Obras de S. Freud: Sobre la psicología de los procesos oníricos (parte V)

Sobre la psicología de los procesos oníricos

Yo sé que esta intuición no puede probarse en general; pero afirmo que puede probársela muchas veces, aun donde no se lo habría sospechado, y no puede ser refutada en general. A las mociones de deseo que restan de la vida conciente de vigilia les asigno, entonces, un papel secundario en la formación del sueño. No quiero concederles otro que, por ejemplo, el que respecto del contenido del sueño cumple el material de sensaciones actuales sobrevenidas mientras se duerme. Me atengo a la línea que me prescribe esta argumentación cuando ahora paso a considerar las otras incitaciones psíquicas que restan de la vida diurna y que no son deseos. Puede ocurrir que logremos, cuando decidimos dormirnos, el cese provisional de las investiduras energéticas de nuestro pensamiento de vigilia. El que puede hacerlo bien es un buen durmiente; el primer Napoleón parece haber sido un modelo de este género. Pero no siempre lo logramos, y no siempre por completo. Problemas no solucionados, preocupaciones martirizantes, un excesivo aflujo de impresiones, hacen que la actividad de pensamiento prosiga también mientras dormimos y mantenga procesos anímicos dentro del sistema que denominamos «preconciente». Y si debemos trazar una clasificación de estas mociones de pensamiento que se continúan mientras dormimos, podemos consignar los siguientes grupos: 1) lo que durante el día, a causa de una coartación contingente, no se llevó hasta el final; 2) lo que por desfallecimiento de nuestra capacidad de pensar quedó sin tramitar, lo no solucionado; 3) lo rechazado y sofocado durante el día. A ello se suma, como un poderoso grupo: 4) lo que por el trabajo de lo preconciente fue alertado durante el día en nuestro Icc; y por último, podemos agregar como otro grupo: 5) las impresiones del día que nos resultaron indiferentes y por eso quedaron sin tramitar. Las intensidades psíquicas que son introducidas en el estado del dormir por estos restos de la vida diurna, sobre todo por los del grupo de lo no solucionado, no han de ser tenidas a menos. Es seguro que también durante la noche estas excitaciones pugnan por expresarse, y con igual seguridad podemos suponer que el estado del dormir imposibilita el avance habitual del proceso de excitación en el interior del preconciente y su terminación por el devenir-conciente. En la medida en que también durante la noche podemos hacernos concientes de nuestros procesos de pensamiento por el camino normal, en esa misma medida dejamos de estar dormidos. No sé indicar la alteración que el estado del dormir provoca en el sistema Prcc (1); pero es indudable que la característica psicológica del dormir ha de buscarse, en lo esencial, en las alteraciones de investidura de este sistema en particular, que también gobierna el acceso a la motilidad, paralizada mientras se duerme. Por oposición a esto, yo no sabría indicar nada en la psicología del sueño que nos obligue a suponer que el dormir altera en las condiciones del sistema Icc algo que no sea secundario. A la excitación nocturna en el interior del Prcc no le queda entonces otro camino que el que toman las excitaciones de deseo que provienen del Icc; tiene que buscar un refuerzo de lo Icc y acompañar en sus rodeos a las excitaciones inconcientes. Ahora bien, ¿cómo se sitúan los restos diurnos preconcientes respecto del sueño? Es indudable que penetran abundantemente en él, que aprovechan su contenido para abrirse paso hasta la conciencia también durante la noche: y aun a veces llegan a dominar el contenido del sueño y lo fuerzan a proseguir el trabajo diurno; es también seguro que los restos diurnos pueden tener cualquier otro carácter, no sólo el de deseos; pero es en extremo instructivo, y decisivo para la doctrina del cumplimiento de deseo, ver la condición a que tienen que adecuarse a fin de hallar acogida en el sueño. Tomemos uno de los ejemplos de sueño ya consignados, aquel en que mi amigo Otto se me apareció con los signos de la enfermedad de Basedow. Durante