
conducta manifiesta. En este sentido, puede resultar útil el
recordar de qué manera se han desarrollado a través de los
años las relaciones entre el psicoanálisis y la observación directa.’
El interrogante de si la observación directa superficial
de la mente puede penetrar dentro de la estructura, funcionamiento
y contenido de la personalidad, ha sido contestado en
diferentes épocas de distintas maneras, pero de modo cada vez
más positivo, especialmente en cuanto concierne al insight de
la evolución del niño. Aunque no puede rastrearse una secuencia
histórica clara, existen numerosos aspectos y factores que
de modo consecutivo o simultáneo han sido importantes a
este respecto.
La exclusiva concentración del analista en las motivaciones
inconscientes ocultas
En los inicios del trabajo psicoanalítico y antes de la aplicación
del análisis de niños, existía una fuerte tendencia a
mantener el carácter negativo y hostil de las relaciones entre
el análisis y las observaciones superficiales directas. Era aquélla
la época del descubrimiento del inconsciente y del desarrollo
gradual del método psicoanalítico, factores ambos que se encontraban
íntimamente ligados entre sí. La tarea de los pioneros
analíticos consistía más en remarcar la diferencia entre
la conducta observable y 10s impulsos ocultos que en señalar
las similitudes, y lo que es aun más importante, en confirmar,
ante todo, la existencia de esas motivaciones inconscientes ocultas.
Todavía más, este trabajo debía llevarse a cabo a pesar de
la oposición de un público que se negaba a aceptar la existencia
de un inconsciente al cual la conciencia no tiene libre acceso,
o la posibilidad de que ciertos factores pueden influir en la
mente sin que estén expuestos a la observación. Los legos
tendían a confundir las trabajosas interpretaciones del material
que ocurren durante el proceso analítico con una supuesta caspacidad sobrenatural para descubrir los más recónditos secretos
de un desconocido por medio de una simple mirada, creencia
en la que persistían a pesar de todas las aseveraciones en
sentido contrario. El analista depende de su laborioso y lento
método de observación, y sin él no irá más allá que un bacteriólogo
que, privado de su microscopio, pretende ver los bacilos
a simple vista.
Los psiquiatras clínicos olvidaban un poco las diferenciaciones,
por ejemplo, entre la manifiesta violación sexual de una
niña por su padre psicótico y las tendencias inconscientes latentes
del complejo de Edipo, al referirse al primero y no al
segundo como un «hecho freudiano». En un recordado caso críminal,»
un juez llegó a utilizar la ubicuidad de los deseos de
muerte de los hijos en contra de sus padres como parte de la
acusación, sin tener en cuenta la existencia de las alteraciones
mentales que pueden convertir los impulsos inconscientes y
reprimidos en una intención consciente y descargarse en acción.
Los psicólogos académicos por su parte trataron de verifi car
o negar la validez del complejo de Edipo por medio de investigaciones
y cuestionarios, es decir, utilizando métodos que por
su misma naturaleza son incapaces de franquear las barreras
que median entre el consciente y el inconsciente y de llegar así
a descubrir en los adultos el sedimento de la represión de los
impulsos emocionales de la infancia.
Tampoco se hallaba la nueva generación de analistas de
ese período totalmente exenta de la tendencia a confundir el
contenido del inconsciente con sus derivados manifiestos. Por
ejemplo, en los cursos sobre la interpretación de los sueños
una de las tareas más difíciles para los profesores, que persistió
durante años, fue demostrar la diferencia entre el contenido
latente y el manifiesto de un sueño; que el deseo inconsciente
no aparece en el contenido manifiesto sin antes disfrazarse mediante
una elaboración onírica, y que el contenido consciente
es representativo del contenido oculto solamente de manera indirecta.
Aun más; en su ansiedad por traspasar los límites de
lo consciente y de cubrir el espacio existente entre la superficie
y lo profundo, muchos analistas trataron de descubrir, por medio
del estudio de las manifestaciones superficiales, a los que
experimentan impulsos inconscientes específicos, o fantasías incestuosas
o sadomasoquistas, angustia de castración, deseos de
muerte, etc., intento que en aquella época no era factible y por
consiguiente originaba conclusiones erróneas. No es sorprendente,
entonces, que en estas condiciones todos los estudiantes de psicoanálisis
fueran aconsejados en contra del método de observación
superficial, enseñándoseles a no eludir el proceso de
desenvolvimiento de las represiones del paciente y a desintere-
sarse de métodos que solamente podían constituir una amenaza
contra la tarea principal del profesional, consistente en perfeccionar
la técnica analítica.

Los derivados del inconsciente como material
para la observación
Con el transcurso del tiempo, el aporte de nuevos descubrimientos
y factores importantes contribuyó a modificar la
firme actitud que existía hacia la observación superficial. Después
de todo, lo que el analista explora con el propósito de
intervenir terapéuticamente no es el inconsciente mismo sino
sus derivados. El medio analítico contiene, por supuesto, los
elementos necesarios que incitan y favorecen a la producción
de estos derivados mediante el completo relajamiento al que
el paciente se somete; ‘la suspensión de sus facultades críticas
que posibilitan las asociaciones libres; la eliminación del movimiento,
que permite verbalizar aun los impulsos más peligrosos
sin ningún riesgo; el ofrecimiento del analista para recibir la
transferencia de sus experiencias, etcétera. A pesar de que con
estas disposiciones técnicas los derivados del inconsciente aparecen
en mayor número ‘Y se manifiestan con una secuencia más
ordenada, las eclosiones del inconsciente profundo y las incursiones
en el consciente no ocurren sólo durante las sesiones
analíticas. En cuanto el analista se apercibe de esta presencia
constante, opta por incluirlas también como «material». En los
adultos, encontramos los lapsus verbales, los actos fallidos y
sintomáticos que revelan impulsos preconscientes o inconscientes;
los símbolos oníricos y los sueños típicos cuyo contenido
oculto se puede develar sin necesidad de laboriosas interpretaciones.
En los niños, más fácilmente aún, encontramos los simples
sueños de realización que revelan los deseos subyacentes;
también las ensoñaciones conscientes, que nos informan con muy
poca distorsión sobre su desarrollo libidinal. Las fantasías heroicas
o de rescate constituyen ejemplos que demuestran que
el niño ha alcanzado la cumbre de sus impulsos masculinos;
el romance familiar y las fantasías que lo acompañan (Dorothy
Burlingham, 1952) que caracterizan el proceso de desilusión
del niño con respecto a sus padres, en el período de latencia;
las fantasías de recibir castigos físicos que evidencian la fijación
sadomasoquista de la fase anal en la sexualidad infantil.
Siempre existieron analistas dispuestos más que otros a
utilizar estos signos tal como se manifiestan para arribar al
contenido inconsciente. Incidentalmente esto los puede limitar
como terapeutas, ya que la facilidad con que interpretan tales
indicadores suele tentarlos a continuar su tratamiento sin una
colaboración total del paciente y a tomar atajos hacia el ínconsciente ignorando las resistencias; en definitiva, aplicando un
procedimiento que se opone a la mejor tradición del psicoanálisis.
Pero esta intuición para lo inconsciente -que puede convertir
a un buen analista en un analista «descabellado»- es
el atributo más útil del observador analítico quien, por su medio,
puede utilizar manifestaciones superficiales, áridas y sin
interés como material significativo.
Los mecanismos de defensa como material de obser vación
La imagen que manifiestan los niños y los adultos se hace
aun más transparente para el analista cuando extiende su atención
desde el contenido del inconsciente y sus derivados (impulsos,
fantasías, imágenes, etcétera) hacia los métodos empleados
por el yo para mantenerlos alejados de la conciencia.
Aunque estos mecanismos son automáticos y no conscientes en
sí mismos, los resultados que producen son manifiestos y fácilmente
individualizados por el observador.
Por supuesto, si la represi:ón es el mecanismo de defensa
del yo escudriñado, nada puede observarse en la superficie
excepto la ausencia de aquellas tendencias que, de acuerdo
con la concepción de normalidad del analista, serían ingredientes
necesarios de la personalidad. Cuando, por ejemplo, los
padres describen a su pequeña hij a como «cariñosa, resignada,
dócil»,e1 analista observará la notoria ausencia de las exigencias,
avaricias y agresiones propias de la niñez. En donde los
progenitores remarcan el «cariño hacia los bebés» de sus hijos
mayores, el analista deberá investigar el destino de los celos
ausentes. Cuando un niño es descripto apropiadamente por los
padres como «falto de curiosidad y desinterés en cuestiones tales
como las diferencias de los sexos, el origen de los bebés, la
relación entre los padres», resulta obvio que una batalla interna
ha tenido lugar con el resultado, entre otros, de la extinciónen
la mente consciente de una normal curiosidad sexual.