el día me había entrado una preocupación motivada por el semblante de Otto, y la sentí mucho, como a todo lo que atañe a su persona. Ella me persiguió, puedo suponerlo, aun dormido. Es probable que yo quisiera averiguar lo que podría aquejarle. Y a la noche ese cuidado se expresó en el sueño que comuniqué, cuyo contenido, en primer lugar, era disparatado y, en segundo lugar, no respondía a ningún cumplimiento de deseo. Pero entonces empecé a rebuscar el origen de esa expresión inadecuada de la preocupación que había sentido durante el día, y por el análisis hallé un nexo, pues a él lo identificaba con un barón L., y a mí mismo, en cambio, con el profesor R. ¿Por qué debí escoger precisamente este sustituto del pensamiento onírico? Había una sola explicación. A identificarme con el profesor R. debía de estar yo siempre dispuesto en el Icc, pues ello cumplía uno de los deseos infantiles imperecederos, el deseo de la manía de grandeza. Desagradables pensamientos en relación con mi amigo, seguramente desestimados durante el día, habían aprovechado la oportunidad para colarse en la figuración, pero también el cuidado del día había alcanzado una suerte de expresión a través de un sustituto en el contenido del sueño. El pensamiento diurno, que en sí no era un deseo, sino al contrario una preocupación, tuvo que procurarse por algún camino el anudamiento con un deseo infantil sofocado y ahora inconciente, que le permitió después, aunque convenientemente modificado, «nacer» para la conciencia. Y cuanto más dominante fuera ese cuidado, tanto más forzado podía ser el enlace que se estableciera; no hacía falta que hubiera nexo alguno entre el contenido del deseo y el de la preocupación, y en nuestro ejemplo no lo había tampoco. Quizá sea oportuno (2) tratar esta misma cuestión en la forma de un examen del modo en que el sueño se comporta cuando se le ofrece en los pensamientos oníricos un material que es todo lo contrario de un cumplimiento de deseo, vale decir, cuidados fundados, consideraciones dolorosas, penosas intelecciones. La diversidad de los resultados posibles puede articularse del siguiente modo: a) El trabajo del sueño consigue sustituir todas las representaciones penosas por sus contrarías y sofocar los afectos displacenteros correspondientes. Esto da por resultado un sueño de satisfacción puro, un «cumplimiento de deseo» palpable en el que no parece preciso elucidar nada más. b) Las representaciones penosas, modificadas en mayor o menor medida, pero bien reconocibles, alcanzan el contenido manifiesto del sueño. Este es el caso que mueve a dudar de la teoría del deseo con relación al sueño y que reclama ulterior examen. Estos sueños de contenido penoso pueden sentirse como indiferentes, pueden traer consigo todo el afecto penoso que parece justificado por su contenido de representaciones, o aun provocar el despertar por un desarrollo de angustia. El análisis demuestra que también estos sueños de displacer son cumplimientos de deseo. Un deseo inconciente y reprimido cuyo cumplimiento no podía ser sentido por el yo del soñante sino como penoso se valió de la oportunidad que le ofrecían los restos diurnos penosos que seguían investidos, les prestó :su apoyo y así los hizo soñables. Pero mientras que en el caso a el deseo inconciente coincidía con el deseo conciente, en el caso b se hace patente la divergencia entre lo inconciente y lo conciente -lo reprimido y el yo- y se realiza la situación del cuento de los tres deseos que el hada concedió a la pareja . La satisfacción por el cumplimiento del deseo reprimido puede resultar tan grande que equilibre los afectos penosos adheridos a los restos diurnos; el sueño presenta entonces un tono afectivo indiferente, aunque por una parte es el cumplimiento de un deseo y, por otra, el de una aprensión. O puede suceder que el yo durmiente participe con mayor amplitud en la formación del sueño, reaccione con violenta indignación frente a la :satisfacción procurada del deseo reprimido y aun ponga fin al sueño mediante la angustia. No es difícil entonces reconocer que los sueños de displacer y los