Afortunadamente, existen otros mecanismos de defensa que
posibilitan lograr al observador resultados más sustanciales.
Entre ellos se encuentran en primer término las denominadas
formaciones reactivas que, por definición, atraen la atención
del observador a la contraparte reprimida de aquello que se
exhibe de manera manifiesta. La excesiva preocupación de un
niño pequeño «porque su padre tiene que ausentarse por la
noche, cuando hay neblina», etcétera, es una clara indicación
de la existencia de reprimidos deseos de muerte; como lo es
también su ansiosa vigilia nocturna escuchando la respiración
de los hermanos que quizá «puedan morir inadvertidamente
mientras duermen». Cualidades tales como vergüenza, disgusto
y compasión sabemos que el niño llega a adquirirlas como resultado de luchas internas contra el exhibicionismo, el placer
en la suciedad y la crueldad; la aparición de éstas en la superficie
son, por consiguiente, un valioso indicador para diagnosticar
el destino de estos componentes de los impulsos instintivos;
De modo similar, las sublimaciones pueden interpretarse con
facilidad en los significativos impulsos primitivos de los que
son desplazadas. Las proyecciones en los niños pequeños demuestran
su sensibilidad frente a una no deseada multitud de
cualidades, actitudes, etcétera.
Educados en la experiencia que adquirieron dentro de su
profesión, los analistas se manifiestan cada vez más atentos
a la aparición de ciertas particulares combinaciones de actitudes;
es decir, de determinados tipos de personalidad que
pueden ser identificados mediante la observación directa y de
los que se pueden extraer valiosas deducciones. Estos cauces
hacia la comprensión se abrieron paso a través del insight obtenido
sobre las raíces genéticas del carácter obsesivo, en donde
la manifestación de la tendencia al orden, a la limpieza, a la
obstinación, a la puntualidad, a la parsimonia, a la indecisión,
al atesorar, al coleccionar, etcétera, pone al descubierto las tendencias
sádico-anales inconscientes, de las que derivan las inclinaciones
anteriormente nombradas. No había razón para suponer
que este particular aspecto, el primero que fue estudiado,
sería el único ente comunicante entre la superficie y lo profundo.
Pero era razonable esperar «que también otras cualidades
del carácter se nos muestran como residuos o productos
reactivos de determinadas formaciones pregenitales de la libido»
(S. Freud, 1932, vol. Il).
En efecto, desde la época en que se escribió el pasaje arriba
citado, muchas de estas expectativas fueron confirmadas, sobre
todo las pertenecientes a tipos de carácter oral y uretral, y especialmente
aquéllas relacionadas con los niños. Si un pequeño
exhibe fallas tales como insaciabilidad, voracidad, avidez, apegamiento,
es exigente y egoísta en SUS! relaciones objetales,
desarrolla temores de ser envenenado, siente repulsa hacia
ciertos alimentos, etc., resulta obvio que el punto crítico en su
desarrollo y que amenaza a su progreso, es decir, su punto de
fijación, yace en la fase oral. Si exhibe vehementes ambiciones
asociadas con una conducta impulsiva, el punto de fijación
debe ser localizado en la zona uretral. En todos estos casos, los
lazos entre el contenido reprimido del ello y las estructuras
manifiestas del yo son tan fijos e inmutables que una simple
ojeada de la superficie es suficiente para permitir al analista
llegar a conclusiones relacionadas con los hechos y actos presentes
o pasados en los, de otro modo, ocultos repliegues de
la mente.
Items de la conducta infantil como material para observación
A través de los años surgió «una creciente concientización
apreciativa sobre el valor que la función de los signos y de
las señales de la conducta pueden tener para el observador»
(Hartmann, 1950 a). Como un derivado del análisis infantil,
muchas de las acciones y preocupaciones propias del niño se
tornaron comprensibles, de tal manera que cuando se aprecian
pueden descifrarse, de la contraparte inconsciente de la cual se
derivaron, a su correcta interpretación. La claridad de las formaciones
reactivas ha estimulado a los especialistas analíticos
a coleccionar elementos complementarios que tienen iguales
e inalterables relaciones fijas con impulsos específicos del ello
y sus derivados.
Tomando una vez más como punto de partida el hecho de
que la tendencia al orden, a la exactitud, a la puntualidad, a
la limpieza y la falta de agresividad son indicaciones manifiestas
de pasados conflictos con las tendencias anales, es posible
señalar indicadores de conflictos similares en la fase fálica. Estos
son la timidez y la modestia, que representan formaciones reactivas
y como tales son una reversión completa de las tendencias
exhibicionistas previas; existe además una conducta descripta
comúnmente como bufonada o payasada, que en los análisis se
ha revelado como una distorsión del exhibicionismo fálico, con
tendencia a lucir desplazada del aspecto positivo del individuo
y hacia alguno de sus defectos. La exagerada masculinidad y
la agresión ruidosa son sobrecompensaciones que delatan al temor
subyacente de la castración. Las quejas de maltrato y discriminación
representan una clara defensa contra los deseos y
fantasías propias del carácter pasivo. Cuando el niño se queja
de un excesivo aburrimiento, podemos estar seguros que ha reprimido
enérgicamente las fantasías masturbatorias e incluso
la masturbación misma.
El estudio de la conducta infantil durante la enfermedad
orgánica también permite arribar a conclusiones con respecto
a su estado mental. Un niño enfermo puede tratar de buscar
alivio en el medio o evadiéndose a través del sueño; uno u otro
tipo de reacción delata algunos aspectos relacionados con el
estado de su narcisismo mensurado con la intensidad de su interés
y su relación con el mundo de los objetos. La sumisión
pasiva a las órdenes del médico, aceptando las restricciones
de la dieta, del movimiento, etc., que a menudo se atribuye
erróneamente a una supuesta madurez, es la resultante del
placer regresivo que se experimenta al ser cuidado y atendido
mientras se permanece pasivo o bien es un sentimiento de culpa,
o sea del significado que el niño le da a su enfermedad aceptándola
como un castigo que sus actitudes previas han originado
y que bien se merece. Cuando un niño enfermo se atiende impacientemente a sí mismo como un hipocondríaco, el hecho indica
de modo palpable su sentimiento de que su madre no se interesa
lo suficiente por él y de encontrarse insatisfecho con la protección
y atención que se le brinda.
La observación de las actividades infantiles típicas durante
los juegos también permite recoger información en cuanto a
su mundo interno. Las conocidas ocupaciones sublimadas de
pintar, modelar y jugar con agua y arena señalan que el punto
de fijación está ubicado hacia las zonas anal y uretral. El desarmado
de los juguetes para tratar de ver lo que tienen adentro
delata la curiosidad sexual. Es incluso significativa la manera
en que el ,infante juega con sus trenes: sea que su mayor placer
se derive de escenificar choques (como símbolo de las relaciones
sexuales de los padres), o cuando se concentra preferentemente
en la ‘construcción de túneles y vías subterráneas (expresando
de este modo su interés por el interior del cuerpo
humano); sea que sus automóviles y ómnibus tienen que transportar
grandes cargas (como un símbolo del embarazo de la
madre), como cuando la velocidad y el funcionamiento adecuado
son su mayor interés (símbolos de la eficiencia fálica).
La posición favorita del niño en la cancha de fútbol indica sus
particulares relaciones con los otros niños en el lenguaje simbólico
del ataque, la defensa, la habilidad o incapacidad para
competir, para desempeñarse con éxito, para adoptar un rol
masculino, etc. La locura por los caballos de algunas niñas señala
sus deseos autoeróticos primitivos (si su placer se encuentra
circunscrípto al movimiento rítmico sobre el caballo); a su
identificación con la tarea protectora de la madre (si lo que
disfruta especialmente es el atender al bienestar del caballo);
a su envidia del pene (si se identifica con el grande y poderoso
animal y 10 trata como si fuera una parte de su propio cuerpo) ;
a sublimaciones fálicas (si su ambición consiste en dominar al
caballo, en exhibir sus habilidades al montarlo, etcétera).