de angustia son cumplimientos de deseo, en el sentido de nuestra teoría, con igual título que los sueños de satisfacción lisa y llana. Los sueños de displacer pueden ser también «sueños punitorios». Ha de concederse que admitiéndolos se agrega en cierto sentido algo nuevo a la teoría del sueño. Lo que con ellos se cumple es igualmente un deseo inconciente, el de un castigo del soñante a causa de una moción de deseo no permitida, reprimida. En esa medida tales sueños se adecuan al requisito que nosotros sustentamos, a saber, que la fuerza impulsora para la formación del sueño tiene que ser proporcionada por un deseo oriundo de lo inconciente. Empero, una descomposición {análisis} psicológica más fina permite reconocer su diferencia con los otros sueños de deseo. En los casos del grupo b, el deseo inconciente, formador del sueño, pertenecía a lo reprimido; en los sueños punitorios también se trata de un deseo inconciente, pero no debe imputárselo a lo reprimido, sino al «yo». Los sueños punitorios indican, por tanto, la posibilidad de una participación todavía más extensa del yo en la formación del sueño. El mecanismo de la formación del sueño se vuelve en general más trasparente si la oposición entre «conciente» e «inconciente» es remplazada por la oposición entre «yo» y «reprimido». Pero esto no puede hacerse sin referencia a los procesos que ocurren en la psiconeurosis, y por eso no se lo llevó a cabo en este libro. Me limito a hacer notar que los sueños punitorios no están ligados en general a la condición de que los restos diurnos sean penosos. Más bien se engendran con la mayor facilidad bajo la premisa opuesta, a saber, cuando los restos diurnos son pensamientos de naturaleza satisfactoria, pero expresan satisfacciones no permitidas. Entonces, de estos pensamientos no llega al sueño manifiesto más que su opuesto directo, a semejanza de lo que ocurría en los sueños del grupo a. El carácter esencial de los sueños punitorios reside, por tanto, en que en ellos el formador del sueño no es el deseo inconciente que procede de lo reprimido (el sistema Icc), sino el deseo punitorio que reacciona contra aquel; este último pertenece al yo, aunque es también inconciente (es decir, preconciente). (3) Quiero ilustrar con un sueño propio (4) algo de lo presentado aquí, sobre todo la manera en que el trabajo del sueño procede con un resto diurno de expectativas penosas: Comienzo no nítido. Digo a mi mujer que tengo una noticia para ella, algo muy particular. Ella se asusta y no quiere oír nada. Yo le aseguro que, por lo contrario, es algo que la pondrá muy contenta, y empiezo a contar que el cuerpo de oficiales ha enviado a nuestro hijo una suma de dinero (¿5.000 coronas?), … algo como por reconocimiento … distribución … En eso entro yo con ella en una pequeña habitación, como una despensa, para buscar algo. De pronto veo aparecer a mi hijo; no está de uniforme, sino más bien enfundado en un estrecho traje deportivo (¿como una loca?), con capucha pequeña. Se trepa sobre una cesta que se encuentra de costado junto a un armario, como para poner algo en él. Yo lo llamo; no hay respuesta. Me parece que tiene vendados el rostro o la frente, se acomoda algo en la boca, se introduce algo. También sus cabellos tienen un destello gris. Yo pienso: «¿Es posible que esté tan desmedrado? ¿Y tiene dientes postizos?». Antes que pueda llamarlo de nuevo, me despierto sin angustia, pero con palpitaciones. Mi reloj de noche marca las dos y media. Tampoco en este caso puedo comunicar un análisis completo. Me limito a destacar algunos de los puntos más decisivos. La ocasión del sueño la proporcionaron expectativas penosas del día; otra vez, había trascurrido *más de una semana sin que tuviéramos noticias del que combatía en el frente. Fácil es advertir que en el contenido del sueño se expresa la convicción de que él está herido o ha caído en combate. Al comienzo del sueño se observa el enérgico esfuerzo para sustituir los pensamientos penosos por su contrario. Tengo para comunicar algo en extremo grato, algo sobre un envío de dinero, reconocimiento, distribución. (La