La conducta de los niños con respecto a la comida revela
mucho más al observador entrenado que una simple «fijación
en la fase oral», con la que se relaciona comúnmente a la
mayoría de los displaceres ante ciertos alimentos y en la cual
el apetito exagerado hasta la gula es la manifestación que más
obviamente la representa. Examinando en detalle la conducta
infantil son notorios también otros elementos por igual de significativos.
Sobre todo, dado que los desarreglos con respecto a
la alimentación son trastornos del desarrollo 6 relacionados con
fases particulares y con los niveles de desarrollo del ello y
del yo, su observación y discriminación detallada llena a la
perfección el cometido como señal indicadora de los desniveles
de la conducta.
Aún quedan por analizar las manifestaciones dentro del
área de la vestimenta, de la que se puede extraer valiosa orientación.
Es bien sabido que el exhibicionismo puede trasladarse
del cuerpo hacia las ropas, apareciendo superficialmente como
una actitud vanidosa. Si está reprimida, la reacción es opuesta
y se manifiesta como negligencia en el vestir. Una sensibilidad
exagerada con respecto al material para vestimenta que es
rígido y «pincha» indica un erotismo reprimido de la piel. En
las niñas, el disgusto ante su anatomía se revela por la manera
con que evitan las ropas femeninas, los volados, los adornos,
o si no, como lo opuesto: un deseo excesivo por ropas ostentosas
y caras.
Esta multitud de actitudes, atributos y reacciones se manifiesta
abiertamente en la vida diaria del niño, dentro del hogar,
en la escuela o en todo lugar que el observador elija. Dado
que cada uno de estos elementos se encuentra relacionado genéticamente
con el derivado específico del impulso del cual
se originaron, permiten la deducción de formulaciones directas
partiendo desde la conducta del niño, en relación con los conflictos
e intereses que juegan un papel central en la parte
oculta de su mente.
De hecho, existe tal cantidad de datos relacionados con la
conducta que pueden utilizarse provechosamente, que los analistas
de niños deben evitar la confusión que determinan. Por
un lado este tipo de deducciones no son aptas para su empleo
terapéutico o, para expresarlo con mayor claridad, son inútiles
desde el punto de vista terapéutico. Fundamentar con ellas las
interpretaciones simbólicas, equivaldría a ignorar las defensas
del yo contrapuestas a los contenidos inconscientes; estosignifica
incrementar las ansiedades del paciente y endurecer sus
resistencias, para cometer en corto término el error técnico de
omitir la interpretación analítica propiamente dicha.
En segundo lugar, la extensión de este insight no debe
sobrevalorarse. Al lado de elementos de conducta que nos resultan
claros, existe una multitud de otras motivaciones que se
derivan, no de una fuente específica e invariable, sino a veces
de uno u otro impulso subyacente sin que estén relacionadas
específicamente con ninguno de ellos. Por consiguiente, sin el
análisis estas formas de conducta no son concluyentes.
El yo bajo observación
Dentro de los campos estudiados y con el solo empleo de
los métodos descriptos anteriormente, el observador directo
se encuentra en notoria desventaja comparado con el analista,
pero con la inclusión de la psicología del yo en la tarea psicoanalítica
su situación mejora decisivamente. Por cuanto el yo y el superyó son estructuras conscientes e inequívocas, la observación
superficial se convierte en un instrumento de exploración
idóneo que colabora en la investigación de lo profundo.
No existe controversia alguna en cuanto al empleo de la
observación directa, fuera de la sesión analítica, con respecto
a la esfera libre de conflictos del yo, es decir, los distintos aparatos
del yo para la percepción y recepción de estímulos. A pesar
de que el resultado de sus funciones es de primordial importancia
para la internalización, identificación y formación del
superyó, por ejemplo, para procesos que son accesibles solamente
durante el trabajo analítico, el observador externo puede
medirlos, así como el nivel de maduración que han alcanzado.
Aun más, en lo que respecta a las funciones del yo, el analista
logra similares satisfacciones tanto por medio de la observación
interna como externa de la condición analítica. Por
ejemplo, el control del yo sobre las funciones motrices y el
desarrollo del lenguaje por parte del niño, pueden evaluarse a
través de la simple observación superficial. La memoria se
mide por medio de tests en cuanto a su eficiencia y extensión,
mientras que se requiere la investigación analítica para medir
su dependencia del principio del placer (para recordar lo placentero
y olvidar lo desagradable). La integridad o las deficiencias
de esta prueba de la realidad se revelan en la conducta.