suma de dinero proviene de un suceso alentador de mi práctica médica, y por tanto a toda costa quiere desviar del tema.) Pero este esfuerzo fracasa. La madre sospecha algo terrible y no quiere oír nada. Además, las vestiduras son demasiado delgadas. . . dondequiera se trasluce la alusión a lo que debe ser sofocado. Si nuestro hijo ha caído, sus camaradas nos devolverán sus pertenencias; lo que él deja, tendré que distribuirlo entre los hermanos y otros; reconocimientos se otorgan a menudo al oficial después de su «muerte heroica». El sueño pasa entonces a dar expresión directa a lo que primero quiso desmentir, aunque la tendencia al cumplimiento de deseo se hace notable aun a través de las desfiguraciones. (El cambio de lugar en este sueño ha de entenderse sin duda como «simbolismo del umbral» en el sentido de Silberer [1912]) Todavía no vislumbramos lo que presta al sueño la fuerza impulsora requerida para ello. Ahora bien, el hijo no aparece como alguien que «cae», sino como alguien que «trepa». Es que ha sido un osado montañista. No está de uniforme, sino en traje deportivo, vale decir, el accidente ahora temido es remplazado por uno anterior que sufrió haciendo deportes, cuando se cayó en una pista de esquí y se quebró la cadera. Pero la manera en que está vestido, tal que parece una foca, recuerda enseguida a alguien más joven, a nuestro travieso nietecito; los cabellos grises remiten al padre de este, nuestro yerno, duramente castigado por la guerra. ¿Qué significa esto? Pero basta; la localización en una despensa, el armario del que quiere sacar algo (poner algo, en el sueño), son alusiones inequívocas a un accidente que yo mismo me provoqué cuando tenía más de dos años y todavía no había cumplido los tres. En la despensa me trepé a un taburete a fin de sacar algo bueno que estaba sobre un armario o sobre una mesa. El taburete se volteó y su borde me golpeó tras la mandíbula inferior. Habría podido romperme todos los dientes. Una admonición se insinúa en esto: «Te está bien empleado», como una moción hostil al gallardo guerrero. La profundización del análisis me permite hallar la moción escondida que pudo satisfacerse con el temido accidente de mí hijo. Es la envidia a la juventud, que los mayores creen haber extirpado de raíz; y es innegable que precisamente la fuerza de la emoción penosa en caso de que ese accidente realmente ocurriera hace salir a luz, como su sedante, ese cumplimiento de deseo reprimido. (5) Ahora puedo definir con exactitud la significación que tiene el deseo inconciente respecto del sueño. Concedo que existe toda una clase de sueños cuya incitación proviene de manera predominante, y hasta exclusiva, de los restos de la vida diurna, y opino que aun mi deseo de 65 llegar a ser por fin professor extraordinarius habría podido dejarme dormir en paz aquella noche si el cuidado por la salud de mi amigo no se hubiera conservado activo desde el día. Pero ese cuidado no habría producido ningún sueño; la fuerza impulsora que le hacía falta a este tenía que ser aportada por un deseo; incumbía a la preocupación el procurarse tal deseo como fuerza impulsora. Para decirlo con un símil: Es muy posible que un pensamiento onírico desempeñe para el sueño el papel del empresario; pero el empresario que, como suele decirse, tiene la idea y el empuje para ponerla en práctica, nada puede hacer sin capital; necesita de un capitalista que le costee el gasto, y este capitalista, que aporta el gasto psíquico para el sueño, es en todos los casos e inevitablemente, cualquiera que sea el pensamiento diurno, un deseo que procede del inconcíente. (6) Otras veces el capitalista mismo es el empresario; para el sueño este caso es incluso el más usual. La actividad diurna ha incitado un deseo inconciente, que crea entonces al sueño. Y los procesos oníricos presentan analogías también con respecto a todas las otras posibilidades de la relación económica que aquí usamos como ejemplo: el empresario mismo puede aportar una cuota pequeña de capital; varios empresarios pueden acudir al mismo capitalista; varios capitalistas pueden reunir en conjunto lo que el empresario necesita. Así existen sueños sostenidos por más de un deseo onírico, y todas las otras variaciones semejantes que se disciernen con facilidad y ya no tienen ningún interés para nosotros. Lo que ha quedado incompleto en esta elucidación del deseo onírico sólo después podrá completarse. El tertium comparationis {tercer elemento de comparación} de los símiles que hemos usado, la cantidad (7) puesta libremente a disposición en el volumen adecuado, admite todavía una aplicación más fina para ilustrar la estructura del sueño. En la mayoría de los sueños puede reconocerse un centro provisto de una particular intensidad sensible, como se consignó en. Este es por lo general la figuración directa del cumplimiento de deseo, pues si enderezamos los desplazamientos producidos por el trabajo del sueño, hallamos que la intensidad psíquica de los elementos incluidos en los pensamientos oníricos fue sustituida por la intensidad sensorial de los elementos del contenido del sueño. Los elementos que están en las cercanías del cumplimiento de deseo a menudo nada tienen que ver con el sentido de este, sino que resultan ser retoños de pensamientos penosos, contrarios al deseo; pero por su nexo con el elemento central, establecido hartas veces de manera artificiosa, recibieron una intensidad tan grande que se volvieron capaces de figuración. Así, la fuerza figurante del cumplimiento de deseo se difunde por una cierta esfera de nexos, dentro de la cual todos los elementos, aun los en sí faltos de medios, son elevados a la figuración. En sueños con varios deseos pulsionantes es fácil deslindar entre sí las esferas de los diversos cumplimientos de deseo, y a menudo aun las lagunas del sueño pueden comprenderse como zonas de frontera. (8) Si bien mediante las observaciones precedentes hemos restringido la importancia que los restos diurnos tienen para el sueño, vale la pena prestarles todavía otro poco de atención. Es que, no obstante, tienen que ser un ingrediente necesario de la formación del sueño; de otro modo no se explicaría que la experiencia pueda depararnos la sorpresa de que en el contenido de todo sueño se identifique un anudamiento con una impresión diurna reciente, a menudo del tipo más indiferente. Ahora bien, aún no pudimos discernir aquello que hace necesario este agregado a la mezcla constitutiva del sueño. Lo lograremos si, reteniendo el papel del deseo inconciente, acudimos a la psicología de las neurosis en busca de esclarecimiento. Esta nos enseña que la representación inconciente como tal es del todo incapaz de ingresar en el preconciente, y que sólo puede exteriorizar ahí un efecto si entra en conexión con una representación inofensiva que ya pertenezca al preconciente, trasfiriéndole su intensidad y dejándose encubrir por ella. Este es el hecho de la trasferencia (9), que explica tantos sucesos llamativos de la vida anímica de los neuróticos. La trasferencia puede dejar intacta esa representación oriunda del preconciente, la cual alcanza así una intensidad inmerecidamente grande, o imponerle una modificación por obra del contenido de la representación que se le trasfiere. Perdónese mi inclinación por los símiles tomados de la vida cotidiana, pero estoy tentado de decir que para la representación reprimida la situación se parece a aquella en que se encuentran en nuestra patria los odontólogos norteamericanos, quienes no pueden ejercer su profesión si no se valen como subterfugio y como cobertura frente a la ley, de un doctor en medicina promovido en debida forma. Y así como no son precisamente los médicos de mayor clientela los que pactan esas alianzas con los dentistas, tampoco en lo psíquico se escogen para encubrir una representación reprimida aquellas representaciones concientes o preconcientes que han atraído sobre sí en me dida considerable la atención que actúa dentro del preconciente, Lo inconciente urde sus conexiones, de preferencia, en torno de aquellas impresiones y representaciones de lo preconciente a las que se descuidó por indiferentes o que, desestimadas, se sustrajeron enseguida