La función de síntesis, por otra parte, no es aparente y su daño
debe determinarse mediante el análisis, excepto en los casos
de fallas graves y notorias.
La observación directa o superficial y la exploración analítica
o de profundidad se complementan también en relación
con aspectos vitales como las distintas formas de funcionamiento
mental. El descubrimiento de un proceso primario y secundario
(el primero gobierna al mecanismo del sueño y la formación
de síntomas y el segundo el pensamiento consciente y racional)
se debe, por supuesto, a la investigación analítica. Pero una vez
establecidos y descriptos, la diferencia entre ambos procesos
puede determinarse rápidamente, por ejemplo mediante la observación
extraanalítica de niños en su segundo año de vida,
o de púberes y adolescentes con inclinaciones delictivas. En
estas dos situaciones infantiles se pueden observar rápidas alternancias
entre estos dos tipos de funcionamiento: en los períodos
de calma mental la conducta es gobernada por los procesos
secundarios, pero cuando algún impulso (de satisfacción sexual,
de agresión, de posesión, etc.) se vuelve urgente, son los procesos
primarios de funcionamiento quienes toman el control.
Finalmente, existen campos donde la observación directa,
en contraste con la exploración analítica, es el método de elección.
Las limitaciones al análisis 7 están determinadas, en parte,
por los medios de comunicación que se encuentran a dísposición
del niño, y en parte por lo que hay de recuperable en la transferencia
analítica adulta y que puede utilizarse para la reconstrucción
de las experiencias infantiles. Aun más importante
que ese enunciado es la carencia de un camino que conduzca
desde el análisis hasta el período preverbal. En años recientes,
la observación directa en esta área ha ampliado el conocimiento
del analista con respecto a la relación madre-hijo y al impacto
que las influencias ambientales producen en el niño durante
su primer año de vida. Es necesario destacar que las variadas
formas de la angustia inicial por la separación se detectaron por
vez primera en los internados, casas cuna, hospitales, etc., y
no en las sesiones analíticas. Estos insights hablan a favor del
método de observación directa. Por otra parte, conviene recordar
que los observadores no lograron ninguno de estos hallazgos
sino después de haber sido entrenados analíticamente,
y que hechos vitales, como la secuencia del desarrollo de la
libido y los complejos infantiles, a pesar de sus derivados manifiestos,
no fueron detectados por los partidarios de la observación
directa antes de ser reconstruidos a través del trabajo
analítico.
También existen otras áreas, en donde la observación directa,
los estudios longitudinales y el análisis de niños trabajan
en estrecha colaboración. Puede obtenerse una mayor cantidad
de información si los cuidadosos registros de la conducta en
la época infantil se comparan posteriormente con los resultados
de la observación analítica del antiguo bebé, ahora infante; o
si el análisis del niño pequeño sirve como introducción para
un estudio longitudinal detallado de la conducta manifiesta.
Constituye otra ventaja el hecho de que en tales experimentos
la aplicación de los dos métodos -el analítico en oposición al
de la observación directa- sirve para determinar su necesaria
evaluación,»

Notas:
* Véase Breuer y Freud, «On the Psychical Mechanism of Hysterical
Phenomena: Preliminary Communication» (1893). Standard Edition,
vol. Ir, pág. 7.
1 Estas referencias provienen de Ernst Kris (1950, pág. 28); véase
también Ernst Kris (1951).
2 Ernst Kris (1950), refiriéndose a un trabajo de Robert Waelder
(1936) .
3 Véase Bernfe1d, Aichhorn, Atice Balint, A. Freud, así como las
numerosas publicaciones en el Zeítschríft für psychoanalytísche Piidagogik.
Viena, Internationa1er Psychoana1ytischer Verlag, 1927-1937.
4 Véase también Heinz Hartmann (1950 a).
5 (; El caso Halsmann. ‘véase S. Freud (1931).
6 Véase el capítulo V.
7 Véase también Heinz Hartmann (1950 a).
8 Véanse a este respecto los estudios realizados por Ernst y Marianne
Kris en el Child Study Center, Yale University, E.U.A., y en la
Hampstead Child-Therapy Clinic, Londres, Inglaterra.

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