de la consideración. Una conocida tesis de la doctrina de las asociaciones, corroborada por toda la experiencia, dice que representaciones que han anudado una conexión muy íntima en cierta dirección se comportan como refractarias frente a grupos enteros de nuevas conexiones; una vez hice el intento de fundar sobre esta tesis una teoría de las parálisis histéricas. (10) Si suponemos que también en el sueño tiene valimiento esa misma necesidad de trasferencia por parte de las representaciones reprimidas que nos ha enseñado el análisis de las neurosis, se explican también de un golpe dos de los enigmas del sueño, a saber, que todo análisis de sueños pone de manifiesto algún entrelazamiento de una impresión reciente, y que este elemento reciente es a menudo del tipo más indiferente. Y agregamos lo que ya tenemos aprendido en otro lugar: que si estos elementos recientes e indiferentes pueden llegar con tanta frecuencia al contenido del sueño, en calidad de sustitutos de los más antiguos entre los pensamientos oníricos, ello se debe a que son, al mismo tiempo, los que menos tienen que temer de la censura de la resistencia. Ahora bien, mientras que su carácter de exentos de censura nos esclarece sólo la preferencia por los elementos triviales, la constancia de los elementos recientes nos deja entrever el constreñimiento a la trasferencia. Lo reprimido exige un material todavía libre de asociaciones; y ambos grupos de impresiones satisfacen ese reclamo: las indiferentes, porque no han ofrecido ocasión alguna a extensas conexiones, y las recientes, porque les faltó tiempo para ello. Vemos así que los restos diurnos, a los cuales tenemos el derecho de asimilar ahora las impresiones indiferentes, no sólo toman algo prestado del Icc cuando logran participar en la formación del sueño -vale decir: la fuerza pulsionante de que dispone el deseo reprimido-, sino que también ofrecen a lo inconciente algo indispensable, el apoyo necesario para adherir la trasferencia. Si quisiésemos penetrar aquí con mayor profundidad en los procesos anímicos, tendríamos que dilucidar mejor el juego de las excitaciones entre preconciente e inconciente; el estudio de las psiconeurosis nos impulsa a hacerlo, pero precisamente el sueño no ofrece asidero alguno para ello. Todavía una observación sobre los restos diurnos. No hay duda de que los verdaderos 66 perturbadores del dormir son ellos, y no el sueño, que más bien se esfuerza por protegerlo. Sobre esto volveremos luego Hasta ahora hemos estudiado el deseo onírico; lo derivamos del ámbito del inconciente y descompusimos su vínculo con los restos diurnos, que a su vez pueden ser deseos o mociones psíquicas de cualquier otra índole, o simplemente impresiones recientes. Asíhemos hecho lugar a los eventuales reclamos en favor de la importancia que tiene, para la formación del sueño, el trabajo del pensamiento de vigilia (en toda su diversidad). Tampoco sería imposible que sobre la base de nuestra argumentación lográsemos explicar aun aquellos casos extremos en que el sueño, como continuador del trabajo diurno, lleva a feliz término una tarea irresuelta de la vigilia. (11) No nos hace falta sino un ejemplo de esa clase para descubrir mediante su análisis la fuente de deseo infantil o reprimida cuya convocación vino a reforzar tan exitosamente el empeño de la actividad preconciente. Pero no hemos dado un solo paso hacia la solución de este enigma: ¿Por qué durante el sueño lo inconciente no puede ofrecer nada más que la fuerza pulsionante para un cumplimiento de deseo? La respuesta a esta pregunta está destinada a arrojar luz sobre la naturaleza psíquica del desear; debe procurársela con el auxilio del esquema del aparato psíquico. No tenemos dudas de que este aparato ha alcanzado su perfección actual sólo por el camino de un largo desarrollo. Intentemos trasladarnos retrospectivamente a una etapa más temprana de su capacidad de operación. Supuestos que han de fundamentarse de alguna otra manera nos dicen que el aparato obedeció primero al afán de mantenerse en lo posible exento de estímulos (12), y por eso en su primera construcción adoptó el esquema del aparato reflejo que le permitía descargar enseguida, por vías motrices, una excitación sensible que le llegaba desde fuera. Pero el apremio de la vida perturba esta simple función; a él debe el aparato también el envión para su constitución ulterior. El apremio de la vida lo asedia primero en la forma de las grandes necesidades corporales. La excitación impuesta {setzen} por la necesidad interior buscará un drenaje en la motilidad que puede designarse «alteración interna» o «expresión emocional». El niño hambriento llorará o pataleará inerme. Pero la situación se mantendrá inmutable, pues la excitación que parte de la necesidad interna no corresponde a una fuerza que golpea de manera momentánea, sino a una que actúa continuadamente. Sólo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún camino (en el caso del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno, Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la :satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento de deseo, y el camino más corto para este es el que lleva desde la excitación producida por la necesidad hasta la investidura plena de la percepción. Nada nos impide suponer un estado primitivo del aparato psíquico en que ese camino se transitaba realmente de esa manera, y por tanto el desear terminaba en un alucinar. Esta primera actividad psíquica apuntaba entonces a una identidad perceptiva (13) o sea, a repetir aquella percepción que está enlazada con la satisfacción de la necesidad. Una amarga experiencia vital tiene que haber modificado esta primitiva actividad de pensamiento en otra, secundaria, más acorde al fin {más adecuada}. Es que el establecimiento de la identidad perceptiva por la corta vía regrediente en el interior del aparato no tiene, en otro lugar, la misma consecuencia que se asocia con la investidura de esa percepción desde afuera. La satisfacción no sobreviene, la necesidad perdura. Para que la investidura interior tuviera el mismo valor que la exterior, debería ser mantenida permanentemente, como en la realidad sucede en las psicosis alucinatorias y en las fantasías de hambre, cuya operación psíquica se agota en la retención del objeto deseado. Para conseguir un empleo de la fuerza psíquica más acorde a fines, se hace necesario detener la regresión completa de suerte que no vaya más allá de la imagen mnérnica y desde esta pueda buscar otro camino que lleve, en definitiva, a establecer desde el mundo exterior la identidad [perceptiva] deseada. (14) Esta inhibición [de la regresión], así como el desvío de la excitación que es su consecuencia, pasan a ser el cometido de un segundo sistema que gobierna la motilidad voluntaria, vale decir, que tiene a su exclusivo cargo el empleo de la motilidad para fines recordados de antemano. Ahora bien, toda la compleja actividad de pensamiento que se urde desde la imagen mnémica hasta el establecimiento de la identidad perceptiva por obra del mundo exterior no es otra cosa que un rodeo para el cumplimiento de deseo, rodeo que la experiencia ha hecho necesario. (15) Por tanto, el pensar no es sino el sustituto del deseo alucinatorio, y en el acto se vuelve evidente que el sueño es un cumplimiento de deseo, puesto que solamente un deseo puede impulsar a trabajar a nuestro aparato anímico. El sueño, que cumple sus deseos por el corto camino regrediente, no ha hecho sino conservarnos un testimonio del modo de trabajo primario de nuestro aparato psíquico, que se abandonó por inadecuado. Parece confinado a la vida nocturna lo que una vez, cuando la vida psíquica era todavía joven y defectuosa, dominó en la vigilia; de igual modo reencontramos en el cuarto de los niños el arco y las flechas, esas armas de la humanidad incipiente ahora desechadas. El soñar es un rebrote de la vida infantil del alma, ya superada. En las psicosis vuelven a imponerse estos modos de trabajo del aparato psíquico que en la vigilia están sofocados en cualquier otro caso, y entonces muestran a la luz del día su incapacidad para satisfacer nuestras necesidades frente al mundo exterior. (16)

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Notas:

1- [Nota agregada en 1919] He procurado penetrar en el conocimiento de la situación imperante en el estado del dormir y de las condiciones de la alucinación en mi ensayo «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1917d).

2- [Este párrafo y los dos siguientes se agregaron en 1919.]

3- [Nota agregada en 1930:] Este es el lugar en que habría que insertar el superyó, que fue un descubrimiento posterior del psicoanálisis. Una clase de sueños que constituyen una excepción a la «teoría del deseo» (los que sobrevienen en las neurosis traumáticas) es examinada por Freud en Más allá del principio de placer ( 1920g), AE, 18, págs. 12-4, y en la 29º de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanátisi4 (1933a), AE, 22, págs. 26-8.]

4- [Este párrafo y los dos siguientes se agregaron como nota al pie en 1919, y se incorporaron al texto en 1930.]

5- [El posible sentido telepático de este sueño es tratado brevemente en «Sueño y telepatía» (Freud, 1922a), AE, 18, págs. 189-90.]

6- [Este último párrafo es citado textualmente por Freud al final de su análisis del primer sueño de «Dora» (1905e), AE, 7, pág. 76, el cual, según comenta, ratifica por completo lo expresado aquí.]

7- [De capital en el caso de la analogía, y dé energía psíquica en el caso del sueño.]

8- [En «Un sueño como pieza probatoria» (Freud, 1913a) se hallará un resumen particularmente claro sobre el papel desempeñado por los «restos diurnos» en la construcción del sueño.]

9- [En sus escritos posteriores, Freud utilizó regularmente esta misma palabra «trasferencia» («übertragung») para describir un proceso psicológico distinto -aunque conexo-, descubierto por él en el trascurso de los tratamientos psicoanalíticos: el proceso de «trasferir» a un objeto contemporáneo sentimientos que el individuo aplicó originalmente -y sigue aplicando en forma inconciente- a un objeto infantil. (Cf., por ejemplo, «Fragmento de análisis de un caso de histeria» ( 1905e), AE, 7, págs. 101-5, y «Puntualizaciones sobre el amor de trasferencia» (1915a), AE, 12, págs. 163 y sigs.) La palabra aparece también en este otro sentido en la presente obra, y ya había sido usada por Freud en Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895), AE, 2, págs. 306-8.

10- [Cf. «Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas» (Freud, 1893c), AE, 1, págs. 206-10.]

11- Un ejemplo de esto se menciona en una nota al pie de El yo y el ello (Freud, 1923b), AE, 19, pág. 28.

12- [El llamado «principio de constancia», que se examina en las páginas iniciales de Más allá del principio de placer (1920g), pero ya constituía una hipótesis fundamental en algunos de los primeros escritos psicológicos de Freud; por ejemplo, en su carta a Josef Breuer del 29 de junio de 1892, publicada póstumamente (Freud, 1941a). Lo sustancial de este párrafo se enuncia ya en el ‘«Proyecto de psicología» de 1895 (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 340-1, 362-4 y 373-5. Véase mi «Introducción»]

13- [Es decir, algo perceptivamente idéntico a la «vivencia de satisfacción».]

14- [Nota agregada en 1919:] En otras palabras: se reconoce la necesidad de introducir un «examen de realidad».

15- Con justicia alaba Le Lorrain [1895] el cumplimiento de deseo del sueño: «Sans fatigue sérieuse, sans être obligé de recourir à cette lutte opiniâtre et longue qui use et corrode lesJouissances poursuivies» {«Sin fatiga seria, sin estar obligado a recurrir a esa lucha obstinada y larga que desgasta y corroe los goces perseguidos»}.

16-  [Nota agregada en 1914:] En mis «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), trabajo referido al principio de placer y al principio de realidad, he desarrollado con detalle esta ilación de pensamiento. [De hecho, esta idea se sigue desarrollando]